“... de repente apareció el mundo y nos complicó la vida...”
C. Kirchner.
De pronto, desaparecieron de los discursos las citas de Hegel y Kelsen. El barniz de instrucción típico de la manera de ser de muchos compatriotas al que Mallea definiera duramente –hace seis décadas- como el brillo del argentino de la representación, que “siempre aparenta, pero nunca es” dejó de encandilar desde el poder.
Y se instaló allí la realidad, con su insoportable medianía, su repetición de verdades de almacén y su impostación de sabio de café al observar lo que no se comprende, pero se siente obligado a opinar sobre ello. Comenzó con los “piquetes de la abundancia” y desde allí no paró.
El mundo, señora, está y nosotros en él, desde hace mucho tiempo. Fue ese mundo al que la Argentina le vendió el producto de su esfuerzo agropecuario en los últimos años, por un valor que alcanzó a casi Ciento Cincuenta mil millones de dólares adicionales, desde el 2003 hasta la fecha, de los cuales más de Cuarenta Mil millones fueron confiscados por la discrecionalidad del “Estado K”.
Es el mismo mundo que toleró, además, que la Argentina dejara de pagarle, por decisión de su marido, Setenta mil millones de dólares de la deuda que tenía, la mayor parte de los cuales era con ahorristas previsionales argentinos a los que se anatemizó como usureros. Y el mismo mundo que disimulaba cortesmente, en todos estos años, los desplantes protocolares, las groserías, la mala educación y los dislates argumentales de los inquilinos de Olivos. El mismo al que, frente a la gigantesca crisis fiscal que se avecina, su administración le roba una Aerolínea para completar el Holding de petróleo, pesca, casinos, obras públicas y operaciones inmobiliarias de los socios cercanos del poder.
Es más: es el mismo mundo que le volvió a prestar a la fantasiosa administración de su marido hasta volver a tener la misma deuda que provocó el desastre. Porque ese “mundo” también nos suma a nosotros, argentinos, que estamos en él y hemos estado en todos estos años, quienes fuimos saqueados en este tiempo con los préstamos forzados que las administradoras de ahorros previsionales debían hacerle a su corrupta gestión, a tasas licuadas, hasta terminar con el manotazo final de su confiscación directa como el saqueo de los fondos de la ANSES.
Es el mismo mundo.
Salvo para quienes creen vivir en otro planeta.
Ese mundo le permitió alentar todos estos años la fantasía de su pretencioso “modelo”, soñado como invento que habría de ser “pedido por los yanquis” cuando se dieran cuenta de “su error”. Sin la abundancia facil que le permitió ese mundo –y que con desparpajo y complicidades le confiscaron a los dueños verdaderos de la riqueza producida, los hombres de campo- no hubiera podido alinear gobernadores, piqueteros e Intendentes, adueñarse de la estructura del peronismo, subsidiar a empresarios amigos, mantener congeladas las tarifas de servicios decadentes, llenar bolsos y valijas de aviones y Ministerios, ni viajar con todo su séquito todos los fines de semana a Calafate en la flota de aviones presidenciales.
Las ventajas de ese mundo, señora, le permitieron a su régimen en estos años producirle al país más daños “que en toda la historia argentina”, como gusta de decir en sus discursos: la destrucción de sus instituciones y la instalación, por el “contramodelo” presidencial, de la chabacanería y el incumplimiento de las leyes que ha convertido la convivencia en un infierno, no sólo por las calles cortadas y los tolerados “escraches”, por las confiscaciones y actitudes patoteriles de algunos de sus funcionarios, sino por la pavorosa instalación de la violencia y el crimen sangriento gozando de la impunidad –nuevamente- “más grande de toda nuestra historia”.
Ese mundo al que usted alude, señora, es de donde provienen los celulares y electrónicos; la mayoría de las autopartes de los automóviles “fabricados en el país”; el calzado y la ropa deportiva; los “MP3”, “MP4”, “MP5” y adicionales, las redes y tecnología de Internet; la mayoría de los juguetes, y los perfumes y cosméticos que usted tanto aprecia... entre otras cosas. Es el mundo –que está aquí, y nosotros en él- donde se origina la tecnología aplicada a todos los sectores productivos, desde la construcción hasta la electrónica, desde la agropecuaria hasta la biotecnológica y la genética; desde la medicina hasta las telecomunicaciones. En varios capítulos, nuestros compatriotas son protagonistas de cadenas de valor, de tecnologías y del comercio global de bienes y servicios, en la mayoría de los casos a pesar de su gobierno. Mal que le pese, hasta usted forma parte de ese mundo, sin que ninguna campana de cristal o burbuja criolla pueda aislarla.
Es supino marcar la diferencia entre “el mundo” y “nosotros”, como si viviéramos en Marte, más allá de que, por sus palabras, algunos parece que así lo crean.
Somos el mundo y tenemos problemas igual que el mundo. En nuestro caso, agravados por la infantil repetición de dogmas que atrasan más de medio siglo, por su irrefrenable actitud de burlarse de los que saben y por la cleptomanía sistémica del poder autoritario. Y además, porque ha olvidado que la vieja sabiduría popular, la de verdad, la que atraviesa siglos y culturas, ha aconsejado siempre desde que Egipto sufriera las siete plagas bíblicas, guardar en los buenos momentos para cuando lleguen los malos. Lo que hizo Chile, lo que hizo Brasil. Lo que no hicieron ni su marido ni usted, en una ligereza que no se puede reemplazar con rudimenarios discursos autoexculpatorios, ni sacándole arbitrariamente a unos para darle también arbitrariamente a otros. O aprovechando la confusión de la crisis para facilitarle a sus cortesanos el lavado del dinero obtenido mediante la gigantesca corrupción de estos años.
Lo que está azotando cruelmente al país y se ensañará principalmente con los compatriotas más pobres, señora, no es el mundo. Es su imprevisión, su ignorancia, su incapacidad de gestión, su tolerancia con el delito, su inaguantable soberbia.
Ricardo Lafferriere
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