domingo, 17 de septiembre de 2023

El fin del Kirchnerismo - I



El ciclo kirchnerista parece acercarse a su fin. Sin embargo, esto no implica “per se” el fin del modelo “nacional-populista”, para el que pueden darse circunstancias que objetivamente prolonguen su vigencia, aún al precio de continuar con el languidecimiento del “país” como conglomerado sociopolítico. Volveré sobre esto.

En efecto: los pilares centrales sobre los que se apoya el modelo “nacional-populista” en Argentina es una coalición -tácita o expresa, según las coyunturas políticas- cuyos actores principales son:

a.      Un empresariado prebendario: que depende directamente de contratos de obras públicas y de decisiones sobre servicios públicos como la concesión monopólica o protegida de prestación de estos servicios, la fijación de sus tarifas, los negociados entre proveedores del Estado y privados sin reglas ni control, etc.

b.      Un empresariado rentista que vive de la protección del mercado impidiendo el ingreso de productos generados en el mercado global, que lo hace dueño excluyente del mercado interno en el que reinan “como el zorro en el gallinero”.

c.      Una estructura sindical burocratizada, con una conducción enriquecida y una masa de trabajadores formales en cada área para los cuales esa conducción logra mantener mínimamente su nivel de ingresos y una mínima prestación de salud.

d.      Una gigantesca red clientelar que rodea a la Capital Federal y a los grandes conglomerados urbanos, producto de una migración interna y de países limítrofes que lleva décadas y que ha configurado un agregado aluvional de personas desprovistas de los bienes fundamentales para su subsistencia y de herramientas educativas-culturales para integrarse a la sociedad formal, convertidas en carne de cañón de aparatos políticos-delictivos que los utilizan para lucrar con sus necesidades y presionar a los gobiernos de turno. Para sostener esta red, se destina aproximadamente el 2 % del PBI, que financian 18.000.000 de “planes sociales” -la mayor parte de ellos favoreciendo al mismo titular-, el sobre-empleo público nacional, provincial y municipal sin funciones específicas que disfrazan la desocupación y la entrega directa de recursos a las organizaciones que los agrupan.

e.      Sectores del Estado y de la justicia cooptados por esas estructuras gremiales, empresariales y políticas.

f.       Estructuras político-gremiales intermedias que han cooptado el aparato estatal

dirigiendo recursos hacia sus integrantes, por diversos mecanismos: entrega directa de fondos, obras o servicios públicos amañados, empleo público clientelizado, compras directas o con mecanismos ocultos, etc. Estos mecanismos absorben alrededor del 1,5 % del PBI, a través de las transferencias legales e ilegales, directas e indirectas que se extraen de empresas productivas -industriales y agropecuarias- con la consecuencia de dejarlas sin capacidad de inversión.

g.      Y actores de pertenencias políticas, ideológicas e intelectuales difusas, centralmente agrupados en el peronismo pero acompañados por dirigentes de otros partidos y expresiones intelectuales, artísticas y comunicacionales que pueden mantener con el peronismo disputas o diferencias parciales pero que entienden de la misma manera el proceso económico y político: economía cerrada, protagonismo exaltado del Estado sin los límites de la ley y el estado de derecho, protección de sindicatos semi-oficiales, ideología de la “sustitución de importaciones” en su versión “siglo XX”, impostación del discurso nacionalista banal, exaltación del “pueblo” como abstracción, indiferencia ante el fenómeno inflacionario, el endeudamiento público para financiar gastos corrientes, la desvalorización de la moneda y, en general, la búsqueda de apoyos sectoriales corporativos para el ejercicio del poder o la oposición, según la coyuntura política.

Como vemos, el kirchnerismo no es el protagonista permanente de esta coalición, aunque la haya expresado en las dos últimas décadas agregándole su impronta, centrada en una gran corrupción que, en rigor, no es esencial ni inherente al sistema nacional-populista sino que se desarrolló aprovechando y respondiendo a las necesidades del mismo a cambio de respaldo para la ocupación del aparato estatal. Hay nacionalismo populista más allá del kirchnerismo.

De la afirmación anterior se desprende que la oposición al kirchnerismo se puede visualizar en dos grandes grupos, que pueden coincidir en su objetivo inmediato -terminar con la corrupción kirchnerista y aún recuperar el funcionamiento del estado de derecho- pero no necesariamente coinciden en los cambios que deben realizarse en el sistema económico-rentístico del país.

Algo similar ocurrió con la coalición kirchnerista originaria. La cúpula K, detentadora del poder, fue respaldada por amplios sectores políticos -no sólo peronistas- a su llegada al poder. La recuperación del poder del Estado unió a tradicionales adversarios, que advirtieron que, sin un poder ordenador, todo sería rígido a un caos.

Algunos de esos sectores fueron desgranándose en el camino y pasando a una oposición al “modelo” a medida que la percepción ordenancista originaria de los primeros tiempos luego de la crisis de cambio de siglo terminó con el reforzamiento del poder ejecutivo y comenzó a definirse el camino de la “recuperación” -cerrado, pretendidamente autárquico, y cada vez más corrupto-.

Este camino lo fue alejando de quienes advirtieron que serían los “financiadores” obligados del nuevo intento “nacional y popular”, con el agravante que no contarían con un estado de derecho neutral para defender sus intereses. Y también por sectores de la opinión pública que lo miraron con simpatía hasta que fue asomando en forma creciente la corrupción y las deformaciones político-institucionales que ya habían sido aplicadas en Santa Cruz.

La profundización de la corrupción fue alejando a estos sectores y a otros de la coalición de gobierno, que fue sin embargo reforzada con el alineamiento de quienes resultaban cooptados por el dinero fácil que el Estado se encargaba de expropiar a determinados sectores para beneficiar a otros, por fuera de cualquier norma legal y control, así como por la construcción de un “relato” seductor para intelectuales, artistas y comunicadores que veían reflejado en el discurso oficial viejas afirmaciones ideológicas de fondo nacionalista y reivindicativa y a la vez, que ese relato los incluía como receptores de fondos públicos.

Como veremos, entre los perjudicados estaban los productores agropecuarios -si- pero también la enorme masa de jubilados y pensionados, empleados públicos y en general, determinados sectores de trabajadores de ingresos fijos que no participaban de la alianza oficial y el grueso de la población que, en cuanto consumidora, era condenada a bienes cada vez más caros y de menor calidad ofrecidos por el empresariado rentista.

¿Cómo se financia esta “coalición del gasto”?

Algo adelantamos más arriba. Son varios los sectores y mecanismos que “financian” la posibilidad de esta confluencia económico-social-política. Son los perjudicados por el “modelo”, sin cuya exacción ese modelo sería inviable. Algunos son expropiados directamente, otros mediante la licuación de sus activos al compás de la degradación de la moneda y del país en su conjunto, y otros porque los bienes y servicios a los que se les permite acceder llevan incorporados en sus precios las exacciones, sea por las rentas generadas por la protección, sea por la descomunal presión impositiva, ambos extremos golpeando los precios de los productos de consumo.

Esos sectores son centralmente:

a.      Los productores y -en general- el complejo agropecuario. Es el único sector “prima facie” superavitario y competitivo de la economía argentina. Su aporte anual se traduce en la generación de divisas -aporta más del 70 % de las divisas que ingresan al país-. El mecanismo de apropiación de los ingresos agropecuarios, verdadero saqueo a los productores, tiene una “llave maestra”, que es el control de cambios y del comercio exterior. Al obligar a los exportadores a liquidar sus ingresos exclusivamente vía el BCRA al tipo de cambio fijado por éste en forma discrecional -y al fijar éste el valor del peso argentino a un monto que duplica el de su valor de mercado, al que deben comprar sus insumos- asegura por esta vía varios canales de apropiación y su aporte a las finanzas públicas, efectuada mediante tres grandes agregados:

a.      Las “retenciones a la exportación”, que incluyen entre el 30 y el 35 % del precio final de la producción exportada, según el producto.

b.      El impuesto a las ganancias, que varía según la dimensión de la explotación pero que puede estimarse como promedio en un 30 % del valor residual en pesos de la producción.

c.      El “diferencial del tipo de cambio”, mediante el que se le extrae otro porcentual difícil de cuantificar por el abanico de precios de la divisa “no oficial”, pero que si se compara con la evolución del índice de precios mayoristas (el que mejor refleja el costo de los productos y el único que está al alcance de cualquier persona) o el propio precio de la divisa en los diversos mercados financieros no oficiales puede afirmarse que alcanza al 100 % de diferencia. Por esta vía se “absorbe” otro 20 %.

La suma de estos agregados orilla el 80 % del valor de venta de la producción, que es lo que se extrae de la rentabilidad agropecuarias. Los productores reciben apenas el 20 % del valor bruto de su producción, con lo que deben hacer frente a sus costos de explotación, amortización de equipos, impuestos y tasas locales y rentabilidad.

Por último: aportan apenas el 7 % del PBI, pero más del 70 % de las exportaciones, aunque podrían cuadriplicar fácilmente su producción si se les respetara el precio internacional, o al menos el que se abona a sus similares de la región (Uruguay, Paraguay o Brasil), lo que aliviaría fuertemente el ahogo externo de la economía.

b.      Los sectores medios propietarios (dueños de inmuebles), cuyo valor se retrajo por la caída generalizada de la economía y la licuación del valor de los activos, entre un 30 y un 50 % en el período 2020/2023, al compás del deterioro del “conjunto-país”.

c.      Los emprendedores, cualquiera fuera su dimensión. Son castigados con saña especial por una persecución fiscal y administrativa pocas veces vista, con la obvia finalidad de terminar con cualquier sector de pensamiento independiente.

 

d.      Los sectores medios no propietarios (inquilinos), que por la escasez de viviendas y la ideologización de la legislación respectiva deben soportar alquileres elevados.

 

e.      Los sectores medios de ingresos fijos, afectados igualmente por la licuación de la moneda en la que cobran sus haberes y la presión impositiva desbordada.

 

En efecto, agotadas las formas primarias de financiación del clientelismo, para sostener la duplicación del gasto estatal de las dos últimas décadas en valores constantes, se recurrió en primer término a la directa confiscación de los ahorros previsionales privados, luego al endeudamiento público en divisas llevándolo del equivalente del 40 % del PBI al actual 100 %. Este porcentaje no sería tan grave si el riesgo-país se hubiera mantenido “a raya” con una conducta cumplidora y disciplinada del país y de su macroeconcomía. Con el riesgo-país en más de 2.000 puntos básicos (más del 20 % anual) la deuda se hace insostenible.

 

Terminado el crédito, se utilizaron las reservas internacionales del Banco Central, que en el agregado de “libre disponibilidad” pasaron de 20.000 millones de dólares en 2019, a 12.000 millones negativas (es decir, se gastaron más 30.000 millones de dólares en el período).

 

Agotadas éstas, se aceleró el financiamiento del Tesoro con dinero sin respaldo a través de la “asistencia” del BCRA, desatando un proceso inflacionario diabólico, el que se alimentó con mecanismos de “absorción de dinero” como las Letras de Liquidez, mediante las cuales el sistema bancario es inducido a formalizar compras de estos títulos a tasas increíbles retroalimentando la inflación en niveles cada vez más elevados y golpeando al final al salario e ingresos de sectores medios o alejados de éste y otros mecanismos financieros totalmente parasitarios.

 

El incremento de la deuda pública -en este caso, deuda “cuasi-fiscal” porque es del BCRA- supera con creces a la totalidad de la base monetaria y alcanza a la alucinante suma equivalente a otros 30.000 millones de dólares, con vencimiento semanal, quincenal o mensual como está dicho, a tasas crecientes. El sector financiero ha sido uno de los grandes beneficiarios del desorden económico.

 

f.       Los empresarios marginados de la estructura populista, cuyos patrimonios han acompañado la licuación del peso argentino y valen aproximadamente la mitad de lo que valían en 2020. Mientras las empresas internacionales más importantes han emigrado, debilitando los vínculos comerciales del país con la economía global, los empresarios protegidos acaparan el mercado nacional cada vez más pequeño a precios elevados, gozando de subvenciones, protecciones arancelarias, tipos de cambio fragmentados en forma alucinante según la conveniencia del sector al que se quiere “proteger” o “castigar” y premiando a los empresarios serviles al poder, para los cuales se reserva el poco crédito existente, los permisos de importación con el tipo de cambio “oficial” hacia productos finales o intermedios que venden luego al público a precios estimados por el tipo de cambio “blue” o cualquiera de sus similares, o la asignación de tipos de cambio de exportación “circunstanciales” según las necesidades fiscales.

 

La deuda con importaciones autorizadas, efectuadas pero no liquidadas, agrega otros 25.000 millones de dólares que generan en las empresas legítimas la incertidumbre de tener que recurrir a los mercados cambiarios no oficiales o perder definitivamente a sus clientes externos por incumplimiento y a fijar precios de venta exorbitantes, previendo el posible no pago o la demora “ad infinitum” de su crédito fiscal.

 

g.      Los pasivos y trabajadores del sector público, cuyos ingresos han sido absorbidos también entre un 30 y un 50 %. Comparado con el índice de precios, los salarios han perdido aproximadamente la mitad de su valor. Si la comparación se realiza con el precio de la divisa, los salarios públicos y el sistema previsional ha reducido los haberes en un 30 % si se compara con el tipo de cambio oficial, y en más de un 50% si se compara con el tipo de cambio vigente en los mercados no oficiales.

h.      El Estado, a través del endeudamiento público alucinante, que ha provocado en las últimas décadas no menos de tres grandes “defaults” y varios “pequeños”, con el consiguiente crecimiento de la “tasa de riesgo país” -cuya contracara es la tasa de interés al que el mercado le presta a la Argentina, en los pocos períodos en que lo hace-.

El servicio de ese endeudamiento, cuando se realiza, es soportado por el presupuesto público, o sea por los contribuyentes formales. El déficit público corriente pasó de ser virtualmente inexistente en 2019 -retraído hacia el déficit cuasi fiscal y el pago de intereses- a significar 7 puntos del PBI y superar el 10 % del PBI si se cuenta el pago de intereses y el déficit cuasi fiscal.

 

i.       El mercado interno. Como todo lo anterior ya no alcanza para financiar el entramado populista, se recurre al impuesto inflacionario generado por la emisión de moneda nacional sin control ni respaldo legal, desatando y reproduciendo un aumento de todos los precios de la economía, incluido el de la divisa -contracara de la disolución del peso-. La tasa de inflación ha sido creciente desde 2019, superando el 120 % en el 2023 y golpeando salarios, jubilaciones y pensiones.

La descapitalización del sector agropecuario y la virtual desaparición de otros sectores exportadores tuvo como contrapartida el surgimiento de sectores modernos, como la exportación de servicios -fundamentalmente informáticos y otros servicios profesionales de menor dimensión- y el turismo. Ambos sectores sin embargo fueron limitados por el cerramiento financiero-monetario del país. Éste produce la “retención” objetiva que implica la apropiación de la diferencia entre la divisa generada en el exterior y su liquidación en Argentina vía BCRA -como los exportadores agropecuarios-, cuya consecuencia es la reducción del ingreso equivalente a la diferencia entre el valor oficial y los diferentes valores de mercado semilibre (“Blue”, MAE, “turista”, “tarjeta”. “qatar”, “soja”, etc.) que ha oscilado entre 1 a 1,8 y 1 a 2. Para una comprensión más rápida: si se generan 100 USD por un trabajo profesional en el exterior, llegan al interesado entre 50 y 55 dólares antes de impuestos, que se transforman en apenas 20 si el objetivo es adquirir divisas en el mercado no oficial -o simplemente, se le retienen “ganancias”-. El turismo fue castigado también por el aislamiento, que requiere la proliferación de controles monetarios, financieros y fiscales desalentadores del turismo receptivo que, con el retraso cambiario producido, debería haber explotado dos o tres veces sobre sus niveles anteriores.

Las empresas argentinas del sector tecnológicamente más avanzado han debido retirar sus sedes del país y llevarlas a lugares donde su existencia no esté siempre en peligro por la ausencia de seguridad jurídica y el discrecionalidad oficial. El mejor ejemplo fue Mercado Libre, empresa líder en América Latina, que debió trasladar -incluyendo la residencia física y familiar de su liderazgo corporativo- al Uruguay.

Las implicancias de todo este entramado de intervención arbitraria del sector público en la economía y en las finanzas particulares se proyectan a toda la vida social, que ha generado mecanismos diversos para evitar lo que muchos consideran apropiaciones ilegales de sus patrimonios. Estos mecanismos abarcan desde mercados de divisas informales diversos entre los que se incluyen operadores “minoristas” como cambios por “delivery”, con tipos de cambios especiales efectuados por micro emprendedores urbanos al margen del sistema oficial o la aparición de remesadoras “fintech” de fondos hacia y desde el exterior con las que las personas buscan evitar esas apropiaciones. Estos ejemplos “minoristas” comenzaron a coexistir con los ya tradicionales mecanismos “mayoristas”, como la utilización de acciones de cotización nacional e internacional para mantener el valor de un ahorro, así como operaciones con los títulos públicos que cotizan en el mercado internacional y nacional, arbitrando con los mismos por mecanismos sofisticados instrumentados por el sistema bancario.

Todo este entramado es tan complejo y abarca a tantos actores -corporativos, empresarios, privados, políticos, gremiales y hasta judiciales- que hace muy difícil focalizar los motores del modelo en “el kirchnerismo”, como si una derrota electoral o política de esta fuerza fuera suficiente para desmantelar la infinidad de mecanismos de los cuales ha terminado por depender mucha gente, sean o no integrantes de la política, el gremialismo o la economía.

Tómese nota que en estos análisis no han sido incluidos los sectores que podríamos vincular más estrechamente al submundo kirchnerista y agravan el cuadro: la clientelización extrema del conurbano de CABA y ciudades grandes y medianas del interior posibilitada por la apropiación de ingresos por las vías descriptas, la instalación del narcotráfico en importantes conglomerados urbanos con la complicidad de aparatos político-policiales-judiciales y con capacidad de poner en jaque a los propios poderes públicos aún no cooptados, ni las redes delictivas de diversa clase también apoyadas en el entramado de corrupción político-policial-judicial mencionado.

Tampoco han sido incluidas las redes clientelares privadas, socias del Estado, que reciben millones de “planes sociales” para su libre administración, canjeando esos planes por servicios personales que en algunos casos implican participar de sus actos públicos de presión y en otros simple servidumbre o explotación personal a dirigentes oficialistas cercana a los vínculos de esclavitud. A estos sectores hasta se le ha otorgado la gestión de un sector del propio Estado, el que determina los fondos asignados y los grupos a los que les asigna.

En síntesis, la Argentina ha sido objeto de un saqueo generalizado y un desmantelamiento sistemático de sus estructuras económicas, educativas, militares, sanitarias y de su propia infraestructura, a la vez que sometida al ancla de un descomunal endeudamiento público insostenible con la raquítica productividad a la que ha sido conducida.

¿Cuáles son las expresiones políticas de esta realidad en Argentina?

En términos políticos, esa “base socioeconómica” de la Argentina tiene lógicas expresiones políticas. Cabe sin embargo la aclaración que esa expresión no necesariamente es nítida: la política, como campo específico del quehacer social, transmite esos intereses, pero también tiene dinámica y reglas propias, con motivaciones que no son sólo los intereses económico-sociales sino que se centra en la compleja y ancestral lucha por la ocupación del poder, en la que intervienen personas, partidos y grupos que no necesariamente son animados por el mismo “ethos”. Hay allí quienes desean acceder al poder para cambiar la sociedad, quienes pretenden apenas administrar los conflictos que la evolución de la realidad vaya presentando y aquellos para quienes el poder constituye una fuente de riqueza personal, para quienes los eventuales relatos que exhiben son apenas máscaras intercambiables a cuyos contenidos no se sienten obligados.

La vida política incluye tradiciones, afectos, odios, recelos, competencias personales, valores y rivalidades viejas y nuevas que se superponen a los intereses económicos de los sectores que representan y ello agrega un componente de incertidumbre sobre la actitud que en definitiva asuma uno u otro dirigente o sector al momento de definir medidas de gobierno. La relación entre el poder y la economía es, entonces, de una permanente incidencia recíproca en la que cada sector tiende, en última instancia, a su interés específico: en el caso de la política, acceder y conservar el poder y en el caso de la economía, la mejora de la rentabilidad o la ganancia.

En este sentido, las fuerzas con mayor estructuración territorial e histórica y denso funcionamiento interno expresan más solidez previsible en la gestión de gobierno, mientras que las que se concentran en liderazgos personales y tienen una vida interna más raquítica son más vulnerables a las presiones corporativas sobre el liderazgo y más riesgosas en la predicción de sus decisiones de gobierno, unipersonales y en consecuencia, más vulnerables a la sicología, ambiciones y discrecionalidad de los eventuales líderes.

Con esta salvedad y en mi opinión, son cuatro alternativas que obviamente interactúan entre ellas formando “híbridos” en continua evolución y cambio pero que, en forma “pura” podríamos agrupar de la siguiente forma:

a.      El populismo peronista-kirchnerista. Conformado por una confluencia que incluye todo el entramado de poder mencionado, al que el kirchnerismo ha agregado el componente de la corrupción generalizada, no limitada a los estratos altos de su nomenclatura, sino que ha diseminado su justificación a los niveles intermedios y bajos de la administración en todas las competencias -nacional, provinciales y municipales- y también a su justificación en niveles privados.

Muestra una nota característica: la indiferencia ante la vigencia del estado de derecho, al que consideran sólo como una circunstancia instrumental obviable. Tiene también una consideración “normalizadora” de procedimientos corruptos en la vida cotidiana, con un relato justificador y exculpador de delitos y delincuentes, jerarquizando las conductas ilícitas y numerosos comportamientos inmorales ya desde las Tablas de la Ley: no robar, no mentir, no matar.

Sus nombres atraviesan dirigentes, punteros, “empresarios”, vendedores de contactos e influencias, confluyendo con el aparato político-policial-judicial del conurbano, así como ciertos Bancos, empresarios y numerosos exponentes del mundo artístico e intelectual.

Ha gobernado directa o indirectamente en la mayor parte del siglo XXI, aún con matices internos en los que encontramos desde un extremo altamente oportunista y carente de ideología, que expresan Sergio Massa y gran parte de la dirigencia peronista tradicional hasta el otro fuertemente ideologizado y hegemónico en el período que podemos caracterizar como “populismo kirchnerista”, con particularidades que no han impedido un alineamiento con el espacio anterior, sometido en forma acrítica durante las dos décadas del predominio kirchnerista.

b.      El nacional-populismo tradicional. Incluye el entramado de poder mencionado, sin el agregado de la corrupción generalizada. Se expresa centralmente por la vigencia “ideológica” (real o impostada) del paradigma “nacional y popular” en sectores variopintos de peronistas y de otras fuerzas políticas, algunas enfrentadas políticamente al kirchnerismo pero adherentes a la visión telúrica del país cerrado y autárquico, vestido con el ropaje ideológico de la defensa de “lo nacional” y “lo popular”.

Una diferencia importante con el anterior es que reivindican y respetan el estado de derecho y cuestionan la corrupción. Sus nombres son importantes y los encontramos en el PRO, en el radicalismo, en la Coalición Cívica y también en el socialismo. Este sector puede recibir el flujo de peronistas deseosos de librarse del kirchnerismo pero que comparten a grandes rasgos sus banderas “ideológicas”. Diversos dirigentes peronistas alineados con el kirchnerismo durante su gestión de gobierno pueden agruparse potencialmente también en este grupo, al advertir que el kirchnerismo-gobierno no les garantiza ya éxitos electorales que se traduzcan en espacios de poder.

c.      La “modernización democrática”. Incluye a los actores perjudicados por el modelo nacional y popular: son productores de campo, empresarios con vocación cosmopolita, emprendedores de diverso tipo, intelectuales de diversa ubicación en el “arco ideológico” en contacto con las ideas del mundo occidental desarrollado, políticos con mayor comprensión de la marcha del mundo y adherentes a una economía abierta y a una transición consciente para contener el fuerte efecto-cambio y la reconversión de los afectados por la modernización.

Estos actores reivindican y respetan el estado de derecho como marco legal imprescindible para el resurgimiento argentino. Sus nombres también pertenecen a la UCR, el PRO, la CC y peronistas como el ejemplo de Pichetto así como igualmente liberales de vocación republicana. Hay aquí también, además de numerosos dirigentes de los partidos tradicionales, dirigentes agropecuarios, empresarios de vanguardia (Mercado Libre, Globant, etc.) y  figuras del mundo artístico -Campanella, Darín, Maximiliano Guerra, etc.- e intelectual. Kovadloff y Sebrelli son nombres ineludibles en el análisis, aunque lejos de ser los únicos.

d.     El liberalismo populista extremo, autodenominados “libertarios”. Su relato se acerca más al anarquismo de derecha que al liberalismo al que dice interpretar. Incluye a actores exclusivamente políticos y personales, sin una expresión clara entre el empresariado ni el mundo gremial, pero movilizadora del hastío de las generaciones jóvenes que sufren la impotencia en la construcción de sus vidas personales, pero son víctimas del deterioro educativo de los últimos lustros, que les impide entender la complejidad de lo social y sus matices.

Su expresión política más clara es Javier Milei, con un relato cercano al anarquismo liberal. Los caracteriza una relativa indiferencia ante la vigencia o no del estado de derecho, así como un ataque “in totum” a la dirigencia política sin diferenciar pertenencias ni matices. Desde el punto de vista económico, simpatizan con la reducción del Estado a su mínima dimensión, exclusivamente a sus funciones básicas de defensa, seguridad y justicia.

A este respecto cabe destacar que la base electoral de este sector recibe aportes no homogéneos. Nació como reacción de jóvenes de clase media más o menos acomodada, hastiados de la falta de horizontes posibles para la construcción de sus vidas y carentes de una formación adecuada para interpretar la complejidad de la estructura populista, aunque sí sus efectos. La efectividad del relato contestatario de su liderazgo unipersonal denunciando a todo y a todos consiguió desatar un proceso que se profundizó a medida que se profundizó la crisis. El relato, presentado como “libertario”, simboliza en el Estado y la política todos los males, sin matices ni discriminaciones y en “los políticos” o “la casta” a los responsables del estado de cosas sufrido en el país. Ello no les ha impedido absolver a lo peor de “la casta” cuando puede incorporarla a su fuerza o respaldar su propuesta electoral.

El Estado, sin embargo, es la organización que con los innumerables defectos y debilidades a que ha sido conducido por el populismo kirchnerista -y antes por otros- es el último reservorio de salud y educación, de asistencia social y seguridad ciudadana, de justicia y organización administrativa de la sociedad.

La identificación de la solución proclamada con la virtual disolución del Estado conllevaría a profundizar -no a solucionar- los problemas existentes. Sería el territorio definitivamente liberado para la delincuencia y la narco-delincuencia, para la extorsión y el dominio de los fuertes y la desprotección total de los débiles y excluidos. Nada de eso es visualizado por la legión de fanáticos generados alrededor del liderazgo carismático de Milei, convertidos en repetidores de consignas de imposible cumplimiento en un país civilizado.

El otro gran agregado de apoyos a Milei se expresó en las PASO de agosto del 2023 por personas clientelizadas por la maquinaria peronista que “aflojó sus marcas” dejándolos optar por sí mismos, ante la falta de una propuesta electoral seria de su partido. Esas personas se volcaron a Milei no por su contenido discursivo profundo sino por el impacto de su verba contestaria, adecuadamente adornada con insultos inusuales en la política, que resultó altamente eficiente ante la desesperante situación personal que bordea el hambre de una masa clientelar de pronto desprovista de referentes locales. El impacto de este agregado se puede visualizar al volcar en mapas geográficos la performance electoral de “La Libertad Avanza” y comprobar que en provincias -y barriadas- tradicionalmente peronistas es en las que Milei obtuvo sus mejores performances. Éstas se vieron menguadas entre las clases medias y centros de los núcleos urbanos, en los que la sociedad aún conserva su estructuración y el populismo tiene menor llegada.

Arriesgando cifras, tal vez podría afirmarse que el votante originario de Milei orilló entre el 15 y el 20 % de su total, mientras que entre un 10 y un 12 % fue recibido de base peronista trasvasada. La incógnita, que no puede predecirse, es si todo o parte de esa base trasvasada regresará a su cauce en la elección general, o si mantendrá su simpatía por la nueva opción “libertaria” inducidos por el efecto inercia de su triunfo en las elecciones PASO de agosto. En esa incógnita se concentra la incertidumbre sobre el futuro argentino.

Definidos así los agregados políticos de los “rumbos posibles” es importante destacar que existen nombres que pueden oscilar entre algunos de los agrupamientos mencionados “a brocha gorda”: unos, entre los grupos nacional-populista tradicional y el modernizador democrático, otros, entre los grupos kirchnerista y nacional-populistas, “liberales” varios, entre las opciones de modernización democrática y libertarios, y radicales, socialistas y peronistas varios, entre los grupos nacional-populista tradicional y modernizador democrático.

El sector “populista con hegemonía kirchnerista”, es acompañado en el Frente de Todos (ahora, Unión por la Patria) por peronistas no kirchneristas que desde el Partido Justicialista, sin embargo, no cuestionan su deformación cleptómana y apoyan, con o sin convencimiento, la impunidad de los delitos contra el patrimonio público de los funcionarios del kirchnerismo, que reproducen en cada escalón del Estado que les toca compartir así como sus ataques a las instituciones del estado democrático de derecho, del que sólo rescatan la institución presidencial. Han sido y son beneficiarios de la cadena de corrupción que han reproducido mayoritariamente en los escalones de gobierno que administran.

El sector “nacional-populista tradicional”, definido por su impronta cultural-ideológica, comparte su simpatía en un caso con el espacio peronista y aún con el kirchnerismo y en el segundo el espacio de Juntos por el Cambio con el sector “modernizador-democrático”. De esta forma, en Juntos por el Cambio, se libró una batalla sorda por la hegemonía discursiva y política entre el sector nacional-populista tradicional con el sector modernizador democrático -a la postre, ganador en la contienda- que no fue nítida, sino matizada por conveniencias electorales y de posicionamiento. Esta batalla también comenzó a darse en el seno de la propia coalición kirchnerista ante la evidencia del abismo que se abría a sus pies por las consecuencias de la aplicación dogmática del país cerrado, la “autarquía”, el pobrismo y la negación de la pluralidad, con el agravante de la mega-corrupción.

¿Quiénes tienen más chances?

Con el dinamismo de la política y la economía argentinas es imposible prever con algún grado de racionalidad el camino que terminará adoptándose. Tampoco es de descartar que lo que termine formándose sea una coalición de gobierno que nuclee a dos o más de esos grupos.

Un triunfo político del sector “nacional-populista tradicional”, por ejemplo, posiblemente hubiera llevado a un acercamiento con el sector “modernizador democrático” -con el que ha formado un frente desde hace varios años, “Cambiemos” o “Juntos por el Cambio”- para determinadas políticas de estado, pero también con algunos migrantes del sector “populista kirchnerista” para ampliar su respaldo político.

Pero el triunfador fue el sector “modernizador democrático”.  Éste se dedicó como primer paso a asegurar con exponentes del sector “nacional-populista tradicional” la unidad de Juntos por el Cambio, pero asumiendo también que en el electorado del sector “libertario” existen numerosos ciudadanos que pueden coincidir con algunas medidas económicas y de reforma del Estado y que en las elecciones PASO votaron a Milei por observar más nitidez en esas banderas que las mostradas en el cotejo interno de JxC. Responder a sus dos “alas extremas” -la populista tradicional y la predispuesta a un cambio más claro y aún seducir al sector del electorado que disputa con Milei- es uno de sus mayores desafíos.

Es más improbable un triunfo del “populismo kirchnerista”, por el descrédito que arrastra y el rotundo fracaso de sus predicciones económicas en el turno de gobierno iniciado en 2019, aunque nada es descartable del todo. En caso de resultar ganadora esta alternativa, no sólo proseguiría el derrumbe del país como “espacio político” sino que muy posiblemente se acentuarían las características autoritarias-represivas y el alineamiento internacional con el mundo populista (Maduro, Putin, Ortega, Evo Morales, etc.), sin descartar un fuerte conflicto en su seno entre su variante más extrema -el kirchnerismo “puro”, la organización “La Cámpora”, algunos intelectuales- y su variante más moderada aunque igualmente alejada de la ortodoxia institucional (Massa, las organizaciones gremiales, los empresarios protegidos, etc). Los grupos clientelizados se repartirían aunque seguramente quien detentara el poder tendría más chances de sostener allí algún apoyo, ya que en última instancia, entre ellos, de eso se trata.

¿Cuáles son las posibilidades y límites de cada alternativa?

Los límites de las alternativas pueden definirse sólo a grandes rasgos, porque dependerán de la evolución de variables que no son todas nacionales, sino que algunas tienen origen internacional, aunque repercutan en el país. Un ejemplo de esta relación la dan los precios internacionales de productos agropecuarios. Precios muy altos benefician a la Argentina con “efecto riqueza”, atenuando la presión por el cambio de paradigma ya que pueden seguir financiándose gastos improductivos -al margen que sean o no socialmente “justos”- sin cambios estructurales que relancen la economía, pero le permitan languidecer sin sobresaltos. Precios muy bajos obligan a acelerar el proceso de cambio, o a profundizar la pobreza.

Un triunfo electoral del sector “populista kirchnerista” por ejemplo, en la actual situación socioeconómica tiene límites muy estrechos y quizás pueda afirmarse sin error que llegó a su límite. Al no existir más capacidad de crecimiento por falta de inversión, ni financiamiento por el nivel de endeudamiento interno y externo alcanzado por el país, ni de incremento impuestos por la alucinante presión impositiva en los tres niveles -nacional, provincial y municipal- sobre la producción, las posibilidades de supervivencia del sistema sólo tienen alternativas que profundicen el desmantelamiento del estado de derecho.

¿Qué significa “límite”? En los procesos sociales complejos, como el argentino, el límite es impreciso: los cubanos llevan 60 años con el sistema y aunque aparezcan tensiones puntuales, el Partido Comunista de Cuba sigue detentando el poder totalitario sobre una sociedad empobrecida, resignada y reprimida. Similar suerte se va dibujando en Nicaragua y en Venezuela. El sistema se ajusta expulsando del sistema -y del país- a las personas que aspiran a mejorar su vida, clienteliza a los que se resignan a depender del poder en forma directa o indirecta y reprime sin legalidad alguna, velada o abiertamente, a quienes se oponen. El marco es compatible con la violación de los derechos humanos y la desaparición de derechos y garantías ciudadanas.

En opinión del autor, sin embargo, sería un error considerar a la opción oficialista de Unión por la Patria como una fuerza homogénea. Más bien se expresan allí dos polos generadores de una tensión antagónica. El kirchnerismo residual más “puro” necesita imperiosamente seguir conservando al Estado como una caja de financiamiento clientelar porque es su esencia ideológica. El “massismo” con el peronismo tradicional que circunstancialmente lo rodea, aun disfrutando del apoyo electoral del kirchnerismo, es consustancial con una percepción más pragmática que también desea seguir manteniendo al Estado como “caja” pero requiere vasos comunicantes con otros factores de poder -como los empresarios protegidos, sectores financieros, multinacionales extractivas (de petróleo y gas, de litio, de otros minerales) y con el sindicalismo tradicional-.

El primero de esos sectores, el kirchnerismo “puro”, no esconde su objetivo de convertir a la Argentina en una gigantesca villa-miseria, acompañada por el pobrismo jesuita, por la narco-delincuencia y por el alineamiento internacional con el Foro de San Pablo, Putin, Ortega, y en general con el populismo global. “La pobreza es preferible a cualquier desigualdad”, pontificó en su momento Victoria Donda, Secretaria de Lucha contra la Discriminación del gabinete de Alberto Fernández.

El segundo, en su pragmatismo, buscaría escapar a esta presión ideológica que sin embargo le presta su principal base electoral, y orientaría su modelo hacia una relativa modernización con algún grado mayor de vinculación con el mundo, especialmente financiero y comercial en el que pueda hacer negocios. Su relación con grupos políticos del Partido Republicano y financieros en EEUU anuncian su distancia con la visión de alineamiento con el populismo global sostenido por el “kirchnerismo puro” y abre la puerta a un acercamiento con la versión más “pura” de los neo-reaganomics americanos, expresados por Donal Trump.

La adopción por Massa de una línea “nacional-populista tradicional” tropezaría de inmediato con las limitaciones económicas que implica el modelo cerrado, autárquico, patrimonializador del Estado y repartidor de rentas inherente a sus intereses. La “ventaja” inicial de despegarse de la corrupción extrema se agotaría pronto, ante la toma de conciencia de los sectores a los que se absorben desmesuradamente ingresos y que serían su base electoral principal frente al kirchnerismo, las clases medias peronistas y -obviamente- a todas las clases medias argentinas. Ello haría pronosticar una muy cercana crisis de gestión de desemboque imprevisible, presentando nuevamente las opciones del dilema que arrastra el país desde hace décadas: abrir la economía a las corrientes mundiales de inversiones, financiamiento, tecnología y comercio -opción que requeriría alianzas fuertes con los “modernizadores democráticos”- o seguir cayendo hasta una explosión hiperinflacionaria y crisis social generalizada, si su alianza “de supervivencia” elegida fuera con el populismo kirchnerista.

En efecto: con el populismo kirchnerista comparte varios sostenes económicos (empresarios vinculados al Estado) y gremiales (sindicatos protegidos), que rápidamente se alinearían con el nuevo poder, lo que podría ser un obstáculo para su acercamiento al sector “modernizador democrático”. Pero seguramente se apoyaría en la impostación de su coincidencia “ideológica” con el pensamiento “nacional y popular” con grupos marginales de origen radical y la predominancia del pensamiento dogmático “nacional y popular” entre importantes protagonistas políticos, gremiales, comunicacionales, artísticos e incluso académicos, ideología que resiste obsesivamente los desmentidos más claros de la realidad, en algunos casos por ingenuidad nostálgica y en otros por conveniencia utilitaria.

Un triunfo del sector “modernizador democrático” tendría otras complicaciones, más centradas en los damnificados inmediatos de la indispensable reforma del sector público, el impositivo y el régimen laboral, aunque es previsible una mejor repercusión internacional y más facilidad de refinanciamiento de la deuda pública (sin los cuales la dureza de la transición sería grande). Al ser el único compatible con la inserción internacional virtuosa y con el modelo de gestión democrática globalmente aceptado en el mundo occidental, podría iniciar un proceso largo de renacimiento, recuperación y modernización de Argentina como el insinuado en el período 2015-2019.  Su camino, no obstante, no estaría sembrado de rosas.

En gran medida su éxito dependería de su virtuosismo en la gestión de la transición, que incluye la transformación de los “planes sociales” en trabajo productivo, la adecuada gestión de la deuda al contar con mayor receptividad en la dirigencia del mundo occidental y la profundidad de las reformas estructurales (laboral, financiera, monetaria, sector público, coparticipación federal) para hacer racionales y sostenibles los ingresos y los gastos del Estado en sus tres niveles, incluyendo una adecuada refinanciación del endeudamiento público.

Si el riesgo del sector “nacional-populista tradicional” es la continuación y profundización del desborde inflacionario y su subsiguiente caos económico-social, en el caso del sector “modernizador-democrático” el riesgo a enfrentar es la resistencia activa en el corto plazo por parte del kirchnerismo, en gran parte debido a la persecución judicial por la megacorrupción de su gobierno, pero también de los afectados por la modernización y el cambio si la administración de la transición careciera del necesario virtuosismo político al llevar adelante las reformas estructurales. Este punto lleva a una demanda puntual de la que dependerá el éxito de su gestión: el diseño de una transición para el cambio de paradigma que prevea y dé respuesta a los sectores honestos que resulten por ella afectados, abriéndoles caminos alternativos de inserción en el nuevo paradigma.

Un triunfo del sector “libertario”, por último, lo ubicaría de inmediato frente al dilema de aplicar sin red de seguridad sus medidas de racionalidad sólo económica olvidando el equilibrio social o de buscar apoyo, sea del sector “modernizador democrático” en el plano parlamentario y económico, de difícil obtención por las profundas falencias institucionales que son la contracara del núcleo ideológico que une a Juntos por el Cambio por encima de sus diferentes miradas económicas, o sea del Massismo, con el que acelera coincidencias aún en la etapa preelectoral, facilitadas por la ausencia de valores ideológicos y el superlativo pragmatismo del candidato oficialista.

Como las incógnitas que deja su relato son muy amplias, es muy difícil predecir hacia dónde decantará al momento de tener que enfrentar la resistencia de los afectados con su programa extremo.

Sus banderas convocantes iniciales (desaparición de la moneda nacional, dolarización de la economía, disolución del Banco Central, fin de la estructura de la educación pública y de la salud pública, fin de las obras públicas, libre portación de armas) son diluidas a medida que avanza el proceso electoral.

 Sus relaciones internacionales, por otra parte, son otra incógnita, así como la confianza o desconfianza que pueda despertar en el mundo occidental por sus vínculos con los grupos populistas de extrema derecha (Orván, Vox, Le Pen), aunque la laxitud de su discurso podría abrirle la puerta a una posible relación con el propio populismo kirchnerista, canjeado ese apoyo por una amnistía o indulto a sus delitos de corrupción. Otra vez: las líneas de acercamiento confluyen en el Norte, hacia los republicanos de Trump.

Arriesgando pronósticos, ¿cuál alternativa tiene mayores chances de éxito?

La primera pregunta a formular es sobre la definición de “éxito”.

Si se refiere al proceso electoral de este año, parecería descartado el triunfo del “populismo kirchnerista” por el enorme desgaste e incapacidad de gestión, no sólo inherente al modelo “nacional y popular” sino a la absoluta falta de profesionalidad y conocimientos sobre la gestión pública y el conocimiento de la megacorrupción con la que se han beneficiado sus principales dirigentes, incluyendo especialmente a su lideresa máxima y excluyente, la expresidenta Fernández de Kirchner pero no reducido a ella sino a numerosos integrantes de la “nomenclatura” peronista y empresarial de las gestiones kirchneristas.

Sin embargo, el kirchnerismo parece haberse retirado del debate formal y haberse reducido a sostener sus “baluartes”: intendentes amigos en el conurbano y la estratégica gobernación de la provincia de Buenos Aires. La opción en la que oficialmente ha desembocado el kirchnerismo es la de Sergio Massa, cuyos matices de diferenciación son obvios y ya han sido mencionados.

¿Qué pasaría en la hipótesis de un triunfo de Sergio Massa?

Algunos pasos en la campaña electoral parecen marcar un rumbo.

1.      El kirchnerismo tomaría distancias del gobierno negando su apoyo parlamentario para medidas indispensables de ordenamiento económico. Probablemente sería la primer crisis de gobierno. No sería novedad: ya ocurrió en ocasión de la firma del último acuerdo de Alberto Fernández con el FMI, que ante el vacío del kirchnerismo-gobierno, debió recurrir al apoyo parlamentario responsable de JxC para su aprobación. Frente a esto, el gobierno puede impulsar un acercamiento a dos espacios: el libertario, con el que tiene notables vasos comunicantes, y un sector de Juntos por el Cambio, especialmente en temas relacionados con la economía.

2.      El kirchnerismo probablemente apuntaría a reconstruir -con dudoso éxito-un espacio opositor “nac & pop” ampliado con sectores de JxC y del peronismo no integrado al gobierno.

3.      La resistencia al ordenamiento económico estará sostenida por la capacidad movilizatoria de las organizaciones piqueteras con medidas de fuerte repercusión como cortes, tomas de predios, etc.

4.      Si esta tensión se acentuara, el eventual gobierno de Massa podría reconfigurar su relato, convirtiendo al kirchnerismo en una especie de chivo emisario de todos los males “heredados” y del bloqueo a los “intentos” de Massa de corregir la situación durante su paso por el Ministerio de Economía.

5.      El límite de las posibilidades de éxito de esta alternativa -que representará, como está dicho, al “estabishment” empresarial, gremial y corporativo parasitarios- no le permitirá relanzar la economía argentina sino continuar en el languidecimiento, seguramente más complicado de lo que lo ha sido en los últimos años.

6.      En el caso de que el gobierno opte por seguir la línea “kirchnerismo puro”, tendrá un aislamiento político y parlamentario similar al que llegó el gobierno de Alberto Fernández, sin que su juego de “amigo-rival” con EEUU le de más margen político, económico o internacional por la falta de credibilidad. La situación del país que deja la presidencia Fernández, no obstante, no permite márgenes de maniobra ni en la recaudación vía mayores impuestos, ni en el endeudamiento, ni en la financiación vía monetaria, por lo que el período estará cargado de tensiones redistributivas cada vez más intensas dejándole dos opciones: reprimir, o retirarse del gobierno.

7.      Esto es porque el entramado empresario, gremial y hasta político de la histórica coalición “nacional y popular” que prefiero llamar “coalición de la decadencia”, superada la hegemonía del kirchnerismo “puro”, posiblemente decantaría en gran parte hacia este sector detentador del gobierno y en consecuencia de la “llave” redistributiva, pero de los que - recordemos - no son sectores que aporten riqueza, sino que demandan gasto público.

8.      Su eventual gestión de gobierno estaría caracterizada por administrar la decadencia tal vez con más prolijidad que el kirchnerismo y posiblemente con niveles de corrupción menos evidentes, pero en lo económico-social su techo estaría dado por su naturaleza: coordinación de lo existente, renuncia al cambio, resignación a la decadencia. Su gestión previsible, al margen de alguna reivindicación simbólica sin mayor importancia, se reduciría a arbitrar presiones sectoriales en su beneficio y a costa del interés general.

9.      Puesto a gestionar, tarde o temprano deberá enfrentar el límite: el profundo desequilibrio existente y creciente le impondrá un ajuste al estilo “nacional y popular”, o sea empujando hacia adelante una deuda corregida y aumentada, una economía más raquítica, una institucionalidad forzosamente más débil, una sociedad más alejada de la frontera de crecimiento global, recurriendo a una fortísima reducción del ingreso de sus votantes vía nueva devaluación y default y desembocando en un caos económico-social -tipo 1989- solo disciplinable con represión. El relato “nacional y popular tradicional” imputaría el fracaso al FMI, los acreedores externos y los grandes intereses... para recomenzar el ciclo, como ha ocurrido en los últimos 70 años.

10.  En síntesis: el “modelo Massa” encajaría en cualquier ejemplo que le permita mantener en sus manos la caja del Estado, estilo PJ.

 

¿Qué podría ocurrir en la hipótesis de un triunfo de Javier Milei?

1.      Cualquier previsión sobre los pasos del eventual gobierno Milei está atravesada por una incertidumbre mayor que si el triunfo fuera de cualquiera de sus contendientes, debido a los constantes cambios de su propuesta.

2.      Una línea de interpretación: su relato originario es muy cercano al liberalismo extremo, una especie de “neo-reagonimics” acentuada por la indiferencia ante el estado de derecho -que no tenían los reaganomics originarios, los que invocaban en su relato la vuelta al liberalismo democrático originario de EEUU, es decir instituciones democráticas sin intervención o con una intervención mínima en la economía-.

3.      En este aspecto, la posición extrema sostenida por Milei sobre la libertad económica se traduce en su relativa indiferencia por la vigencia del estado de derecho y el liberalismo político, que no forman parte de su relato y la exacerbación de la libertad individual sin límites, traducida en propuestas como la libre venta y portación de armas, la libertad de venta de órganos, el arancelamiento de la educación y la salud -servicios de los cuales el Estado en su opinión debería retirarse-, la desaparición del Banco Central y de la moneda nacional propia, etc. Una especie de “ley de la selva”.

4.      A medida que se acercaba el proceso electoral, esas propuestas fueron diluyéndose o trasladadas en el tiempo a la “segunda”, “tercera” o siguientes “generaciones”, sin mayores precisiones sobre la fecha de su eventual vigencia. Es imposible, en consecuencia, al momento de escribirse estas líneas, imaginar su dinámica debido a su variabilidad extrema. Lo que sí puede afirmarse es que se tratará de un proceso altamente turbulento.

5.      Para el impulso de la mayoría de esas banderas no económicas, carecería de sostén parlamentario ni en la estructura del Estado -gobernadores, intendentes-. Pero sí contaría con grandes “espacios de cooptación” para peronistas que, de pronto, se encontrarían “en el llano” y con deseos de integrarse al nuevo experimento, como ha ocurrido con los dirigentes del liberalismo tradicional argentino que se han unido a sus filas.

6.      La construcción de su presencia parlamentaria contaría con los legisladores propios más los que hayan llegado con Massa, con quien es probable que formalice una alianza para sostener al gobierno, buscando luego acuerdos puntuales para cada medida. Los une su afinidad con el sector “trumpista” de los republicanos norteamericanos. En el afán de encontrar una categoría tradicional de pertenencia, podría encontrársele afinidades con un populismo de extrema derecha liberal. No ha incluido en sus propuestas una acción represiva pero sí la posible recurrencia a plebiscitos, mecanismos como sabemos muy peligrosos para la democracia representativa y constituyentes de totalitarismos de los que la historia nos da tristes ejemplos.

7.      Es previsible la ruptura de la alianza Massa-CFK. El kirchnerismo residual, quizás convertido en una fuerza testimonial, podría convertirse en la oposición activa en la calle, junto a los eventuales desplazados del aparato estatal y los grupos piqueteros que queden fuera de la negociación con el gobierno. La negociación sobre situación judicial de CFK es el arma con que contará seguramente el gobierno para intentar disciplinar y encauzar esa oposición.

8.      En JxC es probable que se repita el fuerte debate interno, con un sector que sostenga la necesidad de respaldar las acciones ordenancistas de Milei y otro que reclame la oposición total. Sin embargo, la continuación de la alianza JxC puede ser percibida como la alternativa opositora democrática-republicana con alternativa cierta de poder, ante el fracaso altamente probable de la gestión y la necesidad de resguardar el estado de derecho y la legalidad. Esta perspectiva favorecerá la continuación de la coalición.

9.      A la oposición del kirchnerismo contra Milei es probable que tiendan a acercarse algunos sectores de JxC de origen radical que han dado pasos en ese sentido antes de las elecciones (siguiendo el ejemplo de Moreau, Ricardo Alfonsín, Santoro, etc.). Su relato sería la “reconstrucción del campo popular”. Es improbable que tengan una gran representación del tradicional electorado radical, masivamente incorporado a JxC.

10.   El entramado empresario, gremial y hasta político de la histórica coalición “nacional y popular” que prefiero llamar “coalición de la decadencia”, vencido el kirchnerismo puro y la alternativa de cambio republicana, posiblemente migraría en gran parte hacia el dialogo con el nuevo gobierno en una carrera por conservar sus nichos de rentas o privilegios, aunque -nuevamente recordemos- no son sectores que aporten riqueza, sino que demandan gasto público.

11.    Puesto a gestionar y enfrentado con las urgencias cotidianas, es de prever un deterioro de su base electoral originaria convocada más que por los contenidos propositivos, por la forma rupturista de su presentación y por la ilusión de un alivio inmediato de su situación económica deteriorada por la inflación.

12.   En síntesis: el “modelo Milei puro” podría imaginarse como la de una sociedad estilo norteamericana, en la visión más extrema del partido Republicano (Donald Trump).

 

 

Qué ocurriría con el triunfo del sector “modernizador democrático” liderado por Patricia Bullrich

1.      El sector “modernizador democrático” es el único sector de los tres cuya orientación de gobierno puede imaginarse con claridad: un país modernizado (agro, servicios de punta, industria exportadora, “explosión” de microempresas, reformas fiscal, laboral y monetaria, profunda reforma educativa, reforma del sistema de salud, modernización del Estado) así como una integración reflexiva e inteligente del país a las corrientes más potentes y modernas de comercio, inversiones, tecnologías y financiamiento del mundo occidental manteniendo férreamente el marco democrático-institucional y el estado de derecho.

2.      El inicio de este proceso no sería, sin embargo, una tarea sencilla. Los desequilibrios que es imprescindible normalizar en la macroeconomía -deuda pública, mega-desequilibrio presupuestario, gigantesco déficit cuasifiscal (“leliq’s” y otros), atraviesan la estructura del Estado y su rol redistribuidor, y a toda la sociedad.

3.      Los frentes de imprescindible retracción del gasto público generarán tensiones claras entre los damnificados más directos e inmediatos: empresarios de servicios públicos monopólicos y rentistas cuyas rentas se reduzcan o desaparezcan, ciudadanos que deban abonar por los servicios el precio que cuestan, centenares de miles de beneficiados con “planes sociales” sin contrapartida ni límite temporal que deberán trabajar, miles de ingresados al aparato estatal por cooptación o clientelismo sin funciones, empresas públicas con alto déficit por ser bolsones de empleo clientelar y mecanismos de captación de recursos rentistas de empresas protegidas, organismos autárquicos también cooptados por organizaciones extraestatales (ANSES, PAMI, Fábrica de Aviones, Correos, Aerolíneas, Ferrocarriles, sistema oficial de medios públicos, etc.), envíos de fondos discrecionales a provincias y municipios por vías extralegales y otras múltiples vías edificadas por populismo K como canales de apropiación de fondos públicos.

4.      A esta acción de “limpieza” de la estructura estatal se sumarán los reclamos legítimos de quienes deben recibir los servicios de salud, educación y seguridad del Estado, con sinceras esperanzas de mejoramiento.

5.      Los equipos de recuperación para el reordenamiento del país deberán ser ejemplares en sus conductas para reforzar la credibilidad y deberán actuar con altísimo grado de profesionalidad, sensibilidad política y percepción de justicia. La eventual pérdida de credibilidad de la sociedad conduciría a su fracaso.

6.      Para atravesar estos desafíos necesitarán una mayoría parlamentaria que deberán construir sobre la base de sus propias bancadas más los acuerdos puntuales en cada ley, sostener una mística de cambio en los ciudadanos con máxima transparencia -que deberá cuidarse como esencial a la estabilidad del gobierno- e inducir a los gobiernos locales a acciones parecidas, con los mismos objetivos.

7.      Deberá prever una resistencia muy fuerte, política, económica y comunicacional, de los defensores del viejo “statu quo” de la Argentina corporativa, que hemos definido en este trabajo como “corporación de la decadencia”. Conspiraciones financieras, operaciones descalificantes de comunicadores mayoritariamente opositores, calles convertidas en caóticas -ya lo están, en pleno gobierno populista K-, narco-delincuentes sumados a la oposición desestabilizante, etc.

8.      Es muy posible que realizada una propuesta de estas características, el problema de la deuda en su tramo externo deje de serlo al derrumbarse el “riesgo país” y reducirse en consecuencia el costo de volver a los mercados, abandonando la tutela del FMI. Sería el inicio de un proceso de recuperación que puede tomar una velocidad notable: la economía argentina, liberadas sus potencialidades, tiene mucha fuerza y puede mostrar una recuperación muy rápida tanto en el valor de la moneda, la generación de empleo y la recuperación del salario en razón de su potencial exportador y emprendedor. Nada más que el sector agropecuario, liberado del peso de las retenciones, podría cuadruplicar su saldo exportable, a lo que debe sumarse el litio, la explotación gasífera y petrolera y la minería. Una reforma laboral moderna permitiría generar empleo en blanco y ampliar la oferta de trabajo en forma sustancial, nivelando de esta forma el desequilibrio del sistema previsional. Una reforma del Estado que le haga cumplir con las expectativas que sobre él tiene una población hoy angustiada será esencial para mantener la credibilidad y el sostenimiento del gobierno. Una Argentina normalizada, homologada con la visión compartida hoy por todos los países del mundo -no sólo occidental- podría ser la novedad de los próximos años.

9.      En síntesis: el “modelo Bullrich-JxC” sería una sociedad al estilo de la española, en la visión de los acuerdos centristas de la transición democrática (Pactos de Moncloa).

 ...

Si con la palabra “éxito” queremos expresar el relanzamiento modernizador de la Argentina, sólo un liderazgo inclusivo y convocante con claridad de objetivos podría desatar una fuerza suficientemente poderosa como para vencer la resistencia al cambio. Ello sólo podría darse, en una mirada realizada a comienzos de 2023, con un triunfo de la opción “modernizadora democráticas de Juntos por el Cambio en las elecciones generales y una gestión de gobierno a la vez potente y virtuosa. Potente para liderar el cambio y virtuosa para hacerlo manteniendo el equilibrio social abriendo espacios de contención con los que lo sufrirán en la coyuntura y suficientemente convocantes a la inversión productiva. Para que esa alternativa resulte exitosa parece imprescindible mantener la unidad de Juntos por el Cambio y de reforzar esa unidad con la incorporación de sectores peronistas y liberales honestos, cuando se los encuentre, aislando al “nacionalismo populista” más cerril y al kirchnerismo residual, que liderarán la resistencia.

Alternativas posibles al análisis precedente

Aunque implicaría una ruptura inesperada, no puede descartarse un realineamiento de los grupos mencionados como opositores.

Como dijimos, en Juntos por el Cambio existen dos inclinaciones ideológicas diferentes. Coexisten allí quienes se encuentran más cercanos al “modelo nacional y popular tradicional” pero se oponen al kirchnerismo por su corrupción extrema y su agresión institucional, con quienes también se oponen al kirchnerismo, pero tienen conciencia del agotamiento del “modelo nacional y popular tradicional” y propugnan una modernización de la economía con un criterio inclusivo, asumiendo los desafíos de la transición en el cambio de modelo. Estas dos almas también coexisten en el radicalismo, en el PRO y aún en la CC.

La formación de Juntos por el Cambio, en rigor, no tuvo como convocante originario un proyecto determinado en lo económico-social. Sí coincidían en la recuperación democrática y en el freno a la corrupción. A partir de allí, todo era opinable. En la actual situación del país, eso sólo no alcanza, aunque la unidad siga siendo imprescindible para la derrota del ala más dura del populismo “cleptómano”, la que expresa el kirchnerismo.

No es descartable que algunos dirigentes del sector “nacional y popular tradicional” de Juntos por el Cambio pueda forzar una ruptura y busque acercamientos o incluso confluencia con emigrados del sector “populista kirchnerista” que pretendan tomar un camino diferente al kirchnerismo por considerarlo un camino irrecuperable y, aprovechando el conflicto de miradas en la opción oficialista.  

En visión de quien esto escribe, los votantes de JxC no compartirían esta alternativa, que sí puede lograr más respaldo en algunas burocracias partidarias. Existen “moderniza dores democráticos” como “nacional populistas tradicionales” tanto en el PRO, el radicalismo y la propia Coalición Cívica. Ambos cuentan con respaldo intelectual y de comunicadores. Sebrelli y Kovadloff, por ejemplo, y algunos editorialistas importantes de diarios nacionales coincidirían en su respaldo a los “modernizadores democráticos”, mientras que algunos “cuadros políticos” con historia pero ya sin representatividad electoral lo harían con el “nacional-populismo” tradicional.

¿Podría darse un camino intermedio, una especie de equilibrio entre los rumbos que aparecen como opciones enfrentadas?

Sería posible. Sin embargo, el punto de partida reduce al mínimo esta posibilidad. Como está dicho: con el nivel de endeudamiento, de desprestigio y aislamiento internacional, del nivel de la presión fiscal, del ritmo de la inflación, del desequilibrio público, del nivel de pobreza y deterioro de la moneda nacional -que concentra y expresa todos los desequilibrios mencionados- parece que ese rumbo “intermedio” tendría una chance muy pequeña.

En análisis es sencillo: para que la Argentina retorne al crecimiento es necesario convocar decisiones de inversión. Ello es imposible con el desequilibrio macroeconómico existente. También con el temor que genera una justicia que no otorga garantías de independencia. Y con leyes laborales -y peor aún, convenios colectivos- que se remontan a 1975, cuando la economía y las técnicas de producción eran otras pero que hoy conspiran contra la formación de empresas por el temor a la judicialización de cualquier reclamo. La presión impositiva -variable analizada en profundidad por quienes deciden inversiones- posee un nivel tan elevado (42 % del PBI) que saca a la Argentina de la carrera, agravadas por una discrecionalidad por parte del gobierno en el área fiscal -y no sólo fiscal- que se ha convertido en normal y que implica un peligro constante sobre cualquier actividad productiva y decisión de inversión debido a la eventualidad -probable- de cambio de reglas de juego financieras y cambiarias en mitad del proceso de inversión.

El cerramiento, por otra parte, dificulta el acceso al único mercado en el que es posible obtener ganancias, el mercado global. El desequilibrio macroeconómico agrega otra espada de Damocles, ya que su periódico estallido unido a los extremos mencionados no da garantías de estabilidad a ningún cálculo de rentabilidad debido a la incertidumbre sobre el tipo de cambio, haciendo imposible cualquier proyección microeconómica para una inversión que no sea con altísima rentabilidad de corto plazo y un apoyo político siempre incierto en el largo plazo.

La permanente crisis fiscal, por otra parte, no sólo golpea con incertidumbre la seguridad impositiva sino que abre constantes mecanismos especulativos para financiar el desequilibrio público, cada uno de los cuales es una ventana por la que se extraen recursos de la economía a través del gasto del Estado, las tasas de interés, los subsidios discrecionales a empresas y personas, todos ellos con mayor tasa de ganancia que cualquier actividad productiva, compitiendo en consecuencia con las eventuales inversiones que a ella se puedan destinar.

La continuación del aislamiento y la indiferencia ante la inserción internacional provocará que no haya inversiones ni del exterior ni internas. Si ese es el camino adoptado, la Argentina proseguirá, como en los últimos tiempos, generando recursos rentísticos y especulativos a quienes cuenten con información sobre las decisiones políticas o se integre a la “corporación”, recursos que se transforman en divisas y emigran, pero jamás se reinvertirán en la economía nacional. Su contracara: el empobrecimiento de la población general, el deterioro de la moneda nacional, el estancamiento económico.

Por supuesto que la eliminación de la corrupción sería un aporte importante a la recuperación, pero es más bien una condición necesaria, no suficiente. Debería ser acompañada de un programa fiscal que muestre seriedad en las cuentas públicas -que sólo puede venir de la reducción del gasto, ya que la presión impositiva existente no admite incrementos-. Esa reducción del gasto requiere una relación transparente, legal y automática en la discusión y ejecución presupuestarias, la distribución de los impuestos (coparticipación) entre las distintas jurisdicciones sin arbitrariedad y sólo en base a la ley, la eliminación de los subsidios económicos (tarifas de los servicios públicos), la reducción paulatina de los subsidios sociales (planes) transformándolos en empleo privado y una puesta a punto del sistema jubilatorio para el futuro sobre bases de sostenibilidad, justicia y coherencia actuarial terminando con las jubilaciones por discrecionalidad del poder, sin base en los aportes realizados por los jubilados en su vida activa. Y por último, la reformulación negociada de la deuda pública a fin de proyectar su sostenibilidad sin sobresaltos, tanto en su segmento externo como en los internos -del Estado y del Banco Central-, reformulación que sólo será posible si se la enmarca en un programa coherente y sustentable que lo haga creíble, reduciendo con esto la tasa de “riesgo país”. Si ello no se logra, la alternativa es otro default, un ajuste del cerramiento y la continuación de la decadencia hacia el pobrismo extremo.

Si no se hacen estas cosas, el camino de recuperación termina en un callejón sin salida.

...

El futuro está abierto y es opaco. Lo que aparece cada vez más claro es que pocas veces en la Argentina moderna sus opciones han sido tan patentemente disímiles y conllevan futuros tan diferentes: la “cosmopolitización” o la definitiva “latino americanización” del país. Sarmiento diría “Civilización y barbarie”.

Alguien interesado en una Argentina moderna, pujante, con vocación de futuro, prestigio internacional, valores democráticos, integrada y respetuosa de los derechos de las personas para perseguir sus propios sueños debería encontrar su lugar en una opción alejada claramente de los populismos, de “izquierda” o “derecha”, sea cual fuere su bandera partidaria.

Decía al comienzo que la crisis actual y próxima, de continuar su rumbo, puede terminar con la disolución del país como marco sociopolítico. El desarrollo de este concepto requiere mucho más que un análisis coyuntural. Pero... se disolvió la Unión Soviética, Yugoslavia, Checoeslovaquia, el imperio francés, el imperio inglés, el imperio otomano... y antes todos lo que la historia nos enseña. Los países son nada menos, pero nada más, que categorías históricas.

Es improbable que un marco nacional como el argentino siga soportando eternamente la tensión entre “los que pagan” (invierten y producen) y “los que cobran” (sin otra justificación que su vinculación al poder o su capacidad de presión), sin normas y sin justicia.

Si la Argentina continúa su deterioro, puede llegar a su disolución: tiene regiones que podrían configurar, cada una de ellas un país apoyado en “los que pagan” (La Patagonia, Cuyo, el Litoral, la región Centro, la propia CABA.) No existen fuerzas centrípetas que neutralicen el hastío centrífugo de las regiones productoras. Tiene importantes “relatos” en su escenario político-intelectual que no sólo desmerecen, sino que no consideran a sus adversarios ni siquiera como “compatriotas” con cuyas ideas no coinciden, sino como reales enemigos, es decir no tiene un afecto nacional compartido que sirva de soldadura a la unidad nacional contrarrestando la tensión centrífuga.

O también puede llegar a su definitiva latino americanización, manteniendo su unidad como país, pero con una sociedad empobrecida y embrutecida definitivamente, con sus clases ilustradas y productivas emigrando y una nomenclatura populista cleptómana adueñada del Estado en forma arbitraria, mañosa o violenta junto a socios narcos adueñados de hecho de grandes zonas del país. Socios en el mundo y en el continente no le faltarían. Sería el sueño del “pobrismo” jesuita, de los narcos, de los punteros del conurbano, del retro progresismo, y, en general, del populismo. Una gigantesca toldería de vida miserable gobernada por una narco nomenclatura mafiosa enriquecida. Así pasó en Cuba, así pasa en Venezuela y Nicaragua.

Y puede pasar en Argentina.

Como puede pasar también que -por el contrario- la Argentina retome su tradición de país constitucional, integrado al mundo, respetuoso de la ley y los compromisos, reconstruya su moneda, erradique el populismo, vuelva a los esfuerzos modernizadores y educativos jerarquice su educación y su justicia, y construya una democracia compleja, consciente, inclusiva, actualizada.

También puede pasar.

Los dados parecen estar en el aire.

Ricardo Lafferriere – Setiembre de 2023

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jueves, 17 de agosto de 2023

PASO: ¿Qué cambió?

PASO: ¿Qué cambió?



Si bien desde la perspectiva de la ubicación política tradicional desde la que cada uno lo observe el resultado de las PASO puede aparecer rupturista “sistémica”, en realidad también muestra una realidad de cambio de paradigma en la opinión pública que pugna por instalarse desde hace tiempo.

Horacio Rodríguez Larreta juntó a toda la "coalición" que ha gobernado el país en forma directa o indirecta en las últimas décadas y que no apoyaban a Massa y el saqueo kirchnerista. Contó con el apoyo de “empresarios” (comillas a propósito, muchos de los cuales también apoyaron a Massa), dirigentes políticos de "izquierda, centro y derecha" -Carrió, Ocaña, Morales, Manes, María Eugenia Vidal, Esper, Pichetto, Storani, Lousteau, la mayoría de la nomenclatura radical y los futuros gobernadores y "cuasi-goberndores" de JxC, y hasta varios sindicalistas amigos-. Con todo ese apoyo, abrumadoramente masivo en apariencia, logró interpretar apenas al 10 % del electorado argentino.

En el conjunto electoral de Juntos por el Cambio una característica intrínseca es el ejercicio de la autonomía crítica de pensamiento y acción. La escasa performance de HRL indica claramente el error conceptual y de análisis de todas esas estructuras. La mayoría electoral de JxC sabe y es consciente que son imprescindibles reformas -económica, sindical, del Estado, rentística, del sistema de salud, de la educación y el ajuste de los sistemas de seguridad-represión del delito-, de la defensa nacional y de las RREE que no aparecían claras en un relato que parecía armado más para un país europeo sin problemas de convivencia que para una Argentina en caída libre.

El relato de HRL pasó por alto los dramas terminales a que han conducido a la Argentina los patrones tradicionales del modelo “nac & pop”, en el que muchos en mayor o menor medida hemos sido formados. Ahí está la clave, en comprender e interpretar el agotamiento de una forma de interpretar el país propia del siglo XX pero inaplicable para el siglo XXI y no en el amuchamiento del "70 %" de las dirigencias de ese país del pasado.

Patricia Bullrich, a su vez y en cambio, debió lidiar entre la tensión de proponer con claridad las medidas necesarias por un lado pero de mantener la cohesión de JxC sin romper dialécticamente con HRL por el otro, lo que significaba un lastre para su arsenal propositivo, habida cuenta que, de cara al objetivo inmediato -ganarle al kirchnerismo- la herramienta de JxC era y sigue siendo fundamental, sin que sea admisible ponerla en riesgo.

Ésto dejó el campo libre para Milei, quién desde un enfoque escasamente republicano, desplegó una serie de consignas de fuerte llegada al “gran público” de clases medias. Productores y trabadores, desde "los que pagan", hastiados de no poder invertir, trabajar, exportar, producir ni planificar nada a futuro hasta los que “quieren construir sus vidas” pero son víctimas de una situación absurda de combate a la iniciativa emprendedora, al ahorro, al trabajo y a cualquier posibilidad de construir el futuro propio, de su familia o para sus hijos. Y aún de arriesgar sus vidas en la ruleta rusa en que se ha convertido la Argentina.

Los dos meses que vienen de campaña electoral mostrarán si JxC logra expresar con claridad y vocación republicana las medidas necesarias para detener la caída libre argentina y relanzar el país hacia un proceso de crecimiento económico en el marco del estado de derecho. De hacerlo, tiene chances de recuperar a sus votantes que se abstuvieron, a los pocos de sus simpatizantes que votaron a Milei, y a mostrar que es posible un cambio de rumbo dentro del marco de la Constitución y las leyes.

En otras palabras: las PASO, al margen de los peronistas tradicionales desencantados que quisieron castigar al kirchnerismo votando por Milei, demostraron que los argentinos que constituyen la base electoral “dura” y la afín a Juntos por el Cambio quieren un cambio profundo de paradigma nacional retornando a los principios constitucionales tanto en lo económico como en lo político. En las jornadas electorales que vienen deberán decidir si lo quieren en el marco de la seguridad que otorgan la Constitución y las leyes en una república democrática, o si prefieren avanzar en ese cambio en la incertidumbre de las formas, derechos y garantías de un proceso tumultuoso de transcurso y final inciertos.

Lo que sí marcaron las PASO es el fin de un paradigma y la puja de otro por su nacimiento. El que terminó es del país encerrado, chauvinista, corporativo, rentista, populista y a la postre tramposo, que premia la picardía y condena al que trabaja o invierte. El otro, el que hizo grande a la Argentina cuando lo fue y que estamos a tiempo aún para retomar, tampoco es ningún secreto. Lo han asumido la gran mayoría de los países del mundo con los que alguna vez compartíamos espacios de vanguardia.

Ricardo Lafferriere

viernes, 28 de julio de 2023

Banderas que atrasan

 Publiqué este artículo hace doce años, cuando la Cámara de Diputados aprobó el proyecto de "estatización" de YPF, con diputados -oficialistas y opositores- vistiendo sus bancas con banderitas argentinas de papel, Hoy, esos diputados de las banderitas no abren la boca ante el pago que alcanzará a 16.000 millones de dólares a cargo de los argentinos, de los que ellos -por supuesto- no se hicieron ni se harán cargo nunca.

Va el artículo:

"Banderas que atrasan

Corrían los primeros meses de la presidencia de Raúl Alfonsín. Aunque la agenda pública estaba focalizada en los problemas derivados del juzgamiento de las cúpulas militares y guerrilleras y la solución definitiva del conflicto con Chile, un sordo debate comenzaba a circular en diversos espacios de reflexión de la fuerza de gobierno: la necesidad cada vez más notable de poner en marcha un proceso de modernización económica que permitiera al país "soltar amarras" en su crecimiento.

Ese proceso debía necesariamente incluir la incorporación de capital privado a actividades que en los últimos cuarenta años habían sido monopolio público, pero que a raíz del agotamiento del "modelo autónomo" y la creciente revolución tecnológica demandaban grandes dosis de capital que el Estado -cercado por su deuda externa e interna, y cooptado por intereses corporativos gremiales y empresarios- no estaba en condiciones de aportar.

En ese debate se destacaba una voz, tal vez la más lúcida de las inteligencias con que contaba el "alfonsinismo" de entonces: la del Ingeniero Roque Carranza. Su planteo era simple: soltar lastres del pasado, apostar al futuro.

Roque Carranza sabía que rasgarse las vestiduras con las herramientas estratégicas del paradigma que se extinguía, simplemente reciclaría la crisis. Y en una sociedad -y un partido- tomado por dogmas históricos, se atrevió a formular su propuesta revolucionaria: privaticemos, retiremos el capital público de las áreas que ya son competitivas diseñando para ellas una fuerte acción regulatoria, y con él formemos en cambio un Fondo público de futuro, que sea intangible para las urgencias cotidianas y que esté dedicado con exclusividad a financiar la más potente revolución científica, técnica y educativa que el país haya tenido en toda su historia.

Su cálculo era obtener entre Cincuenta y Cien mil millones de dólares, que se destinarían a una transformación copernicana en la educación, la actualización del equipamiento universitario, la creación de centros de investigación y desarrollo en nuevas tecnologías con similares niveles a los de los países más avanzados y el impulso a un desarrollo económico cerebro-intensivo.

Las complicaciones políticas, centradas en los coletazos de los "años de plomo" pero a las que no fueron indiferentes las tres intentonas carapintadas y los CATORCE PAROS GENERALES con que algunos contribuyeron a desgastar el primer gobierno democrático, no dejaron instalar este debate modernizador, al que la temprana muerte de Roque Carranza privó de su pivote central. Sería retomado después, aunque con otras características, motorizado por el equipo de Juan V. Sourrouille.

Su llegada a la escena sería, sin embargo, tardía. La fuerza inicial del gobierno estaba ya menguada y no había espacios para proyectos estratégicos transformadores, sino sólo para parches que le permitieran, si fuera posible, llegar al objetivo prioritario de Alfonsín: completar su turno y entregar el gobierno a un sucesor democrático, por primera vez en décadas.

Los que sembraron al país de hogueras reivindicativas "nacionales y populares" llegaron al gobierno y en una década, hicieron lo que hicieron. Entre otras cosas, liquidar el capital público, en un proceso que no tuvo matices ni reservas. Menem y su gabinete, pero también Kirchner y los suyos -entre otros- fueron eficaces en desguazar el Estado y distribuirse sus restos. Nadie en el gobierno de esa década siquiera insinuó la idea revolucionaria de Roque Carranza, que hasta los radicales olvidaron.

Ese debate también estuvo ausente ahora. Efectivamente, más grotesco que abalanzarse sobre una empresa privada al estilo guarango de las primitivas formas populistas, resultó la ausencia de reflexión sobre los años que vienen y más notable aún el intento de disputar la portación de las banderas del atraso por fuerzas no oficialistas, aterradas ante la hipótesis de quedar marginadas de la primitiva pero bullanguera orgía nacionalista que atrasa más de medio siglo.

Todos saben que esta ley no tiene como motivo real lograr la "soberanía energética", sino apropiarse ilegalmente de una caja disponible. Sin embargo, tal propósito fue escondido cuidadosamente en el debate.

Como quedó claro en las argumentaciones de propios y extraños -aún de los opositores más férreos en el plano discursivo que, alucinantemente, votaron la ley- la seguridad energética ni siquiera está esbozada en un instrumento legal que carece de un proyecto energético para el país y hasta de sus principios rectores.

Nuevas fuentes primarias, distribución por redes inteligentes, electrones “verdes”, estimulación de actividades económicas de alta rentabilidad-bajo consumo energético, reconversión industrial hacia procesos ecológicos, diseño autosustentable de financiamiento, objetivos tangibles y comprobables de producción, distribución, consumo y relación PBI/actividad económica, son todos elementos centrales de una "soberanía energética" que muy poca relación tiene con la aparatosa confiscación de una empresa petrolera vaciada y obsoleta, cuya identidad con la antigua épica petrolera estatal es exclusivamente una sigla comercial sólo conservada por su valor simbólico como "marca" –con el imprescindible agregado de “S.A.”-, que también fuera vendida en su momento por quienes hoy la confiscan.

Los defensores de la iniciativa oficialista no pudieron explicar al país qué parte no entendieron de los artículos 17 y 20 de la Constitución, violados en forma flagrante, tanto como el DNU de intervención de la empresa, denunciado justamente por el bloque radical que, en este punto, mostró unidad. El objetivo de esta ley es arrebatar recursos ajenos, sin respetar procedimientos, formas ni derechos de terceros. Tiene muy poca relación con la bandera, la épica transformadora o la "soberanía" de cotillón repartida en el Congreso, por unos y "otros". Se alinea, al contrario, con la "Resolución 125", la confiscación de ahorros previsionales privados, la apropiación de los fondos de la ANSES, el vaciamiento de las reservas del BCRA y la propia modificación de su Carta Orgánica para disponer de sus restos libremente, entre otros manotazos a fondos ajenos inscriptos en la genética rapaz del imaginario populista.

Eso, y no otra cosa, es la verdadera esencia de la iniciativa de una mayoría que omitió asumir la agenda del presente y el futuro, aturdida y tal vez atemorizada por los fuertes ecos transitorios de las banderas que atrasan.

 

Ricardo Lafferriere

jueves, 13 de julio de 2023

Las elecciones en España

 


Como un experimento poco exitoso, el gobierno de coalición conformado por el socialismo de Pedro Sánchez, Podemos, Bildu y los nacionalistas catalanes y vascos terminó siendo dominado por las agendas de sus socios minoritarios. Éstos, apenas advirtieron que la defección de cualquiera de ellos golpearía al gobierno en su línea de flotación, lo sometieron a un chantaje permanente imponiéndole sus agendas, o sea apropiándose de la coalición en gran parte de sus políticas y mostrando una administración contradictoria en otras.

La contradicción más clara fue la internacional: mientras el gobierno de España apoya a Ucrania frente a la invasión rusa -incluso mandando armamento-, medio gabinete es rusófilo y no pierde oportunidad de rescatar a Putin. No fue la única: modificación del Código Penal derogando de la figura de la rebelión e indulto a los condenados por el Tribunal Supremo y atenuación del delito de malversación de caudales públicos (exigido por los independentistas catalanes), reforma de leyes penales que permitió la reducción de penas a centenares de violadores y la libertad de decenas de condenados (exigido por Podemos), el deterioro de la educación pública al permitir “pasar de grado” con mayor flexibilidad y la reescritura de la historia de España (ídem), trato privilegiado a  los condenados por terrorismo y crímenes de sangre de ETA -entre ellos, contra varios dirigentes y militantes socialistas- (exigido por Bildu) y otras leyes leídas por los ciudadanos como una intromisión inaceptable en su vida privada.

Para mostrar “unidad de la coalición”, recurrió sin suerte a un relato escrito para forzar la polarización que evitara el debate interno socialista con el argumento del “peligro de la derecha del PP y VOX”. Nada que no tenga parecidos con la realidad argentina: hasta versiones del “plan platita”, entregando graciosamente 400 euros a cada español que cumpliera 18 años, simplemente para “utilizar en actividades culturales” decididas libremente por cada beneficiario.

La consecuencia de este fenómeno se volcó, como no podía ser de otra manera, al respaldo electoral. El PSOE, a pesar de una aceptable pero discutida gestión económica, abandonó su lucha por adueñarse del “centro” político, pasando a disputar sólo el “ala izquierda” de la opinión pública a sus socios, abriendo al PP una oportunidad inmejorable para instalarse como el dueño del sentido común, la estabilidad política, la coherencia constitucional y la integridad de España. Esta oportunidad se amplió con el surgimiento y la instalación de VOX -ya permanente en la política española, en cuanto se puede prever- que resultó el reservorio de los restos franquistas ex – PP. La “derecha nacionalista” organizó así su propio partido lo que permitió que el PP pudiera “soltar amarras” hacia posiciones social-liberales moderadas.

Hoy, en trazos gruesos, el socialismo de Pedro Sánchez es visto por la opinión pública como la sucursal española del bolivarianismo y del populismo global y el PP como el partido moderno, centrista, cosmopolita y europeísta. Es el que expresa con mayor claridad la continuidad de la transición democrática, de la coexistencia con el otro partido “nacional” -el viejo PSOE- y del sentido común. Para un observador argentino, recuerda al radicalismo de Balbín: fuertemente ubicado en el centro político, el constitucionalismo, la defensa de las libertades públicas y esquivo a las definiciones “ideológicas” totalizadoras, de cualquier flanco.

Estas afirmaciones surgen de los hechos. Las encuestas y las propias jornadas electorales han mostrado que, aún en Andalucía -centro de gravedad político del PSOE desde el inicio de la democracia- el PP logró hace un año la mayoría absoluta en el gobierno autonómico (nuestras “provincias”) y este predominio se ha confirmado en las últimas elecciones municipales, en las que desplazó a prácticamente todas las administraciones locales socialistas, lo que hubiera sido imposible sin haber contado con el voto de millares de ciudadanos que se decantaban, en otros tiempos por el socialismo: herida en el corazón del PSOE, al que Sánchez forzó a darle a estas elecciones locales el sentido de un plebiscito de su gestión, en lugar del correspondiente debate local que hubiera salvado a decenas de eficientes administraciones locales socialistas.

El 28 de julio habrá elecciones anticipadas. El futuro es opaco y hasta que se abran las urnas, nada es definitivo. Sin embargo, pueden arriesgarse tendencias, alimentadas por las acciones de los protagonistas. Sánchez ha preferido insistir en sus trece: su mensaje sube la apuesta a la polarización ideológica, profundiza su alejamiento del centro y reivindica su alianza con sus actuales “partenaires”. Por la negativa, se esfuerza por mostrar como rivales al “PP y VOX” como un bloque , negándose a aceptar que el contencioso ideológico ya no tiene vigencia, que VOX no asusta a nadie -al menos, a muchos menos de los que asustan Podemos, los separatistas y Bildu-,  y que una sociedad de clase media como la española, construida con el diálogo-contencioso virtuoso de la transición escapa a esta polarización y prefiere ampliar su espacio de libertad personal, aún manteniendo y hasta profundizando las políticas inclusivas que no son propiedad de ningún partido, sino de todos -hasta del propio VOX-.

Núñez Feijóo, por el contrario, profundiza su mensaje centrista: racionalidad fiscal, respaldo concreto a los emprendedores, alivio del peso impositivo reduciendo el estado elefantiásico construido por Sánchez, unidad de España, defensa y ampliación de los espacios de libertad personal de los ciudadanos en su vida cotidiana y “mano tendida” a los socialistas no representados por la deriva populista actual de su partido -reconoció haber votado por Felipe González en las dos primeras elecciones de la democracia-. Resulta “a priori” beneficiado por la dureza política de VOX, en los extremos del “anti-Sanchismo”, ya que le alcanzaría con superar en escaños, en solitario, a la suma del PSOE y sus socios, para gobernar aún sin alcanzar la mayoría absoluta, dado que es impensable un apoyo de VOX al conglomerado populista.

Aun cumpliendo con el rito de cordialidad televisiva impuesto por la cultura política española, dos caminos se enfrentan el domingo. En clave argentina y aunque la comparación no sea totalmente estricta, uno lo acerca al kirchnerismo. El otro, a la oposición republicana. 

Ricardo Lafferriere

jueves, 6 de julio de 2023

ACTITUDES

 

No puede afirmarse que sea un fenómeno exclusivamente argentino. En mi extenso paso por la política, he podido observar que las actitudes de los políticos hacia la política permiten observar tres grandes grupos de personas, por encima de los partidos y las autodefiniciones ideológicas.

Están los realistas, agrego yo “de puro realismo”. Sus movimientos se limitan al campo de lo político, al que consideran el único tablero de ajedrez de sus competencias. Se asumen como un pequeño sector de lo social, al que consideran principalmente como insumos para sus movimientos sin plantearse sobre él grandes cambios. Su “zona de confort” es lograr acuerdos con las "callosidades corporativas" que existen en la sociedad para poder ocupar la mayor cantidad de espacios en ese tablero, que les permita seguir jugando, comiendo jugadores a los adversarios y engordando a los propios. Sus objetivos, los que exhiben y predican ante la sociedad -cuando lo hacen-, sólo son aspiraciones que están lejos de ser considerados como centrales. Si bien afirman defender de esta forma el interés general, este interés lo conciben sólo como la ausencia de conflictos desatados, sin otro objetivo de lograr lo central para ellos: ocupar espacios de poder y, desde allí, arbitrar conflictos, obtener beneficios de más poder para la próxima batalla, diluir enfrentamientos, en síntesis, escapar o ignorar las luchas producidas en el maremágnum de “lo social”. Son conservadores y le escapan a las luchas, que se les antojan desestabilizantes. Sin embargo, por la positiva, tienen conciencia de los límites impuestos al poder por la Constitución y el orden legal, al que respetan.

Están los realistas con una dosis de idealismo y vocación de cambio. Sin abandonar el tablero del juego político, sus motivaciones se vinculan más a las insatisfacciones de la sociedad y a la imagen finalista de una mejor convivencia. Son proactivos: pretenden realizar o impulsar cambios, cada uno en la dirección de sus convicciones. Entienden las complicaciones de su tarea y conciben la ocupación del poder como una herramienta de cambio, más que como una satisfacción o beneficio propios. Asumen que para lograr esa sociedad mejor deben realizar cambios que implican luchas, en ocasiones duras, con las callosidades corporativas que se han imbricado con la sociedad e impiden su mejoramiento, callosidades que han logrado un altísimo grado de “naturalización”, no sólo por sus beneficiarios sino hasta por la propia sociedad, a la que han convencido de que sus privilegios son tan naturales como el agua y el aire, inmutables a la baja pero insaciables al alza. Estos políticos consideran también al campo político como el tablero principal de sus movimientos, pero se imbrican y comprometen con la sociedad “extra-política” considerada como la totalidad de los ciudadanos, que en última instancia son los titulares de los derechos que han delegado en el campo de la política a través de la Constitución. En su convicción, nada justifica la creación del poder si no responde a las necesidades de los ciudadanos y al bienestar general, por lo que no creen en los acuerdos con las callosidades corporativas -gremios, entidades empresariales, mafias diversas, narcos- para mantener el “statu quo”, sino en los derechos -y obligaciones- de los ciudadanos, para defender los cuales en la mayoría de los casos es necesario enfrentarse a las "corporaciones" existentes.

Unos y otros tienen argumentos válidos para defender éticamente sus convicciones. En el contencioso que hoy enfrenta la oposición en la Argentina están representados, a grandes rasgos, estas miradas.

Pero hay un tercero: el de los anómicos. Juega en el tablero de la política, pero también en el social. Sin embargo, sus propósitos no muestran la utopía de la sociedad buscada, que es siempre una incógnita. A diferencia del primer grupo, el de los “realistas”, con el que tiene grandes coincidencias en el espacio "populista", subordina sus movimientos a la consecución del poder. Pero a diferencia de éste, no se siente obligado a respetar las reglas de juego constitucionales, legales ni mucho menos éticas. Desinteresado de los derechos de los “ciudadanos”, no acepta límites tanto en el aspecto agonal -para llegar al poder y conservarlo- como para su administración. Su trato con la sociedad, tanto con las callosidades corporativas como los ciudadanos, no se basa en un diálogo transparente y sincero, sino en la construcción de sofismas repetidos con el propósito de la desaparición del análisis crítico y el debate sincero. Le molestan los ciudadanos instruidos y aborrece a la educación. Es esencialmente patrimonialista, retornando a la idea de la naturaleza del poder anterior a las revoluciones liberales: para ellos, el poder es una propiedad que le pertenece, sin límites entre lo privado y lo público. Analizado con sus propios cánones, son un equipo a la búsqueda de oportunidades patrimonialistas con indiferencia de sus socios. Analizado con los cánones de la modernidad, son simplemente una banda delictiva. No se sienten obligados con sus propias palabras. Pueden ser profundamente estatistas, o profundamente liberales. Parcialmente estatistas, o parcialmente liberales. Lo que sirva para su propósito final -conservar el poder y usarlo en su beneficio- lo entienden permitido, porque -al igual que las monarquías absolutas- se consideran a sí mismos como los justicieros ejecutores de indefinidos fines superiores, sin límites impuestos por la Constitución y las leyes y sin aceptar los límites que le pueda imponer tanto los sectores no colonizados del poder, como la propia sociedad. 

Los dos primeros grupos existen en todas las democracias y me atrevería a decir que son consustanciales a ella. El tercero, parece ser una excepcionalidad argentina con pocos casos similares en el mundo.

                                           Ricardo Emilio Lafferriere


 

lunes, 5 de junio de 2023

“Necesitamos una mayoría del 70 % para gobernar”

 



Es una verdad de perogrullo. Se requiere contar con una gran mayoría para gobernar, sí. La pregunta es ¿para hacer qué cosa?  No sirve el apoyo del setenta por ciento de la Argentina corporativa, sino el setenta por ciento de las opiniones ciudadanas. Y eso se logrará con la transparencia en los objetivos y los necesarios acuerdos parlamentarios.

¿Qué acuerdo programático preelectoral se podría firmar con Schiaretti y, si se firma, cuál es la garantía de cumplimiento? No es una pregunta por él, sino por lo que implica. ¿Contendría la reforma sindical, la reforma laboral, la reforma del Estado, la apertura de la economía, la recuperación de las empresas estatales cooptadas y fundidas por la ineptitud cleptómana, la independencia total de la justicia o la reforma sanitaria que libere a los argentinos de la dictadura corrupta de las obras sociales sindicales?

Más bien se trataría de un pacto para que nada cambie, y si se deseara cambiar, desestabilizar al gobierno al que eventualmente perteneciera.  ¿O no recordamos al acuerdo de la Alianza, con la deserción del peronismo del Frepaso en la mitad del gobierno y el golpe de diciembre del 2001, motorizado por la “corporación de la decadencia” en pleno, con el ariete de choque del peronismo político, gremial, piquetero y parlamentario? ¿Cuánto duraría el presidente de un eventual gobierno de este “70%” si decidiera cambiar la ley de asociaciones profesionales, la de obras sociales, la grotesca protección arancelaria de los empresarios rentistas, terminar con el narcotráfico, poner en regla a las empresas de servicios públicos, sancionar una Ley de Coparticipación Federal o llegar a un Estado sin déficit?

No podría sostener que es imposible un acuerdo con Schiaretti o cualquier peronista, o cualquier compatriota de cualquier fuerza política. La cuestión es para qué acordar y en qué momento. Y eso debe formar parte del debate electoral transparente, que sirva para hacer pensar a los ciudadanos sobre cuál es el mejor camino para la Argentina y lo lleve a reflexionar sobre lo que está decidiendo cuando vota. Un “trato pampa” no fabricaría un acuerdo lúcido y transparente, sino que lo anularía.

La democracia exige honestidad. Esa honestidad debe mostrarse en las posiciones parlamentarias apoyando las medidas necesarias para la transformación, y en eso, sin perjuicio de lo que hicieren en el futuro, los legisladores que responden a Schiaretti no han mostrado su mejor cara. Su actitud futura en el Congreso les dará oportunidad de cambiarla.

Si hay honestidad en los protagonistas, la mayoría del setenta por ciento debe lograrse en el Congreso luego de las elecciones. Ahí podrá verse quienes prestan apoyo en los temas indispensables para el relanzamiento argentino. Llegarán los que defienden el “statu quo” y llegarán los quieren cambiar. Ahí se verá lo que hacen los legisladores que han llegado por el voto a través de una u otra fuerza política. Hacerlo antes, sería una doble traición.

Habría una traición de Schiaretti a sus compañeros peronistas, que seguramente no lo seguirían por haber pactado con “los gorilas”. Y habría una traición de JxC a sus propios simpatizantes, a los que les ofrecería el espectáculo bochornoso de la disolución de sus principios fundamentales aún antes de comenzar un eventual gobierno, renunciando a la claridad de sus objetivos esenciales nada más que por una hipotética -y pequeña- ganancia electoral. El gran beneficio sería, una vez más, para la opción antisistema que podría exhibir el disvalor del pacto de “la casta” ante una ciudadanía cada vez más confundida, desorientada y escéptica por el comportamiento de sus liderazgos políticos.

Con Schiaretti no vendría lo mejor del peronismo -sus ciudadanos, los compatriotas que votan al peronismo por lealtad partidaria, a los que les ha tocado soportar el desastre de sus gobiernos pero que han seguido votándolos con admirable tenacidad y que seguramente seguirán haciéndolo por la propuesta que consideran la propia a su identidad, que hoy pasa claramente por su adhesión al kirchnerismo-. Vendrá lo peor: los puentes con las corporaciones que conforman el entramado de la “coalición de la decadencia”. Vendrán los empresarios protegidos, los burócratas sindicales, los concesionarios amañados de servicios públicos monopólicos, la red delictiva de policías, jueces, punteros y fiscales del conurbano, los vínculos con el narcotráfico, los que negocian desde ambos lados del mostrador con fondos públicos y decisiones administrativas lesivas para el patrimonio público y aún los comunicadores que hace rato decidieron dejar de responder a la ética de su profesión para convertirse en propagandistas.

No será seguramente porque Schiaretti -con nombre y apellido- los traiga con él, sino por los puentes de años construidos por el peronismo con esa coalición de la decadencia de la que forma su pata política fundamental. Se harán “schiaretistas” no los peronistas que votan, sino los que han lucrado con los votos peronistas escondiendo sus propósitos, muchos de ellos -la mayoría- con el actual gobierno al que les convendrá demonizar para liberarse de culpas.

El peronismo, como expresión política difusa -más que el radicalismo, aunque menos que el PRO, la CC o los propios libertarios- seguirá existiendo. No puede saberse por cuánto tiempo, pero es una realidad en la Argentina. Debe darse su propio proceso renovador, hacer su reorganización interna, poner en orden sus ideas y lealtades y volver a identificar su esencia con la del país, que ha abandonado durante el período kirchnerista. No entorpezcamos su puesta al día y su necesaria reorganización con inventos de corto aliento y poca ética tratando de aprovechar hilachas de sus votos. Seamos leales, aún con ellos, seamos leales con los ciudadanos que aún creen en los liderazgos no peronistas y seamos por una vez aunque sea, leales con el país que sufrimos ver derrumbarse día a día por nuestra incapacidad de concertar las medidas imprescindibles para frenar su decadencia y relanzarlo hacia un destino mejor.

Ricardo Lafferriere

martes, 18 de abril de 2023

Divagaciones. ¿Se romperá JxC? ¿A quién le conviene?

 Divagaciones

¿Se romperá JXC? ¿A quién le conviene?

En un análisis anterior sostuve que existe una lucha sorda -y a veces, no tan sorda- entre dos miradas que coexisten en la principal coalición opositora. Todos son antikirchneristas, todos son democráticos, ninguno aplaude ni reivindica la corrupción sino al contrario. Pero... está claro que los caminos propuestos para una eventual acción de gobierno son diferentes.

Los unos son tradicionalistas, conservadores, convencidos -o no, pero lo disimulan- que la Argentina puede ser gobernada sin grandes cambios, sólo con desterrar la corrupción generalizada. Su zona de confort es ocupar el gobierno y arbitrar los conflictos, sin un norte diferente a sobrevivir el período que le toque. Lo harán más o menos exitosamente, según las condiciones internacionales: tasas de interés, liquidez para préstamos, precios de los productos agropecuarios exportados, o incluso alguna “lotería” como la puesta en valor de minerales novedosos o los propios hidrocarburos. Es el país de las estructuras, con sus luces -hoy, pocas- y sus sombras -lamentablemente, muchas-.

Su estrategia no es desmantelar el país corporativo, sino acordar con las corporaciones -gremiales, empresariales, piqueteras, financieras- sucesivos parches, puestos en la cuenta de la sociedad, es decir, de los ciudadanos comunes. El resultado de este camino no es ningún secreto: continuar con la decadencia y la descomposición sistémica de un país que lleva muchas décadas cuesta abajo en todos los órdenes en los que alguna vez fue señero. Y al final, una gigantesca toldería con un pequeño grupo de élite, la nueva oligarquía, decidiendo todo. Como en Cuba, Nicaragua, Venezuela,

Los otros son transformadores. Ofrecen un camino de cambio estructural modernizador. Tampoco es un secreto cómo hacerlo: equilibrar el funcionamiento de la macroeconomía con una reorganización integral del Estado, poner en leyes -permanentes, estables- la política impositiva renunciando a los inventos voluntaristas, incorporarse al juego mundial de un mercado gigantesco -único lugar en que es posible obtener ganancias, ante la ridícula dimensión del mercado interno argentino-, potenciar las iniciativas privadas -personales, comunitarias, empresariales, emprendedoras- sin interferir en ellas con ocurrencias caprichosas, y evitar que el viejo país corporativo, el de la “coalición de la decadencia”, frene este proceso con invocaciones falsarias de “justicia social”, “desarrollo autónomo”, “soberanías” de opereta, y similares consignas absolutamente vacías de contenido concreto. El resultado de este camino también puede imaginarse porque los ejemplos en el mundo sobran: formar parte del portentoso desarrollo científico y técnico de la humanidad, recuperar prestigio y credibilidad para estimular decisiones de inversión internas y externas, avanzar hacia una sociedad de clases medias, con la pobreza y la riqueza improductivas reducidas al mínimo, y volver a ser un protagonista internacional respetado.

¿Es necesario insistir en estas definiciones? Pues creo que sí, porque en ambas hay de todo: pro, radicales, socialistas, peronistas y ... comunicadores.

Su pugna se mantiene velada -perjudicialmente velada- por las razones propias de la política: no romper puentes con quien puede ser un posible aliado-. Pero subyace en cada decisión, pequeña o grande, referida a lo público. Esta tensión -obviamente- se acentúa al acercarse procesos electorales, que marcarán el ritmo en el período de gobierno que se inicie.

Hoy hay un kirchnerismo derrotado sin chances. La coalición de la decadencia -que lo usó, o mejor dicho se usaron recíprocamente durante casi dos décadas- busca armar su reemplazo. No en vano ha perdurado durante décadas, con toda clase de gobiernos. Y está alerta ante el crecimiento de quienes han logrado echar raíces en gran parte de la ciudadanía, sus viejos adversarios modernizadores. Incluso ven que en un extremo de ese campo adversario hasta surge un relato cuasi violento, que expresa la indignación irrefrenable -aunque banal- de ciudadanos que ven hasta donde se ha sumergido su país y el peligro de su propia existencia.

Y opera. Para un observador que tiene sus valores y sentimientos -como quien escribe- es indisimulable el esfuerzo del país corporativo para despegarse de esos peligrosos exponentes modernizadores. Y advierten que el peligro mayor es JxC unido. La coalición de la decadencia nunca ha sido exclusiva de un partido o fuerza política: ha tenido sus pies en todos -derecha, centro e izquierda, civiles y militares, obreros y empresarios, comunicadores y académicos-. No creo equivocarme si afirmo que hoy su proyecto “táctico” es la ruptura de JxC, liberar de sus respectivas ataduras partidarias al sector  que considera afín -porque las ve como limitaciones-  y convertirlo en un centro de convergencia de todo el país corporativo.

No sería tan loco. Al importante sector de electores que el “nacional-populismo” tradicional representa en la lucha interna de JxC le podría agregar sin barreras de ninguna clase la confluencia con el tumultuoso kirchnerismo en disgregación que busca otro paraguas, ante el agotamiento del que les ofrecía CK. Y allí llegarían desde K en estampida, peronistas no K que siempre adornan, empresarios protegidos, concesionarios de servicios públicos amañados, aparatos sindicales corruptos con sus dirigentes millonarios, banqueros que lucran con un Estado eternamente insolvente requirente de fondos que paga intereses más que leoninos, elefantiásicos, y toda la runfla piquetera y los aparatos políticos que “manejan votos” asociados al narcotráfico y con los fondos de los “planes”. Para eso necesita romper barreras partidarias molestas y recurrir, una vez más, al ungüento tranquilizador del relato de la “unión nacional” y el “consenso” entre cúpulas, que deje todo como está -en todo caso, concentrando las culpas en el kirchnerismo en desaparición-. Aparentemente cambiar todo. Realmente, para que nada cambie.

Tengo para mí que la forma de evitar esa ofensiva es ofreciendo desde el campo modernizador de JxC dos cosas: claridad conceptual en el discurso, para que quede bien patentizado el contenido de la opción, y conformar una oferta electoral que pase por encima de las estructuras predispuestas al camino anterior, y que tenga potencia electoral. Firmeza, para marcar las necesidades de cambio de hoy, y llevarlas adelante. Ilusión, con la imagen de un país de futuro que debe reconstruir su nueva mayoría modernizadora, escapando al abrazo de oso del populismo conservador. Con un JxC unido, fuerte y democrático, con claridad de objetivos y vocación inclusiva.

Ese camino hará pensar a todos. A los viejos, en el país que tuvimos, y a los jóvenes en el portentoso país que podríamos ser si en lugar de ladrarle a la luna y reducir el reclamo a los gritos destemplados tomamos el camino -que alguna vez hemos seguido, en tiempos de la Argentina pionera- de actitudes patrióticas, capacidad de trabajo y estudio, rigor académico, valentía de pioneros, vigencia y respeto a la ley y solidaridad con quienes la merecen.

 

Ricardo Emilio Lafferriere