Puede
haber existido fraude, como creemos muchos. Puede ser que no, como afirma
Maduro. En uno u otro caso, el camino mostrado por la oposición en Venezuela es
el camino indicado para avanzar en la recuperación de la democracia para
nuestros países.
Allí no
hubo sectarismos en la construcción alternativa. Fuerzas disímiles en su origen
e ideología comprendieron cuál es el desafío principal en estos casos:
recuperar las reglas de juego. Es el primer escalón. Ya habrá tiempo para
afinar los objetivos finales, cada uno ofreciendo a una sociedad libre sus
opciones.
Ese
segundo paso es imposible sin dar antes el primero: conseguir que la democracia
funcione. Esto no significa sólo una jornada electoral. Implica elecciones, sí,
pero también un parlamento plural debatiendo sin cortapisas, una justicia
independiente, una prensa libre, y fundamentalmente ciudadanos ejercitando su
ciudadanía plenamente.
El
populismo, gran rival de la democracia, tiene dos características centrales. Es
esencialmente parasitario, sin otro programa económico-social que la rapiña. Y
es antidemocrático, por lo que no le interesa construir ciudadanía sino
clientelismo.
La
democracia es su opuesto. Se propone la creciente inclusión social en el marco
de una economía de bases sólidas creciendo en armonía, y una construcción
ciudadana en la que cada persona sea a la vez la célula básica del sistema y su
centro de atención, garantizándole sus derechos plenamente y tendiéndole la
mano cuando la necesite con políticas sociales alejadas de cualquier
contraprestación servil.
Para
estos fines confluyeron en Venezuela las más diversas fuerzas opositoras,
conformando una alternativa de gobierno que cubrió todo el arco democrático,
desde viejos rivales como Acción Democrática y COPEI hasta partidos tan
disímiles como el marxista-leninista Bandera Roja y el centro-derechista UNIR,
todos acordando un programa de gobierno que reflejó lo mejor de la democracia
venezolana.
Ese
camino debemos recorrer también en la Argentina. Las impactantes denuncias
periodísticas de estos días mostrando la profundidad de la corrupción del
régimen, las desesperadas iniciativas buscando impunidad mediante la subordinación
de la Justicia, las criminales consecuencias del desinterés del populismo por
la suerte de miles de compatriotas que vimos en La Plata -como el año pasado en
la tragedia ferroviaria de Once y cotidianamente en la extensión de las redes
de narcotráfico e inseguridad-, nos recuerdan que el principal problema
argentino sigue siendo la debilidad de su democracia, su vulnerabilidad a
gobiernos populistas – autoritarios y la necesidad de recuperar plenamente su
funcionamiento institucional para asentar en él la construcción de una sociedad avanzada.
Para
eso se ha convocado la ciudadanía el 18. En eso estamos.
Ricardo Lafferriere
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