domingo, 8 de junio de 2014

Coordinación. Pensamiento. Nacional

El pensamiento es, por definición, individual, personal, fruto de un misterioso conjunto de procesos químicos producidos en el cerebro humano.

Atribuirlo a un "colectivo", como la Nación, es siempre un simbolismo. Por lo pronto, necesita un supuesto: definir con claridad los límites de ese colectivo. Ha sido uno de los problemas del marxismo, con el concepto de "clase obrera" y pretender infructuosamente para sus integrantes una sola forma de entender el mundo.

La Nación, como concepción política, es una creación relativamente moderna. Su auge se dio a mediados del siglo XIX, interpretando los procesos de unidad de países europeos antes fragmentados. Se llegó a ella por varias vías. Los pueblos germanos, por la raza. Los latinos, por la cultura. Otros, por la lengua o la religión. Siempre frente a "otros", generalmente vecinos.

¿Cómo lo hicimos los argentinos? Raza, cultura, lengua, religión, no marcan "límites" y mucho menos los marcaban en tiempos de la Constitución Nacional, que instituyó el concepto adoptando el pensamiento político más avanzado de la época. Nuestros vecinos, ahora y mucho más antes, tienen las mismas raza, cultura, religión y lengua.

Nuestra idea nacional, nuestro "patriotismo"', fue territorial. La imagen de la Argentina es la forma que tiene el territorio en el mapa.

Es lo común en América, pero no en el mundo. Ha sido distinto en países conformados alrededor de linajes monárquicos, por ejemplo para la identidad británica derivada de un imperio universal o para un ruso que concibe a su país con fronteras siempre móviles. Tampoco el territorio ha sido central para la autopercepción de otros, por ejemplo para un polaco que ha oscilado en poco más de dos siglos de ser uno de los países más extensos y poderosos de Europa, desaparecer, renacer en un pedazo de su viejo territorio, desaparecer nuevamente absorbido por dos de sus vecinos -que además, mataron todos sus sectores dirigentes intelectuales, empresarios, políticos, obreros, culturales en un infructuoso propósito de extirpar su memoria- para luego renacer en otro territorio, con otras fronteras, pero con los mismos vecinos, aunque en otra circunstancia histórica.

Otros surgieron de guerras en las que ellos no participaron, ya que ni siquiera existían como tales, por ejemplo países del Oriente Medio. O los israelíes, sin territorio durante dos mil años. 

Las formas, en síntesis, son tan diversas como países existen. El "pensamiento" que los "identifica" tiene en consecuencia, también justificaciones diversas. La religión, guerras históricas, la lengua compartida, su ubicación geopolítica, etc. etc.

Nuestro sentido de pertenencia es territorial. ¿Significará ésto que la nueva Secretaría "coordinará" el "pensamiento" de todas las personas que convivimos en este territorio? La sola idea es absurda. Porque tampoco podemos ignorar que entre nosotros, la expresión "pensamiento nacional" expresa no a todos, sino a una de las construcciones ideológico conceptuales que se ha definido también por su "contrario", tradicionalmente identificado con ideas liberales.

El nuevo Secretario, en sus primeras declaraciones, ha hablado de "convocar" a todas las "corrientes" y eso es tranquilizador para quienes sospecharon, con fundados motivos, de un intento de profundizar la manipulación desde el espacio estatal de la interpretación "oficial" de la historia y de las ideas.

La nación es una categoría histórica, decíamos, de factura relativamente reciente. Su tendencia actual es diluirse en otros espacios a medida que avanza a ritmo acelerado el cambio de paradigma universal hacia estadios crecientemente globalizados. El nuevo desafío para quienes "con-vivimos" en este territorio es abordar esa reflexión, so peligro de ser arrastrados en forma acrítica en una corriente avasallante y con importantes aspectos desconocidos.

La humanidad ha entrado en un proceso -iniciado luego de la 2a Guerra y acelerado al terminar la Guerra Fría- de universalización de valores -derechos humanos-, problemas globales -energía, deterioro ambiental- y reconversión económica -desarrollo tecnológico y globalización de fuerzas productivas- cada vez más alejado de los que motivaron las elaboraciones conceptuales y alineamientos ideológicos de tiempos de las "naciones" y más cerca de la humanidad en su conjunto y de los seres humanos en su dimensión esencial, más que nacional.

Hay -y habrá- coletazos, asincronías y amenazas de regresos a la geopolítica de otros tiempos. El futuro, sin embargo, que es el espacio natural de la política en su papel de conducción de los procesos sociales, requiere otra cosa. Coordinación, si. Pensamiento, si. ¿Nacional? Tal vez, aunque concentrada en la complicada imbricación de los argentinos en el mundo.

Humanidad, casa común planetaria y seres humanos, justamente los grandes ausentes de las ideologías del siglo XX, siguen reclamando que los argentinos les abramos siquiera un pequeño espacio en nuestro pensamiento reflexivo. No queda por ahora la sensación que la nueva Secretaría ayude en esa tarea, la mayor que deben abordar las personas en esta etapa histórica.


Ricardo Lafferriere

domingo, 1 de junio de 2014

El triunfo de la realidad

El apoyo del gobierno norteamericano fue decisivo para obtener el acuerdo con el Club de París.

Ese apoyo, sin embargo, no se debió a la seducción de Obama por las bondades del “modelo”, sino a la decisión del kirchnerismo de realizar un cambio copernicano en las decisiones económicas.

El acuerdo con REPSOL, la devaluación, el enfriamiento de la economía, el reconocimiento de la totalidad de la deuda con el Club de París sin quita alguna, los salarios perdiendo frente a la inflación, la apertura de la explotación de Vaca Muerta a los petroleros norteamericanos y la anunciada autorización para el giro de dividendos a bancos y empresas extranjeras conforman un paquete impensable en tiempos en que el “modelo” pretendía negar la caprichosa “realidad”.

Recordaba en estos días Jorge Raventos la graciosa afirmación de Néstor Kirchner al justificar ante José P. Feinman algunas medidas enfrentadas con la ortodoxia de la izquierda-populista: “la realidad es reaccionaria”. Hoy ha quedado demostrado una vez más que la realidad no es reaccionaria ni progresista. Simplemente es.

El arte de la política no consiste en negar la realidad, sino en cambiarla. Para hacerlo, debe reconocerla. Negarla tiene como consecuencia dejarle el camino libre, renunciando a la posibilidad de cambiar su rumbo dentro de las posibilidades limitadas de la política, que es apenas uno de los órdenes de esa realidad. Reconocerla pemitirá, por el contrario, advertir qué cosas es posible cambiar y a qué ritmo, posibilidades e inexorabilidades, durezas y flexibilidades.

La política no es, además, el campo más poderoso de la realidad. Su fuerza –cuando la tiene- se apoya en la unidad de reflexión y acción de la mayoría ciudadana. Si se divide y polariza a la opinión pública con discusiones que nada tienen que ver con ese cambio, se la esteriliza y más ventaja se le da a las fuerzas más potentes de la realidad. Eso hizo el kirchnerismo durante su gestión. Debilitó a la política. Desguarneció a los ciudadanos. Renunció al cambio.

La realidad volvió por sus fueros y triunfó. Del viejo “modelo” sólo quedan hilachas del “relato”, que se revuelve en esfuerzos dialécticos para justificar “por qué nos obligan a devaluar”, o condenar “el manejo monopólico de los precios”, como si quienes hablan fueran oposición y no hubieran gobernado más de una década.

Sería bueno que esta nueva experiencia sirviera para hacernos abandonar el Jardín de Infantes. Un país cuya mayoría renuncia al pensamiento crítico, segrega al que alerta con razones y condena al que advierte porque analiza, está condenado a recaer.

Una política que abandona la experiencia y reniega observar –a sí misma, al entorno regional y al mundo-, difícilmente acierte en las políticas públicas que reconociendo la realidad, busquen su cambio progresivo hacia metas compartidas por la mayoría ciudadana.

Lo malo del kirchnerismo no han sido sus utopías, sino su primitivo bagaje intelectual y su incapacidad de análisis y gestión. Pero debe reconocerse que no estuvieron solos. Gran parte de la opinión nacional no kirchnerista los acompañó en los dislates y no sólo desde el peronismo.

Los sainetes de su “ala intelectual”, el alineamiento grotesco de dirigentes de experiencia aplaudiendo cualquier cosa y la connivencia de sectores opositores que renunciaron a diseñar la alternativa dejaron al país huérfano de política. Sólo ocupó el escenario el discurso rudimentario del “relato”, señalando al mundo con osadía iletrada el “descubrimiento” criollo: es posible vivir sin trabajar, sin invertir, sin pagar deudas, ahogando el capital productivo, apropiándose impunemente de ingresos ajenos, rebajando la educación, dividiendo la sociedad, fabricando papel-moneda sin respaldo, premiando la corrupción, castigando a la producción, olvidando la infraestructura, consumiendo las reservas y aislándose del mundo.

Tal vez sea injusto, sin embargo, cargar las tintas a Néstor y Cristina. Ellos hicieron lo único que sabían sin ocultarlo. Luego de un lustro de gobierno y dos gestiones desastrosas, la presidenta fue elegida masivamente para su reelección. Su receta fue simple: hacer en secreto lo malo e impostar la publicidad de lo bueno. Ignorar la corrupción y adueñarse de la asignación universal a pesar de haber “robado” una iniciativa opositora. Dividir a la sociedad con épicas inventadas y concentrar la voz oficial en espacios sin posibilidades de debate. El Jardín de Infantes hizo el resto.

Enfrente, una armada de brancaleone prefirió el orgullo de disputar algún céntimo más en la elección y seguir disfrutando bancas “opositoras”, en lugar de articular una alternativa que le diera seriedad al debate público, aunque más no fuera para recuperar algo del prestigio perdido. Desde esta misma columna insistimos hasta el último instante, en 2011, la necesidad de unificar la oferta opositora, recibiendo la respuesta tan infantil como grotesca de aferrarse a las “ideologías”, como si el país viviera en el siglo XIX y el problema nacional tuviera carácter ideológico.

Hoy están a tiempo. Tal vez lean –como lo está haciendo la propia presidenta- a donde lleva negar la realidad. No es gratis: deriva en dejar en sus manos su propia evolución y renunciar a la única herramienta con que cuentan los seres humanos para tomar las riendas de los procesos sociales, que es la política.

Sin política –es decir sin transparencia, sin reflexión, sin diálogo entre miradas diversas, sin acuerdos amplios- el devenir es fijado por quienes se mueven en las sombras, saben lo que quieren y cómo lograrlo. Mostraron cómo pueden poner en jaque incluso a los países y gobiernos más poderosos del mundo, cuando –hasta ellos…- no logran actuar en conjunto para disciplinarlos. Y la política, en este nuevo mundo de mega-poderes fácticos globales, es estéril e impotente si no cambia su actitud agonal por el comportamiento cooperativo. Por más que se levante el dedito, recite el “relato” de memoria y pretenda una infalibilidad  que ya no tiene –y tampoco reclama- ni el mismo Papa.

Ricardo Lafferriere

jueves, 29 de mayo de 2014

Club de París. Igual que el INDEC

Una buena noticia que no nos salva del enchastre
                Los 2000 millones de dólares de más que los argentinos hemos pagado a los acreedores por la “picardía” de Cristina y Guillermo de Moreno al falsificar el INDEC y simular un crecimiento que no existió son una de las consecuencias de haber vivido en las nubes del “relato”.

                De la misma forma, el reconocimiento  al Club de París del 100 % de capital e intereses por el capricho de no haber iniciado las negociaciones apenas salidos del default, implica –al menos- la pérdida de una suma similar. En efecto, en el 2005 se informaba por todos los medios de la época que la deuda pendiente no alcanzaba los 6000 millones de dólares. Hoy son más de 9000.

                Ningún mérito conlleva perder –nada más que por estos dos conceptos- más de cinco mil millones de dólares, sólo por el motivo del capricho y el infantilismo de la gestión kirchnerista. Como es ya usual, demoran años en entender lo que indica el sentido común y el bien del país.

                Arreglar la deuda con el Club de París es una buena noticia, de cara al mundo. Comienza a romper el aislamiento financiero e inversor, y la imagen de país tramposo consuetudinario. Eso es positivo.

                El relato del Jefe de Gabinete, informando con euforia el acuerdo, recuerda al parlamento aplaudiendo de pie la suspensión de pagos de la deuda externa en el 2002. Alegrarse hasta el desborde por haber arriado sus banderas e impostar el ataque a la oposición luego de hacer –tarde y mal- lo que la oposición le viene reclamando desde hace más de un lustro es considerar que el país y el mundo es un gran Jardín de Infantes con la misma lucidez que la corte de aplaudidores.

Por último, considerar un triunfo una negociación en la que se paga la totalidad de lo adeudado, en plazos inusualmente cortos, concentrados en el período del próximo gobierno en lugar de proyectarlo hacia adelante para que sus efectos no golpeen tan duramente el cronograma de obligaciones del país muestra otra chiquilinada, que no hesita en agregar a la próxima administración más artefactos al campo minado que está diseñando.

            Tan infantil como el otro capricho de no respetar  el artículo 4° del Estatuto del FMI, al que sin embargo, se sigue perteneciendo como socio, anulando gran parte de los beneficios potenciales del acuerdo logrado impidiendo acortar los plazos establecidos y evitando algún control público del probable dispendio del gasto estatal en el próximo año y medio.

 Una buena noticia, entonces. Con un trato político que la bastardea, parcializando sus efectos y desperdiciando su potencialidad por la soberbia, egoísmo y corteza de miras de un gobierno que se va.


Ricardo Lafferriere

sábado, 24 de mayo de 2014

Nuevo mundo

"Depender del petróleo importado nos obliga a hacer concesiones a dictaduras sanguinarias y a involucrarnos en guerras lejanas. Cuanto más crecemos, somos más débiles y más dependientes. Este paradigma no tiene salida." Éstas eran las conclusiones que Michael Klare exponía, hace una década, en su libro "Sangre y petróleo: peligros y consecuencias de la dependencia del crudo", llamado a tener una fuerte repercusión en su país y en la reflexión política global.

EEUU se venía involucrando en una guerra tras otra, obligado a defender su "yugular", el petróleo que obtenía del oriente medio. Sostener las autocracias del golfo, regar el desierto de Kuwait, Irak y Afganistán con la sangre de sus soldados y tolerar violaciones de derechos humanos por parte de gobiernos "amigos" no hacía sintonía, precisamente, con la imagen que los norteamericanos tienen de su país y de su papel en el mundo.

China no era aún competencia y Rusia, su viejo rival de la 2ª posguerra,  se encontraba en el punto culminante de su implosión, buscando su rumbo. El "peligro" inminente para EEUU había dejado de ser ideológico. Eran, en ese momento, los fundamentalismos islámicos.

La era Bush-Cheney terminó. Diez años después,  el escenario no puede ser más distinto.

Rusia ha retrocedido a un estadio cada vez más primarizado. Apoya su economía en la superexplotación y exportación de sus recursos primarios no renovables, especialmente petróleo y gas. Ha abandonado la carrera tecnológica, su industria es cada vez más rudimentaria y la consecuencia es su aislamiento creciente acompañado -como es usual en estos procesos- por el endurecimiento de su política y el primitivo uso de formas prepotentes, tanto hacia sus ciudadanos como hacia el exterior (algo sabemos de eso los argentinos).

China, por su parte, ha "avanzado" a la etapa colonialista –apropiación de recursos naturales- y marcha hacia la imperialista –mercados y hegemonía-. Luego de su ofensiva geopolítica en África y latinoamérica, acaba de ubicar a la propia Rusia como su proveedora de materias primas. En una curiosa inversión del escenario de la guerra fría, cuando la superpotencia rusa aparecía como la "hermana mayor" de una China empobrecida y hambrienta, hoy vemos a China lanzada a un rápido desarrollo económico desafiando la preeminencia  norteamericana, "absorbiendo" recursos primarios de países empobrecidos, al más puro estilo del colonialismo del siglo XIX y adoptando en su región comportamientos crudamente imperialistas con sus vecinos.

EEUU, por último, está logrando su independencia energética en base a tres pilares: la reactivación de su programa nuclear, su masiva apuesta por las energías alternativas (especialmente solar y eólica) y la puesta en valor de sus gigantescas reservas de gas y petróleo no convencionales (shale-oil y shale-gas). Ello le ha permitido concentrarse en retomar su impulso tecnológico y se ha instalado como una economía postindustrial, recuperando claramente su liderazgo en los cuatro sectores "estrella" del nuevo paradigma: nuevos materiales, nanotecnología, biotecnología e informática-comunicaciones, cuya confluencia le permite desarrollar aplicaciones que hace pocos años hubieran sonado a ciencia ficción.

La imbricación recíproca es, sin embargo, muy grande. Rusia con China –y con Europa-, China con EEUU, EEUU y China con el mercado global. Los conflictos se han convertido en problemas “interiores” de todo el planeta, al que le falta una “política global” que enmarque los esfuerzos, procese los intereses encontrados y defina los objetivos. La amenaza del “regreso de la geopolítica” es, en este escenario, un grito de cisne, último estertor del mundo que se va. No debe ignorarse, por supuesto, ya que aún está en condiciones de hacer daño. Pero tiene poco que ver con el nuevo mundo y será superada por la realidad.

Los desafíos de la nueva agenda no requieren tanto lucha como cooperación, porque atraviesan el interior de todos los países, donde también los actores están fuertemente imbricados y son protagonistas de un cambio que no es lineal sino asincrónico, pero sí universal.

Curioso escenario, escasamente relacionado con el existente en la inmediata post- guerra fría y a años luz del mundo bipolar de la 2ª posguerra animado por la lucha entre sistemas antagónicos. Las tensiones son distintas y se relacionan más bien con el diseño del sistema global, los límites en la explotación del planeta, la inclusión de los excluidos y el disciplinamiento de actores que ponen el riesgo todo el sistema, como el desborde especulativo, el narcotráfico y las redes delictivas.

Diálogo y reflexión estratégica madura. Ese es el método, lejos de los gritos e impostaciones del dedito levantado y de las acusaciones destempladas. Lejos del "ellos o nosotros" y ubicándonos todos en el "nosotros" que requiere, por definición, cooperación en lugar de lucha sin cuartel.

Es la potente señal del nuevo mundo retumbando en el vacío de una reflexión local que parece haber renunciado a la indagación creadora para atrincherarse en la repetición acrítica de conceptos políticos y definiciones "ideológicas" aprendidos hace más de medio siglo, para un mundo que desapareció.

Ricardo Lafferriere

martes, 20 de mayo de 2014

Ajustarse cinturones, turbulencias a la vista

En cálculos de la consultora M&S publicadas por Ámbito Financiero, el BCRA deberá emitir alrededor de Cien mil millones de pesos para financiar las necesidades el Tesoro Nacional en lo que resta del año.

La suma equivale a alrededor de un tercio de la base monetaria.

El financiamiento del gasto público con emisión significará un fuerte impulso inflacionario, que sin embargo podría neutralizarse –como ha sido la actitud del BCRA en los últimos meses- elevando la tasa de interés a fin de “chupar” la moneda que el Estado volcará al mercado. Si así no ocurriera, la situación de desconfianza generalizada en el gobierno nacional provocará una fuerte presión hacia la divisa, en un período –el segundo semestre- en el que las entradas y disponibilidades de dólares prácticamente desaparecen, al agotarse el ingreso por venta de soja.

La conducción económica se encontrará entonces frente al siguiente dilema: si no aumenta las tasas, volverá la fuga de divisas con todo lo que implica como elemento desestabilizante de los mercados. Y si aumenta las tasas, el enfriamiento de la economía –que ya lleva varios meses con números negativos- se acentuará, llegando a fin de año -tiempo de los piquetes y protestas- al rojo vivo.

Recordemos que la inflación real se encuentra hoy ya en alrededor del 40 % en los últimos doce meses,  según los cálculos privados más confiables y la medición conocida como “inflación Congreso”. La oficial no existe, ya que no se ha realizado la rectificación de la medición “INDEC-Mentira” luego de la puesta en marcha del nuevo índice, que también es ya motivo de fuertes sospechas de manipulación –al igual que el anterior-.

La tasa de interés, por su parte, se ha fijado en un piso del 30 %, y alcanza a los consumidores minoristas –por ejemplo, titulares de tarjetas de crédito- a más del 60 %, al que hay que agregar un 25 % más como piso –en ambos casos, Tasa Efectiva Anual- si existiera mora. Obviamente, los créditos personales se han derrumbado, y con ellos el consumo de bienes durables. Eso enfría la economía, provocando despidos, destrucción de empleos y reducción de la demanda global..

No es un buen panorama. Y como lo dijimos en nuestra nota de la primera semana del año, no tiene posibilidad de serlo por la situación de extrema desconfianza que el gobierno cosecha ante su discrecionalidad y alegre violación de normas e instituciones, lo que lleva a las personas a tomar conductas defensivas para preservar sus recursos, sus ahorros y sus ingresos. Los argentinos desconfían de la señora.

Sólo habría un camino para acelerar el rebote: un gobierno de unión nacional y un programa económico de emergencia respaldado por todo el arco político que genere la confianza y provoque el cambio de la actitud de los ciudadanos volcándolos a una fuerte actividad inversora. Los argentinos sabemos que ello es imposible, y –curiosamente- no por el recelo opositor, sino por el capricho oficialista. La señora no quiere.

Deberemos, entonces, resignarnos a un año y medio de agonía. Y a pedir a los candidatos a la sucesión -todos ellos, infinitamente más sensatos que la actual- claridad en sus propuestas, para poder votar bien.



Ricardo Lafferriere

sábado, 10 de mayo de 2014

Violencia, política y poder

¿Es justo vincular al gobierno con la ola de violencia que se está instalando en la Argentina?

Desde esta columna, hace ya varios años venimos alertando sobre el avance de la intolerancia en la convivencia. También advertimos sobre el peligro que el contra-ejemplo del relato oficialista trascendiera hacia la sociedad, que fuera otrora modelo de convivencia en América Latina.

La Argentina era caracterizada por su apertura a aceptar lo diferente, tal vez como efecto beneficioso de la recepción de tantas corrientes migratorias que llegaron buscando nuevos horizontes, ante la crisis y violencia en sus países de origen. En este aspecto, alguna lejana similitud con Australia, Canadá o Estados Unidos parecía ubicar a Argentina como el país de los “pioneros” en el sur de América.

Así lo describen las crónicas de viajeros en tiempos del Centenario, cuando uno de cada cuatro pobladores del país había nacido en el exterior, porcentaje que en la ciudad de Buenos Aires alcanzaba a las dos terceras partes de la población. Hasta mitad del siglo XX, nuestro país recibió a los emigrados judíos perseguidos por los nazis, a los nazis perseguidos por los aliados, a los republicanos perseguidos por los franquistas y a todos corridos por la guerra y el hambre.

Por supuesto que siempre existieron reflejos intolerantes, porque las unanimidades no se llevan bien con las sociedades humanas. El espíritu predominante, sin embargo, seguía el paradigma de la tolerancia y la integración.

En algún momento de comienzos de la segunda mitad del siglo XX el virus de la intolerancia fue sembrado nuevamente. Había comenzado su desborde en  1930, con el golpe que derrocó a Yrigoyen, pero la polarización extrema comenzó en tiempos del segundo gobierno peronista, tal vez como coletazo de la impronta seudofascista de algunos de sus componentes y se profundizó con la Revolución Libertadora con los fusilamientos políticos que habían sido superados con la organización institucional del país, a mediados del siglo XIX. Sin embargo, aún en esos tiempos, la violencia sería la excepción, indudablemente condenada por la opinión mayoritaria. Se daba en el “escenario”, pero no era aceptada por la sociedad. La represión antiperonista en el “escenario” no fue acompañada por la polarización en el cuerpo social, que mostró innumerables hechos de solidaridad con los perseguidos protagonizados por sus antiguos rivales en el seno del pueblo.

La segunda mitad del siglo XX fue el contra-modelo. La creciente intolerancia interna fue acompañada por las proyecciones locales de la Guerra Fría. Insurgencia y Contrainsurgencia terminaron conjugándose con violencia guerrillera y violencia estatal. Inundaron de sangre las calles, sin que ninguno de los protagonistas pudiera reclamar inocencia. La violencia dejó de ser condenada y pasó a ser venerada. Matar dejó de ser pecado y se convirtió en una técnica de lucha. La sublimación llegó con la dictadura, cercana al “mal absoluto”. Sin embargo, la sociedad no expresaba esta polarización. La violencia era un fenómeno, una vez más, del “escenario”.

1983 implicó por eso un hito. Fue la sociedad volviendo por sus fueros, ante ese escenario público que había perdido los valores. Lo lideró una convicción de convivencia expresada en la Constitución, corporizada en el liderazgo de Alfonsín y la propuesta política del radicalismo. La convivencia sería el nuevo “ethos”, con grandes esfuerzos del presidente de entonces para responder con gestos de concordia a las constantes convocatorias a una nueva polarización.

En un hecho sin precedentes dos ex presidentes constitucionales fueron los invitados de honor a la asunción del nuevo gobierno. Viejos rivales del nuevo mandatario, Arturo Frondizi e Isabel Perón, izaron la bandera nacional en la Asamblea Legislativa que le tomó juramento. El candidato derrotado fue invitado por el victorioso a ocupar la Presidencia de la Suprema Corte de Justicia, ofrecimiento que declinó. La pluralidad de propia Corte fue un ejemplo, con uno solo de sus miembros políticamente cercano a la fuerza de gobierno.

El país comenzó a edificar su democracia y debe reconocerse que hasta la crisis del 2001 la convivencia se impuso sobre la polarización. No hubo en ninguno de los presidentes entre 1983 y 2002 invocaciones a la violencia, la intolerancia o el desconocimiento del adversario.

Hasta 2003. Ahí cambió el papel modélico del poder. La convocatoria a la división, la polarización y la intolerancia se hizo una constante. El “Nosotros” contra “Ellos” reemplazó al “todos juntos”. El relato público perdió mesura, expresándose en alaridos simbólicos y literales. Terminó proyectándose hacia la propia sociedad. No eclosionó allí hasta que las dificultades económicas le dejaron el campo abonado. Pero cuando esas dificultades se mostraron, también lo hizo el espíritu de intolerancia facciosa y personal sostenido en lo intelectual por la construcción teórica del conflicto, actualización de Schmidtt recreada por Laclau y reproducida por Carta Abierta. La visión confrontativa, polarizante y totalitaria que convertía en enemigo a quien pensara diferente volvía a instalarse en la Argentina y hoy vemos sus consecuencias.

Abuelos asesinados, niños abusados y atacados con violencia por sus propios compañeros, peleas sindicales que terminan a los tiros, relato presidencial estimulando la violencia de los barras bravas, devaluación de las buenas conductas y justificación grotesca de los actos delictuales, tolerancia y hasta imbricación con las redes de narcotráfico y de delitos aberrantes, demérito de actitudes valiosas y exaltación del cinismo, la mentira y la violencia, han sumido al país en un grado de tensión en su vida cotidiana que hace décadas no sufría.

Desde la humildad de esta columna apoyamos el espíritu del llamado episcopal. Lo hacemos como laicos, entendiendo que la dignidad del ser humano no puede fragmentarse en religiones, ideologías o identidad de pensamiento. Pero reconocemos que esa convocatoria a una convivencia decente traduce lo mejor de la historia de este pueblo.

Todo lo que refleje, estimule o incite a resolver diferencias a los gritos, a los golpes o a los tiros, es lo peor del país. Sea el discurso presidencial, el exabrupto de un dirigente, la violencia seudo graciosa en algún programa masivo de entretenimientos, la discusión crispada en paneles de la TV, la tolerancia frente al “bullying" o la reacción exasperada en un incidente de tránsito.

Debemos aislar esas conductas, marcarlas y erradicarlas. Es responsabilidad, como en 1983, de todos y de cada uno. La violencia, en la política o en la sociedad, degrada la convivencia porque en el fondo, se apoya en el desprecio a la dignidad intrínseca de los seres humanos. Nada estable ni valioso puede construirse sobre ella. Esta responsabilidad de todos no oculta, sin embargo, la primaria responsabilidad del poder. Éste, con su ejemplo, instala paradigmas que acaban siendo seguidos, para bien o para mal, por la mayoría de la sociedad.

Ricardo Lafferriere

lunes, 5 de mayo de 2014

Los temas que vienen

El gobierno kirchnerista ha comenzado a recorrer la última parte de su mandato, con el plazo fijo e irrevocable fijado por la Constitución. En menos de dos años, el país comenzará otra etapa que, a estar por las características de los candidatos presidenciales de mayor representación actual, tendrá cambios importantes en el estilo político.

Lo que no cambiará con el cambio de presidente son los problemas, que estallarán en el presente año y el que viene con mayor virulencia que lo que hemos visto hasta ahora. No sería mala idea revistarlos para que la campaña electoral sea el ámbito en el que podamos escuchar las diferentes propuestas, no ya alrededor de la “agenda electoral” de fechas, plazos y alineamientos, sino sobre la del país. Entre otros:

Reconstruir los equilibrios constitucionales y la convivencia. No será sencillo, pero sin ello difícilmente logre instalarse el clima de confianza que estimule inversiones, propias y ajenas. El federalismo destrozado necesita el dictado de la Ley de Coparticipación Federal, sin la cual las provincias seguirán su marcha hacia la insignificancia, trasladándola a los municipios. La justicia colonizada requerirá un máximo esfuerzo de sintonía fina y madurez para separar “la paja del trigo” y recuperar la dignidad de un poder independiente. Y la violencia instalada en la convivencia no es ya la del escenario público (como en los 70) sino que ha hundido sus raíces en el estilo de vida de la sociedad. Asesinatos de ancianos, asaltos con muertes y hasta niños con instintos agresivos desbordados son el resultado de una polarización impulsada desde el poder durante una década, convirtiendo en enemigo al que piensa diferente o que, simplemente, no hace lo que alguien con más poder espera que haga.

Relanzar la actividad económica. Requerirá volver a “fondear” el Estado saqueado por la corrupción ramplona y el populismo irresponsable. 

Está desfinanciada la ANSES, pero también quedará vacío el BCRA, pero a los jubilados habrá que seguir pagándoles y a la industria brindándole insumos importados para su funcionamiento. La presión impositiva impide –en los actuales niveles- cualquier renacimiento productivo, pero el fuerte endeudamiento interno del Estado dificultará su reducción. Una economía cuya única diferencia con “los 90” ha sido la fuente de endeudamiento -antes externo y ahora interno- no ha cambiado la esencia del problema: el Estado sigue exactamente igual de inútil y saqueador de la economía productiva. 

La inflación que dejará el kirchnerismo, a pesar de la insinuación de cambios en los últimos tiempos, se encontrará entre el 50 y el 100 % anual, y con esa tasa es absolutamente imposible pensar en créditos, inversiones y estabilidad. Pero reducir esa tasa requerirá esfuerzos fiscales extraordinarios, en un momento en que, por el contrario, la necesidad de inversión pública para recuperar lo destrozado en esta década será singularmente demandante.

Rehacer la infraestructura. El transporte ferroviario, la hidrovía, las rutas, las comunicaciones, las redes de agua potable y cloacas, la vivienda, se encuentran en un deterioro insoportable, insuficientes para las demandas de los ciudadanos e incompatible con un proceso de crecimiento. Pero el mayor desafío es el energético, en el que se necesitarán entre 6.000 y 10.000 millones de dólares por año para recuperar lo perdido y proveer a las necesidades de una economía que retome su marcha. Es mucho dinero y será imposible sin fuertes inversiones internacionales, las que vendrán sólo a un escenario de estado de derecho, imparcialidad de la justicia y erradicación de la discrecionalidad.

Impulsar nuevamente la masificación y la excelencia educativa. Cualquiera de los dos desafíos sólos son muy costosos. Ambos a la vez lo serán aún más. Pero tanto la convivencia como la posibilidad de un desarrollo inclusivo requieren ciudadanos educados y capacitados, así como un sector científico-técnico imbricado con el mundo y con un sólido desarrollo interno.

Reconstruir la defensa. El país ha liquidado sus sistemas defensivos, en un mundo que está abandonando el período de paz que había parecido instalarse para siempre. El “monstruo grande que pisa fuerte”, la guerra, anda rondando motivada por las razones más diversas. La Argentina necesita desarrollar un sistema defensivo profesional altamente calificado y tecnológicamente avanzado. Cuesta dinero, pero no hacerlo es un peligro, porque obligará a depender de otros para nuestra propia seguridad. El ejemplo de Ucrania, como ayer de Georgia, son alertas sobre la indiferencia con que los terceros países observan las agresiones cuando no afectan sus directos intereses nacionales.

Y por último, recuperar la dignidad y el respeto internacional. Nuestro país ha caído en la consideración global a uno de los escalones más bajos. La Argentina se ha desplazado en esta década hacia una especie de “hazmerreír” del mundo y de la región. 

La urgencia de recomponer nuestras relaciones con todos los países del mundo abandonando las actitudes impostadas para adoptar comportamientos maduros será una condición para poder imbricar nuestra economía en las cadenas de valor, volver a ser protagonistas en la construcción del entramado legal de la globalización y participar en las iniciativas hacia un mundo en paz, con mayor seguridad e incluyéndose en los esfuerzos cooperativos contra los riesgos globales: la violación de los derechos humanos, el cambio climático, las redes delictivas, el libertinaje financiero, las epidemias, la reconversión energética, la protección de la biodiversidad y la explotación racional de los recursos naturales.

Los mencionados son algunos de los graves temas de agenda de los años que vienen. Para enfrentar éstos –y otros- será imprescindible una política que haya erradicado el “ethos” confrontativo implantado por el kirchnerismo con consecuencias patéticas, reemplazándolo por el cooperativo, y ello no cambiará con el resultado electoral del cual, afortunadamente y cualquiera sea el resultado, surgirán liderazgos que habrán erradicado la pesadilla de esta década.

Sin embargo, el debate sobre estos temas no ocupa aún la agenda política. Al contrario, ésta parece estar conducida por el escenario electoral en formación. Es, por supuesto, un tema apasionante. Los escarceos de declaraciones cruzadas y pases de dirigentes, en última instancia, afectan a los protagonistas y van configurando el escenario. Pero sería mucho más apasionante debatir en forma madura cómo enfrentaremos los problemas del país. Esos que nos afectan a todos y nos acompañarán por años.


Ricardo Lafferriere