martes, 1 de septiembre de 2015

Devaluación y cepo: la opinión de un lego

Mauricio Macri disparó la polémica con su anuncio: “El cepo se levantará en 24 horas”.

Ninguno rechazó el amague. Massa opinó que lo haría “en unos meses” y Daniel Scioli sostuvo que la tarea le demandará “un par de años”.

Roberto Lavagna, a su vez, acaba de declarar que el levantamiento del cepo en 24 horas requeriría una gran devaluación, posición en la que acompaña a los economistas oficialistas. En realidad más que tener razón, Lavagna es benévolo: en el actual escenario, no hay devaluación que alcance para frenar la estampida.

Han abierto tanto su pronóstico los economistas que el autor, que no lo es, se atreve a opinar apoyado en el simple sentido común: todo es posible.

¿Cómo pueden existir tan diferentes opiniones especializadas en un tema que –se supone- responde a una ciencia que no es ajena a los números y a los cálculos? ¿Pueden ser tan diferentes las matemáticas?

En realidad, no es un problema matemático sino político. Depende del marco en el que se actúe, de la coherencia del programa político-económico y social que se diseñe, de la confiabilidad del gobierno que lo haga, de su respaldo político interno y de su receptividad internacional.

Imaginemos por un instante un escenario imposible: que el kirchnerismo siguiera gobernando el país. En esa hipótesis, el cepo no sólo no sería “levantable” en ningún tiempo previsible, sino que lo más probable sería una profundización de medidas policiales, la creciente tensión económica que se trasladaría a lo social vía desabastecimiento y/o hiperinflación y por último una crisis política de proporciones, al estilo del escenario que hoy vive Venezuela, con muertos proliferando diariamente, supermercados asaltados, colas de cuadras para conseguir pan o leche, opositores presos sin proceso y violencia instaurada como norma, al estilo ley de la selva.

Eso no ocurrirá, simplemente porque el kirchnerismo tiene plazo fijo. Lo que viene son matices más o menos heterodoxos en el camino de desmontar la parafernalia de dislates construida por el oficialismo –principalmente, por la presidenta- en la convicción de que en pleno siglo XXI es posible vivir en una sociedad en la que las conductas de todos estén decididas por la voluntad de una persona.

¿Se podría levantar el cepo rápidamente? Los economistas –todos- saben que sí. También saben que para hacerlo, es imprescindible reducir el déficit fiscal, objetivo posible en forma programada con un gobierno lúcido, que a la vez que normalizar las cuentas internas logre reconstruir su vinculación con el mundo financiero internacional, con el propósito de contar con un “puente” de financiamiento entre el comienzo y el fin del proceso de normalización que evite las tensiones sociales, la caída abrupta del salario y los despidos masivos.

Pero también saben que no. Es imposible levantar el “cepo” manteniendo la filosofía de los controles cambiarios no homologables con el mundo. Hay una razón filosófica y una práctica. La filosófica es que el concepto de “cepo” oculta la idea de que la propiedad de los bienes no se basa en un derecho constitucional sino en la discrecionalidad del gobierno. Las divisas son de quienes las generan, no del gobierno. Un gobierno que considere que las divisas son suyas, por definición, no es confiable. La razón práctica es que nadie invertirá donde en el mismo momento de su inversión se le confisca el 30 % del valor de mercado de su capital, y luego no se le permite disponer del fruto económico que genere su proyecto.

Pero como adelantamos, eso ya no ocurrirá porque el kirchnerismo pasará a ser historia. Lo que viene buscará, necesitará buscar, cambiar esa perspectiva.

¿Quién pude lograr ese escenario? Quien antes que nada, se lo proponga. Es un camino incompatible con la verborragia de opereta, la fragmentación interna y la irresponsabilidad de gestión. La normalización fiscal requiere confianza y la confianza requiere coherencia entre dichos y hechos en el diseño y la ejecución de un camino sensato. Si se logra ese “puente” y se ejecuta, el cepo puede durar horas: no sería necesario contar con un ajuste para ubicar el precio de la moneda nacional en un camino ascendente.

Habría inversiones en sectores de infraestructura rezagados durante una década por malas decisiones (que han respondido a caprichos, conveniencias personales o corrupción, más que a necesidades económicas), habría préstamos internacionales para financiarlas y se abrirían espacios de negocios que naturalmente serían ocupados por quienes hoy prefieren inmovilizar sus ahorros ante la imprevisibilidad que le genera la actual gestión.

¿Cuánto tardaría esto en realizarse? La respuesta también se abre en abanico. Hoy mismo existen contactos entre interesados en realizar grandes inversiones y los equipos de los principales candidatos presidenciales. Cambiado el rumbo, la carrera por llegar primero también se dispara en horas. No es aventurado decir que apenas se decida la conducción del nuevo gobierno, comenzarán a tejerse acuerdos cuya concreción se realizará rápidamente, tal vez en días.

¿Habrá turbulencias? Es posible que sí, pero no tanto por la relación peso-dólar, sino por el estrambótico descalce de los precios relativos internos y por la gigantesca irresponsabilidad fiscal de los últimos tiempos kirchneristas. Sin embargo, también existen reservas en manos privadas de compatriotas que han sido previsores armando su “colchoncito” fuera del alcance de las ocurrencias kicillescas. Después del 2002, es muy difícil que vuelvan a encontrar a los argentinos con sus ahorros encerrados en las cuentas bancarias. Un “corralón” hoy tendría apenas la dimensión de un gallinero.

Habrá, sí, viento de frente como el que nunca atravesó el kirchnerismo en el poder. Será necesario inteligencia estratégica y flexibilidad táctica. El mundo viene complicado ante los tropiezos de China, las complicaciones geopolíticas del Oriente Medio y la crisis económica y migratoria europea. Pero a la vez, ha comenzado a recuperarse la otra gran economía del mundo, la norteamericana, que probablemente retomará su papel de locomotora mundial.

Por nuestra parte, ha sido tan fuerte la decadencia que nuestros problemas, ubicados en el mundo, casi entran en una dimensión micro, más que macro. Recuperar el atraso demanda una sintonía de medidas serias de gestión con inteligentes proyectos para retomar la marcha, pero es posible.

En síntesis: el cepo, con el que comenzamos la reflexión, puede levantarse en 24 horas, en cuatro meses, en dos años o nunca. En realidad, en gran medida, depende de la decisión y la convicción de los propios argentinos.


Ricardo Lafferriere

sábado, 22 de agosto de 2015

Identidad

La “brecha”…. la maldita “brecha”, cuya dimensión ha sido potenciada casi hasta el límite de la tolerancia recíproca por esta “década”, alcanza no sólo a la grotesca impostación ideológica, que en otros tiempos apasionaba corazones idealistas pero hoy muestra al desnudo su crudo y mendaz rostro delictivo.

“Izquierdistas” represores, “progresistas” ladrones, “revolucionarios” de pacotilla tomando por asalto un presupuesto alimentado con la pobreza que causa la inflación y las exacciones impositivas a los que trabajan, “intelectuales orgánicos” frente a los que los de la dictadura stalinista parecen santos. Todos ellos nos hacen preguntarnos –confiesa el autor que no pocas veces lo ha inundado el interrogante- sobre si existe un común denominador que vincule a ambos “bandos” de la realidad argentina.

Es que la “brecha” alcanza a los contradictorios más estrambóticos. No es lineal, aunque en uno de sus extremos se ubica siempre, como generador, el mismo núcleo de pensamiento y acción, intolerante, excluyente, inmoral, banal, desdeñoso, despectivo y soberbio para con quien piensa diferente.

“Villerito europeizado”, ha sido el más benévolo de los calificativos con que un funcionario kirchnerista formoseño ha calificado las declaraciones de Carlos Tévez, referidas a la falta de igualdad en el país, respondiendo a la pregunta de “¿cuál es el tema que más te golpea?”

Su ejemplo fue Formosa, como lo es de muchos de quienes analizamos la etapa kirchnerista. “El hotel donde paramos es un cinco estrellas, con Casino y todo. Las Vegas… mientras afuera del paredón, la gente se c…. de hambre”. Nada que no sepamos, aunque dicho por alguien que no juega en política, sino que se ha formado con su propio esfuerzo y alcanzado su papel de liderazgo deportivo popular sin perder su esencia, su identidad y sus notables valores solidarios.

“Respetar las normas te facilita la vida”, fue otra de las respuestas ante la aguda pregunta del periodista sobre la presunta “dureza” de la vida en un país donde rige la ley. Respetar las normas y no quejarse sino justificar hasta su propia detención por la reiteración de su falta de conducir sin registro, por la que tuvo que cumplir trabajos comunitarios como cualquier ciudadano.

Quien escribe confiesa que se siente cerca, muy cerca, del trasfondo ético y moral del villerito europeizado y en las antípodas del funcionario “nacional y popular” de un gobierno que masacra indígenas, humilla a los pobres clientelizándolos, se enriquece con fondos públicos mal habidos, mata jóvenes opositores y se imbrica con el narcotráfico.

Y también confiesa que el interrogante le sigue golpeando el cerebro: ¿hay una identidad común entre argentinos ubicados en las dos orillas de “la brecha”?  ¿Podemos afirmar aún que pertenecemos al mismo pueblo?

Las preguntas golpean, por sus implicancias. Tal vez sea preferible auto convencerse que la brecha no es más que una enfermedad transitoria que contagió a muchos, como una epidemia que pasará, tan rápido como llegó. Que es un episodio triste y negro como los varios que hemos pasado en la historia del país. Que salimos hasta de la dictadura. Que no puede ser eterna. Que soldaremos la brecha con una gran bandera de unidad nacional.

La duda, la gran duda, es que ese autoconvencimiento no sea más que un atajo voluntarista para poder seguir creyendo en la unidad de los argentinos. Que nos resulte insoportable la idea de compartir la identidad nacional con los señores feudales, genocidas y ladrones. Y que no debamos para ello abandonar la solidaridad visceral, democrática, patriótica y honesta con los valores maravillosos del villerito europeizado, que reflejan con sencillez los mejores valores de la historia patria.

Lo que parece claro es que los argentinos difícilmente soporten en paz social la prolongación de la provocación permanente, por cadena nacional, de los nuevos profetas del odio, de la mentira y del desprecio. Porque en ese caso la brecha, la maldita brecha, puede seguirse ampliando al punto de no retorno que no deje espacio ni siquiera para el ejercicio voluntarista del autoconvencimiento de ser aún un país con identidad compartida y con un pueblo que convive.


Ricardo Lafferriere




lunes, 17 de agosto de 2015

El ideólogo

"Él no cree en el rol del Estado, y yo sí creo en el rol del Estado. Pero a buena hora que se haya desenmascarado su idea de país", fue la terminante afirmación del gobernador de Buenos Aires para referirse a su rival en la carrera presidencial  y actual Jefe de Gobierno porteño.

La afirmación hubiera podido ahorrarse, en un momento en que la ausencia del “rol del Estado” ha quedado evidenciada sin necesidad de comentarios ante la absoluta ausencia de infraestructura –canales, endicamientos y defensas- en las zonas más pobladas de la provincia de Buenos Aires luego de una década de gestión propia y de casi tres décadas de gestión de su partido.

Pero más hubiera podido ahorrarse para evitar la necesaria comparación con lo ocurrido en estos años en la Capital Federal, donde las obras realizadas y aún sin haberse completado totalmente aún el plan previsto han erradicado las mega-inundaciones del Arroyo Maldonado, cuando no se inundan más los barrios bajos de Belgrano por las obras en los arroyos Vega y Medrano y cuando La Boca, tradicional barriada azotada por las sudestadas, hace años que no debe soportar la periódica invasión hídrica de otros tiempos. Obras que –bueno es recordarlo- debieron realizarse en plena planta urbana de la ciudad más grande del país y con trabajos subterráneos, con lo que implican como desafíos de ingeniería y costos económicos.

Si. Fue Scioli hablando de Macri. Por supuesto, la impostación del libreto ideologicista es la última razón del mentiroso. No será esta columna la que defienda la ideología de unos y otros, que cada uno sabrá cómo hacerlo. Pero parece justo al menos aportar una palabra reflexiva en un momento en que los argentinos estamos por definir el rumbo de un nuevo ciclo político.

“Los tenemos bien identificados” –ha dicho el gobernador-. Es “la campaña que llevan adelante sus tuiteros a través de las redes sociales con una campaña sucia y negativa en todo momento. Es una hipocresía total, esto hay que decirlo con todas las letras". En nuestro campo existe un dicho que seguramente debe provenir de algún antiguo proverbio: “…Chancho hablando de limpieza…” Porque no son justamente los integrantes del oficialismo, con miles de twiteros a sueldo desprestigiando a quien se atreva a cuestionar sus políticas o sus actos quien pueda quejarse de la expresión de la gente en las redes sociales.

El papel del Estado, mal que le pese al gobernador de Buenos Aires, ha sido sustancialmente más presente y exitoso en la Capital Federal que en el distrito que él ha administrado durante dos períodos. Y esto no se debe a ninguna razón ideológica, sino de simple sentido común. El Estado tiene la función indelegable de planificar las grandes obras de infraestructura, sea cual fuere la ideología del gobierno. Lo hace en Estados Unidos y en China, en Rusia y en Brasil, en España y en Australia.

La afirmación el algo mucho más rudimentario que un debate ideológico. Es sencillamente una supina incapacidad de gestión comparada  con una administración que, sin necesidad de invocarse como ninguna maravilla, ha hecho lo que debe con los fondos públicos con mayor eficacia y respeto por los vecinos.

Si en esta nota las cotejamos es, además de porque así lo ha propuesto el  Gobernador bonaerense, porque nos resistimos a la cantinela del chantaje ideológico para ocultar la incapacidad, la corrupción y el humillante clientelismo despreciados no sólo por la opinión republicana ortodoxa, sino también muchos peronistas indignados por la falta de sentido social de un gobierno que han apoyado y sienten que no merecen.


Ricardo Lafferriere

lunes, 10 de agosto de 2015

No es aritmética , es ajedrez

Ha cambiado el mundo, ha cambiado el país y ha cambiado la política.

Algunas veces nos hemos referido en esta columna a la superación de los tiempos de la “democracia de partidos”, que pusiera en foco hace ya tres décadas Bernard Manin, en una reflexión que ya fuera insinuada por Rosanvallon con su idea de la “contrademocracia”.

En el mundo de hoy, al menos el mundo occidental en el que vivimos, se ha visto un florecer de la independencia de criterio de las personas, que rescatan las potestades que en otros tiempos delegaban en colectivos en los que sentían representadas: partidos, gremios, iglesias, asociaciones. Se ha entrado en la “democracia de audiencias”.

Eso no quiere decir “aislamiento” individual, sino la ruptura de la continuidad y la permanencia en las adhesiones. Éstas cambian, según la percepción que las personas tienen de su utilidad en cada momento. Cambian y no generan obligaciones, en una muestra voluble de individualismo que hubiera repugnado en otros tiempos pero que hoy no acarrean condenas públicas sino comprensión o, en el peor de los casos, indiferencia.

¿Qué se hubiera pensado, hace apenas un par de décadas, de un dirigente que sostuviera, sin sonrojarse “En la elección interna votaré a fulano, y si pierde, a Mengano. Pero si no ganan ni uno ni otro, no votaré al candidato ganador del espacio, sino al de una fuerza rival”? ¿Se hubiera considerado siquiera la posibilidad de concederle una candidatura, aunque sea secundaria –no ya el rol de liderazgo-? ¿Se le hubiera concedido –nada menos que por un partido de tradición orgánica- ese papel a un dirigente que hubiera atravesado tres espacios políticos diferentes en menos de una década, entre ellos un papel sustancial integrando el gobierno del adversario principal, otorgándole la más importante representación en juego?

Hoy, eso parece natural.

¿Se equivocan las encuestas, o es que esperamos de ellas que obtengan fotografías de futuro, de acontecimientos que aún no han transcurrido y por lo tanto, por definición, es imposible medir?
En tiempos del mundo “sólido”, adhesiones permanentes y colectivos estables era más sencillo. Una persona que adhería a un partido político, una religión o una agrupación gremial volcaba en ella una pasión comparable a la adhesión al equipo deportivo de sus amores, tal vez el último rincón de las pasiones permanentes que aún subsiste. Difícilmente cambiara, y si lo hacía arriesgaba hasta el descrédito social.

En consecuencia, era más sencillo prever lo que ocurriría, ya que al nivel de los “Main Streams” de cada sector las variaciones no serían tan grandes. 

Eso terminó. Las adhesiones hoy pueden durar 24 hs…

Una fuerza política votada en una elección podía descontar el apoyo de sus seguidores, “apasionados” en cuanto partidarios, fuere como le fuere en el gobierno. Eso se reduce cada vez más, aunque sus restos aún persistan como arcaísmos vetustos en los bolsones más clientelizados de la sociedad.

Cada proceso electoral es una demostración de esta voluble variabilidad ciudadana.

¿Eso es negativo? Pues… así funciona la sociedad, y no es una cuestión de valores, sino de hechos.

El desafío para la política agonal no es menor, ya que se ha producido un desdoblamiento del “contrato de representación” sobre el que se edificaron las democracias modernas.

En la idea clásica de la etapa de democracia de partidos ese contrato incluía dos contenidos: la asignación eventual del gobierno a un partido o coalición, bajo la contrapartida de que ese partido o coalición llevaría adelante determinadas políticas públicas establecidas en sus programas.

La incertidumbre del mundo globalizado, que Beck caracterizó como “sociedad del riesgo global”, convierte ese contrato en uno de imposible cumplimiento. Las situaciones internas dejaron de depender de decisiones de los actores de la sociedad nacional para quedar sometidas a incertidumbres imprevisibles relacionadas con un abanico de riesgos fuera del alcance de las gestiones locales, desde climáticos hasta terroristas, desde crisis financieras y deudas impagables hasta imprevistos energéticos, desde precios internacionales que oscilan entre extremos hasta conflictos bélicos localizados que afectan a todos los países, pero cuyas consecuencias deben enfrentarse en cada país –donde tienen su efecto causando crisis sucesivas- porque no existe un gobierno global que las encauce.

La consecuencia es que la asignación de un gobierno no conlleva –y no pueda ya conllevar- obligaciones programáticas puntuales, probablemente de cumplimiento imposible por más buena voluntad o dedicación que se vuelque en la gestión, la que deberá enfrentar los imprevistos que aparezcan. De ahí el recelo –comprensible- que los candidatos serios muestran sobre sus “propuestas” o “programas”: saben que si gobiernan, probablemente necesiten la mayor libertad de acción. Sólo se atreven a proponer  medidas concretas cuando su llegada al poder es muy lejana.

¿Qué tiene en cuenta el ciudadano, entonces, para decidir su voto? En la convicción del autor, no es el contenido de las medidas programáticas, sino la percepción sobre la capacidad y calidad de gobernabilidad que la mayoría intuya ante las diferentes ofertas. Esa percepción no responde a una mirada lineal y –ni siquiera- a una identidad ideológica o programática, sino a la intuición sobre la capacidad de responder en forma adecuada a los imprevistos que se generarán durante el período de gobierno que se delegue. Se llama “confianza”, y se construye lentamente.

¿Cómo defienden las personas entonces, se preguntarían muchos, los contenidos de las políticas que desearían ver aplicadas? Pues, con la infinidad de formas de participación directa e indirecta que hay en la sociedad moderna, desde las redes sociales hasta las marchas, desde los piquetes hasta las huelgas, desde los petitorios hasta el castigo en las elecciones. Derechos ciudadanos que no se delegan en nadie, ni siquiera en un gobierno “propio” o afín, sino que se reservan en el fuero personal de cada uno.

Seguramente a muchos le resultará curiosa la insistencia obsesiva conque hemos defendido desde esta columna la necesidad de una articulación sólida pero muy amplia del pensamiento democrático-republicano sobre bases éticas, para crear una alternativa creíble de gobierno que generare equilibrio al sistema político. Antiguos cofrades de mi vida anterior no alcanzan a entender cómo puedo sostener, no ya desde la política sino desde una simple tribuna ciudadana –no otra cosa son estas columnas- el acercamiento entre protagonistas que en otros tiempos –y tal vez, en tiempos futuros- pertenecían o pertenecerán a alineamientos diferentes.

La respuesta es sencilla y la dan los hechos. Si desde la oposición a la actual gestión populista no hay capacidad de crear una alternativa de liderazgo, organicidad, confiabilidad y capacidad de contención a la mayoría de los sectores sociales, los ciudadanos seguirán votando a quienes sí les generan esa sensación. El oficialismo lo entiende. Su primera muestra es la capacidad de disciplinar a un arco que, aun proponiendo un candidato de perfil históricamente “moderado”, logra sumar hasta los extremos que expresan Bonafini y D’Elía. Otra, la del “amigo del Papa”, absolviendo el compromiso narco en pos del poder a cualquier precio.  Otra, de compatriotas de convicciones de izquierda apoyando a gestores de historia personal poco clara en sus vínculos con la dictadura, en la acumulación de su patrimonio o en la coherencia de su vida política, que no otra cosa ha sido la familia gobernante en la última década, a cambio de un discurso insustancial y buenos contratos.

Del otro lado, mientras tanto, se le sigue sacando la punta al lápiz y buscando con lupa añejos archivos de pureza para justificar fracturas impostadas de cara a los problemas que deban enfrentarse. O se invoca como piedra filosofal una presunta “pureza generacional” olvidando  que a la historia reciente de la Argentina la han protagonizado compatriotas que no nacieron de un repollo sino que han sufrido, trabajado, luchado y aportado su esfuerzo, desde uno u otro espacio, para mantener en marcha nuestro país, con errores y con aciertos. Y son ciudadanos de plenos derechos.

La política no es una simple sumatoria de agregados numéricos llenando casilleros de encuestas. No es aritmética, sino ajedrez, complicado al extremo por la independencia de las piezas, que no responden a la decisión de los jugadores, sino que tienen vida propia. Es un juego que debe entenderse en plenitud, con extrema humildad y alejado de la soberbia.

La consecuencia del error está ahora peligrosamente cerca. Una vez más, estamos en el umbral de que ante la inexistencia de una alternativa que genere la necesaria confianza mayoritaria, haya compatriotas prefieran delegar el gobierno a quienes no aprecian y con quienes no coinciden, simplemente porque los sienten en mejores condiciones de contener a la sociedad, de “gobernarla”.

Nos hemos acercado mucho a esa alternativa, pero es evidente que lo hecho no alcanza. El futuro es opaco, no está nada escrito y tal vez en un par de meses se pueda adquirir un conocimiento acelerado de lo que falta. Pero partimos habiendo dado una gran ventaja, que tal vez no hubiera existido de no estar aferrados al canto de sirena de la autosuficiencia, la arcaica impostación ideológica o el banal “purismo” de colores sino que, por el contrario, se hubieran ampliado al máximo posible, con humildad, los márgenes necesarios de la unidad.

En términos del tenis, ahora debemos levantar un “Match Point”. Roguemos que no sea tarde.

Ricardo Lafferriere


martes, 4 de agosto de 2015

"...Plaga..."

Así ha calificado el primer ministro británico, David Cameron, a las personas que escapan de las matanzas de ISIS, los gases venenosos de Al Assad, los bombardeos saudi-árabes, jordanos y norteamericanos, los secuestros de sus hijas adolescentes y esposas para convertirlas en esclavas sexuales de Boko Haram, la muerte por degüello debido a diferencias religiosas, la confiscación de sus viviendas y tantos otros horrores como los que nos cuentan los propios medios occidentales y hasta valientes periodistas del país del Sr. Cameron que ponen en riesgo sus vidas para cumplir con su deber de informar.
Huyen para salvar sus vidas y las de sus familias. En ésto no hay engaño. No entienden el motivo de tener que abandonar sus pacíficas vidas en su tierra, que lo fue de sus ancestros, convertida en sangriento campo de batalla de un ajedrez mundial en el que de pocos puede decirse -si se puede de alguno...- que juega "en el campo de los buenos".
Sólo buscan sobrevivir, ya que ninguna otra expectativa les queda. Y siguen el faro de la vieja Europa, que ven brillar a lo lejos, de la que han escuchado siempre que es la cuna de los derechos humanos, de la "libertad, igualdad y fraternidad" y de la solidaridad con los oprimidos.
Claramente, no lo ven así todos los europeos. Tal vez deba destacarse la excepcional actitud de Italia, que sin pasar justamente por su mejor momento, y posiblemente porque ha sufrido ver a su pueblo durante tantas décadas disgregarse por el mundo perseguido por las guerras y la pobreza, abre sus puertas mediterráneas a los desesperados que logran subir a una "patera" hacinada, donde posiblemente les espera la muerte, con la ilusión de llegar a Lampedusa. Pero no muchos más.
Para el resto, aunque no lo digan con el espantoso cinismo de Cameron, son una "plaga".
Quien escribe confiesa que todo esto le golpea la conciencia. Hace más de doscientos años, un tatarabuelo llegó de Francia perseguido por restauración monárquica. Había creído y luchado por la Revolución, y vencida ésta, frente a la llegada de la reacción impregnada de venganza, buscó en este lado del mundo la realización de su utopía, primero en Chile donde se casó con una araucana y luego en la Argentina, donde se formaron sus hijos, todos profesionales.
Otro tatarabuelo llegó de Irlanda siendo adolescente, huyendo de la hambruna, y peleó junto a Brown en la marina patria, poniendo su granito de arena para la construcción del país naciente, llegando a ser un prestigioso oficial de nuestra Marina de Guerra. Otro bisabuelo llegó de la Lombardía, ocupada por los austríacos, escapando a las levas de campesinos pobres realizadas por austríacos y aristócratas lombardos, con el sueño de encontrar algún futuro en esa América de la que -ya se decía- era un paraíso. Llegó a la Argentina en tiempos de la Confederación -gobernaba Urquiza- y se afincó en Entre Ríos, donde llegó a tener su quinta, trabajar la tierra y criar sus hijos que fueron comerciantes, artesanos, docentes, profesionales.
El abuelo materno de mi esposa fue el único sobreviviente de un "pogromo" polaco a comienzos del siglo pasado viendo cuando niño escondido en un armario cómo se baleaba a toda su familia -padres y hermanos-. Llegó adolescente a la Argentina, donde formó su hogar y trabajó con el más valioso de los bienes: la paz. Y su padre llegó de la España de la posguerra a mediados del siglo XX también perseguido por el hambre, recibido por un país en el que formó su familia y que llegó a considerar con el tiempo, como el propio.
No puedo imaginar a ningún ser humano como "plaga" en el hogar común de nuestro planeta. Me siento visceralmente patriota, pero por sobre ello, creo en la unidad esencial del género humano. Cada uno siente la patria a su manera, como una construcción afectiva y racional. La mía es la de San Martín, definiendo la revolución que parió nuestro país como "la causa del género humano", definición cosmopolita, si puede imaginarse alguna, de la identidad de la patria naciente.
Por eso me duele que los países de algunos de mis ancestros -y de los ancestros de millones de argentinos- se encierren en la riqueza y se oculten tras los números que esconden las posibilidades de solidaridad para evadir su obligación moral de tender una, dos, todas las manos, para albergar a los perseguidos.
Nuestros padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos necesitaron una mano y la tuvieron. Eran seres humanos -no más, no menos- buscando honrar la vida con su trabajo, sus ilusiones y sus luchas. Como los emigrantes que hoy llegan a una Europa sustancialmente más rica que lo que era América, toda América, hace dos siglos. Y hace uno. Y hace medio. Y ayer y aún hoy.
Y como los que todavía llegan, sin el dramatismo de la guerra pero sí con el impulso de sus ilusiones a nuestros propios países, que siendo mucho más pobres que lo que es hoy el continente de nuestros antepasados, siempre tienen un lugarcito en la mesa para recibir y compartir el pan con quien lo necesita.
Los perseguidos, señor Cameron, señora Merkel, señor Hollande, señor Rajoy, nunca pueden ser una "plaga". Ningún ser humano lo es. Son personas, cada una de ellas "única e irrepetible". No hay equilibrio fiscal ni ecuaciones financieras que sean más importantes que una sola vida humana o puedan exhibirse como excusa para alzarse de hombros ante el dolor de su desgracia.
Ricardo Lafferriere

martes, 2 de junio de 2015

Nuevamente, la "clase media"...

Nuevamente, en La Nación. Ahora, ¡Alejandro Katz!

Esta vez, uno de los filósofos más agudos y respetados del escenario local repite la crítica desmatizada a "las clases medias que se autosatisfacen en el consumo de juguetes tecnológicos -ya obsoletos, por lo demás, cuando acuden a ellos-, algunos viajes en cuotas, autos que no caben en las cocheras de sus modestas viviendas".

Hace pocas semanas, a raíz de una nota de Francisco Jueguen en la Sección Economía, hablamos sobre este "tic" mental, cuya repetición limita la profundidad del análisis, errando por esta causa en el definitivo diagnóstico, a pesar del indiscutible brillo conceptual de otros párrafos de su nota, publicado hoy 2 de junio en la página de opinión del matutino.

Es una lástima, porque esa insuficiencia de análisis es una de las causas del mal que denuncia en su artículo, sintetizado en su título: "Un conformismo populista que ha vaciado la política".

Katz expresa un angustioso reclamo existencial -que compartimos totalmente- por la necesaria reconstrucción de "lo público", sobre la base de recuperar el valor de la palabra y la potencialidad del diálogo. No se equivoca.

Sin embargo, la descalificación tácita o expresa -reproduciendo la caricatura jauretchiana- de uno de los interlocutores sociales, justamente aquel que la historia argentina indica como decisivo a la hora de las grandes construcciones, predispone al mantenimiento de barreras que dificultan la acción para oponer al mal denunciado -el populismo irresponsable- una fuerte confluencia de modernidad democrática y republicana.

Empecemos por el principio, reiterando algunos párrafos de nuestra nota anterior: "… admiramos a los valores de la clase media argentina. Ella nos dio el país empujando a los timoratos y pudientes –en tiempos fundacionales- hacia caminos de mayor audacia. Ella nos hizo un país con una educación ejemplar. Ella nos dio la Universidad para el pueblo. Ella colonizó nuestra pampa húmeda con la ética del trabajo, sobreponiéndose a la explotación de ricos estancieros. Ella habilitó la movilidad social y sembró de valores de honestidad, valoración del trabajo y el esfuerzo, el ahorro y el respeto. 

 Y las cooperativas, los clubes de barrio, las bibliotecas populares, los teatros y cines desparramados en pueblos alejados y las cooperadoras escolares y policiales.

Y ella, ya en tiempos contemporáneos, nos trajo la democracia y la defensa visceral por los derechos humanos, con el liderazgo de otro de sus hombres, Raúl Alfonsín, al frente de millones de argentinos que no se resignaban a la alianza autoritaria que daba sustento al salvajismo del proceso, y que comprendía un arco en el que algunos exponentes de los otros extremos –de arriba y de abajo- delataban, apresaban, torturaban y ejecutaban, sin sentimiento ni vergüenza, a miles de compatriotas."

Las clases medias hicieron nuestro país, sobre los cimientos edificados por las familias patricias criollas y los sectores populares que pelearon las guerras de la independencia. Ellas lo organizaron, ellas lo hicieron producir, ellas lo gobernaron ampliando los derechos políticos y sociales. Acertaron y erraron, pero nada seríamos sin su impronta y su legado.

Pero el país es de todos y necesitamos a todos para su reconstrucción. Esta confluencia poca relación tiene con las contradicciones que nos enseñó Marx, que ya nadie usa como método de análisis y mucho menos en la política. Los conflictos “de clase” explican poco. El nuevo paradigma productivo global impone nuevos cálculos por la fuerte demanda de inversión, que no es posible –como en otros tiempos- considerar en la cuenta de “los empresarios”. Y cuidar el planeta, que antes se consideraba eterno e inagotable.

El propio capitalismo sufre un conflicto desatado entre finanzas descontroladas con superganancias y los generadores de riqueza real, que sufren la crisis tanto en sus empresarios como en sus trabajadores. Los tiempos actuales, por último, escapando a los encierros nacionales, están gestando una sociedad global contradictoria, conflictiva, violenta, pero también clases medias que en todo el planeta se alzan como su contracara en las tareas de construcción.

Fueron ellas las que instalaron la denuncia por las violaciones de los derechos humanos e impulsaron su defensa internacional, elaborando instancias civilizadas como la Corte Penal Internacional. Fueron ellas las que pusieron en la agenda los peligros del cambio climático, a través de la tenaz tarea de científicos independientes y el trabajo sostenido de innumerables ONGs. Son ellas las que sostienen las causas justas más diversas, con trabajo voluntario y aportes personales, hasta poniendo en riesgo su vida en espacios donde se enseñoreó la muerte, como los que lamentamos ver en las noticias del Oriente Medio, de África y algunas regiones de Asia. Son ellas las que están motorizando la gigantesca revolución científica y técnica con el trabajo de investigadores en genética, nanotecnología, robótica, y emprendedores que difunden con sus "apps" una nueva economía de servicios, que mejoran la vida de millones y crean las ocupaciones que predominarán en el mundo que viene.

Y -tal vez ésto sea lo más polémico de mis afirmaciones- son ellas de donde surgieron los nuevos empresarios exitosos como Bill Gates, Steve Jobs, Elon Musk o, entre nosotros, Martín Migoya y sus socios de “Globant” en el campo tecnológico,  Grobocopatel, de “Los Grobo” en la agricultura de punta, Ideas del Sur y Polka en el campo audiovisual y otros lúcidos compatriotas que con audacia e iniciativa se atreven al desafío del mercado global, que es una selva.

¿Qué haremos con ellos, si pretendemos prolongar voluntaristamente la vigencia de las viejas categorías de análisis? ¿Diremos que son "el enemigo burgués? ¿Los declararemos "socios del imperio? ¿Llevaremos a la quiebra sus empresas vaciándolas con exacciones impositivas irracionales que las hagan inviables en el mercado global, donde deben –y debemos- competir? ¿Los declararemos "traidores de clase" por ser exitosos en lo que hacen? ¿Los consideraremos éticamente menos valiosos que los Jaime, los Recalde, los Boudou, Pérez Carmona, los De Vido o Vanderbroele?

¿En serio que valoraremos más a los barras bravas, los constructores de las redes clientelares de los "conurbanos", los enriquecidos mediante la corrupción desenfrenada con fondos y bienes públicos, los "pobres" asesinos de ancianos y jovencitas o a los explotadores de inmigrantes chinos, bolivianos, paraguayos que proliferan por doquier? ¿Despreciaremos a unos pero exculparemos a otros porque unos son "empresarios" y los otros son "funcionarios del ESTADO" –(con mayúsculas, para que imponga respeto -y si no, miedo-) de un gobierno que se dice “progresista”?

Me parece estar escuchando la respuesta, no ya de Katz, sino de antiguos y entrañables (y honestos) cofrades "nacionales y populares": “Pero nosotros somos progresistas”. Y por supuesto que la afirmación es una autoreferencia que convoca a una indagación más profunda. Porque si a quien esto escribe le preguntan si es partidario de una distribución más equitativa del ingreso, de la educación pública al alcance de todos, de una salud de excelencia y gratuita, de un transporte público que respete la dignidad de los usuarios, de un sistema previsional integral, de la defensa del ambiente y los recursos naturales, todo en el marco del estado de derecho, la vigencia de las libertades ciudadanas y la justicia independiente, no tendría ni un segundo de duda en gritar “¡soy progresista!”, aun siendo consciente que muchos que no se definirían así, piensan parecido.

Pero…si el paso siguiente es tener que compartir identidad con los que se apropiaron del Estado para enriquecerse fácil, con los empresarios prebendarios que no tienen empresas sino “contactos” para ser proveedores públicos sin licitaciones, con los bicicleteadores financieros allegados al poder, con burócratas sindicales enriquecidos con las obras sociales lucrando con la deteriorada salud de los trabajadores, con esclerosadas burocracias políticas que ya no recuerdan qué forma tiene un libro ni cómo es la humillación de un clientelizado, entonces… es preferible el prudente paso atrás, por una cuestión de autorespeto y de coherencia intelectual, tomando la indispensable distancia para pasar en limpio las identidades y analizar mejor por dónde pasa, hoy y acá, el verdadero contencioso.

Es más sano en este caso compartir el apotegma de Lamartine citado por Berroetaveña en las exequias de Alem: “¡Feliz el hombre solo! ...” Aunque –justo es decirlo- hace ya tiempo que cada vez menos solo, a juzgar por las reflexiones de quienes se van “dando cuenta” a medida que el populismo muestra sus límites inexorables y degenera en el más crudo y grotesco chauvinismo, así como de políticos que se animan a romper barreras atávicas y unir esfuerzos para retomar el rumbo.

Los prejuicios y preconceptos que aún campean en el ambiente intelectual y político argentino, que asoman desde el pasado como atávicas concesiones a viejas identidades, conducen a conspirar para la preservación, justamente, de lo que Katz denuncia: la persistencia del populismo que ha vaciado la política. Eso ocurre por errar en el diagnóstico del problema principal, que no es ser o no “progresista”, sino reconstruir el estado de derecho y la convivencia civilizada.

Sobre ella, los debates que vienen podrán tener toda la potencia que demande la realidad y las convicciones, porque nadie dejará de tener los valores que siente. Sin ella, seguiremos lamentando la decadencia, a cuya perpetuación habremos contribuido clavando cuñas para convertir en abismales diferencias miradas distintas que caben todas en una convivencia en paz. Y con las que, de cara al mundo que viene –en el que ya estamos- cada vez resulta más difícil encontrar incompatibilidades vitales, como las que sí tenemos con el populismo autoritario, clientelar, mentiroso y cleptómano.


Ricardo Lafferriere

sábado, 23 de mayo de 2015

Incubando un mundo impredecible

Las Naciones Unidas comienzan el debate sobre la eventual reglamentación –o prohibición- de las armas robotizadas con autonomía táctica. En otras palabras, robots que deciden por sí –aunque según una programación previa-, entre otras cosas, cuándo disparan y a quién. Son máquinas que abarcan desde los drones aéreos, blindados, robots de infantería y nano-armas, controlados por sistemas complejos de inteligencia artificial.

Las neurociencias anuncias avances tales como el rejuvenecimiento de células nerviosas adultas, que recuperan plasticidad y regresan a estadios de juventud. Comenzamos a tener esperanzas de “vencer a la muerte”, por primera vez en la historia de la especie humana.

La nano-bio-genética sorprende con el anuncio de las técnicas para “cortar” secuencias de ADN para corregir daños, extirpar o reemplazar por otras. En China ha comenzado a realizarse en embriones humanos. En otros países, con animales y vegetales. El avance es enorme.

Las neurociencias –nuevamente- anuncian el desarrollo exitoso de métodos de estimulación de zonas cerebrales específicas para lograr la “excelencia” en campos puntuales: matemáticas, música, deportes de competencia, memoria, sentimientos.

También las neurociencias presentan el implante de retinas artificiales, que captan las imágenes y las transmiten al nervio óptico permitiendo recuperación –por ahora, parcial- de la visión a personas con retinas inutilizadas. Los implantes cocleares, para tratar problemas auditivos, tienen ya años de desarrollo y son cada vez más perfectos.

En nanomedicina se avanza aceleradamente en el diseño y construcción de artefactos de pocos micrones de tamaño, en condiciones de desplazarse en forma autónoma por el interior del cuerpo, con finalidades diversas: reparar tejidos dañados, realizar operaciones de destrucción de células cancerosas y escanear partes del cuerpo –desde órganos hasta partes del cerebro-.

En nano-tecnología y micro-tecnología se presentan “enjambres” de artefactos de tamaño ultrapequeño en condiciones de trabajar en conjunto compartiendo inteligencia –tipo panel de abejas, u hormiguero- que permiten desde la realización de tareas en sitios de difícil acceso hasta operativos militares.

En Gran Bretaña se presenta el resultado de desarrollos tecnológicos que permiten fabricar carne sin animales. El método es el corte de la cadena de ADN bovina en la sección que contiene el mando para “fabricar” los tejidos biológicos –la carne- de las partes útiles para el consumo. Este ADN modificado es alimentado con los nutrientes adecuados y el resultado es la producción de carne, con el gusto que se desee, sin redes nerviosas y sin necesidad de un animal vivo que la porte y al que sea necesario sacrificar para extraerle su producto. Y que, además, puesta en producción masiva, resultará sustancialmente menos costosa que la crianza de bovinos.

En Corea se anuncia la presentación para el año 2020 de la Internet “5G”, 60.000 veces más rápida que la 4G –a su vez, entre diez y cien veces más rápidas que las 3G-. Esto permitirá el funcionamiento fluido de la “Internet de las cosas” –es decir, artefactos de todo tipo, desde hogareños hasta fabriles, desde militares hasta médicos- conectados directamente a Internet con funcionamiento autónomo. Y de la Inteligencia Artificial global.

Google presenta el automóvil que se maneja autónomamente –sin conductor- y realiza experiencias de decenas de miles de kilómetros en rutas congestionadas sin producir accidentes. Lo guía un sistema de inteligencia artificial conectado al GPS. En maquinarias agrícolas –por ejemplo, tractores- ya se aplica y está en el mercado, incluso en la Argentina.

Microsoft pone en el mercado sistemas de realidad virtual que reproducen cualquier escena deseada, existente o ficticia, novelada o real, generando percepciones sensoriales y sensaciones sicológicas a voluntad con absoluto realismo. Virtualidad en juegos, defensa, sexo, comercio, turismo, relaciones con identidad propia o fraguada, son los nuevos conceptos.

Son solo ejemplos que llegan diariamente por la prensa. No avanzan sobre la infinidad de desarrollos en estado de laboratorio, o que permanecen reservados por motivos comerciales, de secreto industrial o de seguridad. Son sólo las que trascienden, que –se dice- alcanzan apenas al 10 % de las existentes y están siendo puestas a punto por gobiernos, empresas y laboratorios.

Todos ellos reflejan, sin embargo, un fenómeno subterráneo: la gigantesca revolución científico técnica global.

Hace tres lustros, el científico, empresario y futurista Ray Kuzweil publicó su obra “La singularidad está próxima”. Aunque la obra pasa revista a una serie de avances en los diferentes campos del conocimiento, su propuesta final era impactante: en pocos años, diez o tal vez quince desde ahora –década del 2020-, la simbiosis entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana estarán dando origen a un nuevo tipo de humanidad, tecno-biológica. A ella se llegará en forma paulatina pero crecientemente acelerada, primero optimizando los funcionamientos biológicos del cuerpo, luego su rejuvenecimiento controlado, y por último, su potenciación con implantes tecnológicos que ampliarán al nivel deseado la capacidad cerebral. Diez años es menos de lo que nos separa de la llegada del kirchnerismo al poder –simplemente para dar la idea de la rapidez de los cambios-.

La obra se escribió en el 2004 y su pronóstico de avances tecnológicos respondía a lo que él denominó “Ley de los rendimientos acelerados”. Su tesis es que cada avance científico-tecnológico potenciaba los siguientes en una progresión geométrica y que en el momento en que se lograra la integración de los sistemas inteligentes –tecnológicos o humano-bio-tecnológicos- se lograría iniciar una nueva era, la de la “singularidad”, con el inicio de un nuevo paradigma.

En el proceso de cada nuevo paradigma tecnológico dominante, especialmente en el campo de las tecnologías de la información, el proceso analizado desde una perspectiva macro marca cuatro etapas en cada ciclo de cambio: la aparición de un nuevo desarrollo tecnológico, su maduración y comienzo de aplicación, su adopción generalizada y por último su crecimiento exponencial, hasta la aparición de un nuevo paradigma que lo reemplazará. Las dos primeras etapas muestran crecimientos lentos y sostenidos hasta el comienzo de su adopción generalizada, en que se produce una especie de “codo” en su evolución hasta que el crecimiento se hace exponencial.

En 1985 una computadora hogareña "standard" ofrecía una capacidad de cómputo de la trillonésima parte del cerebro humano. En 1995, de una billonésima. En 2005, de una millonésima. En 2015, de una milésima. Tres ceros por década. A mediados de la próxima década, alcanzará la capacidad de cálculo del cerebro, que en 2013 logró ya la super-computadora china Thiane-2. La miniaturización hará el resto.

Pues bien: Confieso que la primera vez que lo leí, hace algún tiempo, me pareció ciencia ficción. Sin embargo, el seguimiento atento de las noticias de los últimos tiempos y la proliferación por doquier de nuevas aplicaciones me lleva a intuir que estamos comenzando a transitar el “codo”, y que en los próximos años presenciaremos un cambio vertiginoso y una extensión generalizada de las nuevas tecnologías a todos los campos de la realidad que superarán todos los marcos de análisis con que hemos interpretado el mundo hasta hoy. Ese cambio se está incubando.

Doscientos científicos y empresarios –de los más importantes del mundo, entre ellos Stephan Hawking, Bill Gates y Elon Musk- alertaron en enero de 2015 sobre el avance avasallador de la Inteligencia Artificial, anunciando que puede llevar “al fin de la raza humana”. Se refierían a la posibilidad de la auto-programación de sistemas computacionales complejos, que permiten no sólo el auto-desarrollo de programaciones altamente sofisticadas (es decir, programarse a sí mismos), sino también de su potenciación al estar todos contectados entre sí, a través de Internet, en tiempo real y a la velocidad de la transmisión de datos. El control, por parte de estos sistemas, de las grandes macro-redes de las sociedades desarrolladas y complejas –energía, infraestructuras, defensa, seguridad, comunicaciones- les otorga un poder abrumador y –eventualmente- invencible. La conexión a Internet de la infinidad de artefactos militares, hogareños, médicos, implantes personales, seguridad, administrativos, etc. ("Internet de las cosas"), hace de esta vulnerabilidad una debilidad existencial.

¿Nos estamos preparando para participar de esta revolución y prevenir sus peligros? Da la impresión que no. Nuestra reflexión nacional está centrada en debates históricos y no asume el cambio socio-tecnológico. Sólo espontáneas iniciativas de emprendedores –científicos y empresarios- toma nota de este cambio global, que sin embargo nos impregnará sin pedir permiso y superando cualquier intento de frenar su llegada.

Preocupa el nivel de la reflexión pública, desde el empinado nivel máximo hasta los comentarios periodísticos y las propias propuestas alternativas. Si la política no se interesa, la realidad lo hará por sí sola. La consecuencia la conocemos: el desarrollo será rápido, pero muchos, muchos, sólo lo mirarán pasar. Perderán el tren, serán los nuevos excluidos y sus vidas quedarán atadas a los estertores de un pasado cada vez más conflictivo, polarizado y violento.

El cambio de ciclo político es un buen momento para abrir las puertas a la reflexión. La vida empieza todos los días y aún estamos a tiempo. Pero cada día que perdemos será más difícil recuperar terreno.

Ricardo Lafferriere



martes, 12 de mayo de 2015

Democracias de audiencias

Hace un par de décadas, el politólogo francés Bernard Manin publicaba su obra “Principios del gobierno representativo”, en la que formulaba su clasificación sobre los tres grandes “estilos” que caracterizaron los sistemas de la democracia representativa desde fines del siglo XVII.

Tres grandes épocas marcaron formas de organización y funcionamiento de los sistemas democráticos  que, aún sin cortes tajantes –porque de una u otra forma, las características de los tres se expresan en todos- indican la preeminencia de determinados factores según la etapa histórica.

Se trata de la “democracia parlamentaria” originaria, la “democracia de partidos” que la siguió y de la “democracia de audiencias” de los tiempos actuales.

En la primera, la selección de los parlamentarios no respondía a otra cosa que a sus prestigios personales en sus comunidades. Los electores delegaban en sus vecinos más reconocidos la representación para legislar y gobernar. Los debates políticos y sociales llegaban “hasta la puerta del parlamento”, pero se suponía que no debían incidir en los legisladores, quienes decidirían según su criterio más justo deliberando y pensando libremente lo que consideraran mejor para su país. Esa forma no admitía subordinaciones partidarias ni lealtad a otro “colectivo” que no fuere la Nación, sus distritos y su conciencia. Iniciada en el parlamentarismo originario de la “Revolución Gloriosa”, en Inglaterra de fines del siglo XVII, fue la manera de funcionar de los cuerpos colegiados hasta  bien entrado el siglo XIX.

La segunda trasladó los debates político-sociales a los senos de los partidos políticos, que pasaron a ser concebidos como espacios colectivos de representación de grupos sociales específicos y de ideologías determinadas. Los legisladores perdieron autonomía y sus facultades de decisión pasaron a los cuerpos partidarios a los que respondían. Los parlamentos se convirtieron en lugares de contabilización de voluntades, ya definidas por fuera de sus muros. Las decisiones políticas respondían casi mecánicamente a las mayorías y minorías electorales, sin que hubiera lugar para cambio de opiniones en razón de los debates. Fue la democracia característica de las sociedades de masas, desde mediados del siglo XIX hasta pasada la mitad del siglo XX.

La tercera es la que Manin define como “democracias de audiencias”. Los debates no se dan por fuera de los parlamentos, ni exclusivamente dentro de ellos, ni tampoco sólo dentro de los partidos, sino en todo el cuerpo social, alimentados por los grandes medios de comunicación y los grupos de interés de más diversa factura, a los que hoy agregaríamos las redes sociales. Las elecciones no responden a los prestigios personales locales, ni a la identificación con sectores sociales o ideologías. Las “lealtades” parlamentarias se hacen lábiles y no implican subordinaciones a fuerzas políticas estables. Por el contrario: la selección de candidatos responde más bien a las construcciones de imágenes masivas, los prestigios reconocidos no son los locales sino el “conocimiento”, “confianza” y “empatía” que inspiran en los grandes electorados y las decisiones que tomen reflejarán los debates sociales que formarán cambiantes “estados de conciencia” sobre temas diversos, variables y fluctuantes.

El programa de Tinelli presentando a los tres principales (en cuanto “más medidos”) candidatos presidenciales con sus esposas señaló la llegada definitiva de la democracia de audiencias a nuestro país. Su propósito –evidentemente- no fue expresar una “ideología” o representar a un “sector social” determinado, sino llegar al gran público con capacidad de seducción y generación de empatía. La ausencia de compromisos sobre temas específicos refleja la necesidad de mantener abiertas opciones que pueden variar en el largo camino hacia el día del comicio, o incluso hasta el propio eventual gobierno. Tal vez Carlos Menem fue el que con mayor claridad definió estas necesidades cuando dijo, en 1990, cuando la democracia de audiencias asomaba en Argentina: “si hubiera dicho lo que iba a hacer no me hubiera votado nadie”.

¿Es buena o es mala la “democracia de audiencias”? No es una pregunta vana. Si la democracia de audiencias está definitivamente instalada, tampoco la actitud de los candidatos es condenable: hacen lo que se espera de ellos, y actúan en el espacio en el que se definen voluntades que al final terminarán expresándose en el comicio.

¿Es posible reemplazar la democracia de audiencias? Parece una tarea difícil. Responde a la estructuración y la dinámica de los tiempos, con altos grados de incertidumbre sobre los riesgos que deben enfrentarse, sobre los aliados con los que pueda contarse y con imposibilidad de prever el surgimiento de imprevistos, aún en el cortísimo plazo. Los ciudadanos no creen en los partidos ni en las ideologías, porque han aprendido lo que les enseñó la realidad: ni unos ni otros tienen verdades permanentes o estables, y durante sus vidas –cortas o largas- han experimentado ya los límites de unos y otras, cada vez más reducidos en sus posibilidades.

Tal vez la pregunta debiera entonces formularse de otra forma: Habida cuenta que la democracia representativa de hoy funciona con estas características, ¿cómo mejorarla?

Ignoro si alguien tiene una receta. Por lo pronto, parece que un mínimo de eficacia demandaría la existencia de partidos políticos modernizados. Y reitero: de partidos políticos. Modernizados. Los partidos requeridos por los nuevos tiempos requieren funcionar como marcos de debates primarios, lugares de elaboración de propuestas de gobierno coherentes, frescura intelectual para interpretar la nueva agenda, capacidad de construcción de acuerdos puntuales sobre temas específicos de mayor o menor extensión en el tiempo. Pero esta democracia no es funcional a partidos congelados en agendas fuera de época, durezas ideológicas propias de los tiempos de las “democracias de partidos”, burocracias esclerosadas o en la impostación de épicas históricas.

Tal vez partidos con esas nuevas características podrían servir eficazmente a los ciudadanos para alimentar las portentosas posibilidades de millones de personas que viven las nuevas formas de la democracia y calificar los liderazgos. Si ello no ocurre, persistirán solamente los “liderazgos” –renovándose sin contenido, o con el contenido que les marquen las agendas diarias de sus asesores de imagen, o en el mejor de los casos, respondiendo a las convicciones íntimas de cada “líder”-  y las sociedades se resignarán a ellos esperando el momento de su ratificación o de su cambio, ignorando las mediaciones políticas que considerarán cada vez más inservibles.

Alguna vez hemos escrito que el “poder” es un concepto antropológico que ha acompañado desde siempre la vida en sociedad. Existen sociedades sin ideologías, pero no existen sociedades sin poder. Es el primer paso, lo “sustantivo”. Los ciudadanos lo sienten, lo intuyen, lo “saben”. Siempre construirán liderazgos para ejercer el poder.

La modernidad entendió que ese poder debe dividirse, limitarse, acotarse.  Estableció Constituciones, leyes, Justicia. Es lo “adjetivo”. En la opción, si se presentan como opciones, siempre ganará lo primero. Las convicciones democráticas de aquellos ciudadanos interesados en especial por lo público deberá encontrar la forma de articular ambos conceptos, para no regresar al “puro poder”, propio de las sociedades premodernas. Deben hacerlo sobre las condiciones sociales que se viven, no sobre las que les gustaría. Contener el poder dentro de la política sigue siendo el desafío de la democracia en sus tres versiones.

Comprender la dinámica cambiante de las sociedades es requisito necesario para aspirar a representarlas. Las democracias de audiencias están llegando para quedarse y quizás no haberlo comprendido abrió el camino a liderazgos estrambóticos, incapaces de gestiones maduras y responsables, pero que interpretando la necesidad de “poder”, supieron entender la forma de lograr una representación escasamente dirigida al bien común, sino a sus propósitos –personales- de poder y riquezas.

La fórmula del éxito quizás sea “liderazgos democráticos con partidos modernos”. El gran desafío para los ciudadanos de hoy.

Ricardo Lafferriere



martes, 28 de abril de 2015

Clase media

A pesar de su correcto título, y –al final- también correcto contenido, la nota de La Nación que firma Francisco Jueguen aparecida en la sección Economía del domingo comienza con el tradicional “cliché” que ridiculiza a la clase media argentina presentándola como integrada por personas que pretenden aparentar mayor poder económico del que realmente poseen, que gustan de explotar a quienes se encuentran en inferior condición social en pequeñas actitudes de la vida cotidiana y daría poco menos que la vida por contar con los artefactos simbólicos ejemplificados por el celular, la casa y los colegios privados.

Así se “dibuja” el sector social que define el título, como si esas conductas les fueran exclusivas o aún predominantes.

El preconcepto se apoya en una crítica social puesta de moda a mediados del siglo XX por pensadores “nacional-populistas” entre los cuales descolló Arturo Jauretche, cuando, recién sumado al peronismo, pretendió expresar en varias de sus obras la descalificación tendenciosa de los opositores que, en su gran mayoría, pertenecían a los sectores medios.

Toda generalización es injusta, dice el apotegma. Valga decir, simplemente, que nuestro país muestra sus singularidades positivas en América Latina, curiosamente, como resultado de la acción de sus clases medias. Y ello ocurrió desde que nació el país.

Pertenecieron a las clases medias de entonces nuestros principales próceres. Moreno, Monteagudo, Castelli, Belgrano y la mayoría de los revolucionarios de Mayo. También los constituyentes de 1853. Y la mayoría de nuestros presidentes constitucionales.

Fue de clase media Domingo Faustino Sarmiento y lo fue también Yrigoyen, Frondizi, Illia, y el propio Perón. Se formaron en la educación popular de la clase media nuestros premios nóbeles –Leloir, Houssay, Milstein, Pérez Esquivel, y hasta podríamos mencionar a Saavedra Lamas, que a pesar de su apellido patricio se formó en un hogar de clase media.

Son de clases medias los millones de compatriotas que aportan su trabajo y esfuerzo en innumerables ONGs por las causas más diversas, desde la ayuda a los compatriotas necesitados hasta la solidaridad en la protección del ambiente, la biodiversidad, la prédica por la igualdad de género o la protección a la niñez, contra la trata y por una mejor convivencia.

Son los valores de las clases medias los que se ponen en cadena en la búsqueda de una sociedad con mayor seguridad y protección para nuestras familias y nuestros jóvenes. Son de clase media los integrantes de Cáritas y de las Madres del Dolor, los de Médicos sin Frontera y los de Un techo para mi país, los del Banco de Alimentos y los de las organizaciones de defensa de consumidores.

¿Que los hay también discriminadores, hipócritas, ladrones o tramposos? Seguramente. Como los hay entre los compatriotas de clases altas y bajas. Hay miserables entre todos. Como hay admirables y respetados también entre todos. Hay ricos que han dejado su fortuna por el bien común –tal vez, entre los políticos, Marcelo T. de Alvear sea el ejemplo paradigmático- y hay pobres de solemnidad que han marcado ejemplos de vida –como los innumerables y anónimos padres y madres de hogares humildes golpeados por el narcotráfico que les arrebata sus hijos y la trata que les secuestra sus jóvenes para explotación sexual, pero que no dejan de luchar por sus derechos y su dignidad ante políticos inescrupulosos –normalmente, enriquecidos- que intentan clientelizar su voluntad tomando ventaja de su pobreza y sus necesidades.
Y también hay pobres que cometen delitos atroces, sin justificación ni excusa razonable, tanto como ricos sin vergüenza ninguna al momento de enriquecerse con recursos públicos, contracara de las necesidades básicas insatisfechas de miles de jubilados, pensionados o compatriotas pobres. Las generalizaciones –repito- son siempre injustas.

Desde esta columna hemos expresado varias veces que admiramos a los valores de la clase media argentina. Ella nos dio el país empujando a los timoratos y pudientes –en tiempos fundacionales- hacia caminos de mayor audacia. Ella nos hizo un país con una educación ejemplar. Ella nos dio la Universidad para el pueblo. Ella colonizó nuestra pampa húmeda con la ética del trabajo, sobreponiéndose a la explotación de ricos estancieros. Ella habilitó la movilidad social y sembró de valores de honestidad, valoración del trabajo y el esfuerzo, el ahorro y el respeto.

Y ella, ya en tiempos contemporáneos, nos trajo la democracia y la defensa visceral por los derechos humanos, con el liderazgo de otro de sus hombres, Raúl Alfonsín, al frente de millones de argentinos que no se resignaban a la alianza autoritaria que daba sustento al salvajismo del proceso, y que comprendía un arco en el que algunos exponentes de los otros extremos –de arriba y de abajo- delataban, apresaban, torturaban y ejecutaban, sin sentimiento ni vergüenza, a miles de compatriotas.

Las cosas, entonces, en su lugar. Trabajemos por un país plural y abierto, dinámico y libre, justo y democrático. Construyámoslo entre todos –ricos, “medios” y pobres-. Recuperemos el orgullo de vivir en un estado de derecho con vigencia de la ley y el no menor orgulloso sentimiento de respetarnos los unos a los otros. 

Juntemos esfuerzos por mejorar nuestra convivencia tendiendo hacia cada vez más cuotas de equidad e inclusión social. Y entendamos que una sociedad plural nos necesita a todos, sin los fáciles y negativos clichés de los que –si tuviéramos mala intención- muy pocos quedarían exceptuados.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 1 de abril de 2015

Para debate y reflexión – Sobre Piketty: una mirada diferente

La tesis central propuesta en el libro de Tomás Piketty del que hablaron muchos durante 2014 puede resumirse en la afirmación: “Dado que la tasa de retorno del capital crece más rápidamente que la tasa de crecimiento de la economía, la tendencia es a incrementar la desigualdad y a desembocar en una sociedad más inequitativa”.

De esa afirmación se deduce que la brecha entre los poseedores de capital y las remuneraciones se incrementa automáticamente creando inequidades insostenibles que deterioran los valores del mérito en el que las sociedades democráticas están basadas.

Mucho se ha debatido sobre la obra. Algunos, sosteniendo que las afirmaciones que contiene forman parte del saber económico institucionalizado y no agregan nada. Otros, encontrando en ella fundamentos para tesis heterodoxas de mayor intervención pública en la economía en busca de reinstalar la equidad.

Desde nuestra perspectiva, observamos que hay sociedades con alta tasa de crecimiento e inequidad en la distribución del capital, claramente injustas, coexistiendo con otras que han logrado igual o mayor capital acumulado pero que, en razón de diseños impositivos inteligentes, se encuentran en el lote de las más equitativas. La sociedad china tal vez pueda ser catalogada entre las primeras -como algunas latinoamericanas- y las europeas nórdicas entre las segundas. En el medio, la mayoría, incluida la norteamericana.

De hecho, el coeficiente GINI en China, Chile y Brasil se acerca a 0.50, en USA alrededor de 0.37 y los países nórdicos europeos entre 0.25 y 0.27.

El artículo que se encuentra en el link al pie agrega algunas reflexiones que matizan el análisis.

En primer lugar, la característica crecientemente globalizada de la economía aconsejaría realizar los análisis desvinculados de sus raíces nacionales y analizar al mundo en su conjunto. De hecho, en las últimas décadas, el cambio de paradigma productivo ha convertido a la economía en global y no es técnicamente adecuado dividir por países las series, si se busca obtener un dato confiable y objetivo del mundo cómo es hoy. El mundo ya no es lo que era y cualquier medida de políticas públicas limitada a un país será inocua si no se inserta en el marco del escenario general debidamente asumido.

En segundo lugar, es necesario seguir el dato de la demanda efectiva, central para detectar el grado virtuoso o vicioso del proceso económico. El consumo de la economía global no se encierra ya en pocos países desarrollados occidentales y Japón, sino que ha agrega dos mil millones de asiáticos -aunque también latinoamericanos y africanos- incorporados en los últimos lustros a la sociedad de consumidores.

La "clase media" del planeta crece rápidamente, con lo que implica en todos sus efectos -desde el confort hasta la polución- matizando las cifras con una realidad que no siempre es reflejada en los análisis. La incorporación de esta demanda no ha sido "forzada" desahorrando y liquidando capital fijo -como en Argentina- sino resultado de un crecimiento real de la oferta de bienes y servicios.

El tercer punto es la nueva estructura de clases, que hace complicado -y tal vez, desmedidamente reduccionista- agrupar en dos (capital y trabajadores) los destinatarios de la distribución del ingreso.

La sofistificación de la economía y de las sociedades que están surgiendo incorporan actividades que no pertenecen ni a uno ni a otro polo, actuando tanto desde la oferta de nuevos bienes y servicios altamente calificados y fragmentados hasta nuevos escalones de demanda imprescindibles para dar combustible a la marcha de la economía.

Igualmente, hay actividades económica y socialmente valiosas que se encuentran en el campo de los bienes comunes y otras que generan bienes de alto valor agregado a precios cercanos a cero, ubicándose sin embargo en la frontera tecnológica: comunicaciones, entretenimientos, softs, música y videos on-line, programas, “apps” para teléfonos inteligentes, etc. ¿Cómo calificarlas? Son producidas por grandes empresas capitalistas, pero objetivamente incrementan en forma sustancial el nivel de vida y confort de cientos de millones de personas prácticamente sin -o "casi sin"...- costo para ellas.

Y el cuarto, tal vez el más importante, es la transformación científico técnica incremental y acelerada, que nos está llevando al borde de un nuevo paradigma no ya económico sino socio-tecnológico. Nuevas fuentes energéticas, disolución en el límite entre la mente y la máquina, la inteligencia artificial, la fabricación personalizada (3-D), la creciente generación de espacios virtuales más que físicos, el crecimiento de bienes no ya simbólicos sino reales para los consumidores pero virtuales en su esencia, la Internet de las cosas, etc.

Estos cuatro aspectos, y fundamentalmente el último, nos han colocado en la cercanía de una ruptura milenaria en la historia humana, cuyas simientes se notan en el ambiente y eclosionarán en los próximos dos lustros para abrir una etapa en la que el mundo nada tendrá en común con el que conocemos.

La investigación rompe los viejos límites entre ”básica” y “aplicada” y avanza en el conocimiento y “domesticación” de la materia. Las experiencias en el Gran Colisionador de Hadrones, el descubrimiento del Bosón de Higgs y otras partículas de alta energía, la fabricación de elementos útiles para la nanotecnología como el grafeno, la profundización del conocimiento sobre los q-bits que permitirán la extensión del uso de la mecánica cuántica en mayores aplicaciones de la vida cotidiana, la manipulación nano-genética para medicina y diseño, los implantes mecánicos y biomecánicos en el cuerpo humano, la nanotecnología y la robótica aplicadas a la producción y la creciente agregación de capacidad de cálculo a los circuitos informáticos que ha superado ya el límite del cerebro humano y marcha aceleradamente a su superación, son a esta altura simples ejemplos del portentoso avance científico técnico que sorprende al compararlo con el de hace apenas una década, pero que a la vez apasiona al percibir sus exponenciales perspectivas en los próximos años.

El debate que dispara la obra de Piketty, aún con todos los matices indicados, es propio de la última etapa del mundo que se va. No contamos todavía con la información suficiente para estudiar en profundidad los nuevos problemas, los del mundo que viene, simplemente porque todavía no ha terminado de nacer.

Sin embargo, poner las reflexiones en perspectiva será útil para evitar la tentación de crear sobre un informado esfuerzo intelectual como el que ha realizado el economista francés un choque demasiado apasionado sobre un mundo que, en los hechos, como ocurre con los grandes animales exhibidos en los zoológicos propios de hábitats desaparecidos o en extinción, pertenece ya al escenario del pasado y son, en última instancia, testimonios más históricos que prospectivos sobre los escenarios que vienen y cómo encararlos.

Ricardo Lafferriere





martes, 24 de marzo de 2015

Los últimos meses de un ciclo arcaico

China tiene cuatro billones de dólares (o sea, cuatro millones de millones de dólares) de reservas. No son divisas lo que –precisamente- le están faltando.

Necesita, sí, expandirse en el mundo para conseguir los insumos requeridos por su crecimiento, que, aún ralentizado a la “modesta” tasa del siete por ciento anual, necesita petróleo, litio, soja, mercados para su industria ferroviaria y fábricas de armamentos, madera, libre acceso a los mercados de consumo masivo y si es posible, zonas para desplegar sus redes de observación global de tecnología dual insertas en su competencia-cooperación con su partner norteamericano.

La Argentina, por su parte, se encuentra en el fin de un ciclo político y el agotamiento definitivo de un capricho económico: la autarquía, modelo que sólo comparte con Venezuela y Corea del Norte –ya que el otro socio, Cuba, marcha aceleradamente hacia su nueva vinculación con la economía global a partir de su reanudación de relaciones económicas y políticas con “el imperio”-.

En ese cambio de ciclo, una administración con plenos poderes ha decidido hacer lo indecible para llegar al final de su mandato sin implosionar. Para lograrlo, no trepida en recurrir a las medidas económicas más desaconsejables y disparatadas desde la perspectiva de una gestión sana.

Los pasos son múltiples. Financia su déficit fiscal con emisión de papel moneda, impulsando una inflación que impregna todos los eslabones del circuito económico. Multiplica el endeudamiento público intra-estado, apropiándose de reservas en divisas y canjeando activos del sector previsional –garantía de la solvencia para abonar a los pasivos- por bonos públicos sin valor. Imposta su incumplimiento de deuda externa, manifestando que paga, pero manteniendo los montos que dice pagar como “reservas” activas en la contabilidad del Banco Central. Canjea el circulante por bonos con intereses leoninos que alimentan la inflación con un déficit cuasifiscal que se va tornando inmanejable.

Pero éstas –y otras- medidas que no aconsejaría ningún economista ni político prudente, ni de “izquierda” ni de “derecha” no se limitan sólo al plano interno. La obsesión se ha traslado hacia la relación con China, dispuesta a avanzar con préstamos de corto plazo (los “swap”) que deberá devolver el próximo gobierno, a cambio de concesiones que harían palidecer no sólo a los que firmaron el Pacto Roca-Runcimann sino a los negociadores criollos con la Baring Brothers.

Diez u once mil millones de dólares, para China, son una propina. Dar esa propina a cambio de todo lo que necesita –entre muchas otras cosas desde la soja hasta el litio, desde la colocación de excedentes ferroviarios hasta la concesión de obras públicas sin licitaciones, desde petróleo hasta una base militar de seguimiento misilístico- es un gran negocio.

Para el gobierno argentino que se va, también. Con diez mil millones de dólares, en la dimensión de la economía argentina y sin obligaciones de racionalidad en el gasto –justamente, porque se van y porque el Congreso está dominado por sus “levantamanos todoterreno”- se pueden hacer maravillas. 
Como por ejemplo, mantener el jubileo del consumo hasta fin de año, cuando haya que devolverlos junto al pago demorado a los acreedores en mora y los créditos “dólar-linked” que deberá devolver también el próximo gobierno, junto al pago efectivo de las sumas que éste no paga y mantiene irónicamente como “reservas”.

No sólo eso. Con los dólares fáciles puede seguir lastrando la inflación –aunque al precio de seguir acentuando la recesión- y seguir rifando “dólar ahorro” al precio oficial, con divisas por las que debemos pagar no sólo los altísimos intereses que nos cobran, sino que se escamotean a las importaciones de insumos industriales y a los pagos que las empresas productivas deben realizar a sus proveedores del exterior, empujándolas a obtener esos dólares en mercados semi clandestinos, a un precio un tercio superior. O a despedir trabajadores, o cerrar.

Lo que está haciendo la gestión que termina podría ser calificado sin exageración de antipatriótico, pero no es el propósito de esta nota. La impunidad con que lo hacen anuncia un tiempo de desfiles en tribunales y fiscalías, como es usual en la Argentina –tal vez, como un eco de lejana resonancia de los viejos “juicios de residencia” de tiempos coloniales-. Son una figura más conocida y menos glamorosa: apenas aprendices de brujos, pretendiendo dominar el destino.

Los problemas generados reclamarán respuestas, y para ello el peor camino de la oposición sería el de disimular las falencias para poder atacar al próximo gobierno por los males generados por el actual.

La Argentina tiene frente a sí una posibilidad portentosa. Su retraso –incomprensible para el mundo- le ha abierto posibilidades de inversión en todo lo que se ha destrozado: transportes y comunicaciones, puertos y energía, autopistas y modernización estatal, equipamiento agropecuario e industrial, actualización del sistema ya obsoleto de servicios a la población. Las oportunidades no dependerán ya de buenos precios agropecuarios, sino de una gestión inteligente apoyada en la recuperación de la seguridad jurídica, “horrible palabra” para el actual ministro, pero plataforma imprescindible para todo el mundo que crece y se moderniza.

Esa seguridad jurídica necesita coincidencias mayores. Las elecciones seguramente generarán acuerdos de unos y otros para enfrentar con mejores chances la batalla por el acceso al gobierno. Es la lógica de la política agonal. Pero para gobernar el país se necesitará más, mucho más. Los acuerdos deben extenderse al punto de renovar el propio pacto nacional, el compromiso con el destino de todos compartiendo un país y cerrando definitivamente el absurdo enfrentamiento de la “grieta” que no nos deja conversar, sino que nos ha llevado a gritarnos desde trincheras unos a otros siguiendo el triste ejemplo presidencial.

Los acuerdos deberán olvidarse del “relato”. Dejar ir las épicas sepias de historias heroicas. Reemplazarlas por la mirada al horizonte, asentados en la realidad de una humanidad que está construyendo “la ciudad del futuro”, en la que la palabra de oro será “cooperación”, más que lucha.
Será el mayor desafío. Si lo logramos, el futuro de nuestro querido país estará asegurado. La Argentina es un milagro. Su sola existencia lo prueba, golpeada como está y a pesar de ello, renovando diariamente su trabajo, su esfuerzo y sus horizontes en la esperanza de su gente.

Sólo debe sacudirse la anquilosada verborragia que atrasa más de medio siglo. Levantar la mirada, girar la cabeza alrededor y observar no ya el mundo, sino la propia región.

Y volver a imbricarse con el mundo, incluso con China. Pero no para pasar la gorra entregando hasta la dignidad a cambio de una propina, sino discutiendo nuevos acuerdos en aquellos temas que habrán sido debatidos antes y generado consenso, como objetivos estratégicos nacionales, por la pluralidad democrática de la Nación expresada libremente en su lugar natural, el Congreso.



Ricardo Lafferriere

miércoles, 18 de marzo de 2015

La marcha del “Gran Juego”

El triunfo de Benjamin Netanyahu en las elecciones israelíes del martes agrega una complicación más a la ya de por sí delicada propuesta de Obama de avanzar en el acuerdo con Irán, en el que se conviene congelar por diez años su desarrollo nuclear pero, de hecho, se lo habilita una vez vencido ese plazo. En el ínterin, se acepta el desarrollo nuclear “pacífico” persa, con salvaguardas que están lejos de dejar tranquilos a los Israelíes.

Israel, a través de su primer ministro, protagonizó un hecho sin precedentes en la historia de las relaciones con Estados Unidos: habló en el Congreso norteamericano, invitado por las autoridades republicanas de la casa, oponiéndose en forma dura y hasta descomedida a la política exterior de ese país, específicamente a la propuesta del acuerdo con Irán impulsada por Obama.

Una coincidencia táctica, que puede parecer desconcertante para quienes no siguen de cerca el enredo del oriente medio, ha eclosionado en estos días con las declaraciones del Ministro de Relaciones exteriores de Arabia Saudita, el príncipe Turk Al Faisal. Ha expresado que, en el caso de avanzarse en el acuerdo, su país también impulsará nuevamente su programa nuclear, para mantener el equilibrio estratégico en la región.

Es que, en realidad, existen realidades subyacentes de raíz milenaria que en estos años están eclosionando por sus expresiones integristas. Ellas conforman lo que hemos dado en llamar la “guerra civil multidimensional” en el mundo musulmán, cuyos actores protagonizan juegos de alianzas cruzadas y cambiantes alterando la posición relativa de los demás.

La más profunda y permanente es la que confronta a los defensores de la fe tradicionales, los sunitas, cuyo “hermano mayor” es la Casa de Saúd, Arabia Saudita, custodia de los lugares santos de La Meca y Medina, con los rebeldes del Shia, los shiítas, liderados por Irán. Esta grieta no ha solido ser violenta, pero se ha mantenido con la profunda diferencia de visiones religiosas. Cuando no eclosionan en enfrentamientos abiertos, los fieles musulmanes sunitas y shiítas no tienen grandes problemas de convivencia e incluso suelen rezar en las mismas mezquitas. Pero una cosa distinta es la interpretación del Corán y las estructuras religiosas y políticas.

El segundo choque es interno del mundo sunita y enfrenta al “establishment árabe” – las monarquías del golfo- con los Jidahístas –Al Qaeda, Al Nusra, Boko Haram y, últimamente y en forma más destacada, el Estado Islámico o ISIS-. Éstos cuestionan al reino saudí su alianza con Estados Unidos, aunque los jidahistas también combatieron junto a Estados Unidos en ocasión de la resistencia a la invasión soviética a Afganistan.

El tercer choque se produce entre las diferentes fracciones del mundo musulmán contra Israel. Al generar una adhesión general en la opinión pública del Islam, el ataque a Israel es un catalizador al que ninguno de los sectores en pugna renunciaría, a pesar de las diferentes magnitudes con que es presentado. Entre los musulmanes “anti-israelíes” –que son virtualmente todos-, los que significan una mayor amenaza para el estado judío son los iraníes, que consideran como un objetivo permanente la destrucción del Estado de Israel y su “expulsión al mar”.

El cuarto choque es el que enfrenta a las diferentes fracciones Jidahistas entre sí. Aunque la de mayor conocimiento por parte del mundo occidental era Al Qaeda –pasó a la “fama” con su atentado a las Torres Gemelas, que provocó casi tres mil muertos-, a ellas se suman los Talibanes –derrotados por Estados Unidos que los expulsó del gobierno de Afganistán-, Al Nusra –su “sucursal” en Siria, rebelde frente a la dictadura shiíta “alawita” de Al Assad-, el Estado Islámico –desprendimiento de Al Nusra y rebelde ante la propia estructura de su generadora Al Qaeda-, Boko Haram –grupo terrorista con actuación principal en Nigeria- y otros grupos menores en diversos países del mundo árabe.

El quinto, es el que se produce en Siria como rebelión frente a la dictadura fuertemente represiva de Al Assad. Eclosionó con la utilización de gases venenosos por parte del gobierno sirio contra la oposición, hecho generador de una reacción norteamericana que respondió a la presión del ala progresista de la opinión pública yanqui y a la condición de garante del Tratado de Prohibición de armas Químicas y Bacteriológicas, que detenta Estados Unidos. Este conflicto “entrampa” la política exterior norteamericana con Al Assad, ya que la obliga a administrar su condición de enemigo –por su utilización de armas químicas- y a la vez de aliado táctico contra ISIS.

No puede olvidarse el conflicto entre los grupos Jidahistas “anti-Al Assad” y el resto de la oposición siria, que aunque poco numerosos, configuran un mosaico de culturas ancestrales –como los cristianos acadios, los cristianos de Mosul, los yazidíes –milenaria civilización sincretista de la herencia persa, sunita, etc- y aún de los sirios “modernos y occidentales” en su visión del mundo y en sus valores, tal vez los que más sufren la persecución, asesinato y pillaje.

La última dimensión es la protagonizada por los kurdos –pueblo milenario, emplazado en tres Estados (Siria, Turquía e Irán), con una población de más de 30 millones de personas y un territorio ancestral de cerca de 300.000 km2- que lucha en esos tres países para conseguir su secesión y su reconocimiento internacional. Han sido en estos últimos años los aliados más confiables de Estados Unidos, agregando un elemento latente de tensión frente a los Estados de la región que resisten renunciar a parte de sus territorios para el eventual nuevo estado kurdo.

Turquía, por su parte, que ha sido un país “occidental” desde la segunda posguerra –no olvidemos que fue sede de los primeros emplazamientos misilísticos de la OTAN apuntando a la ex URSS- tiene una rivalidad histórica con Irán. Aunque de población sunita, es el país más “laico” de la región, pero ante la nueva estrategia norteamericana está girando su alineamiento hacia un acercamiento con Rusia, de la que ha logrado el redireccionamiento del Gasoducto Sur, que proveerá gas a Europa sin necesidad de atravesar Ucrania, hoy tan complicada para cualquier cálculo geopolítico.

Este escenario es del que Estados Unidos desea evidentemente liberarse, retirando su presencia militar y su interés estratégico hacia donde considera que están los riesgos mayores a su seguridad nacional en el horizonte próximo, el Asia Pacífico. Está en el umbral de conseguir su autoabastecimiento energético, no puede sostener el papel de sheriff global y debe priorizar. En el fondo de la obsesión de Obama por llegar al acuerdo con Irán está este objetivo, que aunque es compartido en términos estratégicos por los republicanos, éstos aprovechan el desgaste que causa ante la opinión pública para montar sobre él una crítica despiadada.

Pero los perdedores son claramente los tradicionales aliados de Estados Unidos en la región: Israel y Arabia Saudita. Éstos se encuentran, de pronto, con que su principal rival, Irán, está en camino de convertirse en una potencia regional nuclear y hegemónica en el mundo árabe. Y expresan sus alertas, las que agregan nafta al fuego.

Un juego que sigue abierto. Por lo pronto, el Secretario de Estado ha debido reconocer el cambio de política con respecto a Siria. El apoyo de Al Assad es fundamental en la lucha contra ISIS, que hoy por hoy es la principal “piedra en el zapato” para  EEUU, por la repercusión de sus alevosos crímenes en la opinión pública. Sin embargo, ello implica facilitar aún más a Irán –con su brazo armado, Hezbollah, aliados de Siria- su despliegue en la región. Ya prácticamente dominan el gobierno de Irak, donde la presencia norteamericana es poco más que simbólica. Y mantienen la simpatía de Hamas y los hermanos Musulmanes en Gaza y Egipto, que aunque no son shiítas reiteran cada vez que pueden su admiración por Hezbollah.

“El gran juego”, decían los ingleses a fines del siglo XIX, en la frase popularizada por Rudyard Kipling en “Kim”. “El gran juego está de vuelta”, dijo Henry Kissinger hace una década. Juego que ante la letalidad del armamento actual, la interrelación del mundo,  la facilidad de transmisión de los mensajes, la rápida difusión de las ideas y el vacío político del mundo global puede escalar hasta recordarnos a todos que no hay conflicto en el mundo del que podamos escaparnos y que se hace cada vez más urgente la organización de un poder global en condiciones de garantizar los derechos humanos, encarrilar la economía, el crecimiento equitativo y el estado de derecho en todo el planeta.

 Antes que todo se escape de las manos…


Ricardo Lafferriere