lunes, 18 de marzo de 2013

La lección



                Catorce entrevistas solicitadas, sin respuesta.

                Una audiencia pedida, respondida en menos de veinticuatro horas.

                La lección no necesita traducción. Mucho menos teniendo en cuenta que fue dada aún luego de saber que el propio embajador de ese gobierno fue el mensajero repartidor de carpetas difamatorias, al más puro estilo kirchnerista, entre los purpurados que fueran los electores del nuevo Papa, para bloquear su designación. No les preocupó quedar alineados con lo peor de la iglesia, las mafias vaticanas y los banqueros del Opus.

                A pesar de eso, a pesar de todo, la recibió con cordialidad, humildad, llaneza.

                Por nuestros pagos, ardía la ortodoxia sectaria. No sólo el pasquín oficial de doce páginas. La propia usina ideológica del régimen producía recalentamientos inesperados, como el expresado en el seno de la mismísima Biblioteca Nacional, dueña del relato “académico” kirchnerista.
   
                “Un retroceso político trascendente, inútil, criticable…”, informa la prensa que fueron las palabras del máximo intelectual oficialista, al parecer furioso no sólo por los afiches con que apareció empapelada Buenos Aires afirmando la alegría por tener “un Papa peronista”, sino con la propia orden presidencial de cambiar el enojo por la alegría ante la irreversible situación del nuevo Papa designado.

                Varias veces nos hemos referido en esta columna al “entrismo”, esa estrategia de la izquierda sin votos ni representatividad pero con discurso, que de pronto se encuentra con peronistas que sí tienen representatividad pero a los que les falta relato. Y se lo ofrecen.

                Se ahorran así el nada glamoroso trabajo del compromiso militante en barrios y fábricas, en villas y ONGs, que reciben “servido en bandeja” por quienes son movidos por los impulsos patrimonialistas y necesitan algo qué decir, porque no alcanza con mostrarse como nuevos ricos con terrenos en el sur, empresas estatizadas que les garantizan sueldos portentosos y mansiones no sólo en Puerto Madero y Punta del Este sino en cada lugar del país donde llegan los jóvenes maravillosos de hoy, con el apellido del desaparecido dirigente conservador genuflexo que usan como estandarte.

                El ala peronista del gobierno, la que enfrenta batallas –esperpénticas, pero en las que cree, como el Secretario de Comercio, o el Vicegobernador de Buenos Aires- no se perdió ni siquiera en el primer momento, en que hasta la propia presidenta daba vueltas en círculo sin encontrar la salida. Por instinto sabían –saben- dónde está el sentir popular y si algo no pierden es esa dosis de oportunismo que no puede superarse ni siquiera con la “pureza ideológica” o la intransigencia dogmática.

Éstos, los peronistas del gobierno, son duros e intransigentes cuando se trata de intereses. Difícilmente aflojen el mordiscón si se habla de retenciones, dólar acorralado o precios congelados. Pero si el tema son los símbolos que siente el pueblo que los vota, ahí no se juega.

La diplomática lección de ayer seguramente fue más advertida por los enojados que por los devotos, cuya linealidad probablemente les impide leer las filigranas protocolares y la sutileza semántica de los gestos vaticanos.

Se abre un camino apasionante. Los hechos dirán si el mensaje dialoguista, humilde y horizontal se encarna en el conflictivo escenario público de los argentinos, limitando con su sola existencia la tendencia al absolutismo autocrático, de pronto convertido en una grotesca antigualla conceptual y política.

En todo caso, ello dependerá de la sabiduría de la sociedad, de las mayorías, para interpretar y hacer propio el estilo de construcción cooperativa, deterrando el “o unos u otros” que se le ha querido imponer sin matices en los últimos años.

Un “o unos u otros” que llegó al punto de no aceptar un diálogo pedido por catorce veces nada menos que por el Cardenal primado y Arzobispo de la Capital Federal, que cuando se invirtieron las jerarquías, en menos de un día abrió sus puertas al primer pedido que le hiciera quién por tantas veces hiciera oídos sordos a sus ruegos de diálogo.

Por el bien del país y de nuestra convivencia, sería muy bueno que la lección se aprendiera, y que comenzara una nueva forma de entendernos entre argentinos.


Ricardo Lafferriere

               
               
                

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