Las voces de alerta se reiteran y llegan desde todos los sectores: el proyecto de blanqueo es identificado por la sociedad y por la comunidad internacional como un proyecto de lavado. Si el blanqueo es por esencia inmoral, el lavado es un delito perseguido internacionalmente. Quien quiera usarlo, convocará sobre sí la inmediata sospecha de todos los organismos nacionales e internacionales de persecución del narcotráfico, del terrorismo, de la corrupción política, de los delitos globales.
De cara a la sociedad, la instalación de la violencia cotidiana en el sangriento suceder de episodios en los que ya la presencia de la guerra de bandas de narcotraficantes y cárteles se agrega al tradicional uso de los jóvenes carcomidos por el paco para la distribución minorista, previo su introducción al sistema como adictos, es visualizado por los argentinos simplemente como el último eslabón de complicidades.
Esta cadena hasta ahora tenía como primer eslabón el ingreso al país por fronteras si control, como segundo el transporte a la red de distribución en los centros urbanos masificados –principalmente en el conurbano- y como último a la distribución minorista final. Esta ley agrega el gran eslabón faltante: la facilidad para el lavado del dinero ilegal, cada vez más cercano públicamente al corazón de las redes, como lo demuestran los últimos crímenes e investigaciones judiciales en curso.
De cara al mundo, el desprestigio es ya ilevantable. La obsesiva intención de forzar la designación del ex presidente Kirchner en el UNASUR amenaza con destruir una interesante iniciativa de confluencia sudamericana, cuya virtud mayor es rodear al Brasil, gran protagonista regional del nuevo paradigma mundial, con la constelación de países hispanohablantes destacando la responsabilidad regional de nuestro vecino con la integración y el desarrollo del sub-continente como contrapartida de su creciente prestigio global. La insistencia de poner al UNASUR en manos del bloque de autoexcluidos que integran Chávez, Correa, Morales y los Castro a través de Néstor Kirchner actuará como una carga de dinamita en ese proceso, tal cual lo hicieron con el Mercosur al que han convertido en poco más que una cáscara declamativa abandonando el objetivo diseñado por Alfonsín y Sarney y aún por Menem y Cardoso.
En uno y en otro caso los retrocesos son significativos y aunque en lo interno no agregan mucho a la descalificada gestión kirchnerista, en el plano exterior constituyen un golpe de proporciones a la Nación Argentina y, en consecuencia, nos alcanza a todos. Cualquier esfuerzo para revertir esa imagen será costoso, en esfuerzo y en tiempo.
Tierra arrasada, pareciera ser la consigna de estas últimas escaramuzas del régimen “K”. Tierra arrasada en lo económico, apropiándose de todo lo que tengan a la vista, desde los fondos de la ANSES hasta los ahorros previsionales privados, desde la rentabilidad agropecuaria hasta las reservas del BCRA, desde las concesiones de juegos de azar hasta las concesiones de petróleo, desde la pesca sin control hasta las tierras del Calafate –y haciendo al blanqueo sólo útil para los fondos mal habidos de los cortesanos y testaferros-.
Tierra arrasada en lo político, al arrastrar en el lodo, por una falsa concepción de la lealtad, a dirigentes peronistas y aliados que hasta hace poco respaldaban por disciplina un rumbo que sabían equivocado, pero que ahora no sólo respaldan sino que se convierten en cómplices de delitos no sólo perseguidos por las leyes argentinas sino por la justicia internacional.
Tierra arrasada en lo institucional, donde destrozan lo poco que quedaba de institucionalidad republicana. Tierra arrasada en lo social, con índices lacerantes en crecimiento acelerado como la desocupación, la mortalidad infantil, la educación pública, la salud y el desamparo. La denuncia de Juan Carr, compatriota del que todos somos deudores por su dedicación a las causas que debiera tomar la sociedad a través de su Estado, de ocho chicos por día muertos de hambre en tiempos del “mayor crecimiento acumulado de la historia desde la Revolución de Mayo” echa por tierra con la consigna de la presunta capacidad de gobierno de una administración que llegó peronista, se descubrió “progresista” y termina golpeando fatalmente al peronismo y al propio progresismo a los que termina confundiendo con la corrupción más asqueante, esa sí, de “toda la historia argentina”.
Y tierra arrasada en lo internacional, llevando al país a un grado de intrascendencia y aislamiento que jamás había alcanzado en su historia. El prestigio de la reconstrucción democrática y la reconstrucción del estado de derecho –y aún del Juicio a las Juntas- se ha cambiado por la imagen del que se queda con lo ajeno, vive al ritmo de las frivolidades presidenciales y hace gala de la mala educación y desplantes protocolares, como los adolescentes malcriados.
Cada vez alcanzan menos los sucesivos “planes”, que comenzaron con los 20.000 millones de dólares de inversiones chinas, siguieron con los cientos de miles de viviendas y miles de escuelas, continuaron con el gasoducto continental, y terminan con los hospitales y rutas que vienen anunciándose desde el conflicto del campo hasta ahora, con fondos inexistentes y con un desparpajo sólo compatible con una sociedad de ignorantes –que no lo es- o con un pueblo que, simplemente, cada vez que escucha a su presidenta cambia de canal por desinterés, por hastío o directamente para preservar su salud mental.
El régimen deja tierra arrasada. Nadie le cree lo que dice. Las herramientas económicas no producen efecto alguno en los mercados. La economía sigue refugiándose en las divisas o en valores de más difícil confiscación, sin que nadie se le pase por la cabeza invertir o arriesgar un centavo en inversiones productivas.
Y la pareja dinástica continúa dentro de una burbuja, repitiendo discursos al espejo, que le devuelve –como todos los espejos- la imagen invertida: no es la pista de despegue que ellos ven. Es el tobogán de la decadencia, cada vez más pronunciado.
Una vez más, la confluencia democrática y republicana de amplio espectro es imprescindible para conformar una alternativa que pueda servirle a los argentinos, a los ciudadanos y al país todo, de renovación institucional. El cuarto de siglo de democracia, que el país festejó sin su presidenta –que estaba en Rusia, brindando con Putin- debe recordarnos a todos nuestro compromiso fundacional. Con los derechos de las personas, con la ley, con la modernidad, con las instituciones, con los vecinos. Desde la izquierda hasta la derecha honestas, modernas y plurales tienen una responsabilidad con su conciencia: volver a ubicar a la Argentina en la senda del estado de derecho, el único marco que les permitirá discutir sus diferentes visiones de largo plazo con la racionalidad de la convivencia.
Diálogos sin precondiciones para llegar, por caminos conjuntos o paralelos, al regreso del imperio constitucional. Ese sería el mejor homenaje al cuarto de siglo democrático. Y será, sin lugar a dudas, la puerta de entrada al nuevo ciclo de renacimiento argentino que debe comenzar en el bicentenario.
Ricardo Lafferriere
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