martes, 1 de octubre de 2024

LA BATALLA DE LOS PRECIOS

El esfuerzo nacional para evitar la hiperinflación está siendo exitoso y aún la lucha contra la inflación más normal parece marchar en un sentido positivo.

El crecimiento de la desocupación preocupa, pero se ha logrado evitar la crisis general de desempleo que con una hiper podría haberse multiplicado. Ha comenzado a aparecer el crédito, y aún el de largo plazo aunque reservado por ahora para familias de ingresos medios-altos y altos.

Las finanzas públicas se han puesto bajo control, aunque falten numerosos capítulos de reformas imprescindibles.

Sin embargo, hay un capítulo donde se hace imprescindible avanzar con medidas de apertura y reformas internas: el nivel de precios, que, aunque estabilizado, muestra insostenibles desfasajes con el entorno regional y global.

Ropa, calzado, juguetes, muchos de los propios alimentos, electrónicos, óptica, vehículos, y muchos otros rubros muestras precios totalmente desfasados con lo que paga cualquier ciudadano del mundo y de la región por esos mismos productos. En muchos casos, la diferencia es de dos, tres y hasta cinco veces.

Este desfasaje es hoy la causa de una creciente intolerancia social y sentido como una injusticia frente al esfuerzo realizado. Debe atacarse con la misma firmeza con que se atacó y se ataca el desnivel de las finanzas públicas.

Curiosamente, los precios de los bienes públicos estatales no son los más desfasados al alza sino, al contrario, son los más bajos aunque en la percepción general parezcan altos. Las tarifas, aún con sus subas, no llegan en promedio al 60 % de lo que cuestan en los países vecinos y aún en el mundo. Los combustibles, a un 70 %; la electricidad, a un 75 %; el transporte, menos del 50 %.

El problema está en el mercado, en la economía privada, que conserva nichos enormes de protección arancelaria, deformaciones monopólicas ultramontanas e ineficiencias microeconómicas, además de una presión impositiva desmedida para sostener los comportamientos populistas del Estado que aún subsisten. Por no hablar de los salarios. Los mínimos de la región:  Uruguay, USD 570; Chile USD 554; Paraguay USD 360; Argentina USD 280. O los planes de salud en las “obras sociales” y medicamentos. En otras palabras, un argentino debe pagar los productos sustancialmente más caros pero cobra de sueldo la mitad, no ya de EEUU, España o Alemania sino que Uruguay, Chile o Paraguay. No es sostenible.

Es imprescindible entonces lanzar una batalla por los ingresos que debe pasar por supuesto por los salarios, pero mucho más fuertemente por los precios. Sueldos y precios homologables, al menos, con el entorno regional. Es el gran desafío.

Ricardo Lafferriere

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Kamala o Trump: ¿nos afecta el resultado?

Aún sin ser estadounidenses, difícilmente a alguien no le interesen las elecciones en Estados Unidos. Su influencia desde el fin de la segunda guerra ha sido una permanencia alrededor de la cual se “organizaban” las relaciones de poder, económicas, culturales y financieras del mundo.

Hoy vemos esta carrera con curiosidad y algo de desazón. Desde nuestra perspectiva “extranjera” al pueblo americano hay dos formas de aproximación al análisis: la que incumbe sólo a los norteamericanos, y la que atañe a los efectos globales de las diferentes alternativas para todos los ciudadanos del mundo.

No abriré juicio sobre el primer punto. La distancia, la ajenidad, la falta de información y de percepción de primera mano sobre el sentimiento que mueve a los votantes, así como la realidad “real” -no la que nos llega a través de los medios tradicionales y sociales sino la efectivamente vivida por sus ciudadanos- haría voluntarista la opinión, sin mayor trascendencia que no sea un simple opinión, casi como en una sobremesa o charla de café.

Distinto es el tema global. Aquí hay varios campos de análisis: el económico, el estratégico político y militar y el cultural.

En el campo económico, EEUU sigue aún siendo la economía más importante del mundo, cotejando ahora -superada la guerra fría y sus alineamientos- con el otro gigante, China, visualizada por la mayoría -chinos y americanos- como el gran contendiente del siglo XXI. La “nueva guerra fría” no es un tema menor y nos acompañará durante varias décadas.

Los analistas coinciden en que el campo en el que claramente la supremacía sigue siendo norteamericana es el militar, aunque reduciéndose paulatinamente por el importante crecimiento de la potencia asiática, a la que su alianza estratégica con Rusia le permite suplir en alguna medida su debilidad más marcada, la nuclear.

En el campo tecnológico también la preeminencia norteamericana continúa, aunque en este caso compartiendo la vanguardia con su rival. La performance china es espectacular y hay ya sectores -IA, robótica, genética, incluso tecnología militar- en la que se encuentra en un sitio privilegiado.

En el campo estratégico la situación es de gran complejidad. China evalúa que el tiempo juega a su favor y evita dar pasos mayores en su presencia internacional en el campo militar, mientras espera el desgaste de su rival del siglo XXI, EEUU y también de su vecino y nuevo amigo pero adversario centenario, Rusia. Mientras tanto, avanza sin pausa en los campos económico, infraestructura, comercial y tecnológico.

 La guerra de Ucrania, gigantesco error ruso, le permite declarar una curiosa neutralidad y aprovechar el embargo occidental a Rusia accediendo a bajo costo a la energía y recursos primarios que Rusia no puede vender a Europa y EEUU en los niveles previos a la guerra utilizando esos mejores costos para financiar su desarrollo tecnológico, y a la vez mantener abiertas las puertas comerciales de la Unión Europea, donde coloca la mayor parte de sus exportaciones industriales, así como sus buenas relaciones -curiosamente, igual que Rusia- con Israel.

Rusia tiene que recurrir a Irán y Corea del Norte para reforzar su arsenal. Su antiguo rol de “gran potencia” sólo se mantiene en el plano nuclear -en gran medida inútil en las guerras entre grandes potencias al garantizar la destrucción recíproca-. En lo militar no nuclear, a más de dos años de la guerra de conquista declarada contra Ucrania, no ha sido capaz de terminarla, como había planeado, en un par de quincenas. Ha perdido centenares de miles de soldados y aunque ha destrozado la infraestructura ucraniana, masacrado ciudades y matado también a cientos de miles de ucranianos, no ha logrado cerrar sus objetivos con una derrota clara de un país que es casi cuatro veces más reducido en población. Prosigue, no obstante, su arrogante decadencia primarizando su economía, convirtiendo su industria en una factoría de armas, empobreciendo su pueblo y resignándose a ser apenas una potencia regional en declive, de gran tamaño territorial, como lo fuera China durante tres siglos.

No está resuelto si el modelo de sociedades “orgánicas” y fuertemente regimentadas desde el poder es superior en su eficacia holística a las sociedades abiertas liberales; sin embargo, para quienes adhieren a la democracia, los derechos humanos y el respeto a la libertad individual, en lo cultural, la superioridad ética de los valores occidentales -democracia, derechos humanos, estado de derecho, pluralismo, libertad económica- es la gran debilidad china, compartida con el grupo de países o movimientos que a pesar de su aparente heterogeneidad coinciden en disciplinar a las sociedades desde el poder.

 Esta superioridad cultural sin embargo está siendo atacada en el propio seno de las sociedades occidentales por una especie de alianza tácita con el populismo global -Maduro, Ortega, Corea del Norte, el propio Lula, etc.- y otra con el integrismo islámico, del cual se margina cuidadosamente pero también aprovecha y nunca condena. Su enemigo común: las sociedades abiertas.

En este escenario, prima facie y sin que pueda afirmarse nada terminante, da la impresión de que la visión de Trump es forzar el fin de la guerra de Ucrania, paso indispensable para intentar un acercamiento a Rusia que busque horadar su vínculo con China, y de apoyar a Israel contra el integrismo terrorista buscando una paz multireligiosa en Oriente Medio apoyado en Israel y Arabia Saudita, con el objetivo de aislar a Irán, al que Biden ha evitado permanentemente molestar.

La mirada de Harris no está clara. Por un lado, la presión de parte de su base electoral condiciona sus pasos en el Oriente Medio presionando a Israel -como Biden, a veces hasta groseramente- con el fin de no romper con sus votantes pro-palestinos, que han logrado un claro avance en la juventud norteamericana más o menos culta, tradicionales votantes demócratas. Y por la otra, ratifica su fuerte apoyo a Ucrania, siguiendo la línea de la actual administración cuyo objetivo real, más que un triunfo de los heroicos ucranianos es debilitar a Rusia. La consecuencia obvia es que esta política refuerza en términos estratégicos, por reflejo, a la alianza Chino-rusa. Cómo horadar esa alianza sin afectar los derechos soberanos de Ucrania es el gran desafío, estratégico y artesanal, de la política americana de los próximos tiempos.

Con respecto a América Latina, sólo intuición: Harris parece más “democrática” en lo interno, pero más cercana al eje Brasil-Colombia-México-Venezuela-Bolivia en lo internacional, mientras Trump, con sesgo interno más autoritario, se presenta como más cercano al de Argentina-Uruguay-Paraguay-Chile-Perú-Ecuador.

Dada la afinidad de la Venezuela chavista con Cuba, Rusia, China, Irán y Corea del Norte no puede mirarse esta elección sin preocupación, aún teniendo en cuenta que de cualquier forma esas cercanías o afinidades, en el gran juego mundial, son sólo epifenómenos marginales y tal vez fluidos.

Obvio es destacarlo, al mencionar los países se referencia a sus actuales administraciones, no a los pueblos, que no siempre coinciden con sus gobiernos, como lo muestran los dramáticos casos de Venezuela y Cuba. También que en varios su situación política puede variar arrastrando un cambio en su alineamiento internacional. La Argentina es un ejemplo. También Ecuador.

En síntesis y como no-estadounidenses: ¿Trump o Kamala? Imposible no sentir la reminiscencia de la segunda vuelta de nuestras elecciones de 2023. Ninguna opción es claramente la mejor. La diferencia, en todo caso, es que nada podemos hacer para incidir hacia uno u otro lado aunque, inexorablemente, nos alcanzarán sus resultados. Y el agregado: como está el mundo y la región, no conviene descuidar nuestra propia defensa, que en última instancia y más allá de una inteligente ubicación internacional, es el último reaseguro de autonomía y respetabilidad.

Ricardo Lafferriere

 

sábado, 31 de agosto de 2024

MADURO, LULA... ¿KAMALA?

Las declaraciones de Kamala Harris a una radio norteamericana en el marco de su campaña electoral no dejan de sorprender.

Cuestionar la libertad de expresión porque les da demasiado poder (¿a los ciudadanos?) es desnaturalizar la democracia. Y es curioso que se esté extendiendo esta mediatización de un derecho por el que la humanidad lleva siglos luchando: el de expresarse libremente.

Este derecho es la base del sistema democrático. Su mediatización empieza a insinuarse como una mancha de aceite en altas instituciones europeas -incluso globales-, y tiene en Maduro -antes en la dictadura de los Castro, en Corea del Norte, en Irán, en Nicaragua y hasta en China- una punta de lanza en nuestro continente, lamentablemente seguida por el Brasil de Lula.

Bloquear las redes sociales porque no se toleran los posts y mensajes que ellas transmiten es lisa y llanamente una actitud dictatorial y antidemocrática. Las redes sirven a todos. Quien se moleste por las opiniones que en ella aparecen claramente no quiere que se debatan sus convicciones y actitudes en la nueva “plaza pública” del mundo que vivimos: el escenario virtual.

Es cierto que en las redes hay “fakes”. También en los diarios, las radios, las televisiones, y hasta en los chismes de barrio. La novedad es que en ellas todo puede discutirse, debatirse, desmentirse y cotejarse. Aún con sus limitaciones, está claro que democratizan profundamente el espacio público.

El espectáculo que brinda la competencia electoral norteamericana es realmente desilusionante. Los exabruptos escasamente democráticos de Trump no tienen una contrapartida liberal y democrática en su contendiente, sino una profundización desmoralizante. Quienes esperaban que la irrupción de Harris fuera una bocanada de aire fresco, se enfrentan a una posición más peligrosa.

Es una incógnita si los americanos votarán a “Guatemala o Guatepeor”. Lo que está claro es que, para el mundo democrático, su ejemplaridad se diluye dejando al mundo occidental sin un liderazgo que, aunque pueda ser cuestionado en muchos aspectos, era considerado un reaseguro para los ideales de la ilustración.

Nada bueno puede salir de esto.

Ricardo Lafferriere

 

jueves, 29 de agosto de 2024

TECNOLOGÍA: LA "SINGULARIDAD" SE ACERCA A TIEMPOS CONCRETOS

En 2005, Ray Kurzwail publicó su libro “La Singularidad está cerca” (The Singularity is Near). Confieso que el libro me "marcó" y aconsejo fuertemente su lectura. Hay versión en español, en Amazon. En él pronosticaba el crecimiento exponencial de las tecnologías de la información y auguraba que para fines de la década de 2020 o comienzos del 2030, la computación alcanzaría la capacidad y complejidad equivalente al cerebro humano y comenzarían a desarrollarse aceleradamente interfases entre la inteligencia humana y la artificial. A esa situación la llamó “Singularidad”, tomando el nombre del fenómeno físico teórico de los “agujeros negros”. En ese momento su pronóstico resultaba increíble y ningún colega coincidía con él. Hoy, es ya una predicción compartida por la mayoría de sus colegas, incluso adelantando esa fecha a raíz de los avances impresionantes en Inteligencia Artificial.

Acaba de publicar la segunda parte de su libro, a la que tituló “La Singularidad está más cerca” y no he resistido la tentación de copiar, traducir y pegar una parte del capítulo IV, que me pareció interesante y quizás lo sea para algún participante de este blog.

Va la copia:

 

Capítulo 4

“LA VIDA ES EXPONENCIALMENTE MEJOR

 

EL CONSENSO PÚBLICO ES EL CONTRARIO

Consideremos esta noticia de última hora: LA POBREZA EXTREMA EN TODO EL MUNDO CAYÓ UN 0,01 % HOY

               Esta también: DESDE AYER, LA ALFABETIZACIÓN HA AUMENTADO UN 0,0008 %

               Y ESTA: LA PROPORCIÓN DE HOGARES CON INODOROS CON CISTERNA CRECIÓ HOY UN 0,003 %.

               Y lo mismo sucedió ayer.

               Y anteayer.

               Si estos avances no te parecen emocionantes, eso cuenta como al menos una de las razones por las que no te enteraste de ellos.

               Tales signos de progreso y muchos ejemplos similares no llegan a los titulares porque en realidad no son nuevos. Las tendencias positivas día a día han ido progresando durante años, a ritmos más lentos, durante décadas y siglos.

               Como los ejemplos que acabo de mencionar, de 2016 a 2019, el período más reciente para el que se dispone de datos completos en el momento de escribir este artículo, el número estimado de personas en situación de pobreza extrema en todo el mundo (medido por el punto de referencia de vivir con menos de US$ 2,15 por día en dólares de 20217) disminuyó de aproximadamente 787 millones a 697 millones. Si esa tendencia se ha mantenido aproximadamente hasta el presente en términos de disminución porcentual anual, corresponde a una caída de casi el 4 por ciento anual, o alrededor del 0,011 por ciento por día. Si bien existe una incertidumbre considerable sobre el número preciso, podemos estar razonablemente seguros de que esto es correcto dentro de un orden de magnitud. Mientras tanto, la UNESCO encontró que de 2015 a 2020 (nuevamente, los datos más recientes disponibles), la alfabetización mundial aumentó de alrededor del 85,5 al 86,8 por ciento.

Eso promedia alrededor del 0,0008 por ciento por día. Y durante el mismo período 2015-2020, la proporción de la población mundial con acceso a instalaciones de saneamiento "básicas" o "gestionadas de forma segura" (inodoros con cisterna o similares) aumentó de un estimado del 73 al 78 por ciento. Esto se traduce en una mejora promedio de alrededor del 0,003 por ciento por día. Numerosas tendencias similares se desarrollan constantemente.

               Sin embargo, estos hallazgos por sí solos ya están bien documentados. He revisado el extenso impacto positivo del cambio tecnológico en el bienestar humano en "The Age of Spiritual y "The Singularity Is Near" (2005) y en decenas de conferencias y artículos desde entonces. En su libro de 2012 "Abundancia", Peter Diamandis y Steven Kotler desarrollaron que nos dirigimos hacia una era de abundancia de recursos que solía caracterizarse por la escasez. Y en su libro de 2018 "Enlightenment Now", Steven Pinker describió los continuos avances que se están realizando en una variedad de áreas de impacto social.

               Mi énfasis en este capítulo está específicamente en la naturaleza exponencial de este progreso, cómo la ley de los rendimientos acelerados es el impulsor fundamental de muchas tendencias individuales que vemos, y cómo el resultado será una mejora dramática de la mayoría de los aspectos de la vida en un futuro muy cercano, no solo en el ámbito digital.

               Antes de explorar ejemplos específicos en detalle, es importante comenzar con una comprensión conceptual clara de esta dinámica. Mi trabajo a veces ha sido caracterizado erróneamente como la  afirmación de que el cambio tecnológico en sí mismo es inherentemente exponencial, y que la ley de los rendimientos acelerados se aplica a todas las formas de innovación. Esa no es mi opinión. Más bien, el LOAR describe un fenómeno en el que ciertos tipos de tecnologías crean bucles de retroalimentación que aceleran la innovación. A grandes rasgos, son las que nos dan un mayor dominio sobre la información -recopilándola, almacenándola, manipulándola, transmitiéndola- lo que facilita la propia innovación. La imprenta hizo que los libros fueran lo suficientemente baratos como para que la educación pudiera ser accesible a la siguiente generación de inventores. Los diseñadores de chips hep de las computadoras modernas crean la próxima generación de CPU más rápidas. La banda ancha más barata hace que Internet sea más útil para todos, porque más personas pueden permitirse compartir sus ideas en línea. La curva exponencial más famosa del cambio tecnológico, la ley de Moore, es así sólo una manifestación de este proceso más profundo y fundamental.

              Ejemplos de cambios rápidos que quedan fuera de esta ley incluyen las velocidades de la tecnología de transporte, como el tiempo para viajar de Inglaterra a Estados Unidos. En 1620, el "Mayflower" tardó sesenta y seis días en hacer la travesía. Para la Revolución Americana, en 1775, una mejor construcción naval y navegación había reducido el tiempo a unos cuarenta días. En 1838, el vapor de ruedas de paletas "Great Western" completó el viaje en quince días, y en 1900 el transatlántico de cuatro embudos y hélice "Deutschland" hizo el tránsito en cinco días y quince horas. En 1937, el transatlántico turboeléctrico "Normandie" lo redujo a tres días y veintitrés horas. En 1939, el primer servicio de hidroaviones de Pan Am duró solo treinta horas, y el primer servicio de una aerolínea a reacción, en 1958, hizo el viaje en menos de diez horas y media. En 1976, el Concorde supersónico redujo esto a solo tres horas y media. Esto ciertamente parece una tendencia exponencial abierta, pero no lo es. El Concorde se retiró en 2003, y desde entonces la gama Londres-Nueva York de razones económicas y técnicas específicas por las que el transporte transatlántico ha dejado de ser más rápido. Pero la razón subyacente más profunda es que la tecnología de transporte no crea bucles de retroalimentación. Los motores a reacción no se utilizan en la construcción de mejores motores a reacción, por lo que en cierto punto los costos de agregar velocidad adicional superan el beneficio de una mayor innovación.

               Lo que hace que la Ley de Rendimientos Acelerados (LRA) sea tan poderosa para las tecnologías de la información es que los bucles de retroalimentación mantienen los costos de la innovación por debajo de los beneficios, por lo que el progreso continúa. Y a medida que la inteligencia artificial gane aplicabilidad a más y más campos, las tendencias exponenciales que ahora son familiares en la computación comenzarán a hacerse visibles en áreas como la medicina, donde el progreso antes era muy lento y costoso. Con la rápida expansión de la IA y su capacidad durante el 2020, esto transformará radicalmente áreas que normalmente no consideramos tecnologías de la información, como la alimentación, la ropa, la vivienda e incluso el uso de la tierra. Ahora nos estamos acercando a la empinada pendiente de estas curvas exponenciales. Eso, en resumen, es la razón por la que la mayoría de los aspectos de la vida mejorarán exponencialmente en las próximas décadas.

         El problema es que la cobertura noticiosa sesga sistemáticamente nuestras percepciones sobre estas tendencias. Como cualquier novelista o guionista puede decirte, captar el interés de la audiencia generalmente requiere un elemento de peligro o conflicto creciente. Desde la mitología antigua hasta "Star Wars", este es el patrón que atrapa nuestros cerebros. Como resultado, a veces deliberadamente y a veces de manera bastante orgánica, las noticias intentan emular este paradigma. Los algoritmos de las redes sociales, que están optimizados para maximizar la respuesta emocional e impulsar la participación de los usuarios y, por lo tanto, los ingresos publicitarios, exacerban esto aún más. Esto crea un sesgo de selección hacia las historias sobre crisis que se avecinan, al tiempo que relega los tipos de titulares citados al principio de este capítulo al final de nuestras noticias.

               Nuestra atracción por las malas noticias es, de hecho, una adaptación evolutiva. Históricamente, ha sido más importante para nuestra supervivencia prestar atención a los posibles desafíos. Ese susurro en las hojas podría haber sido un depredador, por lo que tenía sentido centrarse en esa amenaza en lugar del hecho de que el heno de sus cultivos ha mejorado una décima de punto porcentual desde el año anterior.

            No es sorprendente que los humanos que evolucionaron para una vida de subsistencia en bandas de cazadores-recolectores no desarrollaran un mejor instinto para pensar en un cambio positivo gradual. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, las mejoras en la calidad de vida fueron tan pequeñas y frágiles que apenas se notarían incluso a lo largo de toda una vida. De hecho, este estado de cosas de la Edad de Piedra duró toda la Edad Media. En Inglaterra, por ejemplo, el PIB per cápita estimado (en 2023 libras esterlinas) en el año 1400 fue de 1605 libras. Si alguien nacido ese año vivía hasta los ochenta años, el PIB per cápita en el momento de su muerte era exactamente el mismo. Para alguien nacido en 1500, el PIB per cápita al nacer ha caído a 1.586 libras, y ochenta años después se había recuperado a solo 1.604 libras. Compárese con una persona nacida en 1900, cuya esperanza de vida de ochenta años vio un salto de 6.734 libras a 20.979 libras. Así que no es solo que nuestra evolución biológica no nos haya sintonizado con el progreso gradual, sino que nuestra evolución cultural tampoco lo ha hecho. No hay nada en Platón o Shakespeare que nos recuerde que debemos prestar atención al progreso material gradual de la sociedad, porque no se notaba cuando vivían.

              Una versión moderna de un depredador que se esconde en el follaje es el fenómeno de las personas que monitorean continuamente sus fuentes de información, incluidas las redes sociales, en busca de desarrollos que puedan ponerlos en peligro. Según Pamela Rutlege, directora del Centro de Investigación de Psicología de los Medios, "Monitoreamos continuamente los eventos y nos preguntamos: '¿Tiene que ver conmigo, estoy en peligro?' Esto desplaza nuestra capacidad de evaluar los acontecimientos positivos que se desarrollan lentamente.

               Otra adaptación evolutiva es el sesgo psicológico bien documentado hacia recordar el pasado como mejor de lo que realmente fue. Los recuerdos de dolor y angustia se desvanecen más rápidamente que los recuerdos positivos. En un estudio de 1997 realizado por el psicólogo de la Universidad Estatal de Colorado, Richar Walker, los participantes calificaron los eventos en términos de placer y dolor y luego los evaluaron nuevamente tres meses, dieciocho meses y cuatro años y medio después. Las reacciones negativas se desvanecieron mucho más rápido que las positivas, mientras que los recuerdos agradables persistieron. Un estudio de 2014 en países como Australia, Alemania, Ghana y muchos otros mostró que este "sesgo de afecto negativo que se desvanece" es un fenómeno mundial.

        La nostalgia, un término que el médico suizo Johannes Hofer ideó en 1688 combinando las palabras griegas "nostos" (regreso a casa) y "algos" (dolor o angustia), es algo más que recordar recuerdos cariñosos; Es un mecanismo de afrontamiento para lidiar con el estrés del pasado transformándolo. Si el dolor del pas no se desvaneciera, quedaríamos lisiados para siempre por él.

               Las investigaciones respaldan este fenómeno. Un estudio realizado por el profesor de psicología de la Universidad Estatal de Dakota del Norte, Clau Routege, analizó el uso de la nostalgia como mecanismo de afrontamiento y descubrió que los participantes que escribieron sobre un evento nostálgico positivo informaron niveles más altos de autoestima y lazos sociales más fuertes. De esta manera, la nostalgia es útil tanto para el individuo como para la comunidad. Cuando miramos hacia atrás en nuestras experiencias pasadas, el dolor, el estrés y los desafíos se han desvanecido, y tendemos a recordar los aspectos más positivos de la vida. Por el contrario, cuando pensamos en el presente, somos muy conscientes de nuestras preocupaciones y dificultades actuales. Esto conduce a la impresión, a menudo falsa, de que el pasado fue mejor que el presente, a pesar de la abrumadora evidencia objetiva de lo contrario.

               También tenemos un sesgo cognitivo hacia exagerar la prevalencia de las malas noticias entre los eventos ordinarios. Por ejemplo, un estudio de 2017 reveló que las percepciones de las personas sobre pequeñas fluctuaciones aleatorias (por ejemplo, días buenos o malos en el mercado de valores, temporadas de huracanes severas o leves, desempleo que aumenta o disminuye) tienen menos probabilidades de percibirse como aleatorias si son negativas. En cambio, las personas sospechan que estas variaciones indican una tendencia más amplia de empeoramiento. Como resumió el científico cognitivo Art Marman uno de los resultados clave: "Cuando se preguntó a los participantes si el gráfico indicaba un cambio fundamental en la economía, era más probable que vieran un pequeño cambio como indicativo de un cambio mayor cuando significaba que las cosas estaban empeorando en lugar de que las cosas estuvieran mejorando.

               Esta investigación, y otras similares, sugieren que estamos condicionados a esperar la entropía, la idea de que el estado predeterminado del mundo es que las cosas se desmoronan y empeoran. Esto puede ser una adaptación constructiva, preparándonos para los contratiempos y motivando la acción, pero representa un fuerte sesgo que oscurece las mejoras en el estado de la vida humana.

        Esto tiene un impacto concreto en la política. Una encuesta del Instituto de Investigación de Religión Pública encontró que el 51 por ciento de los estadounidenses en 2016 sintieron que "la cultura y el estilo de vida estadounidenses han empeorado... desde la década de 1950". El año anterior, una encuesta de YouGov encontró que el 71 por ciento del público británico creía que el mundo estaba empeorando progresivamente, y solo el 5 por ciento dijo que se está poniendo cada vez peor. Tales percepciones incentivan a los políticos populistas a prometer restaurar las glorias perdidas del pasado, a pesar de que ese pasado fue dramáticamente peor en casi todas las medidas objetivas de bienestar.

               Como uno de los muchos ejemplos de este fenómeno, una encuesta de 2018 preguntó a 31.786 personas de 26 países -que hablaban 17 idiomas y representaban el 63 por ciento de la población mundial- si la pobreza mundial había aumentado o disminuido en los últimos veinte años y si la pobreza había aumentado o disminuido mucho. Sus respuestas muestran que solo el 2 por ciento obtuvo la respuesta correcta: la pobreza disminuyó en un 50 por ciento. Un creciente cuerpo de ciencias sociales confirma estas discrepancias entre la percepción pública y la realidad del progreso generalizado de acuerdo con una miríada de medidas sociales y económicas. Por ejemplo, un estudio histórico realizado en el Reino Unido por Ipsos MORI para la Royal Statistical Society y el King's College de Londres mostró una gran divergencia entre la opinión popular y las estadísticas reales sobre numerosos temas, tales como:

·                      La impresión pública fue que el 24 por ciento de las prestaciones del gobierno se reclamaron de manera fraudulenta, mientras que la cifra real fue del 0,7 por ciento.

·                    En Inglaterra y Gales, la delincuencia cayó un 53 por ciento entre 1995 y 2012, pero el 58 por ciento del público pensaba que la delincuencia había aumentado o se había mantenido igual durante este período. Los delitos violentos entre 2006 y 2012 cayeron un 20 por ciento, mientras que el 51 por ciento pensaba que habían aumentado.

·             La impresión pública del embarazo adolescente fue 25 veces peor que la realidad: el 0,6 por ciento de las niñas menores de 15 años en el Reino Unido quedan embarazadas cada año, mientras que la estimación pública fue del 15 por ciento.

El mismo efecto se mantiene en el lado occidental del Atlántico. Durante el siglo XXI, una mayoría significativa de estadounidenses (hasta el 78 por ciento) ha creído que la delincuencia había aumentado a nivel nacional con respecto al año anterior, a pesar de que tanto los delitos violentos como los delitos contra la propiedad han disminuido aproximadamente a la mitad desde 1990.

               El aforismo "Si sangra, conduce" resume una de las principales causas de estas percepciones erróneas. Un incidente violento se denunciará ampliamente, mientras que las reducciones de la delincuencia (por ejemplo, debido a la aplicación de la ley basada en datos o a una mejor comunicación entre la policía y la comunidad) son literalmente no incidentes. Como tales, no reciben una cobertura amplia.

               Esto no tiene por qué ser el resultado de una decisión consciente de nadie: los incentivos de los medios de comunicación favorecen estructuralmente la cobertura de historias violentas o negativas. Debido a los sesgos cognitivos descritos anteriormente en este capítulo, los seres humanos están más naturalmente sintonizados con la información amenazante. Dado que la mayoría de los medios de comunicación (tanto los medios de comunicación tradicionales como las redes sociales) ganan dinero atrayendo globos oculares para generar ingresos publicitarios, no debería sorprendernos que la industria haya aprendido, colectivamente, que las redes sociales ganan su dinero atrayendo globos oculares para generar ingresos publicitarios, no debería sorprendernos que la industria haya aprendido, colectivamente, que la mejor manera de mantenerse en el negocio es propagar información amenazante que provoque fuertes respuestas emocionales.

               Esto también está relacionado con el problema o la urgencia. La palabra "noticia" sugiere literalmente que la información es novedosa y oportuna. Las personas tienen un tiempo limitado, por lo que consumen medios, por lo que tienden a priorizar los incidentes que acaban de suceder. El problema es que la gran mayoría de estos eventos discretos y urgentes son cosas malas. Como destaqué al principio de este capítulo, la mayoría de las cosas buenas que suceden en el mundo son procesos muy graduales, por lo que es muy difícil que estas historias alcancen el nivel de urgencia que las convierta, por ejemplo, en una historia de primera plana en "The New York Times" o en la noticia principal de CNN. Efectos similares se dan en las redes sociales: es fácil compartir videos de un desastre, pero el progreso gradual no genera imágenes dramáticas.

               Como dijo Steven Pinker: "Las noticias son una forma engañosa de entender el mundo. Siempre se trata de eventos que sucedieron y no de cosas que no sucedieron. Entonces, cuando hay un oficial de policía que no ha sido baleado o una ciudad que no ha tenido una manifestación violenta, no salen en las noticias. Mientras los eventos violentos no caigan a cero, siempre habrá un titular en el que hacer clic... El pesimismo puede ser una profecía autocumplida. Esto es especialmente cierto ahora que las redes sociales agregan noticias alarmantes de todo el planeta, mientras que las generaciones anteriores solo estaban informadas sobre eventos locales o regionales.

           Sin embargo, mi observación inversa es: "El optimismo no es una especulación ociosa sobre el futuro, sino más bien una profecía autocumplida".  La creencia de que un mundo mejor es realmente posible es un poderoso motivador para trabajar duro en su creación.

               Daniel Cahneman recibió el Premio Nobel de Economía por su trabajo (algunos en colaboración con Amos Tversky) explicando las heurísticas inválidas e inconscientes que las personas usan para hacer estimaciones sobre el mundo. Su investigación demostró que las personas ignoran sistemáticamente la probabilidad previa, el hecho de que las cosas que son verdaderas sobre un grupo en general tienden a ser verdaderas sobre el individuo de ese grupo con el que uno se encuentra. Por ejemplo, si se le pide que seleccione la ocupación probable de un extraño en función de su autodescripción, si le dice que "ama los libros", puede elegir "bibliotecarios", ignorando la tarifa base, el hecho general de que hay relativamente pocos bibliotecarios en el mundo. Alguien que supere este sesgo se daría cuenta de que amar los libros es una evidencia muy débil sobre la ocupación de alguien, por lo que supondría un trabajo mucho más común como "trabajador minorista". Las personas no desconocen las tarifas base, pero a menudo las pasan por alto en favor de responder a un detalle vívido al considerar una situación particular.

          Otra heurística sesgada citada por Kahneman y Tversky es que los observadores ingenuos esperarán que el lanzamiento de una moneda al aire tenga más probabilidades de salir cara si simplemente experimentan una racha de cruz. Esto se debe a un malentendido de la regresión a la media.

               El hecho de que debamos corregir estos sesgos no significa que debamos ignorar o subestimar los problemas reales, pero proporciona sólidas bases racionales para el optimismo sobre la trayectoria general de la humanidad. El cambio tecnológico no ocurre automáticamente, requiere ingenio y esfuerzo humanos. Este progreso tampoco debe cegarnos ante el urgente sufrimiento que la gente enfrenta mientras tanto. Más bien, las tendencias de las imágenes bis-imágenes deberían recordarnos que, por difíciles e incluso desesperados que parezcan a veces estos problemas, como especie estamos cambiando el rumbo para resolverlos. Me parece una fuente de profunda motivación.”

miércoles, 31 de julio de 2024

¿Harris? ¿Trump?

 Sobre la elección norteamericana

No todo el mundo vota, pero a todo el mundo les interesa y toman posición.

En nuestro caso, alejados en el cono sur de América, tendemos a generar simpatía o antipatía hacia los candidatos tomando como referencia el marco interno argentino y, en todo caso, a preferir a uno u otro trasladando implícitamente la valoración a lo que significaría para nuestra situación interna si fueran ambos candidatos argentinos.

Pero la realidad es más compleja. Si bien es cierto que los norteamericanos votan con poca reflexión sobre los temas globales, son esos temas los que más nos interesan y nos pueden afectar, mucho más que si se incrementan los fondos del “medicare” o la política migratoria en el límite sur.

Para nosotros, lo que importa es cómo actuará EEUU en un mundo cada vez más complicado y en el que se está generando un verdadero bloque estratégico antioccidental, liderado por China pero con sucursales en todo el mundo.

Adelanto que esta mirada no ignora la diferencia cualitativa que el siglo XXI presenta con respecto a la antigua guerra fría del siglo XX. La economía, a pesar de verse afectada, ha construido lazos importantes que atraviesan los bloques. Pero la política -y el escenario de poder militar- muestra señales más que claras sobre la construcción de este bloque y es la política la que en definitiva fijará las reglas de juego de la economía, la diplomacia y el ambiente.

Venezuela es un “botón de muestra”. Sin intereses concretos en la región, China y Rusia se posicionaron de inmediato, aceptando el fraude, felicitando a Maduro y arrastrando en su posición a Brasil que, luego de ensayar una endeble seudoneutralidad, terminó respondiendo a los liderazgos que mandan en los BRICS y también dio su respaldo a la dictadura bolivariana.

Alcanza con mirar la lista de países que han tomado esa posición para advertir que no se encuentra en ese bloque ninguna democracia “independiente”: Irán, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte, Turquía.

Entonces, mirado desde la óptica de un ciudadano del mundo, es más trascendente imaginar cómo sería el escenario global con uno u otro liderazgo, y la conciencia de este proceso que tienen ambos protagonistas. Es bueno recalcar que en el bloque rival las cosas están claras y cuando la “línea” baja, todos se alinean, sin fisuras, “panquequeada” de Lula asumida.

No sé si Kamala Harris será igual a Massa. Confieso que su discurso me provoca una lejana remembranza del conocido relato de CK, que nos trajo hasta donde nos trajo. Tampoco sé -no estoy en condiciones de opinar- si los ciudadanos americanos se sentirán seducidos por ese discurso. En la Argentina, sedujo más de dos décadas, hasta su implosión final... Pero sí es claramente preocupante su ausencia de claridad en la actitud internacional estratégica de EEUU, la consolidación del eje “China-Rusia”, la resolución de la guerra en Ucrania, la multi-agresión contra Israel y el renacimiento del antisemitismo, ante la inundación de integrismo musulmán en Europa y en los propios EEUU, su trato de seda con el estado terrorista iraní e incluso su posición más que suave ante el criminal golpe de estado del narco-chavismo en Venezuela, que da por tierra con cualquier resto seudodemocrático en la sufrida república caribeña.

¿Entonces ... Trump? Pues... a los demócratas su discurso nos provoca el mismo escozor que el de Milei en el proceso electoral. Escaso apego a las formas democráticas, dura demonización de sus adversarios, cerrazón ante la posibilidad de un diálogo constructor de consensos... en suma, polarización extrema construyendo poder propio, sin demasiada preocupación por sus aliados.

En síntesis: ¿qué hará EEUU? ¿Seguirá la actitud buenista de que ha permitido inundar de inseguridad al mundo? ¿Se centrará en “MAGA” (Make America Great Again) desentendiéndose del resto? ¿Asumirá el papel de articulador del mundo democrático, fundado en normas y la vigencia del estado de derecho? Conocer esos temas nos importa más que la extensión del derecho al aborto en algunos Estados norteamericanos o la limitación a la tenencia de armas a sus ciudadanos.

La elección de diciembre de 2023 nos presentó en Argentina un dilema que muchos fuimos impotentes para resolver. Lo decidió la mayoría de la sociedad prefiriendo un liderazgo disruptivo al que intuía fuerte e intransigente antes que la aparente claridad de las promesas populistas, a las que le habían dado dos décadas de tiempo prolongando la mediocridad decadente. Los claroscuros, en todo caso, se verían luego.

Una lejana remembranza de ese dilema se presenta en la elección de EEUU. Una diferencia no menor es que no se percibe en EEUU ese importante grupo democrático que comprende el cambio pero se preocupa por neutralizar las aristas más extremas, que acá se ha dado en llamar “la oposición dialoguista” y que también incluye al semi-oficialismo sensato.

Pero la mayor diferencia es que en la elección no votarán todos los que sufrirán las consecuencias, sino sólo los norteamericanos. Y que a ellos, las consecuencias externas les llegarán recién en el mediano o largo plazo mientras que los latinoamericanos, los europeos, los israelíes, los ucranianos y los demócratas de todo el mundo las sentiremos de inmediato aunque la “simpatía” o “antipatía” que nos provoquen a priori los candidatos nos lleven a tomar partido irreflexivo posicionándonos, tal vez, en contra de nuestros propios intereses.

Ricardo Lafferriere

jueves, 20 de junio de 2024

Para la polémica: la historia, la política y Milei.

Empezamos con el hoy: hace décadas que no crecemos, salvo en población y en edad.

Esto significa que con la misma riqueza debemos sostener a casi el doble de población que hace treinta años, y a cada vez más compatriotas mayores. Obviamente, la afirmación tiene la sencillez de lo matemático: la riqueza media de cada argentino es apenas la mitad que hace tres décadas.

Cierto es que muchos han logrado mantener -y aún aumentar- su riqueza disponible. A eso, alguien lo paga para cumplir con otra ley, la del promedio. Lo pagan quienes se han caído y aquellos a los que se les realiza una “mega-extracción” de su riqueza producida, fundamentalmente al campo.

También lo es que algunos se han salvado de esta lógica diabólica. Son los que logran vender su trabajo afuera, emigrando. O los que logran evadir el cerco fatídico impositivo-aduanero-cambiario, vendiendo por ejemplo servicios intangibles, que se acreditan afuera. Y los gestores “nac & pop”, que alguna vez caractericé como la “corporación de la decadencia”, que desde el gobierno o desde la oposición, desde el empresariado protegido hasta la burocracia sindical, manejan el país desde hace décadas, aunque sean los menos. Los más, han caído en la lógica del país cerrado, la resignación a la decadencia y el incremento del clientelismo, directo o disfrazado de empleo público. En cualquier caso, cobran sin aportar riqueza. Y lo saben.

Los que aportan riqueza, cada vez más asfixiados, deben además sufrir el ataque que no es sólo económico sino cultural del ideologismo populista, que parece condenarlos por lo que el mundo -y en otros tiempos, nuestro país- destacaba como un logro: producir, exportar, generar riqueza, crear prosperidad. En suma: progresar.

Puede discutirse cuando empezó la decadencia. Unos y otros marcan la fecha según su simpatía política. Claramente, el ciclo económico ascendente terminó en 1928, con la crisis global. Fue profundizado por la crisis política constante iniciada en 1930, con la primer ruptura constitucional. Los conservadores trataron en la década del 1930 de volver al mundo económicamente idílico iniciado en 1880, que ya no existía, ni siquiera aceptando -y reclamando- ser tratado por la potencia de entonces como “una parte integrante del imperio británico” -que de hecho, en esos tiempos, lo era, ya que si Gran Bretaña dejaba de comprar carnes y granos argentinos limitando sus compras a sólo a sus colonias, como era su proyecto post-crisis de 1928, todo se derrumbaría-

La 2ª guerra abrió una ventana al país, permitiéndole vender esos alimentos, aún al precio de un deterioro mayor de la política interna, la que dejó de ver como virtuosa la constitucionalidad democrática para comenzar a observar brotes simpatizantes de nazis y fascistas, que aunque derrotados en el mundo, habían dejado sembradas semillas escasamente compatibles con la doctrina constitucional argentina. Se cambió entonces la Constitución.

Pero a la vez, se infiltró de a poco en la sociedad una manera de ver la vida, con banderas de una sola faz. Repartir, lo que es justo. Pero sin ningún interés en producir riqueza. A diferencia del marxismo, que propugnaba repartir las ganancias de los burgueses -y por lo tanto, se preocupaba por asegurarse de que esas ganancias previamente existieran-, se asentó en Argentina la idea de que la riqueza nacía de la nada, que era en consecuencia gratis apropiarse de ella y que “ante cada necesidad, surgía un derecho”.

No le preocupaba si ese derecho era sostenible o si simplemente se apoyaba en la apropiación del capital nacional acumulado, público y privado. La magnificación del Estado al que se le permitía y se le exigía todo, junto a la renuncia al compromiso con la propia vida personal, que formaban ambas partes inescindibles de la nueva visión, llevaron al agotamiento primero y a la decadencia luego.

Hubo reacciones. La primera, del propio Perón, que preocupado por sus propios excesos económicos comenzó, ya en 1952, a reclamar que “todos deben producir, al menos, lo que consumen”. Luego, Frondizi, con su esfuerzo modernizador concluido abruptamente por las complicadas líneas cruzadas de fines de los 50 e inicios de los ’60, agravadas por la instalación definitiva en el mundo de la guerra fría, en la que, aunque la Argentina no intervino directamente, sufrió sus coletazos impidiendo un debate y decisiones inteligentes de una política madura.

La Argentina siguió funcionando con las “viejas verdades” que había elaborado desde los años 30 en adelante, las que ya habían cooptado a todo el escenario político. Sin conducción y a los empujones, prefirió insistir en ellas con el Plan de Lucha de la CGT de 1964 y la sociedad de gremialistas peronistas y militares que derrocó a Illia en 1966, y sostuvo durante la mayor parte del tiempo a la dictadura de la Revolución Argentina.

Lo demás es conocido. Intentos repetidos fueron interrumpidos sin solución de continuidad. El propio gobierno de Alfonsín, tan injustamente tratado por su fracaso económico sin analizar sus condicionantes políticos, intentó abrirse a la modificación del consenso populista, con los intentos de privatización parcial de Entel y de Aerolíneas, la convocatoria al capital privado para la explotación petrolera mediante el Plan Houston, el desarrollo de la telefonía celular privada escapando al cerco “nac & pop” que vivía con fuerza en su propio partido. Su falta de decisión y -tal vez- de su incomprensión del real agotamiento del “consenso ideológico” nacional y popular generó la primera hiperinflación de la historia.

Era lógico. El mundo había cambiado, no se podía ya hacer lo que el Estado quisiera con la moneda porque los flujos financieros globales se habían internacionalizado sobre la base del desarrollo telemático, que nadie se dejaría quitar su riqueza por los caprichos de un poder nacional cuando podía evadirla por telemática en tiempo real  y que no se podía vivir más de la ilusión de que fabricando dinero se combatía la pobreza, esa ilusión que increíblemente, todavía tiene defensores en plena tercera década del siglo XXI.

Los cimientos democráticos evitaron que la administración de Alfonsín desembocara en un golpe, en el sentido tradicional. Tampoco un “golpe de mercado” como ha pretendido pasarlo a la historia la visión “nac & pop”. En sentido estricto, fue un golpe de la vieja coalición de la decadencia motorizada por empresarios protegidos, gremialistas corruptos, banqueros del estado eternamente deficitario y un peronismo retornando a sus viejas andanzas desestabilizantes, que utilizaron las limitaciones de un gobierno que aunque había cumplido su principal objetivo, instaurar la democracia, estaba ya sin poder.  

Lo que vino luego fue una especie de intervalo lúcido de la sociedad, tanto del peronismo como del radicalismo, las dos fuerzas de entonces con posibilidades de poder. La radical fue más prolija, la peronista insistió en la vieja fórmula hasta que la repetición de la hiperinflación llevó a la administración de Carlos Menem a adoptar la receta que su adversario, Eduardo Angeloz, había difundido por el país durante la campaña electoral.

Durante diez años, pareció que la Argentina se había reencontrado con su rumbo. Por supuesto, con duros choques políticos, con debates fuertes como corresponde a una democracia vibrante, pero transformando las reglas de juego de la economía sin salirse del marco democrático. Tal vez la falencia grave del período fue que la oposición radical regresó al pasado, en lugar de mirar al futuro. Esto dejó al gobierno sin una oposición real en la percepción ciudadana.

En efecto: en vez de reclamar la defensa de los derechos de los usuarios de los servicios públicos privatizados, en vez de reclamar mejor control de los procedimientos privatizadores para evitar negociados o sospechas, en lugar de demandar democratización sindical real en lugar de asociar a los burócratas sindicales cediéndoles espacios de corrupción con los nuevos titulares privados de las empresas de servicios, decidió retomar las viejas banderas del país del pasado, las que lastraron a la Argentina al estancamiento por décadas, oponiéndose en bloque a las reformas de Menem.

El “padre de la democracia” comenzó a hablar, por primera vez, de la “burguesía” contra “el proletariado”, en un lenguaje que no entendía nadie, mucho menos en su partido. Ello no le impidió coincidir con Menem en una propuesta de reforma constitucional que le otorgaba al presidente la posibilidad de su reelección, a cambio de logros institucionales interesantes: la elección de tres senadores por distrito -que permitía acceder a eventuales minorías- y la que resultó ser la más importante: la autonomía real de la Capital Federal. Su preocupación por la estabilidad institucional se reflejaba en este acuerdo, y estaba bien, así como la modernización de varios preceptos constitucionales que quedaron sin vigencia por la falta de compromiso real de su contraparte, a la que le interesaba central -y quizás únicamente- era la posibilidad de su perpetuación.

A varias décadas de la sanción de 1994, aún no se ha sancionado la Ley de Coparticipación Federal de Impuestos, dando seriedad a las finanzas y rentas públicas, sin la que cualquier país deja de ser considerado un país serio. Nuestra propia organización nacional pudo realizarse sobre las propuestas de Alberdi en su recordada obras “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”. Sin organización rentística clara, no puede hablarse con propiedad de la existencia de un país. Es nuestro tema inconcluso.

La década de Menem mostró que la Argentina, liberadas sus potencialidades, conservaba sus cualidades cosmopolitas originarias. El país creció como no lo hacía desde varias décadas atrás, llegaron inversiones globales, se modernizó su infraestructura, sus servicios públicos se expandieron en una dimensión que no se veía desde 1930, pero todo esto se apoyaba en una ficción: la de creer que se asentaba en una sociedad sólidamente convencida del nuevo rumbo. Lo estaba -y a medias- el presidente, pero por debajo, ambas fuerzas políticas mayoritarias habían conservado sus anticuerpos populistas.

Esto lo sufriría el gobierno de la Alianza, que debía enfrentar una crisis de deuda generada por los últimos años de Menem -obsesionado por su segunda reelección- y una situación internacional crítica. En lugar de enfrentarse esta crisis con una política unida frente a un desafío nacional, el peronismo retomó su viejo espíritu. Demonizó al propio Menem, postuló el aislamiento del mundo para evitar los compromisos internacionales y se presentó como el estandarte justiciero del pasado contra el “neoliberalismo”. Con esas banderas enfrentó luego al gobierno de la Alianza, impregnando con sus protestas al propio partido del gobierno, que dejó sin respaldo a su propio presidente en un momento tal vez el más crítico hasta ese momento de la democracia recuperada.

Su derrumbe significó varios pasos atrás en la Argentina. Regresó no sólo a los años previos a Menem, sino en gran parte a años previos al propio Alfonsín. El aislamiento internacional lo fue de las democracias maduras, pero no del naciente bloque populista global. Aceitó lazos con lo peor del continente y del planeta. Fue adueñándose sistemáticamente de las empresas públicas al margen de la legislación vigente. Intervino virtualmente a la Corte Suprema de Justicia con el argumento de que había sido “adicta al menemismo”.

Una coyuntural situación internacional beneficiosa para los precios internacionales de los productos primarios exportados por la Argentina, sumada a la ausencia de pagos de una deuda defaulteada, le permitió excedentes circunstanciales para poner en marcha nuevamente la economía sobre una base ultramontana, con preeminencia de decisiones políticas en la economía, la apropiación de empresas privadas y el achicamiento de los espacios de libertad para la economía no estatal.

Paralelamente, con la vieja consigna de que “donde hay una necesidad nace un derecho” comenzó a implementar un distribucionismo insustentable con una economía estancada como la que había resucitado. Duró hasta fin de la primera década del siglo, cuando los fondos se agotaron y los famosos “superávits gemelos del 3 % del PBI” se habían transformado en déficits gemelos de mayor dimensión. Y ahí dejó de ser sólo estancamiento para convertirse en una acelerada decadencia, profundizada hasta lo inimaginable por la tosca gestión de su sucesora, que abrió un sinfín inacabable de gigantescas ventanas de corrupción.

El grotesco distribucionismo, desinteresado de cualquier interés por afianzar la producción, finalizó en los primeros años de la segunda década del siglo. Cortado el financiamiento externo, agotadas las fuentes fiscales internas, agigantada la deuda pública a un nivel jamás alcanzado en la historia, comenzó a recurrir al viejo camino de la emisión monetaria espuria. El BCRA retomó su papel de financiador del Estado con papeles de colores y renació la inflación que había sido erradicada durante el gobierno de Carlos Menem.

La sociedad reaccionó ante esta suspensión de un bienestar que la habían convencido de que era eterno. El conocimiento público de la gigantesca corrupción reinante se apropió del debate político. Parecía, de pronto, que las carencias que volvían tenían como causa la corrupción. En parte era cierto, pero en el fondo, el verdadero problema no era sólo de gestión impecable, sino de concepción sobre la relación entre la economía y el Estado. Sea como sea, cambió el gobierno. Llegó Cambiemos.

Cambiemos fue en rigor una alianza para terminar con la corrupción kirchnerista. Sin embargo, no existía en el nuevo frente -exitoso en su principal desafío- una amalgama similar para mirar la economía. Los viejos reflejos “nac & pop” estaban presentes en las tres fuerzas, aunque es cierto que en algunas más que en otras.

El pasado no ataba tanto al PRO, fuerza nueva con escasas anclas históricas, y un poco más a la CC, cuya movediza lideresa podía balancearse entre pasado y presente asentada en su mediática característica de “show-woman” intrínsecamente contradictoria, sino al propio radicalismo.

El radicalismo había dado pasos grandes en la modernización de su discurso, pero las viejas creencias elaboradas a mediados del siglo XX aún latían en su seno. Se seguía sintiendo obligado a competir con el peronismo en el campo de esas ideas, más que responsable del cambio de paradigma para levantar anclas o romper las cadenas con el pasado.

Entre la falta de experiencia de gobierno -política y administrativa- del PRO, el rezongo constante de la CC y el ataque sistemático del peronismo secuestrado por la más arcaica de sus versiones, el radicalismo de escasas convicciones de cambio poco pudo contribuir al desarrollo de la batalla cultural que era imprescindible realizar para sostener a una gestión que también se mostraba con dudas constantes entre su responsabilidad de cambiar, su base política para hacerlo y la necesidad de acordar cada cosa con demasiados actores licuando los principales cambios imprescindibles para retomar la marcha.

Esas reformas son las que aún hoy faltan: el cambio de las leyes laborales flexibilizando las normativas sin derogar derechos, la finalización de la “ultraactividad” de los convenios colectivos de 1975, la desregulación de la actividad económica para liberar la capacidad creativa de los argentinos y de los extranjeros que llegaran, desburocratización para iniciar y desarrollar actividades productivas, la disciplina fiscal que asegurara que el peligro inflacionario había dejado de existir. Para agravar el cuadro, importantes figuras del PRO creían que bastaba con buenas relaciones con los factores de poder internos y externos para mantener el equilibrio fiscal y la fluidez en las relaciones económicas, sin darle mayor importancia a la percepción sobre la solidez del propio gobierno.

Cambiemos empezó un cambio de rumbo. Infraestructura, liberalización, apertura, renegociación de la deuda, fueron pasos enormes en un país que hacía tres lustros que arrastraba una crisis de estancamiento. Pero la necesidad de darle al gobierno alguna estabilidad política lo llevó a ceder en un objetivo que debía ser central desde el comienzo: nivelar la cuentas públicas, que recién comenzó a ser una meta oficial luego de la crisis financiera del 2018.

Era tarde, porque ajustar al finalizar en lugar del inicio del gobierno lo llevaba enfrentar los comicios de fin de mandato en el medio del ajuste de tarifas, de los impuestos, de los salarios, de las retenciones agropecuarias... es decir, todo lo que es desagradable para los ciudadanos. Probablemente no haya habido posibilidad de tomar otro camino ante su debilidad institucional, pero sea como sea, el resultado fue su derrota electoral en 2019.

Los ciudadanos votaron el regreso del kirchnerismo al poder. Tal vez lo hicieron con la esperanza que se hubiera despojado de su corrupción orgiástica, que volviera con vocación republicana, que hubiera aprendido a “ser mejores” -como se convirtió en su consigna electoral-. No fue así.

La gestión de ambos Fernández -Alberto y Cristina- debe ser calificada de la peor desde la recuperación democrática. No es necesario ni siquiera describirlo. Ambos titulares encausados o procesados, la vicepresidenta condenada a seis años de prisión -con la posibilidad de que se aumente esa pena- por graves delitos contra la administración, la administración de la pandemia plagada de negocios oscuros y privilegios inaceptables provocando un 30 % más de muertes que el promedio mundial y regional y el surgimiento de nichos de corrupción en los lugares del Estado que se mire, provocaron un giro copernicano en la opinión pública.

Un outsider, que no llega desde la política tradicional condenada por la mayoría de la opinión pública como “cómplice” o como inoperante para frenar los latrocinios, comenzó una tarea titánica.

Lo hace con las herramientas que tiene quien llega desde afuera. No tiene complicidades ni ataduras, no está sujeto a acuerdos previos parciales o totales, no se siente predispuesto ni dispuesto a encubrir a nadie, tiene muchos errores de gestión porque nunca ha gestionado nada público y su visión del mundo y de la vida difiere en gran medida de lo que es visto como normal por el sentido común de la población. Al no tener historia, tampoco está obligado por lealtades épicas que no sean las que les aconseje la situación coyuntural de la opinión pública.

Su mensaje central llegó al grueso de la juventud de todos los sectores sociales también sin lealtades épicas hacia próceres políticos como los que emocionaron a sus padres. La realidad de estos jóvenes es una sociedad anarquizada, la ausencia de canales de sobrevivencia ni mucho menos de movilidad social, la incertidumbre absoluta sobre su futuro, la negación de cualquier luz de esperanza en la posibilidad de construir sus vidas en su país, la vulnerabilidad ante el delito violento y el narcotráfico, la convicción de que sólo el camino de la subordinación clientelar -al dirigente piquetero, al dirigente gremial, al dirigente político, al jefe narco del barrio- le puede abrir alguna grieta por la que pueda filtrar alguna ilusión.

Al asentarse en el sector etario más dinámico de la población su capacidad de influencia hacia los demás estaba garantizada. Le ocurrió a Frondizi en 1958, a Alfonsín en 1983, a Menem en 1989 y al propio Kirchner en 2002. Las líneas de los sucesos políticos coyunturales-electorales se alinearon para otorgarle el triunfo, un triunfo que no le dio el poder absoluto porque tiene en sus manos nada más -aunque nada menos- que la presidencia de la nación. Ni un gobernador, ni una cámara legislativa, ni un Juez de la Corte... para desarrollar una tarea que es sin dudas titánica: romper una inercia de decadencia, frenando la inflación y dando una batalla cultural contra convicciones que han sido mayoritarias durante un siglo sobre el papel del Estado, de la política, del gremialismo y en general de los distintos sectores sociales.

A diferencia de Alfonsín, no enfrenta un edificio político destruido que era su prioridad. A diferencia de Menem, no necesita incluir a sus “compañeros” sindicalistas y empresarios en cada proyecto asociándolos para comprar con esa sociedad su silencio o su apoyo. A diferencia de Macri, cuenta con una opinión pública sustancialmente más convencida en la necesidad del cambio de paradigma y asustada por el umbral de la hiperinflación.

Su “relato” es claramente insuficiente y deja la sensación de haberse elaborado y sufrir las modificaciones que le exijan las circunstancias. Desde la “representación del maligno en la tierra” hasta “el argentino más importante del mundo”; desde la “guerrillera que ponía bombas en jardines de infantes” hasta “la dirigente más honesta y desinteresada de la política argentina”, o desde las propuestas más esotéricas y desmatizadas sobre educación, salud, justicia o infraestructura, todo parece lábil, inseguro, endeble en su aparente firmeza.

Ha centrado el desafío de su gobierno en una idea: derrotar a la inflación, haciendo sintonía con la ansiedad popular. Ante este objetivo, todo lo demás es para él secundario. Sus medidas serían calificadas de audaces por cualquier político tradicional, bueno o malo. Lo cierto es que este punto de enfoque -el antiinflacionario- es compartido claramente por la mayoría de la población, aún la que discrepa con él -hasta duramente- en gran parte del resto de su agenda.

Enseña la ciencia económica que combatir la inflación cuando se llega al umbral de la hiper, implica inexorablemente bordear o caer en la recesión. Ésta puede ser relativamente controlada, tratando de equilibrar el costo para las personas de menores recursos, o salvaje -porque la hará el mercado, en forma desmatizada-, con riesgo de caer directamente en la depresión. Por eso la hiperinflación es el fenómeno más terrorífico para un economista, porque sabe lo que implica, los peligros que arrastra y el dramatismo que conlleva combatirla.

No hay combate contra la inflación con medias tintas. De ahí que la población, que intuye esta realidad, mantenga su apoyo al gobierno. Ese apoyo seguramente cambiará cuando, luego de lograrse el éxito, reaparezcan las demandas normales hacia la política y se reclame crecimiento, empleo, educación, salud, vivienda, tecnología, estado eficiente, infraestructura, buenos sistemas de seguridad y justicia, adecuada defensa nacional en un mundo cada vez más impredecible e inseguro en el que la convivencia basada en reglas se va esfumando en el rumbo del realismo más crudo. Incluso la urgencia en reparar los daños o injusticias que la durante propia lucha antiinflacionaria es imposible evitar totalmente. Pero será después de vencer ese enemigo que no solo aterroriza a los economistas, sino a todos.

Cierto es que el estilo presidencial dista de mostrar ejemplaridad republicana. Tan cierto como que hasta ahora no ha atravesado ninguna barrera institucional o violado derechos que la Constitución garantiza a los ciudadanos. Las críticas que pueden hacerse a su gestión son políticas, evaluaciones sobre lo más o menos ortodoxo de su comportamiento institucional. Como a cualquier gobierno. Sus actitudes que no armonizan con el estilo de la política tradicional son, sin embargo, aceptadas y hasta aplaudidas por la sociedad, que ha responsabilizado en bloque a la dirigencia política y sectorial del hundimiento de su nivel de vida y expectativas de futuro. Esta realidad es utilizada por un presidente institucionalmente débil como una herramienta de construcción de poder, lo que dista de ser condenable y, en todo caso, es una valoración que corresponde al campo de las opiniones políticas.

La curiosidad de la política argentina tradicional es su demora en asumir la realidad. El propio tono de debate se acerca al reclamo infantil al padre “todopoderoso”. En lugar de debatir sobre quién puede aportar mejores soluciones al problema principal del país, se nota una actuación en la que el papel opositor parece intentar evadirse de su responsabilidad dirigencial descargando exclusivamente sobre el oficialismo -o sobre el presidente- los “reclamos” o “condiciones” para su apoyo, que son, sin excepciones, presiones por mayores recursos para su respectiva administración, recursos que no se imaginan que surjan de sus propias jurisdicciones o competencias reorientando gastos, emprolijando sus balances o haciendo más eficaces sus tareas, sino exigiendo “al Estado” nacional -del que al parecer no se consideran parte, a pesar que varios de ellos fueron partícipes de la administración que la provocó- mayores recursos, desinteresándose de la gran batalla de dimensiones épicas para frenar la caída libre y encontrar un piso sobre el que edificar la agenda que viene. Algo así como “que la inflación la arregle Milei, nosotros seguimos en la nuestra”, sin advertir que la población percibe que el problema principal sólo termina siendo enfrentado por Milei.

Otros, prefieren centrar su evaluación crítica sobre el gobierno enfocando -honestamente- sus debilidades republicanas, que la mayoría social decodifica como un atajo para evitar tomar partido por la necesaria actualización de sus antiguas convicciones económicas.

La sociedad, por su parte, en forma mayoritaria -como lo sugieren las encuestas- percibe que está dando una batalla dura contra el enemigo que la carcome: el proceso inflacionario. De ahí que las voces que condicionan el “apoyo” a “reclamos” o “reivindicaciones” de imposible cumplimiento corren el riesgo de ser interpretadas como una coacción -por ser benévolo- cuya consecuencia es ampliar el hiato entre la mayoría de la sociedad y la oposición.

Como el oficialismo no sólo tiene un mandato popular reciente sino que además, lo tiene internalizado y cree absolutamente en él, su percepción sobre la política termina verificando que su intuición sobre “la casta” se confirma en cada paso, iniciativa, reunión o medida que deba tomarse para nivelar las cuentas del aparato estatal.

La consecuencia de esta dinámica es que el país se queda sin oposición constructiva y se deja en manos del oficialismo todo el poder, sin matices, porque la agenda opositora no se apoya en la realidad, en lo que la sociedad percibe como su lucha central, sino que se evade de ella, adelantando, como si fueran prioridades, los puntos de la agenda que viene, pero sin aportar su esfuerzo a las tareas del presente. O -peor aún- preocupándose cada uno de su propio problema sin interesarse en el principal, que afecta a todos.

Esa agenda posterior llegará, inexorablemente. Puede desarrollarla Milei, si la entiende y la asume. O será quien lo reemplace, si no llega a hacerlo. Mientras tanto, es previsible que la sociedad vaya exigiendo al espacio público una especial dedicación para separar lo principal de lo accesorio, escrutará cuidadosamente quienes se suman al cambio de paradigma para abrirles oportunamente crédito cuando los debates sean otros y observará con atención el comportamiento de los nuevos -y viejos- ocupantes del escenario público argentino. Será un apasionante proceso de reconstrucción de la representatividad política que la Argentina atravesará en los próximos tiempos.

El futuro es opaco. No puede preverse ni lo que sucederá al día siguiente, mucho menos en el mediano o largo plazo. El mundo, por su parte, está entrando en una dinámica de disolución de normas, de lucha apoyada solo en el poder, de acelerado desarrollo tecnológico cuyo destino es cada vez más difuso. Es imposible en consecuencia imaginar el curso de los acontecimientos que vienen.

Pero una cosa está clara: no hay marco posible de discusión en el medio de la afiebrada y sorda pugna por la apropiación del ingreso que significa la hiperinflación. Una hiperinflación que, aunque se palpen éxitos circunstanciales en las tareas por erradicarla, todavía tiene posibilidades de despertar. De ahí que las sugerencias para neutralizar o atenuar las evidentes injusticias que se cometen en el camino sobre víctimas “colaterales”, seguramente muy justas en el plano individual de cada afectado, deben realizarse con la firmeza e inteligencia que sea posible, pero de forma que no obstaculicen ni pongan en peligro el tema central. Desde “dentro” y no desde “afuera” del gran esfuerzo nacional.

Si al país le va bien en esa tarea, el futuro argentino puede ser portentoso.

Si no es así, pues la disolución puede estar en las puertas.

Ricardo Lafferriere

 

 

 

lunes, 27 de mayo de 2024

Los viajes de Milei

 

¿Cuál es el motivo? ¿son necesarios?

No es necesario repetir el juicio que inspira el estilo presidencial. Quienes nos hemos formado en la escuela del viejo radicalismo nos sentimos visceralmente alejados de las formas intemperantes y las descalificaciones desmatizadas a los adversarios. También de su extremo ideologismo. Ésto no puede impedirnos analizar e intentar desentrañar lo que mueve los pasos del presidente, que conserva un fuerte apoyo popular a pesar del durísimo ajuste que su gobierno está realizando en la economía.

Despojándonos de las prevenciones que genera su estilo, miremos el contenido. El ajuste está siendo exitoso en contener la inflación, a un costo enorme que ha sido en su mayor parte financiado por los pasivos. En términos coloquiales, los viejos han pagado el mayor precio para aliviarles el peso a sus hijos y nietos. Es tal vez el aporte más importante que le están haciendo a su país, en sus años finales.

Ese ajuste está terminando con la “espuma” producida por la generosa impresión de plata sin respaldo realizada por el gobierno anterior, cual una adicción que exigía cada vez más. Ahí se encendió la mecha de una inexorable hiperinflación, sólo evitable con ese ajuste.

Para volver a crecer ahora se necesita urgentemente inversión. En términos también coloquiales, inversión es igual a confianza. Desde un taller de zapatería a una megainversión en litio, inteligencia artificial o hidrocarburos, si no hay confianza en que lo invertido no será confiscado, que hay reglas de juego estables y justicia independiente que haga cumplir las normas, no hay chances de que se produzca.

Hace tiempo que insistimos en el daño que ha hecho al país la “coalición de la decadencia”, integrada por empresarios protegidos, gremialismo corrupto, mafias jurídico-policiales, ramificaciones con las estructuras políticas, estructuras burocráticas clientelares, estado cooptado por intereses corporativos sin vinculación con el bien común y hasta gran parte de la corporación comunicacional. Esa coalición de la decadencia es la dueña de la llave para modificaciones legales que podrían generar confianza interna.

Es ingenuo esperar que sus integrantes aporten mediante el diálogo a desarmar todo el andamiaje que ha impedido el despegue del país en las últimas décadas. Le hicieron la vida imposible a Alfonsín, con 13 paros generales. Lo voltearon a de la Rúa, por intentar que no se apropiaran del gran bocado que significó la pesificación asimétrica. Le impidieron gobernar a Macri con los reclamos irracionales que todos recordamos. No apoyarán jamás un camino que los condena a su desaparición.

No es el repudiable mal genio de Milei lo que impide el acuerdo. A la vista tenemos la presión de algunos gobernadores para desfinanciar a la ANSES apropiándose de los fondos del Impuesto al Cheque y el impuesto PAIS -que reciben los jubilados- para poder mantener en sus distritos sueldos varias veces millonarios (sin pagar siquiera ganancias) aunque el precio sea aplastar más los raquíticos haberes previsionales. No les importa. Son parte de la corporación de la decadencia. Les va en ello la vida. Como al gremialismo corrupto, como al empresariado protegido, como a burocracias políticas eternizadas. Siempre demandando, jamás una propuesta de dónde obtener los recursos genuinos.

La inversión que necesitamos en Argentina es descomunal -para dinamizar y hacer crecer la economía y con ello aumentar la recaudación, subir los sueldos medios, acrecentar la productividad y darle consistencia al ajuste-. En realidad, es de decenas de miles de millones de dólares, no menos de 50.000 millones por año. No estamos en condiciones de aportarlos desde una economía raquítica, desinflada y vaciada. No hay otra fuente posible que interesar grandes inversores que movilicen las reservas dormidas y potenciales. Y si no hay inversión, todo cae.

Es obvio que ahí está apuntando el gobierno. Para interesar a esas inversiones es que multiplica sus viajes y reuniones, imposta su “liberalismo” declamado, genera choques con los adversarios globales de esos inversores y trata de aprovechar la singular repercusión que sus gestos histriónicos han generado en el mundo económico. No hay en el fondo una cruzada ideológica, aunque se monte en ella. Hay razones más prácticas: si no hay inversiones, el gobierno -y el país- no tienen futuro. En el mundo de hoy muy difícilmente se pueda seducir inversores con las banderas de la justicia social y la ideología “nacional y popular”.

Esto también lo sabe la Corporación de la Decadencia, que hace lo imposible para transmitir la imagen contraria: es un gobierno que no puede sostener lo que propone, que ni siquiera logra sacar una ley, que no tiene respaldo institucional.

Ahí está el real punto de conflicto. Lo demás es “bla-bla-bla”, desde los aparentes desbordes emocionales presidenciales hasta las impostaciones “nac & pop” de importantes sectores opositores, principalmente peronistas en su versión kirchnerista, que aprovechan la ingenuidad ideológica -o complicidad segundona- de algunos socios circunstanciales. El éxito económico del gobierno significaría el fin de la Corporación, de sus manejos secretos, de sus complicidades.

No hay en ello motivos ideológicos: privatizaron YPF y luego la estatizaron. Privatizaron empresas públicas y luego las estatizaron. Vetaron el 82 % móvil para las jubilaciones y luego lo reclamaron. Es demasiado evidente a medida que salen a la luz sus reales motivaciones de cooptación y colonización del Estado para sus infinitos caminos de corrupción.

Cierro como empecé. Nunca podría apoyar a un gobierno que no insista hasta el cansancio en la prédica por el estado de derecho. Pero tampoco podría oponerme a un gobierno que, a pesar de sus dislates verbales, no está afectando derechos ni libertades y está siendo atacado -como lo está- por la vieja Corporación de la Decadencia, que se resiste a dejar de lucrar con la Argentina, con sus jubilados, con sus recursos, con sus potencialidades y con su futuro.

Esto no debería interferir a los otros debates: una democracia más perfeccionada, el perfil de la educación, la construcción de un sistema de salud público eficiente para todos, el desarrollo científico y técnico imbricado con el mundo, un sistema previsional justo y sustentable, la garantía de vivienda al acceso de quien quiera tenerla. En fin: una Argentina como los argentinos nos merecemos, con otros alineamientos, en la que el Milei-económico habrá sido apenas un capítulo, ojalá que exitoso. Porque si no lo fuera, lo que vendría mejor ni imaginarlo.

Ricardo Lafferriere