lunes, 1 de abril de 2013

Coparticipar la emisión monetaria. ¿Un dislate?



“Si vamos a truchar, truchemos todos”, expresó hace algunos meses la señora presidenta, refiriéndose a la falsificación de números que realiza su gobierno de importantes números de la economía del país.

Comentamos en su momento la expresión, evidencia de la escasa ética pública con que se enfocan, desde el actual oficialismo, los problemas del país.

Hoy, ante la demora en comenzar sus clases de más de cuatro millones de niños argentinos, pertenecientes en su enorme mayoría a familias de compatriotas de menores recursos que no pueden evadir la trampa de la falta de educación enviando sus hijos a colegios pagos, es oportuno recordar que la situación no se produce porque “el mundo se nos vino encima”, sino que es la consecuencia inexorable del vaciamiento de las finanzas provinciales generada por la inflación.

Cierto es que hay responsabilidad directa de la administración provincial. Sin ir más lejos, su distrito vecino, la Capital Federal, no sólo tiene clases normalmente, sino que fue uno de los primeros distritos en cerrar las paritarias con los gremios docentes, pactando niveles salariales que superaron claramente la paritaria nacional y se acercaron a la inflación sufrida.

Sin embargo, no puede olvidarse que la gran inflación desatada por la emisión monetaria descontrolada tiene sobre las provincias un efecto demoníaco. No se trata, en efecto, sólo de la arbitraria distribución de recursos coparticipables. Es mucho más grave.

La inflación, como lo explican los economistas, puede tener varias causas. No son idénticas, ni de la misma magnitud. Pero en el caso argentino, un componente central del proceso inflacionario es la emisión que realiza el gobierno nacional tomando papeles impresos sin respaldo económico ni legal por parte del Banco Central para financiar sus gastos por encima de sus impuestos.

Esa emisión, que alcanza ya al 40 % del circulante, tiene los mismos efectos que una falsificación de dinero. La sobreabundancia de papel moneda, cada vez más papel y menos moneda, le hace perder su valor, lo que como contracara aparece ante los ciudadanos como un “aumento de precios”, frente al que, obviamente, tratan de defenderse. No es casual que el valor de la divisa en el mercado no oficial sea, justamente, alrededor del 40 % más que la “oficial”.

Pero este fenómeno tiene otra consecuencia fatal: cuando aumentan los precios por la emisión, el estado nacional que “administra” Cristina no tiene mayor problema en aumentar sus pagos. Recurre a la sencilla práctica de fabricar más papel moneda y con eso paga.

Las provincias no pueden hacer eso, porque no tienen Banco Central propio. Y tampoco pueden recaudar, porque sus principales ingresos son retenidos por el Estado Nacional, que los recauda en su nombre (porque son concurrentes) pero que no se los remite, y que, además, no favorece la discusión de la Ley Constitucional de Coparticipación Federal de Impuestos, que debería estar sancionada desde el  31/12/1996 –artículo transitorio 6° de la Constitución Nacional-.

Sus costos aumentan día a día –no sólo salarios, sino insumos e inversiones- afectando inexorablemente a servicios prestados a los ciudadanos –salud, educación, justicia, seguridad, vialidad- que la Nación no presta. En términos más sencillos, la inflación que genera Cristina provoca que Scioli, Macri, de la Sota, Colombi, y todos los gobernadores, no puedan mantener al día sus gobiernos. Y tampoco los Municipios, últimos eslabones de la cadena.

Es una tenaza que les aumenta costos pero que, a diferencia del gobierno nacional, les reduce ingresos. Políticamente, significa por último que vacía de auténtica vida política a las jurisdicciones locales que en lugar de debatir qué hacen con sus recursos, quedan reducidas a discutir homenajes.

La presidenta, por su parte, está en el mejor de los mundos. La inflación le hace “recaudar” más, lo que le falte lo imprime, y por último le permite utilizar las remesas nacionales, como “ayuda”, a cambio de disciplinarse a sus intenciones políticas. Diana Conti y el propio ministro De Vido lo han dicho expresamente: habrá fondos para el que se discipline. Y el presupuesto discutido en el Congreso queda también convertido en un papel intrascendente.

La situación actual es pre-constitucional. Es más: claramente es un barbarismo legal. No hay país en el mundo que no tenga reglamentada en forma clara y terminante su régimen fiscal. En el fondo, las Constituciones deben reglamentar ese tema, a la vez que las relaciones entre el poder y los ciudadanos. La metodología del sistema rentístico del país no se corresponde a un estado de derecho y está generando fuertes responsabilidades de futuro a los funcionarios que la ejecutan.

La financiación pública con emisión y sin aprobación parlamentaria previa debería ser proscripta y convertida en delito, asimilándola a la falsificación de dinero. Pero mientras ello no ocurra, y mientras no se ponga en caja la arbitraria recurrencia a esa emisión sin respaldo, ésta debería ser coparticipada.

Esta medida puede parecer alocada, pero no se ve de qué otra forma puede detenerse el ajuste sobre los argentinos que reciben los servicios brindados por las provincias, que no otra cosa es la inflación desatada.

El remedio de fondo no puede incluir este mecanismo espurio de financiamiento público. Pero mientras exista, no es posible aceptar que sea utilizado por uno de los órganos del Estado, el nacional, que poco o ningún servicio presta a los ciudadanos, mientras que aquéllos que sí lo hacen queden convertidos en la correa de transmisión de un ajuste inmisericorde que llega a todo el país, pero cuya expresión más clara la estamos viendo, hoy, en la provincia de Buenos Aires. En el mes de abril, pasando Semana Santa, los niños están aún sin clases.

Si hay perversión en un ajuste, es ésta.

Ricardo Lafferriere



martes, 26 de marzo de 2013

Consecuencias...



                Si hay algo en política que es inevitable, son las consecuencias.

                Un querido y recordado co-provinciano, César Jaroslavsky, solía decir que en política importan los resultados. No pretendía con eso, obviamente, justificar los medios por los fines, sino advertir sobre la tendencia a la hiper-teorización que termina olvidando la realidad y  logrando lo contrario de lo buscado.

                La reflexión viene a cuento del debate que se está realizando en el campo político sobre las alianzas de cara al proceso electoral, que deben definirse en pocas semanas ante el vencimiento del plazo de inscripción.

                Desde esta columna hemos sostenido durante más de una década que el sustrato político-cultural de la Argentina muestra dos grandes agregados con vocación de gobierno: uno, populista y otro republicano. El primero ha logrado unificar sus vertientes y ha ofrecido a la sociedad una alternativa con fuertes aspectos condenables, pero con capacidad de contener sus diferencias y disciplinar a los propios. El segundo, a raíz de una impostación evidente de sus presuntas “diferencias ideológicas”, muestra incapacidad de articular consensos y de disciplinar a sus integrantes.

                No se agregue acá el argumento de “izquierdas” y “derechas”, porque las hay en ambos agrupamientos. Ni tampoco se busquen intenciones ocultas en quien esto escribe, que ha sido y es transparente en sus reflexiones y en su vida política. Claramente, es partidario de una Argentina republicana y democrática, solidaria y abierta, plural, cosmopolita y moderna. Si hay algo que no mira con simpatía es el populismo autoritario, la utilización clientelar de las necesidades angustiantes de los compatriotas y tampoco la violación de las normas, cualquiera sea su excusa.

                En los viejos tiempos de la militancia temprana, que en este caso comenzó a finales de la década de los 60 del siglo pasado, estaba de moda la expresión “contradicción fundamental” para indicar la prioridad coyuntural de lucha –y en consecuencia, de programas de cada etapa, y de alianzas- que permitirían avanzar en la construcción de una sociedad mejor. 

                En plena dictadura, estaba claro que la “contradicción fundamental” estaba señalada por la ausencia de democracia. Como correlato directo el programa de la etapa debía contener las medidas destinadas a instaurarla, y el frente a construir debía abarcar a todos los sectores políticos y sociales que concibieran a la democracia como un marco necesario para continuar cada uno su prédica por sus objetivos respectivos de largo plazo. Una nueva etapa daría lugar a nuevos objetivos prioritarios, nuevos acuerdos y seguramente alianzas diferentes. Pero antes, aislar al rival, y vencerlo.

                Éramos jóvenes radicales y la fuerza en la que militábamos estaba tomada por la agenda de 30 años antes, cuando el partido que integrábamos se soldó al calor de la fuerte lucha por las libertades públicas, en tiempos del gobierno peronista. Su rival –visceral, emotivo- era el peronismo. Costó mucho predicar la tesis de que la “contradicción fundamental” había cambiado y que lo que se trataba entonces no tenía relación con el problema de treinta años atrás, sino que era recuperar la democracia y para ello el acercamiento e incluso el acuerdo con todo el arco democrático, y aún con el peronismo, era imprescindible.

                Ahora, pasaron otros treinta años. La “contradicción fundamental” no enfrenta más al pueblo con la dictadura. La soberanía popular rige, las FFAA prácticamente no existen y los problemas del país pasan por otras prioridades y otra agenda. Repetir la misma receta que en los años 70 y 80 significa hoy la misma actitud inoficiosa que, en los 60 y 70, anulaba la capacidad de razonamiento de honestos dirigentes radicales a los que se les hacía difícil entender que, porque los tiempos cambiaron, sus viejos e implacables rivales debían convertirse en sus socios.

                Hay otros problemas, relacionados con el retroceso institucional, su reemplazo por la discrecionalidad populista, la aberrante exclusión social, el crecimiento de las redes delictivas, la utilización clientelar de los recursos públicos, la dilución de los límites del poder frente a los ciudadanos, la grotesca –y arcaica- forma de relacionar el país con el mundo, tanto en su economía, su política, su cultura, y hasta en su visión del escenario global en formación. Treinta años después, el futuro que debemos construir es otro.

                Hoy, la “contradicción fundamental” exige diseñar una identidad y desde allí formular las alianzas que se hagan cargo de la agenda actual de los argentinos , para los que los derechos humanos no se reducen más a “los juicios a la Junta Militar” de hace treinta años sino que reclaman construir el piso de dignidad que garantice a cada compatriota vivir con seguridad, tener un sistema legal, judicial y policial que lo defienda, poder acceder a una educación y a una salud de calidad sin pagarlo con la humillación del clientelismo, y participar de un espacio público sin prepotencias, pleno de libertad y espacios de contención a cada compatriota que desee poner su vida, su tiempo, su recursos o su capacidad de trabajo al servicio de los demás, para construir una sociedad abierta, próspera, solidaria y moderna.

                Y honesta…

                Entonces…cuando analizamos las consecuencias de las alianzas que por ahora aparecen, no parece buena idea olvidar lo que inexorablemente está a la vuelta de la esquina de la división de lo que debe unirse. Lo hemos sufrido en el 2003, en el 2007, en el 2011… La división del campo democrático republicano producirá al país otro turno populista. Es inexorable. Por más elaboraciones teóricas que pretendan justificarlo. Por más impostaciones ideológicas que arranquemos a nuestro entendimiento. Porque el otro campo ha demostrado que sabe unir y disciplinar sus fuerzas. Y eso, en política, es lo que produce resultados.

                Por último: en esa política del escenario, hay pocos ingenuos. Entre los aplaudidores de uno y otro sector puede haber desorientados y crédulos. Entre los que deciden, todo se analiza. Si se toma un camino es porque su consecuencia ha sido asumida y racionalizada como un objetivo que –han considerado, unos y otros quienes lo diseñan- vale la pena perseguir. Alejandro Katz decía, en “La Nación”, hace un par de días: "...Se ha creado finalmente un confort mutuo en el cual unos gozan mucho del poder y otros de no tenerlo, aunque están vinculados, mientras la sociedad civil mira para otro lado....". Esa es la consecuencia.

                Otra cuestión es que eso sea correcto. Desde esa perspectiva los argumentos son otros, más distanciados del análisis político y no siempre publicables.

Ricardo Lafferriere

jueves, 21 de marzo de 2013

Hacia nuevos contextos ideológicos


Curiosos revulsivos atraviesan los contextos ideológicos del pensamiento político actual, en todos los niveles.
En el mundo occidental, el capitalismo liberal debe lidiar con el desborde de las operaciones financieras, cercanas al libertinaje, mientras la socialdemocracia se afana en encontrar la forma de justificar los recortes sociales para salvar a los bancos. Y en el oriental, los otrora líderes revolucionarios –Rusia y China- se han convertido en los capitalismos más salvajes, que funcionan en el límite mismo de la esclavitud de sus pueblos.
Mientras en la Europa desarrollada los pueblos reclaman más regulaciones estatales para poner límites a los banqueros que la han llevado a una crisis inesperada e inexplicable, en los orientales esos mismos pueblos exigen más libertades, para poner límites a los desbordes inmisericordes del poder y la corrupción de sus burocracias y autocracias.
En este curioso escenario, leer a Ulrich Beck, neomarxista austríaco, criticar a la “Europa alemana” reclamando, a diferencia de los “indignados” del sur del Continente, no más Estado sino más Europa, postulando un nuevo contrato social que incluya el compromiso con el piso de dignidad y ciudadanía para todos, parece en las antípodas de Li Xiao Bo, Premio Nobel de la Paz 2010, encarcelado en China con una condena de once años de prisión por disidente, reclamando para su país las libertades occidentales, el respeto del derecho de propiedad con los mismos argumentos de Locke y Montesquieu, y la vigencia de las libertades públicas como lo exigía Rousseau.europa
Atrás han quedado las descalificaciones –ciertamente, muchas veces bien fundadas- a Estados Unidos por su “imperialismo”, multiplicadas por las usinas y partidos occidentales franquiciados. China se comporta hoy como los colonialismos más retrógrados, liderando la polución ambiental, la expoliación de recursos naturales no renovables y la superexplotación de la fuerza de trabajo, no sólo en su territorio sino donde sus empresas “estatales” llegan.
Rusia exporta sus mafias, y sus viejos franquiciados financian su subsistencia haciendo porosos sus límites con el narcotráfico. Los países árabes, por su parte, tienen sus propios indignados: hartos de sus burocracias corruptas piden democracia, pero no están dispuestos a tolerar límites a su orgía de libertad haciendo dificultoso su reordenamiento político. Escenario ideal, si es que los hay, para los “autoexcluidos”, curiosos especímenes productos de la post-guerra fría, entre los que se cuentan toscos autoritarismos, fundamentalismos integristas y sobrevivientes fantasmales del mundo de la polarización ideológica de la segunda posguerra.
En ese mundo navegamos y buscamos puertos de llegada, cuyas imágenes hoy por hoy se resisten a atravesar la bruma. Una verdad, sin embargo, está clara: no hay nada seguro, ni estable, ni irrebatible. El mundo “líquido” de Bauman parece más funcional al “pensamiento débil” de Vattimo, que a las “coherencias ideológicas” de las cosmogonías del siglo XX.
Y una consecuencia sobresale: la necesidad de un nuevo “ethos” en el que la disposición a escuchar retome su lugar, reemplazando a las “profundas convicciones”, las “intransigencias” y los “límites” subjetivos.
El dialogo será la herramienta para construir un nuevo “sujeto histórico” con los nuevos excluidos de la posmosmodernidad. Allí estarán quienes defienden el planeta de la expoliación de sus recursos, los indignados de Nueva York y Europa, los desesperados de los países árabes, los que resisten la opresión en China, los que buscan entre nosotros la reconstrucción de los puentes de convivencia, los migrantes que sueñan con mejorar sus vidas, en suma los “sobrantes” –en palabras de Bauman- de un sistema que, en el rumbo que va, no tiene destino.

martes, 19 de marzo de 2013

Cristina y Francisco, ¿dos Argentinas?


Intransigente una, componedor el otro. Agresiva la primera, respetuoso el segundo.
Desafiante de límites e instituciones ella. Admirador de la convivencia y la diversidad, él. Prepotencia o diálogo. Soberbia o humildad.

Podría seguir señalándose diferencias casi hasta el infinito. Y ambas imágenes representarían al final las dos formas de enfrentar "el mundo y la vida" de nuestros compatriotas. Una siempre "buscando camorra", la otra siempre construyendo consensos.

En los últimos tiempos, ha sido la primera imagen la que el mundo recibía como nuestro mensaje. Tolerantes con las trampas y los incumplimientos. Soberbios en nuestro desprecio hacia los demás, como si fuéramos el ombligo del género humano. Acreedores eternos de la admiración ajena, a la vez que crónicos deudores fallidos por no saber cómo administrar ni siquiera las riquezas heredadas, haciendo goles con la mano y trampeando con descaro.

Esa Argentina, con su devaluada consideración general, se mostraba a todos como la única -o, al menos, predominante- identidad cultural y política de nuestra patria.

Pero hay -y siempre hubo- otra Argentina. Muestra al mundo, con Francisco, lo mejor de sí. Trabajadora y humilde, inteligente y culta, solidaria y respetuosa. Una Argentina sufriente por sus propios dramas, para la que la pobreza no es un argumento que justifique prepotencias, sino un compromiso permanente y silencioso por la superación de nuestra calidad de convivencia.

Una Argentina que defiende los recursos naturales y el ambiente con entrega y firmeza, que no admite dobles discursos ni su utilización falaz para la pelea del escenario, sino que  asume esa defensa como otro compromiso frente a las tentaciones que desata seguir depredándolos con el engañoso premio de inmediatos ingresos o riquezas, sea en Famatina resistiendo el sueño del oro, en los Andes defendiendo los glaciares o en Entre Ríos luchando contra el "fracking".

Dos Argentinas.

Tienen, sin embargo, una cosa en común: su capacidad de lucha, su tenacidad, su persistencia, su capacidad para levantarse siempre frente a las adversidades, lejanas al fatalismo. Tal vez es la impronta americana, que lo es no sólo del sur sino una característica de todo el continente. Esa cualidad compartida es un común denominador que también nos identifica.

En todo caso, si fuéramos capaces del milagro del entendimiento rescatando lo mejor de cada una, podríamos quizás volver a ser mirados con respeto y afecto por una humanidad que hoy enfrenta desafíos gigantes, entre ellos dos decisivos:  gestar un acuerdo global que garantice un piso de dignidad para todos los seres humanos y preservar nuestra propia casa común, nuestro planeta, pocas veces en su historia amenazado por peligros tan cercanos y catastróficos como los que hoy afectan nada menos que nuestra existencia como especie. 

Los cambios de actitudes y estilos requeridos para lograrlo parecían hasta hace horas, nada más, muy lejanos. Aún hoy resultan increíbles. Sólo el tiempo mostrará si las piadosas escenas de las dos Argentinas encontrándose en el Vaticano fueron la marca sincera de un cambio de tiempos, o una pose fingida de crudo oportunismo político.

Ricardo Lafferriere

lunes, 18 de marzo de 2013

La lección



                Catorce entrevistas solicitadas, sin respuesta.

                Una audiencia pedida, respondida en menos de veinticuatro horas.

                La lección no necesita traducción. Mucho menos teniendo en cuenta que fue dada aún luego de saber que el propio embajador de ese gobierno fue el mensajero repartidor de carpetas difamatorias, al más puro estilo kirchnerista, entre los purpurados que fueran los electores del nuevo Papa, para bloquear su designación. No les preocupó quedar alineados con lo peor de la iglesia, las mafias vaticanas y los banqueros del Opus.

                A pesar de eso, a pesar de todo, la recibió con cordialidad, humildad, llaneza.

                Por nuestros pagos, ardía la ortodoxia sectaria. No sólo el pasquín oficial de doce páginas. La propia usina ideológica del régimen producía recalentamientos inesperados, como el expresado en el seno de la mismísima Biblioteca Nacional, dueña del relato “académico” kirchnerista.
   
                “Un retroceso político trascendente, inútil, criticable…”, informa la prensa que fueron las palabras del máximo intelectual oficialista, al parecer furioso no sólo por los afiches con que apareció empapelada Buenos Aires afirmando la alegría por tener “un Papa peronista”, sino con la propia orden presidencial de cambiar el enojo por la alegría ante la irreversible situación del nuevo Papa designado.

                Varias veces nos hemos referido en esta columna al “entrismo”, esa estrategia de la izquierda sin votos ni representatividad pero con discurso, que de pronto se encuentra con peronistas que sí tienen representatividad pero a los que les falta relato. Y se lo ofrecen.

                Se ahorran así el nada glamoroso trabajo del compromiso militante en barrios y fábricas, en villas y ONGs, que reciben “servido en bandeja” por quienes son movidos por los impulsos patrimonialistas y necesitan algo qué decir, porque no alcanza con mostrarse como nuevos ricos con terrenos en el sur, empresas estatizadas que les garantizan sueldos portentosos y mansiones no sólo en Puerto Madero y Punta del Este sino en cada lugar del país donde llegan los jóvenes maravillosos de hoy, con el apellido del desaparecido dirigente conservador genuflexo que usan como estandarte.

                El ala peronista del gobierno, la que enfrenta batallas –esperpénticas, pero en las que cree, como el Secretario de Comercio, o el Vicegobernador de Buenos Aires- no se perdió ni siquiera en el primer momento, en que hasta la propia presidenta daba vueltas en círculo sin encontrar la salida. Por instinto sabían –saben- dónde está el sentir popular y si algo no pierden es esa dosis de oportunismo que no puede superarse ni siquiera con la “pureza ideológica” o la intransigencia dogmática.

Éstos, los peronistas del gobierno, son duros e intransigentes cuando se trata de intereses. Difícilmente aflojen el mordiscón si se habla de retenciones, dólar acorralado o precios congelados. Pero si el tema son los símbolos que siente el pueblo que los vota, ahí no se juega.

La diplomática lección de ayer seguramente fue más advertida por los enojados que por los devotos, cuya linealidad probablemente les impide leer las filigranas protocolares y la sutileza semántica de los gestos vaticanos.

Se abre un camino apasionante. Los hechos dirán si el mensaje dialoguista, humilde y horizontal se encarna en el conflictivo escenario público de los argentinos, limitando con su sola existencia la tendencia al absolutismo autocrático, de pronto convertido en una grotesca antigualla conceptual y política.

En todo caso, ello dependerá de la sabiduría de la sociedad, de las mayorías, para interpretar y hacer propio el estilo de construcción cooperativa, deterrando el “o unos u otros” que se le ha querido imponer sin matices en los últimos años.

Un “o unos u otros” que llegó al punto de no aceptar un diálogo pedido por catorce veces nada menos que por el Cardenal primado y Arzobispo de la Capital Federal, que cuando se invirtieron las jerarquías, en menos de un día abrió sus puertas al primer pedido que le hiciera quién por tantas veces hiciera oídos sordos a sus ruegos de diálogo.

Por el bien del país y de nuestra convivencia, sería muy bueno que la lección se aprendiera, y que comenzara una nueva forma de entendernos entre argentinos.


Ricardo Lafferriere

               
               
                

sábado, 16 de marzo de 2013

“Ah, no… peronistas somos todos…”


Como todos los famosos, Perón tenía –o se le atribuye- una singular capacidad de fabricación de frases. También como a todos, muchas le son atribuidas sin que jamás hubieran estado en sus labios.

Pero la que encabeza esta nota, ha atravesado los distintos anecdotarios sin desmentidas. Hace referencia a las divisiones, a veces profundas, que han existido en la historia y en el propio peronismo. Derechas, izquierdas, liberales, nacionalistas, católicos, judíos… “¿y los peronistas, mi General”, le habría preguntado un interlocutor, recibiendo la ingeniosa respuesta del líder: “ah, no…peronistas somos todos…”

Esa vocación de absorción es una de las características del peronismo que ha permanecido incólume, simbolizando tanto la actitud oportunista de muchos argentinos ante el poder, como la incomprensión –discriminatoria, seguramente sin advertirlo- de los peronistas sobre quienes no comparten su alineamiento.

Ahora es “un Papa peronista”… atribuyéndole tal pertenencia por las buenas relaciones que Bergoglio ha tenido con dirigentes gremiales y políticos del partido de Perón.

Nunca hemos visto su ficha de afiliación. Tampoco está su nombre en el padrón del peronismo metropolitano, al que correspondería pertenecer por su domicilio. Su buena relación con los dirigentes peronistas se espeja en similares relaciones que ha mantenido durante su misión pastoral con todo el abanico político local, desde Elisa Carrió y Ricardo Alfonsín hasta Gabriela Michetti y Santiago de Estrada. A ninguno de ellos se le hubiera ocurrido sugerir una pertenencia del papa a la CC, el radicalismo o el PRO, aunque más no sea por un principio elemental de respeto. Y de pudor.

En realidad, nadie puede afirmar si Bergoglio se sintió alguna vez peronista –ya que, como se sabe, “el peronismo es un sentimiento”, y salvo su devoción por los pobres y por su apostolado, y en todo caso su pasión por San Lorenzo, no se le conoce otra pasión-.

Lo que sí parece claro es que jamás se sintió kirchnerista. Y que el kirchnerismo, esa versión del peronismo antiperonista que refleja el viejo anhelo entrista de la izquierda alérgica a la traspiración, el barro  y la miseria, tampoco parece muy interesado en contarlo entre sus filas.

Por nuestra parte, preferimos considerarlo un Papa universal, cosmopolita, ubicado por encima de mezquindades y avivadas, de nacionalismos patéticos y de partidismos sectarios. Un Papa que reflejará lo mejor –y no lo peor…- de una Argentina contradictoria que lo formó y lo cobijó.  No de la que en momentos en que más necesitaba solidaridad, respaldo y apoyo, lo agredió.


Ricardo Lafferriere

viernes, 15 de marzo de 2013

La gran infamia



                “Bergoglio fue un represor, entregador de curas”.

                “I am sorry for you…”, fue el extraño post recibido por mi esposa en su sitio de Facebook, de parte de una amiga norteamericana, pocas horas después de la designación del nuevo Papa.

                No entendimos el mensaje, y ante nuestro pedido de aclaración, nos contestó de inmediato que al comienzo se había alegrado, pero que esa alegría se había transformado en tristeza cuando leyó las noticias sobre los antecedentes del Papa designado, como “cómplice de los genocidas”.

Ante nuestra inmediata –y casi indignada- aclaración, se disculpó de aclarándonos que su post había sido motivado por la identificación y compromiso que ella sabía que nosotros profesamos con los derechos humanos y los principios democráticos.

                Pocos medios en el mundo fueron indemnes a la rápida y aleve campaña que las usinas comunicacionales kirchneristas desataron esas horas inmediatas al nombramiento del Cardenal Bergoglio para ocupar la silla papal.

                Por supuesto, las mentiras tienen patas cortas y las notas posteriores no mencionarían más el exabrupto. Las rápidas reacciones de personalidades indiscutidas en su compromiso con la defensa de los derechos humanos, entre otros Horacio Pérez Esquivel, Graciela Fernández Meijide y Alicia Oliveira fueron los antídotos del veneno.

                Bergoglio jamás tuvo actuación cómplice con la represión. Agregaría: tampoco con los que provocaron la sangrienta reacción dictatorial con sus actos y prédicas previas a la dictadura. Tal vez eso es lo que saca de quicio al actual oficialismo. O tal vez su negación a silenciar su voz cuando creyó oportuno señalar el daño que la intolerancia, los desbordes de poder, la utilización clientelar de la pobreza y el desmantelamiento institucional estaban produciendo en la convivencia nacional.

                Las cosas están claras, pero el daño fue hecho. La gran infamia de las usinas kirchneristas aprovecharon un momento de extrema sensibilidad informativa para impregnar con su prédica sectaria un momento de regocijo general de los argentinos.

                Pero también sirvió para que el mundo observara en directo, en un tema de trascendencia universal, lo que tenemos que sufrir los argentinos cotidianamente en las pequeñas cosas de nuestro pago chico.

Ricardo Lafferriere