La última iniciativa kirchnerista cambiando la jurisdicción
de pago de los bonos emitidos bajo ley norteamericana a fin de eludir la
sentencia en el juicio que el Estado perdió con los bonistas “holds out” en las
cortes de Nueva York avanza un paso más en la descomposición del régimen.
Pretender eludir la justicia a la que el país se sometió
voluntariamente –o, más simplemente, evadir la justicia- no sólo afecta la
relación crediticia vigente, objeto del juicio respectivo. Se agrega al
historial del país, que de este modo afianzaría su imagen internacional de
evasor crónico de sus obligaciones contractuales. Sus efectos se prolongarían
en el tiempo, condenando a todos a sufrir un ajuste sin atenuantes proyectado
hacia varios años por delante. Golpeará a los argentinos, como una herencia
macabra de esta nueva década infame.
Sus consecuencias se proyectan en este caso más allá del
propio kirchnerismo. Si el Congreso lo aprobara, sus consecuencias serían
patéticas. La gravedad alcanzaría un nivel extremo si concitara el apoyo de legisladores
opositores, porque se demostraría ante el mundo que la enfermedad no alcanza
sólo a un sector político –y en consecuencia, tendría remedio cuando este
sector fuera desplazado-, sino que se ha extendido más allá de sus límites,
hasta la propia oposición.
En cualquier sociedad civilizada, el Estado es quien da el
ejemplo. Aunque entre nosotros el valor del compromiso estatal hace tiempo que
había entrado en un cono permanente de merecidas sospechas y desconfianzas –como
lo podrían testimoniar decenas de miles de jubilados con sentencia firme,
ignoradas por la ANSES o de los acreedores internos –proveedores y
contratistas- con sentencia contra el Estado, demorados sin fin ni
justificación en sus cobros-, en la comunidad internacional la palabra de un
Estado todavía tiene la presunción de certeza.
La actitud de evadir las normas
y los compromisos empeñados en un contrato formal –que no otra cosa son los
títulos de deuda- y hacer alarde de ello demuele esta presunción, colocando al
país en una situación más grave que el default involuntario: el de un deudor
mendaz, serial y sistemático.
Poca relación tiene la iniciativa con el interés nacional,
al que se quiere recurrir para fundamentarla. Hemos repetido varias veces la
sentencia de Samuel Johnson: “El patrioterismo es el último argumento de los
bribones”. En eso pretende convertir el kirchnerismo a la Nación Argentina. En
un Estado Bribón.
La situación del mundo no admite este atajo. Si era inviable
desde hace décadas, hoy es sencillamente atentatorio contra las posibilidades
de desarrollo del país, de la generación de empleo genuino, de la imbricación
virtuosa con el mercado global de bienes, y con la asociación con los actores
comerciales, tecnológicos, financieros y de inversión de la economía global. Por no hablar de los más que desvastadores efectos internos.
No es cierto que el país –ningún país, ni siquiera los más
desarrollados- esté en condiciones de desarrollarse aisladamente en el actual
momento del mundo. Hoy sólo lo ensaya Corea del Norte, chantajeando con el
desarrollo nuclear para conseguir limosnas. Hasta Cuba abre su economía y
convoca capitales, respetando las reglas. Si fuera cierta la afirmación
presidencial, no se explicaría su obsesión para la aprobación del contrato con
Chevrón, ni su pretendida asociación con China modificando legislación local,
ni su mega-indemnización a Repsol, o su reconocimiento de insólitos intereses
punitorios en la renegociación con el Club de París.
Hasta Cristina necesita del mundo, aunque en una
inexplicable calesita de giros sin destino un día entregue lo que al día
siguiente niegue.
Afortunadamente, hay quienes tienen el patriotismo
suficiente para no ceder a la infantil prédica del nacionalismo bribón.
Mauricio Macri fue el primero. Ernesto Sanz luego. Cobos y Binner se han
pronunciado en forma similar. Son las voces del sentido común, a las que el
estancamiento, la pobreza, la inflación galopante, la disolución de la moneda
nacional y la creciente desocupación que sobrevendrá por la “gesta” infantil
del kirchnerismo no les parece “nacional
y popular” sino profundamente enfrentada a los intereses de los argentinos, de
la nación y de su futuro.
Una nueva y peligrosa bufonada. O una infamia, contra el
país y contra nuestra gente.
Ricardo Lafferriere