lunes, 9 de septiembre de 2013

"Fin de ciclo..." (¿cuál?)

                Kirchnerismo, populismo, peronismo. ¿Cuál es la etiqueta cuyo fin se anuncia?

                Como en todos los conceptos políticos, la misma palabra puede tener varios significados. La de “ciclo” no es una excepción, y no es lo mismo escucharla de un peronista tradicional, un kirchnerista, un peronista “renovador” o un opositor no peronista.

                ¿Qué es lo que se termina? Por lo pronto, pareciera que lo que está expresando sus últimos estertores es el kirchnerismo, como fenómeno político que, aunque incluye el populismo entre sus características, no lo agota.

                Las características del kirchnerismo, expresión grotesca del populismo banal, son más bien propias del autoritarismo patrimonialista, asentadas en un relato rudimentario pero intelectualmente seductor para gran parte del “establishment” político-cultural argentino. Sus afirmaciones han confrontado con la realidad cada vez más profundamente, por lo que han debido escudarse en la mentira –de las cifras económicas, de la historia nacional, de los valores en los que se funda y de los principios que levanta como su identidad-.

                Este fenómeno, el kirchnerismo, es el que, al carecer de posibilidades de continuidad en su liderazgo y al tomar distancia del aparato político peronista sobre el que cabalgó desde sus inicios, se acerca a su fin, es de esperar que en el marco de los plazos y la legalidad institucional.

                 Diferente es el caso del populismo. Su fin está ligado a los límites del conjunto de creencias en las que se asienta. Ellas son un Estado elefantiásico e inútil para gestionar pero de gran valor para ser utilizado en el patrimonialismo, la pretensión de una economía nacional “autárquica”, la ligereza en negar deudas y en confiscar patrimonios para edificar poder con su reasignación discrecional, la convicción de que el poder debe tener escasos límites a los que deba atenerse así como los ciudadanos escasos derechos que deban respetarse y la marginación internacional como consecuencia de la pretensión de la condición de “acreedor eterno” del país con respecto al mundo, que, al contrario, lo ve como un “deudor pertinaz”.

                Estas creencias trascienden al kirchnerismo. Las rimbombantes decisiones “nacionalistas” –de las cuales la esperpéntica expropiación de YPF ha sido tal vez la muestra extrema- han sido acompañadas claramente por la mayoría del estado político-cultural del país, desde gran parte de sus dirigencias políticas, empresariales y gremiales de todos los colores hasta el ambiente predominante en el periodismo, la academia y la población en general. Hasta Federico Pinedo votó una decisión tan abstrusa como lo fue estatizar Aerolíneas Argentinas, que le ha costado al país desde 2008 hasta hoy, sin ningún beneficio que lo compense, más de cuatro mil millones de dólares, a razón de más de dos millones de dólares por día.

                También son ciertos los testimonios contrarios, como los casos de la confiscación de ahorros previsionales, la extensión de las facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo, la apropiación de las reservas del BCRA o la propia pretensión de institucionalizar la confiscación sobre los ingresos agropecuarios, que provocó la espontánea rebelión rural acompañada políticamente por el radicalismo, el PRO, peronistas disidentes y la Coalición Cívica, entonces liderada por Elisa Carrió. Este último caso entraría en la historia grande con el pronunciamiento del entonces vicepresidente, Julio Cobos, que votando en disidencia con el gobierno que hasta entonces acompañaba, expresó un límite inherente a su formación democrática-republicana de raíz radical y abrió una nueva etapa de reconstrucción opositora.

                Si lo miramos desde ese estado cultural predominante, el populismo tiene aún vida. La rapidez con que el fin de ciclo kirchnerista anuncia ser reemplazado por una alternativa afirmada en sus mismos escalones dirigenciales y conducido por una cúpula que compartió los trazos básicos de la gestión que se agota es un gran testimonio. La mayoría se cansó del kirchnerismo, pero tiene aún expectativas en la prolongación de un ciclo populista más tolerable en las formas.

                Distinto es el interrogante sobre la viabilidad económica de ese modelo. Financiado por rentas apropiadas, es viable mientras existan esas rentas. Su origen puede ser diverso, aunque tienen un común denominador: son riquezas generadas por personas o sectores a los que se demoniza caprichosamente, al efecto de poder arrebatárselas. Es posible mientras esas fuentes las sigan generando. Deja de serlo cuando se agotan.

                No obstante, sería arriesgado afirmar que ya lo han hecho. Es posible imaginar la reaparición de la renta minera y aún de la hidrocarburífera, montada en la irracional explotación de los yacimientos de Shale. Cierto es que ambas van en la cuenta del deterioro ambiental, pero al populismo eso no le interesará demasiado. 

                 Sin embargo, los requerimientos de inversión en ambos casos son incompatibles con el kirchnerismo por su concepción discrecional del poder, que le resta credibilidad para atraer inversores, pero no lo serían con un esquema más institucional. Lo mismo ocurre con la tercera alternativa, la de un nuevo endeudamiento externo. Curiosidades del destino: la institucionalidad recuperada podría hacer reaparecer rentas extraordinarias que podrían financiar tanto una estrategia de crecimiento como otra etapa populista. El peligro está a la vuelta de la esquina.

                Históricamente las fuentes de rentas han sido los recursos agropecuarios, los ahorros previsionales, las reservas en divisas y el endeudamiento público. Lanzarse sobre ellos para volcarlos alegremente al consumo oculta tras una niebla adictiva una realidad económica que no tiene ideologías: no hay crecimiento genuino sin inversión. 

                 Arrebatar discrecionalmente ingresos marginando la ley y el funcionamiento virtuoso de las instituciones constitucionales provoca dos consecuencias: que los damnificados traten de defenderse ocultándolos (la economía “negra”) o sacándolos del sistema (la “fuga de divisas”) y que la inversión se desestimule, haciendo imposible el crecimiento de largo plazo. Las dos tienen en nuestro país una dolorosa presencia y la seguirán teniendo mientras el populismo siga predominando en el juego del poder.

                El fin del kirchnerismo coincide entonces con fuertes limitaciones del propio populismo, a las que se ha agregado la incapacidad de gestión política en razón de su forma de ejercicio del poder destemplada, agresiva e intolerante, lo que ha provocado un vuelco de la opinión pública aparentemente irreversible.

                Llegamos al tercer agregado. El “fin de ciclo” ¿alcanza al peronismo? Da la impresión que está lejos de alcanzarlo. Más bien –como se adelantó- el peronismo es el que más impulsará el fin de ciclo kirchnerista, de cuya implosión intentará desmarcarse. Lo está haciendo con la irrupción del “massismo”, aunque ya había insinuado rebeldías anteriores.

                El peronismo expresa una matriz político cultural cercana al populismo que, cuando gestiona eficazmente, recibe el respaldo de ciudadanos independientes. La matriz político cultural rival, la democrática-republicana, sigue fragmentada en impostaciones ideológicas que le restan credibilidad y –consecuentemente- apoyo mayoritario. Sus conducciones no han acertado a diseñar una propuesta coherente que conduzca a un crecimiento acorde con el nuevo paradigma productivo global y un importante sector tiende, además, a disputar al peronismo símbolos populistas en una tarea condenada al fracaso: la coherencia intelectual, de la que son tributarios, tiene un hiato irreparable entre el país moderno al que aspiran y el arcaísmo populista predominante del que, sin embargo, temen alejarse quitando en consecuencia coherencia a su relato y haciendo inviables sus propuestas.

                El kirchnerismo ha agotado su ciclo. No lo ha hecho aún el populismo, que como monstruo de mil cabezas puede renacer de muchas formas. Y mucho menos el peronismo, cuya existencia, aunque históricamente ligada al populismo, también lo supera. Refleja una de las alternativas con que cuenta la sociedad para confiarle el poder.

La otra, la democrática-republicana, mayoritaria en la base de la sociedad, que supo vertebrarse en otros tiempos alrededor de la estructura radical, espera aún que una dirigencia virtuosa logre su articulación política en una propuesta amplia, plural, inclusiva, modernizadora, con vocación de gobierno y a la que pueda confiarle la conducción del país para la superación definitiva del populismo.

El tiempo dirá si lo hace nuevamente alrededor del viejo partido, de una opción nueva o si sencillamente no lo logra, dejando al peronismo, con su versatilidad y capacidad de interpretar los cambios de épocas, la posibilidad de sucederse a sí mismo.


Ricardo Lafferriere

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