Intransigente una, componedor el otro. Agresiva la primera,
respetuoso el segundo.
Desafiante de límites e instituciones ella. Admirador de la
convivencia y la diversidad, él. Prepotencia o diálogo. Soberbia o humildad.
Podría seguir señalándose diferencias casi hasta el
infinito. Y ambas imágenes representarían al final las dos formas de enfrentar
"el mundo y la vida" de nuestros compatriotas. Una siempre
"buscando camorra", la otra siempre construyendo consensos.
En los últimos tiempos, ha sido la primera imagen la que el
mundo recibía como nuestro mensaje. Tolerantes con las trampas y los
incumplimientos. Soberbios en nuestro desprecio hacia los demás, como si
fuéramos el ombligo del género humano. Acreedores eternos de la admiración
ajena, a la vez que crónicos deudores fallidos por no saber cómo administrar ni
siquiera las riquezas heredadas, haciendo goles con la mano y trampeando con
descaro.
Esa Argentina, con su devaluada consideración general, se
mostraba a todos como la única -o, al menos, predominante- identidad cultural y
política de nuestra patria.
Pero hay -y siempre hubo- otra Argentina. Muestra al mundo,
con Francisco, lo mejor de sí. Trabajadora y humilde, inteligente y culta,
solidaria y respetuosa. Una Argentina sufriente por sus propios dramas, para la
que la pobreza no es un argumento que justifique prepotencias, sino un
compromiso permanente y silencioso por la superación de nuestra calidad de
convivencia.
Una Argentina que defiende los recursos naturales y el
ambiente con entrega y firmeza, que no admite dobles discursos ni su
utilización falaz para la pelea del escenario, sino que asume esa defensa como otro compromiso frente
a las tentaciones que desata seguir depredándolos con el engañoso premio de
inmediatos ingresos o riquezas, sea en Famatina resistiendo el sueño del oro, en los Andes defendiendo los glaciares o en Entre
Ríos luchando contra el "fracking".
Dos Argentinas.
Tienen, sin embargo, una cosa en común: su capacidad de
lucha, su tenacidad, su persistencia, su capacidad para levantarse siempre
frente a las adversidades, lejanas al fatalismo. Tal vez es la impronta
americana, que lo es no sólo del sur sino una característica de todo el
continente. Esa cualidad compartida es un común denominador que también nos
identifica.
En todo caso, si fuéramos capaces del milagro del
entendimiento rescatando lo mejor de cada una, podríamos quizás volver a ser
mirados con respeto y afecto por una humanidad que hoy enfrenta desafíos
gigantes, entre ellos dos decisivos:
gestar un acuerdo global que garantice un piso de dignidad para todos los seres humanos y preservar nuestra propia casa común, nuestro planeta, pocas veces
en su historia amenazado por peligros tan cercanos y catastróficos como los que
hoy afectan nada menos que nuestra existencia como especie.
Los cambios de actitudes y estilos requeridos para lograrlo parecían hasta hace horas, nada más, muy lejanos. Aún hoy resultan increíbles. Sólo el tiempo mostrará si las piadosas escenas de las dos Argentinas encontrándose en el Vaticano fueron la marca sincera de un cambio de tiempos, o una pose fingida de crudo oportunismo político.
Ricardo Lafferriere
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