El último tramo del período kirchnerista está, sin dudas, cargado de una densidad traumática que oscila entre el misticismo “épico” y la mordacidad chabacana de sus protagonistas principales, de los que a esta altura cabe dudarse –como lo decíamos en una nota anterior- hasta su sano juicio. Pero pasará.
La oposición, en este tramo, confluye en la construcción de límites que expresan el instinto de supervivencia de una sociedad llevada hasta el borde de su tolerancia. Juegan acá los recuerdos traumáticos –de la violencia, de las crisis económicas, de las crisis políticas y hasta de los desbordes inmorales- de las últimas décadas, influyendo fuertemente para mantener la cordura y el sentido común, últimas barreras frente a la sucesión de dislates esquizoides.
Esto ocurre en la superficie. Sin embargo, en el fondo de este proceso fuertes transformaciones cosmopolitas están impregnando la convivencia nacional, imponiendo nuevas conciencias y matices que aún no llegan a reflejarse nítidamente en el escenario.
El cambio del mundo ha llegado al país para quedarse, mostrándose en conductas, modas, preferencias y estilos que conforman un nuevo “paradigma” social, principalmente en las generaciones que han crecido en la revolución de las comunicaciones y la información, el peligro del cambio climático, la desaparición de las “seguridades” tradicionales y la incertidumbre sobre lo que puede ocurrir en todos los ámbitos, desde la violencia cotidiana hasta el trabajo, desde las crisis globales hasta las nuevas formas de unidades familiares. Este nuevo paradigma, que llega a todos los sectores sociales, no se refleja y no se reflejará en los viejos alineamientos partidarios tal como los conocimos, nacidos para otros problemas, como categorías históricas propias de momentos que requerían de otras soluciones, aunque sí en aquellos con flexibilidad suficiente para recrearse interpretando las nuevas realidades con frescura intelectual y disposición abierta.
La novedad incluye mayor tolerancia a la diversidad, mayores espacios de libertad individual, respeto a las reglas y una relación entre las personas y el poder más próxima al diálogo que a la imposición. Toma conciencia de las limitaciones de los recursos naturales y la vulnerabilidad del ecosistema y se afirma en una solidaridad voluntaria cuya expresión son las innumerables “causas” que motivan iniciativas y esfuerzos de los más diversos.
En términos tradicionales, es un “mix” de viejas izquierdas y viejas derechas, resignificadas por nuevos condimentos. Adhiere a la “libertad”, pero le agrega fuertes condimentos de solidaridad, equidad e intolerancia con la pobreza extrema. Adhiere al “Estado” para gestionar bienes públicos o fiscalizar su calidad y precio, pero no lo tolera corrupto, cooptado por corporaciones mafiosas de gremialistas, políticos o empresarios. Reclama acciones sociales inclusivas –educación, salud- pero cuidadosamente separadas del clientelismo, al que desprecia visceralmente. Recrea su afecto por el terruño y la “nación”, a los que sin embargo no concibe “en oposición a” otros terruños y naciones, sino compartiendo con ellos la vida en el planeta en forma madura y solidaria.
Ninguna de estas afirmaciones excluye “a priori” a viejas izquierdas o viejas derechas, muchos de cuyos simpatizantes podrían adoptarlas en bloque. Pero tampoco quedan absorbidas en ellas, porque sus perfiles son claramente disfuncionales con las antiguas visiones extremas. Tanto la explotación irracional de los recursos naturales (de las “derechas”) como el ejercicio autoritario del poder (de las “izquierdas”), tanto el insustancial reclamo “antiimperialista” (de las izquierdas) como la virtual disolución de los marcos nacionales (de las derechas). Desarrollo sustentable, democracia de consensos, normatización de la globalización, construcción de un piso de equidad para todos, sacralización de los derechos humanos y libertad de las personas por encima de cualquier “soberanía” o abstracción ideológica, son los nuevos ejes convocantes.
Ese nuevo paradigma se afirma en los jóvenes y lo estará cada vez más, a medida que los años vayan diluyendo las visiones del siglo XX “bipolar”, los Estados guerreros, de las tecnologías mecánicas y las economías industriales energo-intensivas.
El escenario argentino post kirchnerista asumirá inexorablemente este nuevo perfil y se adecuará a él, como a todos los espíritus de época. Los debates sobre el botín de las finanzas públicas, que atravesaron las fuerzas políticas del siglo XX explicando su dinámica, se agotarán al compás del agotamiento de sus mecanismos de captación, frente a una sociedad crecientemente consciente y activa en defenderse de las expoliaciones. Malas noticias para las corporaciones y mafias de empresarios protegidos y sindicalistas corruptos, como para los dirigentes políticos especializados en la apropiación de los fondos públicos por mecanismos de mayor o menor sofisticación o de mayor o menor cinismo.
Pero también se hará intolerable la indiferencia por la suerte de los más vulnerables y del propio eco-entorno, la biodiversidad, la naturaleza y los recursos agotables.
¿Quiénes esbozan hoy la imagen del país que viene, de la Argentina “post-K”?
En el escenario, claramente, quienes son capaces de articular acciones comunes en el Congreso. Lo hemos visto estos días en Diputados: Aguad trabajando con Solá, Carrió, Pinedo y hasta algunos socialistas y retro-progresistas que resienten ser usados de escudos argumentales por la corrupción kirchnerista. Aún mirándose de reojo y en ocasiones cediendo a los antiguos instintos –porque la historia reciente aún les pesa- están insinuando un cambio de estilo y un acercamiento a la Argentina futura. Su esfuerzo para frenar el autoritarismo y las chifladuras los acerca en el diálogo y eso será bueno para comprender sus argumentos recíprocos, entender sus visiones diferentes y preparar el terreno para el tiempo “post-K”. Ayuda, además, para tranquilizar a los ciudadanos con la imagen de que otra convivencia es posible, a pesar de las diferencias.
Curiosamente, la nota más importante es la que brilla por su ausencia: no serán más necesarios “liderazgos providenciales”. Es un escenario en el que la garantía es el pluralismo en sí mismo, más que el “carisma” del presidente de turno. Los hechos y la propia realidad, tozuda e inexorable, lograrán lo que la política no pudo lograr en estas últimas ocho décadas: reconstruir los grandes equilibrios constitucionales entre los ciudadanos y el Estado, la Nación y las provincias, y los tres poderes entre sí.
La antítesis del pueblerino autoritarismo kirchnerista no es la vuelta al caos del 2002, que a esta altura, sólo está en la cabeza de los propios K. Es el orden de una Argentina virtuosa, integrada al mundo, respetuosa de sus leyes, cuidadosa de su gente, tranquila sobre su rumbo, solidaria con los demás.
Cómo construirla será la agenda de los debates que vienen.
Ricardo Lafferriere
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