Ni siquiera George W. Bush al visitar el sitio de las torres gemelas derrumbadas dio un espectáculo tan rudimentario, decadente, triste… en suma, indignante.
Tal vez pretendió ser una reacción intimista. Lo que trascendió es improvisación, intento de utilización política, y una demostración descarnada del funcionamiento del poder en el país.
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Ver a la señora presidenta de la Nación buscando entre el público al vicepresidente de un club deportivo del barrio para encargarle que reciba los colchones que la gente donaría y escucharla manifestar que “hablaría con el Intendente, con el Gobernador”, para “ver qué se puede hacer” simboliza la degradación de la política mostrando cabalmente su portentosa inutilidad.
No se trata de un simple accidente automovilístico, sino de la mayor catástrofe de la historia, causa de muerte de decenas de personas y la pérdida de bienes de hogares de todo nivel social que han visto desaparecer ante sus ojos el fruto del esfuerzo de toda su vida.
Una visita presidencial a los damnificados no puede demostrar tal nivel de improvisación y desconocimiento. Ni un anuncio de paliativo o de ayuda, ni un ofrecimiento de ambulancias nacionales, ni un apoyo de fuerzas de seguridad y de salud pública, ni una medida de defensa civil que haya puesto en marcha en razón del gigantesco poder que concentra, dueña absoluta y excluyente de los recursos públicos nacionales que, por otra parte, son los únicos que existen.
¿Cómo no van a estar enojados los vecinos? ¿Qué pretendía, que la aplaudan, porque “cuando tenía 15 años sufrió una inundación en la que el agua le llegó a la rodilla”? ¿No fue informada que hay compatriotas que murieron ahogados porque sus casas fueron inundadas con dos y tres metros de agua? ¿no le dijeron que se están encontrando cadáveres en las casas inundadas, de personas que murieron porque no pudieron subir al techo, por edad, discapacidad o simplemente carecer de una escalera?
Señora, no alcanza con decirle al tal “Cuervo” que se ocupe. No puede ser que no haya observado usted la dimensión de la catástrofe, y que crea que pueda enfrentarla como si se tratara de un ciudadano que le pide un puesto público.
No, señora. No está bien lo que hace. No está bien desaparecer cuando hay problemas, y tratar de usar los problemas para promover su imagen, despreocupándose de su solución real. No está bien que haya desaparecido cuando Cromagnon, cuando Once y en la propia inundación de la Capital. Y no está bien que decida aparecer para tratar de cosechar algún apoyo populista en un distrito al que ha condenado, entre otras cosas, a que sus niños no tengan clase y a los hospitales bonaerenses a que no puedan sacar de la Aduana las ambulancias que han comprado, nada menos que en este momento y nada más que por el capricho de una disputa interna partidaria de su fuerza.
Esa fuerza que, por otra parte, se dedicó durante toda la terrible noche del lunes-martes en la Capital a sabotear el trabajo de las fuerzas de Bomberos, del SAME y de la propia policía metropolitana, agregando a la angustia de los damnificados la prepotencia punteril de grupos armados que tomaron viviendas apunta de pistola y atacaban hasta físicamente a los funcionarios y empleados de los organos pertinentes del gobierno de la ciudad que llegaban con su ayuda.
Es cierto que muchos compatriotas la votaron. Lo que también es cierto es que, aunque hayan hecho eso, no se merecen esto. Porque no fue para ésto que la votaron.
Ricardo Lafferriere