lunes, 23 de junio de 2014

La presidenta ante un nuevo default

Su diagnóstico, señora, puede ser correcto o no. La verdad, a pocos le interesa y a nadie importa.

El país no la tiene como presidenta para escuchar su análisis autoexculpatorio sino para que tome decisiones correctas. Su gestión -continuación de la de su extinto esposo, que usted mismo sostiene como una unidad- enfrenta el problema del aislamiento externo desde el comienzo. De hecho, era el principal problema de la agenda argentina al comenzar el período kirchnerista, allá por el 2003.

Cuando su marido y usted decidieron postularse, conocían eso. Y eligieron el peor de los caminos.
Pretender descargar su incapacidad de gestión imputando los problemas a los gobiernos anteriores, a esta altura y luego de haber pasado más de una década con la mayor concentración de poder en la figura presidencial de toda nuestra historia y haber disfrutado de las mejores condiciones internacionales de las que se tenga memoria, resulta agraviante para la inteligencia de los argentinos.

¿Que el mundo es injusto? ¡Aleluya! ¿Que existen poderes concentrados que detentan una hegemonía endiablada? ¡Descubrió la pólvora! ¿Es la presidenta argentina la que va a cambiar estas reglas de juego del mundo, que no han podido cambiar hasta ahora los países más desarrollados de la tierra? Sólo imaginarlo causa risa.

No son diagnósticos lo que se espera de su palabra, sino gestión. Y en el tema de la vinculación con el mundo luego de la declaración de default en la crisis de cambio de siglo su gestión ha sido patética. Sólo falta que culpe de su incapacidad a  Rivadavia por haber contraído el préstamo con la Baring Brothers, en 1824.

El horizonte próximo ha agregado una fortísima dosis de incertidumbre a la que ya teníamos como consecuencia de las irresponsables decisiones impulsadas desde el 2005. El ahogo externo se acentuará, lo que incrementará el precio de la divisa, reducirá el salario, profundizará la recesión, aumentará la desocupación y hará más vulnerable al país y a su economía.

Todo eso no es responsabilidad de Alfonsín, de Menem, o de De la Rúa, sino de la gestión que hace más de una década tiene las riendas exclusivas y totales del Estado. El país es uno, como lo es su historia, y a quienes les toca enfrentar los problemas de cada momento se les exige que los resuelvan, no que se entretengan elaborando relatos calenturientos sobre lo que hicieron quienes les tocó antes, mientras los problemas se agigantan. Como ahora.

Desde esta columna hemos dicho, no ahora sino ya desde el 2005, que el país debía normalizar su situación externa totalmente y que no podía seguir por el mundo esquivando acreedores, trampeando deudas o victimizándose como los estafadores seriales cuando quienes nos prestaron fondos en su momento pretenden cobrarlos. El tiempo de culpar al "imperialismo" de la incapacidad propia pertenece a la historia, y hoy sólo un par de países en el mundo actúan con este nivel de irresponsabilidad.

También dijimos que era altamente improbable que los jueces norteamericanos resolvieran no aplicar la ley vigente, a la que la Argentina se sometió expresamente y que era mejor realizar un arreglo, el mejor que fuera posible, antes que enfrentar el inexorable camino hacia un nuevo default. Pero privó el capricho. Hoy estamos en el peor escenario.

La verdad, y como también lo hemos sostenido, ésto no tiene remedio con esta gestión. Las cosas no pueden mejorar, sólo empeorarse. Aún sabiendo que no es políticamente correcto pedir una renuncia, cada vez está más claro que sólo un cambio total del equipo de gestión, incluyendo la presidenta, puede cambiar la historia sin hundirnos aún más en un pantano del que resultará también cada vez más difícil salir.

Ricardo Lafferriere





domingo, 8 de junio de 2014

Coordinación. Pensamiento. Nacional

El pensamiento es, por definición, individual, personal, fruto de un misterioso conjunto de procesos químicos producidos en el cerebro humano.

Atribuirlo a un "colectivo", como la Nación, es siempre un simbolismo. Por lo pronto, necesita un supuesto: definir con claridad los límites de ese colectivo. Ha sido uno de los problemas del marxismo, con el concepto de "clase obrera" y pretender infructuosamente para sus integrantes una sola forma de entender el mundo.

La Nación, como concepción política, es una creación relativamente moderna. Su auge se dio a mediados del siglo XIX, interpretando los procesos de unidad de países europeos antes fragmentados. Se llegó a ella por varias vías. Los pueblos germanos, por la raza. Los latinos, por la cultura. Otros, por la lengua o la religión. Siempre frente a "otros", generalmente vecinos.

¿Cómo lo hicimos los argentinos? Raza, cultura, lengua, religión, no marcan "límites" y mucho menos los marcaban en tiempos de la Constitución Nacional, que instituyó el concepto adoptando el pensamiento político más avanzado de la época. Nuestros vecinos, ahora y mucho más antes, tienen las mismas raza, cultura, religión y lengua.

Nuestra idea nacional, nuestro "patriotismo"', fue territorial. La imagen de la Argentina es la forma que tiene el territorio en el mapa.

Es lo común en América, pero no en el mundo. Ha sido distinto en países conformados alrededor de linajes monárquicos, por ejemplo para la identidad británica derivada de un imperio universal o para un ruso que concibe a su país con fronteras siempre móviles. Tampoco el territorio ha sido central para la autopercepción de otros, por ejemplo para un polaco que ha oscilado en poco más de dos siglos de ser uno de los países más extensos y poderosos de Europa, desaparecer, renacer en un pedazo de su viejo territorio, desaparecer nuevamente absorbido por dos de sus vecinos -que además, mataron todos sus sectores dirigentes intelectuales, empresarios, políticos, obreros, culturales en un infructuoso propósito de extirpar su memoria- para luego renacer en otro territorio, con otras fronteras, pero con los mismos vecinos, aunque en otra circunstancia histórica.

Otros surgieron de guerras en las que ellos no participaron, ya que ni siquiera existían como tales, por ejemplo países del Oriente Medio. O los israelíes, sin territorio durante dos mil años. 

Las formas, en síntesis, son tan diversas como países existen. El "pensamiento" que los "identifica" tiene en consecuencia, también justificaciones diversas. La religión, guerras históricas, la lengua compartida, su ubicación geopolítica, etc. etc.

Nuestro sentido de pertenencia es territorial. ¿Significará ésto que la nueva Secretaría "coordinará" el "pensamiento" de todas las personas que convivimos en este territorio? La sola idea es absurda. Porque tampoco podemos ignorar que entre nosotros, la expresión "pensamiento nacional" expresa no a todos, sino a una de las construcciones ideológico conceptuales que se ha definido también por su "contrario", tradicionalmente identificado con ideas liberales.

El nuevo Secretario, en sus primeras declaraciones, ha hablado de "convocar" a todas las "corrientes" y eso es tranquilizador para quienes sospecharon, con fundados motivos, de un intento de profundizar la manipulación desde el espacio estatal de la interpretación "oficial" de la historia y de las ideas.

La nación es una categoría histórica, decíamos, de factura relativamente reciente. Su tendencia actual es diluirse en otros espacios a medida que avanza a ritmo acelerado el cambio de paradigma universal hacia estadios crecientemente globalizados. El nuevo desafío para quienes "con-vivimos" en este territorio es abordar esa reflexión, so peligro de ser arrastrados en forma acrítica en una corriente avasallante y con importantes aspectos desconocidos.

La humanidad ha entrado en un proceso -iniciado luego de la 2a Guerra y acelerado al terminar la Guerra Fría- de universalización de valores -derechos humanos-, problemas globales -energía, deterioro ambiental- y reconversión económica -desarrollo tecnológico y globalización de fuerzas productivas- cada vez más alejado de los que motivaron las elaboraciones conceptuales y alineamientos ideológicos de tiempos de las "naciones" y más cerca de la humanidad en su conjunto y de los seres humanos en su dimensión esencial, más que nacional.

Hay -y habrá- coletazos, asincronías y amenazas de regresos a la geopolítica de otros tiempos. El futuro, sin embargo, que es el espacio natural de la política en su papel de conducción de los procesos sociales, requiere otra cosa. Coordinación, si. Pensamiento, si. ¿Nacional? Tal vez, aunque concentrada en la complicada imbricación de los argentinos en el mundo.

Humanidad, casa común planetaria y seres humanos, justamente los grandes ausentes de las ideologías del siglo XX, siguen reclamando que los argentinos les abramos siquiera un pequeño espacio en nuestro pensamiento reflexivo. No queda por ahora la sensación que la nueva Secretaría ayude en esa tarea, la mayor que deben abordar las personas en esta etapa histórica.


Ricardo Lafferriere

domingo, 1 de junio de 2014

El triunfo de la realidad

El apoyo del gobierno norteamericano fue decisivo para obtener el acuerdo con el Club de París.

Ese apoyo, sin embargo, no se debió a la seducción de Obama por las bondades del “modelo”, sino a la decisión del kirchnerismo de realizar un cambio copernicano en las decisiones económicas.

El acuerdo con REPSOL, la devaluación, el enfriamiento de la economía, el reconocimiento de la totalidad de la deuda con el Club de París sin quita alguna, los salarios perdiendo frente a la inflación, la apertura de la explotación de Vaca Muerta a los petroleros norteamericanos y la anunciada autorización para el giro de dividendos a bancos y empresas extranjeras conforman un paquete impensable en tiempos en que el “modelo” pretendía negar la caprichosa “realidad”.

Recordaba en estos días Jorge Raventos la graciosa afirmación de Néstor Kirchner al justificar ante José P. Feinman algunas medidas enfrentadas con la ortodoxia de la izquierda-populista: “la realidad es reaccionaria”. Hoy ha quedado demostrado una vez más que la realidad no es reaccionaria ni progresista. Simplemente es.

El arte de la política no consiste en negar la realidad, sino en cambiarla. Para hacerlo, debe reconocerla. Negarla tiene como consecuencia dejarle el camino libre, renunciando a la posibilidad de cambiar su rumbo dentro de las posibilidades limitadas de la política, que es apenas uno de los órdenes de esa realidad. Reconocerla pemitirá, por el contrario, advertir qué cosas es posible cambiar y a qué ritmo, posibilidades e inexorabilidades, durezas y flexibilidades.

La política no es, además, el campo más poderoso de la realidad. Su fuerza –cuando la tiene- se apoya en la unidad de reflexión y acción de la mayoría ciudadana. Si se divide y polariza a la opinión pública con discusiones que nada tienen que ver con ese cambio, se la esteriliza y más ventaja se le da a las fuerzas más potentes de la realidad. Eso hizo el kirchnerismo durante su gestión. Debilitó a la política. Desguarneció a los ciudadanos. Renunció al cambio.

La realidad volvió por sus fueros y triunfó. Del viejo “modelo” sólo quedan hilachas del “relato”, que se revuelve en esfuerzos dialécticos para justificar “por qué nos obligan a devaluar”, o condenar “el manejo monopólico de los precios”, como si quienes hablan fueran oposición y no hubieran gobernado más de una década.

Sería bueno que esta nueva experiencia sirviera para hacernos abandonar el Jardín de Infantes. Un país cuya mayoría renuncia al pensamiento crítico, segrega al que alerta con razones y condena al que advierte porque analiza, está condenado a recaer.

Una política que abandona la experiencia y reniega observar –a sí misma, al entorno regional y al mundo-, difícilmente acierte en las políticas públicas que reconociendo la realidad, busquen su cambio progresivo hacia metas compartidas por la mayoría ciudadana.

Lo malo del kirchnerismo no han sido sus utopías, sino su primitivo bagaje intelectual y su incapacidad de análisis y gestión. Pero debe reconocerse que no estuvieron solos. Gran parte de la opinión nacional no kirchnerista los acompañó en los dislates y no sólo desde el peronismo.

Los sainetes de su “ala intelectual”, el alineamiento grotesco de dirigentes de experiencia aplaudiendo cualquier cosa y la connivencia de sectores opositores que renunciaron a diseñar la alternativa dejaron al país huérfano de política. Sólo ocupó el escenario el discurso rudimentario del “relato”, señalando al mundo con osadía iletrada el “descubrimiento” criollo: es posible vivir sin trabajar, sin invertir, sin pagar deudas, ahogando el capital productivo, apropiándose impunemente de ingresos ajenos, rebajando la educación, dividiendo la sociedad, fabricando papel-moneda sin respaldo, premiando la corrupción, castigando a la producción, olvidando la infraestructura, consumiendo las reservas y aislándose del mundo.

Tal vez sea injusto, sin embargo, cargar las tintas a Néstor y Cristina. Ellos hicieron lo único que sabían sin ocultarlo. Luego de un lustro de gobierno y dos gestiones desastrosas, la presidenta fue elegida masivamente para su reelección. Su receta fue simple: hacer en secreto lo malo e impostar la publicidad de lo bueno. Ignorar la corrupción y adueñarse de la asignación universal a pesar de haber “robado” una iniciativa opositora. Dividir a la sociedad con épicas inventadas y concentrar la voz oficial en espacios sin posibilidades de debate. El Jardín de Infantes hizo el resto.

Enfrente, una armada de brancaleone prefirió el orgullo de disputar algún céntimo más en la elección y seguir disfrutando bancas “opositoras”, en lugar de articular una alternativa que le diera seriedad al debate público, aunque más no fuera para recuperar algo del prestigio perdido. Desde esta misma columna insistimos hasta el último instante, en 2011, la necesidad de unificar la oferta opositora, recibiendo la respuesta tan infantil como grotesca de aferrarse a las “ideologías”, como si el país viviera en el siglo XIX y el problema nacional tuviera carácter ideológico.

Hoy están a tiempo. Tal vez lean –como lo está haciendo la propia presidenta- a donde lleva negar la realidad. No es gratis: deriva en dejar en sus manos su propia evolución y renunciar a la única herramienta con que cuentan los seres humanos para tomar las riendas de los procesos sociales, que es la política.

Sin política –es decir sin transparencia, sin reflexión, sin diálogo entre miradas diversas, sin acuerdos amplios- el devenir es fijado por quienes se mueven en las sombras, saben lo que quieren y cómo lograrlo. Mostraron cómo pueden poner en jaque incluso a los países y gobiernos más poderosos del mundo, cuando –hasta ellos…- no logran actuar en conjunto para disciplinarlos. Y la política, en este nuevo mundo de mega-poderes fácticos globales, es estéril e impotente si no cambia su actitud agonal por el comportamiento cooperativo. Por más que se levante el dedito, recite el “relato” de memoria y pretenda una infalibilidad  que ya no tiene –y tampoco reclama- ni el mismo Papa.

Ricardo Lafferriere

jueves, 29 de mayo de 2014

Club de París. Igual que el INDEC

Una buena noticia que no nos salva del enchastre
                Los 2000 millones de dólares de más que los argentinos hemos pagado a los acreedores por la “picardía” de Cristina y Guillermo de Moreno al falsificar el INDEC y simular un crecimiento que no existió son una de las consecuencias de haber vivido en las nubes del “relato”.

                De la misma forma, el reconocimiento  al Club de París del 100 % de capital e intereses por el capricho de no haber iniciado las negociaciones apenas salidos del default, implica –al menos- la pérdida de una suma similar. En efecto, en el 2005 se informaba por todos los medios de la época que la deuda pendiente no alcanzaba los 6000 millones de dólares. Hoy son más de 9000.

                Ningún mérito conlleva perder –nada más que por estos dos conceptos- más de cinco mil millones de dólares, sólo por el motivo del capricho y el infantilismo de la gestión kirchnerista. Como es ya usual, demoran años en entender lo que indica el sentido común y el bien del país.

                Arreglar la deuda con el Club de París es una buena noticia, de cara al mundo. Comienza a romper el aislamiento financiero e inversor, y la imagen de país tramposo consuetudinario. Eso es positivo.

                El relato del Jefe de Gabinete, informando con euforia el acuerdo, recuerda al parlamento aplaudiendo de pie la suspensión de pagos de la deuda externa en el 2002. Alegrarse hasta el desborde por haber arriado sus banderas e impostar el ataque a la oposición luego de hacer –tarde y mal- lo que la oposición le viene reclamando desde hace más de un lustro es considerar que el país y el mundo es un gran Jardín de Infantes con la misma lucidez que la corte de aplaudidores.

Por último, considerar un triunfo una negociación en la que se paga la totalidad de lo adeudado, en plazos inusualmente cortos, concentrados en el período del próximo gobierno en lugar de proyectarlo hacia adelante para que sus efectos no golpeen tan duramente el cronograma de obligaciones del país muestra otra chiquilinada, que no hesita en agregar a la próxima administración más artefactos al campo minado que está diseñando.

            Tan infantil como el otro capricho de no respetar  el artículo 4° del Estatuto del FMI, al que sin embargo, se sigue perteneciendo como socio, anulando gran parte de los beneficios potenciales del acuerdo logrado impidiendo acortar los plazos establecidos y evitando algún control público del probable dispendio del gasto estatal en el próximo año y medio.

 Una buena noticia, entonces. Con un trato político que la bastardea, parcializando sus efectos y desperdiciando su potencialidad por la soberbia, egoísmo y corteza de miras de un gobierno que se va.


Ricardo Lafferriere

sábado, 24 de mayo de 2014

Nuevo mundo

"Depender del petróleo importado nos obliga a hacer concesiones a dictaduras sanguinarias y a involucrarnos en guerras lejanas. Cuanto más crecemos, somos más débiles y más dependientes. Este paradigma no tiene salida." Éstas eran las conclusiones que Michael Klare exponía, hace una década, en su libro "Sangre y petróleo: peligros y consecuencias de la dependencia del crudo", llamado a tener una fuerte repercusión en su país y en la reflexión política global.

EEUU se venía involucrando en una guerra tras otra, obligado a defender su "yugular", el petróleo que obtenía del oriente medio. Sostener las autocracias del golfo, regar el desierto de Kuwait, Irak y Afganistán con la sangre de sus soldados y tolerar violaciones de derechos humanos por parte de gobiernos "amigos" no hacía sintonía, precisamente, con la imagen que los norteamericanos tienen de su país y de su papel en el mundo.

China no era aún competencia y Rusia, su viejo rival de la 2ª posguerra,  se encontraba en el punto culminante de su implosión, buscando su rumbo. El "peligro" inminente para EEUU había dejado de ser ideológico. Eran, en ese momento, los fundamentalismos islámicos.

La era Bush-Cheney terminó. Diez años después,  el escenario no puede ser más distinto.

Rusia ha retrocedido a un estadio cada vez más primarizado. Apoya su economía en la superexplotación y exportación de sus recursos primarios no renovables, especialmente petróleo y gas. Ha abandonado la carrera tecnológica, su industria es cada vez más rudimentaria y la consecuencia es su aislamiento creciente acompañado -como es usual en estos procesos- por el endurecimiento de su política y el primitivo uso de formas prepotentes, tanto hacia sus ciudadanos como hacia el exterior (algo sabemos de eso los argentinos).

China, por su parte, ha "avanzado" a la etapa colonialista –apropiación de recursos naturales- y marcha hacia la imperialista –mercados y hegemonía-. Luego de su ofensiva geopolítica en África y latinoamérica, acaba de ubicar a la propia Rusia como su proveedora de materias primas. En una curiosa inversión del escenario de la guerra fría, cuando la superpotencia rusa aparecía como la "hermana mayor" de una China empobrecida y hambrienta, hoy vemos a China lanzada a un rápido desarrollo económico desafiando la preeminencia  norteamericana, "absorbiendo" recursos primarios de países empobrecidos, al más puro estilo del colonialismo del siglo XIX y adoptando en su región comportamientos crudamente imperialistas con sus vecinos.

EEUU, por último, está logrando su independencia energética en base a tres pilares: la reactivación de su programa nuclear, su masiva apuesta por las energías alternativas (especialmente solar y eólica) y la puesta en valor de sus gigantescas reservas de gas y petróleo no convencionales (shale-oil y shale-gas). Ello le ha permitido concentrarse en retomar su impulso tecnológico y se ha instalado como una economía postindustrial, recuperando claramente su liderazgo en los cuatro sectores "estrella" del nuevo paradigma: nuevos materiales, nanotecnología, biotecnología e informática-comunicaciones, cuya confluencia le permite desarrollar aplicaciones que hace pocos años hubieran sonado a ciencia ficción.

La imbricación recíproca es, sin embargo, muy grande. Rusia con China –y con Europa-, China con EEUU, EEUU y China con el mercado global. Los conflictos se han convertido en problemas “interiores” de todo el planeta, al que le falta una “política global” que enmarque los esfuerzos, procese los intereses encontrados y defina los objetivos. La amenaza del “regreso de la geopolítica” es, en este escenario, un grito de cisne, último estertor del mundo que se va. No debe ignorarse, por supuesto, ya que aún está en condiciones de hacer daño. Pero tiene poco que ver con el nuevo mundo y será superada por la realidad.

Los desafíos de la nueva agenda no requieren tanto lucha como cooperación, porque atraviesan el interior de todos los países, donde también los actores están fuertemente imbricados y son protagonistas de un cambio que no es lineal sino asincrónico, pero sí universal.

Curioso escenario, escasamente relacionado con el existente en la inmediata post- guerra fría y a años luz del mundo bipolar de la 2ª posguerra animado por la lucha entre sistemas antagónicos. Las tensiones son distintas y se relacionan más bien con el diseño del sistema global, los límites en la explotación del planeta, la inclusión de los excluidos y el disciplinamiento de actores que ponen el riesgo todo el sistema, como el desborde especulativo, el narcotráfico y las redes delictivas.

Diálogo y reflexión estratégica madura. Ese es el método, lejos de los gritos e impostaciones del dedito levantado y de las acusaciones destempladas. Lejos del "ellos o nosotros" y ubicándonos todos en el "nosotros" que requiere, por definición, cooperación en lugar de lucha sin cuartel.

Es la potente señal del nuevo mundo retumbando en el vacío de una reflexión local que parece haber renunciado a la indagación creadora para atrincherarse en la repetición acrítica de conceptos políticos y definiciones "ideológicas" aprendidos hace más de medio siglo, para un mundo que desapareció.

Ricardo Lafferriere

martes, 20 de mayo de 2014

Ajustarse cinturones, turbulencias a la vista

En cálculos de la consultora M&S publicadas por Ámbito Financiero, el BCRA deberá emitir alrededor de Cien mil millones de pesos para financiar las necesidades el Tesoro Nacional en lo que resta del año.

La suma equivale a alrededor de un tercio de la base monetaria.

El financiamiento del gasto público con emisión significará un fuerte impulso inflacionario, que sin embargo podría neutralizarse –como ha sido la actitud del BCRA en los últimos meses- elevando la tasa de interés a fin de “chupar” la moneda que el Estado volcará al mercado. Si así no ocurriera, la situación de desconfianza generalizada en el gobierno nacional provocará una fuerte presión hacia la divisa, en un período –el segundo semestre- en el que las entradas y disponibilidades de dólares prácticamente desaparecen, al agotarse el ingreso por venta de soja.

La conducción económica se encontrará entonces frente al siguiente dilema: si no aumenta las tasas, volverá la fuga de divisas con todo lo que implica como elemento desestabilizante de los mercados. Y si aumenta las tasas, el enfriamiento de la economía –que ya lleva varios meses con números negativos- se acentuará, llegando a fin de año -tiempo de los piquetes y protestas- al rojo vivo.

Recordemos que la inflación real se encuentra hoy ya en alrededor del 40 % en los últimos doce meses,  según los cálculos privados más confiables y la medición conocida como “inflación Congreso”. La oficial no existe, ya que no se ha realizado la rectificación de la medición “INDEC-Mentira” luego de la puesta en marcha del nuevo índice, que también es ya motivo de fuertes sospechas de manipulación –al igual que el anterior-.

La tasa de interés, por su parte, se ha fijado en un piso del 30 %, y alcanza a los consumidores minoristas –por ejemplo, titulares de tarjetas de crédito- a más del 60 %, al que hay que agregar un 25 % más como piso –en ambos casos, Tasa Efectiva Anual- si existiera mora. Obviamente, los créditos personales se han derrumbado, y con ellos el consumo de bienes durables. Eso enfría la economía, provocando despidos, destrucción de empleos y reducción de la demanda global..

No es un buen panorama. Y como lo dijimos en nuestra nota de la primera semana del año, no tiene posibilidad de serlo por la situación de extrema desconfianza que el gobierno cosecha ante su discrecionalidad y alegre violación de normas e instituciones, lo que lleva a las personas a tomar conductas defensivas para preservar sus recursos, sus ahorros y sus ingresos. Los argentinos desconfían de la señora.

Sólo habría un camino para acelerar el rebote: un gobierno de unión nacional y un programa económico de emergencia respaldado por todo el arco político que genere la confianza y provoque el cambio de la actitud de los ciudadanos volcándolos a una fuerte actividad inversora. Los argentinos sabemos que ello es imposible, y –curiosamente- no por el recelo opositor, sino por el capricho oficialista. La señora no quiere.

Deberemos, entonces, resignarnos a un año y medio de agonía. Y a pedir a los candidatos a la sucesión -todos ellos, infinitamente más sensatos que la actual- claridad en sus propuestas, para poder votar bien.



Ricardo Lafferriere

sábado, 10 de mayo de 2014

Violencia, política y poder

¿Es justo vincular al gobierno con la ola de violencia que se está instalando en la Argentina?

Desde esta columna, hace ya varios años venimos alertando sobre el avance de la intolerancia en la convivencia. También advertimos sobre el peligro que el contra-ejemplo del relato oficialista trascendiera hacia la sociedad, que fuera otrora modelo de convivencia en América Latina.

La Argentina era caracterizada por su apertura a aceptar lo diferente, tal vez como efecto beneficioso de la recepción de tantas corrientes migratorias que llegaron buscando nuevos horizontes, ante la crisis y violencia en sus países de origen. En este aspecto, alguna lejana similitud con Australia, Canadá o Estados Unidos parecía ubicar a Argentina como el país de los “pioneros” en el sur de América.

Así lo describen las crónicas de viajeros en tiempos del Centenario, cuando uno de cada cuatro pobladores del país había nacido en el exterior, porcentaje que en la ciudad de Buenos Aires alcanzaba a las dos terceras partes de la población. Hasta mitad del siglo XX, nuestro país recibió a los emigrados judíos perseguidos por los nazis, a los nazis perseguidos por los aliados, a los republicanos perseguidos por los franquistas y a todos corridos por la guerra y el hambre.

Por supuesto que siempre existieron reflejos intolerantes, porque las unanimidades no se llevan bien con las sociedades humanas. El espíritu predominante, sin embargo, seguía el paradigma de la tolerancia y la integración.

En algún momento de comienzos de la segunda mitad del siglo XX el virus de la intolerancia fue sembrado nuevamente. Había comenzado su desborde en  1930, con el golpe que derrocó a Yrigoyen, pero la polarización extrema comenzó en tiempos del segundo gobierno peronista, tal vez como coletazo de la impronta seudofascista de algunos de sus componentes y se profundizó con la Revolución Libertadora con los fusilamientos políticos que habían sido superados con la organización institucional del país, a mediados del siglo XIX. Sin embargo, aún en esos tiempos, la violencia sería la excepción, indudablemente condenada por la opinión mayoritaria. Se daba en el “escenario”, pero no era aceptada por la sociedad. La represión antiperonista en el “escenario” no fue acompañada por la polarización en el cuerpo social, que mostró innumerables hechos de solidaridad con los perseguidos protagonizados por sus antiguos rivales en el seno del pueblo.

La segunda mitad del siglo XX fue el contra-modelo. La creciente intolerancia interna fue acompañada por las proyecciones locales de la Guerra Fría. Insurgencia y Contrainsurgencia terminaron conjugándose con violencia guerrillera y violencia estatal. Inundaron de sangre las calles, sin que ninguno de los protagonistas pudiera reclamar inocencia. La violencia dejó de ser condenada y pasó a ser venerada. Matar dejó de ser pecado y se convirtió en una técnica de lucha. La sublimación llegó con la dictadura, cercana al “mal absoluto”. Sin embargo, la sociedad no expresaba esta polarización. La violencia era un fenómeno, una vez más, del “escenario”.

1983 implicó por eso un hito. Fue la sociedad volviendo por sus fueros, ante ese escenario público que había perdido los valores. Lo lideró una convicción de convivencia expresada en la Constitución, corporizada en el liderazgo de Alfonsín y la propuesta política del radicalismo. La convivencia sería el nuevo “ethos”, con grandes esfuerzos del presidente de entonces para responder con gestos de concordia a las constantes convocatorias a una nueva polarización.

En un hecho sin precedentes dos ex presidentes constitucionales fueron los invitados de honor a la asunción del nuevo gobierno. Viejos rivales del nuevo mandatario, Arturo Frondizi e Isabel Perón, izaron la bandera nacional en la Asamblea Legislativa que le tomó juramento. El candidato derrotado fue invitado por el victorioso a ocupar la Presidencia de la Suprema Corte de Justicia, ofrecimiento que declinó. La pluralidad de propia Corte fue un ejemplo, con uno solo de sus miembros políticamente cercano a la fuerza de gobierno.

El país comenzó a edificar su democracia y debe reconocerse que hasta la crisis del 2001 la convivencia se impuso sobre la polarización. No hubo en ninguno de los presidentes entre 1983 y 2002 invocaciones a la violencia, la intolerancia o el desconocimiento del adversario.

Hasta 2003. Ahí cambió el papel modélico del poder. La convocatoria a la división, la polarización y la intolerancia se hizo una constante. El “Nosotros” contra “Ellos” reemplazó al “todos juntos”. El relato público perdió mesura, expresándose en alaridos simbólicos y literales. Terminó proyectándose hacia la propia sociedad. No eclosionó allí hasta que las dificultades económicas le dejaron el campo abonado. Pero cuando esas dificultades se mostraron, también lo hizo el espíritu de intolerancia facciosa y personal sostenido en lo intelectual por la construcción teórica del conflicto, actualización de Schmidtt recreada por Laclau y reproducida por Carta Abierta. La visión confrontativa, polarizante y totalitaria que convertía en enemigo a quien pensara diferente volvía a instalarse en la Argentina y hoy vemos sus consecuencias.

Abuelos asesinados, niños abusados y atacados con violencia por sus propios compañeros, peleas sindicales que terminan a los tiros, relato presidencial estimulando la violencia de los barras bravas, devaluación de las buenas conductas y justificación grotesca de los actos delictuales, tolerancia y hasta imbricación con las redes de narcotráfico y de delitos aberrantes, demérito de actitudes valiosas y exaltación del cinismo, la mentira y la violencia, han sumido al país en un grado de tensión en su vida cotidiana que hace décadas no sufría.

Desde la humildad de esta columna apoyamos el espíritu del llamado episcopal. Lo hacemos como laicos, entendiendo que la dignidad del ser humano no puede fragmentarse en religiones, ideologías o identidad de pensamiento. Pero reconocemos que esa convocatoria a una convivencia decente traduce lo mejor de la historia de este pueblo.

Todo lo que refleje, estimule o incite a resolver diferencias a los gritos, a los golpes o a los tiros, es lo peor del país. Sea el discurso presidencial, el exabrupto de un dirigente, la violencia seudo graciosa en algún programa masivo de entretenimientos, la discusión crispada en paneles de la TV, la tolerancia frente al “bullying" o la reacción exasperada en un incidente de tránsito.

Debemos aislar esas conductas, marcarlas y erradicarlas. Es responsabilidad, como en 1983, de todos y de cada uno. La violencia, en la política o en la sociedad, degrada la convivencia porque en el fondo, se apoya en el desprecio a la dignidad intrínseca de los seres humanos. Nada estable ni valioso puede construirse sobre ella. Esta responsabilidad de todos no oculta, sin embargo, la primaria responsabilidad del poder. Éste, con su ejemplo, instala paradigmas que acaban siendo seguidos, para bien o para mal, por la mayoría de la sociedad.

Ricardo Lafferriere

lunes, 5 de mayo de 2014

Los temas que vienen

El gobierno kirchnerista ha comenzado a recorrer la última parte de su mandato, con el plazo fijo e irrevocable fijado por la Constitución. En menos de dos años, el país comenzará otra etapa que, a estar por las características de los candidatos presidenciales de mayor representación actual, tendrá cambios importantes en el estilo político.

Lo que no cambiará con el cambio de presidente son los problemas, que estallarán en el presente año y el que viene con mayor virulencia que lo que hemos visto hasta ahora. No sería mala idea revistarlos para que la campaña electoral sea el ámbito en el que podamos escuchar las diferentes propuestas, no ya alrededor de la “agenda electoral” de fechas, plazos y alineamientos, sino sobre la del país. Entre otros:

Reconstruir los equilibrios constitucionales y la convivencia. No será sencillo, pero sin ello difícilmente logre instalarse el clima de confianza que estimule inversiones, propias y ajenas. El federalismo destrozado necesita el dictado de la Ley de Coparticipación Federal, sin la cual las provincias seguirán su marcha hacia la insignificancia, trasladándola a los municipios. La justicia colonizada requerirá un máximo esfuerzo de sintonía fina y madurez para separar “la paja del trigo” y recuperar la dignidad de un poder independiente. Y la violencia instalada en la convivencia no es ya la del escenario público (como en los 70) sino que ha hundido sus raíces en el estilo de vida de la sociedad. Asesinatos de ancianos, asaltos con muertes y hasta niños con instintos agresivos desbordados son el resultado de una polarización impulsada desde el poder durante una década, convirtiendo en enemigo al que piensa diferente o que, simplemente, no hace lo que alguien con más poder espera que haga.

Relanzar la actividad económica. Requerirá volver a “fondear” el Estado saqueado por la corrupción ramplona y el populismo irresponsable. 

Está desfinanciada la ANSES, pero también quedará vacío el BCRA, pero a los jubilados habrá que seguir pagándoles y a la industria brindándole insumos importados para su funcionamiento. La presión impositiva impide –en los actuales niveles- cualquier renacimiento productivo, pero el fuerte endeudamiento interno del Estado dificultará su reducción. Una economía cuya única diferencia con “los 90” ha sido la fuente de endeudamiento -antes externo y ahora interno- no ha cambiado la esencia del problema: el Estado sigue exactamente igual de inútil y saqueador de la economía productiva. 

La inflación que dejará el kirchnerismo, a pesar de la insinuación de cambios en los últimos tiempos, se encontrará entre el 50 y el 100 % anual, y con esa tasa es absolutamente imposible pensar en créditos, inversiones y estabilidad. Pero reducir esa tasa requerirá esfuerzos fiscales extraordinarios, en un momento en que, por el contrario, la necesidad de inversión pública para recuperar lo destrozado en esta década será singularmente demandante.

Rehacer la infraestructura. El transporte ferroviario, la hidrovía, las rutas, las comunicaciones, las redes de agua potable y cloacas, la vivienda, se encuentran en un deterioro insoportable, insuficientes para las demandas de los ciudadanos e incompatible con un proceso de crecimiento. Pero el mayor desafío es el energético, en el que se necesitarán entre 6.000 y 10.000 millones de dólares por año para recuperar lo perdido y proveer a las necesidades de una economía que retome su marcha. Es mucho dinero y será imposible sin fuertes inversiones internacionales, las que vendrán sólo a un escenario de estado de derecho, imparcialidad de la justicia y erradicación de la discrecionalidad.

Impulsar nuevamente la masificación y la excelencia educativa. Cualquiera de los dos desafíos sólos son muy costosos. Ambos a la vez lo serán aún más. Pero tanto la convivencia como la posibilidad de un desarrollo inclusivo requieren ciudadanos educados y capacitados, así como un sector científico-técnico imbricado con el mundo y con un sólido desarrollo interno.

Reconstruir la defensa. El país ha liquidado sus sistemas defensivos, en un mundo que está abandonando el período de paz que había parecido instalarse para siempre. El “monstruo grande que pisa fuerte”, la guerra, anda rondando motivada por las razones más diversas. La Argentina necesita desarrollar un sistema defensivo profesional altamente calificado y tecnológicamente avanzado. Cuesta dinero, pero no hacerlo es un peligro, porque obligará a depender de otros para nuestra propia seguridad. El ejemplo de Ucrania, como ayer de Georgia, son alertas sobre la indiferencia con que los terceros países observan las agresiones cuando no afectan sus directos intereses nacionales.

Y por último, recuperar la dignidad y el respeto internacional. Nuestro país ha caído en la consideración global a uno de los escalones más bajos. La Argentina se ha desplazado en esta década hacia una especie de “hazmerreír” del mundo y de la región. 

La urgencia de recomponer nuestras relaciones con todos los países del mundo abandonando las actitudes impostadas para adoptar comportamientos maduros será una condición para poder imbricar nuestra economía en las cadenas de valor, volver a ser protagonistas en la construcción del entramado legal de la globalización y participar en las iniciativas hacia un mundo en paz, con mayor seguridad e incluyéndose en los esfuerzos cooperativos contra los riesgos globales: la violación de los derechos humanos, el cambio climático, las redes delictivas, el libertinaje financiero, las epidemias, la reconversión energética, la protección de la biodiversidad y la explotación racional de los recursos naturales.

Los mencionados son algunos de los graves temas de agenda de los años que vienen. Para enfrentar éstos –y otros- será imprescindible una política que haya erradicado el “ethos” confrontativo implantado por el kirchnerismo con consecuencias patéticas, reemplazándolo por el cooperativo, y ello no cambiará con el resultado electoral del cual, afortunadamente y cualquiera sea el resultado, surgirán liderazgos que habrán erradicado la pesadilla de esta década.

Sin embargo, el debate sobre estos temas no ocupa aún la agenda política. Al contrario, ésta parece estar conducida por el escenario electoral en formación. Es, por supuesto, un tema apasionante. Los escarceos de declaraciones cruzadas y pases de dirigentes, en última instancia, afectan a los protagonistas y van configurando el escenario. Pero sería mucho más apasionante debatir en forma madura cómo enfrentaremos los problemas del país. Esos que nos afectan a todos y nos acompañarán por años.


Ricardo Lafferriere

sábado, 26 de abril de 2014

Lógicas

 “Los partidos políticos agrupan a personas que tienen una similar ideología”, se podía leer –palabras más, palabras menos- en los manuales que abordaban la política en tiempos de la modernidad, en que las ideologías, elaboradas por las lógicas, reinaban en el mundo reflexivo.

La crisis de las ideologías y las cosmovisiones puso en fuerte conmoción esta afirmación. No hay ya ideología que pueda sostener su vigencia con pretensiones de verdad absoluta. Siguen existiendo, pero cada vez más recluidas en el fuero íntimo de las personas, que elaboran sus mapas de vida y de valores tomando “de aquí y de allá” las creencias sobre los temas que antes conformaban los gigantescos edificios ideológicos del liberalismo, el socialismo, el comunismo, el nacionalismo, el desarrollismo o el propio nacionalismo popular.

Las ideologías no han muerto. Están más vivas que nunca, pero se han multiplicado por tantas personas como existen en el mundo. Lo que ha muerto es la posibilidad de imponer la propia ideología a los demás y con menos razón desde el poder. Subsisten valores, creencias, opiniones, pero no ya las sesudas articulaciones conceptuales colectivas que movieron pasiones.

¿Qué reemplaza a las ideologías en este mundo fragmentado de la modernidad tardía?

La pregunta no es banal. Si las ideologías, al retraerse al fuero íntimo, dejan seriamente de conformar la argamasa de los partidos políticos, es necesario buscar su reemplazo. La política como actividad humana sigue existiendo. Es el esfuerzo moderno por tomar las riendas de la realidad en lugar de resignarse a que ésta siga el rumbo señalado por Dios, el destino o la suerte. La respuesta al agotamiento de la modernidad “dura” no puede ser el regreso a la premodernidad plagada de creencias irracionales, temores ancestrales, dogmas o supersticiones.

Los partidos son los instrumentos modernos que permiten el funcionamiento de la política sobre bases racionales. Simplemente es necesario buscar la lógica que los haga nuevamente funcionales en tiempos del mundo global, el paradigma cosmopolita y la creciente autonomía ciudadana.

La invocación a la solidaridad ideológica no sólo es antigua: es disfuncional con la agenda que debe enfrentar la política de estos tiempos. Los alineamientos, herramientas y creencias utilizadas para los problemas del siglo XIX y XX tienen escasa conexión con los de hoy, entre otros la interdependencia e inestabilidad económica, la polarización social extrema, el desarrollo tecnológico, el debilitamiento de los Estados Nacionales, el cambio climático, la violencia cotidiana, la enorme cantidad de excluidos, el delito global.

Es probable que la solución para estos problemas no se encuentre en uno u otro de los conocidos mapas ideológicos, sino que tome herramientas de diferentes espacios. Tal vez el ejemplo de EEUU, líder del capitalismo, saliendo de la crisis financiera con herramientas estatistas sea tan elocuente como lo fuera China, dando su gran salto adelante sobre las recetas neoliberales de Milton Friedman, adoptadas por el Tercer Plenario del XI Congreso de su Partido Comunista.

Los partidos deben darse nuevos argumentos convocantes. Por supuesto que el proceso no será lineal. Sus adhesiones emocionales superan normalmente sus elaboraciones racionales. Pero los electorados modernos no se atan con la misma solidez a identidades emotivas y requieren funcionalidad. Pueden apasionarse, pero en convocatorias eficaces para solucionar sus problemas. Y allí está, tal vez, el meollo de la reflexión: quién define la agenda.

En los viejos tiempos lo hacían los cuerpos partidarios sobre la base de la “ideología” compartida, trás un “proyecto de país” que unificaba anhelos y utopías. Eso ya pasó. Ningún Estado Nacional –herramienta suprema de la política- ha logrado construir una sociedad utópica, porque los seres humanos en su libre albedrío conciben a la política tan sólo como un capítulo de su existencia, a la que no les delegan pacíficamente los demás: religión, proyectos de vida, economía, libertad de elegir, planificación familiar, gustos, deseos, aspiraciones. Las personas custodian su autonomía y terminan definiendo su propia biografía. Son ellas, y no ya los partidos, quienes deciden la agenda de lo público.

Las personas esperan de la política que les facilite el camino. No que les absorba su derecho a decidir su cosmovisión, sino que les reduzca los temores de sufrir la violencia personal, perder su trabajo, ser privadas del fruto de su esfuerzo, se les envenene su agua, polucione su aire, destruya su entorno o anule su futuro. En otras palabras, que les “prevea los riesgos” y si se producen, las ayude a atenuar sus efectos.

Ese es el gran cambio: la relación entre las personas y el poder. La agenda hoy está en manos de los ciudadanos. Seguir razonando con la lógica de las “ideologías” movilizará a las nomenclaturas respectivas pero seducirá cada vez menos a los electores, que aspiran a superar el circo romano de Schmidtt y de Laclau para reemplazarlo por la construcción de la convivencia cooperativa de Hannah Arendt, Ulrich Beck y Zygmund Baumann.

La nueva lógica implica el “fin de lo obvio”, pero también abre la gigantesca posibilidad de “empezar de nuevo”. Viejos rivales podrán sumar esfuerzos para enfrentar riesgos y problemas sin las ataduras ancestrales de los dogmas y sin la exigencia de coincidencias finalistas, entre otras cosas, porque éstas ya no existen sino que se renuevan en cada paso, no ya para los grupos sociales sino para cada persona, dueña de su biografía.

Liderazgos frescos y creativos deben abrir espacio al nuevo estilo,  cambiando “lo obvio” de la vieja lógica político-cultural. Será muy difícil sin el duro “trabajo de topo” de los movimientos sociales, que allanan el camino entusiasmando a los ciudadanos en las nuevas causas. Pero no advertirlo neutralizará en luchas estériles los esfuerzos recíprocos terminando de convertir en impotente a la política por no entender la lógica de época, que no acepta ya más presuntuosos “legisladores” de la sociedad ideal sino apenas –pero nada menos- que  perspicaces “intérpretes” de seres con infinidad de miradas diferentes cooperando para hacer más llevadera la vida.

Ricardo Lafferriere

Fin de ciclo y renacimiento

Entre los records indiscutibles de la década (ganada, perdida, desperdiciada o robada) hay varios que nadie podrá rebatir y que constituyen las contradicciones más notables para una gestión que recibió el apoyo mayoritario del electorado argentino.

Cinco hitos: Los actos más masivos de la historia contra un presidente en ejercicio, a saber
1) primer acto del campo, en el Monumento Nacional a la Bandera, en Rosario
2) segundo acto del campo, en el Monumento de los Españoles, en la Capital Federal.
3) Primer marcha autoconvocada, en setiembre de 2012, en la Capital Federal.
4) Segunda marcha autoconvocada, en noviembre de 2012, en la Capital Federal.
5) Tercera marcha autoconvocada, en abril de 2013, en la Capital Federal.

Sin embargo, lo curioso es que entre las dos primeras y las tres últimas se produjo otro fenómeno también innegable: el triunfo del oficialismo en las elecciones de renovación presidencial, obteniendo una clara mayoría electoral que osciló en el 50 % -54 %, en la contabilidad oficial, y más del 35 % en la contabilidad de los más intransigentes opositores. La diferencia es la base de cálculo: para el gobierno y como dice la ley, el porcentaje se calculó sobre el total de votos válidos emitidos. Para la oposición, sobre el total de los ciudadanos inscriptos en condiciones de votar. La diferencia no empaña un triunfo electoral claro, que significó una recuperación notable sobre el deterioro que había sufrido la administración kirchnerista desde el 2008 hasta el 2010.

La causa de esta oscilación en la opinión pública no es ningún secreto, y fue slogan de campaña en ocasión del enfrentamiento entre Bush (padre) y su desafiante, Bill Clinton: “Es la economía, estúpido”.
La crisis que alcanzó a la Argentina entre 2008 y 2010 fue la consecuencia del agotamiento del “colchón” generado por la hiperdevaluación del 2002 y la suspensión de pagos de la deuda. Tal agotamiento se intentó recuperar con un gigantesco manotazo al campo, que resistió con uñas y dientes logrando congelar la ya de por sí exorbitante presión fiscal existente hasta entonces, que quedó establecida en el mismo nivel que tenía.

La “lucidez” de Amado Boudou descubriendo la caja oculta de los ahorros previsionales privados, confiscados de un solo arrebato a sus legítimos ahorristas, le permitió comenzar la recuperación de su imagen y salvar la propia presidencia de CK, fortalecida luego con la apropiación de las reservas del Banco Central y por último con la resucitada técnica de la máquina de fabricar billetes sin respaldo.

La inflación, sin embargo, no es gratis y ha provocado un deterioro de la convivencia y un hastío generalizado con la incapaz gestión oficial. En un manotazo desesperado ha decidido inclinar todas sus banderas, afortunadamente para el país aunque con la misma falta de profesionalidad que en casos anteriores. Un ajuste descarnado de una dimensión similar al de Isabel Perón conocido como Rodrigazo, en 1975,  el intento de regreso al endeudamiento externo en condiciones desventajosas a raíz de la urgencia, y a instar el ingreso de divisas para inversiones bajo cláusulas a las que no se atrevió ni siquiera Perón en su contrato con la California, en 1952. Tan leoninas que no se atreven darlas a conocer.

El bienio que falta será angustiante. En enero sostuvimos en esta columna que sólo podría revertir esta declinación de fin de ciclo una convocatoria amplia a la unión nacional, una rectificación total del rumbo seguido y un reconocimiento de los errores cometidos –no por un infantil deseo de revancha, sino para generar aunque más no sea algo de credibilidad en quienes están en condiciones de ayudar para que el ajuste no sea tan lascerante, y a quienes el relato kirchnerista ha tratado con un infantilismo grotesco en la última década, mientras liquidaba todo lo que teníamos-.

Por supuesto, no se hizo. Se insiste en que lo realizado –que nos llevó a esto- fue lo correcto y se persiste en el ataque a todos los que, desde el sentido común, vinieron alertando desde hace años sobre la inexorable desembocadura en una nueva crisis si se continuaba el jubileo.

Algo está bueno: se terminará por fin esta pesadilla. Pero mucho otro está mal: el precio que deberá pagar el país, su gente más humilde, sus industriales, sus productores, sus jubilados y retirados, es decir, lo mejor de Argentina, será demasiado. Tal vez el error del 2011 no merecía el sufrimiento que se viene.

Sólo alimenta el espíritu la ilusión del renacimiento que, sea cual fuera el resultado electoral, pareciera que comenzará en diciembre de 2015.


Ricardo Lafferriere


lunes, 7 de abril de 2014

"Fines" y medios

La información forma parte de una nota que presenta y cuestiona las grandes falencias educativas del programa "Fines" teóricamente diseñado para facilitar la terminación del nivel educativo secundario a quien haya interrumpido sus estudios, pero que -como parece ser norma en la mayoría de las iniciativas del gobierno nacional, ha degenerado en una bastardización grotesca.
Una de las alumnas, que había interrumpido sus estudios secundarios y a la que le elaboraron una currícula de cuatro meses para la obtención de su "título" de nivel medio, comenta que había convencido de hacerlo también a su marido: "le asignaron un plan de estudios de 4 meses, aunque él solo llegó a completar 9° grado de EGB, según la estructura curricular previa a la reforma de 2010 en provincia de Buenos Aires." (Clarin, 7/4/2004)
El propósito de la "alumna" -dice la nota- es obtener su título secundario con el propósito de realizar estudios terciarios, en una carrera "relacionada con la salud". Tal vez en un tiempo esté atendiendo enfermos, con su flamante diploma de médica.
La indignante estafa -recíproca- entre un Estado tramposo que le otorga "títulos" tramposos a estudiantes también tramposos simboliza nítidamente lo que ha significado la educación para la década kirchnerista. No mienten las pruebas PISA cuando exhiben el deterioro casi terminal del estado de la educación en el país.
El sistema educativo formal cuenta con planes de enseñanza media para adultos, con exigencia horaria reducida con respecto a los normales.  Son 2025 horas de clase, frente a las poco más de 3500 de un secundario normal -de por sí insuficientes ante las demandas del cambio acelerado que presenta la realidad actual, que requeriría más bien planes de adiestramiento y actualización indefinidos-
Pero de ahí a ...¡cuatro meses! En ese lapso -se supone- debería aprenderse -si se reconoce un nivel de educación media completa- matemáticas hasta el nivel de cálculo elemental u estadística, geografía del planeta, de los cinco continentes y de la Argentina; historia universal y argentina; biología; anatomía; historia geológica del universo y del planeta; idioma español y uno extranjero; literatura nacional y universal; formación social; historia del arte; educación científica y tecnológica, al menos en sus aspectos básicos que le ayuden a comprender el entorno local, nacional y global, así como los procesos de cambio y la utilización de las herramientas tecnológicas que impregnan cada vez más la vida cotidiana.
El Ministerio de Educación informa en su página las materias del ciclo básico, que abarcan los tres primeros años de estudios de la educación formal. Son
Lengua
Matemática
Ciencias Naturales
Ciencias Sociales
Educación Física
Formación Ética y Ciudadana
Educación Artística
Educación Tecnológica
Lenguas Extranjeras

Este primer ciclo debe completarse con dos años más de ciclo orientado, en el que los contenidos básicos son
Ciencias Naturales (Biología, Física y Química)
Ciencias Sociales (Historia, Geografía y Economía)
Formación Ética y Ciudadana
Filosofía
Educación Física
Lengua y Literatura
Educación Artística
Matemática
Lenguas Extranjeras

Con estos dos ciclos completos, el estudiante accederá a su título secundario en la orientación que haya elegido, entre las siguientes:
Bachiller en Arte
Bachiller en Comunicación
Bachiller en Ciencias Naturales
Bachiller en Economía y Administración
Bachiller en Educación Física
Bachiller en Lenguas
Bachiller en Ciencias Sociales
Bachiller en Turismo
Bachiller Agrario / en Agro y Ambiente
Bachiller en Informática

Pero hay otra opción. Es la "opción K".
El programa "Fines" permite evitar todo esto. Sólo con esperar a cumplir dieciocho años, podrá acceder a su "título", en pocos meses, de acuerdo a una propuesta de "programa" que le haya formulado un "docente" del mismo, especialmente para su situación. Su título tendrá "validez nacional" (Res. 190/2009)
Con esa ayuda y un poco de suerte, accederá a la Universidad. Tal vez hasta llegue a ser profesional. O técnico. O simplemente, el papel le sirva para obtener el "suplemento por título" en su sueldo, en la repartición pública en la que se desempeñe.
El INDEC de la educación, dice la nota.
Una mentira más con respaldo oficial.

Ricardo Lafferriere

martes, 1 de abril de 2014

Linchamientos: ¿es “la sociedad”?

Los conmocionantes episodios de grupos de personas frustrando delitos o tomando en sus manos la tarea de apresar y castigar a quienes considera sus autores han convocado una sucesión de valoraciones, la mayoría de las cuales son de una fuerte condena a la actitud de estos ciudadanos.

Curiosamente, y aunque sea comprensible, en esas mismas condenas no suele incluirse el comportamiento delictivo que les da origen, lo que segmenta de tal forma el análisis que lo termina convirtiendo en parcial, porque analiza la mitad del fenómeno y no su totalidad.

Más aún: en las condenas, salvo excepciones, no suele incluirse la falencia estatal en garantizar la seguridad ciudadana, la que tiene dos grandes huecos: la ausencia de promoción de una escala de valores que condene la rapiña –más aún: su reemplazo por la impunidad de la megacorrupción del poder, fuertemente “contraejemplar”- y la desatención o hasta la desarticulación de las fuerzas de seguridad ciudadana, mediante las cuales “la sociedad” civiliza su convivencia al apoyarla en leyes con el adecuado respaldo a los organismos especializados a fin de garantizar su cumplimiento. Pero que, al estar contaminadas –ellas mismas- con el delito, no cumplen la función para la que fueron conformadas.

A pesar de todo ello, resulta también parcial considerar a las personas que reaccionan en forma violenta frente a un delito como una expresión de “la sociedad”. Son muchos más, aún, los ciudadanos de “la sociedad” que siguen reclamando la vigencia del estado de derecho, desmantelado sistemáticamente por el kirchnerismo, y que no actúan ni actuarían de manera similar ante situaciones parecidas.

La “sociedad”, en la Argentina, sigue siendo ejemplar, muchísimo más ejemplar que su gobierno. Es milagroso que pueda seguir existiendo un país que se ha desentendido de la seguridad pública, la defensa nacional, la educación general, la justicia imparcial, y hasta la garantía del más básico derecho de propiedad. No la ideologizada propiedad “de los medios de producción”, sino las más elementales y primarias: el haber de un jubilado, los ahorros de una persona para garantizar su futuro, el sueldo de un empleado, o sus pequeños activos logrados con esfuerzo, trabajo y sacrificio, sea una bicicleta, un par de zapatillas, un auto o una moto.

No es bueno, frente a estos dramas, el atajo de la hipocresía. La desaparición del Estado produce esto. Es una pulsión antropológica básica defenderse y defender lo propio. La civilización nos ha llevado a organizar en leyes y en poderes públicos la garantía de esa convivencia básica. Pero si alegremente aceptamos su desmantelamiento, o lo justificamos con sesudas elucubraciones contranatura, no podemos impostar la indignación ante lo que es el fruto de nuestras propias decisiones. O de quienes hemos elegido para que legislen y gobiernen.

Quien escribe prefiere creer que ante un hecho similar tendría, posiblemente, la actitud del portero que protegió al delincuente en Palermo para evitar su linchamiento, y entregarlo a las autoridades. Digo “posiblemente” porque ante situaciones como ésa, cercanas a las reacciones instintivas, nunca se sabe cuál será la reacción primaria de nadie, ni siquiera de quien piensa en su propia actitud.

Lo que también es posible es que si ese portero ve en unos días al mismo delincuente en una situación similar, porque lo entregó al “sistema” y éste se desentendió devolviéndolo a “la sociedad” sin sanción, probablemente piense dos veces antes de actuar de la misma forma.

La “sociedad” sin leyes es la selva. No parece inteligente rezongar por la selva cuando se han desarticulado las leyes. Son éstas las que le dan fuerza a los “valores” civilizados, las que dan “garantías” a todos de respetar sus derechos básicos, las que delegan la venganza o la autosupervivencia en autoridades que deben garantizar su cumplimiento.

Si las leyes no rigen, si las autoridades se alzan de hombros, si los pensadores oficiales justifican la selva, si se renuncia en suma a la decisión de “civilizar” cada vez más la convivencia, el resultado no puede ser diferente al que estamos viviendo. Porque “la sociedad” está integrada por individuos, que actuarán por la pulsión primaria de cualquier animal de la selva: preservar su vida, su familia, su territorio, sus cosas. Solos, o con el apoyo de su tribu. Aunque para ello tenga que matar.



Ricardo Lafferriere

Burbuja

Está raro el mundo.

Las protestas y represión en España con las connotaciones violentas de nuestros países del sur; Rusia actuando como si hubiéramos retrocedido a la primera mitad del siglo XX; los Estados Unidos reaccionando frente a la agresión rusa sobre un aliado al que había garantizado su integridad territorial en 1992 con ¡el retiro de sus visas de ingreso a EEUU a siete nacionales del país agresor!...

En nuestro país no nos va mejor. Sin comenzar las clases en el principal distrito argentino, la administración responsable prefiere jugar a la interna oficialista, en lugar de buscar un acuerdo que honre su afirmación de que “la educación es la prioridad básica del gobierno”. 

No logra ese acuerdo, pero aumenta los gastos de Fútbol para Todos como herramienta política de publicidad oficial, sigue alegremente el déficit de Aerolíneas de dos millones de dólares diarios que financian los viajes de los ricos, y lleva ya ciento cincuenta mil millones de pesos sin respaldo volcados en el mercado para financiar el Estado, provocando una inflación que inmediatamente trata de transformar en recesión al retirarlos con tasas leoninas y reducir el consumo.

La ofensiva contra la justicia prosigue. Se remueve a un fiscal que investiga el lavado de dinero del poder y sus amigos, se protege al juez que cubre en forma desvergonzada la corrupción oficial, y se resucita la citación a Jury de un Juez que se anima a investigar los hechos de corrupción con fondos públicos.

Los motochorros dicen su presente asesinando en forma alevosa a personas de trabajo, en ocasiones sin llevarse nada; los narcos planean por teléfono en Santa Fe el asesinato de un Juez, mientras tenían de “che pibe” a un policía corrupto; los barras bravas del “tablón” son detenidos en su kiosco del Estadio vendiendo facas, carnets de socios y entradas; y la violencia ya no es sólo el de una maestra asesinada de un balazo a la espalda al entrar a su casa, o de otro motochorro matando a un jubilado, sino que llega a un procurador judicial que ataca a balazos a la esposa de su locatario, porque se atrasó en el alquiler…

Una cosa sigue igual: la señora se fue a Calafate. Otra vez. Viaje que cuesta un dineral, y que ha convertido en cotidiano a pesar de disfrutar de casa y comida –que pagamos todos- y del sueldo que le queda libre. 

Para los que digan que esto no tiene importancia, les respondo: todo gasto dispendioso es pagado por alguien: un jubilado que no recibe su actualización dispuesta por la justicia, un maestro que no dicta clases por su sueldo miserable, o un empleado que debe comenzar a pagar el impuesto a la riqueza, a pesar de estar en el límite de la línea de pobreza. Nadie le pide que no viaje. Sólo que se pague ella sus viajes particulares, como cualquier vecino.

Es uno de esos períodos en los que parece mejor desenchufarse del mundo, ante la proliferación inmanejable de desórdenes. Y rogar al destino que haga transcurrir con rapidez el año y medio que falta para que, al menos en el país, finalice la pesadilla terminando de una vez por todas esta burbuja.



Ricardo Lafferriere

Ajuste y verdad

“Los que reclamaban el ajuste, ahora se oponen” (J. Capitanich, Jefe de Gabinete de Ministros)

Hubiera podido decir, con la misma veracidad: “Los que negábamos el ajuste, ahora reconocemos que ellos tenían razón”.

Toda verdad a medias rayan en el engaño.

El ajuste es necesario por el desajuste previo, que fue advertido por la oposición por lo menos en el último lustro. Desde esta columna lo dijimos antes, ya en el 2004.

Un mega-ajuste como el que corona “la década ganada” tiene poco que ver con sorpresas ajenas. No hubo caída de precios internacionales –como le pasó a Alfonsín-, no hubo crisis sistémicas que nos alcanzaran, como la de Rusia, México o la devaluación de Brasil que golpearon a Menem en los 90. No hubo tampoco una suba exponencial de tasas de interés en el mundo que castigara a los deudores, como ocurrió con de la Rúa, en el 99.

Acá hubo buenos precios, buenas exportaciones, no se pagó deuda, existió récord de recaudación, y hubo salarios en dólares ínfimos durante una década. Lo que también hubo fue una pésima gestión que desajustó la economía cuando había excedentes, y debe ajustar cuando se acabaron las reservas.

Las diferentes oposiciones alertaron sobre la inviabilidad de esta política desde el comienzo y fueron acentuando las alertas en los últimos años. Las respuestas fueron soberbias, intemperantes y condenatorias. Y en lugar de reconocer ese error y convocar con humildad a la unidad nacional, imprescindible para corregirlo generando confianza, se persiste en la misma soberbia autista.

Así se hizo en el tema energético, en el del congelamiento de tarifas de servicios públicos que llevaban a la crisis de todos los sistemas, en la megacorrupción del transporte, en el vaciamiento del BCRA y en la virtual liquidación de la ANSES.

Mientras el gobierno no reconozca su error, su mensaje no será creíble. En lugar de ayudar a la comprensión general de la situación económica, prefiere seguir manipulando estadísticas, ocultando datos y escondiendo el crecimiento real de la pobreza al dejar de elaborar las estadísticas que, con los números más cercanos a la verdad a que son obligados por aquellos a los que pasa el sombrero, queda a la luz.

El propio escandaloso grotesco del cálculo del PBI es otro baldón. Por supuesto que es mejor pagar poco que mucho. Pero a condición de ser honesto. Decidir la evolución del PBI por un capricho presidencial en lugar de mostrar en forma transparente los números en los que se basa puede rendir en el corto plazo como una mentira fraudulenta, pero será un nuevo baldón que se le facturará al país.

Tal vez a la Señora y al “mundo K” vivir trampeando le parezca sólo una picardía sin contenido moral. Para la gente normal que nos mira y tiene negocios con Argentina, la conclusión es otra: otra vez mintiendo. Otra vez en las andanzas. Otra vez trampeando. 

Como diría Battle: “…del primero al último”…



Ricardo Lafferriere

lunes, 17 de marzo de 2014

Los habitantes de Crimea quieren ser rusos

Como lo habíamos pronosticado hace algunas semanas en esta misma columna, el desemboque del contencioso ruso-ucraniano estaba “cantado”: en un corto lapso, por una u otra forma jurídica, Rusia lograría anexarse la península de Crimea arrebatándosela a Ucrania.

Al parecer, las reacciones del resto de las potencias no pasa de algunos rezongos formales. Un par de decenas de dirigentes rusos no podrán ingresar a Estados Unidos –seguramente, por un tiempo-, y están estudiando “si siguen invitando a Putin al G 8”.

Rusia, por su parte, ha dejado trascender que aspira a otros territorios del este de Ucrania, con los que linda y en los que existe mayoría de población de habla rusa.

¿Es el mundo que viene, como en forma visceral lo afirmábamos en una nota anterior? ¿o en realidad, son los estertores del mundo que se resiste a morir? ¿O ambas cosas?

Aún sin adscribir dogmáticamente a las interpretaciones marxistas de la sociedad y de la historia, es nuestra convicción que la conformación y funcionamiento de la economía condiciona fuertemente el rumbo de los procesos sociales. La economía, a su vez, encuentra su motor en los avances tecnológicos, que por definición son incrementales y suelen escapa a la voluntad del poder.

La formidable revolución tecnológica que el mundo protagonizó durante el siglo XX, acelerada dramáticamente en las últimas tres décadas del siglo pasado, tienen un sector predominante: las comunicaciones. Éstas crearon una red envolvente en el planeta, que sostuvo y potenció -con el surgimiento de Internet-, el último proceso globalizador.

La característica principal de este proceso es la conformación de un sistema económico encadenado, en el que los sectores más dinámicos –y por lo tanto, ciertamente hegemónicos- de la economía mundial han escapado a los marcos nacionales y se referencian con el mundo como un todo. Producen globalmente, se financian globalmente, abastecen el mercado global y están ciertamente mucho más emancipados de los países que les sirvieron como base de desarrollo en el siglo XX.

Los mercados globales son la característica del nuevo sistema económico, del nuevo “paradigma”. La nueva economía no puede funcionar encerrada en el marco nacional, por razones de escala, y la revolución de las comunicaciones le permitió consolidar su morfología universal.

El próximo paso es la construcción política global, que va ciertamente con retraso a la marcha de la economía. La política debe reformular un entramado legal que ponga coto a los desbordes financieros, que edifique un piso de dignidad universal para evitar la superexplotación de los más débiles -mano de obra esclava, de niños, mujeres o ancianos-, que regule con la fuerza necesaria las emisiones de gases de efecto invernadero y otros tóxicos contaminantes de la atmósfera de todos, que proteja los recursos naturales no renovables, que ponga coto al delito global….y otros temas no menos importantes inherentes al control humano del mundo globalizado.

Ésa es la agenda positiva de futuro. Frente a ella, aparecen los estertores del pasado. Quienes resisten la marcha de la humanidad y añoran los Estados policíacos y autoritarios. Que sueñan con volver al mundo de las economías cerradas, los juegos geopolíticos y militares, los Estados como únicos protagonistas importantes, la indiferencia frente a los derechos de las personas, a la protección ambiental o a la superexplotación de los recursos naturales y la convivencia cómplice con las redes delictivas globales.

Esa es la línea de choque que está atravesando hoy Ucrania. Un sector del país, añorando los tiempos del Estado planificando todo, quiere volver atrás. Otro, el más dinámico, el que aspira a la convivencia en el marco de la ley –nacional e internacional-, que cree en las instituciones democráticas como mejor método de convivencia, en la libertad creadora de las personas, en la condición cuasi-sagrada de sus derechos y fundamentalmente en  un futuro globalizado y libre, quiere seguir avanzando. Lo que da originalidad al proceso ucraniano es que este conflicto, que virtualmente se da en todos los países, allí se junta por sus particularidades históricas y vecindad geográfica con las aspiraciones neoimperiales de la arcaica oligarquía rusa post-soviética.

Por supuesto que –como todos los análisis sociales- los párrafos anteriores rozan la caricatura. Hay oligarquías corruptas en Ucrania que aspiran a hacer negocios oscuros con el petróleo y los oleoductos, y hay decenas de miles de ciudadanos rusos condenando el peligroso expansionismo de Putin, manifestándose en Moscú en estos días contra la anexión de Crimea y luchando por una Rusia libre, democrática, integrada al mundo que viene. Pero no son aún los predominantes.

El precio de esta tensión entre pasado y futuro parece ser la fragmentación. El peligro es que esa fragmentación –que no significa otra cosa que el renacer de los juegos geopolíticos y militares del siglo XX- continúe marcando la agenda diaria, desplazando a la agenda de futuro. Que en lugar de energías renovables, potenciemos nuevamente el petróleo. Que en lugar del derecho hablen las armas. Que en lugar de un mundo en paz volvamos al reinado de las banderas de guerra.

Por lo pronto, Putin logró lo que buscaba: agregar una pieza a la reconstrucción del imperio soviético, a contramano de la economía, la tecnología, la libertad, la democracia y la política. Hace pocos días un lúcido analista argentino, Carlos Perez Llana, sostenía “Rusia ganó Crimea, pero perdió a Ucrania”. Agregaría que Ucrania pierde territorio pero gana libertad. Los habitantes de Crimea quieren volver a ser ciudadanos rusos. Los ucranianos quieren ser ya ciudadanos del mundo.

Pero mucho más importante que Rusia o que Ucrania –al fin y al cabo, “marcas” políticas temporales propia del mundo de Estados-Nación, ambas de disímil suerte en el pasado e impreciso futuro-, es que frente a la impotencia ante los pasos de Putin, los seres humanos que vivimos en este planeta, en pleno siglo XXI, tengamos que volver una vez más a prepararnos para la violencia si queremos construir en paz el mundo que viene. Y ese es, tal vez, el saldo más dramático y preocupante de la crisis de Crimea.


Ricardo Lafferriere

lunes, 10 de marzo de 2014

La geopolítica y los derechos humanos

                En décadas de auge de la guerra fría, cuando las dictaduras militares con simpatía de Washington azotaban la región como reacción ante la acción insurgente de la “Tricontinental” y los movimientos guerrilleros, quienes detentaban el poder y la “hegemonía cultural” solían descalificar a los reclamos por los derechos humanos imputándoles ser instrumentos del “comunismo internacional” y de “proyectos extranjerizantes”.

                Muchos de quienes hacíamos política en aquellos tiempos recibíamos esas acusaciones como simples argumentos de la lucha. Era cierto que en los diarios existían pronunciamientos de los organismos más cercanos a las posiciones de izquierda, fundamentalmente los relacionados con la ex URSS.

Pero también sabíamos que esos argumentos se desdecían con los hechos, cuando en los espacios internacionales decisivos –como la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas- los gobiernos del ex bloque socialista –la URSS y la propia Cuba- hacían causa común con la dictadura militar sosteniendo la tesis que los reclamos por los derechos humanos debían detenerse ante la “soberanía nacional” de cada país. Fidel y Videla coincidían, en los hechos, en reconocerse legitimidad para hacer dentro de sus países lo que se les antojara con los derechos de las personas.

En la Argentina quienes defendíamos los derechos humanos y reclamábamos el retorno a la democracia debíamos organizar las luchas en relativa soledad, y los éxitos o retrocesos de su vigencia dependían de la situación interna, más que de los caprichos o intereses de la geopolítica.

Sufrir esa experiencia nos llevó, recuperada la democracia, a privilegiar el trabajo por el reconocimiento de los derechos humanos como un valor universal prioritario a cualquier otro, en especial al de la soberanía de los Estados. La Argentina hizo de esta causa una política de Estado. La Corte Penal Internacional fue un logro del que nuestro país se enorgullece de haber participado desde su inicio, atravesando administraciones diferentes –desde Alfonsín hasta Kirchner, pasando por Menem y obviamente Fernando de la Rúa-. El tratado aún no fue ratificado por Estados Unidos, ni por Cuba.

El respeto a la dignidad humana es un elemento esencial a cualquier convivencia civilizada. A pesar de los duros enfrentamientos políticos y aún de casos específicos de violencia investigados por los tribunales, el relato político de la democracia incorporó ese valor a todas las ideologías participantes en el escenario nacional. El asesinato político, la desaparición de personas, el destierro, la confiscación de bienes, la tortura, tal vez puedan ocurrir, pero recibirán no sólo la condena social sino el vacío argumental. Nadie levanta –salvo alguna voz marginal, como la de Luis D’Elía, de nula representatividad política o social- la defensa de estos crímenes.

Por eso la declaración de Gloria Ramírez, Defensora del Pueblo de Venezuela, justificando la tortura a estudiantes detenidos no puede dejarse pasar. La afinidad política o la conveniencia estratégica no puede llevar a los argentinos a olvidar lo que sufrimos, a justificar la tortura porque el que la aplique sea un gobierno que se considera amigo, o porque estemos negociando con ellos la renovación de algún crédito.

Con los derechos humanos no se juega. El gobierno, y las fuerzas políticas democráticas de la Argentina no deben dejar pasar ese gesto, que no es una “propaganda del imperio” ni una “simple denuncia infundada distribuida por las redes sociales”, sino el pronunciamiento de una funcionaria pública cuya responsabilidad primaria es, justamente, defender los derechos de los ciudadanos de su país.



Ricardo Lafferriere