La insólita insistencia de Ricardo Alfonsín en declaraciones
periodísticas la pasada semana sobre el “escenario deseado” que considera ideal
para las elecciones próximas anuncia la reiteración de una lectura equivocada
del principal problema argentino, que garantiza la perpetuación del
kirchnerismo en el poder.
En efecto, un escenario en el que el populismo se agrupe en
una opción unificada mientras la oposición se divide en dos mitades
“ideológicas” cuidadosamente delimitadas es el “sueño del pibe” para la
presidenta y el oficialismo. Difícilmente se hubieran podido describir con más
nitidez los propósitos estratégicos más íntimos del populismo en el poder.
Lo que resulta en todo caso curioso es que la experiencia
del 2011 no sea procesada adecuadamente por la dirigencia que hoy insiste en
leer la realidad argentina con las anteojeras de la primera mitad del siglo
pasado. No sólo eso: implica no advertir la gravedad de los hechos de
mega-corrupción que están saliendo a la luz en estos días, ni la ofensiva final
sobre el estado de derecho que implica la Reforma Judicial.
El principal problema argentino es hoy la carencia de reglas
de juego, por el retroceso que ha sufrido el funcionamiento institucional por
el que tanto luchó, precisamente, el padre del dirigente mencionado.
La reinstauración de las reglas de juego constitucionales no
admite divisiones entre “izquierdas” y “derechas”, porque ambas son
imprescindibles. Si el obstáculo es justamente un rival que no se define por
ideología sino por su ausencia de convicciones democráticas, y hasta de un
mínimo de honestidad particular y política, cualquier intento de adelantar el
debate sobre temas futuros sin lograr antes el triunfo de la democracia tendrá como resultado inexorable su
impotencia.
Los partidos políticos son una cosa. Las coaliciones otra.
Los partidos deben mantener claramente su identidad, para referenciar las
diferentes formas de pensar que tienen los ciudadanos sobre la vida del país y
sus metas de largo plazo. Las coaliciones deben acordar objetivos para una
etapa, sin que nada impida que quienes piensan diferente sobre sus objetivos
finales coincidan en las tareas que deben realizarse en un determinado período
histórico.
Los ejemplos de la Concertación chilena que durante veinte
años contuvo exitosamente en una misma propuesta a la derechista democracia
cristiana con el progresista partido socialista, o el frente de gobierno que sostuvo
a Lula y hoy lo hace a Dilma en Brasil incluyendo desde liberales hasta
socialistas son ejemplos cercanos.
Esas tareas, en la Argentina de hoy, se centran en la
reorganización y normalización institucional del país. Son, en cierta forma, de tipo "constituyente". Incluyen la
separación de poderes, la reconstrucción del federalismo con la urgente sanción
de la Ley Constitucional de Coparticipación Federal de Impuestos, la
imparcialidad del poder en la lucha política, la independencia de la justicia,
la más irrestricta libertad de prensa y el fin de la impunidad que nos ha
llevado a los repugnantes episodios que han tomado estado público estas últimas
semanas.
Esa confluencia puede y debe incluir nuevos temas de agenda
en los que existen, además, coincidencias: la inclusión social, la preservación
del ambiente, la utilización racional de recursos naturales y la vigencia plena de los derechos humanos
que conforman el piso de dignidad para todos.
Las tareas mencionadas son más que duras para un período de
gobierno y requieren claramente una alianza de poder que debe incluir todo el
colorido democrático y republicano, sin exclusiones.
De otra forma, no se puede ganar. Pero aunque ganare, imaginar que una “alianza progresista”
pueda gobernar resistiendo la salvaje oposición del populismo derrotado
(recordemos los 14 paros con que golpearon a Alfonsín, y el mega-endeudamiento
que legaron a la Alianza) excluyendo además a la “alianza moderada” es una
utopía, tanto como su alternativa, que una alianza moderada pudiera hacerlo en
las mismas condiciones. Si no se logra la confluencia de las convicciones
democráticas y republicanas, tanto progresistas como moderadas, se estará
pavimentando el camino para la continuación –o regreso- del populismo.
Esta lectura es tan válida para criticar a Alfonsín, como al
propio Macri, quien insinuó días atrás una lectura parecida a la de Alfonsín,
volviendo sobre los pasos que había mantenido con coherencia en los últimos
años.
Desde esta perspectiva, la sugerencia de Juan José Sebrelli
en el suplemento “Enfoques” del diario La Nación, el domingo 21/4, de pensar en
una gran “coalición de coaliciones” que articule al “centroizquierda” con la
“centroderecha” parece ser un camino a
explorar. La sugerencia guarda gran similitud con la reflexión de Roman Letjman
en “El Cronista Comercial”, quien con el título “Estrategias para defender la
democracia” indica la urgencia de un diálogo similar.
Hay otra mirada, por supuesto. Es la que cree que no está
mal ser “un poco populistas” y en consecuencia
piensa en una alianza marginal con el populismo para facilitarle un barniz “un
poco democrático”.
Claramente, esa mirada no interpreta el principal problema
argentino y es suicida para su democracia. Conduce a la tolerancia frente a la
corrupción, al clientelismo, a la negación de las libertades y derechos
ciudadanos y a la licuación de la democracia.
Desde esta columna insistimos en el diagnóstico: el objetivo
principal de la Argentina es hoy la articulación de una propuesta política
nítida alternativa al populismo autoritario, que persiga el clientelismo y lo
reemplace por la construcción de ciudadanía, que abandone la humillante subordinación
en la ayuda social reemplazándola por los derechos que surjan de la ley, que
establezca reglas de juego estables para la economía erradicando la
discrecionalidad del poder, que termine con la vergonzosa impunidad reinante y
que devuelva a los ciudadanos la titularidad de los derechos y obligaciones
propios de una sociedad democrática.
Una vez que logremos ese escalón, pero no antes, habrá
tiempo y mejores condiciones para “afinar la punta del lápiz” y redefinir los
límites de las respectivas afinidades.
Hacerlo antes es ingenuo. O no…
Ricardo Lafferriere
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