Como una ironía del destino, el presidente que bastardeó la dignidad del rol presidencial burlándose groseramente de la suerte de su antecesor, ha terminado su vida política en un papel tan triste que hasta generaría lástima destacarlo, si no recordáramos el enorme daño que su gestión produjo en el sistema institucional argentino.
No se fue en helicóptero luego de una conmoción social desatada por la inmisericorde confluencia de la presión externa –canalizada por la decisión del Fondo Monetario de utilizar a la Argentina como ejemplo de castigo por atrasarse en su deuda- e interna –desatada por los caudillejos del conurbano potenciando las duras necesidades sociales generadas por la crisis, aunque costara muertos-.
Tampoco renunció ante el Congreso de la Nación, como lo había hecho dignamente su antecesor, consciente de que el escaso poder con que contaba le hacía imposible enfrentar la crisis económica más grande de la historia del país sin la solidaridad consciente de todas las fuerzas políticas.
Esta huida de Kirchner fue cobarde en las formas e indigna en el fondo.
Una huida mandada por casette, grabado en una conferencia de prensa semi clandestina fabricada con dos amigos de la agencia estatal en la guarida de Olivos, fue el instrumento por el que el todopoderoso señor de la “nueva política” delegó en su subordinado el poder del partido oficial, no sin antes darle instrucciones (“le dije...”) de que renunciara a su diputación electa y se hiciera cargo de la gobernación de la principal provincia argentina.
Sin dar la cara. Sin presentarse ante sus pares de la conducción de su partido ni ante su Congreso partidario. Sin reunir a sus compañeros políticos, a quienes condujo a la derrota más dura que haya sufrido nunca el peronismo en democracia, al menos para despedirse, si su soberbia le impedía disculparse.
Y no se fue echado por el Fondo Monetario (a quien pagó todo lo que el país le debía, antes de tiempo) ni por los aparatos mafiosos del conurbano (en los que se apoyó hasta último momento), sino por el 75 % de sus compatriotas en una jornada electoral en el que renació el civismo republicano.
Kirchner se fugó en forma vergonzosa. La historia chica del peronismo seguramente tomará nota de su deserción como una de sus anécdotas más negativas. La historia grande del país lo ubicará como uno de los más indignos dirigentes políticos que haya tenido nunca la democracia argentina.
Ricardo Lafferriere
Sentaku es una palabra japonesa con dos acepciones: limpieza, y elección. Abarcan lo que soñamos para la Argentina: un país que haya limpiado sus lacras históricas, y que elija con inteligencia su futuro. Limpiamente, libremente.
miércoles, 1 de julio de 2009
Un voto republicano
Una sensación de tranquilidad inundó el espíritu de los argentinos en las últimas horas del domingo. No respondía a entusiasmos ideológicos, ni a pasiones desatadas que hubieren logrado concretarse. La sensación era de desahogo, distensión, liberación.
Tampoco fue una expresión “antiperonista”, como lo intentó instalar, voz en cuello, el ex presidente Kirchner durante la campaña. Numerosos dirigentes peronistas ganaron en sus distritos y provincias, sin participación del presidente del Partido Justicialista, invitado a no acercarse por su negativo efecto electoral.
Por el contrario, lo mejor de la Argentina histórica habló en este comicio. Como si el eco del bicentenario, al que nos acercamos, amplificado por el mensaje republicano de nuestro último muerto ilustre, Raúl Alfonsín, hubiera impregnado la decisión ciudadana superando barreras de identificaciones partidarias, sociales, regionales, educativas.
La Argentina habló con voz republicana. El setenta por ciento de los compatriotas, una mayoría de dimensión realmente “constitucional”, puso en caja la tendencia al desborde autoritario, al mandonaje y a la falta de respeto del poder hacia los ciudadanos. Pidió diálogo, generación de consensos, patriotismo, humildad.
Esa mayoría es la base de la reconstrucción de la Argentina exitosa. Un país que con este pronunciamiento se reencauzará en sus valores históricos retomando el camino iniciado hace dos siglos cuando decidió darse a la tarea de construir una Nación sobre la base de principios fundacionales expresados magistralmente en los documentos iniciales.
“Mayo, progreso, democracia”, sintetizaba con visión el Dogma Socialista, instrumento canónico dela “Generación del 37”. Un país “republicano, representativo y federal”, sentenciaba, a su turno, la Constitución Nacional.
No son palabras vacías. Mayo es el autogobierno, la autodeterminación, la libertad para decidir el destino común. Progreso, que significa acrecentar la riqueza, mejorar la calidad de vida, incluir cada vez a más cantidad de compatriotas en los frutos del crecimiento. Y democracia, que califica la independencia y el progreso con el requisito ineludible del respeto a los ciudadanos, que en conjunto y conformando el “pueblo”, son la justificación última de cualquier poder.
Ese fue el sentido del voto. Ni oficialista, ni opositor. Republicano. Porque fue oficialista en algunos distritos y opositor en otros. Pero en todos los casos, atravesado por la decisión de erradicar este reverdecer de la intolerancia, del “anti-mayo”, del “anti-progreso” y de la “anti-democracia” enseñoreado en el país a partir de la última y dolorosa crisis de cambio de siglo.
Republicano es también volver al Preámbulo. Es curioso percibir cómo aquellos objetivos diseñados a mediados del siglo XIX como justificación de la decisión de darle una base normativa a la vida en común mantienen, entrando el siglo XXI, cuando cambian los paradigmas, se cosmopolitiza el mundo, se globaliza la economía, se universalizan los reclamos de dignificación de los excluidos y se extiende la protección de los derechos humanos más allá de las fronteras, aquel rezo laico recitado por tantas generaciones de argentinos sigue siendo la brújula que reorienta a la opinión nacional en cada momento de conmociones y crisis.
Un voto republicano de ciudadanos que no han dejado de serlo y que hace reverdecer el íntimo orgullo de ser argentinos.
Ricardo Lafferriere
Tampoco fue una expresión “antiperonista”, como lo intentó instalar, voz en cuello, el ex presidente Kirchner durante la campaña. Numerosos dirigentes peronistas ganaron en sus distritos y provincias, sin participación del presidente del Partido Justicialista, invitado a no acercarse por su negativo efecto electoral.
Por el contrario, lo mejor de la Argentina histórica habló en este comicio. Como si el eco del bicentenario, al que nos acercamos, amplificado por el mensaje republicano de nuestro último muerto ilustre, Raúl Alfonsín, hubiera impregnado la decisión ciudadana superando barreras de identificaciones partidarias, sociales, regionales, educativas.
La Argentina habló con voz republicana. El setenta por ciento de los compatriotas, una mayoría de dimensión realmente “constitucional”, puso en caja la tendencia al desborde autoritario, al mandonaje y a la falta de respeto del poder hacia los ciudadanos. Pidió diálogo, generación de consensos, patriotismo, humildad.
Esa mayoría es la base de la reconstrucción de la Argentina exitosa. Un país que con este pronunciamiento se reencauzará en sus valores históricos retomando el camino iniciado hace dos siglos cuando decidió darse a la tarea de construir una Nación sobre la base de principios fundacionales expresados magistralmente en los documentos iniciales.
“Mayo, progreso, democracia”, sintetizaba con visión el Dogma Socialista, instrumento canónico dela “Generación del 37”. Un país “republicano, representativo y federal”, sentenciaba, a su turno, la Constitución Nacional.
No son palabras vacías. Mayo es el autogobierno, la autodeterminación, la libertad para decidir el destino común. Progreso, que significa acrecentar la riqueza, mejorar la calidad de vida, incluir cada vez a más cantidad de compatriotas en los frutos del crecimiento. Y democracia, que califica la independencia y el progreso con el requisito ineludible del respeto a los ciudadanos, que en conjunto y conformando el “pueblo”, son la justificación última de cualquier poder.
Ese fue el sentido del voto. Ni oficialista, ni opositor. Republicano. Porque fue oficialista en algunos distritos y opositor en otros. Pero en todos los casos, atravesado por la decisión de erradicar este reverdecer de la intolerancia, del “anti-mayo”, del “anti-progreso” y de la “anti-democracia” enseñoreado en el país a partir de la última y dolorosa crisis de cambio de siglo.
Republicano es también volver al Preámbulo. Es curioso percibir cómo aquellos objetivos diseñados a mediados del siglo XIX como justificación de la decisión de darle una base normativa a la vida en común mantienen, entrando el siglo XXI, cuando cambian los paradigmas, se cosmopolitiza el mundo, se globaliza la economía, se universalizan los reclamos de dignificación de los excluidos y se extiende la protección de los derechos humanos más allá de las fronteras, aquel rezo laico recitado por tantas generaciones de argentinos sigue siendo la brújula que reorienta a la opinión nacional en cada momento de conmociones y crisis.
Un voto republicano de ciudadanos que no han dejado de serlo y que hace reverdecer el íntimo orgullo de ser argentinos.
Ricardo Lafferriere
lunes, 22 de junio de 2009
Una Constitución para Carlotto....
En una nota anterior destacamos la templanza y valentía de la Dra. Hilda Molina, que se encuentra afortunadamente en nuestro país disfrutando de su familia y el afecto de los argentinos luego de más de una década y media de sufrir la separación por la violación de su derecho humano elemental de salir de su país libremente, a raíz de la obstinada prohibición del gobierno cubano que hasta llegó a fundamentar esta virtual prisión en la presunta “titularidad” que el Estado tendría sobre el cerebro de la ilustre visitante.
No es el propósito de esta nota reiterarle nuestra bienvenida y mejores deseos de feliz estadía en la Argentina y nuestra solidaridad con su valentía. Más bien interesa una referencia a la insólita declaración de la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, quien ha instado a la Dra. Molina a no hacer declaraciones, guardarse a silencio y “no aprovechar de estar por acá para hacer política de su país” (¿?)
El pronunciamiento de Estela de Carlotto es singularmente insólito.
La Dra. Molina es en estos momentos una habitante de la Nación Argentina. Como tal, está amparada plenamente por los derechos constitucionales de libertad absoluta de expresión, tan vigente entre nosotros que es consustancial con nuestros principios fundamentales como país.
La extensión de este derecho en la Argentina tiene un arraigo y una dimensión ética, legal y política que no es imaginable la vida en nuestro territorio sin la facultad de todos y cada uno de decir lo que piensa. ¡Ni siquiera el actual régimen, cuya debilidad en el respeto a otros derechos constitucionales ha sido marcada tan duramente en estos años, ha insinuado siquiera rozar la plena libertad para expresarse!
No es inoportuno, entonces, recordar a Estela de Carlotto algunas normas afortunadamente vigentes por decisión no sólo de los fundadores del país sino de todos quienes vivimos hoy en él, que a pesar de nuestras profundas diferencias de enfoque en muchísimos otros temas, tenemos en éste una coincidencia abrumadora, casi unánime –con poquísimas e individuales excepciones, como la que ella misma conforma-:
“Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos, conforme a las leyes que reglamentan su ejercicio: ... entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; ... ; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender” –artículo 14 de la Constitución Nacional.
“Los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano; pueden ejercer su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y enajenarlos; navegar los ríos y costas; ejercer libremente su culto; testar y casarse conforme a las leyes. No están obligados a admitir la ciudadanía, ni a pagar contribuciones forzosas extraordinarias. Obtienen nacionalización residiendo dos años continuos en la Nación; pero la autoridad puede acortar este término a favor del que lo solicite, alegando y probando servicios a la República.” –artículo 20 de la Constitución Nacional-.
“Las declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución, no serán entendidos como negación de otros derechos y garantías no enumerados; pero que nacen del principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno.” –artículo 33 de la Constitución Nacional.
Si la Sra. Estela de Carlotto está molesta con las declaraciones de la Dra. Molina, tiene dos opciones: expresar libremente –como lo ha hecho- su propia visión u enfoque de los hechos, o trasladarse a vivir a Cuba, donde podrá estar feliz de que quien no coincida con su visión no podrá expresarlo, si quiere aspirar alguna vez a usar libremente su derecho a salir de su territorio.
Pero mientras esté en la Argentina, tanto la Dra. Molina, como la Sra. Carlotto, como el señor Kirchner, como quien se ubique en sus antípodas, tenemos, usamos y defendemos nuestro derecho fundamental a decir lo que querramos. Hace más de un siglo y medio que hemos decidido consagrar ese derecho, no solo “para nosotros”, sino también “para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que deseen habitar en el suelo argentino”.
Ricardo Lafferriere
que
No es el propósito de esta nota reiterarle nuestra bienvenida y mejores deseos de feliz estadía en la Argentina y nuestra solidaridad con su valentía. Más bien interesa una referencia a la insólita declaración de la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, quien ha instado a la Dra. Molina a no hacer declaraciones, guardarse a silencio y “no aprovechar de estar por acá para hacer política de su país” (¿?)
El pronunciamiento de Estela de Carlotto es singularmente insólito.
La Dra. Molina es en estos momentos una habitante de la Nación Argentina. Como tal, está amparada plenamente por los derechos constitucionales de libertad absoluta de expresión, tan vigente entre nosotros que es consustancial con nuestros principios fundamentales como país.
La extensión de este derecho en la Argentina tiene un arraigo y una dimensión ética, legal y política que no es imaginable la vida en nuestro territorio sin la facultad de todos y cada uno de decir lo que piensa. ¡Ni siquiera el actual régimen, cuya debilidad en el respeto a otros derechos constitucionales ha sido marcada tan duramente en estos años, ha insinuado siquiera rozar la plena libertad para expresarse!
No es inoportuno, entonces, recordar a Estela de Carlotto algunas normas afortunadamente vigentes por decisión no sólo de los fundadores del país sino de todos quienes vivimos hoy en él, que a pesar de nuestras profundas diferencias de enfoque en muchísimos otros temas, tenemos en éste una coincidencia abrumadora, casi unánime –con poquísimas e individuales excepciones, como la que ella misma conforma-:
“Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos, conforme a las leyes que reglamentan su ejercicio: ... entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; ... ; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender” –artículo 14 de la Constitución Nacional.
“Los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano; pueden ejercer su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y enajenarlos; navegar los ríos y costas; ejercer libremente su culto; testar y casarse conforme a las leyes. No están obligados a admitir la ciudadanía, ni a pagar contribuciones forzosas extraordinarias. Obtienen nacionalización residiendo dos años continuos en la Nación; pero la autoridad puede acortar este término a favor del que lo solicite, alegando y probando servicios a la República.” –artículo 20 de la Constitución Nacional-.
“Las declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución, no serán entendidos como negación de otros derechos y garantías no enumerados; pero que nacen del principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno.” –artículo 33 de la Constitución Nacional.
Si la Sra. Estela de Carlotto está molesta con las declaraciones de la Dra. Molina, tiene dos opciones: expresar libremente –como lo ha hecho- su propia visión u enfoque de los hechos, o trasladarse a vivir a Cuba, donde podrá estar feliz de que quien no coincida con su visión no podrá expresarlo, si quiere aspirar alguna vez a usar libremente su derecho a salir de su territorio.
Pero mientras esté en la Argentina, tanto la Dra. Molina, como la Sra. Carlotto, como el señor Kirchner, como quien se ubique en sus antípodas, tenemos, usamos y defendemos nuestro derecho fundamental a decir lo que querramos. Hace más de un siglo y medio que hemos decidido consagrar ese derecho, no solo “para nosotros”, sino también “para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que deseen habitar en el suelo argentino”.
Ricardo Lafferriere
que
sábado, 20 de junio de 2009
Dos cifras que golpean
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), con sede en Roma, acaba de informar que las personas que sufren hambre en todo el mundo superan las mil millones. La cifra precisa dada a conocer por el organismo asciende a 1.020 millones de seres humanos.
En el mismo informe, aparecido en los medios de esta semana, la organización destaca que la causa principal de esta situación es la pobreza extrema, lo que concentra los daños en los seres humanos de menores recursos. Consecuentemente, llama a los gobiernos a proteger las inversiones en la producción de alimentos, especialmente la de los pequeños y medianos productores en los que la relación entre su actividad y la posibilidad de su alimentación es más directa.
La otra cifra fue dada a conocer en nuestro país: destaca nuestra contribución a la primera. Ciento veintitres millones de personas, el 12,3 % de los hambrientos del mundo, lo serán por la reducción de producción de alimentos acaecida en la Argentina. El dato fue proporcionado por la Sociedad Rural Argentina, al igual que la causa –que es conocida por todos-: el ataque desmatizado del gobierno kircherista a los productores agropecuarios, considerados y tratados como enemigos a partir de la exitosa resistencia a ser saqueados que exhibieron en el primer semestre del año 2008.
No existe otro país en el que se apliquen medidas antiproductivas como las ejecutadas por el Secretario Guillermo Moreno, por instrucciones directas del ex presidente Kirchner. El resultado a la vista: casi el 40 % de reducción de la producción agraria, y la liquidación acelerada de la producción cárnica, en la que la matanza de vacas (que equivale a la “venta de las máquinas”, en las fábricas) alcanza un nivel cercano a un ritmo terminal.
Dos récords como los que le agradan a la señora presidenta son testimonio del derrumbe: la siembra de trigo es la menor en un siglo y la Argentina es el único país del mundo que ha reducido su existencia de ganado, en una etapa de florecimiento del comercio cárnico por la fuerte presión de la demanda de los últimos años que llevó, entre otras cosas, al Uruguay, Brasil y Paraguay a ocupar los mercados que nuestros productores cárnicos –y el esfuerzo de gobiernos sucesivos- había logrado conquistar.
Un mundo hambriento y la Argentina kirchnerista contribuyendo al hambre.
Triste record de nuestra democracia, que conmemora su primera cuarto de siglo traicionando de esta forma sus anhelos fundacionales. El sueño de Alfonsín de una democracia eficiente y de contenido social (con la que “se coma, se cure y se eduque”) ha mutado, por obra y gracia del populismo irracional, en un sistema elitista que a la vez que enriquecer groseramente a los amigos del poder, no sólo hambrea a los argentinos sino que contribuye en forma importante al hambre en el mundo.
Sólo faltaría, para cerrar el círculo, que el “ex presidente en funciones” declare que ellos no tienen nada que ver, sino que lo que ocurre es el efecto ... del “neoliberalismo” y de “las políticas de los 90”.
Ricardo Lafferriere
En el mismo informe, aparecido en los medios de esta semana, la organización destaca que la causa principal de esta situación es la pobreza extrema, lo que concentra los daños en los seres humanos de menores recursos. Consecuentemente, llama a los gobiernos a proteger las inversiones en la producción de alimentos, especialmente la de los pequeños y medianos productores en los que la relación entre su actividad y la posibilidad de su alimentación es más directa.
La otra cifra fue dada a conocer en nuestro país: destaca nuestra contribución a la primera. Ciento veintitres millones de personas, el 12,3 % de los hambrientos del mundo, lo serán por la reducción de producción de alimentos acaecida en la Argentina. El dato fue proporcionado por la Sociedad Rural Argentina, al igual que la causa –que es conocida por todos-: el ataque desmatizado del gobierno kircherista a los productores agropecuarios, considerados y tratados como enemigos a partir de la exitosa resistencia a ser saqueados que exhibieron en el primer semestre del año 2008.
No existe otro país en el que se apliquen medidas antiproductivas como las ejecutadas por el Secretario Guillermo Moreno, por instrucciones directas del ex presidente Kirchner. El resultado a la vista: casi el 40 % de reducción de la producción agraria, y la liquidación acelerada de la producción cárnica, en la que la matanza de vacas (que equivale a la “venta de las máquinas”, en las fábricas) alcanza un nivel cercano a un ritmo terminal.
Dos récords como los que le agradan a la señora presidenta son testimonio del derrumbe: la siembra de trigo es la menor en un siglo y la Argentina es el único país del mundo que ha reducido su existencia de ganado, en una etapa de florecimiento del comercio cárnico por la fuerte presión de la demanda de los últimos años que llevó, entre otras cosas, al Uruguay, Brasil y Paraguay a ocupar los mercados que nuestros productores cárnicos –y el esfuerzo de gobiernos sucesivos- había logrado conquistar.
Un mundo hambriento y la Argentina kirchnerista contribuyendo al hambre.
Triste record de nuestra democracia, que conmemora su primera cuarto de siglo traicionando de esta forma sus anhelos fundacionales. El sueño de Alfonsín de una democracia eficiente y de contenido social (con la que “se coma, se cure y se eduque”) ha mutado, por obra y gracia del populismo irracional, en un sistema elitista que a la vez que enriquecer groseramente a los amigos del poder, no sólo hambrea a los argentinos sino que contribuye en forma importante al hambre en el mundo.
Sólo faltaría, para cerrar el círculo, que el “ex presidente en funciones” declare que ellos no tienen nada que ver, sino que lo que ocurre es el efecto ... del “neoliberalismo” y de “las políticas de los 90”.
Ricardo Lafferriere
jueves, 11 de junio de 2009
La dignidad de los países
¿Tienen dignidad los países?
Dice el diccionario que “dignidad” es la cualidad de “digno”. Y “digno”, por su parte, se relaciona con “merecimiento” y está vinculado con alguna aptitud, pertenencia o respetabilidad.
La reflexión viene a cuento de las consideraciones con que el Banco Mundial acompañó su decisión, conocida en estos días, de otorgar a la Argentina créditos por U$ 1290 millones y la apertura de otra línea por UD$ 3300 millones, que se extenderá hasta el año 2012. Buena cosa que la administración kirchnerista haya vuelto a los organismos internacionales de crédito, terminando con sus reiteradas demonizaciones –que hace rato no se escuchan, a voz impostada y dedito levantado...- sobre las maldades intrínsecas de las finanzas internacionales.
Sin embargo, el “caballo cansado...” no les ha permitido esta vez hacerse cargo de las inusuales admoniciones con que llegan estos fondos. La Argentina, según el Banco Mundial, adolece, entre otras cosas, de:
- Incapacidad de atraer inversiones privadas.
- Recrudecimiento del proceso inflacionario.
- Alto endeudamiento.
- Fuga de capitales.
- Debilitamiento de la seguridad jurídica y el estado de derecho.
- Violaciones contractuales por parte del Estado que incrementa la inseguridad y la litigiosidad.
- Elevado nivel de corrupción.
- Necesidad de mejorar la gestión pública.
- Efectos negativos que el reciente blanqueo de capitales puede tener en el crecimiento del narcotráfico.
- Posibilidad de que la mencionada ley favorezca el lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo y el narcotráfico.
Si los países tienen dignidad, es difícil no advertir el ataque que estos conceptos collevan a un valor del que sus primeros custodios deben las autoridades y en segundo lugar sus ciudadanos.
Que las autoridades nacionales hayan resuelto –como afirma el el Clarín del Jueves 11- dejar pasar “por alto” estas observaciones –como si fueran pequeñeces- y destacar el hecho en sí del otorgamiento del crédito y su dimensión, está evidenciando la escasa importancia que nuestro gobierno le da a la dignidad del país que administra. Pocas veces en la historia argentina debe haber existido un rosario de agravios a la dignidad nacional como las expresadas en forma directa e indirecta en los considerandos que acompañan la decisión del organismo financiero internacional. La Argentina sería algo así como un territorio sin ley, abierto a las lacras del narcotráfico y el terorrismo, tramposo crónico que lleva al exterior el producido de su corrupción, que no respeta su palabra y que disfruta de su condición de deudor pertinaz en lugar de pagar lo que debe.
Quizás sea mejor pensar que la dignidad es una cualidad de las personas, no extensible a los países. Porque aunque miles de argentinos consideramos que el rosario de insultos del Banco Mundial reflejan lo que nosotros mismos pensamos sobre la realidad nacional, la indignación por tener que formar pasivamente parte, por generalización, de un colectivo que nos incluye (la Argentina), no puede ocultar que desde hace años venimos denunciando y alertando sobre estos hechos, realizados exclusivamente por quienes ocupan el aparato estatal y sus allegados.
Y debe llevarnos a reflexionar sobre el papel de la mayoría de los ciudadanos, al elegir y tolerar que una banda como ésta nos gobierne y defina en el mundo, en nuestro nombre, la imagen del país de todos. Un país que comenzó su camino con Saavedra, Moreno, Belgrano, San Martín y Castelli. Que definió su rumbo con hombres de la talla de Echeverría, Alberdi y Sarmiento. Que organizó su convivencia con la acción de Urquiza, de Mitre, de Avellaneda. Que se convirtió en un país moderno de la mano de Roca, Pellegrini, Alem y Joaquín V. González. Que completó la inclusión política en el modelo republicano con Alvear, Juan B. Justo, Sáenz Peña e Yrigoyen. Que avanzó en su desarrollo industrial con Justo, Pinedo, Savio, Perón y Frondizi. Que luchó para recuperar la senda democrática con Illia, Balbín y Alfonsín.
Es el nuestro un país que incluye en su historia, compleja y contradictoria pero vital y patriótica, a muchos más que los nombrados muertos ilustres, cuyo sólo e incompleto listado seguramente mueve la conciencia de miles de quienes vivimos hoy, condenados por la escatológica pareja gobernante al “ninguneo” de cualquiera que en el mundo se le ocurra denostarlo, eso sí, a cambio de algunos dólares, que faciliten las cuentas de la banda que gobierna, dispuesta a dejar “pasar por alto” los insultos a la Nación, si vienen adecuadamente lubricados.
Pero si las naciones tienen dignidad por su historia y su destino, sería hora de que los argentinos de hoy decidiéramos recuperar la nuestra, sacándonos de encima a quienes poco les interesa el esfuerzo común y los valores morales por los que este país nació hace casi dos siglos comenzando la construcción de la que somos beneficiarios y deudores.
Entonces sí... bienvenidos serán los recursos, si llegan acompañados del respeto a nuestra dignidad recuperada. Caso contrario...
Ricardo Lafferriere
Dice el diccionario que “dignidad” es la cualidad de “digno”. Y “digno”, por su parte, se relaciona con “merecimiento” y está vinculado con alguna aptitud, pertenencia o respetabilidad.
La reflexión viene a cuento de las consideraciones con que el Banco Mundial acompañó su decisión, conocida en estos días, de otorgar a la Argentina créditos por U$ 1290 millones y la apertura de otra línea por UD$ 3300 millones, que se extenderá hasta el año 2012. Buena cosa que la administración kirchnerista haya vuelto a los organismos internacionales de crédito, terminando con sus reiteradas demonizaciones –que hace rato no se escuchan, a voz impostada y dedito levantado...- sobre las maldades intrínsecas de las finanzas internacionales.
Sin embargo, el “caballo cansado...” no les ha permitido esta vez hacerse cargo de las inusuales admoniciones con que llegan estos fondos. La Argentina, según el Banco Mundial, adolece, entre otras cosas, de:
- Incapacidad de atraer inversiones privadas.
- Recrudecimiento del proceso inflacionario.
- Alto endeudamiento.
- Fuga de capitales.
- Debilitamiento de la seguridad jurídica y el estado de derecho.
- Violaciones contractuales por parte del Estado que incrementa la inseguridad y la litigiosidad.
- Elevado nivel de corrupción.
- Necesidad de mejorar la gestión pública.
- Efectos negativos que el reciente blanqueo de capitales puede tener en el crecimiento del narcotráfico.
- Posibilidad de que la mencionada ley favorezca el lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo y el narcotráfico.
Si los países tienen dignidad, es difícil no advertir el ataque que estos conceptos collevan a un valor del que sus primeros custodios deben las autoridades y en segundo lugar sus ciudadanos.
Que las autoridades nacionales hayan resuelto –como afirma el el Clarín del Jueves 11- dejar pasar “por alto” estas observaciones –como si fueran pequeñeces- y destacar el hecho en sí del otorgamiento del crédito y su dimensión, está evidenciando la escasa importancia que nuestro gobierno le da a la dignidad del país que administra. Pocas veces en la historia argentina debe haber existido un rosario de agravios a la dignidad nacional como las expresadas en forma directa e indirecta en los considerandos que acompañan la decisión del organismo financiero internacional. La Argentina sería algo así como un territorio sin ley, abierto a las lacras del narcotráfico y el terorrismo, tramposo crónico que lleva al exterior el producido de su corrupción, que no respeta su palabra y que disfruta de su condición de deudor pertinaz en lugar de pagar lo que debe.
Quizás sea mejor pensar que la dignidad es una cualidad de las personas, no extensible a los países. Porque aunque miles de argentinos consideramos que el rosario de insultos del Banco Mundial reflejan lo que nosotros mismos pensamos sobre la realidad nacional, la indignación por tener que formar pasivamente parte, por generalización, de un colectivo que nos incluye (la Argentina), no puede ocultar que desde hace años venimos denunciando y alertando sobre estos hechos, realizados exclusivamente por quienes ocupan el aparato estatal y sus allegados.
Y debe llevarnos a reflexionar sobre el papel de la mayoría de los ciudadanos, al elegir y tolerar que una banda como ésta nos gobierne y defina en el mundo, en nuestro nombre, la imagen del país de todos. Un país que comenzó su camino con Saavedra, Moreno, Belgrano, San Martín y Castelli. Que definió su rumbo con hombres de la talla de Echeverría, Alberdi y Sarmiento. Que organizó su convivencia con la acción de Urquiza, de Mitre, de Avellaneda. Que se convirtió en un país moderno de la mano de Roca, Pellegrini, Alem y Joaquín V. González. Que completó la inclusión política en el modelo republicano con Alvear, Juan B. Justo, Sáenz Peña e Yrigoyen. Que avanzó en su desarrollo industrial con Justo, Pinedo, Savio, Perón y Frondizi. Que luchó para recuperar la senda democrática con Illia, Balbín y Alfonsín.
Es el nuestro un país que incluye en su historia, compleja y contradictoria pero vital y patriótica, a muchos más que los nombrados muertos ilustres, cuyo sólo e incompleto listado seguramente mueve la conciencia de miles de quienes vivimos hoy, condenados por la escatológica pareja gobernante al “ninguneo” de cualquiera que en el mundo se le ocurra denostarlo, eso sí, a cambio de algunos dólares, que faciliten las cuentas de la banda que gobierna, dispuesta a dejar “pasar por alto” los insultos a la Nación, si vienen adecuadamente lubricados.
Pero si las naciones tienen dignidad por su historia y su destino, sería hora de que los argentinos de hoy decidiéramos recuperar la nuestra, sacándonos de encima a quienes poco les interesa el esfuerzo común y los valores morales por los que este país nació hace casi dos siglos comenzando la construcción de la que somos beneficiarios y deudores.
Entonces sí... bienvenidos serán los recursos, si llegan acompañados del respeto a nuestra dignidad recuperada. Caso contrario...
Ricardo Lafferriere
viernes, 5 de junio de 2009
La coherencia del “modelo” y sus defensores
“Las retenciones buscan defender el salario de nuestro pueblo desacoplando el país de los precios internacionales. La palabra es “desacoplar”, decía, voz en cuello, la señora presidenta de la Nación, hace un año, en oportunidad de justificar la implantación de retenciones móviles a la exportación de productos agropecuarios en un nivel que significaba la expropiación de virtualmente más del 90 % de su rentabilidad.
En aquel momento hablamos del dislate que significaba el “desacople”. Una economía global, como la que hoy existe, con el encadenamiento del proceso productivo y el gigantesco auge del comercio internacional intra-ramas, y con una “locomotora” interna que depende de la demanda internacional para hacer marchar el resto de los sectores productivos mediante de su provisión de divisas, no podía desacoplarse porque ello significaría la paralización paulatina, por asfixia, de los diferentes componentes del proceso económico.
El capricho de la pareja que se duerme todas las noches leyendo diarios de los años 70 (como expresó días atrás el popular Alfredo De Angeli) le costó al país una conmoción política y social gigantesca, la retracción de la economía productiva hasta el borde de su quiebra, y a la propia presidenta el prestigio que no podría recuperar desde entonces cayendo en su consideración pública a cifras comparables con los peores presidentes de la región, con menos popularidad que el tristemente recordado George W. Bush.
Un año después, el Ministro del Interior ataca a los industriales –naturalmente preocupados por las desopilantes decisiones de estos días, como prohibir la distribución de dividendos en una empresa privada, designar directores –y hasta síndicos...- estatales en empresas privadas y abandonar a las empresas argentinas agredidas por el chavismo- y no tiene mejor fundamento que sostener que el gobierno ha conseguido... ¡que se hayan “acoplado las tarifas a los precios internacionales”!...
Sobre este argumento, sostiene que el gobierno “no tiene animosidad contra los empresarios”... en el mismo momento en que el “ex presidente en funciones” se agravia en una tribuna porque esos empresarios no renuncian a la rentabilidad de sus empresas, luego de cinco años de no retirar ganancias, sin otro motivo evidente que facilitarle la campaña electoral. Por supuesto, con nuevos engaños dirigidos a compatriotas de barriadas humildes cuyo problema dramático no es la pelea de Kirchner con los empresarios, sino la inseguridad provocada por las mafias bonaerenses, inseguridad que nunca se terminará mientras la fuerza electoral en la que se respalda el poder es facilitada por los organizadores de esas mafias de traficantes de estupefacientes, personas, falsificaciones, armas y lavado.
Buscar coherencia en la administración K es una misión imposible. Al menos, sin embargo, debiera intentar guardarse una mínima articulación discursiva, ya que no existe en las medidas, que permita contar con un marco de referencia sin el cual es imposible tomar decisiones de inversión o de política empresarial por el enorme riesgo que implica el incremento de la incertidumbre.
Nadie sabe cuál es la “línea” del gobierno. El misterioso “modelo” está logrando exactamente lo contrario de lo que dice buscar. Sube la desocupación, cae la producción, se van los capitales, las personas –desde empresarios hasta jubilados- se refugian en el dólar por el misterio de lo que vendrá, las reservas previsionales están siendo liquidadas en un festival de subsidios, préstamos a tasas negativas y contraprestaciones clientelistas que nuevamente llevarán los haberes previsionales a situaciones de miseria y la economía se ha reducido en su dimensión a los niveles de hace una década, con tendencia declinante. Es probable, de continuar el “modelo”, que logren lo que al parecer añoran: volver a una producción con los niveles de hace cuatro décadas, en los años 70 del siglo pasado.
Al autor no le gustan los calificativos insultantes en la política. Sin embargo, también cree que el debate sobre los problemas de todos –que no otra cosa es el país- debe ser nítido y, si es necesario, fuerte. Sin compartir entonces la oportunidad para la calificación con que el líder agropecuario respondió al candidato Kirchner, después de escuchar las justificaciones incoherentes de tantos las dislates, de resistir tantos agravios y de observar el rumbo que le están dando al país, no puede dejar de decir, sin embargo, que también le parece increíble que un ex presidente de la Nación se esté presentando ante su pueblo con un discurso tan rudimentario, falaz y tramposo.
Aunque debe reconocer que si en lugar de escribir un artículo le tocara hablar en una tribuna, como en otros tiempos, tal vez utilizaría términos diferentes. Más claros y contundentes, como hablan los argentinos comunes –como hablamos los entrerrianos- para referirse a algo que consideran intencionalmente falso, tonto, o imbécil.
Ricardo Lafferriere
En aquel momento hablamos del dislate que significaba el “desacople”. Una economía global, como la que hoy existe, con el encadenamiento del proceso productivo y el gigantesco auge del comercio internacional intra-ramas, y con una “locomotora” interna que depende de la demanda internacional para hacer marchar el resto de los sectores productivos mediante de su provisión de divisas, no podía desacoplarse porque ello significaría la paralización paulatina, por asfixia, de los diferentes componentes del proceso económico.
El capricho de la pareja que se duerme todas las noches leyendo diarios de los años 70 (como expresó días atrás el popular Alfredo De Angeli) le costó al país una conmoción política y social gigantesca, la retracción de la economía productiva hasta el borde de su quiebra, y a la propia presidenta el prestigio que no podría recuperar desde entonces cayendo en su consideración pública a cifras comparables con los peores presidentes de la región, con menos popularidad que el tristemente recordado George W. Bush.
Un año después, el Ministro del Interior ataca a los industriales –naturalmente preocupados por las desopilantes decisiones de estos días, como prohibir la distribución de dividendos en una empresa privada, designar directores –y hasta síndicos...- estatales en empresas privadas y abandonar a las empresas argentinas agredidas por el chavismo- y no tiene mejor fundamento que sostener que el gobierno ha conseguido... ¡que se hayan “acoplado las tarifas a los precios internacionales”!...
Sobre este argumento, sostiene que el gobierno “no tiene animosidad contra los empresarios”... en el mismo momento en que el “ex presidente en funciones” se agravia en una tribuna porque esos empresarios no renuncian a la rentabilidad de sus empresas, luego de cinco años de no retirar ganancias, sin otro motivo evidente que facilitarle la campaña electoral. Por supuesto, con nuevos engaños dirigidos a compatriotas de barriadas humildes cuyo problema dramático no es la pelea de Kirchner con los empresarios, sino la inseguridad provocada por las mafias bonaerenses, inseguridad que nunca se terminará mientras la fuerza electoral en la que se respalda el poder es facilitada por los organizadores de esas mafias de traficantes de estupefacientes, personas, falsificaciones, armas y lavado.
Buscar coherencia en la administración K es una misión imposible. Al menos, sin embargo, debiera intentar guardarse una mínima articulación discursiva, ya que no existe en las medidas, que permita contar con un marco de referencia sin el cual es imposible tomar decisiones de inversión o de política empresarial por el enorme riesgo que implica el incremento de la incertidumbre.
Nadie sabe cuál es la “línea” del gobierno. El misterioso “modelo” está logrando exactamente lo contrario de lo que dice buscar. Sube la desocupación, cae la producción, se van los capitales, las personas –desde empresarios hasta jubilados- se refugian en el dólar por el misterio de lo que vendrá, las reservas previsionales están siendo liquidadas en un festival de subsidios, préstamos a tasas negativas y contraprestaciones clientelistas que nuevamente llevarán los haberes previsionales a situaciones de miseria y la economía se ha reducido en su dimensión a los niveles de hace una década, con tendencia declinante. Es probable, de continuar el “modelo”, que logren lo que al parecer añoran: volver a una producción con los niveles de hace cuatro décadas, en los años 70 del siglo pasado.
Al autor no le gustan los calificativos insultantes en la política. Sin embargo, también cree que el debate sobre los problemas de todos –que no otra cosa es el país- debe ser nítido y, si es necesario, fuerte. Sin compartir entonces la oportunidad para la calificación con que el líder agropecuario respondió al candidato Kirchner, después de escuchar las justificaciones incoherentes de tantos las dislates, de resistir tantos agravios y de observar el rumbo que le están dando al país, no puede dejar de decir, sin embargo, que también le parece increíble que un ex presidente de la Nación se esté presentando ante su pueblo con un discurso tan rudimentario, falaz y tramposo.
Aunque debe reconocer que si en lugar de escribir un artículo le tocara hablar en una tribuna, como en otros tiempos, tal vez utilizaría términos diferentes. Más claros y contundentes, como hablan los argentinos comunes –como hablamos los entrerrianos- para referirse a algo que consideran intencionalmente falso, tonto, o imbécil.
Ricardo Lafferriere
miércoles, 3 de junio de 2009
Las candidaturas engañosas
No es novedad afirmar que a partir del 2002, el sistema institucional argentino ha entrado en un tobogán que se acerca a su punto terminal. La decisión que en aquel momento tomaron importantes protagonistas del escenario público de aprovechar una dramática dificultad nacional para usarla como un atajo de llegada al poder fue el inicio de un acelerado desmantelamiento del delicado engranaje de funcionamiento legal del propio poder para retroceder a las épocas anteriores a la organización nacional.
El cambio abrupto del contexto económico internacional que benefició al país a pocos meses de aquel condenable contubernio, con base en empresarios protegidos y políticas clientelares centradas en el cinturón bonaerense, permitió disimular el deguase. A pesar de pasar inadvertida para el gran público, la peligrosa tendencia fue acompañada por una creciente preocupación por los ciudadanos que con más interés observaban el proceso político, alertando reiteradas veces sobre su inexorable final.
Puede discutirse si todo comenzó con la negativa a la formación de un gobierno de unión nacional en el 2001, con la manipulación del proceso electoral del 2003 o con la remoción autoritaria de la desprestigiada Suprema Corte de Justicia anunciada por cadena nacional por el recien elegido Presidente Kirchner. Sea como sea, fueron los hitos iniciales que abarcaron el olvido del “país normal” y la “Reforma Política” reclamada y anunciada con bombos y platillos por Néstor Kirchner en su campaña electoral, siguieron con la subordinación de la Justicia a través de la modificación del Consejo de la Magistratura, se consolidaron con la renuncia de las facultades del Congreso a través de las sucesivas reiteraciones de las “delegaciones de facultades” y “poderes extraordinarios” en el Poder Ejecutivo, la discrecionalidad en la distribución de los fondos públicos por parte del Presidente de la Nación –y, últimamente, por el cónyuge de la presidenta de la Nación- y la intervención discrecional del gobierno en los patrimonios privados, la utilización de la AFIP como organismo de persecusión y disciplinamiento empresarial y la manipulación del INDEC como mecanismo de incautación y transferencia de riqueza.
El deguace institucional no es gratuito. Ha sido el que permitió, entre otras cosas, la incautación ilegal del patrimonio que diez millones de argentinos atesoraban para enfrentar su vejez, la escatológica decisión de asignar Un millón de dólares por día a fondo perdido a una empresa aérea que no presta ningún servicio a la nivelación social de los argentinos en un momento de crecimiento de la pobreza y la miseria a niveles inéditos, o la prohibición de exportar carne llevando a un sector generador de divisas, trabajo y riqueza al borde de su desaparición. Es el que ha sumergido a los argentinos en la orgía de violencia, redes de narcotráfico e inseguridad cotidiana y ha convertido a nuestro país en hazmerreír de todo el mundo condenándolo a su intrascendencia, ha llevado a la educación popular a un estadio terminal, al desmantelamiento de la defensa nacional y al resurgimiento de enfermedades de la pobreza que habían sido erradicadas hace décadas, como la tuberculosis y el dengue en barriadas hacinadas, olvidadas de todos los servicios pero ferreamente subordinadas a los caudillejos territoriales que lucran con las urgencias de los compatriotas sin recursos.
Pero ese deguace se acerca a su límite con la manipulación actual del único elemento de legitimidad que podía invocar el gobierno: su respaldo electoral. Estas elecciones se acercan peligrosamente a las parodias de los regímenes antidemocráticos, los que había y los que aún hay, manipuladas en su gestión, en sus fechas, en sus normas, en sus candidaturas, en sus reglamentos y hasta en sus resultados.
A partir de este proceso, nada será igual en la Argentina. Aceptadas hoy las candidaturas engañosas, de aquí en más todas podrán serlo. No habrá límites a los malabarismos de los detentadores del poder, que se sentirán con derecho a pasar por encima de las leyes fundamentales no ya del ejercicio del mando –sobre las que están pasando diariamente- sino de su propia conformación.
Son días tristes para la democracia, que con tanta ilusión comenzamos a construir hace un cuarto de siglo. No interesa tanto el resultado electoral. En todo caso, ilusiona el surgimiento de dirigentes nuevos en todas las fuerzas alternativas, aún en aquella tradicional fuerza popular que dio origen y aún sostiene a este disparatado equipo de gobierno. Pero esa ilusión no alcanza a mitigar el desasosiego de muchos argentinos que creyeron que su querido país había comenzado a recuperarse, desde 1983, de sus andanzas del medio siglo anterior, pero observan que, entrando el siglo XXI todavía deben seguir la lucha por las mismas banderas por las que se luchaba hace un siglo: la horadez administrativa, la pureza del sufragio y la propia vigencia de la Constitución Nacional.
Ricardo Lafferriere
El cambio abrupto del contexto económico internacional que benefició al país a pocos meses de aquel condenable contubernio, con base en empresarios protegidos y políticas clientelares centradas en el cinturón bonaerense, permitió disimular el deguase. A pesar de pasar inadvertida para el gran público, la peligrosa tendencia fue acompañada por una creciente preocupación por los ciudadanos que con más interés observaban el proceso político, alertando reiteradas veces sobre su inexorable final.
Puede discutirse si todo comenzó con la negativa a la formación de un gobierno de unión nacional en el 2001, con la manipulación del proceso electoral del 2003 o con la remoción autoritaria de la desprestigiada Suprema Corte de Justicia anunciada por cadena nacional por el recien elegido Presidente Kirchner. Sea como sea, fueron los hitos iniciales que abarcaron el olvido del “país normal” y la “Reforma Política” reclamada y anunciada con bombos y platillos por Néstor Kirchner en su campaña electoral, siguieron con la subordinación de la Justicia a través de la modificación del Consejo de la Magistratura, se consolidaron con la renuncia de las facultades del Congreso a través de las sucesivas reiteraciones de las “delegaciones de facultades” y “poderes extraordinarios” en el Poder Ejecutivo, la discrecionalidad en la distribución de los fondos públicos por parte del Presidente de la Nación –y, últimamente, por el cónyuge de la presidenta de la Nación- y la intervención discrecional del gobierno en los patrimonios privados, la utilización de la AFIP como organismo de persecusión y disciplinamiento empresarial y la manipulación del INDEC como mecanismo de incautación y transferencia de riqueza.
El deguace institucional no es gratuito. Ha sido el que permitió, entre otras cosas, la incautación ilegal del patrimonio que diez millones de argentinos atesoraban para enfrentar su vejez, la escatológica decisión de asignar Un millón de dólares por día a fondo perdido a una empresa aérea que no presta ningún servicio a la nivelación social de los argentinos en un momento de crecimiento de la pobreza y la miseria a niveles inéditos, o la prohibición de exportar carne llevando a un sector generador de divisas, trabajo y riqueza al borde de su desaparición. Es el que ha sumergido a los argentinos en la orgía de violencia, redes de narcotráfico e inseguridad cotidiana y ha convertido a nuestro país en hazmerreír de todo el mundo condenándolo a su intrascendencia, ha llevado a la educación popular a un estadio terminal, al desmantelamiento de la defensa nacional y al resurgimiento de enfermedades de la pobreza que habían sido erradicadas hace décadas, como la tuberculosis y el dengue en barriadas hacinadas, olvidadas de todos los servicios pero ferreamente subordinadas a los caudillejos territoriales que lucran con las urgencias de los compatriotas sin recursos.
Pero ese deguace se acerca a su límite con la manipulación actual del único elemento de legitimidad que podía invocar el gobierno: su respaldo electoral. Estas elecciones se acercan peligrosamente a las parodias de los regímenes antidemocráticos, los que había y los que aún hay, manipuladas en su gestión, en sus fechas, en sus normas, en sus candidaturas, en sus reglamentos y hasta en sus resultados.
A partir de este proceso, nada será igual en la Argentina. Aceptadas hoy las candidaturas engañosas, de aquí en más todas podrán serlo. No habrá límites a los malabarismos de los detentadores del poder, que se sentirán con derecho a pasar por encima de las leyes fundamentales no ya del ejercicio del mando –sobre las que están pasando diariamente- sino de su propia conformación.
Son días tristes para la democracia, que con tanta ilusión comenzamos a construir hace un cuarto de siglo. No interesa tanto el resultado electoral. En todo caso, ilusiona el surgimiento de dirigentes nuevos en todas las fuerzas alternativas, aún en aquella tradicional fuerza popular que dio origen y aún sostiene a este disparatado equipo de gobierno. Pero esa ilusión no alcanza a mitigar el desasosiego de muchos argentinos que creyeron que su querido país había comenzado a recuperarse, desde 1983, de sus andanzas del medio siglo anterior, pero observan que, entrando el siglo XXI todavía deben seguir la lucha por las mismas banderas por las que se luchaba hace un siglo: la horadez administrativa, la pureza del sufragio y la propia vigencia de la Constitución Nacional.
Ricardo Lafferriere
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