lunes, 27 de mayo de 2013

El "progresismo K"

                El libreto no es nuevo. A fuerza de reiteración y de perder hilachas, queda reducido a unas pocas afirmaciones que pretenden identificar con al oficialismo con la acción –ya que no con el pensamiento- “progresista”.

                El cambio de la Corte Suprema menemista, la defensa de los derechos humanos y el ya paradigmático “programa de  Asignación  Universal a la Niñez” son el “núcleo duro” de las reivindicaciones oficialistas, las “pruebas” de su progresismo.

                De la Corte, últimamente se habla poco. Es más: en intuición de quien escribe, hablarán cada vez menos, y si el máximo Tribunal llegara a declarar la inconstitucionalidad de la reforma de la Ley del Consejo de la Magistratura, es posible que dejen de hablar precisamente bien, y se profundice su demonización, que ya comenzó.

                Los derechos humanos, por su parte, se dan de bruces con la utilización patrimonialista  de prebendaria otrora prestigiosos organismos (como las “Madres” y las “Abuelas”, ahora proyectadas generacionalmente en los “hijos”), que giran alrededor del presupuesto y no sólo por los sueños compartidos. Son cada vez más grotescas herramientas de lucha facciosa, licuando viejos afectos y rifando ganados respetos al canjearlos por menos respetables canonjías.

                Los compatriotas aborígenes, especialmente los Qom, pueden dar cátedra  sobre los “derechos humanos” K, cada vez que es asesinado alguno de sus compañeros por la policía brava del Isfran-kirchnerismo o del Capitanich-kirchnerismo. De la misma forma que los millones de niños y jóvenes que no estudian ni trabajan, a los que los diez años del “modelo” no han logrado detectar.

                Y también los hogares humildes del conurbano, abandonados a la suerte de las bandas de narcotráfico enseñoreadas en espacios sin seguridad, policía ni justicia. El “paco” mata diariamente no sólo a los jóvenes desocupados y analfabetos, sino a las madres que se atreven a luchar contra las redes, ante la indiferencia del aparato punteril  kirchnerista, muchas veces cómplice.

                Queda la famosa “Asignación…”.

                Quien esto escribe integraba el bloque de diputados radicales, en tiempos en que también lo hacían Elisa Carrió y Elisa Carca. Ambas fueron autoras del proyecto de Asignación Universal, discutido y aprobado por el Bloque, que lo respaldó y así obtuvo estado parlamentario.

Era una iniciativa estudiada y consistente, que no recurría a los recursos de los jubilados sino que preveía fondos propios, sostenible en el tiempo y sin viso alguno de clientelismo.

                Gobernaba el peronismo, en ese momento con ropaje menemista, con mayoría en ambas Cámaras. Por supuesto, el proyecto de Carrió y Carca durmió el sueño de los justos a pesar de ser una iniciativa infinitamente más sólida e institucionalmente coherente que el decreto de Cristina.

                Los tiempos de la Alianza no fueron precisamente tranquilos para discutir este proyecto. Hasta que llegó el kirchnerismo, que se lo apropió luego de varios años de gestión y, sin debate parlamentario alguno, lo hizo propio.

                Claro que con su impronta. Clientelar, arrebatando recursos a los jubilados, sin garantía alguna de actualización automática, y utilizándolo como vergonzosa propaganda facciosa.

                No obstante eso, es mejor así que no tenerlo. La pregunta, en todo caso, es si esa única bandera, que no sólo nadie discutía sino que antes de su sanción tenía la sola oposición del kirchnerismo, justifica lo que hemos retrocedido en estos años.

                ¿Ese es el progresismo? ¿Descolgar el cuadrito de Videla y ensañarse con achacosos y enfermos generales octogenarios, a los que se les niega los derechos elementales de debido proceso y trato legal, cayendo en la misma deformación ética que se les imputaba a ellos en su tiempo?

                ¿Qué transformaciones estructurales se han realizado en el país en estos años, como no sea anular la potencialidad de sus emprendedores con asfixiantes reglamentaciones voluntaristas al más puro estilo pre-constitucional?

                La Argentina está más endeudada, más chica, más estancada, menos educada, menos tolerante. Está más aislada en el mundo y es menos respetada. No visitan el país desde hace años mandatarios extranjeros, salvo algún que otro tiranuelo ilusionado con negocios oscuros, que ya son hazmerreír en el mundo.

                Se ha deteriorado su infraestructura hasta niveles inferiores a los de comienzos del siglo XX. Nada se ha hecho para el resurgimiento de la red ferroviaria, desmantelada por el turno anterior del partido oficial, entonces con vestimenta menemista. Antes, los 45000 kms. de vías ferroviarias, hoy menos de 500…y no precisamente porque no les haya alcanzado “el tiempo”, sino porque sobraron negociados.

En energía, el país cuenta con virtualmente la misma capacidad de generación que hace diez años. Como cotejo, simplemente mencionemos Alemania: en la década que el kirchnerismo gozaba en el país de “los mejores años de la historia económica” y agregó ¡seis Mwh de generación solar!, el país de Angela Merkel sumó Treinta y dos mil Mwh!

Alemania agregó en el mismo lapso, sólo en energía solar, el equivalente a la potencia energética total de Una Argentina y media, mientras que el “progresismo K” se ufana de haber construido dos centrales ¡térmicas! Nada, en términos de crecimiento, pero mucho en términos de contaminación y emisiones de CO2.  ¿Esto es progresista?

Uruguay, con un rodeo de 12 millones de cabezas, exporta 250.000 toneladas de carne. La Argentina perdió casualmente 12 millones de cabezas, y bajó de 750.000 toneladas a 120.000, pasando de disputar el primer lugar en el mundo, al décimo. ¿Es ésto progresista?

Desfinanciado el sistema previsional por los caprichos presidenciales y la megacorrupción, arrasadas las reservas del BCRA que ayudaban a sostener el valor de nuestra moneda nacional, potenciada la deuda intra-estado y de las provincias empujadas al quebranto, trampeando al mundo con la falsificación de las estadísticas para pagar de menos lo que se debe –como si alguien se olvidará de esta trampa, y no fuera otra pesada cuenta que deberemos enfrentar en el futuro-, el inventario no puede ser menos “progresista”.

Aún con sus chispazos de ingenio y aisladas políticas sectoriales –entre las que debe destacarse la recuperación del trato otorgado al sector científico y técnico-, la década K no será precisamente de las recordadas como “ganadas”.

No hay ningún hecho tranformador de estructuras, relanzamiento económico, cambio sustancial de la equidad, mejoramiento de la infraestructura, solidez de la situación fiscal, mejora en el comercio internacional, modernización, sorpresa en las inversiones o destacable performance de algún sector de vanguardia que permita calificar a estos años de “década ganada”.

Más bien es posible que sea recordada por la grotesca polarización política fuera de época, el renacimiento de la intolerancia, la falsificación de la palabra, la mentira permanente del discurso público y la grosera aparcería de Estado, gobierno, partido, camarilla y culto a la personalidad, vaciadora de la democracia plural y sofisticada de una sociedad que enfrente el futuro potenciando el infinito colorido de ciudadanos libres.


Ricardo Lafferriere



                

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