Represión salvaje
Era difícil no indignarse al observar los hechos de violencia
ocurridos en el Borda el viernes pasado.
Mientras
intentaba racionalizar el enfrentamiento para poder comprender el por qué antes de escribir sobre él,
se me ocurrió pensar -siempre lo hago, como
una especie de "filtro" previo a emitir una opinión- cómo habrían actuado protagonistas -en casos similares- en otros países, tanto democráticos como autoritarios.
Pensé cómo habría actuado la policía de Francia, la inglesa, la
sueca, alemana, española, italiana. O rusa. O
norteamericana, canadiense, mexicana. O china, india o pakistaní. O chilena, brasileña o paraguaya...¡o cubana!
Confieso
que a medida que revisaba en Internet -en algunos casos-, en mi memoria en
otros, la indignación se me iba convirtiendo en
una necesidad hambrienta de entender el por qué
de la "originalidad argentina". Porque quedaba claro que a pesar de
la firmeza y hasta algunos excesos de la actuación
de la metropolitana, comparada con cualquier policía del mundo en situaciones equivalentes sus procedimientos
estaban a años luz de poder ser
calificados de "brutales". Sin embargo, así fueron leídos por muchos ciudadanos y la
prensa.
En mi
recorrida observé imágenes que muchos tenemos grabados en nuestra memoria -y en
mi caso, coinciden on experiencias observadas en directo personalmente- a los
suecos disolviendo manifestaciones ambientalistas, a los ingleses reprimiendo
salvajemente a "wooligans", a los franceses deteniendo sin ningún miramiento estudiantes que protestan, a los alemanes
cargando violentamente contra reclamos antinucleares, a los españoles reprimiendo "indignados" desesperados o a
los chinos atacando con tanques a quienes reclaman derechos humanos. O a los
norteamericanos reprimiendo con saña en Los Ángeles a personas de color, por no recordar a los rusos,
cuya policía política poco deja que envidiar a la vieja KGB, con detenciones
arbitrarias y muertes misteriosas. ¿Qué no decir de la policía brasileña protegiendo a sangre y fuego a quienes arrasan la
amazonia aplastando con violencia la resistencia de los pueblos originarios a
los que se les destruye su mundo, o a la chilena reprimiendo a los mapuches que
defienden sus tierras?
Como se
observa de este paseo imaginario, no hay filtros políticos o ideológicos. Tampoco concesiones. La
fuerza pública es la fuerza del Estado.
Por eso mismo sus integrantes están protegidos legalmente con
figuras penales en todos los países. Resistirse a la policía, en cualquier país, es un delito grave en sí mismo. También acá, aunque no se aplique a pesar de ser ley vigente. Ni
hablar si más allá de resistirla, se la agrede. Es sólo entre nosotros que se acepta el peligroso juego de
considerar al orden público un elemento secundario o
hasta ilegítimo, y agredir a la policía como una suerte de deporte en el que todo vale.
Es obvio
que no me gusta la represión. A lo largo de mi vida política me ha tocado sufrir desde varias detenciones
policiales simples en tiempos de la "Revolución Argentina" de Onganía,
hasta las menos simples condiciones, en tiempos del "proceso", de
"detenido-desaparecido" -afortunadamente, sobreviviendo gracias a la
solidaridad de los jóvenes radicales cuya
organización integraba, y a los grandes
viejos que se movieron de inmediato reclamando mi aparición: Alfonsín, Balbín, Contín, Perette y el inolvidable
don Arturo-. También la de "detenido a
disposición del PEN" por ser
considerado un peligro potencial para la sociedad, y la de detenido político en la Unidad Penal 1 en Paraná, y luego en mi propia casa. Con estos recuerdos, es muy
difícil ser concesivo a actitudes
represivas.
Pero
ahora no se trata de eso. Mirando una y otra vez las filmaciones, está claro que la represión tuvo poco de
"salvaje". También es evidente que existieron
integrantes de la metropolitana que se desbordaron (en especial, uno de ellos
que aparecía tirando balas de goma sin
apuntar, con riesgo de sacarle un ojo a algún
manifestante). Todo eso debe ser auditado, no sólo
por las responsabilidades que correspondan sino para aprender a corregir las
falencias que existieren, profesionalizar más
la fuerza y soldarla con la ley y los vecinos -que, no olvidemos, son los que
votan las leyes a través de sus representantes, y
eligen a las autoridades que deben aplicarlas-.
Lo demás entra dentro de la triste "picardía política". No debe ser
sencillo construir una fuerza policial nueva en el medio del enrarecido clima
político argentino. Pero el
esfuerzo vale la pena. La metropolitana es la respuesta del pueblo de la
Capital ante la obsesiva actitud de la administración central de no transferir parte de la Federal. Esto
implicará aprendizaje y una buena
oportunidad para contar con una policía especializada en defender la
ley y los derechos de los ciudadanos.
Dirigentes
que no dijeron ni una palabra, entre otros hechos, ante la acción parapolicial que mató a Mariano Ferreyra, la
matanza inmisericorde de los Quom en Formosa y su represión parapolical en Buenos Aires, la muerte del maestro
Fuentealba, el crimen de Candela, la complicidad policial con las redes de
trata de mujeres, la represión de los docentes y petroleros en Santa
Cruz y mucho más que aparecen apenas
revolvemos un poco la memoria, parecen solazarse ante un enfrentamiento tan
absurdo como el de la Sala Alberdi o del propio Parque Indoamericano, que les
permita interpretar los hechos como una decisión
política represiva del Jefe de
Gobierno.
Sin
conocer la intimidad de las decisiones, el análisis
de los hechos más bien parece compatible con
un escarceo de violencia callejera motorizado por militantes político-gremiales de experiencia que, con picardía indisimulable, superaron la capacidad de tolerancia de la
fuerza policial provocando su desborde.
Y en
realidad, ganaron. No queda ningún "salvajemente
reprimido" en ningún hospital. En el otro lado,
un policía se debate con la posibilidad
de perder un ojo, y otro con una conmoción
cerebral producida por una piedra de gran tamaño.
Más dos ministros interpelados,
la "reforma judicial" abandonando la primera plana por un par de días, y la corrupción de nuevo desplazada a un
segundo plano...
Si de
algo puede acusarse al macrismo -y a gran parte de la oposición- en todo caso, es de ingenuidad.
Ricardo
Lafferriere