Y todos contentos…
Desde
la década del 90 Rusia viene luchando por recuperar el posicionamiento perdido.
Su
autoestima de superpotencia devenida en potencia decadente, su sistema
“modélico” para medio planeta convertido en una maraña de mafias y corrupción,
su presencia internacional desplazándose desde uno de los polos del poder
mundial a un país dependiente de sus materias primas como un país en desarrollo
más, han sido la obsesión de viejos cuadros dirigentes entre los cuales
Vladimir Putin es su principal emergente.
Rusia
necesita volver a posicionarse, si no en el mundo al menos en la región. Su
liderazgo, cerca de China, Irán, Turquía, Siria y los países del viejo
“Turquestán” –hoy, ex integrantes de la vieja URSS con alianzas variadas y no siempre
leales- necesita ponerse en valor.
Estados
Unidos, por su parte, desea desde hace ya varios años retirarse del medio
oriente. Irak y Afganistán, sus últimas dos guerras, han abierto heridas en su
propia sociedad nacional produciendo un hiato de una magnitud pocas veces vista
en su historia entre los ciudadanos y el poder. Ha tenido la suerte del
surgimiento de las nuevas tecnologías que permiten la extracción del petróleo
profundo (Shale) que le permite no sólo autoabastecerse sino convertirse en exportador
de combustibles. No necesita –y tampoco parece desearlo- mantener un costoso despliegue
militar tan lejos “de casa” para actuar como gendarme en regiones que no sólo
no se lo agradecen sino que lo repudian, cuando dependerá cada vez menos de su
petróleo.
En ese
ajedrez, para quienes seguimos la marcha del mundo, es fuerte la tentación de
imaginar que la amenaza a Siria ha tenido, en realidad, otro destinatario:
Irán. Una Irán aliada de Rusia, pero cuyos arsenales nucleares no pueden
alegrar a su vecino. Un Irán que, aliada también de Siria, conforma una pareja
de países difícilmente controlables por nadie, en posesión de armamentos
demasiado peligrosos para tenerlos cerca.
De ahí
al acuerdo ruso-norteamericano hay un paso. La amenaza del ataque a Siria tuvo
ya su primera consecuencia colateral: Irán ha aceptado volver a conversar el
control de su programa nuclear por la Agencia Internacional de Energía Atómica
(AIEA) -http://noticias.terra.com.ar/internacionales/el-tiempo-para-resolver-el-tema-del-programa-nuclear-irani-no-es-ilimitado-iran,691f0805e0701410VgnCLD2000000ec6eb0aRCRD.html-,
lo que neutralizará cualquier proyecto de fabricación de armas nucleares. Y la
propuesta (¿rusa?) sobre Siria tendrá la consecuencia de anular su arsenal de
armas químicas.
La otra
tentación es la de imaginar que la amenaza del bombardeo norteamericano a Siria
ha sido una gigantesca puesta en escena, tácita o expresamente acordado con
Rusia, en un ajedrez geopolítico, militar y diplomático que ha puesto en vilo
al mundo. Los hechos hablarán para confirmar o desmentir esa sospecha.
Porque
si todo termina como puede imaginarse, Irán avanzará hacia su
desnuclearización, Siria hacia la eliminación de su arsenal químico y Estados
Unidos podrá continuar su repliegue, delegando su papel de gendarme en la
región en favor de una Rusia que habrá recuperado allí un liderazgo claro para
reforzar su posición frente a China y no tendrá más en su flanco suroccidental
dos países que, aunque aliados, cuenten con peligrosas armas de destrucción
masiva.
Tal vez
sea todo imaginación. Lo que está claro es que en estos casos, para quienes
–como nosotros, en la Argentina- no tenemos intereses directos comprometidos en
el entuerto, lo peor que podemos hacer es “comernos el amague” y tomar posiciones
por impulsos viscerales que terminen perjudicándonos gratuitamente en otros
temas que son los que realmente nos afectan e interesan.
Ricardo Lafferriere
No hay comentarios:
Publicar un comentario