domingo, 20 de octubre de 2013

Nubarrones oscuros

                “Ya van a ver cuando yo no esté… con qué le van a pagar a los jubilados…”

                La frase, atribuida a CFK luego de las elecciones primarias del 11 de agosto, es coherente con el rumbo impuesto a su política económica que lleva, inexorablemente, al estancamiento de la economía y al vaciamiento de los diferentes activos públicos y privados del país.

                El kirchnerismo y el peronismo que lo sostiene siguen comprometiendo a la Nación en luchas diversas, que en varios casos pueden calificarse de caprichosas. El frente interno se enrarece cada vez más ante la distorsión de precios relativos,  mientras en el frente externo se lanzan desafíos irresponsables a los vecinos y al mundo nada más que para traducirlos en clave ideológica de debate interno. El FMI, los “fondos buitres”, el Uruguay, Brasil, LAN, la Unión Europea, la Justicia norteamericana, el colonialismo inglés, las corporaciones, los formadores de precios, los monopolios, Magneto, Clarín, la “corpo”, son excusas adolescentes de una incapacidad de gestión que ha mostrado su límite.

Sigue comprimiendo la economía a niveles tales que cuando se libere, generará un daño mayor a los sectores de ingresos fijos, ya que los precios retrasados son justamente los que más los golpean: tarifas de servicios públicos y alimentos de primera necesidad.

                La nivelación se dará cuando terminen los recursos que se están dilapidando y con ellos la posibilidad de subsidiar los consumos populares. El oficialismo está haciendo lo posible que ello ocurra en el momento en que termine su mandato. Sin embargo, no está claro que lo logre.

                En los precios de los alimentos, alcanza con observar la brecha que se está abriendo mes tras mes entre los precios “congelados” y los libres. En determinados rubros alcanza a más del cien por ciento. El paso siguiente es el desabastecimiento, ante la imposibilidad de mantener producciones a pérdida. Maduro lo mostró en Venezuela, donde ya no hay ni papel higiénico.

                Pero eso será mínimo si ponemos el foco en las tarifas. Sólo buscar el equilibrio operativo para seguir contando con transporte, electricidad y gas llevará inexorablemente las tarifas a varias veces los niveles actuales.

                Según los datos de economistas que siguen el tema, nivelar las tarifas a un nivel que no requieran más subsidios, porque se acaba el dinero para subsidiar –es decir, que se pague lo que cuesta obtener el servicio- provoca escalofríos. La energía eléctrica domiciliaria, por dar un caso, debería multiplicarse por veinte. El gas, por veinticinco. El transporte urbano de pasajeros en la zona metropolitana debería aumentar no menos de diez veces, en todos los casos sobre los valores actuales. El rumbo de colisión marcha al compás de la pérdida de reservas, la insustentabilidad de la creciente inflación, la crisis fiscal y el creciente déficit comercial.

                Fácil es imaginar la reacción social que generará advertir que el “modelo” no era más que una ilusión, basada en la liquidación del capital público y privado, el endeudamiento público y el desmantelamiento de la economía productiva.

Cuanto más se demoren las medidas adecuadas, más duro será lo que venga. Y a tal efecto será indiferente si el gobierno sucesor del kirchnerismo es peronista o “gorila”. Será una necesidad matemática, no ideológica. Esta situación es observada con preocupación por el peronismo, que pondrá en juego todos sus espacios de poder –gobernaciones e intendencias- en el 2015 y parece poco dispuesto a perderlas.

Los aspirantes a la sucesión saben que el ajuste deberá ser tremendo y acompasan sus discursos y posicionamientos a la inminente realidad. Algunos, aún desde “adentro”, toman distancia del relato kirchnerista para evitar ser deglutidos por la crisis, aunque sin romper. Otros ya dieron el salto hacia afuera del kirchnerismo y aún del propio peronismo.

Lo curioso es que no se advierte la toma de conciencia en las fuerzas no peronistas de la gravedad de lo que viene y de la urgencia de diseñar un programa para la etapa, que debe ser de unidad nacional. Ese programa debe asumir con valentía las urgencias económicas, las responsabilidades sociales y las demandas más fuertes de una sociedad que se siente invadida por fenómenos que consideraba ajenos, como el narcotráfico y la violencia cotidiana.

Varias veces lo hemos repetido en esta columna: el futuro de la Argentina es promisorio, pero deberán atravesarse turbulencias fuertes para cambiar de rumbo y salir de ésto. Ninguno de ambos extremos debe olvidarse. El primero, porque el país sería tomado por el fatalismo y la desesperanza. El segundo, porque podría potenciar el exitismo ingenuo.

En realidad, si las cosas se hacen bien en el marco de un programa de unidad nacional que le confiera respaldo político y confiabilidad, la crisis podría atravesarse con mínimo costo social. Para ello, debieran tomarse decisiones urgentes, porque cada día que pasa nos hundimos más y nos acercamos al punto en el que las decisiones políticas no podrán evitar el desencadenamiento de un estallido socioeconómico, como los que ya conocemos. Ese es el límite de todos los cálculos.

En esta perspectiva, y proyectando hacia los próximos meses las actuales tendencias de inflación, caída de reservas, disolución de la moneda nacional y creciente déficit comercial, en pos de mantener el famoso “modelo”, se seguirán juntando nubarrones oscuros y el horizonte despejado difícilmente llegue al 2015.

Antes, vendrá tormenta.


Ricardo Lafferriere

lunes, 7 de octubre de 2013

Delegación presidencial y Constitución Nacional

El presidente es una figura central en la estructura constitucional. Representa a la Nación y a su soberanía, “de cara al mundo”.

De cara al país, es el Jefe de la Administración. La soberanía reside en el Congreso, representante del pueblo –o sea, de los ciudadanos- y de las provincias. Unos –los ciudadanos- y otras –las provincias- son anteriores a la Nación y a la propia Constitución.

Este es el juego de realidades y ficciones sobre las que se edifica y funciona la estructura política que enmarca nuestra convivencia como pueblo.

Cuando la Constitución reglamenta las condiciones de ejercicio de la presidencia, lo hace en forma armónica y teniendo en cuenta estos supuestos –que incluyen además la autonomía de las provincias, la independencia de la justicia, los derechos y garantías de los ciudadanos-.

Así ocurre en caso de cese, destitución o incapacidad del presidente de la Nación, como de todos los funcionarios –legisladores y jueces-. Ninguno es más que otros. Todos se deben al conjunto.

El presidente debe estar plenamente en condiciones físicas e intelectuales para ejercer el cargo (debe tener “ideoneidad”) y residir en la Capital de la Nación. En caso de ausencia (el Congreso debe autorizarlo para salir de la Capital) lo reemplaza el Vicepresidente.

En otros tiempos, cada viaje presidencial implicaba un debate parlamentario. En los tiempos modernos, en que los viajes son virtualmente constantes, se cumple con el recaudo constitucional con una ley que autoriza al presidente a viajar cuando lo considere necesario, en el transcurso del año parlamentario. Pero –destaco- el que autoriza es siempre el Congreso, a través de una ley especial.

En caso de destitución, el procedimiento está establecido en las normas del juicio político, que deben respetarse escrupulosamente. En ese caso, también es el Congreso el que toma la decisión, dividiendo las funciones entre una Cámara acusadora –la de Diputados- y una Cámara de Sentencia, presidida no ya por el Vicepresidente sino por el Presidente de la Corte Suprema de Justicia. En ambas etapas se requiere una mayoría especial.

En caso de enfermedad o incapacidad, el procedimiento es similar. Quien decide la transferencia del poder es el Congreso. No es una atribución presidencial, o una decisión del Vicepresidente. Si el presidente cae en la situación prevista, debe pedir una licencia al Congreso por motivo de enfermedad, y éste debe otorgarla –así como otorga anualmente los permisos para viajar-. De otra forma, se dejaría en la voluntad de uno de los órganos -el Poder Ejecutivo- la capacidad de modificar eventualmente las votaciones parlamentarias extrayendo al Vicepresidente del cuerpo que preside, lo que es contradictorio con el mecanismo de relojería establecido en la Carta Magna.

La delegación del mando en el Vicepresidente, sin autorización del Congreso y sin una ley especial que otorgue la licencia es de una endeblez institucional notoria. No está claro, incluso, si tiene validez para tomar decisiones del nivel presidencial, porque la delegación no ha sido autorizada por el órgano político correspondiente.

En notas anteriores hemos expresado que el mayor daño que ha realizado al país el kirchnerismo en estos años ha sido el desmantelamiento sistemático de sus instituciones. Superan incluso a la errática política exterior, o al vaciamiento económico.

Ésta es una nueva demostración de ese ninguneo. Ni siquiera en una situación extrema como la que se vive, cuando la señora presidenta recibe la simpatía y benevolencia de todos sus compatriotas que inclinan sus banderías en señal de respeto, se respeta a las instituciones del país.

Una vez más, y sin necesidad ninguna, se prefiere el atajo. Como una demostración más de soberbia e indiferencia ante el ordenamiento de un país que ya los ha tolerado demasiado, ha entronizado al Vicepresidente marginando las formas establecidas. Formas por las que, cuando asumió, juró respetar poniendo por testigo “a Dios y los Santos Evangelios”.

Una lástima, porque nada impedía actuar como se debe.

Por lo demás, nos sumamos al deseo de éxito en la operación a que será sometida por los mejores médicos argentinos. La necesitamos fuerte, tanto para que defienda con pasión sus convicciones como lo ha hecho estos años, como para poder cuestionarla sin atenuantes y con la misma pasión cuando discrepamos.

Ricardo Lafferriere



viernes, 27 de septiembre de 2013

El "massismo"

                La irrupción de Sergio Massa como una alternativa política nacida del kirchnerismo, pero que se invoca novedosa, sugiere un análisis de las continuidades y las rupturas que mantiene con su espacio de origen.

                Como lo hemos adelantado en un par de notas anteriores, nuestra mirada tiene dos enfoques. El primero está vinculado a lo que hemos dado en llamar “el escenario”, o sea el espacio que contiene las pugnas públicas efectuadas por los protagonistas del poder y el segundo a sus propuestas de fondo para el país.

El massismo reproduce en su seno similares contradicciones a las que se han expresado y se expresan en las fuerzas de representación política mayoritarias y con vocación de gobierno.

                Hay en su seno tanto exponentes del viejo populismo como actores decisivos de un país democrático y moderno. Incluye tanto a defensores de una economía autárquica fuera de época como a impulsores de un cambio modernizador que vincule a nuestro país con el mundo en forma virtuosa.

                En su morfología es innegable la predominancia de viejas estructuras clientelares del conurbano junto a alternativas más vinculadas a la vertiente democrática-republicana. Incluye dirigentes de origen progresista y moderado, obreros y ruralistas, sindicalistas y empresarios “protegidos” pero también la fuerte expectativa de los “condenados de Moreno”, aquellos que imbrican al país con el mundo a través del comercio.

                ¿Es esto malo? No parece. Cualquier frente de gobierno debe contener una pluralidad similar.

                Si esas diferentes expresiones de la sociedad se acercaran a conformar una propuesta clara, en negro sobre blanco, sobre la etapa que viene y el rumbo perseguido, su aporte sería trascendente.

                Esa tarea en forma ideal debiera realizarla un partido político a través de mecanismos de participación y debate, de formas democráticas de toma de decisiones y de objetivos definidos que le den previsibilidad a una gestión. En cambio, el massismo se asemeja más a un “amuchamiento” –Raúl Alfonsín en su momento lo hubiera calificado como “trato pampa”- de quienes, ante la percepción de cambio de humor en la sociedad, corren para “no quedar afuera” de una eventual nueva construcción populista.

                El hartazgo social con las formas kirchneristas le agrega un componente de “voto útil”, utilizado por quienes buscan cualquier camino para sacarse de encima lo que ya les resulta insoportable. Y aún con su circunstancialidad, seguramente ese apoyo ayude en la recuperación de un mínimo de respeto ciudadano, de formas democráticas y de reconstrucción institucional.

                Pero eso no alcanza, y sus límites se presentarán pronto.

                Y aquí llegamos al otro enfoque, al del país real, con sus potencialidades y limitaciones.

                No pareciera haber conciencia, ni en los actores que se amuchan ni en el “líder” en gestación -al menos, no aún, para otorgar el beneficio de la duda- que no sólo se ha agotado un estilo político autoritario sino también una forma de funcionamiento económico y social, impotente ya para proyectarse en el tiempo.

                Se ha agotado el mecanismo de construir poder extrayendo recursos de los sectores productivos para financiar con ellos una estructura clientelar, indiferente a la creación de riqueza genuina.

                No hay más –al menos, conservando una mínima formalidad democrática- reservas que arrebatar, recursos de los que apropiarse, mega-riquezas que confiscar, acreedores a los que burlar ni cajas que saquear.

La contracara es que, sin recursos, no se puede construir poder clientelar.

Quienes siguen la economía nacional sostienen, además, que para poner al país nuevamente en marcha es necesario incrementar en un 50 % la tasa de inversión (del 20 % actual, al 30 %). Un PBI, en diez años...

 Y para ponerlo en carrera, la inversión debiera ser aún mayor, tal vez un PBI y medio. “Ponerlo en marcha” significa sólo recuperar la modesta tasa de crecimiento histórico, resignados a participar de un pelotón de segundo nivel en América Latina. “Ponerlo en carrera” significa decidir dar un gran salto adelante en tecnología, educación, infraestructura, calidad de vida, presencia internacional y prestigio.

Ninguna de ambas alternativas está al alcance de una visión que sólo reproduzca, con más amabilidad, la alianza social actual del kirchnerismo que, en última instancia, no representa otra cosa que los empresarios prebendarios, sindicalistas y dirigentes de la vieja corporación burocrática bonaerense, con presencia y vínculos en diferentes fuerzas políticas.

El massismo, por ahora, no está dando muestras de superar este mecanismo ni esta visión. Sus principales emergentes no auguran cambios sustanciales. Podría contestarse que aún no ha definido su línea, y es cierto. Hasta que ello ocurra, las dudas subsisten.

En todo caso, corre con la ventaja que la alternativa de cambio tampoco se expresa en fuerzas competidoras, que expresan historias y actitudes más democráticas, pero que –al igual que el massismo- no las trascienden hacia el cambio estructural del sistema y en algunos casos, atrasan aún más.

El fin de ciclo en el que estamos ingresando no ofrece entonces, por ahora, otra cosa que un mejoramiento institucional. Cierto que abrirá las puertas de un debate nacional sobre el futuro, hoy cerrado por la intolerancia y el maniqueísmo, y eso no es poco. Pero tenerlo en claro ayudará a comprender sus límites y su necesaria circunstancialidad, para no entusiasmarse en inexorables próximas frustraciones.


Ricardo Lafferriere

martes, 24 de septiembre de 2013

Después del tiempo K

Habremos pasado casi tres lustros narcotizados por una mezcla de engaño, despilfarro, corrupción y cinismo, edificados sobre una angustiante necesidad de creer luego del dramático fin de época de "los noventa".

No habrá tiempo para demasiados reproches ante la urgencia de volver a juntar reservas, reconstruir lo destruido, volver a mirar al horizonte y retomar la marcha.

Pero habrá una enorme ventaja: predominará en el país una generación que aunque no había nacido en tiempos de los grandes desencuentros, tendrá el recuerdo cercano del terrible efecto colectivo que producen los discursos hirientes, la banalización del poder, la complicidad con las mafias, la corrupción y la ruptura de la solidaridad colectiva cuando es reemplazada por el desprecio mutuo y la intolerancia ante la diversidad.

Tendremos de nuevo un país plural, abierto al mundo en la búsqueda de su destino y apoyado en la capacidad creadora de su gente honesta, que es abrumadoramente mayoritaria.

Y recuperaremos el terreno perdido. Volveremos a jerarquizar la educación. De nuevo apoyaremos el esfuerzo emprendedor, que alguna vez nos hizo grandes. Respetaremos las leyes, fruto de un funcionamiento virtuoso de las instituciones recuperadas. Volveremos a dialogar entre iguales, en tono menor, buscando coincidencias que nos permitan generar espacios de consensos y políticas públicas estables.

Cualquiera podrá estar gobernando. Será seguramente un país que esté orgulloso de su colorido político plural trabajando en conjunto. Alguna vez tuvimos una Argentina con Presidente, Gobernadores e Intendentes de diferentes partidos trabajando sin fisuras por el bien de los ciudadanos, sus empleadores. Tiempos de Arturo Illia…

Todos los compatriotas deberán estar incluidos en este relanzamiento nacional, para lo cual tendremos que acentuar las políticas sociales inclusivas, sostenidas por una economía liberada de sus históricas deformaciones atávicas y relanzada a imbricarse con el portentoso avance del mundo global.

Inversiones y tecnologías, mercados y financiamiento, capacitación y cuidado del ambiente, utilización inteligente, racional y prudente de los recursos naturales, aportarán el marco virtuoso de un desarrollo armónico, social y territorialmente integrado en la dimensión continental de un país que volverá a inspirar respeto y afecto en "los libres del mundo", comenzando por sus vecinos.

No es un sueño. Será, al contrario, el despertar de una pesadilla.

Puede parecer hoy una voluntarista "fuga hacia adelante". Sin embargo, en los difíciles momentos que deberemos atravesar al fin de este triste ciclo decadente, será bueno tener en el pensamiento esa imagen del futuro, para evitar que las fuertes turbulencias nos confundan.

La Argentina es un gran país. El argentino es un gran pueblo. Sólo hace falta que lo dejen ser. Y que se anime a serlo. Lo espera un futuro cercano ciertamente portentoso.



Ricardo Lafferriere

jueves, 12 de septiembre de 2013

Frente a una nueva crisis política

Excedentes dilapidados. Tal podría ser una caracterización –benigna- de los diez años kirchneristas.

Llegaron al gobierno en pleno despertar del precio de la soja, con los salarios públicos licuados por la macrodevaluación duhaldista, sin pagar deuda externa a raíz de la declaración de Default de Rodríguez Saá y con los precios internos ultra-deprimidos por esa misma decisión.

Lo peor del derrumbe había pasado, con la gestión de Duhalde, que pagó el precio del caos que había ayudado a provocar.

Parafraseando a Domingo Cavallo, podría decirse que a la administración de Néstor Kirchner, ya desde el comienzo, “le brotaba la plata de las orejas”.

El superávit que generó la caída del 2001 –desemboque inexorable del megaendeudamiento de los 90, que le explotó en la cara al gobierno aliancista luego de la mecha encendida por el peronismo bonaerense y sus aliados- abría enormes posibilidades para cualquier conducción no ya impecable, sino sólo racional y con un mínimo siquiera de sentido común.

Entre las opciones, se eligió la peor. Los excedentes no fueron volcados a la inversión productiva, sino a disimular los desequilibrios volviendo a lo peor de la etapa de la economía “cerrada”, ya agotada en la crisis anterior, la de 1989. Fue acompañada de una sistemática tarea de demolición de la institucionalidad, de la desaparición del dialogo y de ataques a la unidad nacional.

El viento de cola hizo el resto. El país vivió diez años en un adictivo jolgorio consumista, aún frente a los alertas de opiniones más sensatas. Tal vez sea bueno recordar las advertencias de Roberto Lavagna y de Elisa Carrió –los candidatos adversarios de Cristina Kirchner- en el 2007: ralentizar ese jolgorio consumista y volcar recursos a la inversión. En lugar de “crecer” en forma engañosa al 8 % anual dilapidando recursos pero con un horizonte muy corto, hacerlo firmemente al 5 % con un programa inteligente de largo plazo.

La respuesta de Kirchner entonces fue “son neoliberales que quieren ajustar la economía”. De nuevo montó sobre el engaño una polarización tramposa.

Y así nos fue. Seguir con el voluntarismo nos costó volver al endeudamiento público –a esta altura, superior a la propia deuda defaulteada-, agotar las reservas petroleras, confiscar los ahorros previsionales, comerse las reservas del Central, liquidar el stock ganadero, dejar envejecer la infraestructura y, por último, volver a la inflación con el primitivo mecanismo de emitir dinero sin respaldo ni control.

Hasta aquí llegamos. El populismo se quedó sin capacidad de maniobra, porque todos los caminos se cerraron. Se agotaron, tanto las rentas como los recursos fácilmente “manoteables”.

El kirchnerismo nunca fue funcional a un crecimiento virtuoso, inteligente y moderno, diseñado para imbricarse en el mundo global participando de la revolución científico-técnica, de la potencialidad del mercado mundial y de la capacidad de iniciativa de los emprendedores argentinos.

La novedad ahora es que el kirchnerismo también dejó de ser funcional al propio populismo. Su continuidad sólo ofrece un fuerte ajuste recesivo –incompatible con su “relato” populista- o un desestabilizante estallido inflacionario de grandes dimensiones. O, en el “mejor” de los casos, una mezcla de ambos que combine recesión con inflación.

Sólo la recreación de nuevas fuentes de rentas de las que apropiarse podría otorgarle un período de gracia, prolongando la agonía. Las tres posibles –relanzamiento de la megaminería, superexplotación del Shale  y nuevo endeudamiento externo- están fuera de su alcance, por las características discrecionales de su estilo de gestión que espanta inversores y prestamistas.

En una dramática contradicción existencial, el kirchnerismo como expresión política cerró todas las chances de salvataje económico, ni racional ni populista. Nadie invertirá y nadie prestará dinero a la Argentina con ellos en el gobierno.

Sin funcionalidad con la economía, es difícil imaginar cómo atravesarán el desierto estos dos años. Ellos, y el país. En consecuencia, y aún sin contar con más información que la pública, es evidente que el país se mueve en la cercanía de una crisis política.

Usando la terminología de otros tiempos, la “contradicción principal” en la coyuntura engloba hoy al desarrollo y al propio populismo en un polo, y al kichnerismo en el otro.

Nadie sabe cómo será el final. Tal vez lo más inteligente, antes que un derrumbe estrepitoso, sería un retiro voluntario que permita procesar la transición en el marco democrático. Así lo hizo Fernando de la Rúa en el 2001 prefiriendo renunciar a su prestigio a provocarle al país un daño mayor.

Pero pocos imaginan este gesto en la presidenta y muy pocos lo quieren, no precisamente por afecto a la señora, sino porque implicaría tener que gestionar las consecuencias que, cualquiera sea el gestor, conllevarán fuertes turbulencias de las que sólo se podrá salir con decisiones audaces.

Con un agregado: en el marco de esas turbulencias habrá que saldar el debate sobre el rumbo definitivo que debe tomar el país, ya que aún caído el kirchnerismo, el viejo populismo no ha muerto y no está claro que el país nuevo esté aún listo para nacer.

Es una lástima tener nuevamente enfrente una crisis política originada en la rudimentaria gestión de gobierno que no sólo desaprovechó una excelente oportunidad internacional sino que vació al país de todas sus reservas estratégicas y nos retornó al punto de partida.

Cuando se remueva el velo de los números falsos y se apague el espejismo, quedará a la luz que los argentinos estamos sustancialmente más pobres que una década atrás, con menos recursos disponibles y con mayores problemas que resolver.

Sería bueno prepararse comenzando desde ya a discutir “el fondo del problema”, que en última instancia no es más que decidir entre el pasado que muere y el futuro posible. Será la forma de esperar la crisis adelantando tareas, para facilitar su salida.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 11 de septiembre de 2013

SIRIA

Y todos contentos…

                Desde la década del 90 Rusia viene luchando por recuperar el posicionamiento perdido.

                Su autoestima de superpotencia devenida en potencia decadente, su sistema “modélico” para medio planeta convertido en una maraña de mafias y corrupción, su presencia internacional desplazándose desde uno de los polos del poder mundial a un país dependiente de sus materias primas como un país en desarrollo más, han sido la obsesión de viejos cuadros dirigentes entre los cuales Vladimir Putin es su principal emergente.

                Rusia necesita volver a posicionarse, si no en el mundo al menos en la región. Su liderazgo, cerca de China, Irán, Turquía, Siria y los países del viejo “Turquestán” –hoy, ex integrantes de la vieja URSS con alianzas variadas y no siempre leales- necesita ponerse en valor.

                Estados Unidos, por su parte, desea desde hace ya varios años retirarse del medio oriente. Irak y Afganistán, sus últimas dos guerras, han abierto heridas en su propia sociedad nacional produciendo un hiato de una magnitud pocas veces vista en su historia entre los ciudadanos y el poder. Ha tenido la suerte del surgimiento de las nuevas tecnologías que permiten la extracción del petróleo profundo (Shale) que le permite no sólo autoabastecerse sino convertirse en exportador de combustibles. No necesita –y tampoco parece desearlo- mantener un costoso despliegue militar tan lejos “de casa” para actuar como gendarme en regiones que no sólo no se lo agradecen sino que lo repudian, cuando dependerá cada vez menos de su petróleo.

                En ese ajedrez, para quienes seguimos la marcha del mundo, es fuerte la tentación de imaginar que la amenaza a Siria ha tenido, en realidad, otro destinatario: Irán. Una Irán aliada de Rusia, pero cuyos arsenales nucleares no pueden alegrar a su vecino. Un Irán que, aliada también de Siria, conforma una pareja de países difícilmente controlables por nadie, en posesión de armamentos demasiado peligrosos para tenerlos cerca.

                De ahí al acuerdo ruso-norteamericano hay un paso. La amenaza del ataque a Siria tuvo ya su primera consecuencia colateral: Irán ha aceptado volver a conversar el control de su programa nuclear por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) -http://noticias.terra.com.ar/internacionales/el-tiempo-para-resolver-el-tema-del-programa-nuclear-irani-no-es-ilimitado-iran,691f0805e0701410VgnCLD2000000ec6eb0aRCRD.html-, lo que neutralizará cualquier proyecto de fabricación de armas nucleares. Y la propuesta (¿rusa?) sobre Siria tendrá la consecuencia de anular su arsenal de armas químicas.

                La otra tentación es la de imaginar que la amenaza del bombardeo norteamericano a Siria ha sido una gigantesca puesta en escena, tácita o expresamente acordado con Rusia, en un ajedrez geopolítico, militar y diplomático que ha puesto en vilo al mundo. Los hechos hablarán para confirmar o desmentir esa sospecha.

                Porque si todo termina como puede imaginarse, Irán avanzará hacia su desnuclearización, Siria hacia la eliminación de su arsenal químico y Estados Unidos podrá continuar su repliegue, delegando su papel de gendarme en la región en favor de una Rusia que habrá recuperado allí un liderazgo claro para reforzar su posición frente a China y no tendrá más en su flanco suroccidental dos países que, aunque aliados, cuenten con peligrosas armas de destrucción masiva.

                Tal vez sea todo imaginación. Lo que está claro es que en estos casos, para quienes –como nosotros, en la Argentina- no tenemos intereses directos comprometidos en el entuerto, lo peor que podemos hacer es “comernos el amague” y tomar posiciones por impulsos viscerales que terminen perjudicándonos gratuitamente en otros temas que son los que realmente nos afectan e interesan.

Ricardo Lafferriere

                

lunes, 9 de septiembre de 2013

"Fin de ciclo..." (¿cuál?)

                Kirchnerismo, populismo, peronismo. ¿Cuál es la etiqueta cuyo fin se anuncia?

                Como en todos los conceptos políticos, la misma palabra puede tener varios significados. La de “ciclo” no es una excepción, y no es lo mismo escucharla de un peronista tradicional, un kirchnerista, un peronista “renovador” o un opositor no peronista.

                ¿Qué es lo que se termina? Por lo pronto, pareciera que lo que está expresando sus últimos estertores es el kirchnerismo, como fenómeno político que, aunque incluye el populismo entre sus características, no lo agota.

                Las características del kirchnerismo, expresión grotesca del populismo banal, son más bien propias del autoritarismo patrimonialista, asentadas en un relato rudimentario pero intelectualmente seductor para gran parte del “establishment” político-cultural argentino. Sus afirmaciones han confrontado con la realidad cada vez más profundamente, por lo que han debido escudarse en la mentira –de las cifras económicas, de la historia nacional, de los valores en los que se funda y de los principios que levanta como su identidad-.

                Este fenómeno, el kirchnerismo, es el que, al carecer de posibilidades de continuidad en su liderazgo y al tomar distancia del aparato político peronista sobre el que cabalgó desde sus inicios, se acerca a su fin, es de esperar que en el marco de los plazos y la legalidad institucional.

                 Diferente es el caso del populismo. Su fin está ligado a los límites del conjunto de creencias en las que se asienta. Ellas son un Estado elefantiásico e inútil para gestionar pero de gran valor para ser utilizado en el patrimonialismo, la pretensión de una economía nacional “autárquica”, la ligereza en negar deudas y en confiscar patrimonios para edificar poder con su reasignación discrecional, la convicción de que el poder debe tener escasos límites a los que deba atenerse así como los ciudadanos escasos derechos que deban respetarse y la marginación internacional como consecuencia de la pretensión de la condición de “acreedor eterno” del país con respecto al mundo, que, al contrario, lo ve como un “deudor pertinaz”.

                Estas creencias trascienden al kirchnerismo. Las rimbombantes decisiones “nacionalistas” –de las cuales la esperpéntica expropiación de YPF ha sido tal vez la muestra extrema- han sido acompañadas claramente por la mayoría del estado político-cultural del país, desde gran parte de sus dirigencias políticas, empresariales y gremiales de todos los colores hasta el ambiente predominante en el periodismo, la academia y la población en general. Hasta Federico Pinedo votó una decisión tan abstrusa como lo fue estatizar Aerolíneas Argentinas, que le ha costado al país desde 2008 hasta hoy, sin ningún beneficio que lo compense, más de cuatro mil millones de dólares, a razón de más de dos millones de dólares por día.

                También son ciertos los testimonios contrarios, como los casos de la confiscación de ahorros previsionales, la extensión de las facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo, la apropiación de las reservas del BCRA o la propia pretensión de institucionalizar la confiscación sobre los ingresos agropecuarios, que provocó la espontánea rebelión rural acompañada políticamente por el radicalismo, el PRO, peronistas disidentes y la Coalición Cívica, entonces liderada por Elisa Carrió. Este último caso entraría en la historia grande con el pronunciamiento del entonces vicepresidente, Julio Cobos, que votando en disidencia con el gobierno que hasta entonces acompañaba, expresó un límite inherente a su formación democrática-republicana de raíz radical y abrió una nueva etapa de reconstrucción opositora.

                Si lo miramos desde ese estado cultural predominante, el populismo tiene aún vida. La rapidez con que el fin de ciclo kirchnerista anuncia ser reemplazado por una alternativa afirmada en sus mismos escalones dirigenciales y conducido por una cúpula que compartió los trazos básicos de la gestión que se agota es un gran testimonio. La mayoría se cansó del kirchnerismo, pero tiene aún expectativas en la prolongación de un ciclo populista más tolerable en las formas.

                Distinto es el interrogante sobre la viabilidad económica de ese modelo. Financiado por rentas apropiadas, es viable mientras existan esas rentas. Su origen puede ser diverso, aunque tienen un común denominador: son riquezas generadas por personas o sectores a los que se demoniza caprichosamente, al efecto de poder arrebatárselas. Es posible mientras esas fuentes las sigan generando. Deja de serlo cuando se agotan.

                No obstante, sería arriesgado afirmar que ya lo han hecho. Es posible imaginar la reaparición de la renta minera y aún de la hidrocarburífera, montada en la irracional explotación de los yacimientos de Shale. Cierto es que ambas van en la cuenta del deterioro ambiental, pero al populismo eso no le interesará demasiado. 

                 Sin embargo, los requerimientos de inversión en ambos casos son incompatibles con el kirchnerismo por su concepción discrecional del poder, que le resta credibilidad para atraer inversores, pero no lo serían con un esquema más institucional. Lo mismo ocurre con la tercera alternativa, la de un nuevo endeudamiento externo. Curiosidades del destino: la institucionalidad recuperada podría hacer reaparecer rentas extraordinarias que podrían financiar tanto una estrategia de crecimiento como otra etapa populista. El peligro está a la vuelta de la esquina.

                Históricamente las fuentes de rentas han sido los recursos agropecuarios, los ahorros previsionales, las reservas en divisas y el endeudamiento público. Lanzarse sobre ellos para volcarlos alegremente al consumo oculta tras una niebla adictiva una realidad económica que no tiene ideologías: no hay crecimiento genuino sin inversión. 

                 Arrebatar discrecionalmente ingresos marginando la ley y el funcionamiento virtuoso de las instituciones constitucionales provoca dos consecuencias: que los damnificados traten de defenderse ocultándolos (la economía “negra”) o sacándolos del sistema (la “fuga de divisas”) y que la inversión se desestimule, haciendo imposible el crecimiento de largo plazo. Las dos tienen en nuestro país una dolorosa presencia y la seguirán teniendo mientras el populismo siga predominando en el juego del poder.

                El fin del kirchnerismo coincide entonces con fuertes limitaciones del propio populismo, a las que se ha agregado la incapacidad de gestión política en razón de su forma de ejercicio del poder destemplada, agresiva e intolerante, lo que ha provocado un vuelco de la opinión pública aparentemente irreversible.

                Llegamos al tercer agregado. El “fin de ciclo” ¿alcanza al peronismo? Da la impresión que está lejos de alcanzarlo. Más bien –como se adelantó- el peronismo es el que más impulsará el fin de ciclo kirchnerista, de cuya implosión intentará desmarcarse. Lo está haciendo con la irrupción del “massismo”, aunque ya había insinuado rebeldías anteriores.

                El peronismo expresa una matriz político cultural cercana al populismo que, cuando gestiona eficazmente, recibe el respaldo de ciudadanos independientes. La matriz político cultural rival, la democrática-republicana, sigue fragmentada en impostaciones ideológicas que le restan credibilidad y –consecuentemente- apoyo mayoritario. Sus conducciones no han acertado a diseñar una propuesta coherente que conduzca a un crecimiento acorde con el nuevo paradigma productivo global y un importante sector tiende, además, a disputar al peronismo símbolos populistas en una tarea condenada al fracaso: la coherencia intelectual, de la que son tributarios, tiene un hiato irreparable entre el país moderno al que aspiran y el arcaísmo populista predominante del que, sin embargo, temen alejarse quitando en consecuencia coherencia a su relato y haciendo inviables sus propuestas.

                El kirchnerismo ha agotado su ciclo. No lo ha hecho aún el populismo, que como monstruo de mil cabezas puede renacer de muchas formas. Y mucho menos el peronismo, cuya existencia, aunque históricamente ligada al populismo, también lo supera. Refleja una de las alternativas con que cuenta la sociedad para confiarle el poder.

La otra, la democrática-republicana, mayoritaria en la base de la sociedad, que supo vertebrarse en otros tiempos alrededor de la estructura radical, espera aún que una dirigencia virtuosa logre su articulación política en una propuesta amplia, plural, inclusiva, modernizadora, con vocación de gobierno y a la que pueda confiarle la conducción del país para la superación definitiva del populismo.

El tiempo dirá si lo hace nuevamente alrededor del viejo partido, de una opción nueva o si sencillamente no lo logra, dejando al peronismo, con su versatilidad y capacidad de interpretar los cambios de épocas, la posibilidad de sucederse a sí mismo.


Ricardo Lafferriere