domingo, 14 de abril de 2013

Los muertos de Néstor y Cristina


“Los muertos están muertos…”
Juan Manuel Abal Medina, Jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, luego de la tragedia ferroviaria de la Estación Once.

“Un muerto más o uno menos no modifica nada…”
Gabriel Mariotto, Vicegobernador de Buenos Aires, luego de la tragedia de La Plata.

                Sería, tal vez, injusto poner en la cuenta del matrimonio presidencial la totalidad de los muertos producidos en los últimos diez años –los que ellos llevan gobernando- por la ineficiencia del Estado, la incapacidad de gestión, la indolencia o simplemente el desinterés por la suerte de la vida de los argentinos.

                No resulta sencillo, sin embargo, discriminar los que responden a esa causa y los que simplemente obedecen a estadísticas imposibles de reducir. Algunas cuentas hacen ascender la contabilidad de los muertos del kirchnerismo a alrededor de 30.000, número artero si los hay para referirse a esta contabilidad.

                Llegan a este número sumando los muertos por accidentes viales debido al mal estado de las rutas -29.183-, los producidos por hechos de inseguridad debido al desmantelamiento de las fuerzas policiales y la instalación del narcotráfico -9.125-, los que sumaron la tragedia de Cromagnón por ineficiencia de los organismos de control -195-, el accidente ferroviario de Once debido a la corrupción kirchnerista en el sector Transporte -52- y los muertos en las inundaciones de La Plata por ineficacia y nuevamente corrupción en la gestión kirchnerista platense –el número oscila entre 51 y 127, depende qué informe escuchemos-.

                En esta cuenta no se agregan los “puchitos”: los muertos en los enfrentamientos internos con grupos opositores –Mariano Ferreyra-, los que resultaron de los hechos represivos frente a protestas gremiales –Carlos Fuentealba-, o los de desapariciones, como la de Julio Jorge López. Y varios más.

                Si estos números fueran colocados en su totalidad en la cuenta kirchnerista, éste habría sido hasta ahora el gobierno más sangriento de la historia argentina, superando incluso al del “proceso”.

                Convengamos, sin embargo, que no todas son responsabilidad exclusiva del kirchnerismo.

                En los accidentes de tránsito, la evolución en la última década parece dar la razón, si no en todo, al menos en la mitad de estas cifras. En el 2002, las muertes por accidentes en la Argentina fueron 3200. En 2008, la cifra anual había crecido a 4315, y en el 2012 ya alcanzó las 7485. El pocentaje de incremento de muertes en accidentes durante el kirchnerismo ascendió casi un 150 %. El retraso de la infraestructura, el descuido del estado de las rutas, la falta de señalización, el desmantelamiento de las policías de tránsito, en síntesis, la desidia y la inoperancia de la gestión “K” fueron las responsables directas o indirectas de más de 10.000 muertos.

Una contabilidad adecuada de las víctimas de la inseguridad, por su parte, debiera comparar el promedio de muertes “antes de K” y el mismo “durante K”. Aquí la sorpresa sería “contraintuitiva”, dando parcialmente la razón al argumento cristinista de la “sensión térmica de inseguridad”.

En efecto, el crecimiento de los números nominales al igual que los porcentajes mostraría un nivel estadístico de muertes violentas más o menos estable (entre 5 y 6 cada 100.000 habitantes, el doble de Europa pero la mitad de USA y la décima parte que Brasil, por ejemplo) por lo que eximiría a Néstor y Cristina de este rubro, donde lo que sí se nota es un incremento de la violencia en los robos, hurtos y delitos contra la propiedad, así como el salvajismo de algunos asesinatos que reflejan la instalación en el país de las redes de narcotráfico –con sus métodos característicos-.

Cromagnon fue una transición en la que se conjugaron vicios del pasado con los que comenzaron a profundizarse con los tiempos K. La irresponsabilidad estatal, la indiferencia ante la vida, la frivolidad en el tratamiento de cuestiones de seguridad, la indiferencia por el dolor de las víctimas. Tal vez no debieran imputarse en forma directa al kirchnerismo –quien gobernaba la ciudad era su aliado Néstor Ibarra- pero también fue una clara corresponsabilidad de los artistas, del propietario del local y –por qué no decirlo- de algunos concurrentes. Pero fue también la primera demostración de la indiferencia del matrimonio ante la tragedia ajena: no interrumpieron ni por un instante su “descanso” en Calafate para acercarse a las víctimas y compartir su dolor.

Pero donde sí el régimen “K” vuelve por sus fueros son las tragedias de la Estación Once y las inundaciones de La Plata. No existe justificación alguna para el deterioro en que circulaban –y aún circulan- los ferrocarriles, que cuanto más pobre es el nivel de sus usuarios más descuidados e inseguros son. Un accidente con una formación que circulaba a menos de 25 kms/hora produjo más de medio centenar de muertos y centenares de heridos –algunos, con secuelas de por vida- cuando vemos accidentes en Europa con trenes de alta velocidad con saldos de muy pocas vidas y algunos heridos.

En La Plata, la responsabilidad por la tragedia es inexcusable. Los avisos previos de alerta fueron reiterados por organismos técnicos y universitarios desde, al menos, una década antes. La desidia aquí fue claramente responsabilidad de las administraciones locales de la Ciudad y de la Provincia de Buenos Aires, cuyas autoridades de Hidráulica han desaparecido de la escena con el argumento que habían “delegado” esas tareas en los Municipios. Tal vez habría que recordarles que la “delegación” puede realizarse sobre la ejecución de las obras, pero no de la responsabilidad que les toca. Tanto la gestión de Bruera como la de Scioli –y la anterior de Solá- comparten esos muertos con los Kirchner. Pero, en nuestra cuenta, son claramente muertos de Néstor y Cristina.

Como lo son los rápidamente ocultos casos de Julio Jorge López, de Mariano Ferreyra, de Carlos Fuentealba –compartido con la gestión local-, y de otros varios cuya lista abriría la ventana del recuerdo sobre casos que tuvieron su presencia periodística y fueron rápidamente tapados por el devenir denso y complicado de la vida nacional.

No hemos hablado sobre las víctimas de la trata, de la persecución policial por razones de intolerancia sexual, y de otras lacras similares. Concedemos que esta situación golpearía las conciencias hasta de Néstor y Cristina. Aunque recordemos que son, también, muchos, entre los que destacan Fernanda Aguirre y Marita Verón.

                En síntesis: sería injusto decir que Néstor y Cristina han sido los presidentes más sanguinarios de la historia. No sólo injusto: estaríamos lejos de la verdad. Pero no lo estamos si decimos que gracias a las falencias injustificadas de sus gestiones que administraron el mejor ciclo económico de las últimas décadas, a su desinterés por la seguridad y la vida de las personas comunes patentizada en las frases de Abal Medina y de Mariotto que encabezan esta nota, a su indiferencia tristemente modélica con el dolor ajeno, a su actitud tolerante con la corrupción y a la permisividad de la imbricación del narcotráfico con importantes escalones del poder el Estado, son responsables no de decenas de miles, pero sí de muchos centenares de muertes de compatriotas inocentes.

Ricardo Lafferriere

sábado, 13 de abril de 2013

Reforma Judicial



Quien con este escenario no se dé cuenta, es cómplice o quinta columna. Muy bueno el trabajo opositor conjunto. Los ciudadanos esperan que se profundice.

En el 2011 había quienes impostaban los "límites" posibilitando la reelección de Cristina Kirchner. Y todavía se recuerda la nota de Beatriz Sarlo en La Nación diciendo que no se veían tropas extranjeras en el país que justificaran juntarse, como si ése fuera el único peligro que amenaza a una democracia. Ahora vemos las consecuencias.

Si estamos llegando a ésto, es en gran medida por la supina torpeza y egoísmos de importantes dirigentes opositores en el 2011, peleando para sacarse medio punto de ventaja uno a otro aunque le regalaran 30 puntos de diferencia al oficialismo. Y por la soberbia intelectual de algunos "pensadores progresistas", privilegiando viejos odios en lugar de la defensa de la democracia y el estado de derecho. Debieran reconocer su error con humildad.

Ahora no quedan muchas más opciones que retomar las marchas, empezando con la del 18. Es de esperar que ningún iluminado dirá, como en setiembre del año pasado, que "hay que tener cuidado, porque va Cecilia Pando"... como si marchar por la defensa de las libertades tuviera algo que ver con el proceso o la reivindicación de la violencia de estado. Escuchamos entonces esa “advertencia” de varios que, por cierto, se apresuraron a sumarse cuando advirtieron la dimensión del movimiento ciudadano.

Ésta –como las marchas del año pasado- indican, además, la ceguera de aquellos que sostenían que los ciudadanos no se movilizan por banderas institucionales, sino sólo por carencias económicas. Las dos manifestaciones autoconvocadas más grandes de la historia argentina se hicieron con banderas que nada tenían de “económicas”. Los millones de compatriotas movilizados en setiembre y noviembre del 2011 reclamaron estado de derecho, fin de la corrupción, respeto a la constitución, libertad de prensa, independencia de la justicia. Lo mismo que reclamarán los que se movilicen el 18 de abril.

Debemos comenzar a marchar nuevamente los ciudadanos, para defender, movidos sólo por nuestra conciencia, la posibilidad de convivir en un estado de derecho. El 18 será el comienzo.

Pero seguirán muchas más. No por un golpe. Mucho menos tolerando un autogolpe. Deben ponerse en marcha los remedios previstos por la propia Constitución Nacional para quienes se alcen contra ella, en este caso su artículo 53, por todas las causales que configuran el mal desempeño del cargo de Presidenta de la Nación: el Juicio Político.

Los Diputados reflejarán así la demanda de millones de compatriotas de todas las fuerzas políticas, peronistas, radicales, PROs, Cívicos, Socialistas, Liberales e independientes, que han sostenido durante tres décadas esta democracia y no quieren perderla.

Ricardo Lafferriere

martes, 9 de abril de 2013

Bastardeando buenas causas



                No hay gobierno que “todo lo haga mal”. Como lo hemos repetido hasta el cansancio, hasta Hitler hizo en su país autopistas que aún hoy se usan y Mussolini un Código del Trabajo que incorporaba derechos obreros en ese tiempo aún cuestionados.

                Ello no significaba que las iniciativas debieran apoyarse. Las primeras, porque tenían como objetivo contar con pistas de aviación desde las que lanzar sus “blitzkriegs” aéreos que asolaron Gran Bretaña, Francia, y antes Polonia y Checoslovaquia. El segundo, porque lo que buscaba era disimular su ataque y desmantelamiento de los sindicatos opositores.

                Pero no es necesario irnos tan lejos en la geografía y en la historia. Tenemos ejemplos más cercanos.

                La “reforma previsional” se justificó en la necesidad de limitar las usurarias comisiones de las AFJP. Tras ese justo objetivo, se produjo la confiscación grosera de todos los ahorros previsionales que los ciudadanos habían realizado durante años, protegidos por la ley argentina, para prever su futuro. Fueron despojados de esos ahorros y enviados al “fuentón de la mínima”, en el que comparten la suerte con quienes reciben el haber de subsistencia por no haber aportado nunca al sistema.  Pero el objetivo, lo sabemos ahora y algunos lo denunciamos entonces, era engrosar la caja discrecional del oficialismo con esos fondos mal habidos, que hoy se han dilapidado en las aventuras de corrupción y dispendio clientelar, sin decisión parlamentaria ni control alguno.

                ¿Qué no decir de otra “reforma” aparentemente justa, la del espacio audiovisual? Despertaron la ilusión de miles de bien intencionados que creyeron en las banderas de la pluralidad informativa, el florecimiento de productoras, la multiplicación de canales alternativos, las voces para las minorías… y terminan viendo, pocos años después, el verdadero objetivo: alinear, disciplinar y conformar un gigantesco monopolio corporativo oficial que ahoga cualquier voz disidente del relato hegemónico, al punto de insistir en su lucha despiadada frente a los poquísimos medios que aún no controla.

                ¿No son suficientes ejemplos? Hay muchos más. Lo que no hay es tanto espacio. Así que vayamos al grano: la reforma judicial.

                Siguiendo el manual “K”, se señalan las falencias de la justicia. Y con la misma práctica perversa, se pretende el apoyo de las víctimas, para concentrar más poder y disciplinar el único espacio público que no le responde en forma automática: la justicia.

                Como toda la sociedad, la justicia está llena de luces y sombras. La pretensión oficial es terminar con las luces y mandarla toda a la sombra. Obtener el pase libre para su pretensión hegemónica definitivamente convertida en dictatorial, “totalitaria” en el sentido de dominar todo.

                Por supuesto que hay “cosas buenas” en la reforma propuesta, como las había en la reforma previsional, o en la de medios. En las autopistas de Hitler y en el Código del Trabajo del fascismo. Pero la experiencia nos dice que esas cosas buenas esconden las macabras.

                Dominar el Consejo de la Magistratura por encima de la manda constitucional, limitar la aplicación de las medidas cautelares –que existen así desde el derecho romano…- porque no le permite a los caprichos presidenciales avanzar sobre los derechos constitucionales de los ciudadanos, manipular la designación y cesantía de jueces como hemos visto que ha sido la norma en estos años…y así hasta el cansancio.

                  No hay "buena fe" en esta propuesta. Si no fuera así, carecería de justificación la expresión del Senador Fernández en el sentido de que "no se admitirán cambios". Una reforma que afecta al poder cuya función es, por definición, resguardar los derechos de todos los ciudadanos frente al poder político y económico, dejará afuera del debate, al menos, a la mitad del país. Así se ha anunciado.

                Por eso fue una buena noticia no ver entre los aplaudidores a los representantes legislativos opositores. Tal vez sea una imagen que, comenzando por la negativa, pueda pavimentar el camino de lo positivo, un gran acuerdo patriótico que termine de una vez con esta pesadilla que nos ha tocado soportar durante la primer década de la actual centuria.

                Y que entre todos los compatriotas con vocación democrática y republicana, entre los cuales hay muchos que creyeron de buena fe –y aún creen- en las buenas intenciones del kirchnerismo, podamos retomar el rumbo de la construcción democrática, iniciada en 1983 y detenida hasta hoy por los traumáticos acontecimientos del cambio de siglo.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 3 de abril de 2013

"Ocupate vos, Cuervo..."


                Ni siquiera George W. Bush al visitar el sitio de las torres gemelas derrumbadas dio un espectáculo tan rudimentario, decadente, triste… en suma, indignante.

                Tal vez pretendió ser una reacción intimista. Lo que trascendió es improvisación, intento de utilización política, y una demostración descarnada del funcionamiento del poder en el país.

                
                 Ver a la señora presidenta de la Nación buscando entre el público al vicepresidente de un club deportivo del barrio para encargarle que reciba los colchones que la gente donaría y escucharla manifestar que “hablaría con el Intendente, con el Gobernador”, para “ver qué se puede hacer” simboliza la degradación de la política mostrando cabalmente su portentosa inutilidad.

                No se trata de un simple accidente automovilístico, sino de la mayor catástrofe de la historia, causa de muerte de decenas de personas y la pérdida de bienes de hogares de todo nivel social que han visto desaparecer ante sus ojos el fruto del esfuerzo de toda su vida.

                Una visita presidencial a los damnificados no puede demostrar tal nivel de improvisación y desconocimiento. Ni un anuncio de paliativo o de ayuda, ni un ofrecimiento de ambulancias nacionales, ni un apoyo de fuerzas de seguridad y de salud pública, ni una medida de defensa civil que haya puesto en marcha en razón del gigantesco poder que concentra, dueña absoluta y excluyente de los recursos públicos nacionales que, por otra parte, son los únicos que existen.

                ¿Cómo no van a estar enojados los vecinos? ¿Qué pretendía, que la aplaudan, porque “cuando tenía 15 años sufrió una inundación en la que el agua le llegó a la rodilla”? ¿No fue informada que hay compatriotas que murieron ahogados porque sus casas fueron inundadas con dos y tres metros de agua? ¿no le dijeron que se están encontrando cadáveres en las casas inundadas, de personas que murieron porque no pudieron subir al techo, por edad, discapacidad o simplemente carecer de una escalera?

                Señora, no alcanza con decirle al tal “Cuervo” que se ocupe. No puede ser que no haya observado usted la dimensión de la catástrofe, y que crea que pueda enfrentarla como si se tratara de un ciudadano que le pide un puesto público.

                No, señora. No está bien lo que hace. No está bien desaparecer cuando hay problemas, y tratar de usar los problemas para promover su imagen, despreocupándose de su solución real. No está bien que haya desaparecido cuando Cromagnon, cuando Once y en la propia inundación de la Capital. Y no está bien que decida aparecer para tratar de cosechar algún apoyo populista en un distrito al que ha condenado, entre otras cosas, a que sus niños no tengan clase y a los hospitales bonaerenses a que no puedan sacar de la Aduana las ambulancias que han comprado, nada menos que en este momento y nada más que por el capricho de una disputa interna partidaria de su fuerza.

                Esa fuerza que, por otra parte, se dedicó durante toda la terrible noche del lunes-martes en la Capital a sabotear el trabajo de las fuerzas de Bomberos, del SAME y de la propia policía metropolitana, agregando a la angustia de los damnificados la prepotencia punteril de grupos armados que tomaron viviendas apunta de pistola y atacaban hasta físicamente a los funcionarios y empleados de los organos pertinentes del gobierno de la ciudad que llegaban con su ayuda.

                Es cierto que muchos compatriotas la votaron. Lo que también es cierto es que, aunque hayan hecho eso, no se merecen esto. Porque no fue para ésto que la votaron.


Ricardo Lafferriere

lunes, 1 de abril de 2013

Coparticipar la emisión monetaria. ¿Un dislate?



“Si vamos a truchar, truchemos todos”, expresó hace algunos meses la señora presidenta, refiriéndose a la falsificación de números que realiza su gobierno de importantes números de la economía del país.

Comentamos en su momento la expresión, evidencia de la escasa ética pública con que se enfocan, desde el actual oficialismo, los problemas del país.

Hoy, ante la demora en comenzar sus clases de más de cuatro millones de niños argentinos, pertenecientes en su enorme mayoría a familias de compatriotas de menores recursos que no pueden evadir la trampa de la falta de educación enviando sus hijos a colegios pagos, es oportuno recordar que la situación no se produce porque “el mundo se nos vino encima”, sino que es la consecuencia inexorable del vaciamiento de las finanzas provinciales generada por la inflación.

Cierto es que hay responsabilidad directa de la administración provincial. Sin ir más lejos, su distrito vecino, la Capital Federal, no sólo tiene clases normalmente, sino que fue uno de los primeros distritos en cerrar las paritarias con los gremios docentes, pactando niveles salariales que superaron claramente la paritaria nacional y se acercaron a la inflación sufrida.

Sin embargo, no puede olvidarse que la gran inflación desatada por la emisión monetaria descontrolada tiene sobre las provincias un efecto demoníaco. No se trata, en efecto, sólo de la arbitraria distribución de recursos coparticipables. Es mucho más grave.

La inflación, como lo explican los economistas, puede tener varias causas. No son idénticas, ni de la misma magnitud. Pero en el caso argentino, un componente central del proceso inflacionario es la emisión que realiza el gobierno nacional tomando papeles impresos sin respaldo económico ni legal por parte del Banco Central para financiar sus gastos por encima de sus impuestos.

Esa emisión, que alcanza ya al 40 % del circulante, tiene los mismos efectos que una falsificación de dinero. La sobreabundancia de papel moneda, cada vez más papel y menos moneda, le hace perder su valor, lo que como contracara aparece ante los ciudadanos como un “aumento de precios”, frente al que, obviamente, tratan de defenderse. No es casual que el valor de la divisa en el mercado no oficial sea, justamente, alrededor del 40 % más que la “oficial”.

Pero este fenómeno tiene otra consecuencia fatal: cuando aumentan los precios por la emisión, el estado nacional que “administra” Cristina no tiene mayor problema en aumentar sus pagos. Recurre a la sencilla práctica de fabricar más papel moneda y con eso paga.

Las provincias no pueden hacer eso, porque no tienen Banco Central propio. Y tampoco pueden recaudar, porque sus principales ingresos son retenidos por el Estado Nacional, que los recauda en su nombre (porque son concurrentes) pero que no se los remite, y que, además, no favorece la discusión de la Ley Constitucional de Coparticipación Federal de Impuestos, que debería estar sancionada desde el  31/12/1996 –artículo transitorio 6° de la Constitución Nacional-.

Sus costos aumentan día a día –no sólo salarios, sino insumos e inversiones- afectando inexorablemente a servicios prestados a los ciudadanos –salud, educación, justicia, seguridad, vialidad- que la Nación no presta. En términos más sencillos, la inflación que genera Cristina provoca que Scioli, Macri, de la Sota, Colombi, y todos los gobernadores, no puedan mantener al día sus gobiernos. Y tampoco los Municipios, últimos eslabones de la cadena.

Es una tenaza que les aumenta costos pero que, a diferencia del gobierno nacional, les reduce ingresos. Políticamente, significa por último que vacía de auténtica vida política a las jurisdicciones locales que en lugar de debatir qué hacen con sus recursos, quedan reducidas a discutir homenajes.

La presidenta, por su parte, está en el mejor de los mundos. La inflación le hace “recaudar” más, lo que le falte lo imprime, y por último le permite utilizar las remesas nacionales, como “ayuda”, a cambio de disciplinarse a sus intenciones políticas. Diana Conti y el propio ministro De Vido lo han dicho expresamente: habrá fondos para el que se discipline. Y el presupuesto discutido en el Congreso queda también convertido en un papel intrascendente.

La situación actual es pre-constitucional. Es más: claramente es un barbarismo legal. No hay país en el mundo que no tenga reglamentada en forma clara y terminante su régimen fiscal. En el fondo, las Constituciones deben reglamentar ese tema, a la vez que las relaciones entre el poder y los ciudadanos. La metodología del sistema rentístico del país no se corresponde a un estado de derecho y está generando fuertes responsabilidades de futuro a los funcionarios que la ejecutan.

La financiación pública con emisión y sin aprobación parlamentaria previa debería ser proscripta y convertida en delito, asimilándola a la falsificación de dinero. Pero mientras ello no ocurra, y mientras no se ponga en caja la arbitraria recurrencia a esa emisión sin respaldo, ésta debería ser coparticipada.

Esta medida puede parecer alocada, pero no se ve de qué otra forma puede detenerse el ajuste sobre los argentinos que reciben los servicios brindados por las provincias, que no otra cosa es la inflación desatada.

El remedio de fondo no puede incluir este mecanismo espurio de financiamiento público. Pero mientras exista, no es posible aceptar que sea utilizado por uno de los órganos del Estado, el nacional, que poco o ningún servicio presta a los ciudadanos, mientras que aquéllos que sí lo hacen queden convertidos en la correa de transmisión de un ajuste inmisericorde que llega a todo el país, pero cuya expresión más clara la estamos viendo, hoy, en la provincia de Buenos Aires. En el mes de abril, pasando Semana Santa, los niños están aún sin clases.

Si hay perversión en un ajuste, es ésta.

Ricardo Lafferriere



martes, 26 de marzo de 2013

Consecuencias...



                Si hay algo en política que es inevitable, son las consecuencias.

                Un querido y recordado co-provinciano, César Jaroslavsky, solía decir que en política importan los resultados. No pretendía con eso, obviamente, justificar los medios por los fines, sino advertir sobre la tendencia a la hiper-teorización que termina olvidando la realidad y  logrando lo contrario de lo buscado.

                La reflexión viene a cuento del debate que se está realizando en el campo político sobre las alianzas de cara al proceso electoral, que deben definirse en pocas semanas ante el vencimiento del plazo de inscripción.

                Desde esta columna hemos sostenido durante más de una década que el sustrato político-cultural de la Argentina muestra dos grandes agregados con vocación de gobierno: uno, populista y otro republicano. El primero ha logrado unificar sus vertientes y ha ofrecido a la sociedad una alternativa con fuertes aspectos condenables, pero con capacidad de contener sus diferencias y disciplinar a los propios. El segundo, a raíz de una impostación evidente de sus presuntas “diferencias ideológicas”, muestra incapacidad de articular consensos y de disciplinar a sus integrantes.

                No se agregue acá el argumento de “izquierdas” y “derechas”, porque las hay en ambos agrupamientos. Ni tampoco se busquen intenciones ocultas en quien esto escribe, que ha sido y es transparente en sus reflexiones y en su vida política. Claramente, es partidario de una Argentina republicana y democrática, solidaria y abierta, plural, cosmopolita y moderna. Si hay algo que no mira con simpatía es el populismo autoritario, la utilización clientelar de las necesidades angustiantes de los compatriotas y tampoco la violación de las normas, cualquiera sea su excusa.

                En los viejos tiempos de la militancia temprana, que en este caso comenzó a finales de la década de los 60 del siglo pasado, estaba de moda la expresión “contradicción fundamental” para indicar la prioridad coyuntural de lucha –y en consecuencia, de programas de cada etapa, y de alianzas- que permitirían avanzar en la construcción de una sociedad mejor. 

                En plena dictadura, estaba claro que la “contradicción fundamental” estaba señalada por la ausencia de democracia. Como correlato directo el programa de la etapa debía contener las medidas destinadas a instaurarla, y el frente a construir debía abarcar a todos los sectores políticos y sociales que concibieran a la democracia como un marco necesario para continuar cada uno su prédica por sus objetivos respectivos de largo plazo. Una nueva etapa daría lugar a nuevos objetivos prioritarios, nuevos acuerdos y seguramente alianzas diferentes. Pero antes, aislar al rival, y vencerlo.

                Éramos jóvenes radicales y la fuerza en la que militábamos estaba tomada por la agenda de 30 años antes, cuando el partido que integrábamos se soldó al calor de la fuerte lucha por las libertades públicas, en tiempos del gobierno peronista. Su rival –visceral, emotivo- era el peronismo. Costó mucho predicar la tesis de que la “contradicción fundamental” había cambiado y que lo que se trataba entonces no tenía relación con el problema de treinta años atrás, sino que era recuperar la democracia y para ello el acercamiento e incluso el acuerdo con todo el arco democrático, y aún con el peronismo, era imprescindible.

                Ahora, pasaron otros treinta años. La “contradicción fundamental” no enfrenta más al pueblo con la dictadura. La soberanía popular rige, las FFAA prácticamente no existen y los problemas del país pasan por otras prioridades y otra agenda. Repetir la misma receta que en los años 70 y 80 significa hoy la misma actitud inoficiosa que, en los 60 y 70, anulaba la capacidad de razonamiento de honestos dirigentes radicales a los que se les hacía difícil entender que, porque los tiempos cambiaron, sus viejos e implacables rivales debían convertirse en sus socios.

                Hay otros problemas, relacionados con el retroceso institucional, su reemplazo por la discrecionalidad populista, la aberrante exclusión social, el crecimiento de las redes delictivas, la utilización clientelar de los recursos públicos, la dilución de los límites del poder frente a los ciudadanos, la grotesca –y arcaica- forma de relacionar el país con el mundo, tanto en su economía, su política, su cultura, y hasta en su visión del escenario global en formación. Treinta años después, el futuro que debemos construir es otro.

                Hoy, la “contradicción fundamental” exige diseñar una identidad y desde allí formular las alianzas que se hagan cargo de la agenda actual de los argentinos , para los que los derechos humanos no se reducen más a “los juicios a la Junta Militar” de hace treinta años sino que reclaman construir el piso de dignidad que garantice a cada compatriota vivir con seguridad, tener un sistema legal, judicial y policial que lo defienda, poder acceder a una educación y a una salud de calidad sin pagarlo con la humillación del clientelismo, y participar de un espacio público sin prepotencias, pleno de libertad y espacios de contención a cada compatriota que desee poner su vida, su tiempo, su recursos o su capacidad de trabajo al servicio de los demás, para construir una sociedad abierta, próspera, solidaria y moderna.

                Y honesta…

                Entonces…cuando analizamos las consecuencias de las alianzas que por ahora aparecen, no parece buena idea olvidar lo que inexorablemente está a la vuelta de la esquina de la división de lo que debe unirse. Lo hemos sufrido en el 2003, en el 2007, en el 2011… La división del campo democrático republicano producirá al país otro turno populista. Es inexorable. Por más elaboraciones teóricas que pretendan justificarlo. Por más impostaciones ideológicas que arranquemos a nuestro entendimiento. Porque el otro campo ha demostrado que sabe unir y disciplinar sus fuerzas. Y eso, en política, es lo que produce resultados.

                Por último: en esa política del escenario, hay pocos ingenuos. Entre los aplaudidores de uno y otro sector puede haber desorientados y crédulos. Entre los que deciden, todo se analiza. Si se toma un camino es porque su consecuencia ha sido asumida y racionalizada como un objetivo que –han considerado, unos y otros quienes lo diseñan- vale la pena perseguir. Alejandro Katz decía, en “La Nación”, hace un par de días: "...Se ha creado finalmente un confort mutuo en el cual unos gozan mucho del poder y otros de no tenerlo, aunque están vinculados, mientras la sociedad civil mira para otro lado....". Esa es la consecuencia.

                Otra cuestión es que eso sea correcto. Desde esa perspectiva los argumentos son otros, más distanciados del análisis político y no siempre publicables.

Ricardo Lafferriere

jueves, 21 de marzo de 2013

Hacia nuevos contextos ideológicos


Curiosos revulsivos atraviesan los contextos ideológicos del pensamiento político actual, en todos los niveles.
En el mundo occidental, el capitalismo liberal debe lidiar con el desborde de las operaciones financieras, cercanas al libertinaje, mientras la socialdemocracia se afana en encontrar la forma de justificar los recortes sociales para salvar a los bancos. Y en el oriental, los otrora líderes revolucionarios –Rusia y China- se han convertido en los capitalismos más salvajes, que funcionan en el límite mismo de la esclavitud de sus pueblos.
Mientras en la Europa desarrollada los pueblos reclaman más regulaciones estatales para poner límites a los banqueros que la han llevado a una crisis inesperada e inexplicable, en los orientales esos mismos pueblos exigen más libertades, para poner límites a los desbordes inmisericordes del poder y la corrupción de sus burocracias y autocracias.
En este curioso escenario, leer a Ulrich Beck, neomarxista austríaco, criticar a la “Europa alemana” reclamando, a diferencia de los “indignados” del sur del Continente, no más Estado sino más Europa, postulando un nuevo contrato social que incluya el compromiso con el piso de dignidad y ciudadanía para todos, parece en las antípodas de Li Xiao Bo, Premio Nobel de la Paz 2010, encarcelado en China con una condena de once años de prisión por disidente, reclamando para su país las libertades occidentales, el respeto del derecho de propiedad con los mismos argumentos de Locke y Montesquieu, y la vigencia de las libertades públicas como lo exigía Rousseau.europa
Atrás han quedado las descalificaciones –ciertamente, muchas veces bien fundadas- a Estados Unidos por su “imperialismo”, multiplicadas por las usinas y partidos occidentales franquiciados. China se comporta hoy como los colonialismos más retrógrados, liderando la polución ambiental, la expoliación de recursos naturales no renovables y la superexplotación de la fuerza de trabajo, no sólo en su territorio sino donde sus empresas “estatales” llegan.
Rusia exporta sus mafias, y sus viejos franquiciados financian su subsistencia haciendo porosos sus límites con el narcotráfico. Los países árabes, por su parte, tienen sus propios indignados: hartos de sus burocracias corruptas piden democracia, pero no están dispuestos a tolerar límites a su orgía de libertad haciendo dificultoso su reordenamiento político. Escenario ideal, si es que los hay, para los “autoexcluidos”, curiosos especímenes productos de la post-guerra fría, entre los que se cuentan toscos autoritarismos, fundamentalismos integristas y sobrevivientes fantasmales del mundo de la polarización ideológica de la segunda posguerra.
En ese mundo navegamos y buscamos puertos de llegada, cuyas imágenes hoy por hoy se resisten a atravesar la bruma. Una verdad, sin embargo, está clara: no hay nada seguro, ni estable, ni irrebatible. El mundo “líquido” de Bauman parece más funcional al “pensamiento débil” de Vattimo, que a las “coherencias ideológicas” de las cosmogonías del siglo XX.
Y una consecuencia sobresale: la necesidad de un nuevo “ethos” en el que la disposición a escuchar retome su lugar, reemplazando a las “profundas convicciones”, las “intransigencias” y los “límites” subjetivos.
El dialogo será la herramienta para construir un nuevo “sujeto histórico” con los nuevos excluidos de la posmosmodernidad. Allí estarán quienes defienden el planeta de la expoliación de sus recursos, los indignados de Nueva York y Europa, los desesperados de los países árabes, los que resisten la opresión en China, los que buscan entre nosotros la reconstrucción de los puentes de convivencia, los migrantes que sueñan con mejorar sus vidas, en suma los “sobrantes” –en palabras de Bauman- de un sistema que, en el rumbo que va, no tiene destino.