Curioso
el enojo de la señora. Parecía molesta con el destino. Tal vez lo que no
advirtió es que el destino que la está alcanzando es el que ella misma eligió.
No
puede desentenderse. Lo que está pasando en Argentina es, para bien o para mal,
su obra y la de su predecesor inmediato, con quien había gestado una sociedad
político-conyugal a la que no puede acogerse con beneficio de inventario,
porque los administradores fueron ambos.
Diez
años en el poder, ha celebrado. No sólo los ha recordado, sino que les ha dado
más trascendencia que a la propia Revolución de Mayo. En esos diez años, es
difícil no recordar las frases épicas que jalonaron sus gestiones.
“Seré
más recordado que San Martín”, exclamaba Néstor Kirchner cuando, en la
intimidad que trascendía a los diarios, anunciaba que recibiría Veinte mil
millones de dólares de inversiones chinas, allá en los albores de su gobierno.
“Les
pagaremos y que no molesten más”, exclamó luego, cuando decidió adelantarle
10.000 millones de dólares adeudados al FMI, con tasas ridículas por lo bajas,
simplemente porque no aceptaba mostrar del Estado las cuentas sin engaños.
Prefirió deberle a Venezuela, que cobraba más caro, pero no preguntaba.
Comenzaron
las diarias visitas vespertinas de Jaime, en ropas deportivas y portando bolsos
que ya fueron denunciados entonces, pero que recién ahora sabemos que se
“pesaban”.
También decisiones esotéricas y
nada épicas, como “castigar” al concesionario del Casino de Palermo con la
“obligación” de instalar 3500 máquinas tragamonedas adicionales, unas horas
antes de entregarle el poder a su esposa.
El Tren
Bala (¿alguien lo recuerda?) tuvo el mismo destino, tampoco nada épico, que el
“troncomóvil”, el auto peronista de Moreno: la nada.
Ahora
vemos que junto a Jaime, a Lázaro, a Cristóbal, a Rudy, había una matriz de
conducta plagada de licitaciones fraguadas entre empresas de nombre diferente
pero el –o los- mismos dueños, bóvedas blindadas, balanzas y bolsos.
Cuando fracasó el intento de
terminar el saqueo del campo con la 125, se ensañaron con los ahorros
previsionales, menos conflictivos. Disgregados, sin capacidad de gritar, como
los chacareros. Iniciativa que –como lo recuerda a menudo ella- le llegó de
Boudou, y fue firmada también por Massa, entonces Jefe de Gabinete.
Todos los ahorros atesorados por
miles de argentinos para asegurar su retiro fueron confiscados por decisión
kirchnerista y comenzaron el jubileo de la demagogia fácil. Esos ahorros ajenos
financiarían desde el Ingreso “universal” hasta las computadoras en las
escuelas.
Los saqueados ahorristas
previsores fueron enviados a la “mínima” junto a los jubilados sin aportes. Y
el saqueo se profundizó. Pequeñas y grandes mansiones marcan un estilo en toda
la geografía argentina. Son los funcionarios jerarquizados de miles de
municipios, provincias y reparticiones nacionales de la nueva era, camporista,
nacional y popular.
El jubileo se hizo endogámico. La
complicidad se afianzó con el delito, al estilo de las participaciones
obligadas en operativos represores en épocas del proceso, para que nadie
hablara.
Y tuvieron un acompañamiento
inesperado: opositores seducidos por el relato y en ocasiones asociados a sus
beneficios se sumaron a la exculpación ideológica de la corrupción. Si es
progresista, no es mala. Aunque el progresismo lo sea sólo de palabra.
Crípticas cartas abiertas
intentaron cubrir la conciencia de quienes tenían siquiera algún pequeño
escrúpulo, de tiempos en que la decencia era un valor. Bíblico: está en el 7º mandamiento.
No lo inventaron los “gorilas”.
Un progresismo que asesina Qoms y
mapuches, tobas y jóvenes sin trabajo ni educación en el conurbano, pero que
exhibe su patente con consignas vacías, cada vez más vacías. Que exige
indiferencia ante tragedias anunciadas. Y que siempre tiene a mano algún
responsable ajeno para lavarse las manos de las propias, que por una década han
manejado a su antojo.
Todo pasa, sin embargo. Todo
termina. Y el final, tarde o temprano, empieza a verse. Muy pocos tienen la
suerte de Néstor o de Chavez, de que el destino los alcance antes del final. La
mayoría siguen el rumbo de Marcos y Trujillo, de Stroessner y Duvalier, de
Ceacescu y Kadafi, de Mubarat y al Assad.
Eso saca de quicio a la señora,
que ve a su destino acercarse y no le gusta. Y a quienes –cada vez menos- son
–cada vez más- guardia pretoriana. Pocos y duros. Indignados porque Scioli “no
sale a aguantar los trapos”, como acaba de declarar la flamante jefa de los
diputados kirchneristas.
Le faltó “sucios”, Diputada.
Trapos sucios.
Scioli tan sólo es uno entre
muchos que están viendo el final y buscan prudente distancia, porque no
pertenecen al paladar negro del relato. O de otros que sí pertenecen pero
prefieren preparar el exilio, en Nueva York, en Uruguay, en Brasil, o en algún
paraíso fiscal que misteriosamente deja de serlo por la amnistía al lavado de
dinero decretado, a contramano del mundo, por la señora.
Prevenidos. Para el momento –cada
vez más cercano- en que los trapos sucios ya sean tantos que ni Scioli los
aguante.
Ricardo Lafferriere