Libro de Ricardo Lafferriere
Calentamiento global, cambio climático, energías renovables, los peligros de quemar combustibles fósiles, las alternativas disponibles.
También Vaca Muerta. ¿Solución para el problema energético, o el sueño de nuevas rentas para saquear?
"INNOVACION" -
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Sentaku es una palabra japonesa con dos acepciones: limpieza, y elección. Abarcan lo que soñamos para la Argentina: un país que haya limpiado sus lacras históricas, y que elija con inteligencia su futuro. Limpiamente, libremente.
martes, 22 de octubre de 2013
domingo, 20 de octubre de 2013
Nubarrones oscuros
“Ya van
a ver cuando yo no esté… con qué le van a pagar a los jubilados…”
La
frase, atribuida a CFK luego de las elecciones primarias del 11 de agosto, es
coherente con el rumbo impuesto a su política económica que lleva,
inexorablemente, al estancamiento de la economía y al vaciamiento de los
diferentes activos públicos y privados del país.
El
kirchnerismo y el peronismo que lo sostiene siguen comprometiendo a la Nación
en luchas diversas, que en varios casos pueden calificarse de caprichosas. El
frente interno se enrarece cada vez más ante la distorsión de precios
relativos, mientras en el frente externo
se lanzan desafíos irresponsables a los vecinos y al mundo nada más que para traducirlos
en clave ideológica de debate interno. El FMI, los “fondos buitres”, el
Uruguay, Brasil, LAN, la Unión Europea, la Justicia norteamericana, el
colonialismo inglés, las corporaciones, los formadores de precios, los
monopolios, Magneto, Clarín, la “corpo”, son excusas adolescentes de una
incapacidad de gestión que ha mostrado su límite.
Sigue comprimiendo la economía a
niveles tales que cuando se libere, generará un daño mayor a los sectores de
ingresos fijos, ya que los precios retrasados son justamente los que más los
golpean: tarifas de servicios públicos y alimentos de primera necesidad.
La
nivelación se dará cuando terminen los recursos que se están dilapidando y con
ellos la posibilidad de subsidiar los consumos populares. El oficialismo está
haciendo lo posible que ello ocurra en el momento en que termine su mandato.
Sin embargo, no está claro que lo logre.
En los
precios de los alimentos, alcanza con observar la brecha que se está abriendo
mes tras mes entre los precios “congelados” y los libres. En determinados
rubros alcanza a más del cien por ciento. El paso siguiente es el
desabastecimiento, ante la imposibilidad de mantener producciones a pérdida.
Maduro lo mostró en Venezuela, donde ya no hay ni papel higiénico.
Pero
eso será mínimo si ponemos el foco en las tarifas. Sólo buscar el equilibrio
operativo para seguir contando con transporte, electricidad y gas llevará
inexorablemente las tarifas a varias veces los niveles actuales.
Según
los datos de economistas que siguen el tema, nivelar las tarifas a un nivel que
no requieran más subsidios, porque se acaba el dinero para subsidiar –es decir,
que se pague lo que cuesta obtener el servicio- provoca escalofríos. La energía
eléctrica domiciliaria, por dar un caso, debería multiplicarse por veinte. El
gas, por veinticinco. El transporte urbano de pasajeros en la zona
metropolitana debería aumentar no menos de diez veces, en todos los casos sobre
los valores actuales. El rumbo de colisión marcha al compás de la pérdida de
reservas, la insustentabilidad de la creciente inflación, la crisis fiscal y el
creciente déficit comercial.
Fácil
es imaginar la reacción social que generará advertir que el “modelo” no era más
que una ilusión, basada en la liquidación del capital público y privado, el
endeudamiento público y el desmantelamiento de la economía productiva.
Cuanto más se demoren las medidas
adecuadas, más duro será lo que venga. Y a tal efecto será indiferente si el
gobierno sucesor del kirchnerismo es peronista o “gorila”. Será una necesidad
matemática, no ideológica. Esta situación es observada con preocupación por el
peronismo, que pondrá en juego todos sus espacios de poder –gobernaciones e
intendencias- en el 2015 y parece poco dispuesto a perderlas.
Los aspirantes a la sucesión
saben que el ajuste deberá ser tremendo y acompasan sus discursos y
posicionamientos a la inminente realidad. Algunos, aún desde “adentro”, toman
distancia del relato kirchnerista para evitar ser deglutidos por la crisis,
aunque sin romper. Otros ya dieron el salto hacia afuera del kirchnerismo y aún
del propio peronismo.
Lo curioso es que no se advierte
la toma de conciencia en las fuerzas no peronistas de la gravedad de lo que
viene y de la urgencia de diseñar un programa para la etapa, que debe ser de
unidad nacional. Ese programa debe asumir con valentía las urgencias
económicas, las responsabilidades sociales y las demandas más fuertes de una
sociedad que se siente invadida por fenómenos que consideraba ajenos, como el
narcotráfico y la violencia cotidiana.
Varias veces lo hemos repetido en
esta columna: el futuro de la Argentina es promisorio, pero deberán atravesarse
turbulencias fuertes para cambiar de rumbo y salir de ésto. Ninguno de ambos
extremos debe olvidarse. El primero, porque el país sería tomado por el
fatalismo y la desesperanza. El segundo, porque podría potenciar el exitismo
ingenuo.
En realidad, si las cosas se
hacen bien en el marco de un programa de unidad nacional que le confiera
respaldo político y confiabilidad, la crisis podría atravesarse con mínimo
costo social. Para ello, debieran tomarse decisiones urgentes, porque cada día
que pasa nos hundimos más y nos acercamos al punto en el que las decisiones
políticas no podrán evitar el desencadenamiento de un estallido socioeconómico,
como los que ya conocemos. Ese es el límite de todos los cálculos.
En esta perspectiva, y
proyectando hacia los próximos meses las actuales tendencias de inflación,
caída de reservas, disolución de la moneda nacional y creciente déficit
comercial, en pos de mantener el famoso “modelo”, se seguirán juntando
nubarrones oscuros y el horizonte despejado difícilmente llegue al 2015.
Antes, vendrá tormenta.
Ricardo Lafferriere
lunes, 7 de octubre de 2013
Delegación presidencial y Constitución Nacional
El presidente es una figura central en la estructura
constitucional. Representa a la Nación y a su soberanía, “de cara al mundo”.
De cara al país, es el Jefe de la Administración. La
soberanía reside en el Congreso, representante del pueblo –o sea, de los
ciudadanos- y de las provincias. Unos –los ciudadanos- y otras –las provincias-
son anteriores a la Nación y a la propia Constitución.
Este es el juego de realidades y ficciones sobre las que se
edifica y funciona la estructura política que enmarca nuestra convivencia como
pueblo.
Cuando la Constitución reglamenta las condiciones de
ejercicio de la presidencia, lo hace en forma armónica y teniendo en cuenta
estos supuestos –que incluyen además la autonomía de las provincias, la
independencia de la justicia, los derechos y garantías de los ciudadanos-.
Así ocurre en caso de cese, destitución o incapacidad del
presidente de la Nación, como de todos los funcionarios –legisladores y jueces-.
Ninguno es más que otros. Todos se deben al conjunto.
El presidente debe estar plenamente en condiciones físicas e
intelectuales para ejercer el cargo (debe tener “ideoneidad”) y residir en la
Capital de la Nación. En caso de ausencia (el Congreso debe autorizarlo para
salir de la Capital) lo reemplaza el Vicepresidente.
En otros tiempos, cada viaje presidencial implicaba un
debate parlamentario. En los tiempos modernos, en que los viajes son
virtualmente constantes, se cumple con el recaudo constitucional con una ley
que autoriza al presidente a viajar cuando lo considere necesario, en el
transcurso del año parlamentario. Pero –destaco- el que autoriza es siempre el
Congreso, a través de una ley especial.
En caso de destitución, el procedimiento está establecido en
las normas del juicio político, que deben respetarse escrupulosamente. En ese
caso, también es el Congreso el que toma la decisión, dividiendo las funciones
entre una Cámara acusadora –la de Diputados- y una Cámara de Sentencia, presidida
no ya por el Vicepresidente sino por el Presidente de la Corte Suprema de
Justicia. En ambas etapas se requiere una mayoría especial.
En caso de enfermedad o incapacidad, el procedimiento es
similar. Quien decide la transferencia del poder es el Congreso. No es una
atribución presidencial, o una decisión del Vicepresidente. Si el presidente
cae en la situación prevista, debe pedir una licencia al Congreso por motivo de
enfermedad, y éste debe otorgarla –así como otorga anualmente los permisos para
viajar-. De otra forma, se dejaría en la voluntad de uno de los órganos -el Poder Ejecutivo- la
capacidad de modificar eventualmente las votaciones parlamentarias extrayendo
al Vicepresidente del cuerpo que preside, lo que es contradictorio con el
mecanismo de relojería establecido en la Carta Magna.
La delegación del mando en el Vicepresidente, sin
autorización del Congreso y sin una ley especial que otorgue la licencia es de
una endeblez institucional notoria. No está claro, incluso, si tiene validez
para tomar decisiones del nivel presidencial, porque la delegación no ha sido
autorizada por el órgano político correspondiente.
En notas anteriores hemos expresado que el mayor daño que ha
realizado al país el kirchnerismo en estos años ha sido el desmantelamiento
sistemático de sus instituciones. Superan incluso a la errática política
exterior, o al vaciamiento económico.
Ésta es una nueva demostración de ese ninguneo. Ni siquiera en
una situación extrema como la que se vive, cuando la señora presidenta recibe
la simpatía y benevolencia de todos sus compatriotas que inclinan sus banderías
en señal de respeto, se respeta a las instituciones del país.
Una vez más, y sin necesidad ninguna, se prefiere el atajo.
Como una demostración más de soberbia e indiferencia ante el ordenamiento de un
país que ya los ha tolerado demasiado, ha entronizado al Vicepresidente
marginando las formas establecidas. Formas por las que, cuando asumió, juró
respetar poniendo por testigo “a Dios y los Santos Evangelios”.
Una lástima, porque nada impedía actuar como se debe.
Por lo demás, nos sumamos al deseo de éxito en la operación
a que será sometida por los mejores médicos argentinos. La necesitamos fuerte,
tanto para que defienda con pasión sus convicciones como lo ha hecho estos años,
como para poder cuestionarla sin atenuantes y con la misma pasión cuando
discrepamos.
Ricardo Lafferriere
viernes, 27 de septiembre de 2013
El "massismo"
La
irrupción de Sergio Massa como una alternativa política nacida del
kirchnerismo, pero que se invoca novedosa, sugiere un análisis de las
continuidades y las rupturas que mantiene con su espacio de origen.
Como lo
hemos adelantado en un par de notas anteriores, nuestra mirada tiene dos
enfoques. El primero está vinculado a lo que hemos dado en llamar “el escenario”,
o sea el espacio que contiene las pugnas públicas efectuadas por los
protagonistas del poder y el segundo a sus propuestas de fondo para el país.
El massismo reproduce en su seno
similares contradicciones a las que se han expresado y se expresan en las
fuerzas de representación política mayoritarias y con vocación de gobierno.
Hay en
su seno tanto exponentes del viejo populismo como actores decisivos de un país
democrático y moderno. Incluye tanto a defensores de una economía autárquica
fuera de época como a impulsores de un cambio modernizador que vincule a
nuestro país con el mundo en forma virtuosa.
En su
morfología es innegable la predominancia de viejas estructuras clientelares del
conurbano junto a alternativas más vinculadas a la vertiente
democrática-republicana. Incluye dirigentes de origen progresista y moderado, obreros
y ruralistas, sindicalistas y empresarios “protegidos” pero también la fuerte
expectativa de los “condenados de Moreno”, aquellos que imbrican al país con el
mundo a través del comercio.
¿Es esto
malo? No parece. Cualquier frente de gobierno debe contener una pluralidad similar.
Si esas
diferentes expresiones de la sociedad se acercaran a conformar una propuesta
clara, en negro sobre blanco, sobre la etapa que viene y el rumbo perseguido,
su aporte sería trascendente.
Esa tarea
en forma ideal debiera realizarla un partido político a través de mecanismos de
participación y debate, de formas democráticas de toma de decisiones y de
objetivos definidos que le den previsibilidad a una gestión. En cambio, el
massismo se asemeja más a un “amuchamiento” –Raúl Alfonsín en su momento lo
hubiera calificado como “trato pampa”- de quienes, ante la percepción de cambio
de humor en la sociedad, corren para “no quedar afuera” de una eventual nueva construcción populista.
El
hartazgo social con las formas kirchneristas le agrega un componente de “voto
útil”, utilizado por quienes buscan cualquier camino para sacarse de encima lo
que ya les resulta insoportable. Y aún con su circunstancialidad, seguramente ese
apoyo ayude en la recuperación de un mínimo de respeto ciudadano, de formas
democráticas y de reconstrucción institucional.
Pero
eso no alcanza, y sus límites se presentarán pronto.
Y aquí
llegamos al otro enfoque, al del país real, con sus potencialidades y
limitaciones.
No
pareciera haber conciencia, ni en los actores que se amuchan ni en el “líder”
en gestación -al menos, no aún, para otorgar el beneficio de la duda- que no
sólo se ha agotado un estilo político autoritario sino también una forma de
funcionamiento económico y social, impotente ya para proyectarse en el tiempo.
Se ha
agotado el mecanismo de construir poder extrayendo recursos de los sectores
productivos para financiar con ellos una estructura clientelar, indiferente a
la creación de riqueza genuina.
No hay
más –al menos, conservando una mínima formalidad democrática- reservas que
arrebatar, recursos de los que apropiarse, mega-riquezas que confiscar, acreedores
a los que burlar ni cajas que saquear.
La contracara es que, sin
recursos, no se puede construir poder clientelar.
Quienes siguen la economía
nacional sostienen, además, que para poner al país nuevamente en marcha es
necesario incrementar en un 50 % la tasa de inversión (del 20 % actual, al 30
%). Un PBI, en diez años...
Y para ponerlo en carrera, la inversión debiera ser aún mayor, tal vez un PBI y medio. “Ponerlo en
marcha” significa sólo recuperar la modesta tasa de crecimiento histórico,
resignados a participar de un pelotón de segundo nivel en América Latina. “Ponerlo
en carrera” significa decidir dar un gran salto adelante en tecnología,
educación, infraestructura, calidad de vida, presencia internacional y
prestigio.
Ninguna de ambas alternativas
está al alcance de una visión que sólo reproduzca, con más amabilidad, la
alianza social actual del kirchnerismo que, en última instancia, no representa
otra cosa que los empresarios prebendarios, sindicalistas y dirigentes de la vieja
corporación burocrática bonaerense, con presencia y vínculos en diferentes
fuerzas políticas.
El massismo, por ahora, no está
dando muestras de superar este mecanismo ni esta visión. Sus principales
emergentes no auguran cambios sustanciales. Podría contestarse que aún no ha
definido su línea, y es cierto. Hasta que ello ocurra, las dudas subsisten.
En todo caso, corre con la
ventaja que la alternativa de cambio tampoco se expresa en fuerzas competidoras,
que expresan historias y actitudes más democráticas, pero que –al igual que el
massismo- no las trascienden hacia el cambio estructural del sistema y en
algunos casos, atrasan aún más.
El fin de ciclo en el que estamos
ingresando no ofrece entonces, por ahora, otra cosa que un mejoramiento institucional.
Cierto que abrirá las puertas de un debate nacional sobre el futuro, hoy
cerrado por la intolerancia y el maniqueísmo, y eso no es poco. Pero tenerlo en
claro ayudará a comprender sus límites y su necesaria circunstancialidad, para
no entusiasmarse en inexorables próximas frustraciones.
Ricardo Lafferriere
martes, 24 de septiembre de 2013
Después del tiempo K
Habremos pasado casi tres lustros narcotizados por una
mezcla de engaño, despilfarro, corrupción y cinismo, edificados sobre una
angustiante necesidad de creer luego del dramático fin de época de "los
noventa".
No habrá tiempo para demasiados reproches ante la urgencia
de volver a juntar reservas, reconstruir lo destruido, volver a mirar al
horizonte y retomar la marcha.
Pero habrá una enorme ventaja: predominará en el país una
generación que aunque no había nacido en tiempos de los grandes desencuentros,
tendrá el recuerdo cercano del terrible efecto colectivo que producen los
discursos hirientes, la banalización del poder, la complicidad con las mafias, la
corrupción y la ruptura de la solidaridad colectiva cuando es reemplazada por
el desprecio mutuo y la intolerancia ante la diversidad.
Tendremos de nuevo un país plural, abierto al mundo en la
búsqueda de su destino y apoyado en la capacidad creadora de su gente honesta,
que es abrumadoramente mayoritaria.
Y recuperaremos el terreno perdido. Volveremos a jerarquizar
la educación. De nuevo apoyaremos el esfuerzo emprendedor, que alguna vez nos
hizo grandes. Respetaremos las leyes, fruto de un funcionamiento virtuoso de
las instituciones recuperadas. Volveremos a dialogar entre iguales, en tono
menor, buscando coincidencias que nos permitan generar espacios de consensos y
políticas públicas estables.
Cualquiera podrá estar gobernando. Será seguramente un país
que esté orgulloso de su colorido político plural trabajando en conjunto.
Alguna vez tuvimos una Argentina con Presidente, Gobernadores e Intendentes de
diferentes partidos trabajando sin fisuras por el bien de los ciudadanos, sus
empleadores. Tiempos de Arturo Illia…
Todos los compatriotas deberán estar incluidos en este
relanzamiento nacional, para lo cual tendremos que acentuar las políticas
sociales inclusivas, sostenidas por una economía liberada de sus históricas deformaciones
atávicas y relanzada a imbricarse con el portentoso avance del mundo global.
Inversiones y tecnologías, mercados y financiamiento,
capacitación y cuidado del ambiente, utilización inteligente, racional y
prudente de los recursos naturales, aportarán el marco virtuoso de un
desarrollo armónico, social y territorialmente integrado en la dimensión
continental de un país que volverá a inspirar respeto y afecto en "los
libres del mundo", comenzando por sus vecinos.
No es un sueño. Será, al contrario, el despertar de una
pesadilla.
Puede parecer hoy una voluntarista "fuga hacia
adelante". Sin embargo, en los difíciles momentos que deberemos atravesar
al fin de este triste ciclo decadente, será bueno tener en el pensamiento esa
imagen del futuro, para evitar que las fuertes turbulencias nos confundan.
La Argentina es un gran país. El argentino es un gran
pueblo. Sólo hace falta que lo dejen ser. Y que se anime a serlo. Lo espera un
futuro cercano ciertamente portentoso.
Ricardo Lafferriere
jueves, 12 de septiembre de 2013
Frente a una nueva crisis política
Excedentes dilapidados. Tal podría ser una caracterización
–benigna- de los diez años kirchneristas.
Llegaron al gobierno en pleno despertar del precio de la
soja, con los salarios públicos licuados por la macrodevaluación duhaldista,
sin pagar deuda externa a raíz de la declaración de Default de Rodríguez Saá y
con los precios internos ultra-deprimidos por esa misma decisión.
Lo peor del derrumbe había pasado, con la gestión de
Duhalde, que pagó el precio del caos que había ayudado a provocar.
Parafraseando a Domingo Cavallo, podría decirse que a la
administración de Néstor Kirchner, ya desde el comienzo, “le brotaba la plata
de las orejas”.
El superávit que generó la caída del 2001 –desemboque
inexorable del megaendeudamiento de los 90, que le explotó en la cara al
gobierno aliancista luego de la mecha encendida por el peronismo bonaerense y
sus aliados- abría enormes posibilidades para cualquier conducción no ya
impecable, sino sólo racional y con un mínimo siquiera de sentido común.
Entre las opciones, se eligió la peor. Los excedentes no
fueron volcados a la inversión productiva, sino a disimular los desequilibrios
volviendo a lo peor de la etapa de la economía “cerrada”, ya agotada en la
crisis anterior, la de 1989. Fue acompañada de una sistemática tarea de
demolición de la institucionalidad, de la desaparición del dialogo y de ataques
a la unidad nacional.
El viento de cola hizo el resto. El país vivió diez años en
un adictivo jolgorio consumista, aún frente a los alertas de opiniones más
sensatas. Tal vez sea bueno recordar las advertencias de Roberto Lavagna y de
Elisa Carrió –los candidatos adversarios de Cristina Kirchner- en el 2007:
ralentizar ese jolgorio consumista y volcar recursos a la inversión. En lugar
de “crecer” en forma engañosa al 8 % anual dilapidando recursos pero con un
horizonte muy corto, hacerlo firmemente al 5 % con un programa inteligente de
largo plazo.
La respuesta de Kirchner entonces fue “son neoliberales que
quieren ajustar la economía”. De nuevo montó sobre el engaño una polarización
tramposa.
Y así nos fue. Seguir con el voluntarismo nos costó volver
al endeudamiento público –a esta altura, superior a la propia deuda defaulteada-,
agotar las reservas petroleras, confiscar los ahorros previsionales, comerse
las reservas del Central, liquidar el stock ganadero, dejar envejecer la
infraestructura y, por último, volver a la inflación con el primitivo mecanismo
de emitir dinero sin respaldo ni control.
Hasta aquí llegamos. El populismo se quedó sin capacidad de
maniobra, porque todos los caminos se cerraron. Se agotaron, tanto las rentas
como los recursos fácilmente “manoteables”.
El kirchnerismo nunca fue funcional a un crecimiento
virtuoso, inteligente y moderno, diseñado para imbricarse en el mundo global
participando de la revolución científico-técnica, de la potencialidad del
mercado mundial y de la capacidad de iniciativa de los emprendedores
argentinos.
La novedad ahora es que el kirchnerismo también dejó de ser
funcional al propio populismo. Su continuidad sólo ofrece un fuerte ajuste recesivo –incompatible con su “relato” populista- o un desestabilizante estallido
inflacionario de grandes dimensiones. O, en el “mejor” de los casos, una mezcla de ambos que
combine recesión con inflación.
Sólo la recreación de nuevas fuentes de rentas de las que
apropiarse podría otorgarle un período de gracia, prolongando la agonía. Las
tres posibles –relanzamiento de la megaminería, superexplotación del Shale y nuevo endeudamiento externo- están fuera de
su alcance, por las características discrecionales de su estilo de gestión que
espanta inversores y prestamistas.
En una dramática contradicción existencial, el kirchnerismo
como expresión política cerró todas las chances de salvataje económico, ni
racional ni populista. Nadie invertirá y nadie prestará dinero a la Argentina
con ellos en el gobierno.
Sin funcionalidad con la economía, es difícil imaginar cómo
atravesarán el desierto estos dos años. Ellos, y el país. En consecuencia, y aún
sin contar con más información que la pública, es evidente que el país se mueve
en la cercanía de una crisis política.
Usando la terminología de otros tiempos, la “contradicción
principal” en la coyuntura engloba hoy al desarrollo y al propio populismo en
un polo, y al kichnerismo en el otro.
Nadie sabe cómo será el final. Tal vez lo más inteligente,
antes que un derrumbe estrepitoso, sería un retiro voluntario que permita
procesar la transición en el marco democrático. Así lo hizo Fernando de la Rúa
en el 2001 prefiriendo renunciar a su prestigio a provocarle al país un daño
mayor.
Pero pocos imaginan este gesto en la presidenta y muy pocos
lo quieren, no precisamente por afecto a la señora, sino porque implicaría
tener que gestionar las consecuencias que, cualquiera sea el gestor,
conllevarán fuertes turbulencias de las que sólo se podrá salir con decisiones
audaces.
Con un agregado: en el marco de esas turbulencias habrá que
saldar el debate sobre el rumbo definitivo que debe tomar el país, ya que aún
caído el kirchnerismo, el viejo populismo no ha muerto y no está claro que el
país nuevo esté aún listo para nacer.
Es una lástima tener nuevamente enfrente una crisis política
originada en la rudimentaria gestión de gobierno que no sólo desaprovechó una
excelente oportunidad internacional sino que vació al país de todas sus
reservas estratégicas y nos retornó al punto de partida.
Cuando se remueva el velo de los números falsos y se apague
el espejismo, quedará a la luz que los argentinos estamos sustancialmente más pobres que una década atrás, con menos recursos disponibles
y con mayores problemas que resolver.
Sería bueno prepararse comenzando desde ya a discutir “el
fondo del problema”, que en última instancia no es más que decidir entre el
pasado que muere y el futuro posible. Será la forma de esperar la crisis
adelantando tareas, para facilitar su salida.
Ricardo Lafferriere
miércoles, 11 de septiembre de 2013
SIRIA
Y todos contentos…
Desde
la década del 90 Rusia viene luchando por recuperar el posicionamiento perdido.
Su
autoestima de superpotencia devenida en potencia decadente, su sistema
“modélico” para medio planeta convertido en una maraña de mafias y corrupción,
su presencia internacional desplazándose desde uno de los polos del poder
mundial a un país dependiente de sus materias primas como un país en desarrollo
más, han sido la obsesión de viejos cuadros dirigentes entre los cuales
Vladimir Putin es su principal emergente.
Rusia
necesita volver a posicionarse, si no en el mundo al menos en la región. Su
liderazgo, cerca de China, Irán, Turquía, Siria y los países del viejo
“Turquestán” –hoy, ex integrantes de la vieja URSS con alianzas variadas y no siempre
leales- necesita ponerse en valor.
Estados
Unidos, por su parte, desea desde hace ya varios años retirarse del medio
oriente. Irak y Afganistán, sus últimas dos guerras, han abierto heridas en su
propia sociedad nacional produciendo un hiato de una magnitud pocas veces vista
en su historia entre los ciudadanos y el poder. Ha tenido la suerte del
surgimiento de las nuevas tecnologías que permiten la extracción del petróleo
profundo (Shale) que le permite no sólo autoabastecerse sino convertirse en exportador
de combustibles. No necesita –y tampoco parece desearlo- mantener un costoso despliegue
militar tan lejos “de casa” para actuar como gendarme en regiones que no sólo
no se lo agradecen sino que lo repudian, cuando dependerá cada vez menos de su
petróleo.
En ese
ajedrez, para quienes seguimos la marcha del mundo, es fuerte la tentación de
imaginar que la amenaza a Siria ha tenido, en realidad, otro destinatario:
Irán. Una Irán aliada de Rusia, pero cuyos arsenales nucleares no pueden
alegrar a su vecino. Un Irán que, aliada también de Siria, conforma una pareja
de países difícilmente controlables por nadie, en posesión de armamentos
demasiado peligrosos para tenerlos cerca.
De ahí
al acuerdo ruso-norteamericano hay un paso. La amenaza del ataque a Siria tuvo
ya su primera consecuencia colateral: Irán ha aceptado volver a conversar el
control de su programa nuclear por la Agencia Internacional de Energía Atómica
(AIEA) -http://noticias.terra.com.ar/internacionales/el-tiempo-para-resolver-el-tema-del-programa-nuclear-irani-no-es-ilimitado-iran,691f0805e0701410VgnCLD2000000ec6eb0aRCRD.html-,
lo que neutralizará cualquier proyecto de fabricación de armas nucleares. Y la
propuesta (¿rusa?) sobre Siria tendrá la consecuencia de anular su arsenal de
armas químicas.
La otra
tentación es la de imaginar que la amenaza del bombardeo norteamericano a Siria
ha sido una gigantesca puesta en escena, tácita o expresamente acordado con
Rusia, en un ajedrez geopolítico, militar y diplomático que ha puesto en vilo
al mundo. Los hechos hablarán para confirmar o desmentir esa sospecha.
Porque
si todo termina como puede imaginarse, Irán avanzará hacia su
desnuclearización, Siria hacia la eliminación de su arsenal químico y Estados
Unidos podrá continuar su repliegue, delegando su papel de gendarme en la
región en favor de una Rusia que habrá recuperado allí un liderazgo claro para
reforzar su posición frente a China y no tendrá más en su flanco suroccidental
dos países que, aunque aliados, cuenten con peligrosas armas de destrucción
masiva.
Tal vez
sea todo imaginación. Lo que está claro es que en estos casos, para quienes
–como nosotros, en la Argentina- no tenemos intereses directos comprometidos en
el entuerto, lo peor que podemos hacer es “comernos el amague” y tomar posiciones
por impulsos viscerales que terminen perjudicándonos gratuitamente en otros
temas que son los que realmente nos afectan e interesan.
Ricardo Lafferriere
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