De todas maneras, “¿a quién le importa el dólar?”
Sin embargo, estas miradas son válidas sólo parcialmente. La
economía del mundo y del país han sufrido en estas dos últimas décadas cambios
sustanciales y no sólo por el desborde financiero.
El salto tecnológico, que alcanza a todos los rubros de la
producción, y la globalización de los mercados, oficializada por la
Organización Mundial de Comercio, llevan a que en la actualidad el valor de la
divisa -o, con más precisión semántica, la pérdida de valor de la moneda
nacional- no sea sólo un dato exótico para la economía, sólo preocupante para
quienes especulan. Por el contrario, golpea gravemente a todo el sistema
económico.
Cuando un productor rural tiene que comprar semillas,
fertilizantes, plaguicidas, herramientas agrícolas o, sencillamente,
combustibles, se encuentra con que la mayoría de estos insumos cotizan sus
precios a una relación implícita con el tipo de cambio que sigue más al "blue"
que al oficial. Y es obvio, porque es el único que se consigue en el mercado
para pagar esos productos.
Cuando un industrial debe adquirir insumos para su
producción o, nuevamente, combustibles para hacer andar las máquinas de sus
fábricas, el precio tiende a seguir también al "blue".
Cuando ese mismo industrial debe ahorrar para prever cambiar
un equipo importado -ante las dificultades de acceso al crédito internacional-
no tiene otra forma de hacerlo que recurrir al "blue": el oficial es
inaccesible para el ahorro, la tasa de interés es sustancialmente menor que la
tasa de crecimiento del "blue" y los bancos, además, no le generan
ninguna confianza en la intangibilidad de su dinero.
Para todos estos sectores la devaluación ya está efectuada
y ya
la sufren, porque sus cuentas deben abonarse en el valor del dólar
“blue”. Cuando el Viceministro Kicilloff emite su pregón antidevaluatorio con
argumentos de aquéllas que se hicieron décadas atrás, omite que hoy su dólar
oficial a la mitad del “blue” se financia reconociendo a los productores
agropecuarios que venden su cosecha, un dólar de sólo $ 3,50.
Es bueno seguir esta relación: los productores deben comprar
sus insumos a un dólar de $ 10, pero se les paga su producción con un dólar de
$ 3,50. La distorsión es gigantesca y el beneficiario sólo uno: el gobierno
kirchnerista.
Los argentinos que tienen ingresos fijos, por su parte,
tienen salarios equivalentes al dólar de $ 5. La última vez que se fijaron, hace
un año, no había un “paralelo” que se notara. Pero deben lidiar con muchos
precios que se acercan al dólar de 10, sea porque son importados o porque tienen
componentes importados.
Los precios vinculados estrictamente con el dólar “oficial”,
también aumentaron en un abanico que va del 20 al 50 %. El propio dólar oficial
aumentó de 4,20 a 5,40, es decir el peso oficial sufrió una devaluación de un
20 %.
No se trata entonces de medir con las toscas varas del
pasado, a esta altura inaplicables por ideologizadas, la tolerancia económica
de la brecha.
Como lo han advertido repetidas veces los economistas de
todo el arco político, el problema no es el “blue”, sino la inflación. Y el
problema de la inflación es el capricho oficial en seguir gozando de la discrecionalidad,
expresada en la fabricación de dinero sin respaldo legal ni económico y en su
caprichosa transferencia de ingresos, también si base legal ni discusión
parlamentaria.
Tal práctica le permite extraer un impuesto que es ya el más
importante de la recaudación nacional, porque no se controla, no se coparticipa
y no requiere asignación presupuestaria previa. Es, por decirlo de alguna
forma, una conducta bárbara, más propia de las sociedades pre-estatales que de
una economía sofisticada.
Los argentinos, que no son tontos, apenas tienen un
peso que puedan guardar, corren a hacerlo de la única forma que les queda:
comprando divisas.
"El dólar no le importa a nadie", expresión del
inefable Ministro de Economía que no suele hacer lo que quiere, afecta
sustancialmente la vida de muchos. Días atrás, el Vicepresidente había sido
menos terminante: "Sólo le importa a un pequeño grupo de 200.000
personas" (?)
Desde este lugar nos atrevemos a afirmar que la caída del
peso -y con él jubilaciones, sueldos, rentabilidad empresaria, distorsión de
precios relativos, empobrecimiento general del país- generado por el oficialismo
interesa grandemente a numerosos argentinos. Y los atemoriza. Por eso también
compran divisas.
Y que el destrozo de la institucionalidad fiscal que está en
la raíz de esta distorsión tiene una magnitud tal que está llevando al límite
la capacidad de gestión de todo el aparato estatal que no tiene la capacidad de
emisión: provincias y municipios.
Pensar que, luego de tantas mentiras, corrupción, latrocinio
y negaciones, habrá argentinos que lograron acceder a dólares como refugio de
ahorros que opten por prestárselos al oficialismo con la promesa que se los
devolverán, es ingenuo. Tan ingenuo que no puede imaginarse ni siquiera de los
improvisados gestores kirchneristas.
La mayoría de la población cree –y tal vez tenga razón- que
en realidad lo que esconden las medidas anunciadas es un blanqueo de fondos mal
habidos. Los hechos dirán si es así. Y además, si es cierta la rotunda
afirmación del Ministro de Economía: “El dólar no le importa a nadie”
Ricardo Lafferriere
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