lunes, 4 de abril de 2016

¿“Macrismo” o Cambiemos?

En el “espacio” de gobierno subyace desde el comienzo una tensión, que seguramente persistirá hasta derivar en uno u otro de los imaginarios sobre la confluencia de opiniones que permitió el fin del kirchnerismo-gobierno. No necesariamente se trata de un conflicto, y hasta puede continuar sin eclosionar indefinidamente. No obstante, se trata de un equilibrio que le resta estabilidad conceptual y política limitando sus posibles proyecciones hacia el futuro.

Se trata de la diferente idea sobre la política que tienen dos grupos centrales de protagonistas: quienes se han formado en la idea –aún con sus deformaciones y vicios- de la política apoyada en los partidos, como intermediadores especializados entre los ciudadanos y el poder por un lado. Y los que ven a la política como se la entiende en los cenáculos “posmodernos”, cuya identidad es más lábil, se apoya en la adhesión lejana y mediática de los ciudadanos, que puede “sentirse” cercana por las redes sociales, pero en la que el ciudadano real ha perdido poder real, en tributo a quienes aparecen “liderando” campañas mediáticas o construcciones iniciadas desde la superestructura del “escenario”.

La primera es más lenta, requiere años de “carreras políticas”, someterse a pruebas infinitas en cada batalla por la representación como autoridad partidaria, como integrante del respectivo gobierno local, luego en el escalón provincial o distrital y por último en el espacio nacional. Son carreras normalmente iniciadas en los años jóvenes, integrando alguna agrupación estudiantil, gremial o juvenil, donde debe abrirse su espacio de representación, someterse a escrutinios infinitos de propios y rivales, acreditar gestiones exitosas, garantizar permanencia y compromiso y testimoniar en forma adecuada, durante toda su vida, los valores que sus respectivos electorados esperan de su gestión. Vivir –como alguna vez dijera Alem en su polémica con Pellegrini- “en casa de cristal”. El mensaje son los programas, aprobados en Convenciones, Congresos o agrupaciones articulando racionalmente intereses tan diversos como los que representa la respectiva fuerza.

La segunda es más rápida. Puede eclosionar a raíz de algún episodio de repercusión mediática, en la habilidad comunicacional, en el respaldo económico o sectorial que potencie un mensaje, en la elaboración casi exclusiva del mensaje electoral sobre la base de los requerimientos circunstanciales del electorado en el momento en que es convocado a elegir. Su vigencia es más etérea y lábil. También menos sólida. Se apoya exclusivamente en el encanto o desencanto de la opinión pública, que en momentos de raquitismo de la conciencia política ciudadana –que son los más- puede variar abruptamente y convertir dioses en demonios –y viceversa- tal vez en un par de días. El mensaje es el candidato, el liderazgo es “el hombre”.

Estas descripciones son caricaturas y marcan los extremos. La realidad es una mixtura de ambos componentes. Así ocurre en Cambiemos, sin que ninguna de ambas características sea exclusiva de uno u otro de sus componentes. Hay búsqueda de “liderazgos carismáticos” en el Pro, en la CC y en el radicalismo, así como reclamos de programas racionales explícitos en los tres espacios.

Ambos componentes tienen “pros y contras”. Los liderazgos catalizan opinión más allá de las propias fuerzas, entusiasman a seguidores, simplifican la participación emocional. Pero a la vez, potencian las brechas, endurecen los debates y le quitan grises a la gestión. Las estructuras incorporan la infinidad de matices de la vida social, son más reticentes a las adhesiones personales, le quitan agilidad a la toma de decisiones y pueden trabar, si funcionan en forma inadecuada, decisiones urgentes. Pero a la vez, dan estabilidad, los consolidan en forma de proyectos integrales, son más indemnes al deterioro de los liderazgos personales y son más compatibles con sociedades complejas, plenas de matices e intereses parciales.

¿En qué categoría ubicamos al actual gobierno? Los considerados comunmente como “Pro-puros”, sector interno del PRO que conformó su núcleo fundacional, seguramente lo ven como el resultado de una convocatoria personal del presidente Macri. Desde algunos sectores de la CC se escucha el convencimiento que “sin Lilita, no hubiera existido Cambiemos”. Otros sectores del PRO y los  radicales se motivan con la ilusión de pertenecer a una coalición madura de gobierno, con un proyecto definido y sin liderazgos hegemónicos.

Parece claro que la personalidad presidencial es decisiva en la catalización que requiere cualquier cotejo electoral exitoso y ello pareciera darle algo de razón a los “posmodernos”. Y la tienen. Pero esta convicción debe matizarse a un punto que cambia su esencia: sin Cambiemos, no hubiera existido Presidente Macri. La sociedad ideal aún no existe, y todo presente es una superposición de coyunturas en las que juegan visiones diversas, en este caso entre la idea diferente de la política de muchos quienes integran la Coalición, la de sus opositores y –lo que es más importante- la que tiene la propia sociedad, que tampoco es unívoca sino que está atravesada por infinidad de matices entre los propios, los extraños y los neutrales en permanente desplazamiento.

Por lo pronto, un dato se impone: la urgencia de la recuperación institucional plena. Justicia independiente, prensa libre, debate horizontal, superación de tabúes, desconcentración del poder hacia los escalones y con las mediaciones constitucionales y legales son necesarios para que cada tema de agenda no se convierta en una pelea “de vida o muerte” para nadie. La superación de los coletazos de la última década de latrocinio populista, sobre la que deberemos en algún momento correr la página, nos despejará la vista del camino hacia adelante y de los debates necesarios de cara al futuro. Mientras tanto, es necesario el presidente Macri y es necesario Cambiemos. No es posible por el momento prescindir ni de uno ni de otro.

El futuro –opaco- dirá hacia dónde se termina inclinando la balanza. Si es hacia el “macrismo”, Cambiemos será una experiencia efímera, aun siendo exitosa, limitada por la biología o aún por las veleidades inexorables del devenir político. Si es hacia “Cambiemos”, habremos iniciado la reconstrucción estratégica de una organización política plural, seguramente protagonista central –junto a otras- de los años que vienen.


Ricardo Lafferriere

viernes, 1 de abril de 2016

Estado, mercado, política: más necesarios que nunca


El salario como institución está condenado a reducirse hasta la insignificancia. Tal es la afirmación que explorábamos en una nota anterior, haciendo referencia a la inexorable reducción del empleo agropecuario, industrial y de servicios que se ha convertido en tendencia en todo el mundo.

No se trata de un fenómeno del mundo desarrollado: comienza a impregnar toda la economía global. 

Otra información, ésta de hace pocos meses, hacía referencia al objetivo de lograr una ciudad totalmente robotizada, propuesta por el Alcalde de Dongguang, ciudad china conocida como “la fábrica del mundo”, que aspira a convertirse en una ciudad robotizada. Ha comenzado, reemplazando los trabajadores por robots controlados por sofisticados sistemas de inteligencia artificial. La noticia fue reproducida por el diario español “El Mundo” en su edición del 7/9/2015. 
(http://www.elmundo.es/economia/2015/09/07/55e9d2f4ca4741547e8b4599.html)

La propia salida de la crisis global del 2009 está mostrando que aún en Estados Unidos, que está saliendo de la crisis en forma lenta, aunque sostenida, crece el producto pero no el empleo, en la medida en que sería esperable. La revolución de la “productividad” agrega automatización e inteligencia, lo que reduce “costos salariales” dándole competitividad a la producción americana, pero no crea equivalentes fuentes de trabajo. La consecuencia es la ampliación de la brecha entre las clases trabajadora y media que mantienen su nivel salarial virtualmente congelado, frente a un nivel gerencial alto que multiplica sus ingresos por cifras exorbitantes.

¿Es éste un fenómeno que también se producirá en Argentina? La mirada aldeana que nos dominó en la última década alargó la agonía de un sistema económico obsoleto apoyado en la apropiación de rentas agropecuarias en un excepcional ciclo alcista, que no son permanentes ni inherentes a un crecimiento sostenido. Aún con esos excedentes, la “ocupación” de la economía nacional no creció ni siquiera en el sector agropecuario reactivado –cuando lo estuvo- sino en la transferencia de gran parte de esos ingresos expropiados hacia ocupaciones públicas de escaso aporte de valor agregado, en su mayoría subsidios disfrazados a la falta de ocupación en empleos productivos.

Terminadas las rentas, en primer lugar porque se redujeron los precios y en segundo lugar porque ponía a las producciones al borde de su quebranto, el sistema hizo crisis y su expresión fue el estallido de un déficit público incontrolable. Emisión, inflación y endeudamiento llevaron al país a un estrecho y peligroso andarivel –del que aún no ha salido- bordeando la hiperinflación.

La recuperación económica del país seguramente se dará como está previsto pero, aún en su pleno éxito, difícilmente genere los empleos que necesitamos. Habrá inversiones, se dinamizará la producción, se modernizarán las fábricas, llegarán los nuevos y sofistificados servicios que ya existen en el mundo desarrollado y es probable que el impulso al PBI sea notable a partir de dentro de pocos meses. El interrogante, sin embargo, no nos abandona sino que nos obliga a enfrentar el mismo problema de las sociedades centrales: ¿crecerá el empleo?

En intuición de quien esto escribe, será difícil que esto ocurra en la medida tradicional y que alcance para “dar trabajo a todos”. Así está pasando en el mundo. Ello no significa fracaso, sino traer a escena la reflexión de cómo distribuir eficazmente el creciente ingreso nacional cuando el país recupere su ritmo de crecimiento. Allí es donde se opera la necesidad de mejorar sustancialmente el Estado.

Una sociedad con menor cantidad de salarios debe tomar conciencia que éste no podrá ser considerado más como el articulador de la distribución del ingreso, sino que debe buscar otros mecanismos que permitan lograr que el crecimiento a raíz de la modernización económica, del desarrollo tecnológico y de la inversión en infraestructura no sea apropiado por un sector de la sociedad sino que beneficie al conjunto. En esta tarea los servicios prestados por el Estado son más centrales que nunca.

No se trata ya del arcaico Estado-empresario, sino del Estado nivelador e integrador, tal vez más próximo al de los Estados de bienestar de mediados del siglo XX, aunque debidamente gestionados para evitar sus deformaciones inflacionarias y populistas. Un Estado que debe garantizar el piso de equidad prestando servicios de excelencia en educación y en salud, en transportes y en vivienda, en seguridad y justicia.

Ese Estado deberá avanzar hacia el establecimiento de un ingreso universal, que organice racionalmente la asignación de gasto social que hoy realiza a través de una red anárquica de asignaciones que han surgido como producto histórico de diferentes luchas y reivindicaciones. El aporte público al sistema previsional, el apoyo social a quienes carecen de ingresos o se encuentran en situaciones vulnerables, las asignaciones familiares, la organización de los diferentes subsistemas de salud, el subsidio a la tasa de interés para inversiones sociales –como vivienda- que requieran largo plazo de repago, el subsidio parcial al transporte, etc.  fueron respuestas parciales y hasta anárquicas. Deben transformarse en la inteligente construcción de un piso de ciudadanía, garantizando las necesidades básicas de la condición humana sin limitar la posibilidad de sumar ingresos por capacitación, trabajo o inversión para quien así lo desee.

Pero también un Estado que tome conciencia que la otra gran columna de la inclusión será edificada por los emprendedores. A tal fin deberá considerarlo un sector social estratégico y protegerlo debidamente. La gran empresa realizará inversiones, la mayoría de las cuales serán capital-intensivas y facilitarán la incorporación del país en las cadenas globales de comercio e inversión, que ocurren en gran medida por dentro de sus propios flujos de riqueza. Son imprescindibles para el relanzamiento nacional. Sin embargo, no generarán suficientes empleos.

Las ocupaciones productivas se desplazarán con más fuerza que nunca a las iniciativas individuales y de pequeñas empresas. Su promoción y protección exigirá una revolucionaria reforma en la fiscalidad, invirtiendo el absurdo trato impositivo a los emprendedores, castigados en forma salvaje por escalas de tributación que parecieran haberles declarado la guerra. Un taller mecánico, una fábrica de bicicletas o una pequeña imprenta, un profesional, un periodista independiente, un generador de contenidos audiovisuales o redactor de programas informáticos debe abonar proporcionalmente a sus ingresos más impuestos que el CEO de una gran multinacional. El cambio en este aspecto debe ser copernicano.

La kafkiana situación de los monotributistas relacionada con la salud ejemplifica el trato estatal hacia los emprendedores. Abonan –como ciudadanos- los impuestos generales con los que se sostiene la salud pública. Abonan, incorporado en su aporte mensual, una suma destinada a financiar alguna misteriosa “obra social” que virtualmente no utilizan, ante la imposibilidad de acceder con ella a algún servicio razonable. Y deben pagar, para tener efectivamente cobertura de salud, su membrecía en alguna “prepaga” que no tiene control público alguno pero que absorbe un porcentaje importante de su ingreso. De la misma forma ocurre con la educación de sus hijos, donde por una parte contribuyen a sostener con sus impuestos una educación pública en deterioro terminal y por la otra deben destinar otra parte sustancial de sus ingresos al pago de la educación privada, que termina brindándoles en muchos casos un umbral superior al de la educación estatal.

Similar reflexión genera el diferente "mínimo no imponible" del impuesto a las ganancias, fijando para los independientes un monto sustancialmente inferior al de los trabajadores asalariados. La recuperación de ingresos que se produciría para estas personas si pudieran confiar en servicios públicos de excelencia en salud y educación no necesita ser destacada. A ello nos referimos con “más Estado”, con el beneficio que implicaría para los emprendedores y la reducción de costos para la productividad de la economía nacional en su conjunto.

Un Estado que privilegie la integración social debe convertir a la educación pública en la mejor del sistema y a la salud pública en la prestadora natural, de excelencia y calidad, de la mayoría de la población superando la arcaica concepción del hospital y la escuela públicos como el espacio para atender a “los pobres”. Debe contar con programas de estímulo al inicio profesional y empresarial. Debe apoyar con becas el desarrollo de la investigación y la excelencia.

Luego de la destrucción lastimosa del Estado en la última década, se impone su reconstrucción. Recuperar su prestigio y su respetabilidad. Reconvertirlo en una herramienta que los ciudadanos consideren a su servicio, porque ellos lo financian, desplazando la corrupción de corporaciones, proveedores y camarillas profesionales, gremiales o empresariales que lo han cooptado. Este Estado reconstruido sobre bases modernas, de gestión absolutamente transparente y profesional, con mecanismos de control profesional y social sobre su funcionamiento, será la forma de reemplazar el viejo papel socialmente articulador del salario que será cada vez más reducido hasta hacer imposible apoyar en él lo que antes se apoyaba: obras sociales, jubilación, salario familiar, indicador de capacidad de repago para créditos, etc.

Seguramente este debate demandará polémicas con vocación de síntesis, porque significa un cambio de rumbo en lo que fue el espíritu de “los 90”, cuando la implosión del bloque socialista y de los “estados empresarios” convertidos en elefantiásticos aventureros empresariales llevó el péndulo al otro extremo, pero también un cambio del paradigma sobre el que se edificaron los núcleos conceptuales de las fuerzas políticas del siglo XX, centralmente apoyadas en los empleos estables, los salarios escalafonados y las empresas con horizontes de largo plazo.

Es, sin embargo, un debate necesario que debe dar una política modernizada y virtuosa, depurada de las prácticas de corrupción que han crecido en su seno distorsionando decisiones públicas y recreando su relación íntima con los ciudadanos.

El mercado es un mecanismo de crecimiento económico irreemplazable e insuperable. Sin embargo, no tiene por definición el papel de inclusión social ni de equidad. Su tarea es producir más y mejor y así debe hacerlo, dentro de las normas fijadas por la sociedad a través de una política virtuosa, que también es irreemplazable. Es ésta la que debe fijar las normas ambientales, laborales, societarias, impositivas, que lo regulen según el perfil de cada sociedad, sus posibilidades y sus metas. Un mercado sin política es la selva.

Una política sin mercado, a su vez, es el languidecimiento eterno, la condena al estancamiento secular, la corrupción, la retracción de la inversión y de la capacidad de iniciar desafíos.
Uno y otra deben ser controladas por ciudadanos activos y conscientes, funcionando en el marco de un sistema institucional sólido, la prensa libre y la justicia independiente.

Una vez más debe encontrarse la síntesis virtuosa para la época sobre las bases de la tecnología, el capital, las limitaciones y los problemas actuales. Gran desafío para los pensadores, que tienen la oportunidad de comenzar a sumarse a la agenda que discuten sus colegas en el mundo, abandonando el consignismo esclerótico y arriesgando ideas para abrir rumbos.


Ricardo Lafferriere

lunes, 28 de marzo de 2016

Hacia una sociedad sin empleos, en una economía global

Es un tiempo de cambios. Verdad de Perogrullo.

Sin embargo, esos cambios puntuales que se dan en diferentes ámbitos de la sociedad se organizan en forma que terminan generando cambios globales en la forma en que funciona el mundo. Entre ellos, se destaca la tendencia virtualmente inexorable hacia la robotización, la automatización y la inteligencia artificial.

No es un debate lejano: estamos en él. Lo tienen las sociedades desarrolladas y se asoma a la nuestra. El crecimiento industrial no genera el trabajo humano como lo hacía –la agricultura ya no lo hace desde un siglo atrás-.

Hasta hace poco tiempo era común oír que los puestos nuevos se encontraban en el área de los servicios. La noticia no tan buena es que los servicios tampoco están generando empleos, ya que la automatización, la sociedad de la información y la creciente configuración de un mercado automatizado también desplaza trabajo en este sector.

El comercio electrónico y virtual está desplazando a los empleados de comercio y al comercio minorista. Los viajantes de comercio hace tiempo ven reducir su número casi hasta la extinción, reemplazados por los pedidos por red. 

Los médicos ven reemplazar gran parte de su trabajo por sistemas de salud que, en busca de maximizar ganancias, privilegian a los jóvenes en sus campañas de marketing, para atender los cuales les alcanza con contratar profesionales nuevos, a los que se envía a domicilio en vehículos comunes o hasta en motocicletas. Su ganancia no proviene del servicio sino del “no-servicio” médico, que es cobrado por  “el sistema” de cobranzas automatizado para el que requiere muy pocos empleados y eficientes programas informáticos de facturación y control.

Las librerías enfrentan con ansiedad el peligro del desplazamiento del interés lector hacia los e-books, que se consiguen desde el hogar en tiempo real con un simple “click” y evitan horas y días de búsqueda y tiempo muerto. La reflexión –filosófica- sobre la superioridad de los libros en papel no empaña el hecho que las ventas de libros electrónicos en las sociedades más desarrolladas supera aceleradamente la de libros impresos.

Los talleres mecánicos reemplazan los tradicionales operarios “todoterreno” por sistemas de control computarizado y por kits de reemplazo que requieren apenas algunos trabajos sin especialización.
Se anuncia el desarrollo de vehículos sin conductor, que ya funcionan en el área rural: tractores sin tractoristas, sembradoras y cosechadoras sin conductores, terminan con la expulsión de trabajadores de un sector cada vez más sofisticado y menos “primario”. La tendencia llegará a los conductores de camiones en primer término –ya existe en algunos Estados norteamericanos- y luego a los vehículos de pasajeros. Los trenes, por su parte, hace tiempo que reemplazaron los tradicionales “guardas” y equipos de maquinistas por sistemas expertos y complejas redes de control y gestión.

Era usual hasta hace un par de décadas escuchar que los trabajos desplazados por las máquinas eran sustituidos por nuevas actividades que mejoraban la productividad general y su propia vida, que conseguían empleos de mayor sueldo, estabilidad y confort. La novedad, sin embargo, es la rapidez del cambio. Antes permitía el readiestramiento, porque su ritmo era de lustros o décadas. Hoy, se realiza en tiempo real. No hay tiempo de adiestrar a los desocupados y ni siquiera se sabe para qué, porque no existe demanda de actividades pagas equivalentes.

Ello está llevando a un contrasentido de fondo: la tecnología en lugar de mejorar la vida de las personas, puede crearles un infierno existencial al dejarlas sin ingresos. Pero también genera una disfuncionalidad que terminará con el propio sistema: al no haber ingresos, no habrá consumidores de bienes y servicios producidos en forma automatizada. Y eso pone la reflexión justo en su punto de perpectiva: el salario.

El salario fue la forma moderna de distribuir riqueza, premiar el trabajo, garantizar la inclusión y arrancar de la pobreza a decenas de millones de personas condenadas antes a las inclemencias de una vida campesina embrutecedora o una vida ciudadana marginal. La desaparición del salario no puede significar regresar la historia a esos tiempos, sino su superación. La respuesta no puede ser el “neo-ludismo” que lleve a impugnar los avances, sino a estudiar una nueva forma de distribuir la riqueza de acuerdo a las nuevas formas productivas.

En el otro extremo, la tendencia hacia una producción extremadamente “capital-intensiva” marca la necesidad de nuevos enfoques fiscales, alejados de los sistemas impositivos diseñados hace un siglo, en tiempos del capitalismo liberal. Las nuevas y gigantescas concentraciones económicas-tecnológicas generan super-ingresos, algunos de los cuales alimentan y reproducen el crecimiento hacia formas más sofisticadas de producción, pero otros van conformando una burbuja financiera que ha llegado ya a una dimensión peligrosamente explosiva. Deben reglamentarse, contenerse y gravarse globalmente, ya que ningún Estado –ni aún los más poderosos- está en condiciones de formalizar “islotes” de control en un mar global de anomia.

En esta reflexión se han sugerido varios caminos. Por el lado del vacío dejado por el ingreso salarial, las respuestas van desde el “salario social” hasta el “ingreso universal”, desde la reducción de la jornada de trabajo para distribuir el empleo residual entre más cantidad de personas hasta el trabajo voluntario o familiar pago. Todos son caminos posibles.

En los hechos, el camino del ingreso universal –que muchos cuestionan por su connotación populista- en realidad ordenaría la sumatoria anárquica de subsidios de toda clase que todas las sociedades asignan a quienes estiman que los necesitan, sea vía servicios gratuitos como la educación o la salud, sea vía tarifas ´de servicios públicos subsidiadas para determinados agregados poblacionales, sea mediante créditos blandos con respaldo fiscal para viviendas, sea vía asignaciones impositivas que mejoren los ingresos de los pensionados y retirados más allá de lo ahorrado por ellos durante su vida activa, etc. etc. 

Lo que está claro –como lo sugiere Sigmund Bauman – es que es necesario establecer un piso social de dignidad humana, que signifique el límite mínimo debajo del cual ningún ser humano deba ubicarse, pero que a la vez deje el camino abierto a los ingresos que cada uno pueda lograr mediante su inversión, su trabajo, su capacitación o su esfuerzo. Aunque el progreso se vincule con el salario, la subsistencia debe estar garantizada aún sin él. Es necesario separar la subsistencia del trabajo.

Por el lado del capital, es imprescindible actuar para desinflar el globo de la riqueza virtual que gira en tiempo real generando ingresos ficticios, sometiendo a la economía global a una tensión existencial de muy difícil previsión. Si en tiempos de la segunda posguerra la cantidad de transacciones financieras iba de la mano en paridad con el comercio internacional, hoy la relación es de varios cientos de veces a uno. 

La riqueza virtual que gira en tiempo real en las operaciones de pase alcanza a Setecientos billones de dólares, diez veces el PBI mundial global. Sin embargo, hay una diferencia: mientras el PBI global es una cuenta que refleja un agregado anual, el capital financiero gira durante todo el año, 24 horas al día, en bolsas que se encuentran en todo el planeta. Crea riqueza sobre riqueza en papeles e impulsos electrónicos, pero todo ese globo se asienta, como una pirámide invertida, en una producción real decenas de veces menor.

Por eso se abre paso la percepción que sin una reglamentación global será muy difícil encontrar respuestas eficaces. Un punto está claro: el problema pertenece a la decisión racional de la sociedad, a través de la política. No es alzándose de hombros como se solucionará, ni actuando como si éste existiera.  

El tema forma parte de la nueva agenda –como la de la preservación del planeta, la necesidad de la normativa global que persiga las redes delictivas, el terrorismo o el narcotráfico-. Necesita conversarse. No hacerlo nos enfrentará diariamente a eclosiones inesperadas, como la del terrorismo, las migraciones, los refugiados, las crisis abruptas de los precios de materias primas, el deterioro de la habitabilidad del planeta, el agotamiento de los recursos renovables e incluso del agua potable y el aire que respiramos.

Gran tarea, entonces, para la gobernabilidad global. Coloca en la agenda una nueva visión de las relaciones con el mundo, que en rigor hoy deberían definirse como “acciones en el mundo” porque ese planeta que antes era sólo un escenario en el que desarrollábamos el drama de la “comunidad de naciones” hoy es un protagonista que, aún en sus lugares más recónditos, está imbricado con cada actitud que tomemos.

Ricardo Lafferriere


lunes, 21 de marzo de 2016

Cien días

No es un lapso grande. Sin embargo, sirve para notar el rumbo.

Terminados los ruidos de la campaña, observada la orientación de los primeros pasos y analizado el metamensaje del discurso del nuevo gobierno, un nuevo horizonte parece estar dibujándose para esta Argentina que durante más de ocho décadas insistió en luchar contra molinos de viento, en lugar de levantar las velas para disputar los primeros puestos en la “regata del mundo”, como lo había hecho en las cinco décadas anteriores, las que fueron de 1880 a 1930.

El futuro es opaco. No podemos saber si la propuesta será exitosa. No obstante, está claro que las convicciones del equipo gobernante y del presidente son las que más se han acercado al “cutting edge” global de su respectiva época, en toda la historia argentina. Este es un dato positivo, porque nos ubica “en el sentido de la historia”, como solía decirse en los ideologizados cenáculos de otros tiempos. Y porque vale la pena trabajar por su éxito.

Tal vez el gobierno desarrollista de 1958 a 1962 sería el que, en estos términos, más se le acerque. Sin embargo, la complicada política de los tempranos sesenta –los coletazos de la “Revolución Libertadora”, la proscripción del peronismo, la instalación en el continente de la Guerra Fría con sus libretos de insurgencia y contrainsurgencia y la endeblez de las democracias- frustró un proceso que, a pesar de su brevedad, impregnó el debate argentino durante varias décadas hasta ser visto como una nubosa utopía por gran parte de la dirigencia nacional desde entonces.

Hoy la situación también es complicada, pero cuenta a su favor con una vibrante democracia, que aunque imperfecta en sus paredes, se afirma en los sólidos cimientos que supo edificar la generación que la recuperó, con el liderazgo de Raúl Alfonsín en 1983. No hay espacio entre nosotros para aventuras que renieguen de la institucionalidad, que pudo soportar desde las hiperinflaciones de 1989 y 1990 hasta la conmocionante crisis de cambio de siglo.

Hoy se trata de aclarar el rumbo. Para ello, nada mejor que levantar la mirada sin dejarse confundir por los ruidosos conflictos de la coyuntura. En el horizonte puede ya verse un resplandor, que exige tanto conservar la mirada en él como transitar con extrema prudencia y equilibrio una transición llena de trampas, pero que tiene a su favor la claridad estratégica del grupo gobernante y, en sus trazos básicos, la evidente solidaridad de la mayoría de la población.

Ese respaldo marca la esperanza y la confianza de los ciudadanos, pero también un cambio cualitativo en la práctica política del “escenario”. Pocos, en efecto, hubieran apostado hace apenas cuatro meses que el peronismo fuera del poder daría la demostración que está brindando, de debate interno, madurez y –por qué no reconocerlo- conciencia de la necesaria solidaridad nacional. Es un partido de gobierno volcado a la oposición, pero con deseos y vocación de volver. Y sabe leer la realidad como pocos. Eso es bueno para la sana política porque obliga al mejoramiento permanente de unos y otros.

Obviamente no hay unanimidades. No las hay en la oposición y tampoco en el frente de gobierno. Sin embargo, la práctica del diálogo que privilegia resultados se está abriendo camino en un escenario en el que el colorido de la sociedad argentina está aceptablemente representado.

Como lo predicamos durante una década desde esta humilde columna y como lo destacamos hace pocas semanas, el país está volviendo al mundo. Busca su lugar y se encuentra con que ese mundo que llegó a parecernos tan lejano hasta hace apenas pocos meses nos abre sus brazos, como si la voz argentina se extrañara. Y los pasos de reingreso se están dando con la misma cadencia de aquellos de la Argentina histórica, de amistad con todos, de inserción regional, de solidaridad con grandes y chicos, con diálogo plural y reclamo de una convivencia pacífica y virtuosa basada en las normas.

No estamos inventando la pólvora. Estamos en el mismo camino de los fundadores del país, de la Constitución con la convocatoria a “todos los hombres del mundo”, de “América para la Humanidad”, de “los hombres sagrados para los hombres y los pueblos para los pueblos”, de la neutralidad activa y la mano tendida a los perseguidos cuyos derechos son violados en el lugar del mundo que lo sean, por el motivo que se invoque. Derechos humanos, imperio de la ley, respeto a la palabra, solución pacífica de los conflictos, apertura a las corrientes más dinámicas de comercio, ciencia, tecnología, finanzas, comunicaciones, producción.

Volvemos al mundo y empezamos a ordenar la casa. Un desequilibrio enfermizo debe superarse con sentido social, firmeza estratégica y diálogo constante. El camino tiene piedras, pozos, acechanzas. No deberían llevarnos a cambiar el rumbo sino, en todo caso, a mejorar la marcha.

En el horizonte comienza a dibujarse la posibilidad del país de la utopía, el que durante tantas veces hemos señalado desde esta columna como un sueño. Abierto y plural, solidario y dinámico, moderno y equitativo, basado en la ley y apoyado en el esfuerzo creador de su gente. Sus productores, pero también sus científicos y técnicos, sus empresarios con vocación pionera, un manejo decente de las finanzas públicas –bandera que, entre otras, detonó la revolución de 1890-, una vida municipal intensa, un federalismo fundado en recursos autónomos y en políticas sanas, y una constante voluntad de superación y progreso.

El mundo que se está construyendo, “la ciudad del futuro” –como lo definiera alguna vez Marcelo T. de Alvear- puede volver a contar a la Argentina como una de sus piezas fundamentales. Estamos en capacidad de serlo. Sólo hay que tener confianza en los compatriotas, en su respeto recíproco, en su vocación por la capacitación y su natural predisposición a absorber rápidamente las novedades.

Se trata de un “cambio cultural”, diría el presidente. En mi caso lo matizaría agregando que se trata además de volver a las fuentes. Porque así nacimos y si este proceso iniciado hace cien días resulta exitoso, habremos vuelto a encarrilar nuestra marcha en el sentido que inspiró a tantas generaciones de compatriotas que hicieron el país que tenemos.


Ricardo Lafferriere


sábado, 5 de marzo de 2016

Citaciones

No por imaginadas dejaron de impactar dos citaciones judiciales en causas por corrupción a expresidentes que, hasta hace poco, parecían inalcanzables aún para la justicia.

Las sospechas sobre CK  y sobre Lula llevaron a los magistrados a cargo de las investigaciones a requerir las declaraciones de ambos ex mandatarios, en condición de “imputados”.

La ex presidenta argentina está citada por la causa de la venta de dólar futuro a precios sustancialmente inferiores a los del mercado, y sus consecuencias se están sufriendo hoy por la economía nacional al generar una emisión de más de 60.000 millones de pesos, equivalente al ahorro fiscal (USD 4.000 millones) conseguido con la actualización de las tarifas eléctricas que impactaron tan negativamente en los bolsillos populares y en la imagen del nuevo gobierno-. 

Vale la pena insistir en este dato: la totalidad de lo que pagarán los argentinos de más con las nuevas tarifas en un año sólo alcanzará para abonar lo adeudado a los beneficiarios de las operaciones del dólar futuro realizado por el anterior gobierno (C.K., Kicilloff, Vanoli) en las semanas previas al fin de su mandato. La persistente inflación de estos meses no es ajena a esta obligada emisión monetaria.

El caso de Lula es diferente. Se trata de presuntos beneficios personales a raíz de importantes mejoras inmobiliarias en dos propiedades realizas por empresas favorecidas por el “Escándalo Petrobras”. Frente al escándalo del “dólar futuro” más que corrupción parece una corruptela, pero la sospecha de los jueces es que los inmuebles utilizados frecuentemente por el ex presidente Da Silva, en realidad, le pertenecen a él. Las empresas que figuran como dueñas están vinculadas a numerosas operaciones de Petrobrás ya detectadas como fraudulentas.

Si bien la causa de CK es, en sus consecuencias económicas, sustancialmente mayor que los beneficios que se sospechan de Lula, en este último caso el monto de los perjuicios de la petrolera, sin relación hasta ahora con el ex presidente, supera los Dos mil millones de dólares, presuntamente favoreciendo a políticos de virtualmente todo el arco político brasileño.

La reacción de las sociedades brasileña y argentina ofrecen similitudes. Para sus partidarios más desmatizados, nada malo que se impute a sus líderes merece siquiera ser analizado. Deben ser defendidos. “Puto o ladrón, lo queremos a Perón”, se decía por estos pagos en la década del primer peronismo. La brecha, debidamente alimentada por la relación populista “líder-pueblo” impedía un razonamiento medianamente neutral. Desde el otro extremo, los de las oposiciones viscerales, cualquier acusación no debía siquiera ser investigada porque la alcanzaba la automática presunción de culpabilidad.

Pero entre ambos está la mayoría sensata de la opinión pública. Son los ciudadanos de buena fe, partidarios de unos u otros en la dinámica de una sociedad democrática de alternativa. Son aquellos que ante cada opción política analizan, simpatizan o se inclinan por o contra uno u otro, pero no dejan en ese altar ni su conciencia ni la honesta imparcialidad de sus juicios. Ellos son la mayoría que conforman el amplio centro político de las sociedades maduras. Lo integran progresistas y moderados, simpatizantes de izquierdas o derechas, que han votado o simpatizan con diferentes partidos pero antes que nada son personas que entienden que el imperio de la ley es el único método de escapar a los instintos primarios –y más animalizados- de la condición humana.

La política de nuestros pagos no es benigna para los liderazgos pasados. Es muy raro el caso de, terminada la función, no encontrarse con alguna causa en marcha, por una u otra razón. Está dentro de las reglas de juego del poder, que así como otorga beneficios inauditos a quienes lo detentan, luego se cobra con el juicio inmisericorde, en ocasiones por parte de los mismos partidarios que antes endiosaban. En las últimas décadas sólo dos ex presidentes argentinos no debieron sufrir a su cese la investigación judicial de sus actos: Arturo Illia y Raúl Alfonsín. Todos los demás debieron cargar con causas finalizadas con diversa suerte, y en algún caso hasta debieron soportar detención (Menem), y hasta morir en el exilio (Cámpora) o cumpliendo condena (Videla). Alguna vez tendremos República y estos espectáculos serán sólo trama de guiones históricos.

Es común escuchar la afirmación que duda de la honestidad de la justicia. Y en algunos casos puede haber razón. Sin embargo, no hay otro camino que respetarla para convivir en paz. Las leyes también establecen los mecanismos para controlar a los jueces que prevariquen.

La justicia, sin embargo, debe actuar libremente y es obligación del Estado y de los ciudadanos de bien garantizarle su trabajo limpio, su control social a través de la transparencia de sus actos y de los mecanismos constitucionales de control, y la presunción de inocencia de los acusados hasta que una sentencia defina su situación.

Los ex presidentes, los ex funcionarios, que por elección de los ciudadanos han gestionado la agenda y los dineros públicos, merecen ese respeto. Tienen la obligación de responder ante la justicia con todas las garantías del debido proceso y de la defensa en juicio, aunque también tienen derecho a la presunción de inocencia, como cualquier ciudadano, que al fin y al cabo, todos lo son y que es tan importante como lo es para los ciudadanos comunes mostrar que todos somos iguales ante la ley, sin impunidades ni privilegios.

Ricardo Lafferriere




sábado, 27 de febrero de 2016

“Un gran desorden bajo los cielos”

El pasado 14 de enero, un solitario buque petrolero atracaba en Trieste sin ser noticia. Sin embargo, era todo un símbolo: luego de cuarenta años de prohibición de exportación derogada en 2015 por el Congreso, el primer embarque de crudo norteamericano llegaba a Italia, desde donde se trasladaría a Baviera, al sudeste de Alemania, para su refinación. Había partido de Corpus Christi, Texas, en vísperas de Año Nuevo, luego de cargar el crudo recibido por oleoducto desde Karnes County, 100 kms al sur. Le esperaría un viaje de cinco mil millas hasta su destino final.

El segundo embarque llegaría pocos días después a Marsella, Francia, desde donde se movería también por un oleoducto hasta una refinería en Suiza.

Son hechos anecdóticos que, sin embargo, marcan un cambio de época. La dependencia del crudo importado del Oriente Medio ritmó la marcha de la política exterior norteamericana hasta fines del siglo XX condicionando sus pasos para proteger su “yugular” energética, en la que le iba la vida a su economía. Cuando en el 2005 Michel Klare publicó su recordado “Sangre y petróleo”, el debate sobre la debilidad que implicaba esa dependencia a la libertad de acción estratégica del país en sangre de sus soldados y en la obligación de mantener socios no del todo deseables llevó a los principales “Think tanks” a analizar las formas de lograr la independencia energética, lo que acaban de alcanzar luego de diez años de impulsar, con apoyo bipartidario, el desarrollo de las tecnologías innovadoras de “fracking” y de las energías renovables.

Hoy, Estados Unidos no sólo tiene autonomía energética sino que exporta crudo, en una decisión cuyas consecuencias sobre la economía mundial aún no están claras. Lo que sí está claro es que la reacción de Arabia Saudita –su ex principal proveedor- ha conmocionado en el último año todo el escenario global, al provocar con el aumento de su producción la reducción del precio del crudo desde los USS 80/100 de hace dieciocho meses, al escalón de USD 25/30 en que se encuentra hoy.

Nadie puede prever hasta dónde llegarán las ondas expansivas, porque las hay de diversa clase. Una de ellas, importante en la región aunque intrascendente en el mundo, es la implosión de Venezuela, cuyo populismo gobernante había convertido al país en absolutamente dependiente del crudo desentendiéndose de cualquier otra línea de desarrollo económico nacional. Otra ha sido su influencia en el ajedrez geopolítico del Oriente Medio, espacio que ante el nuevo dato del desinterés norteamericano necesita encontrar un nuevo equilibrio regional y un nuevo “sheriff”, papel que pareciera agradarle a Vladimir Putin, con la aquiescencia de EEUU. Queda siempre la duda si con esta aquiescencia, EEUU no se está cobrando de Arabia Saudita el daño que el reino saudí ha producido en la economía norteamericana con sus medidas de super-oferta de crudo.

Porque lo más trascendente será la incidencia de esta caída en la economía global. El derrumbe del precio del petróleo ha llevado a sus límites al sistema bancario, que había financiado el fuerte impulso al fracking en Estados Unidos sobre la base de un precio proyectado como estable de USD 80 el barril. Cálculos privados estiman que la falencia en cadena que se producirá con el petróleo a USD 25/30 ante la imposibilidad de devolver los fondos invertidos en el sector generará, tarde o temprano, una crisis financiera frente a la cual las del 1998 y del 2008 parecerán un juego.

El monto de los quebrantos proyectados se calcula en no menos de Cinco billones y medio de dólares, más de cinco veces las falencias que dieron origen a las crisis de las hipotecas “sub-prime” que demandaron la inyección de alrededor de Un billón de dólares por parte de la Reserva Federal al sistema bancario para evitar su desplome. La nueva suma implica una dimensión que está totalmente fuera del alcance de la acción de la Reserva Federal y del propio gobierno de EEUU  (supera el total de la base monetaria en dólares de todo el mundo), abriendo un intrigante enigma sobre la creatividad de los economistas y políticos para salir del gigantesco atolladero.

Si a ese monto le sumamos que hay Nueve billones de dólares de deuda corporativa en mercados emergentes –tomada en dólares bajo el supuesto de que éste permanecería débil- el quebranto puede ser directamente inimaginable y sus primeros datos se están viendo en las crisis financieras periféricas ante la “fortaleza” del dólar.

En este lustro, la Reserva Federal ha incrementado la cantidad de circulante de 1 a 4 billones de dólares (300 %). Curiosamente, a pesar de esa descomunal emisión la inflación internacional y en EEUU se han mantenido prácticamente en un nivel de cero, lo que ha agregado interrogantes a la tradicional creencia de la relación directa entre circulante y nivel de precios.

Sin embargo, esa gigantesca cantidad de dinero podría aún desatar una gran inflación si los consumidores del mundo comenzaran a gastarla. Es el temor que llevó a las autoridades monetarias norteamericanas a decidir la –mínima- suba de la tasa de interés a fines de 2015.

El incremento de la tasa fortalece al dólar aún más, en un momento de crisis económicas en todo el resto del mundo: China se ralentiza, en Rusia la implosión del petróleo ha reducido el valor del rublo a la mitad, Europa no logra reactivarse, Japón mantiene su estancamiento que lleva más de una década y los “Bric” –incluido nuestro gran vecino y socio en el Mercosur, Brasil- sufren la caída de los precios de los comodities a raíz de la ralentización de China, que reduce su demanda y genera crisis económicas y políticas. El mundo se “desapalanca” y la euforia se transforma en temor.

“Hay un gran desorden bajo los cielos”, supo sentenciar Mao Tse Tung. Ese desorden hoy tiene tantas líneas sueltas que hace muy difícil prever cual será el desemboque. Sin embargo, parece claro que en situaciones límite, los catalizadores terminan siendo los más flexibles y fuertes, los que tienen mayor capacitación y alternativas.

Lo dijimos en 2007 y lo decimos hoy: valoraciones aparte, la economía más compleja, tecnológicamente más avanzada, integrada y madura, más extendida globalmente y más enraizada localmente, más independiente en sus alternativas disponibles y de mayores “espaldas” para sostener cualquier conflicto imprevisto, es la norteamericana. Si le sumamos que es la más defendida militarmente –el presupuesto militar y de seguridad de EEUU es igual a los de todo el resto del planeta sumado- parece claro que a pesar de los dislates de Trump, hay que prestar atención a los pasos estratégicos de ese país para definir el mejor posicionamiento propio.

Pero el mayor mensaje de la crisis, para todos pero especialmente para los países en desarrollo como el nuestro, será la necesidad de profundizar el entramado legal del mundo globalizado. Las finanzas desbocadas, el desinterés por el ambiente, el terrorismo fundamentalista, el agotamiento de las materias primas, los juegos geopolíticos, las redes delictivas globales que aprovechan las lagunas normativas, las trabas al comercio y a las transferencias tecnológicas y el vacío preceptivo de la economía virtual deben “ponerse en caja”, con una fuerte ofensiva diplomática multilateral, a partir de los organismos existentes pero tomando nota de su dramática urgencia.

El “desorden bajo los cielos” debe ser superado con una humanidad consciente de los desafíos de su nueva etapa, conviviendo bajo normas universales dirigidas a asegurar la paz, preservar la casa común planetaria y garantizar para todos la vigencia universal de los derechos humanos.


Ricardo Lafferriere

viernes, 12 de febrero de 2016

Facebook nos espía. ¿Sólo Facebook?...

Francia acaba de dar a Facebook un plazo de tres meses para  que “deje de espiar” los datos de sus abonados. Lo intima, en pocas palabras, a que deje de ser Facebook.

La mega red social junto a otras cuatro gigantes de la computación -Apple, Microsoft, Google y Amazon- conforman el podio de la capitalización bursátil del mundo. Son las puntas de lanza de la nueva economía global.

En rigor, no fueron las primeras en utilizar lo que Jaron Lanier llama “servidores sirena”, por la capacidad de colectar datos y captar los clientes elegidos con ofertas aparentemente beneficiosas, al estilo de las sirenas que según nos cuenta Homero en La Odisea, encantaban a Ulises durante su regreso a Itaca. Los primeros fueron los bancos, que ya desde hace varias décadas comenzaron su uso especializado para “filtrar” y categorizar automáticamente a sus  posibles clientes por su capacidad económica y otros datos con los que minimizaban los riesgos.

Lo que sí hacen las “cinco grandes” es recolectar masivamente datos aparentemente inofensivos de sus usuarios, con los que alimentan poderosos sistemas de clasificación de información en los que asientan su capacidad de ingresos y su poder.

Estos nuevos gigantes corporativos se especializan en “pasar el rastrillo” en cientos de millones de personas vinculadas a Internet –o sea la totalidad del mercado- a quienes seducen con ofertas de servicios atractivos que –no puede negarse- mejoran la vida de los usuarios. A cambio, acceden a informaciones vitales sobre sus conductas, hábitos de consumo, formas de vida, tendencias culturales, simpatías políticas, habitualidad de “navegación” en la red, páginas visitadas e infinidad de pequeños datos, a la vez que infiltran en sus artefactos personales –tabletas, PCs, celulares- programas espías que mantienen esa información permanentemente actualizada.

¿Qué hacen con esa información? Pues, procesarla, clasificarla de la forma en que pueda tener valor de mercado y luego comercializarla. Son los cimientos de sus ingresos y la base de la nueva economía, que no se limita a las “cinco grandes”. Cualquiera que haya entregado sus datos o se haya adherido a un “Club” o “Comunidad” de un supermercado, de una tienda, en Mercado Libre, en Despegar o en Airbnb o simplemente haya realizado una búsqueda con un browser como Chrome, Safari o IExplorer en Google u otro buscador habrá observado como al poco tiempo comienzan a aparecer ofertas de bienes y servicios relacionados con su búsqueda en los sitios más inverosímiles: el diario electrónico que lee, su sitio de Facebook o hasta en su propio correo de Gmail.

Es que en la sociedad de la información, el capital más valioso es…. la información. Esos pequeños micro-datos que por millones recolectan en tiempo real las grandes redes son el canal de acceso al nuevo mercado, el lugar de “realización de la ganancia” de toda clase de empresas, previo paso de los potenciales usuarios por sus respectivos “servidores sirena”. Así, una empresa discográfica sabrá qué clase de música llegará al gran público, una editorial podrá realizar los filtros cruzados para potenciar su acierto al elegir el autor o la temática que estimular y  una empresa de salud o de seguro sabrá a qué clientes potenciales le conviene dirigir su oferta o mercadeo, para reducir riesgos al mínimo y en consecuencia, también reducir costos y maximizar ganancias.

La información. Para el usuario son tal vez datos intrascendentes en un formulario online, tan insignificantes como su fecha de nacimiento –que lo categorizará en forma etaria-, su trabajo –del que se deducirá su grupo de pertenencia económica y clase de posibles bienes a adquirir-, su lugar de residencia –que lo ubicará en otro colectivo al que le llegarán determinadas ofertas- o su disposición circunstancial al consumo, por lo que está “buscando” en diferentes sitios, lo que permitirá vender ese dato a las empresas que prestan ese servicio o venden ese bien.

Dice la leyenda que a la llegada de los conquistadores, los indígenas –que no conocían el vidrio ni los espejos- accedían a cambiar su oro por “espejitos de colores”. El oro tenía para ellos el valor de lo inútil. La información, esa micro-información recogida por las grandes redes, son el equivalente actual del oro. Los espejitos de colores son los juegos, las “aplicaciones”, las “redes sociales” que ayudan a la nueva socialización de una sociedad virtual, el otorgamiento “gratuito” de espacios de almacenamiento de información en la red, o infinidad de atractivos bienes informáticos que llegan a usuarios ansiosos de acceder a esas novedades al menor precio.

Ese menor precio es la aceptación de un espionaje de por vida sobre su vida.

Esta afirmación ni siquiera conlleva una crítica, porque así es la sociedad global en gestación. Oponerse sería como oponerse a la existencia de manchas en la piel del tigre. No es resistiendo la tendencia –inexorable- de la evolución humana sino tomando sus riendas como lograremos que todos quienes deseen acceder al nuevo mundo puedan hacerlo. Para ello, debemos detectar los problemas, actuar sobre ellos y normatizar el uso a fin de evitar las posiciones dominantes que, al final y como los monopolios del viejo mundo industrial, terminan conspirando contra el propio sistema.

Un sistema apoyado en los “servidores sirena”, en las clasificaciones automáticas, en los servicios formatizados, en el alejamiento de la pulsión vital de los seres humanos reales, terminará agotándose por falta de carnadura. Todo cada vez más automático terminará con los empleos y en consecuencia también con la capacidad de compra, ya que nadie habrá en condiciones de adquirir los bienes producidos automáticamente, para mercados automatizados con distribución automatizada y ganancias también generadas sin participación humana.

Tal vez no esté mal que los servidores recolecten datos automáticamente. Lo que no está bien es que lo hagan en forma oculta, sin que los interesados lo adviertan y no sean retribuidos por esos datos en toda la extensión de su valor. Tal vez no está mal que la economía genere bienes direccionados a la demanda puntual de quienes puedan estar interesados en ellos. Lo que no está bien es que en campos sensibles a la dignidad humana –como la salud, la educación, la vivienda, la seguridad- las categorizaciones automáticas dejen muchos seres humanos fuera de esos servicios por no pertenecer a categorías con capacidad de pagar por ellos.

La nueva economía –la nueva sociedad- abre capítulos inmensos a la reflexión y a la política que se sienta animada por los valores de búsqueda de equidad, de libertad y de justicia. Sólo que éstos no responden ya a las viejas herramientas de la política para el mundo industrial de los Estados-Nación, sino que requiere nuevas indagaciones y nuevas respuestas, imaginando el futuro más que insistiendo obsesivamente en el pasado, como si éste todavía existiera.

Aunque los temas de la nueva agenda son variados, tampoco es necesario volver a inventar la pólvora: mercado de la red accesible a todos en libertad, conectividad plena y cada vez más extendida, neutralidad de Internet, transparencia en los procedimientos de recolección de datos y justa retribución por la información. Sobre estos principios la nueva economía será democrática e inclusiva, previendo y evitando las deformaciones de la “antigua”.

La acción política frente a la nueva economía debe pensarse  y ejecutarse además en claves globales, porque globales son el campo en el que se desenvuelve, sus principales empresas y el mercado en el que se realiza. El desafío incluye pero supera la acción de cada Estado, que admite iniciativas locales –como la de Francia- pero será estéril si no incluye a los países y regiones más poblados y desarrollados cuyo involucramiento es necesario reclamar y hasta exigir.

Será una forma que al canto de las sirenas no se le oponga el postrer lamento del cisne, sino el control responsable del timón por una humanidad consciente buscando su mejor destino.

Ricardo Lafferriere