martes, 20 de mayo de 2014

Ajustarse cinturones, turbulencias a la vista

En cálculos de la consultora M&S publicadas por Ámbito Financiero, el BCRA deberá emitir alrededor de Cien mil millones de pesos para financiar las necesidades el Tesoro Nacional en lo que resta del año.

La suma equivale a alrededor de un tercio de la base monetaria.

El financiamiento del gasto público con emisión significará un fuerte impulso inflacionario, que sin embargo podría neutralizarse –como ha sido la actitud del BCRA en los últimos meses- elevando la tasa de interés a fin de “chupar” la moneda que el Estado volcará al mercado. Si así no ocurriera, la situación de desconfianza generalizada en el gobierno nacional provocará una fuerte presión hacia la divisa, en un período –el segundo semestre- en el que las entradas y disponibilidades de dólares prácticamente desaparecen, al agotarse el ingreso por venta de soja.

La conducción económica se encontrará entonces frente al siguiente dilema: si no aumenta las tasas, volverá la fuga de divisas con todo lo que implica como elemento desestabilizante de los mercados. Y si aumenta las tasas, el enfriamiento de la economía –que ya lleva varios meses con números negativos- se acentuará, llegando a fin de año -tiempo de los piquetes y protestas- al rojo vivo.

Recordemos que la inflación real se encuentra hoy ya en alrededor del 40 % en los últimos doce meses,  según los cálculos privados más confiables y la medición conocida como “inflación Congreso”. La oficial no existe, ya que no se ha realizado la rectificación de la medición “INDEC-Mentira” luego de la puesta en marcha del nuevo índice, que también es ya motivo de fuertes sospechas de manipulación –al igual que el anterior-.

La tasa de interés, por su parte, se ha fijado en un piso del 30 %, y alcanza a los consumidores minoristas –por ejemplo, titulares de tarjetas de crédito- a más del 60 %, al que hay que agregar un 25 % más como piso –en ambos casos, Tasa Efectiva Anual- si existiera mora. Obviamente, los créditos personales se han derrumbado, y con ellos el consumo de bienes durables. Eso enfría la economía, provocando despidos, destrucción de empleos y reducción de la demanda global..

No es un buen panorama. Y como lo dijimos en nuestra nota de la primera semana del año, no tiene posibilidad de serlo por la situación de extrema desconfianza que el gobierno cosecha ante su discrecionalidad y alegre violación de normas e instituciones, lo que lleva a las personas a tomar conductas defensivas para preservar sus recursos, sus ahorros y sus ingresos. Los argentinos desconfían de la señora.

Sólo habría un camino para acelerar el rebote: un gobierno de unión nacional y un programa económico de emergencia respaldado por todo el arco político que genere la confianza y provoque el cambio de la actitud de los ciudadanos volcándolos a una fuerte actividad inversora. Los argentinos sabemos que ello es imposible, y –curiosamente- no por el recelo opositor, sino por el capricho oficialista. La señora no quiere.

Deberemos, entonces, resignarnos a un año y medio de agonía. Y a pedir a los candidatos a la sucesión -todos ellos, infinitamente más sensatos que la actual- claridad en sus propuestas, para poder votar bien.



Ricardo Lafferriere

sábado, 10 de mayo de 2014

Violencia, política y poder

¿Es justo vincular al gobierno con la ola de violencia que se está instalando en la Argentina?

Desde esta columna, hace ya varios años venimos alertando sobre el avance de la intolerancia en la convivencia. También advertimos sobre el peligro que el contra-ejemplo del relato oficialista trascendiera hacia la sociedad, que fuera otrora modelo de convivencia en América Latina.

La Argentina era caracterizada por su apertura a aceptar lo diferente, tal vez como efecto beneficioso de la recepción de tantas corrientes migratorias que llegaron buscando nuevos horizontes, ante la crisis y violencia en sus países de origen. En este aspecto, alguna lejana similitud con Australia, Canadá o Estados Unidos parecía ubicar a Argentina como el país de los “pioneros” en el sur de América.

Así lo describen las crónicas de viajeros en tiempos del Centenario, cuando uno de cada cuatro pobladores del país había nacido en el exterior, porcentaje que en la ciudad de Buenos Aires alcanzaba a las dos terceras partes de la población. Hasta mitad del siglo XX, nuestro país recibió a los emigrados judíos perseguidos por los nazis, a los nazis perseguidos por los aliados, a los republicanos perseguidos por los franquistas y a todos corridos por la guerra y el hambre.

Por supuesto que siempre existieron reflejos intolerantes, porque las unanimidades no se llevan bien con las sociedades humanas. El espíritu predominante, sin embargo, seguía el paradigma de la tolerancia y la integración.

En algún momento de comienzos de la segunda mitad del siglo XX el virus de la intolerancia fue sembrado nuevamente. Había comenzado su desborde en  1930, con el golpe que derrocó a Yrigoyen, pero la polarización extrema comenzó en tiempos del segundo gobierno peronista, tal vez como coletazo de la impronta seudofascista de algunos de sus componentes y se profundizó con la Revolución Libertadora con los fusilamientos políticos que habían sido superados con la organización institucional del país, a mediados del siglo XIX. Sin embargo, aún en esos tiempos, la violencia sería la excepción, indudablemente condenada por la opinión mayoritaria. Se daba en el “escenario”, pero no era aceptada por la sociedad. La represión antiperonista en el “escenario” no fue acompañada por la polarización en el cuerpo social, que mostró innumerables hechos de solidaridad con los perseguidos protagonizados por sus antiguos rivales en el seno del pueblo.

La segunda mitad del siglo XX fue el contra-modelo. La creciente intolerancia interna fue acompañada por las proyecciones locales de la Guerra Fría. Insurgencia y Contrainsurgencia terminaron conjugándose con violencia guerrillera y violencia estatal. Inundaron de sangre las calles, sin que ninguno de los protagonistas pudiera reclamar inocencia. La violencia dejó de ser condenada y pasó a ser venerada. Matar dejó de ser pecado y se convirtió en una técnica de lucha. La sublimación llegó con la dictadura, cercana al “mal absoluto”. Sin embargo, la sociedad no expresaba esta polarización. La violencia era un fenómeno, una vez más, del “escenario”.

1983 implicó por eso un hito. Fue la sociedad volviendo por sus fueros, ante ese escenario público que había perdido los valores. Lo lideró una convicción de convivencia expresada en la Constitución, corporizada en el liderazgo de Alfonsín y la propuesta política del radicalismo. La convivencia sería el nuevo “ethos”, con grandes esfuerzos del presidente de entonces para responder con gestos de concordia a las constantes convocatorias a una nueva polarización.

En un hecho sin precedentes dos ex presidentes constitucionales fueron los invitados de honor a la asunción del nuevo gobierno. Viejos rivales del nuevo mandatario, Arturo Frondizi e Isabel Perón, izaron la bandera nacional en la Asamblea Legislativa que le tomó juramento. El candidato derrotado fue invitado por el victorioso a ocupar la Presidencia de la Suprema Corte de Justicia, ofrecimiento que declinó. La pluralidad de propia Corte fue un ejemplo, con uno solo de sus miembros políticamente cercano a la fuerza de gobierno.

El país comenzó a edificar su democracia y debe reconocerse que hasta la crisis del 2001 la convivencia se impuso sobre la polarización. No hubo en ninguno de los presidentes entre 1983 y 2002 invocaciones a la violencia, la intolerancia o el desconocimiento del adversario.

Hasta 2003. Ahí cambió el papel modélico del poder. La convocatoria a la división, la polarización y la intolerancia se hizo una constante. El “Nosotros” contra “Ellos” reemplazó al “todos juntos”. El relato público perdió mesura, expresándose en alaridos simbólicos y literales. Terminó proyectándose hacia la propia sociedad. No eclosionó allí hasta que las dificultades económicas le dejaron el campo abonado. Pero cuando esas dificultades se mostraron, también lo hizo el espíritu de intolerancia facciosa y personal sostenido en lo intelectual por la construcción teórica del conflicto, actualización de Schmidtt recreada por Laclau y reproducida por Carta Abierta. La visión confrontativa, polarizante y totalitaria que convertía en enemigo a quien pensara diferente volvía a instalarse en la Argentina y hoy vemos sus consecuencias.

Abuelos asesinados, niños abusados y atacados con violencia por sus propios compañeros, peleas sindicales que terminan a los tiros, relato presidencial estimulando la violencia de los barras bravas, devaluación de las buenas conductas y justificación grotesca de los actos delictuales, tolerancia y hasta imbricación con las redes de narcotráfico y de delitos aberrantes, demérito de actitudes valiosas y exaltación del cinismo, la mentira y la violencia, han sumido al país en un grado de tensión en su vida cotidiana que hace décadas no sufría.

Desde la humildad de esta columna apoyamos el espíritu del llamado episcopal. Lo hacemos como laicos, entendiendo que la dignidad del ser humano no puede fragmentarse en religiones, ideologías o identidad de pensamiento. Pero reconocemos que esa convocatoria a una convivencia decente traduce lo mejor de la historia de este pueblo.

Todo lo que refleje, estimule o incite a resolver diferencias a los gritos, a los golpes o a los tiros, es lo peor del país. Sea el discurso presidencial, el exabrupto de un dirigente, la violencia seudo graciosa en algún programa masivo de entretenimientos, la discusión crispada en paneles de la TV, la tolerancia frente al “bullying" o la reacción exasperada en un incidente de tránsito.

Debemos aislar esas conductas, marcarlas y erradicarlas. Es responsabilidad, como en 1983, de todos y de cada uno. La violencia, en la política o en la sociedad, degrada la convivencia porque en el fondo, se apoya en el desprecio a la dignidad intrínseca de los seres humanos. Nada estable ni valioso puede construirse sobre ella. Esta responsabilidad de todos no oculta, sin embargo, la primaria responsabilidad del poder. Éste, con su ejemplo, instala paradigmas que acaban siendo seguidos, para bien o para mal, por la mayoría de la sociedad.

Ricardo Lafferriere

lunes, 5 de mayo de 2014

Los temas que vienen

El gobierno kirchnerista ha comenzado a recorrer la última parte de su mandato, con el plazo fijo e irrevocable fijado por la Constitución. En menos de dos años, el país comenzará otra etapa que, a estar por las características de los candidatos presidenciales de mayor representación actual, tendrá cambios importantes en el estilo político.

Lo que no cambiará con el cambio de presidente son los problemas, que estallarán en el presente año y el que viene con mayor virulencia que lo que hemos visto hasta ahora. No sería mala idea revistarlos para que la campaña electoral sea el ámbito en el que podamos escuchar las diferentes propuestas, no ya alrededor de la “agenda electoral” de fechas, plazos y alineamientos, sino sobre la del país. Entre otros:

Reconstruir los equilibrios constitucionales y la convivencia. No será sencillo, pero sin ello difícilmente logre instalarse el clima de confianza que estimule inversiones, propias y ajenas. El federalismo destrozado necesita el dictado de la Ley de Coparticipación Federal, sin la cual las provincias seguirán su marcha hacia la insignificancia, trasladándola a los municipios. La justicia colonizada requerirá un máximo esfuerzo de sintonía fina y madurez para separar “la paja del trigo” y recuperar la dignidad de un poder independiente. Y la violencia instalada en la convivencia no es ya la del escenario público (como en los 70) sino que ha hundido sus raíces en el estilo de vida de la sociedad. Asesinatos de ancianos, asaltos con muertes y hasta niños con instintos agresivos desbordados son el resultado de una polarización impulsada desde el poder durante una década, convirtiendo en enemigo al que piensa diferente o que, simplemente, no hace lo que alguien con más poder espera que haga.

Relanzar la actividad económica. Requerirá volver a “fondear” el Estado saqueado por la corrupción ramplona y el populismo irresponsable. 

Está desfinanciada la ANSES, pero también quedará vacío el BCRA, pero a los jubilados habrá que seguir pagándoles y a la industria brindándole insumos importados para su funcionamiento. La presión impositiva impide –en los actuales niveles- cualquier renacimiento productivo, pero el fuerte endeudamiento interno del Estado dificultará su reducción. Una economía cuya única diferencia con “los 90” ha sido la fuente de endeudamiento -antes externo y ahora interno- no ha cambiado la esencia del problema: el Estado sigue exactamente igual de inútil y saqueador de la economía productiva. 

La inflación que dejará el kirchnerismo, a pesar de la insinuación de cambios en los últimos tiempos, se encontrará entre el 50 y el 100 % anual, y con esa tasa es absolutamente imposible pensar en créditos, inversiones y estabilidad. Pero reducir esa tasa requerirá esfuerzos fiscales extraordinarios, en un momento en que, por el contrario, la necesidad de inversión pública para recuperar lo destrozado en esta década será singularmente demandante.

Rehacer la infraestructura. El transporte ferroviario, la hidrovía, las rutas, las comunicaciones, las redes de agua potable y cloacas, la vivienda, se encuentran en un deterioro insoportable, insuficientes para las demandas de los ciudadanos e incompatible con un proceso de crecimiento. Pero el mayor desafío es el energético, en el que se necesitarán entre 6.000 y 10.000 millones de dólares por año para recuperar lo perdido y proveer a las necesidades de una economía que retome su marcha. Es mucho dinero y será imposible sin fuertes inversiones internacionales, las que vendrán sólo a un escenario de estado de derecho, imparcialidad de la justicia y erradicación de la discrecionalidad.

Impulsar nuevamente la masificación y la excelencia educativa. Cualquiera de los dos desafíos sólos son muy costosos. Ambos a la vez lo serán aún más. Pero tanto la convivencia como la posibilidad de un desarrollo inclusivo requieren ciudadanos educados y capacitados, así como un sector científico-técnico imbricado con el mundo y con un sólido desarrollo interno.

Reconstruir la defensa. El país ha liquidado sus sistemas defensivos, en un mundo que está abandonando el período de paz que había parecido instalarse para siempre. El “monstruo grande que pisa fuerte”, la guerra, anda rondando motivada por las razones más diversas. La Argentina necesita desarrollar un sistema defensivo profesional altamente calificado y tecnológicamente avanzado. Cuesta dinero, pero no hacerlo es un peligro, porque obligará a depender de otros para nuestra propia seguridad. El ejemplo de Ucrania, como ayer de Georgia, son alertas sobre la indiferencia con que los terceros países observan las agresiones cuando no afectan sus directos intereses nacionales.

Y por último, recuperar la dignidad y el respeto internacional. Nuestro país ha caído en la consideración global a uno de los escalones más bajos. La Argentina se ha desplazado en esta década hacia una especie de “hazmerreír” del mundo y de la región. 

La urgencia de recomponer nuestras relaciones con todos los países del mundo abandonando las actitudes impostadas para adoptar comportamientos maduros será una condición para poder imbricar nuestra economía en las cadenas de valor, volver a ser protagonistas en la construcción del entramado legal de la globalización y participar en las iniciativas hacia un mundo en paz, con mayor seguridad e incluyéndose en los esfuerzos cooperativos contra los riesgos globales: la violación de los derechos humanos, el cambio climático, las redes delictivas, el libertinaje financiero, las epidemias, la reconversión energética, la protección de la biodiversidad y la explotación racional de los recursos naturales.

Los mencionados son algunos de los graves temas de agenda de los años que vienen. Para enfrentar éstos –y otros- será imprescindible una política que haya erradicado el “ethos” confrontativo implantado por el kirchnerismo con consecuencias patéticas, reemplazándolo por el cooperativo, y ello no cambiará con el resultado electoral del cual, afortunadamente y cualquiera sea el resultado, surgirán liderazgos que habrán erradicado la pesadilla de esta década.

Sin embargo, el debate sobre estos temas no ocupa aún la agenda política. Al contrario, ésta parece estar conducida por el escenario electoral en formación. Es, por supuesto, un tema apasionante. Los escarceos de declaraciones cruzadas y pases de dirigentes, en última instancia, afectan a los protagonistas y van configurando el escenario. Pero sería mucho más apasionante debatir en forma madura cómo enfrentaremos los problemas del país. Esos que nos afectan a todos y nos acompañarán por años.


Ricardo Lafferriere

sábado, 26 de abril de 2014

Lógicas

 “Los partidos políticos agrupan a personas que tienen una similar ideología”, se podía leer –palabras más, palabras menos- en los manuales que abordaban la política en tiempos de la modernidad, en que las ideologías, elaboradas por las lógicas, reinaban en el mundo reflexivo.

La crisis de las ideologías y las cosmovisiones puso en fuerte conmoción esta afirmación. No hay ya ideología que pueda sostener su vigencia con pretensiones de verdad absoluta. Siguen existiendo, pero cada vez más recluidas en el fuero íntimo de las personas, que elaboran sus mapas de vida y de valores tomando “de aquí y de allá” las creencias sobre los temas que antes conformaban los gigantescos edificios ideológicos del liberalismo, el socialismo, el comunismo, el nacionalismo, el desarrollismo o el propio nacionalismo popular.

Las ideologías no han muerto. Están más vivas que nunca, pero se han multiplicado por tantas personas como existen en el mundo. Lo que ha muerto es la posibilidad de imponer la propia ideología a los demás y con menos razón desde el poder. Subsisten valores, creencias, opiniones, pero no ya las sesudas articulaciones conceptuales colectivas que movieron pasiones.

¿Qué reemplaza a las ideologías en este mundo fragmentado de la modernidad tardía?

La pregunta no es banal. Si las ideologías, al retraerse al fuero íntimo, dejan seriamente de conformar la argamasa de los partidos políticos, es necesario buscar su reemplazo. La política como actividad humana sigue existiendo. Es el esfuerzo moderno por tomar las riendas de la realidad en lugar de resignarse a que ésta siga el rumbo señalado por Dios, el destino o la suerte. La respuesta al agotamiento de la modernidad “dura” no puede ser el regreso a la premodernidad plagada de creencias irracionales, temores ancestrales, dogmas o supersticiones.

Los partidos son los instrumentos modernos que permiten el funcionamiento de la política sobre bases racionales. Simplemente es necesario buscar la lógica que los haga nuevamente funcionales en tiempos del mundo global, el paradigma cosmopolita y la creciente autonomía ciudadana.

La invocación a la solidaridad ideológica no sólo es antigua: es disfuncional con la agenda que debe enfrentar la política de estos tiempos. Los alineamientos, herramientas y creencias utilizadas para los problemas del siglo XIX y XX tienen escasa conexión con los de hoy, entre otros la interdependencia e inestabilidad económica, la polarización social extrema, el desarrollo tecnológico, el debilitamiento de los Estados Nacionales, el cambio climático, la violencia cotidiana, la enorme cantidad de excluidos, el delito global.

Es probable que la solución para estos problemas no se encuentre en uno u otro de los conocidos mapas ideológicos, sino que tome herramientas de diferentes espacios. Tal vez el ejemplo de EEUU, líder del capitalismo, saliendo de la crisis financiera con herramientas estatistas sea tan elocuente como lo fuera China, dando su gran salto adelante sobre las recetas neoliberales de Milton Friedman, adoptadas por el Tercer Plenario del XI Congreso de su Partido Comunista.

Los partidos deben darse nuevos argumentos convocantes. Por supuesto que el proceso no será lineal. Sus adhesiones emocionales superan normalmente sus elaboraciones racionales. Pero los electorados modernos no se atan con la misma solidez a identidades emotivas y requieren funcionalidad. Pueden apasionarse, pero en convocatorias eficaces para solucionar sus problemas. Y allí está, tal vez, el meollo de la reflexión: quién define la agenda.

En los viejos tiempos lo hacían los cuerpos partidarios sobre la base de la “ideología” compartida, trás un “proyecto de país” que unificaba anhelos y utopías. Eso ya pasó. Ningún Estado Nacional –herramienta suprema de la política- ha logrado construir una sociedad utópica, porque los seres humanos en su libre albedrío conciben a la política tan sólo como un capítulo de su existencia, a la que no les delegan pacíficamente los demás: religión, proyectos de vida, economía, libertad de elegir, planificación familiar, gustos, deseos, aspiraciones. Las personas custodian su autonomía y terminan definiendo su propia biografía. Son ellas, y no ya los partidos, quienes deciden la agenda de lo público.

Las personas esperan de la política que les facilite el camino. No que les absorba su derecho a decidir su cosmovisión, sino que les reduzca los temores de sufrir la violencia personal, perder su trabajo, ser privadas del fruto de su esfuerzo, se les envenene su agua, polucione su aire, destruya su entorno o anule su futuro. En otras palabras, que les “prevea los riesgos” y si se producen, las ayude a atenuar sus efectos.

Ese es el gran cambio: la relación entre las personas y el poder. La agenda hoy está en manos de los ciudadanos. Seguir razonando con la lógica de las “ideologías” movilizará a las nomenclaturas respectivas pero seducirá cada vez menos a los electores, que aspiran a superar el circo romano de Schmidtt y de Laclau para reemplazarlo por la construcción de la convivencia cooperativa de Hannah Arendt, Ulrich Beck y Zygmund Baumann.

La nueva lógica implica el “fin de lo obvio”, pero también abre la gigantesca posibilidad de “empezar de nuevo”. Viejos rivales podrán sumar esfuerzos para enfrentar riesgos y problemas sin las ataduras ancestrales de los dogmas y sin la exigencia de coincidencias finalistas, entre otras cosas, porque éstas ya no existen sino que se renuevan en cada paso, no ya para los grupos sociales sino para cada persona, dueña de su biografía.

Liderazgos frescos y creativos deben abrir espacio al nuevo estilo,  cambiando “lo obvio” de la vieja lógica político-cultural. Será muy difícil sin el duro “trabajo de topo” de los movimientos sociales, que allanan el camino entusiasmando a los ciudadanos en las nuevas causas. Pero no advertirlo neutralizará en luchas estériles los esfuerzos recíprocos terminando de convertir en impotente a la política por no entender la lógica de época, que no acepta ya más presuntuosos “legisladores” de la sociedad ideal sino apenas –pero nada menos- que  perspicaces “intérpretes” de seres con infinidad de miradas diferentes cooperando para hacer más llevadera la vida.

Ricardo Lafferriere

Fin de ciclo y renacimiento

Entre los records indiscutibles de la década (ganada, perdida, desperdiciada o robada) hay varios que nadie podrá rebatir y que constituyen las contradicciones más notables para una gestión que recibió el apoyo mayoritario del electorado argentino.

Cinco hitos: Los actos más masivos de la historia contra un presidente en ejercicio, a saber
1) primer acto del campo, en el Monumento Nacional a la Bandera, en Rosario
2) segundo acto del campo, en el Monumento de los Españoles, en la Capital Federal.
3) Primer marcha autoconvocada, en setiembre de 2012, en la Capital Federal.
4) Segunda marcha autoconvocada, en noviembre de 2012, en la Capital Federal.
5) Tercera marcha autoconvocada, en abril de 2013, en la Capital Federal.

Sin embargo, lo curioso es que entre las dos primeras y las tres últimas se produjo otro fenómeno también innegable: el triunfo del oficialismo en las elecciones de renovación presidencial, obteniendo una clara mayoría electoral que osciló en el 50 % -54 %, en la contabilidad oficial, y más del 35 % en la contabilidad de los más intransigentes opositores. La diferencia es la base de cálculo: para el gobierno y como dice la ley, el porcentaje se calculó sobre el total de votos válidos emitidos. Para la oposición, sobre el total de los ciudadanos inscriptos en condiciones de votar. La diferencia no empaña un triunfo electoral claro, que significó una recuperación notable sobre el deterioro que había sufrido la administración kirchnerista desde el 2008 hasta el 2010.

La causa de esta oscilación en la opinión pública no es ningún secreto, y fue slogan de campaña en ocasión del enfrentamiento entre Bush (padre) y su desafiante, Bill Clinton: “Es la economía, estúpido”.
La crisis que alcanzó a la Argentina entre 2008 y 2010 fue la consecuencia del agotamiento del “colchón” generado por la hiperdevaluación del 2002 y la suspensión de pagos de la deuda. Tal agotamiento se intentó recuperar con un gigantesco manotazo al campo, que resistió con uñas y dientes logrando congelar la ya de por sí exorbitante presión fiscal existente hasta entonces, que quedó establecida en el mismo nivel que tenía.

La “lucidez” de Amado Boudou descubriendo la caja oculta de los ahorros previsionales privados, confiscados de un solo arrebato a sus legítimos ahorristas, le permitió comenzar la recuperación de su imagen y salvar la propia presidencia de CK, fortalecida luego con la apropiación de las reservas del Banco Central y por último con la resucitada técnica de la máquina de fabricar billetes sin respaldo.

La inflación, sin embargo, no es gratis y ha provocado un deterioro de la convivencia y un hastío generalizado con la incapaz gestión oficial. En un manotazo desesperado ha decidido inclinar todas sus banderas, afortunadamente para el país aunque con la misma falta de profesionalidad que en casos anteriores. Un ajuste descarnado de una dimensión similar al de Isabel Perón conocido como Rodrigazo, en 1975,  el intento de regreso al endeudamiento externo en condiciones desventajosas a raíz de la urgencia, y a instar el ingreso de divisas para inversiones bajo cláusulas a las que no se atrevió ni siquiera Perón en su contrato con la California, en 1952. Tan leoninas que no se atreven darlas a conocer.

El bienio que falta será angustiante. En enero sostuvimos en esta columna que sólo podría revertir esta declinación de fin de ciclo una convocatoria amplia a la unión nacional, una rectificación total del rumbo seguido y un reconocimiento de los errores cometidos –no por un infantil deseo de revancha, sino para generar aunque más no sea algo de credibilidad en quienes están en condiciones de ayudar para que el ajuste no sea tan lascerante, y a quienes el relato kirchnerista ha tratado con un infantilismo grotesco en la última década, mientras liquidaba todo lo que teníamos-.

Por supuesto, no se hizo. Se insiste en que lo realizado –que nos llevó a esto- fue lo correcto y se persiste en el ataque a todos los que, desde el sentido común, vinieron alertando desde hace años sobre la inexorable desembocadura en una nueva crisis si se continuaba el jubileo.

Algo está bueno: se terminará por fin esta pesadilla. Pero mucho otro está mal: el precio que deberá pagar el país, su gente más humilde, sus industriales, sus productores, sus jubilados y retirados, es decir, lo mejor de Argentina, será demasiado. Tal vez el error del 2011 no merecía el sufrimiento que se viene.

Sólo alimenta el espíritu la ilusión del renacimiento que, sea cual fuera el resultado electoral, pareciera que comenzará en diciembre de 2015.


Ricardo Lafferriere


lunes, 7 de abril de 2014

"Fines" y medios

La información forma parte de una nota que presenta y cuestiona las grandes falencias educativas del programa "Fines" teóricamente diseñado para facilitar la terminación del nivel educativo secundario a quien haya interrumpido sus estudios, pero que -como parece ser norma en la mayoría de las iniciativas del gobierno nacional, ha degenerado en una bastardización grotesca.
Una de las alumnas, que había interrumpido sus estudios secundarios y a la que le elaboraron una currícula de cuatro meses para la obtención de su "título" de nivel medio, comenta que había convencido de hacerlo también a su marido: "le asignaron un plan de estudios de 4 meses, aunque él solo llegó a completar 9° grado de EGB, según la estructura curricular previa a la reforma de 2010 en provincia de Buenos Aires." (Clarin, 7/4/2004)
El propósito de la "alumna" -dice la nota- es obtener su título secundario con el propósito de realizar estudios terciarios, en una carrera "relacionada con la salud". Tal vez en un tiempo esté atendiendo enfermos, con su flamante diploma de médica.
La indignante estafa -recíproca- entre un Estado tramposo que le otorga "títulos" tramposos a estudiantes también tramposos simboliza nítidamente lo que ha significado la educación para la década kirchnerista. No mienten las pruebas PISA cuando exhiben el deterioro casi terminal del estado de la educación en el país.
El sistema educativo formal cuenta con planes de enseñanza media para adultos, con exigencia horaria reducida con respecto a los normales.  Son 2025 horas de clase, frente a las poco más de 3500 de un secundario normal -de por sí insuficientes ante las demandas del cambio acelerado que presenta la realidad actual, que requeriría más bien planes de adiestramiento y actualización indefinidos-
Pero de ahí a ...¡cuatro meses! En ese lapso -se supone- debería aprenderse -si se reconoce un nivel de educación media completa- matemáticas hasta el nivel de cálculo elemental u estadística, geografía del planeta, de los cinco continentes y de la Argentina; historia universal y argentina; biología; anatomía; historia geológica del universo y del planeta; idioma español y uno extranjero; literatura nacional y universal; formación social; historia del arte; educación científica y tecnológica, al menos en sus aspectos básicos que le ayuden a comprender el entorno local, nacional y global, así como los procesos de cambio y la utilización de las herramientas tecnológicas que impregnan cada vez más la vida cotidiana.
El Ministerio de Educación informa en su página las materias del ciclo básico, que abarcan los tres primeros años de estudios de la educación formal. Son
Lengua
Matemática
Ciencias Naturales
Ciencias Sociales
Educación Física
Formación Ética y Ciudadana
Educación Artística
Educación Tecnológica
Lenguas Extranjeras

Este primer ciclo debe completarse con dos años más de ciclo orientado, en el que los contenidos básicos son
Ciencias Naturales (Biología, Física y Química)
Ciencias Sociales (Historia, Geografía y Economía)
Formación Ética y Ciudadana
Filosofía
Educación Física
Lengua y Literatura
Educación Artística
Matemática
Lenguas Extranjeras

Con estos dos ciclos completos, el estudiante accederá a su título secundario en la orientación que haya elegido, entre las siguientes:
Bachiller en Arte
Bachiller en Comunicación
Bachiller en Ciencias Naturales
Bachiller en Economía y Administración
Bachiller en Educación Física
Bachiller en Lenguas
Bachiller en Ciencias Sociales
Bachiller en Turismo
Bachiller Agrario / en Agro y Ambiente
Bachiller en Informática

Pero hay otra opción. Es la "opción K".
El programa "Fines" permite evitar todo esto. Sólo con esperar a cumplir dieciocho años, podrá acceder a su "título", en pocos meses, de acuerdo a una propuesta de "programa" que le haya formulado un "docente" del mismo, especialmente para su situación. Su título tendrá "validez nacional" (Res. 190/2009)
Con esa ayuda y un poco de suerte, accederá a la Universidad. Tal vez hasta llegue a ser profesional. O técnico. O simplemente, el papel le sirva para obtener el "suplemento por título" en su sueldo, en la repartición pública en la que se desempeñe.
El INDEC de la educación, dice la nota.
Una mentira más con respaldo oficial.

Ricardo Lafferriere

martes, 1 de abril de 2014

Linchamientos: ¿es “la sociedad”?

Los conmocionantes episodios de grupos de personas frustrando delitos o tomando en sus manos la tarea de apresar y castigar a quienes considera sus autores han convocado una sucesión de valoraciones, la mayoría de las cuales son de una fuerte condena a la actitud de estos ciudadanos.

Curiosamente, y aunque sea comprensible, en esas mismas condenas no suele incluirse el comportamiento delictivo que les da origen, lo que segmenta de tal forma el análisis que lo termina convirtiendo en parcial, porque analiza la mitad del fenómeno y no su totalidad.

Más aún: en las condenas, salvo excepciones, no suele incluirse la falencia estatal en garantizar la seguridad ciudadana, la que tiene dos grandes huecos: la ausencia de promoción de una escala de valores que condene la rapiña –más aún: su reemplazo por la impunidad de la megacorrupción del poder, fuertemente “contraejemplar”- y la desatención o hasta la desarticulación de las fuerzas de seguridad ciudadana, mediante las cuales “la sociedad” civiliza su convivencia al apoyarla en leyes con el adecuado respaldo a los organismos especializados a fin de garantizar su cumplimiento. Pero que, al estar contaminadas –ellas mismas- con el delito, no cumplen la función para la que fueron conformadas.

A pesar de todo ello, resulta también parcial considerar a las personas que reaccionan en forma violenta frente a un delito como una expresión de “la sociedad”. Son muchos más, aún, los ciudadanos de “la sociedad” que siguen reclamando la vigencia del estado de derecho, desmantelado sistemáticamente por el kirchnerismo, y que no actúan ni actuarían de manera similar ante situaciones parecidas.

La “sociedad”, en la Argentina, sigue siendo ejemplar, muchísimo más ejemplar que su gobierno. Es milagroso que pueda seguir existiendo un país que se ha desentendido de la seguridad pública, la defensa nacional, la educación general, la justicia imparcial, y hasta la garantía del más básico derecho de propiedad. No la ideologizada propiedad “de los medios de producción”, sino las más elementales y primarias: el haber de un jubilado, los ahorros de una persona para garantizar su futuro, el sueldo de un empleado, o sus pequeños activos logrados con esfuerzo, trabajo y sacrificio, sea una bicicleta, un par de zapatillas, un auto o una moto.

No es bueno, frente a estos dramas, el atajo de la hipocresía. La desaparición del Estado produce esto. Es una pulsión antropológica básica defenderse y defender lo propio. La civilización nos ha llevado a organizar en leyes y en poderes públicos la garantía de esa convivencia básica. Pero si alegremente aceptamos su desmantelamiento, o lo justificamos con sesudas elucubraciones contranatura, no podemos impostar la indignación ante lo que es el fruto de nuestras propias decisiones. O de quienes hemos elegido para que legislen y gobiernen.

Quien escribe prefiere creer que ante un hecho similar tendría, posiblemente, la actitud del portero que protegió al delincuente en Palermo para evitar su linchamiento, y entregarlo a las autoridades. Digo “posiblemente” porque ante situaciones como ésa, cercanas a las reacciones instintivas, nunca se sabe cuál será la reacción primaria de nadie, ni siquiera de quien piensa en su propia actitud.

Lo que también es posible es que si ese portero ve en unos días al mismo delincuente en una situación similar, porque lo entregó al “sistema” y éste se desentendió devolviéndolo a “la sociedad” sin sanción, probablemente piense dos veces antes de actuar de la misma forma.

La “sociedad” sin leyes es la selva. No parece inteligente rezongar por la selva cuando se han desarticulado las leyes. Son éstas las que le dan fuerza a los “valores” civilizados, las que dan “garantías” a todos de respetar sus derechos básicos, las que delegan la venganza o la autosupervivencia en autoridades que deben garantizar su cumplimiento.

Si las leyes no rigen, si las autoridades se alzan de hombros, si los pensadores oficiales justifican la selva, si se renuncia en suma a la decisión de “civilizar” cada vez más la convivencia, el resultado no puede ser diferente al que estamos viviendo. Porque “la sociedad” está integrada por individuos, que actuarán por la pulsión primaria de cualquier animal de la selva: preservar su vida, su familia, su territorio, sus cosas. Solos, o con el apoyo de su tribu. Aunque para ello tenga que matar.



Ricardo Lafferriere