Los planos del debate político e intelectual argentino se cruzan hasta el nivel de la esquizofrenia.
Está más que claro que los tremendos desajustes provocados en la economía por el ¨modelo¨ kirchnerista deben ser corregidos. El mega-vaciamiento del país liquidando todo -reservas, cajas, ahorros, energía, descuido de la infraestructura, deuda intra-estado, ganadería, saldos exportables, lácteos, recursos naturales- gastados todos en corrupción y consumo, tocó fondo.
Se acabó lo que se daba.
Ergo...no es necesario contar con un doctorado en economía para darse cuenta que el modelo no va más y que su desemboque inexorable es el ajuste. Como lo venimos diciendo hace años, cada día que pase sin actuar, será más duro cuando llegue, y menos controlable desde la política. Muy parecido a la ¨cirugía mayor sin anestesia¨ y al "ramal que para, ramal que cierra¨.
La tendencia que suele tentar a quienes gobiernan de complicar las cosas creando "relatos" para ocultar hechos por demás sencillos (por ejemplo, gastar más de lo que se puede, o violar las normas vigentes, o despreocuparse de las consecuencias de los caprichos) puede lograr confusión en el corto plazo, pero no cambia las cosas. En nuestro caso, que en algún momento se acabarían los recursos, que muy pocos se arriesgarían a invertir, y que nadie nos prestaría.
Ante la inminencia de la implosión la reacción primitiva de los responsables es repartir las culpas, si es posible con la oposición. Aparece la ¨vocación de diálogo¨. Macri y Bonfatti, administradores adversarios, son convocados para ¨trabajar juntos¨. Dificil negarse. También a sindicalistas, para disciplinar las paritarias y a empresarios para ¨acordar precios¨, como si unos y otros tuvieran responsabilidad en los desajustes, que siguen sin reconocerse.
El ¨modelo¨ se agotó, pero el ¨relato¨ se resiste. Es obvio: implica reconocer la mentira de una década. Porque de eso se trata: de aceptar que se mintió con la inflación, con la dimensión de las reservas, con el monto del PBI, con el valor real del peso nacional, con la real capacidad de producción de la economía y con los fabulados índices de desocupación disimulados tras centenares de miles de planes sociales cada vez más insuficientes por la inflación y el estancamiento económicos.
Lo curioso es el posicionamiento discursivo de los diferentes protagonistas, que muestran la peligrosa subsistencia del populismo irracional en el escenario argentino. El gobierno se retuerce entre la realidad y el relato. Sus funcionarios con mayor experiencia política saben lo que hay que hacer, pero los ¨gurkas¨- y la propia presidenta- terminan diluyendo y neutralizando cualquier medida. Sin embargo la principal oposición -cuantitativa-, el Frente Renovador, insólitamente propone empezar de nuevo el dislate kirchnerista, como si nada hubiera pasado en estos años y todo se redujera a disputar la titularidad del ¨modelo¨.
No se escuchan hasta ahora pronunciamientos propositivos de las fuerzas no peronistas, que debieran decidirse a exponer un pensamiento moderno e inclusivo, superador del populismo.
Son los intelectuales independientes quienes instalan la reflexión, tímidamente reflejados por el espacio mediático-comunicacional. Economistas de diversas vertientes pero que recuerdan el ABC de su profesión, politólogos que de pronto advierten que el populismo que han tolerado -y hasta justificado mansamente- estos años nos llevó nuevamente al borde de una nueva crisis, y un lúcido Juan José Sebrelli, sin dudas el más sólido intelectual argentino, alertando periódicamente desde hace tiempo el rumbo de colisión.
La democracia exige cotejar propuestas. La oposición -las oposiciones- deben mostrar a los argentinos que un país sin populismo es posible. Es más: que es el único posible. Que están en condiciones de articular consensos para un futuro distinto. Que cortaron amarras con las estudiantinas ideologicistas, tan inconsistentes como el modelo K.
Si no lo hacen, serán tan responsables de lo que viene como el propio kirchnerismo. Y estarán abriendo las puertas para que la realidad, que no se lleva por ¨relatos¨, reinicie el ciclo mucho más atrás en el tiempo. Para ser precisos, a comienzos de la última década del siglo pasado.
Ricardo Lafferriere
Sentaku es una palabra japonesa con dos acepciones: limpieza, y elección. Abarcan lo que soñamos para la Argentina: un país que haya limpiado sus lacras históricas, y que elija con inteligencia su futuro. Limpiamente, libremente.
lunes, 25 de noviembre de 2013
sábado, 23 de noviembre de 2013
Parsimonia
Los cambios fueron un bálsamo de esperanza. O al menos, de expectativas.
Así parece reflejarse en los medios, "corpo" incluida. Nosotros mismos, que no somos opositores de ahora -cuando ya hay muchos- sino que venimos marcando el error de rumbo desde hace años, nos sumamos a ese clima, poniendo nuestro granito de arena a la confianza.
Sin embargo, hay un termómetro que suele anunciar las crisis que sigue alto.
Peligrosamente alto.
Es el ritmo de la fuga de reservas.
¿Qué pasaría si no logran detenerlo?
Sería -casi inexorablemente- una paralización abrupta de la economía.
La falta de insumos detendría las fábricas, la falta de combustibles paralizaría el transporte, la falta de energía nos dejaría sin luz...no ya por obsolescencia de la capacidad instalada, sino por no poder pagar todo lo que, por obra y gracias del "modelo" debemos abonar virtualmente al contado. Fundamentalmente la energía, pero no sólo.
A la Argentina K nadie le fía.
La consecuencia inmediata sería despidos y desocupación. Seguida del derrumbe de la recaudación, con todo lo que implica no sólo en salarios, sino en pago a proveedores y contratistas. Los que, a su vez, no podrán seguir abonando sueldos ni continuar obras.
Y así sucesivamente.
¿Cuándo empezará éso?
Si el ritmo sigue así, no falta mucho. Apenas semanas.
Justo para fin de año.
Pero...¿No pueden emitir? Y...si. Con esos billetes se podrá encender el fuego para la cena de fin de año. No servirían para mucho más. Transformaría una hiper-recesión en una hiper-inflación.
El escenario es poco edificante.
Por eso sería de esperar que tomen conciencia y abandonen su parsimonia.
Si de veras creen que poniendo un impuesto a los autos importados frenarán en algo este proceso, perdieron perspectiva. Lo que no sería importante, si no fuera porque están gobernando.
Dios quiera que estén a tiempo. A los creyentes: encender muchas velas, al santo de cada uno.
La mejor noticia que podríamos tener en estos días sería que la economía volviera a responder a las herramientas. Aunque fuere necesario subir más la tasa de interés, incrementar las tarifas y sincerar el tipo de cambio. Al fin y al cabo, sería dejar de vender las ilusiones que nos llevaron a liquidar alegremente todo, en aras del consumo. Rápido. "Popular". Taquillero. Irresponsable.
No se ven muchas más alternativas. Cualquier dureza circunstancial es preferible a lo que se viene si no toman conciencia.
...
Bah...siempre quedará Mingo...
Ricardo Lafferriere
Así parece reflejarse en los medios, "corpo" incluida. Nosotros mismos, que no somos opositores de ahora -cuando ya hay muchos- sino que venimos marcando el error de rumbo desde hace años, nos sumamos a ese clima, poniendo nuestro granito de arena a la confianza.
Sin embargo, hay un termómetro que suele anunciar las crisis que sigue alto.
Peligrosamente alto.
Es el ritmo de la fuga de reservas.
¿Qué pasaría si no logran detenerlo?
Sería -casi inexorablemente- una paralización abrupta de la economía.
La falta de insumos detendría las fábricas, la falta de combustibles paralizaría el transporte, la falta de energía nos dejaría sin luz...no ya por obsolescencia de la capacidad instalada, sino por no poder pagar todo lo que, por obra y gracias del "modelo" debemos abonar virtualmente al contado. Fundamentalmente la energía, pero no sólo.
A la Argentina K nadie le fía.
La consecuencia inmediata sería despidos y desocupación. Seguida del derrumbe de la recaudación, con todo lo que implica no sólo en salarios, sino en pago a proveedores y contratistas. Los que, a su vez, no podrán seguir abonando sueldos ni continuar obras.
Y así sucesivamente.
¿Cuándo empezará éso?
Si el ritmo sigue así, no falta mucho. Apenas semanas.
Justo para fin de año.
Pero...¿No pueden emitir? Y...si. Con esos billetes se podrá encender el fuego para la cena de fin de año. No servirían para mucho más. Transformaría una hiper-recesión en una hiper-inflación.
El escenario es poco edificante.
Por eso sería de esperar que tomen conciencia y abandonen su parsimonia.
Si de veras creen que poniendo un impuesto a los autos importados frenarán en algo este proceso, perdieron perspectiva. Lo que no sería importante, si no fuera porque están gobernando.
Dios quiera que estén a tiempo. A los creyentes: encender muchas velas, al santo de cada uno.
La mejor noticia que podríamos tener en estos días sería que la economía volviera a responder a las herramientas. Aunque fuere necesario subir más la tasa de interés, incrementar las tarifas y sincerar el tipo de cambio. Al fin y al cabo, sería dejar de vender las ilusiones que nos llevaron a liquidar alegremente todo, en aras del consumo. Rápido. "Popular". Taquillero. Irresponsable.
No se ven muchas más alternativas. Cualquier dureza circunstancial es preferible a lo que se viene si no toman conciencia.
...
Bah...siempre quedará Mingo...
Ricardo Lafferriere
martes, 19 de noviembre de 2013
Cambio de estilo y ajustes al relato
El
último desdoblamiento cambiario en el país rigió en las vísperas de la
hiperinflación de 1989 y persistió durante la de 1990. Quien esto escribe era
en esos tiempos Senador Nacional oficialista durante la primera, y opositor durante la
segunda. Recuerda vívidamente los efectos de ambas. La primera terminó con el
gobierno de Alfonsín. La segunda, con los ahorros que los argentinos tenían en
los Bancos, apropiados mediante el Plan BONEX.
En
ambos casos, la elefantiasis pública fue una causa subyacente constante. La
misma causa que, por el hiper-endeudamiento del Estado en los 90, provocó la
crisis del 2001.
La
obsesión por desconocer la realidad y la convicción –en ocasiones, rayana en la
soberbia- de creer que con voluntarismo se puede torcer sustancialmente la
evolución de los procesos económicos y sociales termina provocando duras
consecuencias en los ciudadanos de a pie, que sufren sus resultados.
Los
aprendices de brujos, en economía, raramente tienen finales exitosos. Tampoco
lo tendrán ahora. No aprender de los errores es de tontos, insistir en ellos es
de necios.
El
principal problema de la economía –ha dicho varias veces hasta la propia
presidenta- es de la insuficiencia de la oferta. Eso quiere decir: falta
producir más. ¿Quién podría discrepar con este propósito?
El
problema no es la meta, sino la consistencia entre lo que se dice buscar, y lo
que se hace. Para aumentar la producción es imprescindible que exista
inversión. Y para que exista inversión, se necesitan dos pilares fundamentales:
recursos y decisión de aplicarlos a generar riqueza. Más que ideológicos, se
trata de un problema matemático y de uno sicológico.
Ni uno
ni otro se soluciona con las medidas discrecionales y voluntaristas. Recursos,
porque difícilmente alguien (nacional o extranjero) ahorre o preste sus ahorros
al sistema bancario argentino –el intermediador natural entre el ahorro y la
inversión- con el riesgo de medidas oficiales que se los apropien.
Y la decisión de aplicar esos
recursos a la generación de riqueza es improbable que se dé con este gobierno por
el temor que genera la inseguridad jurídica sembrada con las esperpénticas
decisiones de estos diez años, entre otros la apropiación de los ahorros
previsionales de los argentinos, el intento de apropiación de los excedentes
agropecuarios afortunadamente frustrado por la lucha del sector y la
estudiantina de la confiscación de YPF, que ha terminado absorbiendo recursos
del sistema previsional para sostener sus necesidades de financiamiento. Y no
sólo por eso: también por la persistencia en el error, como surge del proyecto
de Código Civil que consagra la impunidad económica del Estado ante decisiones
delictivas o arbitrarias de los funcionarios.
El
desdoblamiento cambiario incrementa la discrecionalidad y la inseguridad. Si se
produce, llegará con lo que conocemos: la intensificación de la pugna por el
ingreso, la lucha por los sectores para ser incluidos en uno u otro según su
conveniencia, y el inmediato reflejo en la tasa de inflación –en realidad,
caída del valor del dinero nacional-. El mega endeudamiento público –externo o
interno- debido a caprichos fuera de época llevará al mismo resultado que en
las crisis anteriores.
¿Significa
lo antedicho que no es posible hacer nada? Efectivamente, dentro del marco
populista no puede hacerse nada.
Se puede hacer, y mucho, en otro
contexto. Afianzar la seguridad jurídica, administrar las finanzas públicas con
sentido común y profesionalismo, apoyar fuertemente la capacitación con una educación
moderna, inclusiva y a la vez rigurosa, gobernar con la verdad, estimular el
ahorro garantizando la estabilidad de la moneda e incitar la inversión
asegurando reglas de juego que superen los caprichos presidenciales y
ministeriales.
No es
tan difícil. Se está haciendo en el 95 % del mundo, desde EEUU hasta China,
desde Chile hasta Brasil, desde Uruguay hasta Perú, en Japón y aún en Europa, que contra todo
pronóstico, ha comenzado su trabajoso proceso de renacimiento después del
vendaval financiero producto del descontrol de los mercados de “riqueza
simbólica”.
En
ninguno de esos casos se ha impulsado la ficción de dos valores para la moneda
nacional. En ninguno se considera una virtud fabricar dinero sin respaldo. Hasta
Cuba está dando pasos para salir de esa fantasía. No hacerlo conducirá a lo que
conocemos en el país –los que tenemos algunos años más- o lo que pueden
observar –los que no los tienen- leyendo las noticias que llegan desde
Venezuela.
Volviendo
al título: cambió el estilo y eso está bueno. En el nuevo estilo no cabe Moreno
–tal vez sacrificado en el altar de los acreedores externos, quién diría…-. Aunque
a esta altura su defenestración sea quizás injusta –sólo era el comisario
político de decisiones que no eran suyas- está claro que su cese distiende la
relación con “los mercados” y el FMI.
La “corpo”, participante de un curioso acuerdo
general (Tinelli-C.López-Clarín-Flink-Telecom-Estado-), “los mercados” disfrutando
el pago al CIADI y cese de Moreno. Alegrías para los viejos rivales del modelo.
Mensaje a los gurkas y blogueros de La Cámpora: por las dudas, tal vez les
convenga dejar de hablar por un tiempo del “desendeudamiento”…
Como lo
decíamos en una nota anterior, el único camino de sobrevivencia es conseguir
que, de nuevo, los “enemigos” le presten. Y eso no será gratis.
Ricardo Lafferriere
De vuelta
Al fin,
se develó la incógnita, alimentada por infinidad de rumores de todo tipo que
inundaron la red. La presidenta volvió. Tranquilizadoramente tranquila.
No sólo
ella. Volvió también a ocupar la segunda autoridad constitucional del Poder
Ejecutivo, la Jefatura del Gabinete de Ministros, quien ya desempeñara esa
función durante la presidencia de Eduardo Duhalde, Jorge Capitanich. Todo un
símbolo.
Pero
zafó Moreno. No está claro si con el mismo poder, porque la entronización
ministerial de Axel Kicilloff no anuncia una convivencia tranquila. Sin
embargo, el desplazamiento de Marcó del Pont del BCRA es una noticia que
pareciera inclinar la mirada presidencial sobre la inflación hacia la
interpretación de la Secretaría de Comercio: la culpa la tiene el Central.
Sin
embargo, la entronización de Fábrega en el BCRA –al igual que la de Capitanich,
y en menor medida la del propio Kicilloff- acercan al gabinete un matiz más
profesional, aunque en el caso del Ministro de Economía fuertemente teñido por
el ideologismo de mediados del siglo XX.
Ciertamente
Capitanich refleja mayor capacidad y solidez política que su antecesor, tanto
como Fábrega acarrea una veteranía adquirida en una larga carrera en el Banco
de la Nación. Y la llegada de Carlos Casamiquela –actual titular del INTA- al
ministerio de Agricultura le quita también a la conducción del sector la arista
agresiva y contaminada de sospechas del ministro cesante.
Lorenzino
–a diferencia de Juan Manuel Abal Medina- participa en la primera etapa de los
anuncios como desplazado hacia una función menor, pero con una perspectiva de
un retiro dorado: la Embajada ante la Unión Europea, en Bruselas. No pareciera
indicar la continuación de la influencia del Vicepresidente, complicado en la Justicia cada vez más por
sus andanzas.
¿Habrá
más novedades? Las que se esperaban
indicarían un cambio tal vez demasiado profundo para el capital simbólico del
“relato”, y quedan como una incógnita: Moreno y el propio Timmermann.
El retiro del primero implicaría
un abandono definitivo de la caricatura discursiva, y el del segundo de otra
caricatura, la del alineamiento internacional con el declinante espacio de los
“autoexcluídos”, en los que el mayor exponente –Irán- se ha embarcado en una
interesante experiencia de negociación con el “demonio imperialista” –EEUU- y
el latinoamericano más destacado, el presidente Maduro de Venezuela, no deja de
brindar semanalmente esperpénticos espectáculos escasamente atractivos para las
mayorías electorales de los países de mediano desarrollo.
No
pareciera que debieran demorarse medidas destinadas a enfrentar el tema
energético, cada vez más grave, relacionado con la gestión del Ministro de
Infraestructura, ni con la inflación. Lo único visible sobre este último tema
es la continuación –por ahora- del gendarme de precios, que es injustamente
castigado como responsable de un tema que tiene su origen en áreas totalmente
alejadas de su influencia –la elefantiasis del gasto público- claramente
generado por las decisiones de la propia Presidenta.
En
síntesis: podría haber sido peor. Como primer gesto, es tranquilizador para el
país. No parecieran haber triunfado los loquitos. Lo que podría ser una mala
noticia para quienes esperan lo peor –porque creen que es mejor- es, sin
embargo, una relativamente buena noticia para el país, bastante cercado por
otras malas nuevas como para alegrarnos de sufrir mayores males propios.
Lo que
llega de afuera, efectivamente, como consecuencia de medidas tomadas por la
presidenta antes de su reconversión racional, no es bueno. Ni el nuevo fallo de
la justicia norteamericana que nos acerca más a la complicación grave en el
tema de la deuda externa en default, ni la declaración del Secretario de
Energía norteamericano brindando su obvio respaldo al reclamo de REPSOL por la
infantil confiscación de YPF, ni la oposición uruguaya a la postulación de
Susana Ruiz Cerrutti a la Corte Penal Internacional, ni la decisión española de
suspender sus compras de biodiesel. Temas que siguen pendientes y que deberán
enfrentarse, gústese o no, en los próximos días.
Ahí se
verá si la insinuación racional que conllevan los primeros cambios se reflejan
en continuidades más tranquilizadoras, o si se retrocede hacia la caprichosa
insistencia en creer que, a diferencia de la convicción aristotélica de Perón,
la realidad no es la “única verdad” sino apenas un invento de los gorilas. Y de
la “corpo”, que ahora parece que es amiga.
Ricardo Lafferriere
domingo, 10 de noviembre de 2013
¿Se viene el derrumbe?
Escalofríos. Es lo que produce
la marcha de las variables económicas.
“Caen las reservas”, “sube la inflación”, “crecen los subsidios”, “aumenta el déficit público”, “se
agiganta la deuda intra-estado”, son titulares que enmarcan experiencias concretas de la vida
cotidiana: el tomate a cincuenta pesos, el pan a treinta o las prepagas, todavía sin digerirse el último aumento, ya anunciando un
adicional en diciembre son apenas algunos testimonios. Los lácteos en precios récord al consumidor y aun así
inconsistentes para los
productores, al igual que la carne que sigue liquidando sus “fábricas”, las vacas-vientres… mientras estamos al borde de…
¡importar trigo! Nuestros
costos industriales no permiten exportar, y lo que vende el campo no alcanza ya
para financiar las importaciones que necesitan las fábricas.
Los
sueldos fijos quedaron establecidos por un año entre marzo y julio, y en ese nivel se
mantendrán hasta mediados del año próximo, mientras el dólar “blue” sigue raudo su alza por encima
de los 10 pesos, el oficial sufre la mayor devaluación diaria en diez
años y la inflación real
bordea el 30 % anualizado. Un crudo ajuste ortodoxo, inútil porque se
desperdicia con ineficiencia y corrupción lo que se logra con la caída de
salarios y actividad.
¿Es éste un escenario de derrumbe?
Está claro que este “modelo” no es sustentable, ni alimenta
el crecimiento. Pero también que el país todavía tiene margen para un nuevo
mega-endeudamiento externo, para liquidar reservas (entre ellas, las geológicas) y más riquezas privadas o provocar
mayor inflación. Esta
gestión todavía puede hacer más daño.
Queda "resto". No para crecer, pero sí
para seguir languideciendo
y decayendo. Una letanía de mediocridad liderada por la presidenta y sostenida
por una vocinglería inconsistente de pícaros aplaudidores es potenciada por la
ausencia de lucidez opositora, cuyas voces –salvo valiosas excepciones- son condicionadas
por el temor a la verdad y sus eventuales efectos ante el adormecido sentido
común de la mayoría.
La inflación –al igual que su gemelo, la
elefantiasis pública- tiene su lado simpático. Como un velo semiopaco oculta a
medias la realidad, mientras como un narcótico aletarga el razonamiento y
dificulta la comprensión.
Los ciudadanos incrementan su embotamiento al no contar con los
argumentos que en una democracia madura debieran esperar de una oposición
sensata, que prefiere aguardar a que el proceso alcance sus límites objetivos.
La deuda pública
ya superó los USD 200.000 millones, 30 % mayor a la que provocó la
crisis del 2001. El drenaje diario de reservas recuerda el ritmo de la guerra
de Malvinas, pero sin ninguna guerra en curso. El PBI “per cápita” es una incógnita por la manipulación de las
cifras, aunque en términos reales da la sensación de ser igual o inferior a
hace diez años. El déficit
público es
espeluznante, alcanzando ya el 5 % del PBI "oficial" –en el 2001 era del 3 % del real-.
El deterioro de la
infraestructura está en un nivel que supera el de los años 80. No habíamos tenido un déficit energético como el
actual desde hace más
de medio siglo. Y todos esos números se encuentran en una tendencia creciente, sostenidos por la
vieja receta de disimularla con la fabricación de moneda sin respaldo.
Frente a problemas como éstos, los alemanes, por ejemplo, estarían
hablando de la necesidad de una “gran coalición”. Por nuestros pagos lo ha dicho Sebrelli: hace falta “una gran coalición de
coaliciones”,
coordinando los esfuerzos de izquierdas y derechas. En cambio, se siguen
juntando porotitos en un lado o en otro, sin advertir la dimensión de las
tareas. Para gambetear el derrumbe y seguir languideciendo –hoy y después- afortunadamente tal vez alcance.
Para un gran cambio, seguiremos lejos.
El país soporta todo eso, aunque a costa de tensar su convivencia,
amesetar su devenir y disipar sus ilusiones. Puede hacerlo, porque en la base
existe una capacidad productiva primaria que debemos a la providencia y la tenacidad de nuestros productores, y a precios
internacionales 400 % superiores al 2001, que además estimulan la mayor
producción (150 % más que entonces). Mientras no aparezca algún cambio abrupto –como una caída del precio de los
productos de exportación- no habrá derrumbe, sino letanías recicladas por una decadencia
interminable.
Lo que sí se
siente es la abrumadora sensación de tiempo perdido y de oportunidades
desaprovechadas. De eso, por supuesto, es principal responsable el gobierno.
Pero no es el único.
El país –empresarios,
gremios, periodistas, políticos, intelectuales, cada uno en su campo- debiera
asumir su obligación ciudadana de mejorar el debate público, precisar el diagnóstico,
acordar la alternativa y trabajar por ella, superando ideologismos y mostrando
capacidad de articular consensos nacionales para hablar de los verdaderos
problemas. Y enfrentarlos.
Ricardo Lafferriere
martes, 29 de octubre de 2013
Para pensar: Si el Congreso hubiera sido elegido el domingo
94 diputados. Tales son los legisladores que hubiera
obtenido el oficialismo, con los números de ayer, si la Cámara de Diputados
hubiera sido renovada en su totalidad.
Así surge del estudio realizado por La Nación sobre la base
de los resultados del domingo pasado.
El bloque “radical-socialista” –que, por ahora,
institucionalmente no es tal porque sus partidos integrantes funcionan con
autonomía y no siempre votan en conjunto- contaría con 72, el peronismo
renovador con 52, el PRO con 24 y otras fuerzas con 12.
El número constituye un indicador probablemente cercano a lo
que ocurrirá luego de la renovación presidencial de 2015, si el resultado parlamentario
fuera parecido al actual. No es una previsión descartable, teniendo en cuenta
que los diputados se eligen en la primera vuelta.
En el Senado, aunque el cálculo es más complicado, se
renovarán 24 legisladores sobre 72. Aunque la Cámara Alta los desplazamientos
reflejan más la composición de los gobiernos provinciales, el resultado será similar. El
actual oficialismo –si continuara existiendo como expresión política autónoma-
no abandonará su condición de primera minoría.
La mirada, curiosamente, está indicando la veracidad del
relato oficial sobre su condición de “primera minoría” nacional. Lo seguirá
siendo mientras no se conforme un bloque político que logre superarla, sea
construido por el bloque del “peronismo renovador” con actuales “FPV tránsfugas”,
sea por el bloque “radical-socialista” más el PRO, o con la incorporación de
todos –o algunos- integrantes del “peronismo” a una nueva coalición de
gobierno.
Como se viene sosteniendo desde esta columna, no habrá
gobernabilidad institucional en el próximo período si no se logra conformar esa
mayoría parlamentaria, que debe reflejar un estado de acuerdos políticos
sustancialmente más elaborado que el que presenta la actual oposición.
Otra mirada indica el acercamiento de tiempos de unión
nacional, dispuesta por la realidad política más que por el virtuosismo de los
liderazgos.
Ricardo Lafferriere
lunes, 28 de octubre de 2013
Las PASO ¿una ilusión?
Cumplido
ya el cronograma electoral del corriente año, es ineludible realizar la primera
evaluación de su influencia en el escenario político y del proceso que ha quedado lanzado con el
comienzo de la despedida del decenio kirchnerista.
“Todos
ganaron”, leí en uno de los tantos blogs que sigo semanalmente como termómetros
del estado de ánimo de los argentinos. Y, en realidad, da esa impresión.
Claramente, el proceso político ha puesto su proa hacia su normalización, luego
de la conmoción de cambio de siglo y el decenio que la siguió.
“Todos
ganaron” significa que las fuerzas aspirantes a la conducción del país pueden
profundizar su construcción sin el lastre que significaba tener enfrente un
proyecto negador de la democracia política. Esa situación anómala les
aconsejaba disimular sus propuestas diferenciadoras en post de construir
límites a la desbordante pujanza del oficialismo hacia la concentración del
poder y la negación de la esencia republicana del sistema político.
No
siempre lo lograron, y ha sido la sociedad por sí misma la encargada de hacerlo.
El kirchnerismo no se agotará por la acción virtuosa de conducciones
republicanas, sino por la virtud intrínseca de una sociedad que comenzó a
edificar esos límites en el 2008, con la rebelión del campo, y los hizo
indestructibles con las masivas expresiones de setiembre y noviembre del 2012,
abril del corriente año, y estos dos pronunciamientos electorales contundentes.
Ahora,
quienes aspiran al próximo turno podrán trabajar con mayor tranquilidad en
madurar sus propuestas y sus estrategias. Y el kirchnerismo deberá terminar su
gestión, para la que ha sido validado con la preservación de sus mayorías
parlamentarias, que le alcanzarán para gobernar pero no ya para inventar
dislates. Ni el “Cristina eterna”, ni los “diez años más” ni el “vamos por todo”
tienen chance en un país que busca su modernización, su imbricación con el
mundo y su racionalidad política.
El
proceso electoral deja otra enseñanza. Cuando se implantaron las elecciones
primarias abiertas simultáneas y obligatorias el propósito invocado fue dotar a
las fuerzas políticas y coaliciones de un mecanismo de selección de candidatos
que estimulara la concentración y evitara la fragmentación.
En
pocos lugares estos propósitos han sido tan desvirtuados como en la provincia
de Buenos Aires y en la Capital.
En el primer distrito, en lugar
de evitar la concentración se produjo justamente la fractura de la fuerza
gobernante, de la que ha surgido un liderazgo que hoy resulta una de las
principales alternativas sucesorias.
Y en el segundo, no funcionaron
como la culminación de un proceso consolidado de construcción de una alternativa
política –que requiere contar en primer lugar con un programa, en segundo con
una ingeniería de poder y en recién en el último la selección de los
candidatos- sino como un amuchamiento táctico en el que confluyeron liderazgos
con visiones disímiles –y en algunos temas, totalmente enfrentados- con una finalidad
respetable, pero poco edificante desde la perspectiva de una democracia
moderna: juntar fuerzas para lograr que candidatos en extremo minoritarios
quedaran excluidos de los repartidores por su escasa representatividad.
Dicen los politólogos que sea cual
fuere el sistema electoral, la sociedad termina eligiendo lo que quiere. Parece
claro que, en nuestro caso, ha decidido marcar el fin del kirchnerismo, sin
privarlo de las herramientas de gobierno necesarias para su última etapa.
Y ha dejado abierta la decisión
sobre lo que vendrá habilitando espacios y liderazgos diversos, que deberán
comenzar su construcción y dedicarse los próximos dos años a seducir un electorado
saludablemente sorprendente y sofisticado.
Ricardo Lafferriere
martes, 22 de octubre de 2013
"INNOVACION - Energías renovables para conservar la casa común"
Libro de Ricardo Lafferriere
Calentamiento global, cambio climático, energías renovables, los peligros de quemar combustibles fósiles, las alternativas disponibles.
También Vaca Muerta. ¿Solución para el problema energético, o el sueño de nuevas rentas para saquear?
"INNOVACION" -
Ebook
Download libre:
http://www.laspi.net/horizontevirtual/innovacion.pdf
Calentamiento global, cambio climático, energías renovables, los peligros de quemar combustibles fósiles, las alternativas disponibles.
También Vaca Muerta. ¿Solución para el problema energético, o el sueño de nuevas rentas para saquear?
"INNOVACION" -
Ebook
Download libre:
http://www.laspi.net/horizontevirtual/innovacion.pdf
domingo, 20 de octubre de 2013
Nubarrones oscuros
“Ya van
a ver cuando yo no esté… con qué le van a pagar a los jubilados…”
La
frase, atribuida a CFK luego de las elecciones primarias del 11 de agosto, es
coherente con el rumbo impuesto a su política económica que lleva,
inexorablemente, al estancamiento de la economía y al vaciamiento de los
diferentes activos públicos y privados del país.
El
kirchnerismo y el peronismo que lo sostiene siguen comprometiendo a la Nación
en luchas diversas, que en varios casos pueden calificarse de caprichosas. El
frente interno se enrarece cada vez más ante la distorsión de precios
relativos, mientras en el frente externo
se lanzan desafíos irresponsables a los vecinos y al mundo nada más que para traducirlos
en clave ideológica de debate interno. El FMI, los “fondos buitres”, el
Uruguay, Brasil, LAN, la Unión Europea, la Justicia norteamericana, el
colonialismo inglés, las corporaciones, los formadores de precios, los
monopolios, Magneto, Clarín, la “corpo”, son excusas adolescentes de una
incapacidad de gestión que ha mostrado su límite.
Sigue comprimiendo la economía a
niveles tales que cuando se libere, generará un daño mayor a los sectores de
ingresos fijos, ya que los precios retrasados son justamente los que más los
golpean: tarifas de servicios públicos y alimentos de primera necesidad.
La
nivelación se dará cuando terminen los recursos que se están dilapidando y con
ellos la posibilidad de subsidiar los consumos populares. El oficialismo está
haciendo lo posible que ello ocurra en el momento en que termine su mandato.
Sin embargo, no está claro que lo logre.
En los
precios de los alimentos, alcanza con observar la brecha que se está abriendo
mes tras mes entre los precios “congelados” y los libres. En determinados
rubros alcanza a más del cien por ciento. El paso siguiente es el
desabastecimiento, ante la imposibilidad de mantener producciones a pérdida.
Maduro lo mostró en Venezuela, donde ya no hay ni papel higiénico.
Pero
eso será mínimo si ponemos el foco en las tarifas. Sólo buscar el equilibrio
operativo para seguir contando con transporte, electricidad y gas llevará
inexorablemente las tarifas a varias veces los niveles actuales.
Según
los datos de economistas que siguen el tema, nivelar las tarifas a un nivel que
no requieran más subsidios, porque se acaba el dinero para subsidiar –es decir,
que se pague lo que cuesta obtener el servicio- provoca escalofríos. La energía
eléctrica domiciliaria, por dar un caso, debería multiplicarse por veinte. El
gas, por veinticinco. El transporte urbano de pasajeros en la zona
metropolitana debería aumentar no menos de diez veces, en todos los casos sobre
los valores actuales. El rumbo de colisión marcha al compás de la pérdida de
reservas, la insustentabilidad de la creciente inflación, la crisis fiscal y el
creciente déficit comercial.
Fácil
es imaginar la reacción social que generará advertir que el “modelo” no era más
que una ilusión, basada en la liquidación del capital público y privado, el
endeudamiento público y el desmantelamiento de la economía productiva.
Cuanto más se demoren las medidas
adecuadas, más duro será lo que venga. Y a tal efecto será indiferente si el
gobierno sucesor del kirchnerismo es peronista o “gorila”. Será una necesidad
matemática, no ideológica. Esta situación es observada con preocupación por el
peronismo, que pondrá en juego todos sus espacios de poder –gobernaciones e
intendencias- en el 2015 y parece poco dispuesto a perderlas.
Los aspirantes a la sucesión
saben que el ajuste deberá ser tremendo y acompasan sus discursos y
posicionamientos a la inminente realidad. Algunos, aún desde “adentro”, toman
distancia del relato kirchnerista para evitar ser deglutidos por la crisis,
aunque sin romper. Otros ya dieron el salto hacia afuera del kirchnerismo y aún
del propio peronismo.
Lo curioso es que no se advierte
la toma de conciencia en las fuerzas no peronistas de la gravedad de lo que
viene y de la urgencia de diseñar un programa para la etapa, que debe ser de
unidad nacional. Ese programa debe asumir con valentía las urgencias
económicas, las responsabilidades sociales y las demandas más fuertes de una
sociedad que se siente invadida por fenómenos que consideraba ajenos, como el
narcotráfico y la violencia cotidiana.
Varias veces lo hemos repetido en
esta columna: el futuro de la Argentina es promisorio, pero deberán atravesarse
turbulencias fuertes para cambiar de rumbo y salir de ésto. Ninguno de ambos
extremos debe olvidarse. El primero, porque el país sería tomado por el
fatalismo y la desesperanza. El segundo, porque podría potenciar el exitismo
ingenuo.
En realidad, si las cosas se
hacen bien en el marco de un programa de unidad nacional que le confiera
respaldo político y confiabilidad, la crisis podría atravesarse con mínimo
costo social. Para ello, debieran tomarse decisiones urgentes, porque cada día
que pasa nos hundimos más y nos acercamos al punto en el que las decisiones
políticas no podrán evitar el desencadenamiento de un estallido socioeconómico,
como los que ya conocemos. Ese es el límite de todos los cálculos.
En esta perspectiva, y
proyectando hacia los próximos meses las actuales tendencias de inflación,
caída de reservas, disolución de la moneda nacional y creciente déficit
comercial, en pos de mantener el famoso “modelo”, se seguirán juntando
nubarrones oscuros y el horizonte despejado difícilmente llegue al 2015.
Antes, vendrá tormenta.
Ricardo Lafferriere
lunes, 7 de octubre de 2013
Delegación presidencial y Constitución Nacional
El presidente es una figura central en la estructura
constitucional. Representa a la Nación y a su soberanía, “de cara al mundo”.
De cara al país, es el Jefe de la Administración. La
soberanía reside en el Congreso, representante del pueblo –o sea, de los
ciudadanos- y de las provincias. Unos –los ciudadanos- y otras –las provincias-
son anteriores a la Nación y a la propia Constitución.
Este es el juego de realidades y ficciones sobre las que se
edifica y funciona la estructura política que enmarca nuestra convivencia como
pueblo.
Cuando la Constitución reglamenta las condiciones de
ejercicio de la presidencia, lo hace en forma armónica y teniendo en cuenta
estos supuestos –que incluyen además la autonomía de las provincias, la
independencia de la justicia, los derechos y garantías de los ciudadanos-.
Así ocurre en caso de cese, destitución o incapacidad del
presidente de la Nación, como de todos los funcionarios –legisladores y jueces-.
Ninguno es más que otros. Todos se deben al conjunto.
El presidente debe estar plenamente en condiciones físicas e
intelectuales para ejercer el cargo (debe tener “ideoneidad”) y residir en la
Capital de la Nación. En caso de ausencia (el Congreso debe autorizarlo para
salir de la Capital) lo reemplaza el Vicepresidente.
En otros tiempos, cada viaje presidencial implicaba un
debate parlamentario. En los tiempos modernos, en que los viajes son
virtualmente constantes, se cumple con el recaudo constitucional con una ley
que autoriza al presidente a viajar cuando lo considere necesario, en el
transcurso del año parlamentario. Pero –destaco- el que autoriza es siempre el
Congreso, a través de una ley especial.
En caso de destitución, el procedimiento está establecido en
las normas del juicio político, que deben respetarse escrupulosamente. En ese
caso, también es el Congreso el que toma la decisión, dividiendo las funciones
entre una Cámara acusadora –la de Diputados- y una Cámara de Sentencia, presidida
no ya por el Vicepresidente sino por el Presidente de la Corte Suprema de
Justicia. En ambas etapas se requiere una mayoría especial.
En caso de enfermedad o incapacidad, el procedimiento es
similar. Quien decide la transferencia del poder es el Congreso. No es una
atribución presidencial, o una decisión del Vicepresidente. Si el presidente
cae en la situación prevista, debe pedir una licencia al Congreso por motivo de
enfermedad, y éste debe otorgarla –así como otorga anualmente los permisos para
viajar-. De otra forma, se dejaría en la voluntad de uno de los órganos -el Poder Ejecutivo- la
capacidad de modificar eventualmente las votaciones parlamentarias extrayendo
al Vicepresidente del cuerpo que preside, lo que es contradictorio con el
mecanismo de relojería establecido en la Carta Magna.
La delegación del mando en el Vicepresidente, sin
autorización del Congreso y sin una ley especial que otorgue la licencia es de
una endeblez institucional notoria. No está claro, incluso, si tiene validez
para tomar decisiones del nivel presidencial, porque la delegación no ha sido
autorizada por el órgano político correspondiente.
En notas anteriores hemos expresado que el mayor daño que ha
realizado al país el kirchnerismo en estos años ha sido el desmantelamiento
sistemático de sus instituciones. Superan incluso a la errática política
exterior, o al vaciamiento económico.
Ésta es una nueva demostración de ese ninguneo. Ni siquiera en
una situación extrema como la que se vive, cuando la señora presidenta recibe
la simpatía y benevolencia de todos sus compatriotas que inclinan sus banderías
en señal de respeto, se respeta a las instituciones del país.
Una vez más, y sin necesidad ninguna, se prefiere el atajo.
Como una demostración más de soberbia e indiferencia ante el ordenamiento de un
país que ya los ha tolerado demasiado, ha entronizado al Vicepresidente
marginando las formas establecidas. Formas por las que, cuando asumió, juró
respetar poniendo por testigo “a Dios y los Santos Evangelios”.
Una lástima, porque nada impedía actuar como se debe.
Por lo demás, nos sumamos al deseo de éxito en la operación
a que será sometida por los mejores médicos argentinos. La necesitamos fuerte,
tanto para que defienda con pasión sus convicciones como lo ha hecho estos años,
como para poder cuestionarla sin atenuantes y con la misma pasión cuando
discrepamos.
Ricardo Lafferriere
viernes, 27 de septiembre de 2013
El "massismo"
La
irrupción de Sergio Massa como una alternativa política nacida del
kirchnerismo, pero que se invoca novedosa, sugiere un análisis de las
continuidades y las rupturas que mantiene con su espacio de origen.
Como lo
hemos adelantado en un par de notas anteriores, nuestra mirada tiene dos
enfoques. El primero está vinculado a lo que hemos dado en llamar “el escenario”,
o sea el espacio que contiene las pugnas públicas efectuadas por los
protagonistas del poder y el segundo a sus propuestas de fondo para el país.
El massismo reproduce en su seno
similares contradicciones a las que se han expresado y se expresan en las
fuerzas de representación política mayoritarias y con vocación de gobierno.
Hay en
su seno tanto exponentes del viejo populismo como actores decisivos de un país
democrático y moderno. Incluye tanto a defensores de una economía autárquica
fuera de época como a impulsores de un cambio modernizador que vincule a
nuestro país con el mundo en forma virtuosa.
En su
morfología es innegable la predominancia de viejas estructuras clientelares del
conurbano junto a alternativas más vinculadas a la vertiente
democrática-republicana. Incluye dirigentes de origen progresista y moderado, obreros
y ruralistas, sindicalistas y empresarios “protegidos” pero también la fuerte
expectativa de los “condenados de Moreno”, aquellos que imbrican al país con el
mundo a través del comercio.
¿Es esto
malo? No parece. Cualquier frente de gobierno debe contener una pluralidad similar.
Si esas
diferentes expresiones de la sociedad se acercaran a conformar una propuesta
clara, en negro sobre blanco, sobre la etapa que viene y el rumbo perseguido,
su aporte sería trascendente.
Esa tarea
en forma ideal debiera realizarla un partido político a través de mecanismos de
participación y debate, de formas democráticas de toma de decisiones y de
objetivos definidos que le den previsibilidad a una gestión. En cambio, el
massismo se asemeja más a un “amuchamiento” –Raúl Alfonsín en su momento lo
hubiera calificado como “trato pampa”- de quienes, ante la percepción de cambio
de humor en la sociedad, corren para “no quedar afuera” de una eventual nueva construcción populista.
El
hartazgo social con las formas kirchneristas le agrega un componente de “voto
útil”, utilizado por quienes buscan cualquier camino para sacarse de encima lo
que ya les resulta insoportable. Y aún con su circunstancialidad, seguramente ese
apoyo ayude en la recuperación de un mínimo de respeto ciudadano, de formas
democráticas y de reconstrucción institucional.
Pero
eso no alcanza, y sus límites se presentarán pronto.
Y aquí
llegamos al otro enfoque, al del país real, con sus potencialidades y
limitaciones.
No
pareciera haber conciencia, ni en los actores que se amuchan ni en el “líder”
en gestación -al menos, no aún, para otorgar el beneficio de la duda- que no
sólo se ha agotado un estilo político autoritario sino también una forma de
funcionamiento económico y social, impotente ya para proyectarse en el tiempo.
Se ha
agotado el mecanismo de construir poder extrayendo recursos de los sectores
productivos para financiar con ellos una estructura clientelar, indiferente a
la creación de riqueza genuina.
No hay
más –al menos, conservando una mínima formalidad democrática- reservas que
arrebatar, recursos de los que apropiarse, mega-riquezas que confiscar, acreedores
a los que burlar ni cajas que saquear.
La contracara es que, sin
recursos, no se puede construir poder clientelar.
Quienes siguen la economía
nacional sostienen, además, que para poner al país nuevamente en marcha es
necesario incrementar en un 50 % la tasa de inversión (del 20 % actual, al 30
%). Un PBI, en diez años...
Y para ponerlo en carrera, la inversión debiera ser aún mayor, tal vez un PBI y medio. “Ponerlo en
marcha” significa sólo recuperar la modesta tasa de crecimiento histórico,
resignados a participar de un pelotón de segundo nivel en América Latina. “Ponerlo
en carrera” significa decidir dar un gran salto adelante en tecnología,
educación, infraestructura, calidad de vida, presencia internacional y
prestigio.
Ninguna de ambas alternativas
está al alcance de una visión que sólo reproduzca, con más amabilidad, la
alianza social actual del kirchnerismo que, en última instancia, no representa
otra cosa que los empresarios prebendarios, sindicalistas y dirigentes de la vieja
corporación burocrática bonaerense, con presencia y vínculos en diferentes
fuerzas políticas.
El massismo, por ahora, no está
dando muestras de superar este mecanismo ni esta visión. Sus principales
emergentes no auguran cambios sustanciales. Podría contestarse que aún no ha
definido su línea, y es cierto. Hasta que ello ocurra, las dudas subsisten.
En todo caso, corre con la
ventaja que la alternativa de cambio tampoco se expresa en fuerzas competidoras,
que expresan historias y actitudes más democráticas, pero que –al igual que el
massismo- no las trascienden hacia el cambio estructural del sistema y en
algunos casos, atrasan aún más.
El fin de ciclo en el que estamos
ingresando no ofrece entonces, por ahora, otra cosa que un mejoramiento institucional.
Cierto que abrirá las puertas de un debate nacional sobre el futuro, hoy
cerrado por la intolerancia y el maniqueísmo, y eso no es poco. Pero tenerlo en
claro ayudará a comprender sus límites y su necesaria circunstancialidad, para
no entusiasmarse en inexorables próximas frustraciones.
Ricardo Lafferriere
martes, 24 de septiembre de 2013
Después del tiempo K
Habremos pasado casi tres lustros narcotizados por una
mezcla de engaño, despilfarro, corrupción y cinismo, edificados sobre una
angustiante necesidad de creer luego del dramático fin de época de "los
noventa".
No habrá tiempo para demasiados reproches ante la urgencia
de volver a juntar reservas, reconstruir lo destruido, volver a mirar al
horizonte y retomar la marcha.
Pero habrá una enorme ventaja: predominará en el país una
generación que aunque no había nacido en tiempos de los grandes desencuentros,
tendrá el recuerdo cercano del terrible efecto colectivo que producen los
discursos hirientes, la banalización del poder, la complicidad con las mafias, la
corrupción y la ruptura de la solidaridad colectiva cuando es reemplazada por
el desprecio mutuo y la intolerancia ante la diversidad.
Tendremos de nuevo un país plural, abierto al mundo en la
búsqueda de su destino y apoyado en la capacidad creadora de su gente honesta,
que es abrumadoramente mayoritaria.
Y recuperaremos el terreno perdido. Volveremos a jerarquizar
la educación. De nuevo apoyaremos el esfuerzo emprendedor, que alguna vez nos
hizo grandes. Respetaremos las leyes, fruto de un funcionamiento virtuoso de
las instituciones recuperadas. Volveremos a dialogar entre iguales, en tono
menor, buscando coincidencias que nos permitan generar espacios de consensos y
políticas públicas estables.
Cualquiera podrá estar gobernando. Será seguramente un país
que esté orgulloso de su colorido político plural trabajando en conjunto.
Alguna vez tuvimos una Argentina con Presidente, Gobernadores e Intendentes de
diferentes partidos trabajando sin fisuras por el bien de los ciudadanos, sus
empleadores. Tiempos de Arturo Illia…
Todos los compatriotas deberán estar incluidos en este
relanzamiento nacional, para lo cual tendremos que acentuar las políticas
sociales inclusivas, sostenidas por una economía liberada de sus históricas deformaciones
atávicas y relanzada a imbricarse con el portentoso avance del mundo global.
Inversiones y tecnologías, mercados y financiamiento,
capacitación y cuidado del ambiente, utilización inteligente, racional y
prudente de los recursos naturales, aportarán el marco virtuoso de un
desarrollo armónico, social y territorialmente integrado en la dimensión
continental de un país que volverá a inspirar respeto y afecto en "los
libres del mundo", comenzando por sus vecinos.
No es un sueño. Será, al contrario, el despertar de una
pesadilla.
Puede parecer hoy una voluntarista "fuga hacia
adelante". Sin embargo, en los difíciles momentos que deberemos atravesar
al fin de este triste ciclo decadente, será bueno tener en el pensamiento esa
imagen del futuro, para evitar que las fuertes turbulencias nos confundan.
La Argentina es un gran país. El argentino es un gran
pueblo. Sólo hace falta que lo dejen ser. Y que se anime a serlo. Lo espera un
futuro cercano ciertamente portentoso.
Ricardo Lafferriere
jueves, 12 de septiembre de 2013
Frente a una nueva crisis política
Excedentes dilapidados. Tal podría ser una caracterización
–benigna- de los diez años kirchneristas.
Llegaron al gobierno en pleno despertar del precio de la
soja, con los salarios públicos licuados por la macrodevaluación duhaldista,
sin pagar deuda externa a raíz de la declaración de Default de Rodríguez Saá y
con los precios internos ultra-deprimidos por esa misma decisión.
Lo peor del derrumbe había pasado, con la gestión de
Duhalde, que pagó el precio del caos que había ayudado a provocar.
Parafraseando a Domingo Cavallo, podría decirse que a la
administración de Néstor Kirchner, ya desde el comienzo, “le brotaba la plata
de las orejas”.
El superávit que generó la caída del 2001 –desemboque
inexorable del megaendeudamiento de los 90, que le explotó en la cara al
gobierno aliancista luego de la mecha encendida por el peronismo bonaerense y
sus aliados- abría enormes posibilidades para cualquier conducción no ya
impecable, sino sólo racional y con un mínimo siquiera de sentido común.
Entre las opciones, se eligió la peor. Los excedentes no
fueron volcados a la inversión productiva, sino a disimular los desequilibrios
volviendo a lo peor de la etapa de la economía “cerrada”, ya agotada en la
crisis anterior, la de 1989. Fue acompañada de una sistemática tarea de
demolición de la institucionalidad, de la desaparición del dialogo y de ataques
a la unidad nacional.
El viento de cola hizo el resto. El país vivió diez años en
un adictivo jolgorio consumista, aún frente a los alertas de opiniones más
sensatas. Tal vez sea bueno recordar las advertencias de Roberto Lavagna y de
Elisa Carrió –los candidatos adversarios de Cristina Kirchner- en el 2007:
ralentizar ese jolgorio consumista y volcar recursos a la inversión. En lugar
de “crecer” en forma engañosa al 8 % anual dilapidando recursos pero con un
horizonte muy corto, hacerlo firmemente al 5 % con un programa inteligente de
largo plazo.
La respuesta de Kirchner entonces fue “son neoliberales que
quieren ajustar la economía”. De nuevo montó sobre el engaño una polarización
tramposa.
Y así nos fue. Seguir con el voluntarismo nos costó volver
al endeudamiento público –a esta altura, superior a la propia deuda defaulteada-,
agotar las reservas petroleras, confiscar los ahorros previsionales, comerse
las reservas del Central, liquidar el stock ganadero, dejar envejecer la
infraestructura y, por último, volver a la inflación con el primitivo mecanismo
de emitir dinero sin respaldo ni control.
Hasta aquí llegamos. El populismo se quedó sin capacidad de
maniobra, porque todos los caminos se cerraron. Se agotaron, tanto las rentas
como los recursos fácilmente “manoteables”.
El kirchnerismo nunca fue funcional a un crecimiento
virtuoso, inteligente y moderno, diseñado para imbricarse en el mundo global
participando de la revolución científico-técnica, de la potencialidad del
mercado mundial y de la capacidad de iniciativa de los emprendedores
argentinos.
La novedad ahora es que el kirchnerismo también dejó de ser
funcional al propio populismo. Su continuidad sólo ofrece un fuerte ajuste recesivo –incompatible con su “relato” populista- o un desestabilizante estallido
inflacionario de grandes dimensiones. O, en el “mejor” de los casos, una mezcla de ambos que
combine recesión con inflación.
Sólo la recreación de nuevas fuentes de rentas de las que
apropiarse podría otorgarle un período de gracia, prolongando la agonía. Las
tres posibles –relanzamiento de la megaminería, superexplotación del Shale y nuevo endeudamiento externo- están fuera de
su alcance, por las características discrecionales de su estilo de gestión que
espanta inversores y prestamistas.
En una dramática contradicción existencial, el kirchnerismo
como expresión política cerró todas las chances de salvataje económico, ni
racional ni populista. Nadie invertirá y nadie prestará dinero a la Argentina
con ellos en el gobierno.
Sin funcionalidad con la economía, es difícil imaginar cómo
atravesarán el desierto estos dos años. Ellos, y el país. En consecuencia, y aún
sin contar con más información que la pública, es evidente que el país se mueve
en la cercanía de una crisis política.
Usando la terminología de otros tiempos, la “contradicción
principal” en la coyuntura engloba hoy al desarrollo y al propio populismo en
un polo, y al kichnerismo en el otro.
Nadie sabe cómo será el final. Tal vez lo más inteligente,
antes que un derrumbe estrepitoso, sería un retiro voluntario que permita
procesar la transición en el marco democrático. Así lo hizo Fernando de la Rúa
en el 2001 prefiriendo renunciar a su prestigio a provocarle al país un daño
mayor.
Pero pocos imaginan este gesto en la presidenta y muy pocos
lo quieren, no precisamente por afecto a la señora, sino porque implicaría
tener que gestionar las consecuencias que, cualquiera sea el gestor,
conllevarán fuertes turbulencias de las que sólo se podrá salir con decisiones
audaces.
Con un agregado: en el marco de esas turbulencias habrá que
saldar el debate sobre el rumbo definitivo que debe tomar el país, ya que aún
caído el kirchnerismo, el viejo populismo no ha muerto y no está claro que el
país nuevo esté aún listo para nacer.
Es una lástima tener nuevamente enfrente una crisis política
originada en la rudimentaria gestión de gobierno que no sólo desaprovechó una
excelente oportunidad internacional sino que vació al país de todas sus
reservas estratégicas y nos retornó al punto de partida.
Cuando se remueva el velo de los números falsos y se apague
el espejismo, quedará a la luz que los argentinos estamos sustancialmente más pobres que una década atrás, con menos recursos disponibles
y con mayores problemas que resolver.
Sería bueno prepararse comenzando desde ya a discutir “el
fondo del problema”, que en última instancia no es más que decidir entre el
pasado que muere y el futuro posible. Será la forma de esperar la crisis
adelantando tareas, para facilitar su salida.
Ricardo Lafferriere
miércoles, 11 de septiembre de 2013
SIRIA
Y todos contentos…
Desde
la década del 90 Rusia viene luchando por recuperar el posicionamiento perdido.
Su
autoestima de superpotencia devenida en potencia decadente, su sistema
“modélico” para medio planeta convertido en una maraña de mafias y corrupción,
su presencia internacional desplazándose desde uno de los polos del poder
mundial a un país dependiente de sus materias primas como un país en desarrollo
más, han sido la obsesión de viejos cuadros dirigentes entre los cuales
Vladimir Putin es su principal emergente.
Rusia
necesita volver a posicionarse, si no en el mundo al menos en la región. Su
liderazgo, cerca de China, Irán, Turquía, Siria y los países del viejo
“Turquestán” –hoy, ex integrantes de la vieja URSS con alianzas variadas y no siempre
leales- necesita ponerse en valor.
Estados
Unidos, por su parte, desea desde hace ya varios años retirarse del medio
oriente. Irak y Afganistán, sus últimas dos guerras, han abierto heridas en su
propia sociedad nacional produciendo un hiato de una magnitud pocas veces vista
en su historia entre los ciudadanos y el poder. Ha tenido la suerte del
surgimiento de las nuevas tecnologías que permiten la extracción del petróleo
profundo (Shale) que le permite no sólo autoabastecerse sino convertirse en exportador
de combustibles. No necesita –y tampoco parece desearlo- mantener un costoso despliegue
militar tan lejos “de casa” para actuar como gendarme en regiones que no sólo
no se lo agradecen sino que lo repudian, cuando dependerá cada vez menos de su
petróleo.
En ese
ajedrez, para quienes seguimos la marcha del mundo, es fuerte la tentación de
imaginar que la amenaza a Siria ha tenido, en realidad, otro destinatario:
Irán. Una Irán aliada de Rusia, pero cuyos arsenales nucleares no pueden
alegrar a su vecino. Un Irán que, aliada también de Siria, conforma una pareja
de países difícilmente controlables por nadie, en posesión de armamentos
demasiado peligrosos para tenerlos cerca.
De ahí
al acuerdo ruso-norteamericano hay un paso. La amenaza del ataque a Siria tuvo
ya su primera consecuencia colateral: Irán ha aceptado volver a conversar el
control de su programa nuclear por la Agencia Internacional de Energía Atómica
(AIEA) -http://noticias.terra.com.ar/internacionales/el-tiempo-para-resolver-el-tema-del-programa-nuclear-irani-no-es-ilimitado-iran,691f0805e0701410VgnCLD2000000ec6eb0aRCRD.html-,
lo que neutralizará cualquier proyecto de fabricación de armas nucleares. Y la
propuesta (¿rusa?) sobre Siria tendrá la consecuencia de anular su arsenal de
armas químicas.
La otra
tentación es la de imaginar que la amenaza del bombardeo norteamericano a Siria
ha sido una gigantesca puesta en escena, tácita o expresamente acordado con
Rusia, en un ajedrez geopolítico, militar y diplomático que ha puesto en vilo
al mundo. Los hechos hablarán para confirmar o desmentir esa sospecha.
Porque
si todo termina como puede imaginarse, Irán avanzará hacia su
desnuclearización, Siria hacia la eliminación de su arsenal químico y Estados
Unidos podrá continuar su repliegue, delegando su papel de gendarme en la
región en favor de una Rusia que habrá recuperado allí un liderazgo claro para
reforzar su posición frente a China y no tendrá más en su flanco suroccidental
dos países que, aunque aliados, cuenten con peligrosas armas de destrucción
masiva.
Tal vez
sea todo imaginación. Lo que está claro es que en estos casos, para quienes
–como nosotros, en la Argentina- no tenemos intereses directos comprometidos en
el entuerto, lo peor que podemos hacer es “comernos el amague” y tomar posiciones
por impulsos viscerales que terminen perjudicándonos gratuitamente en otros
temas que son los que realmente nos afectan e interesan.
Ricardo Lafferriere
lunes, 9 de septiembre de 2013
"Fin de ciclo..." (¿cuál?)
Kirchnerismo, populismo, peronismo. ¿Cuál es la etiqueta
cuyo fin se anuncia?
Como en
todos los conceptos políticos, la misma palabra puede tener varios
significados. La de “ciclo” no es una excepción, y no es lo mismo escucharla de
un peronista tradicional, un kirchnerista, un peronista “renovador” o un opositor
no peronista.
¿Qué es
lo que se termina? Por lo pronto, pareciera que lo que está expresando sus
últimos estertores es el kirchnerismo, como fenómeno político que, aunque
incluye el populismo entre sus características, no lo agota.
Las
características del kirchnerismo, expresión grotesca del populismo banal, son
más bien propias del autoritarismo patrimonialista, asentadas en un relato
rudimentario pero intelectualmente seductor para gran parte del “establishment”
político-cultural argentino. Sus afirmaciones han confrontado con la realidad
cada vez más profundamente, por lo que han debido escudarse en la mentira –de las
cifras económicas, de la historia nacional, de los valores en los que se funda
y de los principios que levanta como su identidad-.
Este
fenómeno, el kirchnerismo, es el que, al carecer de posibilidades de
continuidad en su liderazgo y al tomar distancia del aparato político peronista
sobre el que cabalgó desde sus inicios, se acerca a su fin, es de esperar que
en el marco de los plazos y la legalidad institucional.
Estas
creencias trascienden al kirchnerismo. Las rimbombantes decisiones “nacionalistas”
–de las cuales la esperpéntica expropiación de YPF ha sido tal vez la muestra
extrema- han sido acompañadas claramente por la mayoría del estado
político-cultural del país, desde gran parte de sus dirigencias políticas,
empresariales y gremiales de todos los colores hasta el ambiente predominante
en el periodismo, la academia y la población en general. Hasta Federico Pinedo
votó una decisión tan abstrusa como lo fue estatizar Aerolíneas Argentinas, que
le ha costado al país desde 2008 hasta hoy, sin ningún beneficio que lo
compense, más de cuatro mil millones de dólares, a razón de más de dos millones
de dólares por día.
También
son ciertos los testimonios contrarios, como los casos de la confiscación de
ahorros previsionales, la extensión de las facultades extraordinarias al Poder
Ejecutivo, la apropiación de las reservas del BCRA o la propia pretensión de
institucionalizar la confiscación sobre los ingresos agropecuarios, que provocó
la espontánea rebelión rural acompañada políticamente por el radicalismo, el
PRO, peronistas disidentes y la Coalición Cívica, entonces liderada por Elisa
Carrió. Este último caso entraría en la historia grande con el pronunciamiento
del entonces vicepresidente, Julio Cobos, que votando en disidencia con el
gobierno que hasta entonces acompañaba, expresó un límite inherente a su
formación democrática-republicana de raíz radical y abrió una nueva etapa de
reconstrucción opositora.
Si lo
miramos desde ese estado cultural predominante, el populismo tiene aún vida. La
rapidez con que el fin de ciclo kirchnerista anuncia ser reemplazado por una
alternativa afirmada en sus mismos escalones dirigenciales y conducido por una
cúpula que compartió los trazos básicos de la gestión que se agota es un gran
testimonio. La mayoría se cansó del kirchnerismo, pero tiene aún expectativas
en la prolongación de un ciclo populista más tolerable en las formas.
Distinto
es el interrogante sobre la viabilidad económica de ese modelo. Financiado por
rentas apropiadas, es viable mientras existan esas rentas. Su origen puede ser
diverso, aunque tienen un común denominador: son riquezas generadas por personas
o sectores a los que se demoniza caprichosamente, al efecto de poder arrebatárselas.
Es posible mientras esas fuentes las sigan generando. Deja de serlo cuando se
agotan.
No
obstante, sería arriesgado afirmar que ya lo han hecho. Es posible imaginar la
reaparición de la renta minera y aún de la hidrocarburífera, montada en la
irracional explotación de los yacimientos de Shale. Cierto es que ambas van en
la cuenta del deterioro ambiental, pero al populismo eso no le interesará
demasiado.
Sin embargo, los requerimientos de inversión en ambos casos son
incompatibles con el kirchnerismo por su concepción discrecional del poder, que
le resta credibilidad para atraer inversores, pero no lo serían con un esquema
más institucional. Lo mismo ocurre con la tercera alternativa, la de un nuevo
endeudamiento externo. Curiosidades del destino: la institucionalidad
recuperada podría hacer reaparecer rentas extraordinarias que podrían financiar
tanto una estrategia de crecimiento como otra etapa populista. El peligro está
a la vuelta de la esquina.
Históricamente
las fuentes de rentas han sido los recursos agropecuarios, los ahorros previsionales,
las reservas en divisas y el endeudamiento público. Lanzarse sobre ellos para
volcarlos alegremente al consumo oculta tras una niebla adictiva una realidad
económica que no tiene ideologías: no hay crecimiento genuino sin inversión.
Arrebatar discrecionalmente ingresos marginando la ley y el funcionamiento
virtuoso de las instituciones constitucionales provoca dos consecuencias: que
los damnificados traten de defenderse ocultándolos (la economía “negra”) o
sacándolos del sistema (la “fuga de divisas”) y que la inversión se desestimule,
haciendo imposible el crecimiento de largo plazo. Las dos tienen en nuestro
país una dolorosa presencia y la seguirán teniendo mientras el populismo siga
predominando en el juego del poder.
El fin
del kirchnerismo coincide entonces con fuertes limitaciones del propio populismo,
a las que se ha agregado la incapacidad de gestión política en razón de su
forma de ejercicio del poder destemplada, agresiva e intolerante, lo que ha
provocado un vuelco de la opinión pública aparentemente irreversible.
Llegamos
al tercer agregado. El “fin de ciclo” ¿alcanza al peronismo? Da la impresión
que está lejos de alcanzarlo. Más bien –como se adelantó- el peronismo es el
que más impulsará el fin de ciclo kirchnerista, de cuya implosión intentará
desmarcarse. Lo está haciendo con la irrupción del “massismo”, aunque ya había
insinuado rebeldías anteriores.
El
peronismo expresa una matriz político cultural cercana al populismo que, cuando
gestiona eficazmente, recibe el respaldo de ciudadanos independientes. La matriz
político cultural rival, la democrática-republicana, sigue fragmentada en
impostaciones ideológicas que le restan credibilidad y –consecuentemente- apoyo
mayoritario. Sus conducciones no han acertado a diseñar una propuesta coherente
que conduzca a un crecimiento acorde con el nuevo paradigma productivo global y
un importante sector tiende, además, a disputar al peronismo símbolos
populistas en una tarea condenada al fracaso: la coherencia intelectual, de la
que son tributarios, tiene un hiato irreparable entre el país moderno al que
aspiran y el arcaísmo populista predominante del que, sin embargo, temen
alejarse quitando en consecuencia coherencia a su relato y haciendo inviables
sus propuestas.
El
kirchnerismo ha agotado su ciclo. No lo ha hecho aún el populismo, que como monstruo
de mil cabezas puede renacer de muchas formas. Y mucho menos el peronismo, cuya
existencia, aunque históricamente ligada al populismo, también lo supera. Refleja
una de las alternativas con que cuenta la sociedad para confiarle el poder.
La otra, la
democrática-republicana, mayoritaria en la base de la sociedad, que supo
vertebrarse en otros tiempos alrededor de la estructura radical, espera aún que
una dirigencia virtuosa logre su articulación política en una propuesta amplia,
plural, inclusiva, modernizadora, con vocación de gobierno y a la que pueda
confiarle la conducción del país para la superación definitiva del populismo.
El tiempo dirá si lo hace
nuevamente alrededor del viejo partido, de una opción nueva o si sencillamente
no lo logra, dejando al peronismo, con su versatilidad y capacidad de interpretar
los cambios de épocas, la posibilidad de sucederse a sí mismo.
Ricardo Lafferriere
martes, 3 de septiembre de 2013
Obsesivo arcaísmo
Han
vuelto a aparecer por estos días –en analistas políticos de los medios más que
tradicionales, en algunos dirigentes partidarios y hasta en intelectuales
setentistas tardíos- la pretensión de encuadrar la compleja realidad de estos
años en las categorías de moda hace medio siglo, de “izquierdas” y “derechas”,
o “progresistas” frente a “moderados”.
Alguno –incluso-
ha anunciado la formación de dos “bloques” en el país que, uno en el “centroizquierda”
más “pro-Estado” y otro en el “centro-derecha” más “pro-mercado”, “ambos
democráticos y republicanos", le den equilibrio a la democracia.
La posición es tentadora. Fue
señalada como un objetivo ya por Néstor Kirchner –y, proyectándonos más en el
tiempo, la de los propios militares brasileños, cuando organizaron para su
sucesión dos partidos que imaginaban en ambos flancos del espectro ideológico
de entonces-.
La realidad se impuso. El
oficialismo brasileño hoy se estructura alrededor del Partido de los
Trabajadores. La oposición, alrededor del Partido Movimiento Democrático
Brasileño y del Partido socialdemócrata brasileño. Los tres tienen izquierdas y
derechas.
En la propia Venezuela, donde el “socialismo
bolivariano” pretende encarnarse como la revolución del siglo XXI, los hechos
lo han llevado a expresar las políticas más conservadoras ante una oposición
que ha generado un liderazgo, el de Enrique Capriles, nacido en posiciones
históricamente progresistas, liderando un frente alternativo con un abanico de
matices.
Desde esta columna hemos
advertido repetidas veces sobre el arcaísmo que conlleva, a este punto de la
evolución humana, pretender encasillar la política en categorías propias de la
primera mitad del siglo XX.
Cierto es que la democracia
necesita dos grandes coaliciones de gobierno, que le den equilibrio al
funcionamiento político y eviten el desborde del poder. Estas grandes
coaliciones se dan en las democracias exitosas.
No es tan cierto que respondan a
contextos ideológicos cristalizados. Su efectividad, por el contrario, depende
de su capacidad para organizar propuestas que hagan sintonía con las
necesidades de cada momento, en el marco de las posibilidades que permite el
escenario de la realidad, global y local.
Miremos Estados Unidos. ¿Son los
demócratas la “izquierda progresistas” y los republicanos la “derecha
conservadora”? Tal vez hoy así parezca. Sin embargo, los demócratas fueron los
más fervientes sostenedores de la esclavitud –primero- y la segregación racial –luego-,
ante los republicanos (el “gran viejo partido”) que lideraron el ingreso
norteamericano a la modernidad, antiesclavista y proteccionista para impulsar su
desarrollo industrial. Los republicanos fueron “la izquierda” de entonces,
frente a “la derecha” cerril de las plantaciones sureñas. La historia invertiría
los términos varias veces, hasta hoy.
Al enfrentarse con problemas
parecidos, la respuesta del demócrata Obama no puede ser muy diferente de la
del republicano George Bush, matices al margen.
El Partido Colorado, hoy visto
como “la derecha” uruguaya, fue el partido de la modernidad, el que construyó
el estado laico, la educación igualitaria, los derechos obreros y el incipiente
desarrollo industrial. Se oponía al Partido Blanco, antes conservador y
estanciero, reflejo del Uruguay rural. Los tiempos de la dictadura los
encontraron invertidos, con Wilson Ferrayra Aldunate apareciendo como el líder
del “progresismo” ante la “moderación” de Sanguinetti y los colorados. El
Frente Amplio uruguayo, por su parte, conformó una fórmula exitosa de un ex
Tupamaro con un economista que muchos frenteamplistas califican de “neo
liberal”.
Entre nosotros, ¿podríamos
encontrar una línea ideológica –en los términos que hablamos- que le de
coherencia a las posiciones de Yrigoyen, Alvear, Frondizi, Illia, Alfonsín y de
la Rúa, los presidentes radicales? ¿podríamos encontrar una línea de coherencia
ideológica entre Perón, Cámpora, Isabel, Menem y Kirchner, los presidentes
peronistas? ¿Tenía “coherencia ideológica” la excelente fórmula radical en
1983, que unía a un histórico renovador de Buenos Aires con un prestigioso
representante de la sociedad cordobesa más tradicional?
Nuestra lectura no pretende
alzarse contra la historia sino más bien interpretarla. Ella nos dice que las
dos grandes coaliciones “político-culturales” de la Argentina no son ni de
centroizquierda ni de centroderecha. Son estructuras cuya función es ejercer el
poder articulando a la sociedad de la forma que mejor responda a las cambiantes
realidades históricas.
Si algún común denominador
debiera buscarse, éste estaría ajeno a lo ideológico. Es más lábil y se percibe
como una forma de ejercer el poder más que por los objetivos también generales
en los que pareciera no haber discrepancias profundas.
Ambas son coaliciones “inclusivas”.
Esta característica parece ser una demanda de la mayoría de la sociedad,
cualquiera sea su posición ideológica. Expresan la búsqueda de una sociedad más
equitativa, sin grandes polarizaciones sociales, que aplaude la búsqueda de la
igualdad –política, económica, social- y que reconocen la identidad nacional
sobre la base de un piso apoyado en la educación popular que han sostenido
conservadores, radicales y peronistas.
La diferencia, si hay que
expresar alguna, se relaciona más bien con las formas de ejercicio del poder y
en la relación del poder con los ciudadanos. Mayor apego a la ley, una. Más
centrada en el ejercicio del poder discrecional, la otra. Más intransigente en
la prolijidad ética, una. Más tolerante con la corrupción administrativa, la
otra. Más confiada en el Estado, una. Más respetuosa de la libertad e
iniciativa de los ciudadanos, la otra.
Sin embargo, son diferencias que
no trazan líneas de división tajante. Hay innumerables peronistas honestos y
radicales que han mostrado un excelente manejo del poder. Hay radicales que
cuando han visto la conveniencia de una acción estatal no han dudado en
hacerlo, y peronistas que cuando lo han considerado sido necesario, han
descansado en lo privado.
La democracia necesita dos
grandes coaliciones. Pretender darle a esas coaliciones una identidad
ideológica permanente agrega una demanda “contra natura”, con una consecuencia:
la fragmentación. Evita la conformación de una confluencia plural frente a otra
confluencia plural. Otorga ventajas a la coalición que entiende con más
inteligencia cómo funciona la etología de la política, la más básica, la relacionada
con la antropología en su relación con el poder.
En términos prácticos, este
obsesivo arcaísmo ideologicista garantiza a la coalición que sí entiende cómo
funciona la sociedad su permanencia indefinida en el poder. El costo es hacer tenue
el límite democrático y hasta le permita sucederse a sí misma, con la formación
no ya de una coalición alternativa sino de una sucesoria.
Ricardo Lafferriere
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