“Abreviemos las palabras frente a los grandes hechos”.
El viejo precepto de Quintiliano retumba hoy reclamando
silencio, como opción a las palabras vanas.
Las palabras han sido despojadas, en este querido país
nuestro, de significación auténtica.
Demasiadas palabras han ocultado
demasiadas cosas, durante un lapso que lleva ya una década.
Anoche mismo, cinco carillas de palabras presidenciales –de
quien, en otros tiempos, solía reclamar el sólo título de “primera ciudadana”-
ocultan tras una sucesión de autoreferencias biográficas que a nadie interesan,
dudas sucesivas a las que debiera responder más que formular, y descrédito
inmisericorde de quien ha dejado su vida por desempeñar su función como se lo
dictaba su conciencia, trataron de ser una vez más el escudo que oculte
responsabilidades propias y funcionaran como atajo exculpatorio.
Hipótesis diversas se han echado a rodar por redacciones,
conciliábulos, cálculos mezquinos, opinólogos de toda laya y desde los más
diversos abordajes. “El gobierno”, “Él mismo, que no soportó la presión”, “la
guerra de servicios”, “los iraníes junto a los servicios K que trabajan con
ellos”, “los servicios desplazados por los K, que lo manejaban”, “el Mosad y la
CIA” …. y así hasta casi el infinito.
En el interín, la justicia argentina ofrendó la vida de un
fiscal, tal vez el más honroso y sufrido de los funcionarios del Poder
Judicial, sujeto a presiones de delincuentes, víctimas ansiosas, funcionarios
corrompidos, mafias sanguinarias y una formación jurídica que conforma la
alianza entre su compromiso ético con la verdad y con la ley, por encima del
poder y la conveniencia, y su prueba por los procedimientos previamente establecidos,
bajo el estricto control de las partes, de sus superiores y de la instancia de
contralor que es dueña de su carrera.
Un Fiscal de la Nación Argentina ha entregado su vida.
No sabe quien esto escribe quién tiró del gatillo del arma
que disparó su muerte. Como antiguo abogado formado en el derecho clásico y la
experiencia de viejo dirigente de la lucha por recuperar la democracia
argentina debe decir que le martilla la mente sólo una pregunta:
Si el Fiscal cuya muerte nos lastima a todos no hubiera formulado
hace apenas una semana la grave denuncia penal contra la Presidenta de la
Nación, dos de sus ministros, un Diputado Nacional, un dirigente piquetero y un
militante neo-fascista de izquierda… ¿estaría hoy muerto?
Podemos responder esta pregunta con un simple ejercicio
intelectual de imaginación y sentido común, con un par de palabras: probablemente
no. Cumplir con su deber le costó la vida.
La democracia es, aún, una meta inalcanzada. No se llega a
ella sólo votando sino ejerciendo nuestra ciudadanía por encima de cualquier
alineamiento político y convicción ideológica. Los argentinos que en menos de
24 horas respondieron con la espontánea movilización saludando a quien será ya
para los tiempos un mártir del estado de derecho nos muestra que en el fondo de
nuestro pueblo vive el sentido de país que en ocasiones extrañamos, pero que
como en las grandes marchas del 2012, y antes en el 2008, y antes en 1983,
sienten aún que conforman una Nación de la que son sus ciudadanos.
Ante tan terribles momentos como los que vivimos, podemos
recuperar la esperanza. Esta etapa de pesadilla terminará. Volveremos a vivir
bajo la Constitución y las leyes. Podremos discrepar sin que nos maten. La
Justicia podrá funcionar sin grotescas presiones que la distorsionen. Florecerán nuevamente las palabras cargadas de sentido.
Y será
entonces el momento de rendir con recogimiento el homenaje permanente a
quienes, como Alberto Nisman, habrán abonado con su sangre ese camino.
Ricardo Lafferriere
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