Las PASO
arrastran esa característica y está claro que convocan a la participación ciudadana.
Dan la impresión que actúan como un instrumento ordenador. En todo caso, el
gran tema es pasar en limpio qué es lo que ordenan.
Los
medios capitalinos han coincidido en saludarlas como las grandes herramientas
con que los ciudadanos conforman las listas electorales. En este sentido se
afirma que “al fin” hay una forma que
les quita a los “dedos” el ordenamiento de las candidaturas.
Una
lectura más atenta pone en perspectiva esta afirmación.
Por lo
pronto, la primer realidad que surge a la vista es que como norma general las
fuerzas de gobierno o cercanas a ocuparlo no han competido –salvo excepciones
mínimas- por ordenar sus listas. No lo ha hecho el gobierno nacional, ni el
PRO, ni la Alianza Progresista santafecina.
Tampoco
han recurrido al expediente ordenador de las PASO las fuerzas con posibilidades
de gobierno cercano: el radicalismo santacruceño, el riojano, el
jujeño. O el propio “Frente Renovador”, gran triunfador en la provincia de
Buenos Aires.
Han existido, sí, expresiones
testimoniales mínimas –el caso del oficialismo entrerriano es un ejemplo- que
no invalidan la norma. O los propios radicalismos mendocino y cordobés.
La
segunda observación es la curiosidad capitalina. Los medios han insistido en
destacar que el “progresismo” –Lanata incluso lo calificaba de “progresismo
real”- ha dado el ejemplo. En este caso, las PASO más que seleccionar
candidatos han servido como una construcción de contención de listas diferentes
–hecho positivo- que, sin embargo, deja en el aire interrogantes claves a la
hora de imaginar las características de una fuerza así convertida en gobierno.
La
observación de las posiciones sobre temas claves en el pasado inmediato es
inquietante. Por ejemplo: Pino Solanas y Prat Gay en la estatización de YPF, o
Victoria Donda y Gil Lavedra en la ley de medios audiovisuales o en la
confiscación de ahorros previsionales –en este caso, con la curiosidad de coincidir
en una de las listas propuestas-.
Pero tal vez el caso más notable
sea el de la lista de Diputados Nacionales de UNEN. Todos recordarán el
liderazgo activo y contundente de Elisa Carrió durante la batalla del campo
(con el que, digresiones aparte, coincidimos totalmente desde esta columna).
Esa batalla tuvo como objeto central detener la aplicación de una resolución
confiscatoria, la 125 del Ministerio de Economía, elaborada… ¡por Lousteau!, su
actual segundo en la lista de la UNEN.
¿Progresismo?
¿Populismo? ¿Juntos? La democracia es –afortunadamente- un espacio de debate.
Las fuerzas políticas ordenan el debate. Si Carrió y Lousteau pertenecieran a
la misma fuerza política y discreparan por su ubicación en una lista, las PASO
serían una gran herramienta. No cambiarían las ideas, apenas quiénes las
expresan.
Pero no es así. Cada uno sigue
sosteniendo lo que cree, no se incluye en la sofisticada construcción de una
fuerza partidaria y tan sólo han utilizado las PASO como un sello contenedor
que les permita una mejor presentación de “marqueting” electoral.
Desde esta columna, defendemos
las confluencias de fuerzas políticas según las características de cada etapa. Somos
entusiastas partidarios de los acuerdos. Pero con igual contundencia también
decimos que las elecciones deben ser la culminación de un proceso de debate y
elaboración de programas comunes y compromisos de acuerdos.
El ordenamiento de las
candidaturas debe ser la “frutilla del postre”, que consoliden un análisis
transparente realizado de cara a la sociedad, la elaboración de una propuesta
común acotada a la etapa de que se trate y el compromiso de trabajo conjunto,
sea legislativo o ejecutivo, según los mecanismos que se decidan.
En este caso, han sido varios los
casos en que los debates previos entre los participantes gastaron más tiempo en amañar reglamentaciones proscriptivas de postulaciones indeseables que en
elaborar programas de trabajo.
De esta forma, pueden ser
peligrosas, juntando el “agua con el aceite” y provocando más daño que el
beneficio que traen al confundir a la ciudadanía y potenciar los personalismos.
Los partidos políticos son la
contracara de los personalismos. Deben contenerlos, encauzarlos, pulirlos. En
todo caso, subordinarlos a un proyecto compartido y acompañarlos de equipos
capacitados que sean capaces de la ejecución de un programa. No pueden suplirse
con la ilusión de una etiqueta electoral sin historia, compromisos ni imaginario
de un futuro compartido.
En síntesis, vemos dos
debilidades en las PASO. La primera, la de los partidos que gobiernan o están
cerca de hacerlo, que nos las usan para ordenar candidaturas. La segunda, la de
quienes tienen escaso interés en gobernar, que las usen para amuchar proyectos
personales sin el compromiso ni las garantías de permanencia que son propios de
los partidos o coaliciones estables.
El paso adelante que
indudablemente significan debería continuar corrigiendo ambos defectos.
Mejorarían la democracia y ayudarían a la recuperación del prestigio de la
política, como actividad clave en una sociedad exitosa.
Ricardo Lafferriere