En el “espacio” de gobierno subyace desde el comienzo una
tensión, que seguramente persistirá hasta derivar en uno u otro de los
imaginarios sobre la confluencia de opiniones que permitió el fin del
kirchnerismo-gobierno. No necesariamente se trata de un conflicto, y hasta
puede continuar sin eclosionar indefinidamente. No obstante, se trata de un
equilibrio que le resta estabilidad conceptual y política limitando sus
posibles proyecciones hacia el futuro.
Se trata de la diferente idea sobre la política que tienen dos
grupos centrales de protagonistas: quienes se han formado en la idea –aún con
sus deformaciones y vicios- de la política apoyada en los partidos, como
intermediadores especializados entre los ciudadanos y el poder por un lado. Y
los que ven a la política como se la entiende en los cenáculos “posmodernos”,
cuya identidad es más lábil, se apoya en la adhesión lejana y mediática de los
ciudadanos, que puede “sentirse” cercana por las redes sociales, pero en la que
el ciudadano real ha perdido poder real, en tributo a quienes aparecen “liderando”
campañas mediáticas o construcciones iniciadas desde la superestructura del “escenario”.
La primera es más lenta, requiere años de “carreras
políticas”, someterse a pruebas infinitas en cada batalla por la representación
como autoridad partidaria, como integrante del respectivo gobierno local, luego
en el escalón provincial o distrital y por último en el espacio nacional. Son
carreras normalmente iniciadas en los años jóvenes, integrando alguna
agrupación estudiantil, gremial o juvenil, donde debe abrirse su espacio de
representación, someterse a escrutinios infinitos de propios y rivales,
acreditar gestiones exitosas, garantizar permanencia y compromiso y testimoniar
en forma adecuada, durante toda su vida, los valores que sus respectivos electorados esperan de su
gestión. Vivir –como alguna vez dijera Alem en su polémica con Pellegrini- “en
casa de cristal”. El mensaje son los programas, aprobados en Convenciones,
Congresos o agrupaciones articulando racionalmente intereses tan diversos como
los que representa la respectiva fuerza.
La segunda es más rápida. Puede eclosionar a raíz de algún episodio
de repercusión mediática, en la habilidad comunicacional, en el respaldo
económico o sectorial que potencie un mensaje, en la elaboración casi exclusiva
del mensaje electoral sobre la base de los requerimientos circunstanciales del
electorado en el momento en que es convocado a elegir. Su vigencia es más
etérea y lábil. También menos sólida. Se apoya exclusivamente en el encanto o
desencanto de la opinión pública, que en momentos de raquitismo de la
conciencia política ciudadana –que son los más- puede variar abruptamente y
convertir dioses en demonios –y viceversa- tal vez en un par de días. El
mensaje es el candidato, el liderazgo es “el hombre”.
Estas descripciones son caricaturas y marcan los extremos.
La realidad es una mixtura de ambos componentes. Así ocurre en Cambiemos, sin
que ninguna de ambas características sea exclusiva de uno u otro de sus
componentes. Hay búsqueda de “liderazgos carismáticos” en el Pro, en la CC y en
el radicalismo, así como reclamos de programas racionales explícitos en los
tres espacios.
Ambos componentes tienen “pros y contras”. Los liderazgos
catalizan opinión más allá de las propias fuerzas, entusiasman a seguidores,
simplifican la participación emocional. Pero a la vez, potencian las brechas,
endurecen los debates y le quitan grises a la gestión. Las estructuras
incorporan la infinidad de matices de la vida social, son más reticentes a las
adhesiones personales, le quitan agilidad a la toma de decisiones y pueden
trabar, si funcionan en forma inadecuada, decisiones urgentes. Pero a la vez,
dan estabilidad, los consolidan en forma de proyectos integrales, son más
indemnes al deterioro de los liderazgos personales y son más compatibles con
sociedades complejas, plenas de matices e intereses parciales.
¿En qué categoría ubicamos al actual gobierno? Los considerados comunmente como “Pro-puros”, sector interno del PRO que conformó su núcleo
fundacional, seguramente lo ven como el resultado de una convocatoria personal
del presidente Macri. Desde algunos sectores de la CC se escucha el
convencimiento que “sin Lilita, no hubiera existido Cambiemos”. Otros sectores
del PRO y los radicales se motivan con
la ilusión de pertenecer a una coalición madura de gobierno, con un proyecto definido
y sin liderazgos hegemónicos.
Parece claro que la personalidad presidencial es decisiva en
la catalización que requiere cualquier cotejo electoral exitoso y ello
pareciera darle algo de razón a los “posmodernos”. Y la tienen. Pero esta
convicción debe matizarse a un punto que cambia su esencia: sin Cambiemos, no
hubiera existido Presidente Macri. La sociedad ideal aún no existe, y todo
presente es una superposición de coyunturas en las que juegan visiones diversas,
en este caso entre la idea diferente de la política de muchos quienes integran
la Coalición, la de sus opositores y –lo que es más importante- la que tiene la
propia sociedad, que tampoco es unívoca sino que está atravesada por infinidad
de matices entre los propios, los extraños y los neutrales en permanente
desplazamiento.
Por lo pronto, un dato se impone: la urgencia de la
recuperación institucional plena. Justicia independiente, prensa libre, debate
horizontal, superación de tabúes, desconcentración del poder hacia los escalones
y con las mediaciones constitucionales y legales son necesarios para que cada
tema de agenda no se convierta en una pelea “de vida o muerte” para nadie. La
superación de los coletazos de la última década de latrocinio populista, sobre
la que deberemos en algún momento correr la página, nos despejará la vista del
camino hacia adelante y de los debates necesarios de cara al futuro. Mientras
tanto, es necesario el presidente Macri y es necesario Cambiemos. No es posible
por el momento prescindir ni de uno ni de otro.
El futuro –opaco- dirá hacia dónde se termina inclinando la
balanza. Si es hacia el “macrismo”, Cambiemos será una experiencia efímera, aun
siendo exitosa, limitada por la biología o aún por las veleidades inexorables
del devenir político. Si es hacia “Cambiemos”, habremos iniciado la
reconstrucción estratégica de una organización política plural, seguramente
protagonista central –junto a otras- de los años que vienen.
Ricardo Lafferriere