“Bergoglio
fue un represor, entregador de curas”.
“I am
sorry for you…”, fue el extraño post recibido por mi esposa en su sitio de
Facebook, de parte de una amiga norteamericana, pocas horas después de la
designación del nuevo Papa.
No
entendimos el mensaje, y ante nuestro pedido de aclaración, nos contestó de
inmediato que al comienzo se había alegrado, pero que esa alegría se había
transformado en tristeza cuando leyó las noticias sobre los antecedentes del
Papa designado, como “cómplice de los genocidas”.
Ante nuestra inmediata –y casi
indignada- aclaración, se disculpó de aclarándonos que su post había sido
motivado por la identificación y compromiso que ella sabía que nosotros
profesamos con los derechos humanos y los principios democráticos.
Pocos
medios en el mundo fueron indemnes a la rápida y aleve campaña que las usinas comunicacionales
kirchneristas desataron esas horas inmediatas al nombramiento del Cardenal
Bergoglio para ocupar la silla papal.
Por
supuesto, las mentiras tienen patas cortas y las notas posteriores no
mencionarían más el exabrupto. Las rápidas reacciones de personalidades
indiscutidas en su compromiso con la defensa de los derechos humanos, entre
otros Horacio Pérez Esquivel, Graciela Fernández Meijide y Alicia Oliveira
fueron los antídotos del veneno.
Bergoglio
jamás tuvo actuación cómplice con la represión. Agregaría: tampoco con los que
provocaron la sangrienta reacción dictatorial con sus actos y prédicas previas
a la dictadura. Tal vez eso es lo que saca de quicio al actual oficialismo. O
tal vez su negación a silenciar su voz cuando creyó oportuno señalar el daño
que la intolerancia, los desbordes de poder, la utilización clientelar de la
pobreza y el desmantelamiento institucional estaban produciendo en la
convivencia nacional.
Las
cosas están claras, pero el daño fue hecho. La gran infamia de las usinas
kirchneristas aprovecharon un momento de extrema sensibilidad informativa para
impregnar con su prédica sectaria un momento de regocijo general de los
argentinos.
Pero
también sirvió para que el mundo observara en directo, en un tema de trascendencia
universal, lo que tenemos que sufrir los argentinos cotidianamente en las
pequeñas cosas de nuestro pago chico.
Ricardo Lafferriere
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