“Ya van
a ver cuando yo no esté… con qué le van a pagar a los jubilados…”
La
frase, atribuida a CFK luego de las elecciones primarias del 11 de agosto, es
coherente con el rumbo impuesto a su política económica que lleva,
inexorablemente, al estancamiento de la economía y al vaciamiento de los
diferentes activos públicos y privados del país.
El
kirchnerismo y el peronismo que lo sostiene siguen comprometiendo a la Nación
en luchas diversas, que en varios casos pueden calificarse de caprichosas. El
frente interno se enrarece cada vez más ante la distorsión de precios
relativos, mientras en el frente externo
se lanzan desafíos irresponsables a los vecinos y al mundo nada más que para traducirlos
en clave ideológica de debate interno. El FMI, los “fondos buitres”, el
Uruguay, Brasil, LAN, la Unión Europea, la Justicia norteamericana, el
colonialismo inglés, las corporaciones, los formadores de precios, los
monopolios, Magneto, Clarín, la “corpo”, son excusas adolescentes de una
incapacidad de gestión que ha mostrado su límite.
Sigue comprimiendo la economía a
niveles tales que cuando se libere, generará un daño mayor a los sectores de
ingresos fijos, ya que los precios retrasados son justamente los que más los
golpean: tarifas de servicios públicos y alimentos de primera necesidad.
La
nivelación se dará cuando terminen los recursos que se están dilapidando y con
ellos la posibilidad de subsidiar los consumos populares. El oficialismo está
haciendo lo posible que ello ocurra en el momento en que termine su mandato.
Sin embargo, no está claro que lo logre.
En los
precios de los alimentos, alcanza con observar la brecha que se está abriendo
mes tras mes entre los precios “congelados” y los libres. En determinados
rubros alcanza a más del cien por ciento. El paso siguiente es el
desabastecimiento, ante la imposibilidad de mantener producciones a pérdida.
Maduro lo mostró en Venezuela, donde ya no hay ni papel higiénico.
Pero
eso será mínimo si ponemos el foco en las tarifas. Sólo buscar el equilibrio
operativo para seguir contando con transporte, electricidad y gas llevará
inexorablemente las tarifas a varias veces los niveles actuales.
Según
los datos de economistas que siguen el tema, nivelar las tarifas a un nivel que
no requieran más subsidios, porque se acaba el dinero para subsidiar –es decir,
que se pague lo que cuesta obtener el servicio- provoca escalofríos. La energía
eléctrica domiciliaria, por dar un caso, debería multiplicarse por veinte. El
gas, por veinticinco. El transporte urbano de pasajeros en la zona
metropolitana debería aumentar no menos de diez veces, en todos los casos sobre
los valores actuales. El rumbo de colisión marcha al compás de la pérdida de
reservas, la insustentabilidad de la creciente inflación, la crisis fiscal y el
creciente déficit comercial.
Fácil
es imaginar la reacción social que generará advertir que el “modelo” no era más
que una ilusión, basada en la liquidación del capital público y privado, el
endeudamiento público y el desmantelamiento de la economía productiva.
Cuanto más se demoren las medidas
adecuadas, más duro será lo que venga. Y a tal efecto será indiferente si el
gobierno sucesor del kirchnerismo es peronista o “gorila”. Será una necesidad
matemática, no ideológica. Esta situación es observada con preocupación por el
peronismo, que pondrá en juego todos sus espacios de poder –gobernaciones e
intendencias- en el 2015 y parece poco dispuesto a perderlas.
Los aspirantes a la sucesión
saben que el ajuste deberá ser tremendo y acompasan sus discursos y
posicionamientos a la inminente realidad. Algunos, aún desde “adentro”, toman
distancia del relato kirchnerista para evitar ser deglutidos por la crisis,
aunque sin romper. Otros ya dieron el salto hacia afuera del kirchnerismo y aún
del propio peronismo.
Lo curioso es que no se advierte
la toma de conciencia en las fuerzas no peronistas de la gravedad de lo que
viene y de la urgencia de diseñar un programa para la etapa, que debe ser de
unidad nacional. Ese programa debe asumir con valentía las urgencias
económicas, las responsabilidades sociales y las demandas más fuertes de una
sociedad que se siente invadida por fenómenos que consideraba ajenos, como el
narcotráfico y la violencia cotidiana.
Varias veces lo hemos repetido en
esta columna: el futuro de la Argentina es promisorio, pero deberán atravesarse
turbulencias fuertes para cambiar de rumbo y salir de ésto. Ninguno de ambos
extremos debe olvidarse. El primero, porque el país sería tomado por el
fatalismo y la desesperanza. El segundo, porque podría potenciar el exitismo
ingenuo.
En realidad, si las cosas se
hacen bien en el marco de un programa de unidad nacional que le confiera
respaldo político y confiabilidad, la crisis podría atravesarse con mínimo
costo social. Para ello, debieran tomarse decisiones urgentes, porque cada día
que pasa nos hundimos más y nos acercamos al punto en el que las decisiones
políticas no podrán evitar el desencadenamiento de un estallido socioeconómico,
como los que ya conocemos. Ese es el límite de todos los cálculos.
En esta perspectiva, y
proyectando hacia los próximos meses las actuales tendencias de inflación,
caída de reservas, disolución de la moneda nacional y creciente déficit
comercial, en pos de mantener el famoso “modelo”, se seguirán juntando
nubarrones oscuros y el horizonte despejado difícilmente llegue al 2015.
Antes, vendrá tormenta.
Ricardo Lafferriere