No hay
gobierno que “todo lo haga mal”. Como lo hemos repetido hasta el cansancio,
hasta Hitler hizo en su país autopistas que aún hoy se usan y Mussolini un
Código del Trabajo que incorporaba derechos obreros en ese tiempo aún
cuestionados.
Ello no
significaba que las iniciativas debieran apoyarse. Las primeras, porque tenían
como objetivo contar con pistas de aviación desde las que lanzar sus “blitzkriegs”
aéreos que asolaron Gran Bretaña, Francia, y antes Polonia y Checoslovaquia. El
segundo, porque lo que buscaba era disimular su ataque y desmantelamiento de los
sindicatos opositores.
Pero no
es necesario irnos tan lejos en la geografía y en la historia. Tenemos ejemplos
más cercanos.
La “reforma
previsional” se justificó en la necesidad de limitar las usurarias comisiones
de las AFJP. Tras ese justo objetivo, se produjo la confiscación grosera de
todos los ahorros previsionales que los ciudadanos habían realizado durante
años, protegidos por la ley argentina, para prever su futuro. Fueron despojados
de esos ahorros y enviados al “fuentón de la mínima”, en el que comparten la
suerte con quienes reciben el haber de subsistencia por no haber aportado nunca
al sistema. Pero el objetivo, lo sabemos
ahora y algunos lo denunciamos entonces, era engrosar la caja discrecional del
oficialismo con esos fondos mal habidos, que hoy se han dilapidado en las
aventuras de corrupción y dispendio clientelar, sin decisión parlamentaria ni
control alguno.
¿Qué no
decir de otra “reforma” aparentemente justa, la del espacio audiovisual? Despertaron
la ilusión de miles de bien intencionados que creyeron en las banderas de la
pluralidad informativa, el florecimiento de productoras, la multiplicación de
canales alternativos, las voces para las minorías… y terminan viendo, pocos
años después, el verdadero objetivo: alinear, disciplinar y conformar un
gigantesco monopolio corporativo oficial que ahoga cualquier voz disidente del
relato hegemónico, al punto de insistir en su lucha despiadada frente a los
poquísimos medios que aún no controla.
¿No son
suficientes ejemplos? Hay muchos más. Lo que no hay es tanto espacio. Así que
vayamos al grano: la reforma judicial.
Siguiendo
el manual “K”, se señalan las falencias de la justicia. Y con la misma práctica
perversa, se pretende el apoyo de las víctimas, para concentrar más poder y
disciplinar el único espacio público que no le responde en forma automática: la
justicia.
Como
toda la sociedad, la justicia está llena de luces y sombras. La pretensión
oficial es terminar con las luces y mandarla toda a la sombra. Obtener el pase
libre para su pretensión hegemónica definitivamente convertida en dictatorial, “totalitaria”
en el sentido de dominar todo.
Por
supuesto que hay “cosas buenas” en la reforma propuesta, como las había en la
reforma previsional, o en la de medios. En las autopistas de Hitler y en el
Código del Trabajo del fascismo. Pero la experiencia nos dice que esas cosas
buenas esconden las macabras.
Dominar
el Consejo de la Magistratura por encima de la manda constitucional, limitar la
aplicación de las medidas cautelares –que existen así desde el derecho romano…-
porque no le permite a los caprichos presidenciales avanzar sobre los derechos
constitucionales de los ciudadanos, manipular la designación y cesantía de
jueces como hemos visto que ha sido la norma en estos años…y así hasta el
cansancio.
No hay "buena fe" en esta
propuesta. Si no fuera así, carecería de justificación la expresión del Senador
Fernández en el sentido de que "no se admitirán cambios". Una reforma
que afecta al poder cuya función es, por definición, resguardar los derechos de
todos los ciudadanos frente al poder político y económico, dejará afuera del
debate, al menos, a la mitad del país. Así se ha anunciado.
Por eso
fue una buena noticia no ver entre los aplaudidores a los representantes
legislativos opositores. Tal vez sea una imagen que, comenzando por la
negativa, pueda pavimentar el camino de lo positivo, un gran acuerdo patriótico
que termine de una vez con esta pesadilla que nos ha tocado soportar durante la
primer década de la actual centuria.
Y que entre
todos los compatriotas con vocación democrática y republicana, entre los cuales
hay muchos que creyeron de buena fe –y aún creen- en las buenas intenciones del
kirchnerismo, podamos retomar el rumbo de la construcción democrática, iniciada
en 1983 y detenida hasta hoy por los traumáticos acontecimientos del cambio de
siglo.
Ricardo Lafferriere