Kirchnerismo, populismo, peronismo. ¿Cuál es la etiqueta
cuyo fin se anuncia?
Como en
todos los conceptos políticos, la misma palabra puede tener varios
significados. La de “ciclo” no es una excepción, y no es lo mismo escucharla de
un peronista tradicional, un kirchnerista, un peronista “renovador” o un opositor
no peronista.
¿Qué es
lo que se termina? Por lo pronto, pareciera que lo que está expresando sus
últimos estertores es el kirchnerismo, como fenómeno político que, aunque
incluye el populismo entre sus características, no lo agota.
Las
características del kirchnerismo, expresión grotesca del populismo banal, son
más bien propias del autoritarismo patrimonialista, asentadas en un relato
rudimentario pero intelectualmente seductor para gran parte del “establishment”
político-cultural argentino. Sus afirmaciones han confrontado con la realidad
cada vez más profundamente, por lo que han debido escudarse en la mentira –de las
cifras económicas, de la historia nacional, de los valores en los que se funda
y de los principios que levanta como su identidad-.
Este
fenómeno, el kirchnerismo, es el que, al carecer de posibilidades de
continuidad en su liderazgo y al tomar distancia del aparato político peronista
sobre el que cabalgó desde sus inicios, se acerca a su fin, es de esperar que
en el marco de los plazos y la legalidad institucional.
Diferente
es el caso del populismo. Su fin está ligado a los límites del conjunto de
creencias en las que se asienta. Ellas son un Estado elefantiásico e inútil
para gestionar pero de gran valor para ser utilizado en el patrimonialismo, la pretensión
de una economía nacional “autárquica”, la ligereza en negar deudas y en confiscar
patrimonios para edificar poder con su reasignación discrecional, la
convicción de que el poder debe tener escasos límites a los que deba atenerse así
como los ciudadanos escasos derechos que deban respetarse y la marginación
internacional como consecuencia de la pretensión de la condición de “acreedor
eterno” del país con respecto al mundo, que, al contrario, lo ve como un “deudor
pertinaz”.
Estas
creencias trascienden al kirchnerismo. Las rimbombantes decisiones “nacionalistas”
–de las cuales la esperpéntica expropiación de YPF ha sido tal vez la muestra
extrema- han sido acompañadas claramente por la mayoría del estado
político-cultural del país, desde gran parte de sus dirigencias políticas,
empresariales y gremiales de todos los colores hasta el ambiente predominante
en el periodismo, la academia y la población en general. Hasta Federico Pinedo
votó una decisión tan abstrusa como lo fue estatizar Aerolíneas Argentinas, que
le ha costado al país desde 2008 hasta hoy, sin ningún beneficio que lo
compense, más de cuatro mil millones de dólares, a razón de más de dos millones
de dólares por día.
También
son ciertos los testimonios contrarios, como los casos de la confiscación de
ahorros previsionales, la extensión de las facultades extraordinarias al Poder
Ejecutivo, la apropiación de las reservas del BCRA o la propia pretensión de
institucionalizar la confiscación sobre los ingresos agropecuarios, que provocó
la espontánea rebelión rural acompañada políticamente por el radicalismo, el
PRO, peronistas disidentes y la Coalición Cívica, entonces liderada por Elisa
Carrió. Este último caso entraría en la historia grande con el pronunciamiento
del entonces vicepresidente, Julio Cobos, que votando en disidencia con el
gobierno que hasta entonces acompañaba, expresó un límite inherente a su
formación democrática-republicana de raíz radical y abrió una nueva etapa de
reconstrucción opositora.
Si lo
miramos desde ese estado cultural predominante, el populismo tiene aún vida. La
rapidez con que el fin de ciclo kirchnerista anuncia ser reemplazado por una
alternativa afirmada en sus mismos escalones dirigenciales y conducido por una
cúpula que compartió los trazos básicos de la gestión que se agota es un gran
testimonio. La mayoría se cansó del kirchnerismo, pero tiene aún expectativas
en la prolongación de un ciclo populista más tolerable en las formas.
Distinto
es el interrogante sobre la viabilidad económica de ese modelo. Financiado por
rentas apropiadas, es viable mientras existan esas rentas. Su origen puede ser
diverso, aunque tienen un común denominador: son riquezas generadas por personas
o sectores a los que se demoniza caprichosamente, al efecto de poder arrebatárselas.
Es posible mientras esas fuentes las sigan generando. Deja de serlo cuando se
agotan.
No
obstante, sería arriesgado afirmar que ya lo han hecho. Es posible imaginar la
reaparición de la renta minera y aún de la hidrocarburífera, montada en la
irracional explotación de los yacimientos de Shale. Cierto es que ambas van en
la cuenta del deterioro ambiental, pero al populismo eso no le interesará
demasiado.
Sin embargo, los requerimientos de inversión en ambos casos son
incompatibles con el kirchnerismo por su concepción discrecional del poder, que
le resta credibilidad para atraer inversores, pero no lo serían con un esquema
más institucional. Lo mismo ocurre con la tercera alternativa, la de un nuevo
endeudamiento externo. Curiosidades del destino: la institucionalidad
recuperada podría hacer reaparecer rentas extraordinarias que podrían financiar
tanto una estrategia de crecimiento como otra etapa populista. El peligro está
a la vuelta de la esquina.
Históricamente
las fuentes de rentas han sido los recursos agropecuarios, los ahorros previsionales,
las reservas en divisas y el endeudamiento público. Lanzarse sobre ellos para
volcarlos alegremente al consumo oculta tras una niebla adictiva una realidad
económica que no tiene ideologías: no hay crecimiento genuino sin inversión.
Arrebatar discrecionalmente ingresos marginando la ley y el funcionamiento
virtuoso de las instituciones constitucionales provoca dos consecuencias: que
los damnificados traten de defenderse ocultándolos (la economía “negra”) o
sacándolos del sistema (la “fuga de divisas”) y que la inversión se desestimule,
haciendo imposible el crecimiento de largo plazo. Las dos tienen en nuestro
país una dolorosa presencia y la seguirán teniendo mientras el populismo siga
predominando en el juego del poder.
El fin
del kirchnerismo coincide entonces con fuertes limitaciones del propio populismo,
a las que se ha agregado la incapacidad de gestión política en razón de su
forma de ejercicio del poder destemplada, agresiva e intolerante, lo que ha
provocado un vuelco de la opinión pública aparentemente irreversible.
Llegamos
al tercer agregado. El “fin de ciclo” ¿alcanza al peronismo? Da la impresión
que está lejos de alcanzarlo. Más bien –como se adelantó- el peronismo es el
que más impulsará el fin de ciclo kirchnerista, de cuya implosión intentará
desmarcarse. Lo está haciendo con la irrupción del “massismo”, aunque ya había
insinuado rebeldías anteriores.
El
peronismo expresa una matriz político cultural cercana al populismo que, cuando
gestiona eficazmente, recibe el respaldo de ciudadanos independientes. La matriz
político cultural rival, la democrática-republicana, sigue fragmentada en
impostaciones ideológicas que le restan credibilidad y –consecuentemente- apoyo
mayoritario. Sus conducciones no han acertado a diseñar una propuesta coherente
que conduzca a un crecimiento acorde con el nuevo paradigma productivo global y
un importante sector tiende, además, a disputar al peronismo símbolos
populistas en una tarea condenada al fracaso: la coherencia intelectual, de la
que son tributarios, tiene un hiato irreparable entre el país moderno al que
aspiran y el arcaísmo populista predominante del que, sin embargo, temen
alejarse quitando en consecuencia coherencia a su relato y haciendo inviables
sus propuestas.
El
kirchnerismo ha agotado su ciclo. No lo ha hecho aún el populismo, que como monstruo
de mil cabezas puede renacer de muchas formas. Y mucho menos el peronismo, cuya
existencia, aunque históricamente ligada al populismo, también lo supera. Refleja
una de las alternativas con que cuenta la sociedad para confiarle el poder.
La otra, la
democrática-republicana, mayoritaria en la base de la sociedad, que supo
vertebrarse en otros tiempos alrededor de la estructura radical, espera aún que
una dirigencia virtuosa logre su articulación política en una propuesta amplia,
plural, inclusiva, modernizadora, con vocación de gobierno y a la que pueda
confiarle la conducción del país para la superación definitiva del populismo.
El tiempo dirá si lo hace
nuevamente alrededor del viejo partido, de una opción nueva o si sencillamente
no lo logra, dejando al peronismo, con su versatilidad y capacidad de interpretar
los cambios de épocas, la posibilidad de sucederse a sí mismo.
Ricardo Lafferriere