jueves, 22 de enero de 2015

Nada nuevo...

Tomando un título prestado del Buenos Aires Herald, la Sra. Presidenta lo ha relacionado con una afirmación, reiterada luego por todo su equipo de funcionarios, aludiendo al “desplome” de la denuncia realizada hace poco más de una semana por el Fiscal Nisman.

Curiosamente, coincidimos con la primera parte: la denuncia no dice nada nuevo, ni expone hechos que la opinión pública no conociera. Todo el debate sobre el vergonzoso acuerdo con Irán que desembocara en el “Memorando de entendimiento” es el objeto central de esta denuncia, y fue desmenuzado en oportunidad de su debate parlamentario.

¿Qué agrega la denuncia a estos viejos hechos? Pues nada más y nada menos que desnudar su proceso de gestación y los verdaderos motivos que lo impulsaron.

“Una novela”, dicen a coro los voceros del partido oficial, alineado verticalmente tras el relato exculpatorio. Y exactamente eso es lo que parece, aunque superándola. Ni el mejor de los novelistas hubiera podido imaginar la atrocidad que significa planificar y ejecutar un proceso en el que las autoridades democráticas de un país renuncien a investigar un crimen colectivo declarado ya “de lesa humanidad”, a cambio de abrir la puerta a beneficios materiales. Y a culminar con la muerte violenta del investigador que descubre la cadena de hechos delictivos.

Sin embargo, no es nada nuevo. Todos los argentinos de buena –y de mala- fe, saben que eso es lo que ocurrió. A tal punto que el Convenio, a pesar de haber recibido el apoyo desmatizado de una mayoría oficialista acrítica, ha sido declarado inconstitucional y no ha logrado ser puesto en vigencia, a más de un año de su aprobación.

Ni siquiera ha sido ratificado por la contraparte iraní, que una vez que comprobó su inoperancia para levantar las “circulares rojas” para sus funcionarios, se desinteresó de tal engendro y siguió haciendo negocios con privados, sin alterarse demasiado.

La denuncia de Nisman es completa, exhaustiva, medulosa. Acredita hechos que en cualquier país serio del mundo hubieran provocado el derrumbe del gobierno. ¿Alguien puede imaginar cómo hubiera reaccionado la opinión pública y la política norteamericana, por ejemplo, si advirtiera que su presidente renuncia a la persecución penal de los autores del atentado a las Torres a cambio del petróleo de Afganistán o de Irak? ¿Alguien imagina a legisladores republicanos sosteniendo a Bush o demócratas haciendo lo mismo con Obama si se comprobara un extremo tan siniestro?

Hay, sin embargo, una diferencia sustancial. Aún en la capital del “imperio”, con todos sus vicios y deformaciones, corruptelas y maniobras, la defensa del interés de su país sigue siendo exigida por la opinión pública y observada como un valor irrenunciable por la totalidad de la dirigencia política y legisladores electos.

En pocos países del mundo  –tal vez, en la Venezuela chavista, y algún otro país con sistemas políticos marginales- la dirigencia política puede expresar el respaldo acrítico a medidas que bastardean la dignidad internacional de su país, la renuncia a valores básicos de su honor nacional, o sostener una mentira develada con la obsesión del marido infiel que enfrenta las pruebas evidentes. 

Eso es lo que vimos acá en el Congreso, cuando la mayoría oficialista aprobó el engendro, y ayer mismo cuando la dirigencia justicialista en pleno se exhibió bailando sin ninguna vergüenza -ni propia, ni ajena- al ritmo de los chiflados vaivenes interpretativos de una cuenta de Facebook.

La denuncia del fiscal Nisman no es una sentencia. Es, justamente, una denuncia. Una abogada, exitosa o no, debiera conocer las diferencias. Se estudian en Derecho Procesal Penal.

 Las apabullantes pruebas en la que se funda la denuncia del Fiscal –coherente, sistematizada, cronológicamente hilvanada, articuladora de hechos ocultos con actos públicos que forman parte del conocimiento general- no sólo ameritan sino que obligan a una investigación imparcial. Si el Fiscal suicidado-asesinado no la hubiera realizado, habría incurrido en violación de su deber como funcionario judicial. Cumplir con su deber le costó la vida. En “democracia”…

Dependerá ahora de la justicia seguir las líneas de investigación y ratificar –o no- las pruebas que a él lo llevaron a esa convicción. Y a las partes –acusatoria y acusadas- intervenir en el juego de la ley procesal, impugnando lo que crean, ofreciendo pruebas y tratando de demostrar su inocencia o culpabilidad. Por mi parte, con esas pruebas mencionadas  y la experiencia política de haber vivido en este país nuestro en las últimas décadas, me alcanza para convencerme de su veracidad.

Nada nuevo. Pero claramente veraz y verosímil. No lo oculta ni siquiera el inefable esfuerzo dialéctico de un prestigioso ex Juez de la Corte buscando la forma de “hacer zafar” a la presidenta y demás denunciados con argumentos leguleyos de grosera factura, como si se tratara de una asociación para robar tres gallinas y no para encubrir un delito de homicidio en el que perdieron la vida ochenta y cinco personas, declarado “de lesa humanidad” por la justicia de su país. No discutiendo si los hechos existieron o no, sino “su encuadramiento como figura penal típica”.

Todos sabemos que los hechos existieron. El esfuerzo –y el mérito del Fiscal, que le costó la vida- es hacer lo que pocos hacemos: el trabajo sistemático, jurídicamente persistente, en el marco de la ley procesal, de encontrar suficientes fundamentos para la verdad que trasciendan la intuición.

Justamente si de algo está en las antípodas es de la ligera afirmación “no tengo pruebas, pero tengo certezas”, que con liviandad incluyera la primera magistrada en uno de sus posts en Facebook.

La denuncia de Nisman, apoyada sólidamente en pruebas difícilmente rebatibles, avanza gravemente hacia la certeza. Deberá ser la justicia la que, de una vez por todas y en forma ejemplar, demuestre a los argentinos que a pesar de no haber “nada nuevo”, esta vez algo termine distinto.

Ricardo Lafferriere



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