jueves, 22 de enero de 2015

La pregunta

“Abreviemos las palabras frente a los grandes hechos”.

El viejo precepto de Quintiliano retumba hoy reclamando silencio, como opción a las palabras vanas.

Las palabras han sido despojadas, en este querido país nuestro, de significación auténtica. 

Demasiadas palabras han ocultado demasiadas cosas, durante un lapso que lleva ya una década.

Anoche mismo, cinco carillas de palabras presidenciales –de quien, en otros tiempos, solía reclamar el sólo título de “primera ciudadana”- ocultan tras una sucesión de autoreferencias biográficas que a nadie interesan, dudas sucesivas a las que debiera responder más que formular, y descrédito inmisericorde de quien ha dejado su vida por desempeñar su función como se lo dictaba su conciencia, trataron de ser una vez más el escudo que oculte responsabilidades propias y funcionaran como atajo exculpatorio.

Hipótesis diversas se han echado a rodar por redacciones, conciliábulos, cálculos mezquinos, opinólogos de toda laya y desde los más diversos abordajes. “El gobierno”, “Él mismo, que no soportó la presión”, “la guerra de servicios”, “los iraníes junto a los servicios K que trabajan con ellos”, “los servicios desplazados por los K, que lo manejaban”, “el Mosad y la CIA” …. y así hasta casi el infinito.

En el interín, la justicia argentina ofrendó la vida de un fiscal, tal vez el más honroso y sufrido de los funcionarios del Poder Judicial, sujeto a presiones de delincuentes, víctimas ansiosas, funcionarios corrompidos, mafias sanguinarias y una formación jurídica que conforma la alianza entre su compromiso ético con la verdad y con la ley, por encima del poder y la conveniencia, y su prueba por los procedimientos previamente establecidos, bajo el estricto control de las partes, de sus superiores y de la instancia de contralor que es dueña de su carrera.

Un Fiscal de la Nación Argentina ha entregado su vida.

No sabe quien esto escribe quién tiró del gatillo del arma que disparó su muerte. Como antiguo abogado formado en el derecho clásico y la experiencia de viejo dirigente de la lucha por recuperar la democracia argentina debe decir que le martilla la mente sólo una pregunta:

Si el Fiscal cuya muerte nos lastima a todos no hubiera formulado hace apenas una semana la grave denuncia penal contra la Presidenta de la Nación, dos de sus ministros, un Diputado Nacional, un dirigente piquetero y un militante neo-fascista de izquierda… ¿estaría hoy muerto?

Podemos responder esta pregunta con un simple ejercicio intelectual de imaginación y sentido común, con un par de palabras: probablemente no. Cumplir con su deber le costó la vida.

La democracia es, aún, una meta inalcanzada. No se llega a ella sólo votando sino ejerciendo nuestra ciudadanía por encima de cualquier alineamiento político y convicción ideológica. Los argentinos que en menos de 24 horas respondieron con la espontánea movilización saludando a quien será ya para los tiempos un mártir del estado de derecho nos muestra que en el fondo de nuestro pueblo vive el sentido de país que en ocasiones extrañamos, pero que como en las grandes marchas del 2012, y antes en el 2008, y antes en 1983, sienten aún que conforman una Nación de la que son sus ciudadanos.

Ante tan terribles momentos como los que vivimos, podemos recuperar la esperanza. Esta etapa de pesadilla terminará. Volveremos a vivir bajo la Constitución y las leyes. Podremos discrepar sin que nos maten. La Justicia podrá funcionar sin grotescas presiones que la distorsionen. Florecerán nuevamente las palabras cargadas de sentido. 

Y será entonces el momento de rendir con recogimiento el homenaje permanente a quienes, como Alberto Nisman, habrán abonado con su sangre ese camino.


Ricardo Lafferriere

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