Es
difícil imaginar una alternativa superadora del laberinto en el que ha
ingresado la administración de Cristina Kirchner, por su propia decisión. Al
menos, es difícil imaginarla sin un cambio copernicano de su discurso y de su
práctica.
Proseguir
en el rumbo del “relato” y del “modelo”, al parecer, no lleva a otra situación
que a la profundización de la crisis. Le fue advertido esto desde hace al menos
cinco años por varios economistas y políticos. Entre las voces que anunciaron
este desemboque estaba esta humilde columna, que advirtió desde que comenzaron
los dislates, hacia dónde nos conducirían.
Esta
consecuencia, a pesar de ser inexorable, era ocultada por la ideología y la auto
satisfacción que brinda el aislamiento del poder. “Es verdad, porque lo decimos
nosotros”, contó alguna vez un periodista que había respondido Néstor Kirchner a
una pregunta sobre su fundamento para afirmar una clara inexactitud económica.
Esa percepción del poder los llevó –“nos” llevó, a todos los argentinos- a
muchas crisis en nuestra historia, como la que enfrentamos y enfrentaremos en
el futuro más que próximo.
“El
Banco Central no está para defender la moneda, sino para impulsar el
crecimiento”, afirmaba suelta de cuerpo la presidenta de la Institución, cuando
se barrió con la última pequeña barrera a la discrecionalidad y el gobierno
decidió apropiarse libremente de las reservas internacionales, luego
profundizada con la afiebrada emisión que llevó al 40 % del circulante a
carecer de respaldo efectivo.
Como todo
es ideología, la respuesta de la funcionaria se redujo a repetir una consigna
de moda hace cuarenta años, ignorando el tiempo que pasó y las experiencias que
hemos vivido –en el mundo, y en el país- en esas décadas.
El
crecimiento es un objetivo loable, pero no está en manos exclusivas del
gobierno y mucho menos del órgano que maneja el dinero. Depende de muchas otras
variables, también mayores que las descriptas por Locke y sus discípulos
contemporáneos: el avance tecnológico, el mercado percibido como probable, la
productividad de la economía, la situación de la economía nacional “vis a vis”
con la región y el mundo, la imbricación con la “locomotora” del crecimiento en
cada época, y hasta la situación sicológica o “expectativas” de quienes deben
decidir una inversión.
Todas
esas variables no las maneja el Banco Central. Ni siquiera el gobierno. El
saldo final de la ecuación no dependerá de sus decisiones exclusivas, aunque la
acción del gobierno –y del BCRA- pueden obstaculizar, a veces fuertemente, ese
crecimiento. Y es lo que ha pasado.
La
administración Kirchner hizo eje de su gestión en la incentivación de la
demanda, virtualmente ignorando todo el resto: tendencias del mercado global,
alicientes a la inversión, capacitación empresarial, tecnológica y laboral de
los argentinos, adecuados servicios financieros, papel de la infraestructura en
la competitividad nacional, estimulación de la confianza inversora, respeto al
estado de derecho…
En la campaña presidencial del
2007, tanto Elisa Carrió como Roberto Lavagna alertaron sobre este grotesco
voluntarista, que pretendía “crecer a tasas chinas” manteniendo el 7 u 8 % de “crecimiento”
anual, pero ocultando que ese crecimiento se reducía centralmente a liquidar la
capacidad instalada y ahorrada por el país durante décadas. Proponían ambos un
plan de largo plazo con una meta de crecimiento del 5 % anual, lo que
permitiría destinar a la inversión un par de puntos adicionales del PBI. La
respuesta de Kirchner fue demencial: “no me van a llevar a enfriar la
economía”, denunciando a ambos como “neoliberales”, ante la euforia de la
cofradía “nacional y popular” que aplaude cualquier cosa.
Todo fue
liquidado en el altar de la “diosa demanda”, entre otras cosas la
competitividad producida por la macrodevaluación post-crisis, el deterioro de
la infraestructura, el derrumbe de los servicios educativos, la disponibilidad
de recursos adicionales generados por el default de Rodríguez Saá-Duhalde y su
pesificación asimétrica, el alegre consumo sin reposición de las reservas de
hidrocarburos, la bonanza de los términos del intercambio y el aporte fiscal
extraordinario extraído al sector agropecuario.
Cuando
se terminaron esos recursos comenzaron con los saqueos, avanzando sobre el
marco institucional. Las reservas internacionales del BCRA, la apropiación de
los ahorros previsionales, la apropiación de empresas “manu militari”, la
manipulación de los precios y la disolución paulatina de la moneda nacional.
Ahora,
agotado todo, su objetivo es lo que queda: los bienes personales de los
argentinos. La AFIP ha anunciado operatorias sobre los productores, para “forzarlos
a vender” su producción, como si ésta no fuera de ellos. Y los funcionarios más
alocados predican desde hace tiempo la apertura forzada de las cajas de
seguridad en los bancos, equivalente a entrar en los hogares de cada familia
argentina para decidir qué se le arrebata, en nombre del “modelo nacional y
popular” y la vigencia del “relato”.
Obviamente,
la tensión social recrudecerá, con el telón de fondo de muchos compatriotas
forzados a una marginalidad mayor por la clara recesión que instalará el “modelo”.
Hace
tres años decíamos que cada día que pasara en ese rumbo, se haría más dura la
salida porque estaríamos más enterrados. Hoy alertamos con mayor fuerza. El
país es un polvorín, y andan sueltas bandas armadas fuera de todo control con
capacidad de encender las mechas.
Entonces:
¿estamos en un callejón sin salida? Nada de eso. Hay salida, y sigue siendo
prometedora. Hay un buen escenario externo, y el deterioro en la convivencia ha
provocado saludables reacciones en muchos argentinos que fueron anestesiados
por el auge del consumo, pero que despiertan. Las gigantescas movilizaciones
del 2012, las más grandes de la historia, muestran estas reservas.
Lo que
no hay es salida en el marco de este relato y este “modelo”. Tampoco en el
marco de este régimen de gobierno. La salida exige generación de confianza y
renacimiento del optimismo, y eso está alejado de las posibilidades del
kirchnerismo. Cada nueva medida espanta inversores, profundiza el miedo, genera
justificados comportamientos defensivos en los ciudadanos e incrementa las
conductas preventivas que conducen a la recesión. Y además, nadie cree ya en su
palabra. Ni siquiera los que aplauden.
Y
necesitamos, por el contrario, estado de derecho impecable con justicia
independiente, seguridad jurídica escrupulosamente respetada y un gobierno que vuelva
a hacer honor a su palabra, para estimular inversores en infraestructura pero
también en toda la economía.
Necesitamos políticas sociales
coherentes y sustentables, para incluir a todos en el proceso de recuperación.
Necesitamos una cuidadosa
legislación y protección ambiental, para acompañar el crecimiento económico con
el mejoramiento de las condiciones del entorno del que tradicionalmente
sabíamos enorgullecernos.
Necesitamos políticas cuidadosas
en la explotación de los recursos naturales, que no son de nuestra generación sino
que tenemos que compartirlos con las que vienen, para lo cual debemos ser estrictos
en su sustentabilidad.
Necesitamos una convivencia
segura, para lo cual debemos erradicar de raíz el narcotráfico, ampliar los
servicios educativos haciendo viable la obligatoriedad y profesionalizando los
servicios policiales nacionales y provinciales sin tolerancia alguna con los
excesos.
Necesitamos poner en vigencia las
autonomías provinciales y municipales, dotándolas de recursos legítimos con un
federalismo fiscal que estimule el pago de impuestos y el control social de su
uso.
Necesitamos, en suma, una
política limpia, sosteniendo un gobierno de unión nacional con base
democrática, representativa e inclusiva.
Quien esto escribe está
convencido que un gobierno partidista no logrará el milagro, que no es
imposible si alineamos las fuerzas. La dinámica de la confrontación le llegaría
muy pronto y recaería en ella, sobre el terreno abonado de las rudimentarias
intolerancias que deja el kirchnerismo.
Por eso, aún con la incomprensión
de muchos, insiste en el camino con absoluta fe en los argentinos y con la
ilusión –que en ocasiones confiesa sentir ciertamente voluntarista- de que este
rumbo, tan claro, podría concitar la confluencia de la virtual totalidad del
arco “ideológico”, aunque no sea aún asumido claramente por las alternativas
políticas que se presentan hoy como posibles.
Al igual que desde hace un
lustro, cada día que pase la reacción será más costosa, más traumática, más
dolorosa.
Ricardo Lafferriere