viernes, 19 de abril de 2013

¿Otra vez los "límites"?



La insólita insistencia de Ricardo Alfonsín en declaraciones periodísticas la pasada semana sobre el “escenario deseado” que considera ideal para las elecciones próximas anuncia la reiteración de una lectura equivocada del principal problema argentino, que garantiza la perpetuación del kirchnerismo en el poder.

En efecto, un escenario en el que el populismo se agrupe en una opción unificada mientras la oposición se divide en dos mitades “ideológicas” cuidadosamente delimitadas es el “sueño del pibe” para la presidenta y el oficialismo. Difícilmente se hubieran podido describir con más nitidez los propósitos estratégicos más íntimos del populismo en el poder.

Lo que resulta en todo caso curioso es que la experiencia del 2011 no sea procesada adecuadamente por la dirigencia que hoy insiste en leer la realidad argentina con las anteojeras de la primera mitad del siglo pasado. No sólo eso: implica no advertir la gravedad de los hechos de mega-corrupción que están saliendo a la luz en estos días, ni la ofensiva final sobre el estado de derecho que implica la Reforma Judicial.

El principal problema argentino es hoy la carencia de reglas de juego, por el retroceso que ha sufrido el funcionamiento institucional por el que tanto luchó, precisamente, el padre del dirigente mencionado.

La reinstauración de las reglas de juego constitucionales no admite divisiones entre “izquierdas” y “derechas”, porque ambas son imprescindibles. Si el obstáculo es justamente un rival que no se define por ideología sino por su ausencia de convicciones democráticas, y hasta de un mínimo de honestidad particular y política, cualquier intento de adelantar el debate sobre temas futuros sin lograr antes el triunfo de la democracia  tendrá como resultado inexorable su impotencia.

Los partidos políticos son una cosa. Las coaliciones otra. Los partidos deben mantener claramente su identidad, para referenciar las diferentes formas de pensar que tienen los ciudadanos sobre la vida del país y sus metas de largo plazo. Las coaliciones deben acordar objetivos para una etapa, sin que nada impida que quienes piensan diferente sobre sus objetivos finales coincidan en las tareas que deben realizarse en un determinado período histórico.

Los ejemplos de la Concertación chilena que durante veinte años contuvo exitosamente en una misma propuesta a la derechista democracia cristiana con el progresista partido socialista, o el frente de gobierno que sostuvo a Lula y hoy lo hace a Dilma en Brasil incluyendo desde liberales hasta socialistas son ejemplos cercanos.

Esas tareas, en la Argentina de hoy, se centran en la reorganización y normalización institucional del país. Son, en cierta forma, de tipo "constituyente". Incluyen la separación de poderes, la reconstrucción del federalismo con la urgente sanción de la Ley Constitucional de Coparticipación Federal de Impuestos, la imparcialidad del poder en la lucha política, la independencia de la justicia, la más irrestricta libertad de prensa y el fin de la impunidad que nos ha llevado a los repugnantes episodios que han tomado estado público estas últimas semanas.

Esa confluencia puede y debe incluir nuevos temas de agenda en los que existen, además, coincidencias: la inclusión social, la preservación del ambiente, la utilización racional de recursos naturales  y la vigencia plena de los derechos humanos que conforman el piso de dignidad para todos.

Las tareas mencionadas son más que duras para un período de gobierno y requieren claramente una alianza de poder que debe incluir todo el colorido democrático y republicano, sin exclusiones.

De otra forma, no se puede ganar. Pero aunque  ganare, imaginar que una “alianza progresista” pueda gobernar resistiendo la salvaje oposición del populismo derrotado (recordemos los 14 paros con que golpearon a Alfonsín, y el mega-endeudamiento que legaron a la Alianza) excluyendo además a la “alianza moderada” es una utopía, tanto como su alternativa, que una alianza moderada pudiera hacerlo en las mismas condiciones. Si no se logra la confluencia de las convicciones democráticas y republicanas, tanto progresistas como moderadas, se estará pavimentando el camino para la continuación –o regreso- del populismo.

Esta lectura es tan válida para criticar a Alfonsín, como al propio Macri, quien insinuó días atrás una lectura parecida a la de Alfonsín, volviendo sobre los pasos que había mantenido con coherencia en los últimos años.

Desde esta perspectiva, la sugerencia de Juan José Sebrelli en el suplemento “Enfoques” del diario La Nación, el domingo 21/4, de pensar en una gran “coalición de coaliciones” que articule al “centroizquierda” con la “centroderecha”  parece ser un camino a explorar. La sugerencia guarda gran similitud con la reflexión de Roman Letjman en “El Cronista Comercial”, quien con el título “Estrategias para defender la democracia” indica la urgencia de un diálogo similar.

Hay otra mirada, por supuesto. Es la que cree que no está mal ser “un poco populistas”  y en consecuencia piensa en una alianza marginal con el populismo para facilitarle un barniz “un poco democrático”. 

Claramente, esa mirada no interpreta el principal problema argentino y es suicida para su democracia. Conduce a la tolerancia frente a la corrupción, al clientelismo, a la negación de las libertades y derechos ciudadanos y a la licuación de la democracia.

Desde esta columna insistimos en el diagnóstico: el objetivo principal de la Argentina es hoy la articulación de una propuesta política nítida alternativa al populismo autoritario, que persiga el clientelismo y lo reemplace por la construcción de ciudadanía, que abandone la humillante subordinación en la ayuda social reemplazándola por los derechos que surjan de la ley, que establezca reglas de juego estables para la economía erradicando la discrecionalidad del poder, que termine con la vergonzosa impunidad reinante y que devuelva a los ciudadanos la titularidad de los derechos y obligaciones propios de una sociedad democrática.

Una vez que logremos ese escalón, pero no antes, habrá tiempo y mejores condiciones para “afinar la punta del lápiz” y redefinir los límites de las respectivas afinidades.

Hacerlo antes es ingenuo. O no…

Ricardo Lafferriere



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