No haría bien el gobierno en desatender el despertar de la vieja corporación de la decadencia argentina, que parasitó durante más de ocho décadas la riqueza del país lastrando su desarrollo.
Tal vez por primera vez esa mega-corporación siente que está en peligro no ya la sola detentación del poder formal, sino su propia existencia.
Ésta está ligada al país encerrado en un corralito de aislamiento, en el que pueden cazar a placer a consumidores, trabajadores y productores. Un país en el que las personas comunes son condenadas a pagar los precios más caros del mundo y los impuestos más caros del mundo para recibir a cambios productos obsoletos y servicios -de educación, de salud, de infraestructura, de seguridad, de justicia, de defensa- propios de una sociedad primitiva.
Se trata de un entramado diabólico de empresarios rentistas, comunicadores vencidos por su ego o cooptados por su ambición, mafias sindicales enriquecidas por la corrupción de décadas, dirigencias políticas agrupadas fundamentalmente en el peronismo pero alimentadas por una parte no menor de la ¨izquierda¨ que en nombre de una arcaica identidad que sólo definen por su supuesto imaginado adversario (¨la derecha¨) banalizan el análisis y terminan confluyendo con el renacido chauvinismo populista de los países desarrollados. Su relato termina siendo el mismo de Trump y de Le Pen, de Farage y Putin, de Erdogan y de Nicolás Maduro.
Hay también allí sectores pequeños en número pero no tan pequeños en incidencia discursiva en el propio radicalismo. Éste tiene una pata -moderna y electoralmente mayoritaria- dentro de la coalición de gobierno, pero otra que responde a los mismos reflejos primitivos que esos exponentes de la vieja ¨izquierda¨ esclerosada. Las comillas separan a esta caricatura descolorida de la verdadera izquierda que, con frescura intelectual y valentía política, no renuncia a seguir indagando la forma de proyectar sus valores de siempre -solidaridad, justicia, equidad, inclusión social, democracia, derechos humanos- en un mundo con una agenda compleja y global, de pocos contactos con el escenario y la agenda de mediados del siglo XX.
La corporación de la decadencia no tiene escrúpulos. Lo pueden testimoniar los radicales, golpeados en 1989 y en el 2001 por su acción artera y antidemocrática. En ambos casos, golpes corporativos disfrazados de ¨golpes de mercado¨, manipulando la opinión pública en momentos políticos complicados, aprovecharon la debilidad institucional de las fuerzas modernizadoras y se apropiaron del poder.
En ambos casos los empresarios rentistas estaban en peligro. En ambos casos el ariete del desgaste fueron los aparatos gremiales corrompidos. En ambos casos la complicidad -consciente o inconsciente- del periodismo banal y de opiniones compradas junto a idiotas útiles presos de su ego, fueron su andamiaje discursivo. En ambos casos fue el ¨peronismo institucional¨ el que, haciendo un alto en su salvajismo interno, unió sus fuerzas en la operación mayor de apropiarse del poder y de la ¨caja¨ del Estado, a la que saquearon.
Un país lanzado a construir su futuro necesita empresarios con audacia y vocación de crecimiento. Necesita periodistas sofisticados en su capacidad de análisis y sin vasos comunicantes con las operaciones políticas. Necesita políticos e intelectuales con neuronas activas para desentrañar el futuro y formular proyectos con valores, más que reflejos trogloditas apoyados sólo en viejas -y respetables- épicas del pasado. Necesita dirigentes gremiales comprometidos con una sociedad que construya posibilidades para todos ampliando sus opciones de vida.
Este momento del país es promisorio como pocos. A diferencia de 1989 y 2001, hay una situación internacional compatible con una Argentina en desarrollo, hay una coalición de gobierno que comprende el rumbo -aunque no sepa aún transformarlo en un relato político- y hay millones de compatriotas que entienden la potencialidad del cambio modernizador y lo protagonizan a diario en sus emprendimientos, en sus campos, en sus comercios, en sus desafíos de vida.
Y hay también una alternativa política gobernando con profunda fe democrática, visión de futuro y compromiso con los valores de siempre -inclusivos, solidarios, equitativos- del país de todos que ya no está limitada por una agenda política excluyente de construcción democrática -como en 1983- porque ésta ya fue cumplida, ni está jaqueada por la tenaza de la deuda externa y la impostación de los reclamos intransigentes (del FMI junto al peronismo) como en 2001.
Este escenario es promisorio, a condición de no desatender la amenaza del reverdecer de la corporación de la decadencia que se nota en estos días, fogoneada por los mismos de siempre, amplificada por los mismos de siempre, financiada por los mismos de siempre y ejecutada por los mismos de siempre.
Ricardo LafferriereEl
Sentaku es una palabra japonesa con dos acepciones: limpieza, y elección. Abarcan lo que soñamos para la Argentina: un país que haya limpiado sus lacras históricas, y que elija con inteligencia su futuro. Limpiamente, libremente.
martes, 28 de febrero de 2017
domingo, 12 de febrero de 2017
Historia, biografías, ficción
Géneros que apasionan. Son los predominantes en las lecturas
de los hombres públicos argentinos, a estar a la nota publicada en La Nación –política-
de hoy 12/2, elaborada por Alan Soria Guadalupe, titulada “¿Qué leen los
dirigentes?”.
Sin embargo, lo que para una persona sin obligaciones de
liderazgo puede ser algo normal y estimulante, se convierte en preocupante si
se asuma que ninguno de ellos –destaco, ninguno…- parece estar dedicando
unos minutos de su lectura a analizar y estudiar la sociedad que se está
conformando a raíz del acelerado cambio tecnológico, es decir, a intentar desentrañar
en lo que sea posible el futuro al que nos estamos dirigiendo y en el que
estamos ingresando. En todos los casos, los temas parecen responder a una
consigna: “Desde hoy, hacia atrás…”. Ni una miradita, aunque sea rápida, al futuro
que se acerca aceleradamente y a indagar las formas de encauzarlo.
La agenda del presente es ajena, no ya para aquél que manifiesta
con un eufemismo benevolente “no ser un lector voraz”, sino aún para quienes
expresan más valiosas inquietudes intelectuales. Tal vez lo más avanzado sea el
abordaje de la crítica social de Bauman, recientemente fallecido pensador
polaco cuya mirada pesimista no le quita su enorme valor, pero tampoco su resignada
impotencia ante el mundo tecnológico. La mayoría opta por lecturas que no
desafían su imaginación sino que fortalecen sus respectivos dogmas.
La aceleración del cambio tecnológico tiene una tendencia
exponencial, para algunos incluso logarítmica. A pesar del maremágnum comunicacional
que producen las medidas del nuevo presidente norteamericano y que será una
moda efímera, éstas no detendrán la tendencia a la automatización y a la
inteligencia artificial aplicada a todos los campos de la vida, de la
producción, de la medicina, de la administración, de la guerra, del comercio,
del transporte.
Su ritmo no sólo ha respondido a la “Ley de Moore“ durante
más de medio siglo, sino que se ha acelerado, a pesar de los que anunciaban sus
límites “físicamente inexorables”: otras tecnologías están anunciando “tomar la
posta” de la miniaturización y ya hay en todos los campos de ocupación humana ayudas
o reemplazos de alta tecnología que impregnan la realidad –no ya en el “primer
mundo”, sino en todo el planeta- desplazando trabajo humano, cambiando demandas
de capacitación, generando cambios imprevistos en la economía, abriendo campos
al delito, forzando cambios en la convivencia y demandando al Estado nuevas
respuestas en protección ambiental, asistencia y seguridad social, legislación
laboral, seguridad, legislación, obras públicas y distribución del ingreso.
Las lecturas de nuestros líderes los muestran aferrados a la
vieja agenda clásica, sin interés en lo que viene –por desconocimiento, falta
de información o ausencia de inquietudes-. Ello incidirá necesariamente en su
capacidad de tomar decisiones ante los cambios. Eso es lo más preocupante para
los ciudadanos comunes. Y también eso es lo que fomenta el deterioro del
prestigio de la política como actividad, que se vuelve disfuncional a su misión
elemental, que es encauzar el cambio para mantener la armonía y contener la
tendencia a la polarización social. Los ciudadanos, que sí viven la vida real,
sienten esos cambios y esperan más de sus políticos, incluso en su
responsabilidad modélica.
En fin. Siempre queda la duda que se trate tan sólo de un
artículo “de color”, que no haya reflejado en plenitud las inquietudes intelectuales
de quienes conducen. Sería esperanzador que así fuera, ya que de otra forma se
los evidenciaría obsesivamente aferrados a una agenda que ya no existe –y en algunos
casos, que existió hace tres o cinco décadas- y sin el arsenal de conocimientos
adecuados ni preparación suficiente para enfrentar la que sí está vigente, en
el país y en el mundo.
Ricardo Lafferriere
lunes, 6 de febrero de 2017
Gobernar no es ser Jefe
Gobernar no es para improvisados.
Si esto se nota en los niveles más básicos de la
administración –como los municipios-, qué no decir de los estratos más altos,
como un país, o el país más rico y poderoso del planeta.
Gobernar es complejo.
Es totalmente diferente a conducir una empresa propia, donde
las decisiones del dueño tienen internamente la fuerza de una orden, y donde su
voluntad no puede ser contradicha por nadie.
Gobernar requiere, además, una visión amplia, superadora de
los límites estrechos de la propia administración y atenta a las reacciones de
los demás, tanto de adentro como de afuera.
No en vano las sociedades modernas han diseñado y
estructurado complejos sistemas de gestión, resultado de experiencias propias y
ajenas, que incluyen reparticiones especializadas, jerarquías normativas,
contrapesos y frenos, distribución de competencias, facultades y límites.
Si alguien aspira a desempeñar el trabajo más importante de
todos en una sociedad moderna, el de la Jefatura del Estado y del Gobierno –que
en nuestros países presidencialistas se confunden en una sola cabeza- debe
estar capacitado para abordar esta complejidad con frescura intelectual, mente
abierta e inteligencia estratégica.
“Voy a hacer el muro y lo pagarán los mexicanos”. Ahí está
la promesa. Empantanada. Afortunadamente.
“Los productos mexicanos pagarán un arancel adicional del 25
%”. Hasta que le hicieron saber que ese incremento lo pagarán los ciudadanos
norteamericanos con incremento de precios. Ídem con China. Por supuesto, la medida
está congelada “mientras se estudia su implementación”.
“No entrarán musulmanes al país”. Esta prohibición no está
admitida por la Constitución y los jueces –cuya misión no es defender al gobierno
si no proteger a los ciudadanos- se lo hicieron saber. Afortunadamente.
“La OTAN está obsoleta”. No tardó una semana en revertir la
afirmación: EEUU sigue tan comprometido con la OTAN como siempre.
“Nuestros aliados del Sudeste Asiático (Japón, Corea del
Sur, eventualmente Taiwan, paréntesis propio) deberán defenderse solos”. En
menos de diez días, el Secretario de Defensa debió desmentir a su presidente en
su viaje a la región.
Las reacciones primitivas de un rudimentario comentario de
sobremesa, en un bar o pontificando donde nadie se atreva a desmentirlo no
alcanzan para gobernar. Pasar del permitido autoritarismo de un Jefe Absoluto de
una empresa privada a la gestión normada, limitada y compleja de una sociedad
altamente plural e informada requiere un cambio cultural difícilmente lograble
en pocos días.
Es lo que estamos viendo. Esto es, tal vez, el mayor peligro
de llegar a una función pública de esa magnitud sin absolutamente ninguna
experiencia previa de gobierno. El propio ex presidente Reagan, que llegó a la
política luego de toda una vida como actor, antes de ser presidente fue ocho
años gobernador de California y –valoraciones ideológicas aparte- nadie puede
cuestionar su capacidad de gestión.
Similar fenómeno vimos por nuestros pagos, en los que el
presidente Macri, formado en la cultura de la empresa, supo entrelazarla con la
experiencia de ocho años de Jefe de Gobierno y un paso fugaz por el Congreso
así como en la propia gestión deportiva, donde pudo aprender que conducir una
sociedad de iguales requiere contemplar las opiniones ajenas, tanto como los
límites que deben respetarse fijados por la Constitución y las leyes.
El ejemplo vale como contraejemplo. Trump, teniendo mayoría
absoluta en ambas Cámaras, ha debido retroceder en todas sus iniciativas.
Cambiemos, con una marcada minoría en el Congreso, ha logrado cambios
trascendentes manteniendo el respaldo popular con el que llegó al poder.
En nuestro caso, escuchando a la oposición y madurando las
decisiones hasta lograr lo posible. En aquel, ignorando hasta a los propios
partidarios y quedando cada vez más solo.
Dos estilos que hablan bien de nuestro sistema político,
pero también de que la política no es una tarea para improvisados, aunque sean
millonarios. Requiere experiencia, apertura, disposición a acuerdos,
concesiones y comprensión de los intereses diversos.
Pero fundamentalmente la conducción política democrática
exige la convicción que gobernar no es administrar caprichosamente un bien
propio sino gestionar con prudencia la sociedad de todos, en la que cada
ciudadano tiene diferentes funciones pero exactamente los mismos derechos que
el máximo representante del país, que al fin y al cabo no es más que un
mandatario, con sueldo, funciones y
término limitado en su trabajo.
Ricardo Lafferriere
lunes, 30 de enero de 2017
Más allá de la economía
Estamos a punto de ingresar en una de esas curiosas etapas
del mundo en que mientras todo alrededor tambalea, la lejanía geográfica de la
Argentina actúa como un amortiguador de las tormentas desatadas para otros.
El Oriente Medio, el Pacífico Sur (Mar de la China), Asia
Nororiental (Corea del Norte, amenaza nuclear), el límite entre Europa del
Este y Rusia, el África nororiental y ahora el conflictivo momento que choca en
el Rio Bravo –límite entre México y Estados Unidos- tiemblan todos a la vez.
La historia, que suele dar vueltas y presenta escenarios
similares aunque jamás idénticos, aconseja tomar distancia de los elefantes que
se pelean. Así lo hicimos en 1914, con la prudente conducción de Hipólito
Yrigoyen, y así lo hicimos también en la segunda gran guerra, determinados por
los hechos más que por una conducción prudente.
En ese segundo caso, la vergüenza no nos pasó tan lejos: un
país declarándole la guerra a su “amigo” ya vencido ante la fuerza inexorable
de los hechos y sobreactuando su alineamiento los vencedores para no quedar
fuera del nuevo escenario no fue precisamente una movida acorde con la dignidad
y la autoestima nacional. Pero ambos casos son historia.
Hoy parece claro que el escenario se está reordenando
nuevamente. Afortunadamente no lo está haciendo –por ahora- con la violencia de
los dos grandes cambios anteriores, diciendo esto con la expresa salvedad que
no resulta para nada tranquilizador que botones nucleares estén al alcance de
una persona que en su propio país suponen que puede carecer de la templaza
imprescindible para tomar decisiones en extremo dramáticas. Así, sin embargo,
están las cosas.
Un gran saldo del mundo que se está edificando es el cambio
de liderazgo hacia Oriente y específicamente hacia China, justo en nuestras
antípodas. Otro, el abandono de posiciones estratégicas imperiales por parte de
Estados Unidos. Otro, la retracción de los compromisos estratégicos globales de
Estados Unidos, retirándose hacia la preservación de sus intereses más directos
tal como los entiende el sector político dominante en ese país: defender su
territorio, neutralizar el terrorismo que lo afecte y desacoplar su economía. Y
por último, el abandono por parte del país del norte de su política, sostenida
desde la segunda posguerra por ambos grandes partidos –a pesar de sus matices-
de construir un mundo de instituciones multilaterales, cada vez más normado,
como garantía de su propia seguridad.
Cierto que en este último propósito los argumentos no eran
los mismos, aunque concluyeran en la misma dirección. Para uno de los bloques
político-culturales norteamericanos, el mundo multilateral asentado en
instituciones y normas era considerado la mejor alternativa para la hegemonía
económica y la prosperidad material de EEUU, mientras que para el otro el
acento que justificaba esta política estaba puesto más en los ideales
fundacionales de derechos humanos, la democracia, la justicia universal y la
paz entre las naciones, girando en la convicción de que “las democracias no
desatan guerras”.
Trump rompe este consenso. No le interesa el mundo
multilateral, no cree que el comercio garantizado por instituciones plurales
sea favorable a su país, no le interesa justificar sus decisiones en la defensa
de los derechos humanos y la paz y no cree que un planeta organizado respetando
el colorido de sus culturas sea mejor para Estados Unidos que la exhibicionista
demostración permanente de fuerza y comportamientos de matón de barrio.
El “Gran Garrote” del Roosevelt “malo”, el que inundara de
intervenciones militares a países pequeños de Centroamérica, el que motivara
los versos de Darío alertando sobre “el futuro invasor" a la "América ingenua que tiene sangre india, que aún reza a
Jesucristo y aún habla en español”…, parece insinuarse nuevamente, con más de
cien años de atraso, no ya como herramienta de una potencia en avasallante ascenso,
sino de un imperio en decadencia encerrándose en sí mismo, como si estuviera
envejeciendo.
Sin embargo, no es el caso de Estados Unidos. En Occidente,
es el único país que hace casi una década no para de crecer, de reducir su
desocupación a mínimos históricos, de sorprendernos con avances tecnológicos
deslumbrantes y de sostener una lucha por principios humanistas y de
tolerancia, de protección del ambiente y de avance en el respeto a la ley, que
ha llamado la atención de un mundo que, tal vez en forma desmatizada, ha preferido
juzgarlo por sus viejos errores más que por sus nuevos –y por supuesto que
incompletos- aciertos.
En la película “Nixon”, el protagonista, en un momento de
tenso recogimiento, mira un retrato de Kennedy que colgaba de una pared del
Despacho Oval y entabla con él un diálogo ficticio: “Cuando ven tu retrato, ven
lo que les gustaría ser. Cuando ven el mío, ven lo que son”.
Y en realidad, Estados Unidos no es Trump. De hecho, ni
siquiera la mayoría es Trump, que fue superado en voto ciudadano por su
contrincante demócrata. Las grandes ciudades de las costas, el Estados Unidos
abierto y universalista, es mayoritario y protesta. Hoy mismo llena las calles
para defender la tradicional vocación norteamericana por el asilo a los
perseguidos, los derechos de las mujeres, la defensa de las comunidades
musulmanas, la apertura de sus puertas a los inmigrantes. Los jueces federales
norteamericanos se han pronunciado rápidamente bloqueando en numerosos casos la
orden de deportación general de los recién llegados, los Fiscales Federales se
están organizando para defender los derechos de los ciudadanos y muchos
legisladores –entre ellos, varios republicanos importantes- se resisten a esta
regresión a lo peor de su pasado.
Hace falta, sin embargo, en Estados Unidos y en el mundo,
una nueva construcción intelectual que vuelva a soldar la brecha entre la idea
de nación y el mundo globalizado. Las limitaciones y errores de la etapa
globalizadora de las últimas décadas no pueden dejar en manos del chauvinismo
reduccionista el relevo histórico, que será corto pero puede ser traumático. Es
urgente construir un relato nacional –en todos lados- que preserve las
identidades en sintonía con la pluralidad de la convivencia global. Patrias
para aportar riqueza –de miradas, de inteligencias, de culturas, de valores- imbricándose
entre ellas, en lugar de encerrarse, dividirse y luchar unas contra otras.
Ya vimos a dónde llevan al mundo las prédicas chauvinistas.
Más de cien millones de muertos nos costaron en el siglo XX, para contar sólo
quienes perdieron sus vidas. Aún en el actual maremágnum del terrorismo, sus
víctimas en todo el planeta no llegan a unos pocos miles en lo que va del
siglo. No erremos entonces en la dimensión de las justas alertas, y tampoco en
lo que nos falta. Con todos sus desequilibrios en la distribución del ingreso,
en el mundo de hoy el porcentaje de pobres es el menor de toda la historia de
la especie humana en su vida civilizada.
Volviendo al comienzo: estamos lejos, pero el mundo es más
pequeño. Ergo, estamos más cerca, a pesar de estar lejos. No podemos ignorar
esta marcha ni marginarnos de la elaboración de un nuevo relato. Mantenerse
lejos de los conflictos no debe significar lejos de la solidaridad con los
perseguidos, ni ignorar las consecuencias no buscadas pero existentes de la
globalización en muchos seres humanos condenados a vidas poco más que
animalizadas, ni dejar de bucear para encontrar la síntesis entre el gigantesco
y exponencial desarrollo económico y una convivencia que garantice el piso de
dignidad para todos los seres humanos, en todo el planeta.
Nuestros problemas –que existen, y son muchos- no pueden
convertirnos en pichones de Trump, indiferentes ante el dolor igual al que hace
algunas décadas, ayer nomás, sufrieron nuestros abuelos y bisabuelos,
encontrando en un lejano país del sur de América que convocaba “a todos los
hombres del mundo” que quisieran habitarlo, una mano tendida,
una voz amigable y un lugar en la mesa.
Ricardo Lafferriere
lunes, 23 de enero de 2017
¿Es mejor China que USA?
Las extrañas decisiones del nuevo presidente de EEUU tienen
claras consecuencias en el escenario mundial. Puede debatirse si son buscadas o
“errores no forzados”. Sea como sea, existen.
Algunas ya se observan. Rusia acaba de firmar una extensión
por cincuenta años de su presencia militar en Turquía, ampliando sus bases militares
y proyectando su clara hegemonía regional. La temporaria base de Latakia ahora
albergará en forma permanente a Once buques de guerra rusos, sumándose a la ya
existente base de Tartius. Estados Unidos se retirará de las conversaciones y
los esfuerzos de paz en Siria, país en el que se afianzará la dictadura
genocida de Al Assad con el respaldo ruso. Ha declinado –incluso- la invitación
rusa a las conversaciones de paz, marginándose definitivamente del escenario
regional –y obviamente, olvidando a sus aliados locales, por ejemplo los
kurdos-, sobre los que recaerá ahora la ofensiva de Al Assad y sus aliados.
Se aleja de Europa. El Ministro de RREE de Alemania Frank-Walter
Steinmeier ha expresado por tweet que esta decisión “termina con el siglo XX,
para bien”, aunque anuncia que “llegan tiempos turbulentos”, misteriosa frase que
destaca un interrogante sobre las relaciones entre EEUU y Alemania. Una
Alemania que tendrá, de hecho, el liderazgo europeo.
China, aprovechando de inmediato este imprevisto vacío
geopolítico, ha dado un salto cualitativo en sus relaciones con el resto del
mundo, levantando los principios abandonados por Estados Unidos: libre
comercio, globalización, libertad financiera. Su presidente Xi Jinping ha
abierto con estas banderas la Conferencia de Davos, símbolo por excelencia de
la economía global.
Por orden ejecutiva (versión norteamericana de nuestros “DNU”)
el presidente Trump ha resuelto retirar a EEUU del Acuerdo Transpacífico,
herramienta comercial y política con que la administración Obama buscaba
contener la hegemonía china en el Pacífico, y esto ha descolocado a los
pequeños países que habían acercado posiciones estratégicas con EEUU debido a
su tradicional recelo con China –entre otros, el propio Vietnam- empujándolos
hacia la dependencia del gigante oriental, siguiendo los pasos de Filipinas.
También ha anunciado que forzará la rediscusión del TLC con
México y Canadá, rompiendo un área de libre comercio que fue el resultado de
años de negociaciones y construcción entre los tres países y generó un espacio industrial-comercial
continental. Esta decisión dañará fuertemente la estabilidad económica y
política mexicana, sin traer mejoras correlativas en EEUU. Y –algo menor, en el
gran escenario, pero sintomático en el pequeño-, se acaba de suspender la
programada apertura del mercado de limones para la producción del Noroeste
argentino.
En Europa se ha sumado al discurso “anti-inmigrantes” del
renacido populismo de derecha, criticando a Merkel por su política de ayuda y
apertura de su país a los perseguidos por la guerra en Siria y el Oriente
Medio, ha respaldado la prédica anti-europea de Michael Farage en Gran Bretaña
y ha dado repetidas muestras de simpatía hacia Putin, cuyo expansionismo
político tiene a los países de Europa del Este en tensión constante.
En síntesis: el saldo –claro, para quien lo busque
interpretar sin anteojeras- es que el presidente de los Estados Unidos ha
resuelto retirar a su país del escenario global y concentrar su acción dentro
de sus fronteras e intereses primarios abandonando la prédica sostenida por su
país a partir de la Segunda Guerra Mundial de construir un mundo con
instituciones, basadas en principios de aceptación universal, entre ellos la
defensa de los Derechos Humanos como prioridad normativa y superior a cualquier
otro, incluso el de la soberanía de los Estados.
La información que llega de Washington habla de otras
expresiones, emitidas en oportunidad de su visita a la CIA: habló sobre la
guerra de Irak, lamentando que luego de la invasión de 2003 EEUU no hubiera “robado
el petróleo del país” a los irakíes. Sostuvo –una vez más- su apoyo a la
tortura como procedimiento de interrogatorios, provocando que el ex director de
la CIA, John Brennan afirmara que “el presidente Trump debiera avergonzarse de
sí mismo” por sus palabras y de su “despreciable muestra de auto elogio” frente
al Muro Memorial de la CIA a sus muertos.
Si la tendencia marcada por Trump se consolida –sobreponiéndose
a la resistencia interna de la mitad de los norteamericanos que no acuerdan con
ella- los esfuerzos globales dejarán de contar con el aporte de Washington,
revirtiendo los avances de los últimos tiempos de la gestión de Obama: la
defensa del ambiente, la distensión, la creciente vigencia del Derecho
Internacional.
Esto dejaría al mundo con un solo “gran liderazgo” principal:
el de China. Económicamente, el mundo abierto y libre seguramente no cambiará.
Sí cambiará el “relato oficial” predominante. China no tiene historia ni
fuerzas internas que trabajen por la protección del ambiente, por los derechos
de los trabajadores, por las libertades civiles, por los derechos humanos y por
la vigencia de una justicia a la que recurrir frente a las violaciones de
derechos fundamentales.
El último ejemplo, el de decidir no acatar el fallo del
Tribunal del Mar sobre la ilegalidad de su pretensión de sostener la soberanía
marítima apoyada en islas artificiales que construyó y fortificó en el Mar de
la China Meridional, fue una muestra. También la persecución a disidentes, su
trato a las regiones que reclaman autonomía –como Tíbet-, la falta de
libertades básicas en su orden interno –prensa, reunión, tránsito, expresión- y
la parcialidad de su sistema judicial, conducido como un apéndice del sistema
político férreamente administrado por el Partido Comunista.
Si bien debe reconocerse que su expansión en el mundo no ha
sido violenta, tampoco se ha destacado por apoyarse en principios. Están como recordatorios
la salvaje deforestación en Mozambique, Birmania y Siberia, la corrupción
degradante del Jade en Birmania, la brutal explotación de los trabajadores petroleros
en Turkmenistán y mineros del Perú, la indiferencia –y uso- de la corrupción de
líderes políticos en varios países –aún en nuestro subcontinente-, etc. Y por
último, la descontrolada contaminación y emisión de GEI en su propio país. El
comportamiento chino recuerda al del colonialismo británico del siglo XIX.
Pero en el siglo XXI.
Desde esta columna intuimos que no se trata de China sino de
algo más profundo: la puja entre el mundo económico de las grandes
corporaciones –que ya no tienen “país” propio al que se sientan atadas- reaccionando contra el sano
avance de la política que intenta volver a poner al capital sujeto a las normas
–ambientales, laborales, financieras, comerciales- al que habían escapado con
la globalización. Para ellas, Trump es una buena noticia: no deberán responder a normas generales, públicas y verificables, sino acordar con cada líder en la oscuridad de sus despachos.
Un mundo sin instituciones, hegemonizado por un país de
escasa vocación por las normas y devoto del puro poder acompañado por otro con una zarista vocación de hegemonía es el mejor de los mundos para la corrupción, la colusión
de intereses y libre de la molestia de ambientalistas, sindicatos y militantes
de causas justas. Contra lo que puede pensarse, no será la globalización la que
se detenga o debilite, sino el intento de encauzarla para proteger al planeta y
a los seres humanos.
Lo dijo Moreno, fantaseando con la extensión global del
populismo: “Trump es peronista”. Como Putin, Farage, Le Pen y Xi. Y como tiene
ganas, muchas ganas, de volver a ser el propio Sergio Massa: "Nos metieron
en la cabeza que la globalización era abrirnos y abrirnos, y ahora el mundo nos
corrió el arco y vive un proceso de cierre de las economías". El “sueño
del pibe” para Mendiguren y sus muchachos que vivían del país-corralito, a
costa de obreros y consumidores.
Esta tendencia era observable y –de hecho- ha sido objeto de
numerosos artículos desde esta misma columna en los últimos años. Debemos reconocer
haber errado en los tiempos. Nunca nos hubiéramos atrevido a predecir que los
acontecimientos se precipitarían de la forma en que lo están haciendo, al punto
de cambiar el equilibrio del sistema internacional global en unas pocas
semanas. Un mundo de pocas normas regido por la fuerza y autócratas varios, con
poca calidad democrática.
Habrá que acostumbrarse y estar alertas. Cada región –y país-
organizará sus piezas y movimientos –la que más urgentemente deberá hacerlo
será, sin dudas, Europa- sin contar con la presencia equilibrante del gigante
americano. Estados Unidos está eligiendo –como hace pocos meses lo hizo Gran
Bretaña- retirarse del juego y envejecer en su espacio pequeño. Curiosa
decisión, cuando el planeta está más globalizado que nunca, los peligros que
acechan requieren como nunca en la historia un esfuerzo colectivo y la
humanidad está afianzando un sistema de fuerzas productivas y relaciones de
producción de alcance universal.
Desde este “lejano occidente” también deberemos pasar en
limpio nuestras prioridades, potencialidades y debilidades. El mercado global
es siempre una ventaja. Nuestra producción tendrá siempre demanda en un mundo
de creciente población, que en mayor o menor medida siempre seguirá comiendo. Debiéramos
recuperar autonomía energética, acelerar nuestra diversificación hacia la producción
alimentaria sofisticada para llegar a los mercados ya maduros y seguir
reclamando acceso libre a esos mercados. Y deberemos acelerar la capacitación
de nuestra gente, para tener la mayor flexibilidad posible ante los cambios.
Siempre hubo y habrá comercio, producción y financiamiento. Siempre
hubo y habrá principios e intereses. Dejaremos atrás el escenario de posguerra,
donde la humanidad se lanzó a perseguir la utopía de construir una convivencia
que no olvidara los principios para entrar en otro, en el que lo central serán
los intereses, desmatizados de aspiraciones colectivas y frenos normativos.
Nosotros también
deberemos incluir en los análisis la retracción de nuestro vecino del Norte, consolidar
los lazos regionales y enraizar lo más posible nuestra economía, desde lo
profundo de un país de dimensiones continentales como el nuestro, con los
países hermanos de América Latina.
Mantener prudencia, pluralidad y coherencia
en nuestro comportamiento financiero y estar más atentos y prudentes que nunca
en la acción política internacional, ayudarán a que este muy probable retroceso
en la juridicidad de la convivencia humana nos afecte lo menos posible. Y “andar
bien con todos”, desde China a Estados Unidos, Europa y el Pacífico, evitando nuestra tendencia genética a la sobreactuación.
Trump anuncia el fin de la pretensión hegemónica
norteamericana, pero también de sus aportes idealistas wilsonianos, que con sus
más y con sus menos signaron el mundo de posguerra. Xi Jinping anuncia la
llegada de China, cuyas notas características ya se intuyen. En estos “tiempos
turbulentos” que anunciara el Ministro de RREE de Alemania se notará más que
nunca la necesidad de hablar más entre nosotros, gritarnos menos y diseñar
acciones compartidas sin la búsqueda de pequeñas ventajas personales o
partidistas que terminen dañando al país de todos.
Ricardo Lafferriere
lunes, 16 de enero de 2017
EL MUNDO DESDE EL 20 DE ENERO
Hasta ahora, las hipótesis que consideraban esa alternativa
pertenecían al campo de la ficción-desastre, similar a un aerolito gigante
golpeando la tierra, o a un acontecimiento geológico catastrófico de similar
magnitud. Que hoy haya ya economistas que contemplen la posibilidad de un
default de su deuda declarado por EEUU es una alternativa que -literalmente-
asusta, por la cadena de acontecimientos que podrían desatarse. EEUU le debe a
todo el mundo, pero su principal acreedor es China.
Las consecuencias de un eventual default serían
imprevisibles y no sólo en el plano económico sino político, estratégico y
eventualmente hasta militar. Seria un retroceso casi terminal del estado de
derecho en el plano internacional y el fin definitivo del mundo como lo conocemos,
con el entramado de instituciones construidas trabajosamente desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial y su reemplazo por un escenario "westfaliano"
apoyado en correlaciones de fuerza, alianzas militares y bloques enfrentados
sin mediaciones multilaterales.
Las incógnitas que genera la administración Trump permiten
jugar hasta con esa hipótesis. Designar al frente de la autoridad ambiental a
un negacionista del cambio climático, o de la administración de programas de
vacunaciones a un negacionista de las vacunas son sólo ejemplos del hermético
mecanismo de toma de decisiones del nuevo mandatario.
Similar preocupación conllevan sus pronunciamientos de
política exterior -y eventualmente de los de sus funcionarios-. La afirmación
del futuro Secretario de Estado en el sentido que se bloqueará el acceso de
China a las islas artificiales que está construyendo en el Mar de la China
mereció la inmediata respuesta de las autoridades chinas a través de la prensa
oficial: "prepárense para una fuerte confrontación militar". China
es, como se sabe, tenedora de la mayor parte de los bonos del Tesoro de Estados
Unidos y el segundo poder militar mundial.
Y además, la obsesión con México, tanto como el nuevo
distanciamiento con Cuba -que en ambos casos, significarán un alejamiento de
toda la América Latina-. La amenaza a empresas con planes de inversión en
México, aún no norteamericanas, como Toyota, en el sentido que bloqueará su
acceso al mercado norteamericano en clara violación a los Convenios
Internacionales vigentes, reforzará el desprestigio de EEUU ya iniciado con la
"vía muerta" que anunció para el Acuerdo Transpacífico, que la
administración Obama había convertido en el pivote de la presencia de su país
en la zona de mayor crecimiento -y complejidad geopolítica- del mundo y con el
que había logrado seducir a numerosas naciones del área, entre ellas a Vietnam.
Dice Justin Wolffers en un artículo publicado el 13/1 en el
New York Times bajo el título de "Why Most Economists Are So Worried About
Trump", entre otras cosas, que la incertidumbre que hoy reina entre
economistas tanto republicanos como demócratas está abonada por "the
possibility of a trade war, a catastrophic economic decision like defaulting on
the national debt or a foreign policy disaster." (la posibilidad de una
guerra comercial, una decisión catastrófica como defaultear la deuda nacional o
una desastrosa política exterior).
Curiosamente, esa temerosa incertidumbre se contrasta con el
optimismo de los actores de corto plazo. Los financistas están contentos, la
bolsa sube, el oro baja y los pequeños empresarios y microemprendedores rebosan
buenas expectativas.
Acá también estaban así al empezar la aventura de la década
pasada. Default, puro consumo, despilfarro. Tomar decisiones de esa clase sin
perspectiva estratégica es propia del populismo, que suele ocultar que al
final, se debe pagar la fiesta. Agreguemos que el nuevo presidente llega al
poder en sus setenta años como empresario exitoso pero sin haber tenido en toda
su vida la responsabilidad de tomar una decisión pública.
La diferencia es que la Argentina logró con un denodado
esfuerzo de décadas ser indiferente para el mundo, mientras que lo que haga
EEUU, primera economía, primera potencia tecnológica y militar, primer
contaminante global y primer arsenal nuclear, nos afectará para bien o para mal
a los 7200 millones de seres humanos que vivimos en el planeta.
Ricardo Lafferriere
miércoles, 4 de enero de 2017
¿Entrando en la normalidad?
El cambio de año trajo novedades.
No se trataron de noticias
relacionadas con explosiones económicas ni derrumbes estrepitosos. No hubo
estallido del consumo inducido artificialmente, como en la década pasada, ni
derrumbes cambiarios, como los que hemos tenido en otras épocas.
Tampoco se notaron saqueos –más allá de la natural
incomodidad y malestar que provocaron en miles de ciudadanos los piquetes
motorizados por el petardismo adolescente del kirchnerismo y sus agrupaciones
afines-.
La mayoría, la inmensa mayoría de los compatriotas de todos
los estratos sociales atravesó el cambio de año con expectativas de un futuro mejor.
Los argentinos, poco a poco, están entendiendo que mientras
se está arreglando la casa no es posible salir a comer afuera todos los fines
de semana. Y teníamos la casa destrozada.
Rutas, viviendas, agua potable, autovías, puertos, ferrocarriles,
defensas y desagües, comunicaciones, transporte público, energía… el esfuerzo
inversor que está realizando la Argentina para recuperarse del deterioro tiene
pocos antecedentes –si acaso hubiera alguno- en la historia nacional.
Las riquezas del país, que durante una década privilegiaron
el consumo inmediato y fugaz, se están dirigiendo a mejorar nuestro
equipamiento público. Eso tiene como contracara un comportamiento más austero,
y se nota.
La disminución del consumo cotidiano es una muestra, no
necesariamente relacionada con la caída de los ingresos –que está claro que
existió- sino con una nueva actitud frente a la economía.
Los argentinos estamos volcando los recursos del país a
obras, públicas y privadas. No es necesario abundar en las encaradas por el
Estado –nacional, provincial, municipales- que no necesitan más que mostrarse:
también comenzó a dinamizarse el mercado habitacional. Los últimos datos de
escrituraciones en la Ciudad de Buenos Aires muestran un síntoma: la cantidad
de escrituras en noviembre superó en más de un cuarenta por ciento a las del
mismo período del año anterior.
Los compatriotas más necesitados, por su parte, están siendo
atendidos por el Estado con la mayor asignación de recursos reales en toda la
historia. Los trabajadores formales pueden –y lo están haciendo con
responsabilidad- discutir sus condiciones de trabajo y salariales con las
patronales en un marco respeto total, sin una intervención estatal en las
discusiones como hace tiempo no se da en el país.
Los empresarios, liderados por el sector agropecuario,
comenzaron a advertir que se irá desmontando progresivamente el “país corralito”
donde cazaban libremente y que deberán focalizar sus esfuerzos en modernizar sus
plantas, conseguir mercados y detectar nichos donde su potencia competitiva
tenga mayores chances –que, al fin y al cabo, es su responsabilidad en la
economía-.
Estamos en el medio de los ruidos de la transformación. Hay
ecos del pasado que de a ratos pretenden renacer, pero son impotentes ante la
marcha de la realidad. Hace unos meses lo mostraron con el intento de Ley “antidespidos”
–cuya sanción constituía un perverso obstáculo a la recuperación económica del
país- y en las postrimerías del año con la estrambótica reforma del impuesto a
las ganancias, que dejaba sin financiamiento al presupuesto que esos mismos
legisladores habían votado apenas dos meses antes. Ambas iniciativas fueron
encarriladas por la conjunción de responsabilidades del gobierno nacional, de
los gobiernos provinciales y de las propias organizaciones gremiales.
Por eso el horizonte es promisorio. Quedan, por supuesto,
compatriotas que en el maremágnum de los debates se han retrasado y deben
atenderse, especialmente aquellos que no forman parte del mercado formal de
trabajo. Quienes viven de changas, de trabajos informales, de ocupaciones
esporádicas, necesitan mayor atención, especialmente si desenvuelven tareas
artesanales y de oficios y no pertenecen al colectivo receptor de ayudas
sociales.
Por último, también aquellos que desde esta columna hemos
considerado muchas veces los motores reales del crecimiento sostenible, los
emprendedores, deberán ser atendidos con políticas públicas que respeten,
defiendan y promuevan su esfuerzo. La mayoría de ellos son cuentapropistas o
pequeños empresarios y no es necesario recordar que la ideología predominante
en el país desde hace décadas los castiga por todos los flancos: fiscal,
financiero, reglamentario y aduanero. Hasta ahora han recibido un trato dual,
pero está claro que están lejos de recibir el trato público que se merecen. En
la nueva economía son los únicos creadores de actividades económicas masivas y
consistentes, más que las grandes inversiones de capitales tecnológicamente
intensivos, pero de escasa incidencia en el empleo masivo.
El balance final del primer año de Cambiemos es alentador.
Más allá de las políticas públicas puntuales en las diferentes áreas, que como
en cualquier gobierno muestran los claroscuros propios de cualquier actividad
humana, el rumbo global es el correcto. Lo que hubiera parecido difícil al
comenzar el gobierno –sortear el campo minado sin contar con mayorías
parlamentarias, sin fuerza gremial propia y con empresarios cultores de la
secular mentalidad rentística de más de ocho décadas- se está mostrando como
posible.
Falta mucho, especialmente en los reflejos polarizantes que
suelen olvidar los matices con los que se construye un país y que existen en
todos los espacios. Sin embargo, luego de varias décadas y a pesar de esos
reflejos que testimonian los coletazos del pasado, el saldo global se parece a
un país que está buscando, en su diversidad y en su forma de procesar
conflictos, el camino para volver a la normalidad de una democracia
funcionando.
Ricardo Lafferriere
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