jueves, 21 de agosto de 2014

Otra peligrosa bufonada

La última iniciativa kirchnerista cambiando la jurisdicción de pago de los bonos emitidos bajo ley norteamericana a fin de eludir la sentencia en el juicio que el Estado perdió con los bonistas “holds out” en las cortes de Nueva York avanza un paso más en la descomposición del régimen.

Pretender eludir la justicia a la que el país se sometió voluntariamente –o, más simplemente, evadir la justicia- no sólo afecta la relación crediticia vigente, objeto del juicio respectivo. Se agrega al historial del país, que de este modo afianzaría su imagen internacional de evasor crónico de sus obligaciones contractuales. Sus efectos se prolongarían en el tiempo, condenando a todos a sufrir un ajuste sin atenuantes proyectado hacia varios años por delante. Golpeará a los argentinos, como una herencia macabra de esta nueva década infame.

Sus consecuencias se proyectan en este caso más allá del propio kirchnerismo. Si el Congreso lo aprobara, sus consecuencias serían patéticas. La gravedad alcanzaría un nivel extremo si  concitara el apoyo de legisladores opositores, porque se demostraría ante el mundo que la enfermedad no alcanza sólo a un sector político –y en consecuencia, tendría remedio cuando este sector fuera desplazado-, sino que se ha extendido más allá de sus límites, hasta la propia oposición.

En cualquier sociedad civilizada, el Estado es quien da el ejemplo. Aunque entre nosotros el valor del compromiso estatal hace tiempo que había entrado en un cono permanente de merecidas sospechas y desconfianzas –como lo podrían testimoniar decenas de miles de jubilados con sentencia firme, ignoradas por la ANSES o de los acreedores internos –proveedores y contratistas- con sentencia contra el Estado, demorados sin fin ni justificación en sus cobros-, en la comunidad internacional la palabra de un Estado todavía tiene la presunción de certeza.

 La actitud de evadir las normas y los compromisos empeñados en un contrato formal –que no otra cosa son los títulos de deuda- y hacer alarde de ello demuele esta presunción, colocando al país en una situación más grave que el default involuntario: el de un deudor mendaz, serial y sistemático.

Poca relación tiene la iniciativa con el interés nacional, al que se quiere recurrir para fundamentarla. Hemos repetido varias veces la sentencia de Samuel Johnson: “El patrioterismo es el último argumento de los bribones”. En eso pretende convertir el kirchnerismo a la Nación Argentina. En un Estado Bribón.

La situación del mundo no admite este atajo. Si era inviable desde hace décadas, hoy es sencillamente atentatorio contra las posibilidades de desarrollo del país, de la generación de empleo genuino, de la imbricación virtuosa con el mercado global de bienes, y con la asociación con los actores comerciales, tecnológicos, financieros y de inversión de la economía global. Por no hablar de los más que desvastadores efectos internos.

No es cierto que el país –ningún país, ni siquiera los más desarrollados- esté en condiciones de desarrollarse aisladamente en el actual momento del mundo. Hoy sólo lo ensaya Corea del Norte, chantajeando con el desarrollo nuclear para conseguir limosnas. Hasta Cuba abre su economía y convoca capitales, respetando las reglas. Si fuera cierta la afirmación presidencial, no se explicaría su obsesión para la aprobación del contrato con Chevrón, ni su pretendida asociación con China modificando legislación local, ni su mega-indemnización a Repsol, o su reconocimiento de insólitos intereses punitorios en la renegociación con el Club de París.

Hasta Cristina necesita del mundo, aunque en una inexplicable calesita de giros sin destino un día entregue lo que al día siguiente niegue.

Afortunadamente, hay quienes tienen el patriotismo suficiente para no ceder a la infantil prédica del nacionalismo bribón. Mauricio Macri fue el primero. Ernesto Sanz luego. Cobos y Binner se han pronunciado en forma similar. Son las voces del sentido común, a las que el estancamiento, la pobreza, la inflación galopante, la disolución de la moneda nacional y la creciente desocupación que sobrevendrá por la “gesta” infantil del kirchnerismo no les parece  “nacional y popular” sino profundamente enfrentada a los intereses de los argentinos, de la nación y de su futuro.

Una nueva y peligrosa bufonada. O una infamia, contra el país y contra nuestra gente.


Ricardo Lafferriere

martes, 19 de agosto de 2014

No es bueno forzar posiciones

No es un secreto para nadie que desde esta columna hemos  visto desde hace varios  años como necesario el regreso a la política argentina del amplio espacio político de las clases medias, que en otros tiempos supo expresarse por el radicalismo para luego desgranarse en dirigentes y espacios de variado origen, algunos radicales, otros socialistas, otros liberales.

Tampoco lo es nuestra convicción que en la dinámica del sistema político argentino, ese espacio, que abarca un colorido abanico de identidades culturales, incluye un amplio espectro de posicionamientos “ideológicos” y está unido culturalmente por comunes denominadores que giran alrededor del respeto absoluto al estado de derecho, a los derechos individuales, a las libertades públicas, a la independencia de la justicia, al pluralismo, la libertad de presa y la madura integración con la marcha del mundo. Su síntesis podría ser la Constitución Nacional.

Algunos pensamos que los dos grandes espacios que alimentan la dinámica política argentina hunden sus raíces en las matrices fundacionales del país, encontrando líneas conductoras que llegan hasta el mismo proceso independentista y aún antes, pero es necesario conceder que esta visión tiene tanto pruebas como contrapruebas, por lo que es mejor dejarla a los historiadores.

Lo que sí está claro es que en el escenario argentino de la democracia recuperada los ciudadanos han oscilado entre dos matrices: una “democrática-republicana” y otra “populista-autoritaria”. Los esfuerzos por trasplantar a la realidad argentina las pautas que dinamizan las opciones en Europa en “izquierdas vs. derechas” no han logrado enraizarse entre nosotros.

Hay “progresistas” y “moderados” en ambos espacios, como lo demostró Cristina Fernández, en el 2011, al alinear en una misma opción política a un abanico tan amplio que comprendía desde a D’Elía a Daniel Scioli, desde Carta Abierta hasta Boudou , o desde Pacho O’Donnell a Ricardo Forster. También lo había logrado, en la otra vertiente, Alfonsín en 1983, cuando recibió apoyos desde la “familia militar” de entonces –a pesar de su fuerte cuestionamiento a la matriz represora del “proceso”- hasta los intelectuales progresistas del  Centro de Participación Política, desde los partidos provinciales de raíz conservadora hasta los sectores juveniles de la “Coordinadora” de entonces, identificados con las banderas más progresistas de la época.

El turno del populismo organicista que lleva ya diez años se agotó, y no será superado por ninguna construcción ideológica por la sencilla razón de que el relato ideológico no convoca a los ciudadanos reales, que son los que votan y definen el gobierno. Esto es advertido por los protagonistas de la política y está golpeando en uno de los frentes conformados en  el último año, afectado por las diferentes miradas sobre el papel de la dirigencia.

Lo decía Julio Blanck en su lúcido análisis del domingo 17/8 en Clarín. También lo venimos afirmando desde esta columna desde hace tiempo. Los dirigentes políticos opositores deben definir su papel  y a partir de allí establecer sus estrategias. El fuerte conflicto que ha tomado los titulares estos días entre Solanas y Carrió lo expresa con claridad. Si lo principal es el testimonio del compromiso ideológico, el poder será esquivo. Si lo principal es el acceso al poder para administrar la realidad, el testimonio ideológico puro es un obstáculo insalvable.

Ambas posiciones son válidas, legítimas y respetables. Ambas caben en el juego democrático. Ambas son necesarias para enriquecer el debate y la reflexión nacional. Lo que no se puede es pretender articularlas cuando resultan contradictorias de cara al escenario que en cada momento vive la sociedad.

Pino Solanas, Libres del Sur, el socialismo y un sector del radicalismo prefieren privilegiar su papel testimonial. Definen su identidad y razón de ser como mantener vivo el proyecto “socialdemócrata” y el alineamiento “progresista”, aunque no especifican mucho más en cuanto a las pautas programáticas que los unen. Se motivan, seguramente con honestidad, en su aversión a lo que consideran un proyecto “neoliberal”, o “heredero de los 90”, que en su convicción es característica del PRO, lo que por otra parte tampoco se condice con la experiencia de gobierno de dicha fuerza, ratificada varias veces por el electorado capitalino.

Elisa Carrió, Lousteau, y otro importante sector del radicalismo, privilegian construir una alternativa de poder al peronismo. No creen en la rígida polarización ideológica –a la que sienten como disfuncional con el mundo actual- y asumen que los valores que cada uno ha asumido en sus convicciones serán sin dudas un telón de fondo en las decisiones que deban tomar, pero que su obligación de cara a la sociedad en el momento actual es brindarle una alternativa de gobierno signada por la honestidad y la reconstrucción republicana. Perciben que esa es la exigencia ciudadana. Advierten que para ser exitosos deben incluir necesariamente a todo el electorado de las clases medias democráticas republicanas, tanto a la columna vertebral del radicalismo, al PRO y al socialismo.

Aunque no sea políticamente correcto, tal vez sea el momento de asumir el error que significó comenzar la construcción de un frente electoral sin acordar para qué se hacía. La limitación no es  determinante en una elección de medio término,  ya que puede saldarse en la composición plural de las listas de legisladores, pero se torna en decisiva cuando se debe ofrecer a la sociedad una opción de gobierno. La experiencia UNEN incorporó legisladores que ni siquiera se integraron a un bloque propio. Una vez en las Cámaras, cada uno buscó su identidad.

Seguir en ese camino será tan desgastante como prolongar indefinidamente, por falta de decisión, un divorcio inexorable. Tan inexorable como que lo impondrá la propia realidad. Una fuerza política cuya función en la democracia argentina es construir una opción democrática y republicana ante sus tradicionales rivales  peronistas–a los que no necesita ni debe demonizar porque comparte con ellos la condición de “com-patriotas”- se fragmentará en pedazos si se la pretende encorsetar  en límites que le impiden trabajar para cumplir su papel natural en pueblos, municipios, provincias y aún en la gestión nacional.

Los dirigentes que se sienten intérpretes de ideologías, valores y reclamos a los que gobernar no les interese tanto como testimoniar lo que entienden que es la pureza de sus convicciones, estarán a su vez tensionados a cada paso en que deban decidirse alianzas en la búsqueda de la construcción de opciones de gobierno. Su prevención es respetable y legítima.

Lo que no se entiende es por qué esa diferencia de roles debe convertirse en una batalla pública, impostada por los medios, que perjudica a ambos. Los perjudica, incluso, seguir juntos, porque ambos se sienten limitados en sus convicciones. Los unos, porque arriesgan fuertemente sus posibilidades de acumulación exitosa. Los otros, porque sienten ante cada paso que peligra su ideología, que consideran su justificación política.

Sería infinitamente más maduro que unos y otros sigan su camino, respondan a sus pulsiones más auténticas y sus respectivas construcciones, manteniendo la cordialidad y el respeto recíproco que se deben quienes deciden entregar sus ilusiones, convicciones y trabajo al debate sobre los intereses generales.

La historia del país seguirá marchando, incluye a todos y si hay un común denominador que no es ya sólo partidario sino nacional es la necesidad de mantener puentes tendidos, cordialidad en el trato y disposición a la búsqueda de acuerdos. Eso debe preservarse, se integren como se integren las opciones electorales, porque el país es de todos y la responsabilidad de la política ante los ciudadanos exigirá cada vez más esa madurez.

Ricardo Lafferriere


jueves, 14 de agosto de 2014

Lo que viene y lo que vendrá


Está ya meridianamente claro, a esta altura, lo que ocurrirá en el país en el próximo año y medio. Seguir hablando de eso es casi masoquista, sabiendo que nada tiene remedio. Inexorablemente, seguiremos cayendo en la calidad de la convivencia, el estancamiento económico, el aislamiento internacional y la degradación de nuestro respeto recíproco como compatriotas.

Vale más entonces comenzar a pensar en lo que vendrá cuando termine esta pesadilla y el país retome su rumbo. En esa nueva marcha también está más o menos claro que, recuperada la seguridad jurídica, el país puede esperar un empuje de recuperación, porque ante las ruinas que quedarán, todo estará por hacerse: ferrocarriles, autopistas, comunicaciones de nueva generación, puertos, energías renovables, viviendas, urbanizaciones, transporte público, seguridad. Sólo será necesario aflojar las riendas, establecer las reglas de juego discutidas en el Congreso y alejadas de la discrecionalidad de los funcionarios y los argentinos nos pondremos en marcha nuevamente, como ha pasado tantas veces.

Nos encontraremos en un escenario global con conflictos, pero también lanzado a su reformulación total. Veremos la erradicación paulatina e inexorable de los hidrocarburos fósiles, sacados del mercado por la reducción sistemática y también inexorable del costo de las energías renovables. Llegará pronto  la posibilidad de convertir a cada hogar en una pequeña usina, comenzando la conformación de la “Internet de la energía”, que ya genera el 40 % del potencial energético renovable en Alemania, se extiende en EEUU y Europa y está dando sus primeros pasos en Chile. Llegará al margen de las decisiones del “escenario”, tomadas por los viejos razonamientos de las grandes usinas térmicas, el petróleo viejo y nuevo, las grandes concentraciones de capital y el “establishment” público-privado del lobby petrolero.

La Internet se habrá extendido ya al nivel de servicio universal y las ciudades con “libre WIFI” se extenderán y mejorarán el servicio, sirviendo de plataforma a una nueva generación de empresarios, jóvenes y dinámicos, creando aplicaciones y servicios sobre la red que se constituirán en el nuevo entramado económico de las clases medias en la sociedad que viene.

La red apoyada en el impulso que significará la incorporación de la tecnología “4G”y posteriores, optimizadoras del espectro radioeléctrico, permitirá reformular toda la vida cotidiana al ser masivamente utilizada por artefactos inteligentes de la vida hogareña (la “Internet de las cosas”), diseñados para optimizar el uso energético, el ahorro de agua potable y la comodidad hogareña.

Estas aplicaciones atravesarán clases sociales, como lo hizo el teléfono celular, la TV por cable y las nuevas pantallas de TV, facilitando la movilidad y la inclusión a compatriotas que parecen hoy condenados a la pobreza persistente. 

Cada vez más oferta gratuita o de bajo costo utilizando Internet serán herramientas de inclusión cultural, productiva y de entretenimientos de millones de compatriotas. Alcanza con observar el servicio de “Netflix” (www.netflix.com) con ilimitada oferta audiovisual, o Spotify (www.spotify.com) con oferta universal de música gratuita, primeros pasos de una tendencia irreversible, para asumir la potencia del nuevo paradigma.

La educación será cada vez más una “comodity”, también utilizando la red. Conocimientos y especialidades diversas llegarán a las personas comunes sin los rigurosos formulismos de la antigua educación formal, y conocimientos de nivel superior estarán al alcance de quienes deseen acceder a ellos. No es una utopía. Ya se ven los primeros pasos en la educación a distancia, que comenzó replicando la enseñanza curricular formal y que ha avanzado hacia revolucionarias plataformas de educación permanente. Alcanza con visitar www.coursera.com para advertir la potencialidad de este fenómeno. 

La pobreza serán cada vez menos obstáculo para quienes tengan vocación y ganas de superación intelectual, laboral, empresaria, científica o artística.

La economía avanzará en una transición sistémica a tono con la transformación global. En el “escenario” será necesario encargarse de la funesta herencia provocada por la incapacidad de gestión de estos años, pero los ciudadanos encontrarán el camino para encontrar su “nicho” acelerando la adecuación del país a las nuevas formas de producción, distribución y consumo y aprendiendo a concebir al mercado global, también asentado en la red, como una posibilidad al alcance de la iniciativa de cada uno.

La vuelta a la civilización permitirá facilitar la imbricación con las redes globales de pago, sin las cuales cualquier intento microempresarial o emprendedor se convierte en una utopía. Libros, programas, aplicaciones y novedades tecnológicas de punta de circulación universal volverán a servir de herramientas para los argentinos con vocación de progreso. 

La ya clásica herramienta de pago en red para pequeños emprendedores (www.paypal.com), y las distribuidoras editoriales globales Amazon (www.amazon.com), Itunes  (www.itunes.com) o similares podrán ser emuladas desde el país con la oferta bibliográfica en español, sin las toscas reglamentaciones o impedimentos para envíos de pagos, de textos por correo o por dificultades burocráticas.

Se vincularán las redes de salud del país con los nuevos conocimientos y tecnologías médicas, en tiempo real. La gran capacidad biotecnológica del país podrá acceder sin trabas burocráticas al conocimiento cooperativo de universidades y empresas pioneras en el mundo, y será también el mundo el espacio natural de crecimiento de la oferta desarrollada en el país.

La tecnología se incorporará sin pausas al Estado, haciéndolo más transparente y amigable a los ciudadanos. Los trámites “on-line”, la gestión de expedientes desde el hogar, el control de ejecución presupuestaria, la utilización del “big-data” o recuperación de información masiva en tiempo real para verificar tendencias y prever problemas, serán una realidad cotidiana. En diversos organismos públicos nacionales, provinciales y locales se avanza en esta tendencia.

La revolución tecnológica llegará a los hogares de todo el país. Fenómenos altamente dinamizadores, como la “Fab-Lab” (o “Laboratorios-fábricas”), ya conocidos como “Investigación y Desarrollo para el pueblo” facilitarán el nacimiento de empresas de tecnología en todas las regiones del país. La idea de los “Fab-Lab”, iniciada hace pocos años en el MIT (EEUU) se ha extendido al punto de contar con más un centenar en todo el mundo, de los cuales hay ya varios en la Capital Federal (https://www.facebook.com/FabLabBuenosAires ). Se trata de talleres cooperativos, con respaldo estatal pero activados por interesados privados, cuentan con equipamiento de máquinas herramientas de última generación en láser, impresoras 3D, cortadoras de precisión y poderoso equipamiento informático, y está al alcance de los emprendedores, tecnológos y empresarios innovadores.

La protección ambiental estará motorizada por un interés ciudadano crecientemente potente, que impondrá una nueva actitud pública hacia el problema. Saldrá a la luz la necesidad de una nueva relación de los seres humanos con el planeta, que vive en innumerables iniciativas ciudadanas hoy opacadas por una convivencia atravesada por el drama de la violencia cotidiana. 

Los ecosistemas naturales, los humedales, las especies en peligro, los glaciares, los bosques, los recursos no renovables, la protección del aire y del agua, serán capítulos que nuevamente recuperen la importancia que tienen en el debate público, el interés periodístico y la atención estatal.

Podríamos seguir, y seguir, y seguir. Es la agenda que viene, que atraviesa la tecnología y el arte, la ciencia y la producción, el ambiente y la promoción social. Está apoyada en la palabra que se impone: cooperación. Y tiene alergia a la palabra que erradicaremos de nuestra convivencia: confrontación.

Falta poco. Sólo que termine la pesadilla y despertemos.


Ricardo Lafferriere

jueves, 7 de agosto de 2014

Política exterior de adolescente malcriado

¿Dónde se ubica la Argentina en el escenario global?

El interrogante no genera demasiada inquietud a los principales protagonistas, para los que nuestro país, lamentablemente para nosotros, ha entrado en un cono de verdadera indiferencia.

Debiera ser preocupación de los propios argentinos, que en última instancia son y serán los que disfruten o sufran las consecuencias de las decisiones que se toman.

No somos un país cuya conducta haya ganado previsibilidad –y, consecuentemente, confianza- por parte de la comunidad internacional. Firmemente alineado con “Occidente” en tiempos de la dictadura militar, el acercamiento a los No Alineados –durante el mismo proceso militar, a raíz del conflicto de Malvinas- fue seguido del sobreactuado retiro de la organización con la llegada del presidente Menen, que levantó la –también sobreactuada- bandera de las “relaciones carnales”.

Luego, fue Duhalde –primero- y Kichner –luego, seguido de su esposa- los que dieron el otro volantazo, impostando un alineamiento “bolivariano” al que le sacaron provecho mientras podían llegar de Venezuela fondos de origen petrolero, durante el auge del chavismo. El giro fue rubricado con la tosca actitud durante la Cumbre de Mar del Plata organizando una “contracumbre” antinorteamericana en momentos en que el propio presidente de ese país se encontraba visitando la Argentina. El caricaturesco embargo del avión estadounidense portador de ayuda por los acuerdos de colaboración en la lucha contra el narcotráfico con la argumentación de “espionaje” simbolizó otra escena de sainete, con consecuencias que llegan hasta hoy.

Sin embargo, este minué llegaba de la mano del propósito de la señora de ser recibida por Obama en la Casa Blanca, por supuesto, sin resultados. No se trata de un país que defina sus pasos  internacionales por influencia del sistema hormonal de su presidente sino por fríos cálculos de costo-beneficio, como cualquier país que se precie de serlo, sea grande, mediano o chico.

¿Es importante para el país tener buenas relaciones con los demás? La respuesta puede matizarse, pero en realidad no difiere mucho de la vida personal. El prestigio y el respeto que se genere, la transparencia con que se actúe, la previsibilidad en las decisiones, son componentes de la credibilidad que sus posiciones tengan en el escenario global, y de ello dependerán las inversiones que se reciban, los créditos que se otorguen, la disposición para la ampliación de relaciones económicas –que repercuten internamente en mayores empleos, mejores sueldos y menores tasas de interés para sus empresarios, o sea menores costos-, la disposición para el apoyo ante situaciones críticas, etc.

¿Eso es “entregarse al imperio”? Salvo Corea del Norte, y en menor medida Cuba, en el mundo no hay extremos. Todo el abanico de grises está presente en países que definen con mayor o menor autonomía cuál será su perfil en ese mundo plural y diverso. Ese perfil dependerá del interés que se persiga, y de lo que se elija también surgirán consecuencias.

En un entremo: si se decide tratar mal a todo el mundo, ser conflictivo con los vecinos, desafiar las reglas de juego vigentes en forma estentórea, actuar con displicencia ante las obligaciones propias, pues…hay que saber que será más difícil conseguir inversiones, abrir mercados, recibir apoyos reales, contar con la disposición favorable de países importantes.

En el otro: si lo que se busca es imbricarse con el mundo, tener las puertas abiertas para momentos difíciles, contar con la solidaridad de los vecinos, esperar la buena voluntad de los países que deciden, pues la actitud deberá ser respetar la cortesía, estar dispuesto siempre a buscar soluciones recíprocamente beneficiosas, priorizar las buenas relaciones, respetar las reglas de juego y si interesa cambiarlas actuar por los mecanismos existentes, y tener absoluta claridad estratégica sobre los puntos fuertes y débiles, intereses y objetivos propios y de cada país con el que se deba interactuar.

Los diplomáticos tienen una norma: las posiciones más firmes deben ser presentadas con la mayor corrección en las formas. El mejor diplomático será el que obtenga los propósitos de máxima sin perder amigos ni levantar la voz. El peor, el que se la pasa gritando y pierde siempre.

La conducción internacional del kirchnerismo  ha sido funesta. Ningún vecino nos mira con simpatía, aunque en la superficie se realicen inocuas solidaridades formales. Hemos tomado distancia con países tradicionalmente amigos –como España- por caprichos que a la postre han acarreado perjuicios históricos. Tenemos congeladas las relaciones con el Uruguay por la incapacidad de gestión y el populismo, antes de Néstor y luego de Cristina Kirchner.

 El “issue” de la exclusión de Argentina del G-20 renace periódicamente, por la incoherencia constante entre la palabra presidencial y las decisiones de gobierno. Tenemos una relación desarticulada con Brasil, que es nuestro principal mercado industrial. El Mercosur, experiencia que hasta que llegó el kirchnerismo era un eje de la política exterior del país, es hoy una herramienta ideologizada inútil para los propósitos de integración que lo inspiraron.

El país es mirado con recelo y hastío por todos los pueblos latinoamericanos, por su petulancia y soberbia. Estados Unidos ha ubicado su relación con Argentina en un status de estabilidad de mínimos, aburrido de los cambios de posición, las agresiones verbales y los humillantes pedidos de apoyo para los temas más esperpénticos –como que presione a un Juez americano para ayudar al país a no pagar una deuda que cuenta con sentencia firme-.

Mientras, se exhibe con un desparpajo grosero la violación de las normas mínimas de educación y respeto protocolares, desde la no recepción presidencial a los Embajadores extranjeros –que se mantuvo durante casi una década- hasta la vulgar falta de respeto  a funcionarios de países con los que mantenemos relaciones diplomáticas.

Y se sigue jugando con la Argentina. No otra cosa es presentar como alternativa novedosa el alineamiento con un espacio en el que no hemos sido invitados (los “Brics”), el apoyo a una potencia en decadencia con poses de matón de barrio y los acuerdos de nueva dependencia con un país estrella del escenario global cuya conducta reproduce los peores vicios del colonialismo del siglo XIX.

Costará remontar este desastre, que no representa a la mayoría del pueblo argentino y mucho menos al cuerpo profesional del Servicio Exterior, sin dudas el más capacitado del Estado. Pero refleja instintos subyacentes en el imaginario de muchos. El kirchnerismo  alimentó desde su inicio los peores instintos primarios del “patrioterismo bribón” y hacia ellos dirigió su política exterior, aunque su consecuencia fuera el daño profundo y anti-patriótico a los verdaderos intereses nacionales, que se relacionan con la mejor calidad de vida y prosperidad de su pueblo más que por un patrioterismo de utilería, un consignismo vacío que atrasa medio siglo o los berrinches caprichosos de adolescente malcriado.



Ricardo Lafferriere

Buitres, derecho, patriotismo

El 27 de agosto del 2006, la Corte Suprema de Justicia de la Nación dictó una sentencia que puso fin al contencioso generado a raíz de las medidas de la “pesificación asimétrica”, dictadas por el Estado Nacional durante la presidencia de Eduardo Duhalde. Pasó a la historia como “caso Massa”.

En aquel momento, el Estado había decidido “pesificar” los depósitos en dólares realizados durante la vigencia de la Ley de Convertibilidad que establecía la paridad peso-dólar, disponiendo que los Bancos debían devolver esos fondos a sus depositantes a una tasa de $ 1,40 por dólar. La discusión generó innumerables situaciones irregulares, que en definitiva se reducían a la facultad –o no- del Estado Nacional de alterar una relación jurídica entre particulares por su propio imperio.

Hubo particulares que aceptaron esa normativa y recuperaron sus depósitos reducidos en la forma dispuesta por el Estado. Pero los hubo también que no, invocando la vigencia del artículo 14 de la Constitución Nacional, que garantiza a los habitantes de la Nación el uso y goce pleno de su propiedad, la que se veía afectada por la medida estatal en una forma que no guardaba relación con la única excepción aceptada por la Constitución: la expropiación por causa de utilidad pública, la que debe ser “calificada por ley y previamente indemnizada”, lo que obviamente no era el caso.

La Corte –nuestra Corte, no el Juez Griesa, ni la Corte norteamericana- determinó la fórmula que reconocía al reclamante  la vigencia plena de su propiedad, al disponer que el monto a cobrar se actualizara por el “Coeficiente de Estabilización de Referencia” más el 4 % anual. De esta forma, el ahorrista obtenía su monto depositado, actualizado en pesos de una forma que le permitía recuperar el 100 % del dinero depositado en dólares –en ese momento, ya con una cotización de $ 3,08 por unidad, accesible en un mercado libre-. El Estado podía dictar medidas excepcionales, pero en definitiva no podía afectar el derecho de propiedad de los particulares.

La reflexión viene a cuento de la situación planteada por el litigio que el Estado Nacional mantiene con los acreedores titulares de bonos de la deuda que no aceptaron ingresar en las ofertas de reestructuración realizadas en el 2005 y en el 2010. En aquellos procedimientos, los acreedores que aceptaron las ofertas cobraron en la forma ofrecida. Los que no aceptaron, ejercieron un derecho que no sólo les garantiza “el juez Griesa” y “la ley del imperio”, sino nuestra propia ley, y cuyo espíritu ha guiado la solución de contenciosos similares dentro de nuestro propio ordenamiento jurídico.

Los “hold-outs”, “buitres” o como se le ocurra bautizar a cualquiera han reclamado ese derecho, han ganado el juicio en el tribunal y bajo la ley a la que Argentina voluntariamente se sometió cuando emitió los títulos renunciando, además, a su inmunidad soberana. Y al final, luego de pasados diez años en los que el deudor –nuestro país- atravesó “la mejor etapa económica de su historia” –Cristina “dixit”- quieren cobrar.

Tienen mucha más razón que los ingleses en el diferendo por Malvinas y la Argentina mucha menos. Luego de un fallo adverso, confirmado por la Cámara de Apelaciones y por la Suprema Corte de Estados Unidos –es decir, lejos de ser el capricho de un magistrado obsesivo, es la aplicación correcta de la legislación aplicable- el perdidoso inventa un impedimento tras otro negándose a una negociación para efectuar un pago al que está obligado por una sentencia firme.

Nada tiene que ver en el caso la famosa “cláusula RUFO”, que es bueno recordar fue inventada por el propio kirchnerismo para las reestructuraciones posteriores y no puede ser invocada ante quienes ganaron el juicio, ajenos por completo a esa disposición contractual posterior entre terceros. Los romanos dirían “res inter alios acta” (los contratos rigen sólo para las partes, o en palabras del vulgo, “los de afuera son de palo”). Sería bueno que además del consejo de la abogada exitosa, el Ministro Kicillof consultara por las dudas a abogados que le explicaran la diferencia jurídica entre una cláusula contractual voluntaria y una decisión jurisdiccional obligante.

Quienes estamos ya grandes para sumarnos a la picardía tramposa envolviéndonos en la bandera nacional no podemos caer de nuevo en ese fraude. No lo hizo Alfonsín en 1982, cuando ante la vocinglería patriotera de todo un país se negó a apoyar la aventura de Malvinas que mandaría a la muerte a cientos de jóvenes y de subir al avión oficial fletado a Puerto Argentino por el gobierno militar, rodeado del circunstancial calor popular, ni don Arturo Illia, que con prudencia, prefirió en ese momento seguir recorriendo la Patagonia con su prédica democrática.

Como dijera alguna vez Johnson Samuel, el patrioterismo es “el último recurso del bribón”, que luego suele desentenderse de las consecuencias de sus actos. Lo que están haciendo no es defender al país. Sus consecuencias serán otras: profundizar la recesión, provocar despidos, detener la actividad económica, aislarlo del mundo, espantar capitales productivos, provocar la parálisis de proyectos de inversión, acelerar la inflación que disuelve salarios y ahorros. Y tal vez –Dios no lo quiera- hasta generar conmociones sociales similares a las que hemos visto hace pocos meses de compatriotas desesperados al ser sumergidos en la marginalidad.

Esto no es nacional ni popular sino dañar a conciencia al país y a nuestra gente. Una canallada, que no haría ningún dirigente con dignidad y mucho menos en nombre de la bandera.


Ricardo Lafferriere

De granero del mundo, a sojero de China


Los manotazos de ahogado de la administración kirchnerista no se reducen a ladrarle a los “hold outs”, a cambio de USD 250.000 dólares diarios adicionales de intereses punitorios que corren hasta el pago o acuerdo (que debieran abonar los funcionarios responsables de esa demora).

Ahora se extienden a los nuevos “alineamientos” internacionales, sin un debate parlamentario que haga transparente decisiones cuyas consecuencias nos acompañarán por décadas.

No se trata ya sólo de la alegre estudiantina “bolivariana”, al final reducida a la justificación épica del mayor saqueo de fondos públicos de la historia nacional. Y ni siquiera a la repentina amistad con el líder ruso Vladimir Putin, con cuya adhesión de la Crimea arrebatada a Ucrania a través de un plebiscito de población rusa transplantada insólitamente la presidenta empatizó, a pesar del nefasto antecedente que implica para nuestro reclamo de Malvinas.

Ahora se insiste en lo que ya es un clásico kirchnerista: el cuento chino. Sólo que en este caso parece avanzarse hacia dos fuertes dependencias, una financiera y otra comercial, cuyos límites y prevenciones no han sido debidamente debatidas –o al menos, no se ha publicado ningún debate que la contemple-. Son –por así decirlo- decisiones exclusivas de la presidenta.

Se anuncia que China “reforzará” las reservas del Banco Central, hoy cercanas a cero, para ayudar al país a evitar problemas cambiarios. En buen romance, esto significa que profundizaremos  la “tercerización” de las reservas en divisas con las que nos preste el gigante asiático, que frente a nuestros raquíticos 28.000 millones de dólares formales -en realidad disponibles sólo en menos de un tercio de ese monto- ha sabido acumular con una política económica inteligente y en gran medida “neoliberal” nada menos que Cuatro millones de millones de dólares, un tercio de los cuales está titulada en bonos del tesoro de EEUU.

Hace poco tiempo, desde este lugar, mencionábamos en tono fuertemente crítico la conducta colonialista de China con sus socios comerciales, en la mejor escuela del colonialismo del siglo XIX, apoyada en acuerdos con dictaduras, en la superexplotación de sus trabajadores y de los países en los que invierte y en su indiferencia absoluta ante los problemas ambientales que genera o la violación sistemática de los Derechos Humanos.

Hay numerosos ejemplos: la masiva deforestación africana -227 millones de hectáreas de selva en África Central, o un millón de metros cúbicos de madera selvática de Birmania por año o la desertificación de Mozambique-, la disciplina laboral cuasi-esclavista de sus empresas en Gabón, en Sudán, en San Juan de Marola –Perú- y en el propio territorio chino incluyendo el trabajo esclavo de menores, denunciado por el Premio Nóbel Li Xiabobó condenado y preso por esas denuncias, las miserias humanas de explotación sexual, prostitución y trata de personas en su extracción de Jade en  Birmania, del desmantelamiento de la riqueza forestal rusa por empresas chinas en Siberia, el soborno de funcionarios venales en países corrompidos a través de sus Bancos de Exportación y de “promoción” (Eximbank y China Development Bank) con el “financiamiento” de obras faraónicas a costos desmedidos por los sobreprecios y de su ansiedad por comprar alimentos “a granel” –y tierras para producirlos-. Y de la ocupación literal de miles de kilómetros cuadrados del territorio de Kazajistán y Turkmenistán con empresas petroleras propias, regidas por la ley china y con seguridad militarizada.

Bienvenidas, si se dan, las inversiones extranjeras. Pero no si llegan para ocultar la incapacidad de gestión de un gobierno populista  con un nuevo y más peligroso endeudamiento. O para financiar la corrupción crónica de funcionarios venales. O si implican alineamientos o inmorales apoyos internacionales, como el otorgado a Putin por su ocupación de Crimea.

Bienvenidas, si se dan, las inversiones en infraestructura en ferrocarriles para trasladar a puerto las producciones del interior, en infraestructura, en energía.

Pero advirtámoslo: según lo que se anuncia, en lugar de imbricar nuestra economía, comercio, tecnologías e inversiones con el núcleo más dinámico de la innovación tecnológica global, volvemos a pedir dinero prestado para financiar la crónica incapacidad de la gestión pública. En lugar de desarrollar los complejos tecnológicos que forman la vanguardia del desarrollo global - bio y nanotecnología, computación, telecomunicaciones, informática, o nuevos materiales- nos endeudamos con los chinos para revitalizar los ferrocarriles que hicieron los ingleses hace más de un siglo, y que dejamos derrumbar al compás del relato populista.

Por supuesto, la culpa no es de China, ni de Putin. Ellos saben lo que buscan y defienden el interés de sus países. Es hacia adentro que debemos mirar: hacia nuestra política, hacia nuestra inteligencia, hacia nuestro empresariado, hacia nuestro periodismo, hacia nuestra academia. Es decir, hacia nosotros mismos, que somos quienes decidimos en definitiva qué hacer de nuestro país. Y que, por los resultados, está claro que no lo estamos haciendo bien.

Hoy se invoca la urgencia y frente a ello nadie puede sacar el hombro. Todo el arco político le brindó apoyo en el Senado a la inmunidad de los Bancos Centrales, que facilita la operación financiera mencionada. Sólo que no nos vengan con el cuento emancipador, la culpa de los “buitres” o la conspiración internacional “para castigarnos por nuestros logros”. Al menos, sería de esperar la honestidad de nombrar a las cosas por su nombre.


Ricardo Lafferriere

viernes, 11 de julio de 2014

Con todo respeto y afecto, presidente Mujica: su mirada atrasa más de un siglo y medio

Hace 154 años, el puerto de Buenos Aires se federalizó y pasó a pertenecer a todo el país. Treinta años después, la propia ciudad de Buenos Aires era derrotada en las sangrientas trincheras de la revolución de 1880. El puerto dejó de ser manejado por la oligarquía porteña, aunque el país pasara a ser gobernado por las oligarquías de todo el territorio nacional, organizadas en el aparato político del roquismo. De hecho, el último presidente argentino nativo de la Capital fue Marcelo T. de Alvear, en 1922, y de su gestión no se ha escuchado hasta ahora a nadie acusarlo de centralista.

Los males que siguieron, en consecuencia, no pueden ser puestos en la cuenta de los porteños, que sufrieron como todos los avatares de la construcción de un país con claroscuros, pero que dio el gigantesco salto a cuyo fin, cinco décadas después, lo habría llevado a ser uno de los más importantes del mundo de entonces. Esas oligarquías hicieron el país moderno, al que las cuotas de equidad que le faltó las agregó el radicalismo, la democracia progresista, los socialistas y años después el peronismo.

Dice, sin embargo el presidente Mujica una verdad: ese país -éste país- recibió millones de seres humanos de las más diferentes nacionalidades. Entre otras, la oriental, fundida en la convivencia nacional sin recelo de ningún tipo y considerada –como todos los inmigrantes que llegaron y llegan a la Argentina en general y a Buenos Aires en particular- iguales en derecho, respetados en su dignidad y hermanos en los afectos. Si una constante ha tenido la historia argentina ha sido la lealtad a la vocación cosmopolita de la Revolución que le dio origen, que definiera San Martín en Lima con su histórica frase "Nuestra causa es la causa del género humano".

Llegaron italianos, españoles, polacos, franceses, ingleses, alemanes, rusos, austríacos, noruegos, judíos, árabes, paraguayos, chilenos, bolivianos, brasileños, africanos. De todos nos sentimos "hermanos" y todos han aportado a la construcción de una cultura de convivencia que nos hace ser abiertos, tolerantes y solidarios, aún en momentos duros -que hemos pasado muchas veces-.

No mezclemos entonces las pasiones del fútbol con campos que les son ajenos. Las tentaciones siempre existen, pero pueden llevar a crear problemas donde no los hay.

Los uruguayos pueden “hinchar” por quienes les surja de sus afectos o de su gusto futbolístico. Eso en nada cambiará ni el cariño ni el respeto que los argentinos sienten por ellos. Y por los italianos, los españoles, los alemanes, o cualquier país de latinoamérica y del mundo. El mundial, el fútbol mismo, es nada más que un juego, que despierta emociones pasajeras pero que en nada cambia los procesos económicos, sociales y políticos vividos por las sociedades y los ciudadanos. Éstos corren por otros cauces, con otras normas y con otros protagonistas.

Pero, por sobre todo, no intente interpretaciones históricas que pueden dañar sensibilidades más que la simpatía o antipatía deportiva. No, al menos, desde el respetado pináculo que implica la presidencia del país hermano más caro a nuestros afectos nacionales.

Ricardo Lafferriere

http://www.lanacion.com.ar/1709065-jose-mujica-hincha-por-la-argentina-en-la-final-y-admite-que-hay-muchos-uruguayos-calientes