Así se titulaba el artículo con el que el 29/1/2008
calificábamos el desacertado diagnóstico de la recién electa presidenta, al
referirse a la economía argentina.
Refiriéndose al
“crecimiento” que formaba parte del relato kirchnerista, la presidenta sostenía
entonces que “logramos quebrar esa lógica estructural que tenía el país, que
cuando comenzaba a crecer y subían las importaciones terminábamos en un cuello
de botella por extrangulamiento del sector externo” (La Nación Económica,
Sábado 19 de enero).
Decíamos que “Tal diagnóstico, propio de la Argentina de los
años 70, no sólo ignora el cambio que se produjo en la economía argentina y en
el mundo en el último cuarto de siglo, sino que marca en todo caso el límite de
su propia concepción “mercadointernista” y dependiente, en boga cuando la hoy
pareja reinante se fue a vivir a Santa Cruz allá en sus años mozos.
Sin embargo
es a la inversa. Los datos están demostrando –según propias informaciones
oficiales- que a medida que la reactivación de la vieja estructura industrial
bonaerense movió las máquinas de hace medio siglo, el superávit comercial, en
lugar de subir, ha comenzado a reducirse en forma acelerada.”
Decíamos, ya entonces, algo que ratificamos hoy y que los
hechos han confirmado: la presidenta “atrasa”. Su mirada es obsoleta y su información económica es
rudimentaria. Alertábamos sobre el agotamiento de la capacidad instalada ante
la ausencia de inversiones, la característica reactivante –pero no
desarrollista- de la política expansiva realizada forzando la demanda sobre una
capacidad instalada generada antes de la llegada del kirchnerismo, la
limitación de la capacidad energética –ya entonces al borde de su límite técnico-
y la dependencia a la que conducía ese “modelo” con respecto a los precios
internacionales primarios, que el país no maneja y sólo toma como dato.
En esos momentos, la soja se cotizaba a USD 350 la tonelada.
Los años siguientes fueron benévolos con el país y con la supervivencia del
relato kirchnerista. El piso del “yuyo” superó los USD 500, con picos de USD
650. En lugar de aprovechar esta nueva ventaja del destino, “profundizó el
modelo”. Hoy, el superávit comercial prácticamente desapareció. Y no
precisamente porque se hayan caído los precios. Y la economía no crece desde
hace dos años.
Desperdició el siguiente lustro, mandando al consumo la
totalidad de los excedentes extraordinarios que generó la productividad del
campo, sin pensar que no serían eternos y que, aunque lo fueran, era más
inteligente destinar siquiera parte de ellos a la inversión para modernizar la
infraestructura, reconvertir el sistema energético, potenciar la inversión y
sentar las bases de un crecimiento sólido, menos dependiente de la soja. Pero
perdimos otros cinco años.
Hoy la infraestructura se cae de a pedazos, la energía nos
demanda importaciones por 12.000 millones de dólares al año, nos hemos
consumido todas las reservas estratégicas –el stock ganadero, los ahorros
previsionales, las reservas en divisas, la capacidad de endeudamiento interno,
también girados todos al consumo- y por último, la fabricación de dinero sin
respaldo nos coloca, una vez más, al borde de una nueva crisis sistémica
atenazados entre la inflación y la recesión.
Afortunadamente el ciclo K, que se agotó en lo discursivo e
intelectual hace, al menos, un lustro, parece estar agotándose también en el
plano político. A esta altura no caben muchas esperanzas en un despertar de la
conciencia presidencial. Sólo cabe esperar que las opciones de relevo no sigan
mirando la economía con las mismas anteojeras del kirchnerismo, como si la economía
y el mundo fueran los mismos que a mediados del siglo XX.
La Argentina tiene aún posibilidades favorables. Queda
aprovecharlas, con una mentalidad abierta y cosmopolita, flexible, sin
dogmatismos que aten la capacidad creadora de los argentinos sino apoyando su
notable creatividad.
Conspiran contra esta posibilidad las ideologías cerradas.
La favorece la convicción que un gran salto adelante es posible. Requiere una
fina ingeniería que articule positivamente la potencialidad de los agentes
económicos, la fuerza de la sociedad civil y un Estado inteligente, actuando en
el marco de un sólido estado de derecho y el respeto irrestricto e integral a
la Constitución Nacional.
Todo ello tiene un primer paso: la disposición a los acuerdos
estratégicos nacionales, en los que todos son necesarios. Que el gobierno que
venga, sea cuando sea, no se enamore de su visión parcializada sino que adopte
la conducta que la nueva democracia demanda en el mundo: participación,
diálogos, reglas de juego, inclusión social, desarrollo tecnológico, compromiso
con el ambiente, convivencia en libertad.
Ricardo Lafferriere