El
libreto no es nuevo. A fuerza de reiteración y de perder hilachas, queda
reducido a unas pocas afirmaciones que pretenden identificar con al oficialismo
con la acción –ya que no con el pensamiento- “progresista”.
El
cambio de la Corte Suprema menemista, la defensa de los derechos humanos y el
ya paradigmático “programa de
Asignación Universal a la Niñez”
son el “núcleo duro” de las reivindicaciones oficialistas, las “pruebas” de su
progresismo.
De la
Corte, últimamente se habla poco. Es más: en intuición de quien escribe, hablarán
cada vez menos, y si el máximo Tribunal llegara a declarar la
inconstitucionalidad de la reforma de la Ley del Consejo de la Magistratura, es
posible que dejen de hablar precisamente bien, y se profundice su demonización,
que ya comenzó.
Los
derechos humanos, por su parte, se dan de bruces con la utilización patrimonialista
de prebendaria otrora prestigiosos
organismos (como las “Madres” y las “Abuelas”, ahora proyectadas
generacionalmente en los “hijos”), que giran alrededor del presupuesto y no
sólo por los sueños compartidos. Son cada vez más grotescas herramientas de
lucha facciosa, licuando viejos afectos y rifando ganados respetos al
canjearlos por menos respetables canonjías.
Los
compatriotas aborígenes, especialmente los Qom, pueden dar cátedra sobre los “derechos humanos” K, cada vez que
es asesinado alguno de sus compañeros por la policía brava del
Isfran-kirchnerismo o del Capitanich-kirchnerismo. De la misma forma que los
millones de niños y jóvenes que no estudian ni trabajan, a los que los diez
años del “modelo” no han logrado detectar.
Y también
los hogares humildes del conurbano, abandonados a la suerte de las bandas de
narcotráfico enseñoreadas en espacios sin seguridad, policía ni justicia. El “paco”
mata diariamente no sólo a los jóvenes desocupados y analfabetos, sino a las
madres que se atreven a luchar contra las redes, ante la indiferencia del
aparato punteril kirchnerista, muchas veces
cómplice.
Queda
la famosa “Asignación…”.
Quien esto
escribe integraba el bloque de diputados radicales, en tiempos en que también
lo hacían Elisa Carrió y Elisa Carca. Ambas fueron autoras del proyecto de
Asignación Universal, discutido y aprobado por el Bloque, que lo respaldó y así
obtuvo estado parlamentario.
Era una iniciativa estudiada y
consistente, que no recurría a los recursos de los jubilados sino que preveía
fondos propios, sostenible en el tiempo y sin viso alguno de clientelismo.
Gobernaba
el peronismo, en ese momento con ropaje menemista, con mayoría en ambas
Cámaras. Por supuesto, el proyecto de Carrió y Carca durmió el sueño de los
justos a pesar de ser una iniciativa infinitamente más sólida e institucionalmente
coherente que el decreto de Cristina.
Los
tiempos de la Alianza no fueron precisamente tranquilos para discutir este
proyecto. Hasta que llegó el kirchnerismo, que se lo apropió luego de varios
años de gestión y, sin debate parlamentario alguno, lo hizo propio.
Claro que
con su impronta. Clientelar, arrebatando recursos a los jubilados, sin garantía
alguna de actualización automática, y utilizándolo como vergonzosa propaganda
facciosa.
No
obstante eso, es mejor así que no tenerlo. La pregunta, en todo caso, es si esa
única bandera, que no sólo nadie discutía sino que antes de su sanción tenía la
sola oposición del kirchnerismo, justifica lo que hemos retrocedido en estos
años.
¿Ese es
el progresismo? ¿Descolgar el cuadrito de Videla y ensañarse con achacosos y
enfermos generales octogenarios, a los que se les niega los derechos elementales
de debido proceso y trato legal, cayendo en la misma deformación ética que se
les imputaba a ellos en su tiempo?
¿Qué
transformaciones estructurales se han realizado en el país en estos años, como
no sea anular la potencialidad de sus emprendedores con asfixiantes reglamentaciones
voluntaristas al más puro estilo pre-constitucional?
La
Argentina está más endeudada, más chica, más estancada, menos educada, menos
tolerante. Está más aislada en el mundo y es menos respetada. No visitan el
país desde hace años mandatarios extranjeros, salvo algún que otro tiranuelo ilusionado
con negocios oscuros, que ya son hazmerreír en el mundo.
Se ha
deteriorado su infraestructura hasta niveles inferiores a los de comienzos del
siglo XX. Nada se ha hecho para el resurgimiento de la red ferroviaria,
desmantelada por el turno anterior del partido oficial, entonces con vestimenta
menemista. Antes, los 45000 kms. de vías ferroviarias, hoy menos de 500…y no
precisamente porque no les haya alcanzado “el tiempo”, sino porque sobraron
negociados.
En energía, el país cuenta con
virtualmente la misma capacidad de generación que hace diez años. Como cotejo,
simplemente mencionemos Alemania: en la década que el kirchnerismo gozaba en el
país de “los mejores años de la historia económica” y agregó ¡seis
Mwh de generación solar!, el país de Angela Merkel sumó Treinta y dos mil Mwh!
Alemania agregó en el mismo lapso,
sólo en energía solar, el equivalente a la potencia energética total de Una
Argentina y media, mientras que el “progresismo K” se ufana de haber construido
dos centrales ¡térmicas! Nada, en términos de crecimiento, pero mucho en
términos de contaminación y emisiones de CO2. ¿Esto es progresista?
Uruguay, con un rodeo de 12
millones de cabezas, exporta 250.000 toneladas de carne. La Argentina perdió
casualmente 12 millones de cabezas, y bajó de 750.000 toneladas a 120.000,
pasando de disputar el primer lugar en el mundo, al décimo. ¿Es ésto
progresista?
Desfinanciado el sistema
previsional por los caprichos presidenciales y la megacorrupción, arrasadas las
reservas del BCRA que ayudaban a sostener el valor de nuestra moneda nacional,
potenciada la deuda intra-estado y de las provincias empujadas al quebranto,
trampeando al mundo con la falsificación de las estadísticas para pagar de
menos lo que se debe –como si alguien se olvidará de esta trampa, y no fuera
otra pesada cuenta que deberemos enfrentar en el futuro-, el inventario no
puede ser menos “progresista”.
Aún con sus chispazos de ingenio
y aisladas políticas sectoriales –entre las que debe destacarse la recuperación
del trato otorgado al sector científico y técnico-, la década K no será
precisamente de las recordadas como “ganadas”.
No hay ningún hecho tranformador
de estructuras, relanzamiento económico, cambio sustancial de la equidad,
mejoramiento de la infraestructura, solidez de la situación fiscal, mejora en
el comercio internacional, modernización, sorpresa en las inversiones o
destacable performance de algún sector de vanguardia que permita calificar a
estos años de “década ganada”.
Más bien es posible que sea
recordada por la grotesca polarización política fuera de época, el renacimiento
de la intolerancia, la falsificación de la palabra, la mentira permanente del
discurso público y la grosera aparcería de Estado, gobierno, partido, camarilla
y culto a la personalidad, vaciadora de la democracia plural y sofisticada de
una sociedad que enfrente el futuro potenciando el infinito colorido de
ciudadanos libres.
Ricardo Lafferriere
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