martes, 19 de marzo de 2013

Cristina y Francisco, ¿dos Argentinas?


Intransigente una, componedor el otro. Agresiva la primera, respetuoso el segundo.
Desafiante de límites e instituciones ella. Admirador de la convivencia y la diversidad, él. Prepotencia o diálogo. Soberbia o humildad.

Podría seguir señalándose diferencias casi hasta el infinito. Y ambas imágenes representarían al final las dos formas de enfrentar "el mundo y la vida" de nuestros compatriotas. Una siempre "buscando camorra", la otra siempre construyendo consensos.

En los últimos tiempos, ha sido la primera imagen la que el mundo recibía como nuestro mensaje. Tolerantes con las trampas y los incumplimientos. Soberbios en nuestro desprecio hacia los demás, como si fuéramos el ombligo del género humano. Acreedores eternos de la admiración ajena, a la vez que crónicos deudores fallidos por no saber cómo administrar ni siquiera las riquezas heredadas, haciendo goles con la mano y trampeando con descaro.

Esa Argentina, con su devaluada consideración general, se mostraba a todos como la única -o, al menos, predominante- identidad cultural y política de nuestra patria.

Pero hay -y siempre hubo- otra Argentina. Muestra al mundo, con Francisco, lo mejor de sí. Trabajadora y humilde, inteligente y culta, solidaria y respetuosa. Una Argentina sufriente por sus propios dramas, para la que la pobreza no es un argumento que justifique prepotencias, sino un compromiso permanente y silencioso por la superación de nuestra calidad de convivencia.

Una Argentina que defiende los recursos naturales y el ambiente con entrega y firmeza, que no admite dobles discursos ni su utilización falaz para la pelea del escenario, sino que  asume esa defensa como otro compromiso frente a las tentaciones que desata seguir depredándolos con el engañoso premio de inmediatos ingresos o riquezas, sea en Famatina resistiendo el sueño del oro, en los Andes defendiendo los glaciares o en Entre Ríos luchando contra el "fracking".

Dos Argentinas.

Tienen, sin embargo, una cosa en común: su capacidad de lucha, su tenacidad, su persistencia, su capacidad para levantarse siempre frente a las adversidades, lejanas al fatalismo. Tal vez es la impronta americana, que lo es no sólo del sur sino una característica de todo el continente. Esa cualidad compartida es un común denominador que también nos identifica.

En todo caso, si fuéramos capaces del milagro del entendimiento rescatando lo mejor de cada una, podríamos quizás volver a ser mirados con respeto y afecto por una humanidad que hoy enfrenta desafíos gigantes, entre ellos dos decisivos:  gestar un acuerdo global que garantice un piso de dignidad para todos los seres humanos y preservar nuestra propia casa común, nuestro planeta, pocas veces en su historia amenazado por peligros tan cercanos y catastróficos como los que hoy afectan nada menos que nuestra existencia como especie. 

Los cambios de actitudes y estilos requeridos para lograrlo parecían hasta hace horas, nada más, muy lejanos. Aún hoy resultan increíbles. Sólo el tiempo mostrará si las piadosas escenas de las dos Argentinas encontrándose en el Vaticano fueron la marca sincera de un cambio de tiempos, o una pose fingida de crudo oportunismo político.

Ricardo Lafferriere

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