“Los muertos están muertos…”
Juan Manuel Abal Medina,
Jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, luego de la tragedia ferroviaria de la
Estación Once.
“Un muerto más o uno menos no modifica nada…”
Gabriel Mariotto,
Vicegobernador de Buenos Aires, luego de la tragedia de La Plata.
Sería,
tal vez, injusto poner en la cuenta del matrimonio presidencial la totalidad de
los muertos producidos en los últimos diez años –los que ellos llevan
gobernando- por la ineficiencia del Estado, la incapacidad de gestión, la
indolencia o simplemente el desinterés por la suerte de la vida de los
argentinos.
No
resulta sencillo, sin embargo, discriminar los que responden a esa causa y los
que simplemente obedecen a estadísticas imposibles de reducir. Algunas cuentas
hacen ascender la contabilidad de los muertos del kirchnerismo a alrededor de
30.000, número artero si los hay para referirse a esta contabilidad.
Llegan
a este número sumando los muertos por accidentes viales debido al mal estado de
las rutas -29.183-, los producidos por hechos de inseguridad debido al
desmantelamiento de las fuerzas policiales y la instalación del narcotráfico -9.125-,
los que sumaron la tragedia de Cromagnón por ineficiencia de los organismos de
control -195-, el accidente ferroviario de Once debido a la corrupción
kirchnerista en el sector Transporte -52- y los muertos en las inundaciones de
La Plata por ineficacia y nuevamente corrupción en la gestión kirchnerista
platense –el número oscila entre 51 y 127, depende qué informe escuchemos-.
En esta
cuenta no se agregan los “puchitos”: los muertos en los enfrentamientos internos
con grupos opositores –Mariano Ferreyra-, los que resultaron de los hechos
represivos frente a protestas gremiales –Carlos Fuentealba-, o los de
desapariciones, como la de Julio Jorge López. Y varios más.
Si
estos números fueran colocados en su totalidad en la cuenta kirchnerista, éste
habría sido hasta ahora el gobierno más sangriento de la historia argentina,
superando incluso al del “proceso”.
Convengamos,
sin embargo, que no todas son responsabilidad exclusiva del kirchnerismo.
En los
accidentes de tránsito, la evolución en la última década parece dar la razón,
si no en todo, al menos en la mitad de estas cifras. En el 2002, las muertes
por accidentes en la Argentina fueron 3200. En 2008, la cifra anual había
crecido a 4315, y en el 2012 ya alcanzó las 7485. El pocentaje de incremento de
muertes en accidentes durante el kirchnerismo ascendió casi un 150 %. El
retraso de la infraestructura, el descuido del estado de las rutas, la falta de
señalización, el desmantelamiento de las policías de tránsito, en síntesis, la
desidia y la inoperancia de la gestión “K” fueron las responsables directas o
indirectas de más de 10.000 muertos.
Una contabilidad adecuada de las
víctimas de la inseguridad, por su parte, debiera comparar el promedio de
muertes “antes de K” y el mismo “durante K”. Aquí la sorpresa sería “contraintuitiva”,
dando parcialmente la razón al argumento cristinista de la “sensión térmica de
inseguridad”.
En efecto, el crecimiento de los
números nominales al igual que los porcentajes mostraría un nivel estadístico
de muertes violentas más o menos estable (entre 5 y 6 cada 100.000 habitantes,
el doble de Europa pero la mitad de USA y la décima parte que Brasil, por
ejemplo) por lo que eximiría a Néstor y Cristina de este rubro, donde lo que sí
se nota es un incremento de la violencia en los robos, hurtos y delitos contra
la propiedad, así como el salvajismo de algunos asesinatos que reflejan la
instalación en el país de las redes de narcotráfico –con sus métodos
característicos-.
Cromagnon fue una transición en
la que se conjugaron vicios del pasado con los que comenzaron a profundizarse
con los tiempos K. La irresponsabilidad estatal, la indiferencia ante la vida,
la frivolidad en el tratamiento de cuestiones de seguridad, la indiferencia por
el dolor de las víctimas. Tal vez no debieran imputarse en forma directa al
kirchnerismo –quien gobernaba la ciudad era su aliado Néstor Ibarra- pero
también fue una clara corresponsabilidad de los artistas, del propietario del
local y –por qué no decirlo- de algunos concurrentes. Pero fue también la
primera demostración de la indiferencia del matrimonio ante la tragedia ajena:
no interrumpieron ni por un instante su “descanso” en Calafate para acercarse a
las víctimas y compartir su dolor.
Pero donde sí el régimen “K”
vuelve por sus fueros son las tragedias de la Estación Once y las inundaciones
de La Plata. No existe justificación alguna para el deterioro en que circulaban
–y aún circulan- los ferrocarriles, que cuanto más pobre es el nivel de sus
usuarios más descuidados e inseguros son. Un accidente con una formación que
circulaba a menos de 25 kms/hora produjo más de medio centenar de muertos y
centenares de heridos –algunos, con secuelas de por vida- cuando vemos
accidentes en Europa con trenes de alta velocidad con saldos de muy pocas vidas
y algunos heridos.
En La Plata, la responsabilidad por la tragedia es inexcusable. Los
avisos previos de alerta fueron reiterados por organismos técnicos y
universitarios desde, al menos, una década antes. La desidia aquí fue
claramente responsabilidad de las administraciones locales de la Ciudad y de la
Provincia de Buenos Aires, cuyas autoridades de Hidráulica han desaparecido de
la escena con el argumento que habían “delegado” esas tareas en los Municipios.
Tal vez habría que recordarles que la “delegación” puede realizarse sobre la
ejecución de las obras, pero no de la responsabilidad que les toca. Tanto la
gestión de Bruera como la de Scioli –y la anterior de Solá- comparten esos
muertos con los Kirchner. Pero, en nuestra cuenta, son claramente muertos de
Néstor y Cristina.
Como lo son los rápidamente
ocultos casos de Julio Jorge López, de Mariano Ferreyra, de Carlos Fuentealba –compartido con
la gestión local-, y de otros varios cuya lista abriría la ventana del recuerdo
sobre casos que tuvieron su presencia periodística y fueron rápidamente tapados
por el devenir denso y complicado de la vida nacional.
No hemos hablado sobre las
víctimas de la trata, de la persecución policial por razones de intolerancia
sexual, y de otras lacras similares. Concedemos que esta situación golpearía las
conciencias hasta de Néstor y Cristina. Aunque recordemos que son, también,
muchos, entre los que destacan Fernanda Aguirre y Marita Verón.
En
síntesis: sería injusto decir que Néstor y Cristina han sido los presidentes
más sanguinarios de la historia. No sólo injusto: estaríamos lejos de la
verdad. Pero no lo estamos si decimos que gracias a las falencias injustificadas
de sus gestiones que administraron el mejor ciclo económico de las últimas
décadas, a su desinterés por la seguridad y la vida de las personas comunes
patentizada en las frases de Abal Medina y de Mariotto que encabezan esta nota,
a su indiferencia tristemente modélica con el dolor ajeno, a su actitud
tolerante con la corrupción y a la permisividad de la imbricación del narcotráfico
con importantes escalones del poder el Estado, son responsables no de decenas
de miles, pero sí de muchos centenares de muertes de compatriotas inocentes.
Ricardo Lafferriere
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