lunes, 25 de noviembre de 2013

Sobre modelos y relatos

Los planos del debate político e intelectual argentino se cruzan hasta el nivel de la esquizofrenia.

Está más que claro que los tremendos desajustes provocados en la economía por el ¨modelo¨ kirchnerista deben ser corregidos. El mega-vaciamiento del país liquidando todo -reservas, cajas, ahorros, energía, descuido de la infraestructura, deuda intra-estado, ganadería, saldos exportables, lácteos, recursos naturales- gastados todos en corrupción y consumo, tocó fondo.

Se acabó lo que se daba.

Ergo...no es necesario contar con un doctorado en economía para darse cuenta que el modelo no va más y que su desemboque inexorable es el ajuste. Como lo venimos diciendo hace años, cada día que pase sin actuar, será más duro cuando llegue, y menos controlable desde la política. Muy parecido a la ¨cirugía mayor sin anestesia¨ y al "ramal que para, ramal que cierra¨.

La tendencia que suele tentar a quienes gobiernan de complicar las cosas creando "relatos" para ocultar hechos por demás sencillos (por ejemplo, gastar más de lo que se puede, o violar las normas vigentes, o despreocuparse de las consecuencias de los caprichos) puede lograr confusión en el corto plazo, pero no cambia las cosas. En nuestro caso, que en algún momento se acabarían los recursos, que muy pocos se arriesgarían a invertir, y que nadie nos prestaría.

Ante la inminencia de la implosión la reacción primitiva de los responsables es repartir las culpas, si es posible con la oposición. Aparece la ¨vocación de diálogo¨. Macri y Bonfatti, administradores adversarios, son convocados para ¨trabajar juntos¨. Dificil negarse. También a sindicalistas, para disciplinar las paritarias y a empresarios para ¨acordar precios¨, como si unos y otros tuvieran responsabilidad en los desajustes, que siguen sin reconocerse.

El ¨modelo¨ se agotó, pero el ¨relato¨ se resiste. Es obvio: implica reconocer la mentira de una década. Porque de eso se trata: de aceptar que se mintió con la inflación, con la dimensión de las reservas, con el monto del PBI, con el valor real del peso nacional, con la real capacidad de producción de la economía y con los fabulados índices de desocupación disimulados tras centenares de miles de planes sociales cada vez más insuficientes por la inflación y el estancamiento económicos.

Lo curioso es el posicionamiento discursivo de los diferentes protagonistas, que muestran la peligrosa subsistencia del populismo irracional en el escenario argentino.  El gobierno se retuerce entre la realidad y el relato. Sus funcionarios con mayor experiencia política saben lo que hay que hacer, pero los ¨gurkas¨- y la propia presidenta- terminan diluyendo y neutralizando cualquier medida. Sin embargo la principal oposición -cuantitativa-, el Frente Renovador, insólitamente propone empezar de nuevo el dislate kirchnerista, como si nada hubiera pasado en estos años y todo se redujera a disputar la titularidad del ¨modelo¨.

No se escuchan hasta ahora pronunciamientos propositivos de las fuerzas no peronistas, que debieran decidirse a exponer un pensamiento moderno e inclusivo, superador del populismo.

Son los intelectuales independientes quienes instalan la reflexión, tímidamente reflejados por el espacio mediático-comunicacional. Economistas de diversas vertientes pero que recuerdan el ABC de su profesión, politólogos que de pronto advierten que el populismo que han tolerado -y hasta justificado mansamente- estos años nos llevó nuevamente al borde de una nueva crisis, y un lúcido Juan José Sebrelli, sin dudas el más sólido intelectual argentino, alertando periódicamente desde hace tiempo el rumbo de colisión.

La democracia exige cotejar propuestas. La oposición -las oposiciones- deben mostrar a los argentinos que un país sin populismo es posible. Es más: que es el único posible. Que están en condiciones de articular consensos para un futuro distinto. Que cortaron amarras con las estudiantinas ideologicistas, tan inconsistentes como el modelo K.

Si no lo hacen, serán tan responsables de lo que viene como el propio kirchnerismo. Y estarán abriendo las puertas para que la realidad, que no se lleva por ¨relatos¨, reinicie el ciclo mucho más atrás en el tiempo. Para ser precisos, a comienzos de la última década del siglo pasado.


Ricardo Lafferriere

sábado, 23 de noviembre de 2013

Parsimonia

Los cambios fueron un bálsamo de esperanza. O al menos, de expectativas.
Así parece reflejarse en los medios, "corpo" incluida. Nosotros mismos, que no somos opositores de ahora -cuando ya hay muchos- sino que venimos marcando el error de rumbo desde hace años, nos sumamos a ese clima, poniendo nuestro granito de arena a la confianza.

Sin embargo, hay un termómetro que suele anunciar las crisis que sigue alto.
Peligrosamente alto.
Es el ritmo de la fuga de reservas.

¿Qué pasaría si no logran detenerlo?
Sería -casi inexorablemente- una paralización abrupta de la economía.
La falta de insumos detendría las fábricas, la falta de combustibles paralizaría el transporte, la falta de energía nos dejaría sin luz...no ya por obsolescencia de la capacidad instalada, sino por no poder pagar todo lo que, por obra y gracias del "modelo" debemos abonar virtualmente al contado. Fundamentalmente la energía, pero no sólo.

A la Argentina K nadie le fía.

La consecuencia inmediata sería despidos y desocupación. Seguida del derrumbe de la recaudación, con todo lo que implica no sólo en salarios, sino en pago a proveedores y contratistas. Los que, a su vez, no podrán seguir abonando sueldos ni continuar obras.
Y así sucesivamente.

¿Cuándo empezará éso?
Si el ritmo sigue así, no falta mucho. Apenas semanas.
Justo para fin de año.

Pero...¿No pueden emitir? Y...si. Con esos billetes se podrá encender el fuego para la cena de fin de año. No servirían para mucho más. Transformaría una hiper-recesión en una hiper-inflación.
El escenario es poco edificante.

Por eso sería de esperar que tomen conciencia y abandonen su parsimonia.
Si de veras creen que poniendo un impuesto a los autos importados frenarán en algo este proceso, perdieron perspectiva. Lo que no sería importante, si no fuera porque están gobernando.
Dios quiera que estén a tiempo. A los creyentes: encender muchas velas, al santo de cada uno.

La mejor noticia que podríamos tener en estos días sería que la economía volviera a responder a las herramientas. Aunque fuere necesario subir más la tasa de interés, incrementar las tarifas y sincerar el tipo de cambio. Al fin y al cabo, sería dejar de vender las ilusiones que nos llevaron a liquidar alegremente todo, en aras del consumo. Rápido. "Popular". Taquillero. Irresponsable.
No se ven muchas más alternativas. Cualquier dureza circunstancial es preferible a lo que se viene si no toman conciencia.
...
Bah...siempre quedará Mingo...


Ricardo Lafferriere

martes, 19 de noviembre de 2013

Cambio de estilo y ajustes al relato

                El último desdoblamiento cambiario en el país rigió en las vísperas de la hiperinflación de 1989 y persistió durante la de 1990. Quien esto escribe era en esos tiempos Senador Nacional oficialista  durante la primera, y opositor durante la segunda. Recuerda vívidamente los efectos de ambas. La primera terminó con el gobierno de Alfonsín. La segunda, con los ahorros que los argentinos tenían en los Bancos, apropiados mediante el Plan BONEX.

                En ambos casos, la elefantiasis pública fue una causa subyacente constante. La misma causa que, por el hiper-endeudamiento del Estado en los 90, provocó la crisis del 2001.

                La obsesión por desconocer la realidad y la convicción –en ocasiones, rayana en la soberbia- de creer que con voluntarismo se puede torcer sustancialmente la evolución de los procesos económicos y sociales termina provocando duras consecuencias en los ciudadanos de a pie, que sufren sus resultados.

                Los aprendices de brujos, en economía, raramente tienen finales exitosos. Tampoco lo tendrán ahora. No aprender de los errores es de tontos, insistir en ellos es de necios.

                El principal problema de la economía –ha dicho varias veces hasta la propia presidenta- es de la insuficiencia de la oferta. Eso quiere decir: falta producir más. ¿Quién podría discrepar con este propósito?

                El problema no es la meta, sino la consistencia entre lo que se dice buscar, y lo que se hace. Para aumentar la producción es imprescindible que exista inversión. Y para que exista inversión, se necesitan dos pilares fundamentales: recursos y decisión de aplicarlos a generar riqueza. Más que ideológicos, se trata de un problema matemático y de uno sicológico.

                Ni uno ni otro se soluciona con las medidas discrecionales y voluntaristas. Recursos, porque difícilmente alguien (nacional o extranjero) ahorre o preste sus ahorros al sistema bancario argentino –el intermediador natural entre el ahorro y la inversión- con el riesgo de medidas oficiales que se los apropien.

Y la decisión de aplicar esos recursos a la generación de riqueza es improbable que se dé con este gobierno por el temor que genera la inseguridad jurídica sembrada con las esperpénticas decisiones de estos diez años, entre otros la apropiación de los ahorros previsionales de los argentinos, el intento de apropiación de los excedentes agropecuarios afortunadamente frustrado por la lucha del sector y la estudiantina de la confiscación de YPF, que ha terminado absorbiendo recursos del sistema previsional para sostener sus necesidades de financiamiento. Y no sólo por eso: también por la persistencia en el error, como surge del proyecto de Código Civil que consagra la impunidad económica del Estado ante decisiones delictivas o arbitrarias de los funcionarios.

                El desdoblamiento cambiario incrementa la discrecionalidad y la inseguridad. Si se produce, llegará con lo que conocemos: la intensificación de la pugna por el ingreso, la lucha por los sectores para ser incluidos en uno u otro según su conveniencia, y el inmediato reflejo en la tasa de inflación –en realidad, caída del valor del dinero nacional-. El mega endeudamiento público –externo o interno- debido a caprichos fuera de época llevará al mismo resultado que en las crisis anteriores.

                ¿Significa lo antedicho que no es posible hacer nada? Efectivamente, dentro del marco populista no puede hacerse nada.

Se puede hacer, y mucho, en otro contexto. Afianzar la seguridad jurídica, administrar las finanzas públicas con sentido común y profesionalismo, apoyar fuertemente la capacitación con una educación moderna, inclusiva y a la vez rigurosa, gobernar con la verdad, estimular el ahorro garantizando la estabilidad de la moneda e incitar la inversión asegurando reglas de juego que superen los caprichos presidenciales y ministeriales.

                No es tan difícil. Se está haciendo en el 95 % del mundo, desde EEUU hasta China, desde Chile hasta Brasil, desde Uruguay hasta Perú,  en Japón y aún en Europa, que contra todo pronóstico, ha comenzado su trabajoso proceso de renacimiento después del vendaval financiero producto del descontrol de los mercados de “riqueza simbólica”.

                En ninguno de esos casos se ha impulsado la ficción de dos valores para la moneda nacional. En ninguno se considera una virtud fabricar dinero sin respaldo. Hasta Cuba está dando pasos para salir de esa fantasía. No hacerlo conducirá a lo que conocemos en el país –los que tenemos algunos años más- o lo que pueden observar –los que no los tienen- leyendo las noticias que llegan desde Venezuela.

                Volviendo al título: cambió el estilo y eso está bueno. En el nuevo estilo no cabe Moreno –tal vez sacrificado en el altar de los acreedores externos, quién diría…-. Aunque a esta altura su defenestración sea quizás injusta –sólo era el comisario político de decisiones que no eran suyas- está claro que su cese distiende la relación con “los mercados” y el FMI.

                 La “corpo”, participante de un curioso acuerdo general (Tinelli-C.López-Clarín-Flink-Telecom-Estado-), “los mercados” disfrutando el pago al CIADI y cese de Moreno. Alegrías para los viejos rivales del modelo. Mensaje a los gurkas y blogueros de La Cámpora: por las dudas, tal vez les convenga dejar de hablar por un tiempo del “desendeudamiento”…

                Como lo decíamos en una nota anterior, el único camino de sobrevivencia es conseguir que, de nuevo, los “enemigos” le presten. Y eso no será gratis.


Ricardo Lafferriere

De vuelta

                Al fin, se develó la incógnita, alimentada por infinidad de rumores de todo tipo que inundaron la red. La presidenta volvió. Tranquilizadoramente tranquila.

                No sólo ella. Volvió también a ocupar la segunda autoridad constitucional del Poder Ejecutivo, la Jefatura del Gabinete de Ministros, quien ya desempeñara esa función durante la presidencia de Eduardo Duhalde, Jorge Capitanich. Todo un símbolo.

                Pero zafó Moreno. No está claro si con el mismo poder, porque la entronización ministerial de Axel Kicilloff no anuncia una convivencia tranquila. Sin embargo, el desplazamiento de Marcó del Pont del BCRA es una noticia que pareciera inclinar la mirada presidencial sobre la inflación hacia la interpretación de la Secretaría de Comercio: la culpa la tiene el Central.

                Sin embargo, la entronización de Fábrega en el BCRA –al igual que la de Capitanich, y en menor medida la del propio Kicilloff- acercan al gabinete un matiz más profesional, aunque en el caso del Ministro de Economía fuertemente teñido por el  ideologismo de mediados del siglo XX.

                Ciertamente Capitanich refleja mayor capacidad y solidez política que su antecesor, tanto como Fábrega acarrea una veteranía adquirida en una larga carrera en el Banco de la Nación. Y la llegada de Carlos Casamiquela –actual titular del INTA- al ministerio de Agricultura le quita también a la conducción del sector la arista agresiva y contaminada de sospechas del ministro cesante.

                Lorenzino –a diferencia de Juan Manuel Abal Medina- participa en la primera etapa de los anuncios como desplazado hacia una función menor, pero con una perspectiva de un retiro dorado: la Embajada ante la Unión Europea, en Bruselas. No pareciera indicar la continuación de la influencia del Vicepresidente,  complicado en la Justicia cada vez más por sus andanzas.

                ¿Habrá más novedades?  Las que se esperaban indicarían un cambio tal vez demasiado profundo para el capital simbólico del “relato”, y quedan como una incógnita: Moreno y el propio Timmermann.

El retiro del primero implicaría un abandono definitivo de la caricatura discursiva, y el del segundo de otra caricatura, la del alineamiento internacional con el declinante espacio de los “autoexcluídos”, en los que el mayor exponente –Irán- se ha embarcado en una interesante experiencia de negociación con el “demonio imperialista” –EEUU- y el latinoamericano más destacado, el presidente Maduro de Venezuela, no deja de brindar semanalmente esperpénticos espectáculos escasamente atractivos para las mayorías electorales de los países de mediano desarrollo.

                No pareciera que debieran demorarse medidas destinadas a enfrentar el tema energético, cada vez más grave, relacionado con la gestión del Ministro de Infraestructura, ni con la inflación. Lo único visible sobre este último tema es la continuación –por ahora- del gendarme de precios, que es injustamente castigado como responsable de un tema que tiene su origen en áreas totalmente alejadas de su influencia –la elefantiasis del gasto público- claramente generado por las decisiones de la propia Presidenta.

                En síntesis: podría haber sido peor. Como primer gesto, es tranquilizador para el país. No parecieran haber triunfado los loquitos. Lo que podría ser una mala noticia para quienes esperan lo peor –porque creen que es mejor- es, sin embargo, una relativamente buena noticia para el país, bastante cercado por otras malas nuevas como para alegrarnos de sufrir mayores males propios.

                Lo que llega de afuera, efectivamente, como consecuencia de medidas tomadas por la presidenta antes de su reconversión racional, no es bueno. Ni el nuevo fallo de la justicia norteamericana que nos acerca más a la complicación grave en el tema de la deuda externa en default, ni la declaración del Secretario de Energía norteamericano brindando su obvio respaldo al reclamo de REPSOL por la infantil confiscación de YPF, ni la oposición uruguaya a la postulación de Susana Ruiz Cerrutti a la Corte Penal Internacional, ni la decisión española de suspender sus compras de biodiesel. Temas que siguen pendientes y que deberán enfrentarse, gústese o no, en los próximos días.

                Ahí se verá si la insinuación racional que conllevan los primeros cambios se reflejan en continuidades más tranquilizadoras, o si se retrocede hacia la caprichosa insistencia en creer que, a diferencia de la convicción aristotélica de Perón, la realidad no es la “única verdad” sino apenas un invento de los gorilas. Y de la “corpo”, que ahora parece que es amiga.


Ricardo Lafferriere

                

domingo, 10 de noviembre de 2013

¿Se viene el derrumbe?

                Escalofríos. Es lo que produce la marcha de las variables económicas.

                “Caen las reservas”, “sube la inflación”, “crecen los subsidios”, “aumenta el déficit público”, “se agiganta la deuda intra-estado, son titulares que enmarcan experiencias concretas de la vida cotidiana: el tomate a cincuenta pesos, el pan a treinta o las prepagas, todavía sin digerirse el último aumento, ya anunciando un adicional en diciembre son apenas algunos testimonios. Los lácteos en precios récord al consumidor y aun así inconsistentes para los productores, al igual que la carne que sigue liquidando sus “fábricas”, las vacas-vientresmientras estamos al borde de… ¡importar trigo! Nuestros costos industriales no permiten exportar, y lo que vende el campo no alcanza ya para financiar las importaciones que necesitan las fábricas.

                Los sueldos fijos quedaron establecidos por un año entre marzo y julio, y en ese nivel se mantendrán hasta mediados del año próximo, mientras el dólar “blue” sigue raudo su alza por encima de los 10 pesos, el oficial sufre la mayor devaluación diaria en diez años y la inflación real bordea el 30 % anualizado. Un crudo ajuste ortodoxo, inútil porque se desperdicia con ineficiencia y corrupción lo que se logra con la caída de salarios y actividad.

                ¿Es éste un escenario de derrumbe?

                Está claro que este “modelo” no es sustentable, ni alimenta el crecimiento. Pero también que el país todavía tiene margen para un nuevo mega-endeudamiento externo, para liquidar reservas (entre ellas, las geológicas) y más riquezas privadas o provocar mayor inflación. Esta gestión todavía puede hacer más daño.

                Queda "resto". No para crecer, pero sí para seguir languideciendo y decayendo. Una letanía de mediocridad liderada por la presidenta y sostenida por una vocinglería inconsistente de pícaros aplaudidores es potenciada por la ausencia de lucidez opositora, cuyas voces salvo valiosas excepciones- son condicionadas por el temor a la verdad y sus eventuales efectos ante el adormecido sentido común de la mayoría.

           La inflaciónal igual que su gemelo, la elefantiasis pública- tiene su lado simpático. Como un velo semiopaco oculta a medias la realidad, mientras como un narcótico aletarga el razonamiento y dificulta la comprensión.

Los ciudadanos incrementan su embotamiento al no contar con los argumentos que en una democracia madura debieran esperar de una oposición sensata, que prefiere aguardar a que el proceso alcance sus límites objetivos.

La deuda pública ya superó los USD 200.000 millones, 30 % mayor a la que provocó la crisis del 2001. El drenaje diario de reservas recuerda el ritmo de la guerra de Malvinas, pero sin ninguna guerra en curso. El PBI per cápitaes una incógnita por la manipulación de las cifras, aunque en términos reales da la sensación de ser igual o inferior a hace diez años. El déficit público es espeluznante, alcanzando ya el 5 % del PBI "oficial" en el 2001 era del 3 % del real-. El deterioro de la infraestructura está en un nivel que supera el de los años 80. No habíamos tenido un déficit energético como el actual desde hace más de medio siglo. Y todos esos números se encuentran en una tendencia creciente, sostenidos por la vieja receta de disimularla con la fabricación de moneda sin respaldo.

Frente a problemas como éstos, los alemanes, por ejemplo, estarían hablando de la necesidad de una gran coalición. Por nuestros pagos lo ha dicho Sebrelli: hace falta una gran coalición de coaliciones, coordinando los esfuerzos de izquierdas y derechas. En cambio, se siguen juntando porotitos en un lado o en otro, sin advertir la dimensión de las tareas. Para gambetear el derrumbe y seguir languideciendo hoy y después- afortunadamente tal vez alcance. Para un gran cambio, seguiremos lejos.

El país soporta todo eso, aunque a costa de tensar su convivencia, amesetar su devenir y disipar sus ilusiones. Puede hacerlo, porque en la base existe una capacidad productiva primaria que debemos a la providencia  y la tenacidad de nuestros productores, y a precios internacionales 400 % superiores al 2001, que además estimulan la mayor producción (150 % más que entonces). Mientras no aparezca algún cambio abrupto como una caída del precio de los productos de exportación- no habrá derrumbe, sino letanías recicladas por una decadencia interminable.

Lo que sí se siente es la abrumadora sensación de tiempo perdido y de oportunidades desaprovechadas. De eso, por supuesto, es principal responsable el gobierno. Pero no es el único. El paísempresarios, gremios, periodistas, políticos, intelectuales, cada uno en su campo- debiera asumir su obligación ciudadana de mejorar el debate público, precisar el diagnóstico, acordar la alternativa y trabajar por ella, superando ideologismos y mostrando capacidad de articular consensos nacionales para hablar de los verdaderos problemas. Y enfrentarlos.


Ricardo Lafferriere

martes, 29 de octubre de 2013

Para pensar: Si el Congreso hubiera sido elegido el domingo

94 diputados. Tales son los legisladores que hubiera obtenido el oficialismo, con los números de ayer, si la Cámara de Diputados hubiera sido renovada en su totalidad.

Así surge del estudio realizado por La Nación sobre la base de los resultados del domingo pasado.

El bloque “radical-socialista” –que, por ahora, institucionalmente no es tal porque sus partidos integrantes funcionan con autonomía y no siempre votan en conjunto- contaría con 72, el peronismo renovador con 52, el PRO con 24 y otras fuerzas con 12.

El número constituye un indicador probablemente cercano a lo que ocurrirá luego de la renovación presidencial de 2015, si el resultado parlamentario fuera parecido al actual. No es una previsión descartable, teniendo en cuenta que los diputados se eligen en la primera vuelta.

En el Senado, aunque el cálculo es más complicado, se renovarán 24 legisladores sobre 72. Aunque la Cámara Alta los desplazamientos reflejan más la composición de los gobiernos provinciales, el resultado será similar. El actual oficialismo –si continuara existiendo como expresión política autónoma- no abandonará su condición de primera minoría.

La mirada, curiosamente, está indicando la veracidad del relato oficial sobre su condición de “primera minoría” nacional. Lo seguirá siendo mientras no se conforme un bloque político que logre superarla, sea construido por el bloque del “peronismo renovador” con actuales “FPV tránsfugas”, sea por el bloque “radical-socialista” más el PRO, o con la incorporación de todos –o algunos- integrantes del “peronismo” a una nueva coalición de gobierno.

Como se viene sosteniendo desde esta columna, no habrá gobernabilidad institucional en el próximo período si no se logra conformar esa mayoría parlamentaria, que debe reflejar un estado de acuerdos políticos sustancialmente más elaborado que el que presenta la actual oposición.

Otra mirada indica el acercamiento de tiempos de unión nacional, dispuesta por la realidad política más que por el virtuosismo de los liderazgos.

Ricardo Lafferriere


lunes, 28 de octubre de 2013

Las PASO ¿una ilusión?

                Cumplido ya el cronograma electoral del corriente año, es ineludible realizar la primera evaluación de su influencia en el escenario político y  del proceso que ha quedado lanzado con el comienzo de la despedida del decenio kirchnerista.

                “Todos ganaron”, leí en uno de los tantos blogs que sigo semanalmente como termómetros del estado de ánimo de los argentinos. Y, en realidad, da esa impresión. Claramente, el proceso político ha puesto su proa hacia su normalización, luego de la conmoción de cambio de siglo y el decenio que la siguió.

                “Todos ganaron” significa que las fuerzas aspirantes a la conducción del país pueden profundizar su construcción sin el lastre que significaba tener enfrente un proyecto negador de la democracia política. Esa situación anómala les aconsejaba disimular sus propuestas diferenciadoras en post de construir límites a la desbordante pujanza del oficialismo hacia la concentración del poder y la negación de la esencia republicana del sistema político.

                No siempre lo lograron, y ha sido la sociedad por sí misma la encargada de hacerlo. El kirchnerismo no se agotará por la acción virtuosa de conducciones republicanas, sino por la virtud intrínseca de una sociedad que comenzó a edificar esos límites en el 2008, con la rebelión del campo, y los hizo indestructibles con las masivas expresiones de setiembre y noviembre del 2012, abril del corriente año, y estos dos pronunciamientos electorales contundentes.

                Ahora, quienes aspiran al próximo turno podrán trabajar con mayor tranquilidad en madurar sus propuestas y sus estrategias. Y el kirchnerismo deberá terminar su gestión, para la que ha sido validado con la preservación de sus mayorías parlamentarias, que le alcanzarán para gobernar pero no ya para inventar dislates. Ni el “Cristina eterna”, ni los “diez años más” ni el “vamos por todo” tienen chance en un país que busca su modernización, su imbricación con el mundo y su racionalidad política.

                El proceso electoral deja otra enseñanza. Cuando se implantaron las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias el propósito invocado fue dotar a las fuerzas políticas y coaliciones de un mecanismo de selección de candidatos que estimulara la concentración y evitara la fragmentación.

                En pocos lugares estos propósitos han sido tan desvirtuados como en la provincia de Buenos Aires y en la Capital.

En el primer distrito, en lugar de evitar la concentración se produjo justamente la fractura de la fuerza gobernante, de la que ha surgido un liderazgo que hoy resulta una de las principales alternativas sucesorias.

Y en el segundo, no funcionaron como la culminación de un proceso consolidado de construcción de una alternativa política –que requiere contar en primer lugar con un programa, en segundo con una ingeniería de poder y en recién en el último la selección de los candidatos- sino como un amuchamiento táctico en el que confluyeron liderazgos con visiones disímiles –y en algunos temas, totalmente enfrentados- con una finalidad respetable, pero poco edificante desde la perspectiva de una democracia moderna: juntar fuerzas para lograr que candidatos en extremo minoritarios quedaran excluidos de los repartidores por su escasa representatividad.

Dicen los politólogos que sea cual fuere el sistema electoral, la sociedad termina eligiendo lo que quiere. Parece claro que, en nuestro caso, ha decidido marcar el fin del kirchnerismo, sin privarlo de las herramientas de gobierno necesarias para su última etapa.

Y ha dejado abierta la decisión sobre lo que vendrá habilitando espacios y liderazgos diversos, que deberán comenzar su construcción y dedicarse los próximos dos años a seducir un electorado saludablemente sorprendente y sofisticado.


Ricardo Lafferriere

               
               
               

                

martes, 22 de octubre de 2013

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domingo, 20 de octubre de 2013

Nubarrones oscuros

                “Ya van a ver cuando yo no esté… con qué le van a pagar a los jubilados…”

                La frase, atribuida a CFK luego de las elecciones primarias del 11 de agosto, es coherente con el rumbo impuesto a su política económica que lleva, inexorablemente, al estancamiento de la economía y al vaciamiento de los diferentes activos públicos y privados del país.

                El kirchnerismo y el peronismo que lo sostiene siguen comprometiendo a la Nación en luchas diversas, que en varios casos pueden calificarse de caprichosas. El frente interno se enrarece cada vez más ante la distorsión de precios relativos,  mientras en el frente externo se lanzan desafíos irresponsables a los vecinos y al mundo nada más que para traducirlos en clave ideológica de debate interno. El FMI, los “fondos buitres”, el Uruguay, Brasil, LAN, la Unión Europea, la Justicia norteamericana, el colonialismo inglés, las corporaciones, los formadores de precios, los monopolios, Magneto, Clarín, la “corpo”, son excusas adolescentes de una incapacidad de gestión que ha mostrado su límite.

Sigue comprimiendo la economía a niveles tales que cuando se libere, generará un daño mayor a los sectores de ingresos fijos, ya que los precios retrasados son justamente los que más los golpean: tarifas de servicios públicos y alimentos de primera necesidad.

                La nivelación se dará cuando terminen los recursos que se están dilapidando y con ellos la posibilidad de subsidiar los consumos populares. El oficialismo está haciendo lo posible que ello ocurra en el momento en que termine su mandato. Sin embargo, no está claro que lo logre.

                En los precios de los alimentos, alcanza con observar la brecha que se está abriendo mes tras mes entre los precios “congelados” y los libres. En determinados rubros alcanza a más del cien por ciento. El paso siguiente es el desabastecimiento, ante la imposibilidad de mantener producciones a pérdida. Maduro lo mostró en Venezuela, donde ya no hay ni papel higiénico.

                Pero eso será mínimo si ponemos el foco en las tarifas. Sólo buscar el equilibrio operativo para seguir contando con transporte, electricidad y gas llevará inexorablemente las tarifas a varias veces los niveles actuales.

                Según los datos de economistas que siguen el tema, nivelar las tarifas a un nivel que no requieran más subsidios, porque se acaba el dinero para subsidiar –es decir, que se pague lo que cuesta obtener el servicio- provoca escalofríos. La energía eléctrica domiciliaria, por dar un caso, debería multiplicarse por veinte. El gas, por veinticinco. El transporte urbano de pasajeros en la zona metropolitana debería aumentar no menos de diez veces, en todos los casos sobre los valores actuales. El rumbo de colisión marcha al compás de la pérdida de reservas, la insustentabilidad de la creciente inflación, la crisis fiscal y el creciente déficit comercial.

                Fácil es imaginar la reacción social que generará advertir que el “modelo” no era más que una ilusión, basada en la liquidación del capital público y privado, el endeudamiento público y el desmantelamiento de la economía productiva.

Cuanto más se demoren las medidas adecuadas, más duro será lo que venga. Y a tal efecto será indiferente si el gobierno sucesor del kirchnerismo es peronista o “gorila”. Será una necesidad matemática, no ideológica. Esta situación es observada con preocupación por el peronismo, que pondrá en juego todos sus espacios de poder –gobernaciones e intendencias- en el 2015 y parece poco dispuesto a perderlas.

Los aspirantes a la sucesión saben que el ajuste deberá ser tremendo y acompasan sus discursos y posicionamientos a la inminente realidad. Algunos, aún desde “adentro”, toman distancia del relato kirchnerista para evitar ser deglutidos por la crisis, aunque sin romper. Otros ya dieron el salto hacia afuera del kirchnerismo y aún del propio peronismo.

Lo curioso es que no se advierte la toma de conciencia en las fuerzas no peronistas de la gravedad de lo que viene y de la urgencia de diseñar un programa para la etapa, que debe ser de unidad nacional. Ese programa debe asumir con valentía las urgencias económicas, las responsabilidades sociales y las demandas más fuertes de una sociedad que se siente invadida por fenómenos que consideraba ajenos, como el narcotráfico y la violencia cotidiana.

Varias veces lo hemos repetido en esta columna: el futuro de la Argentina es promisorio, pero deberán atravesarse turbulencias fuertes para cambiar de rumbo y salir de ésto. Ninguno de ambos extremos debe olvidarse. El primero, porque el país sería tomado por el fatalismo y la desesperanza. El segundo, porque podría potenciar el exitismo ingenuo.

En realidad, si las cosas se hacen bien en el marco de un programa de unidad nacional que le confiera respaldo político y confiabilidad, la crisis podría atravesarse con mínimo costo social. Para ello, debieran tomarse decisiones urgentes, porque cada día que pasa nos hundimos más y nos acercamos al punto en el que las decisiones políticas no podrán evitar el desencadenamiento de un estallido socioeconómico, como los que ya conocemos. Ese es el límite de todos los cálculos.

En esta perspectiva, y proyectando hacia los próximos meses las actuales tendencias de inflación, caída de reservas, disolución de la moneda nacional y creciente déficit comercial, en pos de mantener el famoso “modelo”, se seguirán juntando nubarrones oscuros y el horizonte despejado difícilmente llegue al 2015.

Antes, vendrá tormenta.


Ricardo Lafferriere

lunes, 7 de octubre de 2013

Delegación presidencial y Constitución Nacional

El presidente es una figura central en la estructura constitucional. Representa a la Nación y a su soberanía, “de cara al mundo”.

De cara al país, es el Jefe de la Administración. La soberanía reside en el Congreso, representante del pueblo –o sea, de los ciudadanos- y de las provincias. Unos –los ciudadanos- y otras –las provincias- son anteriores a la Nación y a la propia Constitución.

Este es el juego de realidades y ficciones sobre las que se edifica y funciona la estructura política que enmarca nuestra convivencia como pueblo.

Cuando la Constitución reglamenta las condiciones de ejercicio de la presidencia, lo hace en forma armónica y teniendo en cuenta estos supuestos –que incluyen además la autonomía de las provincias, la independencia de la justicia, los derechos y garantías de los ciudadanos-.

Así ocurre en caso de cese, destitución o incapacidad del presidente de la Nación, como de todos los funcionarios –legisladores y jueces-. Ninguno es más que otros. Todos se deben al conjunto.

El presidente debe estar plenamente en condiciones físicas e intelectuales para ejercer el cargo (debe tener “ideoneidad”) y residir en la Capital de la Nación. En caso de ausencia (el Congreso debe autorizarlo para salir de la Capital) lo reemplaza el Vicepresidente.

En otros tiempos, cada viaje presidencial implicaba un debate parlamentario. En los tiempos modernos, en que los viajes son virtualmente constantes, se cumple con el recaudo constitucional con una ley que autoriza al presidente a viajar cuando lo considere necesario, en el transcurso del año parlamentario. Pero –destaco- el que autoriza es siempre el Congreso, a través de una ley especial.

En caso de destitución, el procedimiento está establecido en las normas del juicio político, que deben respetarse escrupulosamente. En ese caso, también es el Congreso el que toma la decisión, dividiendo las funciones entre una Cámara acusadora –la de Diputados- y una Cámara de Sentencia, presidida no ya por el Vicepresidente sino por el Presidente de la Corte Suprema de Justicia. En ambas etapas se requiere una mayoría especial.

En caso de enfermedad o incapacidad, el procedimiento es similar. Quien decide la transferencia del poder es el Congreso. No es una atribución presidencial, o una decisión del Vicepresidente. Si el presidente cae en la situación prevista, debe pedir una licencia al Congreso por motivo de enfermedad, y éste debe otorgarla –así como otorga anualmente los permisos para viajar-. De otra forma, se dejaría en la voluntad de uno de los órganos -el Poder Ejecutivo- la capacidad de modificar eventualmente las votaciones parlamentarias extrayendo al Vicepresidente del cuerpo que preside, lo que es contradictorio con el mecanismo de relojería establecido en la Carta Magna.

La delegación del mando en el Vicepresidente, sin autorización del Congreso y sin una ley especial que otorgue la licencia es de una endeblez institucional notoria. No está claro, incluso, si tiene validez para tomar decisiones del nivel presidencial, porque la delegación no ha sido autorizada por el órgano político correspondiente.

En notas anteriores hemos expresado que el mayor daño que ha realizado al país el kirchnerismo en estos años ha sido el desmantelamiento sistemático de sus instituciones. Superan incluso a la errática política exterior, o al vaciamiento económico.

Ésta es una nueva demostración de ese ninguneo. Ni siquiera en una situación extrema como la que se vive, cuando la señora presidenta recibe la simpatía y benevolencia de todos sus compatriotas que inclinan sus banderías en señal de respeto, se respeta a las instituciones del país.

Una vez más, y sin necesidad ninguna, se prefiere el atajo. Como una demostración más de soberbia e indiferencia ante el ordenamiento de un país que ya los ha tolerado demasiado, ha entronizado al Vicepresidente marginando las formas establecidas. Formas por las que, cuando asumió, juró respetar poniendo por testigo “a Dios y los Santos Evangelios”.

Una lástima, porque nada impedía actuar como se debe.

Por lo demás, nos sumamos al deseo de éxito en la operación a que será sometida por los mejores médicos argentinos. La necesitamos fuerte, tanto para que defienda con pasión sus convicciones como lo ha hecho estos años, como para poder cuestionarla sin atenuantes y con la misma pasión cuando discrepamos.

Ricardo Lafferriere



viernes, 27 de septiembre de 2013

El "massismo"

                La irrupción de Sergio Massa como una alternativa política nacida del kirchnerismo, pero que se invoca novedosa, sugiere un análisis de las continuidades y las rupturas que mantiene con su espacio de origen.

                Como lo hemos adelantado en un par de notas anteriores, nuestra mirada tiene dos enfoques. El primero está vinculado a lo que hemos dado en llamar “el escenario”, o sea el espacio que contiene las pugnas públicas efectuadas por los protagonistas del poder y el segundo a sus propuestas de fondo para el país.

El massismo reproduce en su seno similares contradicciones a las que se han expresado y se expresan en las fuerzas de representación política mayoritarias y con vocación de gobierno.

                Hay en su seno tanto exponentes del viejo populismo como actores decisivos de un país democrático y moderno. Incluye tanto a defensores de una economía autárquica fuera de época como a impulsores de un cambio modernizador que vincule a nuestro país con el mundo en forma virtuosa.

                En su morfología es innegable la predominancia de viejas estructuras clientelares del conurbano junto a alternativas más vinculadas a la vertiente democrática-republicana. Incluye dirigentes de origen progresista y moderado, obreros y ruralistas, sindicalistas y empresarios “protegidos” pero también la fuerte expectativa de los “condenados de Moreno”, aquellos que imbrican al país con el mundo a través del comercio.

                ¿Es esto malo? No parece. Cualquier frente de gobierno debe contener una pluralidad similar.

                Si esas diferentes expresiones de la sociedad se acercaran a conformar una propuesta clara, en negro sobre blanco, sobre la etapa que viene y el rumbo perseguido, su aporte sería trascendente.

                Esa tarea en forma ideal debiera realizarla un partido político a través de mecanismos de participación y debate, de formas democráticas de toma de decisiones y de objetivos definidos que le den previsibilidad a una gestión. En cambio, el massismo se asemeja más a un “amuchamiento” –Raúl Alfonsín en su momento lo hubiera calificado como “trato pampa”- de quienes, ante la percepción de cambio de humor en la sociedad, corren para “no quedar afuera” de una eventual nueva construcción populista.

                El hartazgo social con las formas kirchneristas le agrega un componente de “voto útil”, utilizado por quienes buscan cualquier camino para sacarse de encima lo que ya les resulta insoportable. Y aún con su circunstancialidad, seguramente ese apoyo ayude en la recuperación de un mínimo de respeto ciudadano, de formas democráticas y de reconstrucción institucional.

                Pero eso no alcanza, y sus límites se presentarán pronto.

                Y aquí llegamos al otro enfoque, al del país real, con sus potencialidades y limitaciones.

                No pareciera haber conciencia, ni en los actores que se amuchan ni en el “líder” en gestación -al menos, no aún, para otorgar el beneficio de la duda- que no sólo se ha agotado un estilo político autoritario sino también una forma de funcionamiento económico y social, impotente ya para proyectarse en el tiempo.

                Se ha agotado el mecanismo de construir poder extrayendo recursos de los sectores productivos para financiar con ellos una estructura clientelar, indiferente a la creación de riqueza genuina.

                No hay más –al menos, conservando una mínima formalidad democrática- reservas que arrebatar, recursos de los que apropiarse, mega-riquezas que confiscar, acreedores a los que burlar ni cajas que saquear.

La contracara es que, sin recursos, no se puede construir poder clientelar.

Quienes siguen la economía nacional sostienen, además, que para poner al país nuevamente en marcha es necesario incrementar en un 50 % la tasa de inversión (del 20 % actual, al 30 %). Un PBI, en diez años...

 Y para ponerlo en carrera, la inversión debiera ser aún mayor, tal vez un PBI y medio. “Ponerlo en marcha” significa sólo recuperar la modesta tasa de crecimiento histórico, resignados a participar de un pelotón de segundo nivel en América Latina. “Ponerlo en carrera” significa decidir dar un gran salto adelante en tecnología, educación, infraestructura, calidad de vida, presencia internacional y prestigio.

Ninguna de ambas alternativas está al alcance de una visión que sólo reproduzca, con más amabilidad, la alianza social actual del kirchnerismo que, en última instancia, no representa otra cosa que los empresarios prebendarios, sindicalistas y dirigentes de la vieja corporación burocrática bonaerense, con presencia y vínculos en diferentes fuerzas políticas.

El massismo, por ahora, no está dando muestras de superar este mecanismo ni esta visión. Sus principales emergentes no auguran cambios sustanciales. Podría contestarse que aún no ha definido su línea, y es cierto. Hasta que ello ocurra, las dudas subsisten.

En todo caso, corre con la ventaja que la alternativa de cambio tampoco se expresa en fuerzas competidoras, que expresan historias y actitudes más democráticas, pero que –al igual que el massismo- no las trascienden hacia el cambio estructural del sistema y en algunos casos, atrasan aún más.

El fin de ciclo en el que estamos ingresando no ofrece entonces, por ahora, otra cosa que un mejoramiento institucional. Cierto que abrirá las puertas de un debate nacional sobre el futuro, hoy cerrado por la intolerancia y el maniqueísmo, y eso no es poco. Pero tenerlo en claro ayudará a comprender sus límites y su necesaria circunstancialidad, para no entusiasmarse en inexorables próximas frustraciones.


Ricardo Lafferriere

martes, 24 de septiembre de 2013

Después del tiempo K

Habremos pasado casi tres lustros narcotizados por una mezcla de engaño, despilfarro, corrupción y cinismo, edificados sobre una angustiante necesidad de creer luego del dramático fin de época de "los noventa".

No habrá tiempo para demasiados reproches ante la urgencia de volver a juntar reservas, reconstruir lo destruido, volver a mirar al horizonte y retomar la marcha.

Pero habrá una enorme ventaja: predominará en el país una generación que aunque no había nacido en tiempos de los grandes desencuentros, tendrá el recuerdo cercano del terrible efecto colectivo que producen los discursos hirientes, la banalización del poder, la complicidad con las mafias, la corrupción y la ruptura de la solidaridad colectiva cuando es reemplazada por el desprecio mutuo y la intolerancia ante la diversidad.

Tendremos de nuevo un país plural, abierto al mundo en la búsqueda de su destino y apoyado en la capacidad creadora de su gente honesta, que es abrumadoramente mayoritaria.

Y recuperaremos el terreno perdido. Volveremos a jerarquizar la educación. De nuevo apoyaremos el esfuerzo emprendedor, que alguna vez nos hizo grandes. Respetaremos las leyes, fruto de un funcionamiento virtuoso de las instituciones recuperadas. Volveremos a dialogar entre iguales, en tono menor, buscando coincidencias que nos permitan generar espacios de consensos y políticas públicas estables.

Cualquiera podrá estar gobernando. Será seguramente un país que esté orgulloso de su colorido político plural trabajando en conjunto. Alguna vez tuvimos una Argentina con Presidente, Gobernadores e Intendentes de diferentes partidos trabajando sin fisuras por el bien de los ciudadanos, sus empleadores. Tiempos de Arturo Illia…

Todos los compatriotas deberán estar incluidos en este relanzamiento nacional, para lo cual tendremos que acentuar las políticas sociales inclusivas, sostenidas por una economía liberada de sus históricas deformaciones atávicas y relanzada a imbricarse con el portentoso avance del mundo global.

Inversiones y tecnologías, mercados y financiamiento, capacitación y cuidado del ambiente, utilización inteligente, racional y prudente de los recursos naturales, aportarán el marco virtuoso de un desarrollo armónico, social y territorialmente integrado en la dimensión continental de un país que volverá a inspirar respeto y afecto en "los libres del mundo", comenzando por sus vecinos.

No es un sueño. Será, al contrario, el despertar de una pesadilla.

Puede parecer hoy una voluntarista "fuga hacia adelante". Sin embargo, en los difíciles momentos que deberemos atravesar al fin de este triste ciclo decadente, será bueno tener en el pensamiento esa imagen del futuro, para evitar que las fuertes turbulencias nos confundan.

La Argentina es un gran país. El argentino es un gran pueblo. Sólo hace falta que lo dejen ser. Y que se anime a serlo. Lo espera un futuro cercano ciertamente portentoso.



Ricardo Lafferriere

jueves, 12 de septiembre de 2013

Frente a una nueva crisis política

Excedentes dilapidados. Tal podría ser una caracterización –benigna- de los diez años kirchneristas.

Llegaron al gobierno en pleno despertar del precio de la soja, con los salarios públicos licuados por la macrodevaluación duhaldista, sin pagar deuda externa a raíz de la declaración de Default de Rodríguez Saá y con los precios internos ultra-deprimidos por esa misma decisión.

Lo peor del derrumbe había pasado, con la gestión de Duhalde, que pagó el precio del caos que había ayudado a provocar.

Parafraseando a Domingo Cavallo, podría decirse que a la administración de Néstor Kirchner, ya desde el comienzo, “le brotaba la plata de las orejas”.

El superávit que generó la caída del 2001 –desemboque inexorable del megaendeudamiento de los 90, que le explotó en la cara al gobierno aliancista luego de la mecha encendida por el peronismo bonaerense y sus aliados- abría enormes posibilidades para cualquier conducción no ya impecable, sino sólo racional y con un mínimo siquiera de sentido común.

Entre las opciones, se eligió la peor. Los excedentes no fueron volcados a la inversión productiva, sino a disimular los desequilibrios volviendo a lo peor de la etapa de la economía “cerrada”, ya agotada en la crisis anterior, la de 1989. Fue acompañada de una sistemática tarea de demolición de la institucionalidad, de la desaparición del dialogo y de ataques a la unidad nacional.

El viento de cola hizo el resto. El país vivió diez años en un adictivo jolgorio consumista, aún frente a los alertas de opiniones más sensatas. Tal vez sea bueno recordar las advertencias de Roberto Lavagna y de Elisa Carrió –los candidatos adversarios de Cristina Kirchner- en el 2007: ralentizar ese jolgorio consumista y volcar recursos a la inversión. En lugar de “crecer” en forma engañosa al 8 % anual dilapidando recursos pero con un horizonte muy corto, hacerlo firmemente al 5 % con un programa inteligente de largo plazo.

La respuesta de Kirchner entonces fue “son neoliberales que quieren ajustar la economía”. De nuevo montó sobre el engaño una polarización tramposa.

Y así nos fue. Seguir con el voluntarismo nos costó volver al endeudamiento público –a esta altura, superior a la propia deuda defaulteada-, agotar las reservas petroleras, confiscar los ahorros previsionales, comerse las reservas del Central, liquidar el stock ganadero, dejar envejecer la infraestructura y, por último, volver a la inflación con el primitivo mecanismo de emitir dinero sin respaldo ni control.

Hasta aquí llegamos. El populismo se quedó sin capacidad de maniobra, porque todos los caminos se cerraron. Se agotaron, tanto las rentas como los recursos fácilmente “manoteables”.

El kirchnerismo nunca fue funcional a un crecimiento virtuoso, inteligente y moderno, diseñado para imbricarse en el mundo global participando de la revolución científico-técnica, de la potencialidad del mercado mundial y de la capacidad de iniciativa de los emprendedores argentinos.

La novedad ahora es que el kirchnerismo también dejó de ser funcional al propio populismo. Su continuidad sólo ofrece un fuerte ajuste recesivo –incompatible con su “relato” populista- o un desestabilizante estallido inflacionario de grandes dimensiones. O, en el “mejor” de los casos, una mezcla de ambos que combine recesión con inflación.

Sólo la recreación de nuevas fuentes de rentas de las que apropiarse podría otorgarle un período de gracia, prolongando la agonía. Las tres posibles –relanzamiento de la megaminería, superexplotación del Shale  y nuevo endeudamiento externo- están fuera de su alcance, por las características discrecionales de su estilo de gestión que espanta inversores y prestamistas.

En una dramática contradicción existencial, el kirchnerismo como expresión política cerró todas las chances de salvataje económico, ni racional ni populista. Nadie invertirá y nadie prestará dinero a la Argentina con ellos en el gobierno.

Sin funcionalidad con la economía, es difícil imaginar cómo atravesarán el desierto estos dos años. Ellos, y el país. En consecuencia, y aún sin contar con más información que la pública, es evidente que el país se mueve en la cercanía de una crisis política.

Usando la terminología de otros tiempos, la “contradicción principal” en la coyuntura engloba hoy al desarrollo y al propio populismo en un polo, y al kichnerismo en el otro.

Nadie sabe cómo será el final. Tal vez lo más inteligente, antes que un derrumbe estrepitoso, sería un retiro voluntario que permita procesar la transición en el marco democrático. Así lo hizo Fernando de la Rúa en el 2001 prefiriendo renunciar a su prestigio a provocarle al país un daño mayor.

Pero pocos imaginan este gesto en la presidenta y muy pocos lo quieren, no precisamente por afecto a la señora, sino porque implicaría tener que gestionar las consecuencias que, cualquiera sea el gestor, conllevarán fuertes turbulencias de las que sólo se podrá salir con decisiones audaces.

Con un agregado: en el marco de esas turbulencias habrá que saldar el debate sobre el rumbo definitivo que debe tomar el país, ya que aún caído el kirchnerismo, el viejo populismo no ha muerto y no está claro que el país nuevo esté aún listo para nacer.

Es una lástima tener nuevamente enfrente una crisis política originada en la rudimentaria gestión de gobierno que no sólo desaprovechó una excelente oportunidad internacional sino que vació al país de todas sus reservas estratégicas y nos retornó al punto de partida.

Cuando se remueva el velo de los números falsos y se apague el espejismo, quedará a la luz que los argentinos estamos sustancialmente más pobres que una década atrás, con menos recursos disponibles y con mayores problemas que resolver.

Sería bueno prepararse comenzando desde ya a discutir “el fondo del problema”, que en última instancia no es más que decidir entre el pasado que muere y el futuro posible. Será la forma de esperar la crisis adelantando tareas, para facilitar su salida.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 11 de septiembre de 2013

SIRIA

Y todos contentos…

                Desde la década del 90 Rusia viene luchando por recuperar el posicionamiento perdido.

                Su autoestima de superpotencia devenida en potencia decadente, su sistema “modélico” para medio planeta convertido en una maraña de mafias y corrupción, su presencia internacional desplazándose desde uno de los polos del poder mundial a un país dependiente de sus materias primas como un país en desarrollo más, han sido la obsesión de viejos cuadros dirigentes entre los cuales Vladimir Putin es su principal emergente.

                Rusia necesita volver a posicionarse, si no en el mundo al menos en la región. Su liderazgo, cerca de China, Irán, Turquía, Siria y los países del viejo “Turquestán” –hoy, ex integrantes de la vieja URSS con alianzas variadas y no siempre leales- necesita ponerse en valor.

                Estados Unidos, por su parte, desea desde hace ya varios años retirarse del medio oriente. Irak y Afganistán, sus últimas dos guerras, han abierto heridas en su propia sociedad nacional produciendo un hiato de una magnitud pocas veces vista en su historia entre los ciudadanos y el poder. Ha tenido la suerte del surgimiento de las nuevas tecnologías que permiten la extracción del petróleo profundo (Shale) que le permite no sólo autoabastecerse sino convertirse en exportador de combustibles. No necesita –y tampoco parece desearlo- mantener un costoso despliegue militar tan lejos “de casa” para actuar como gendarme en regiones que no sólo no se lo agradecen sino que lo repudian, cuando dependerá cada vez menos de su petróleo.

                En ese ajedrez, para quienes seguimos la marcha del mundo, es fuerte la tentación de imaginar que la amenaza a Siria ha tenido, en realidad, otro destinatario: Irán. Una Irán aliada de Rusia, pero cuyos arsenales nucleares no pueden alegrar a su vecino. Un Irán que, aliada también de Siria, conforma una pareja de países difícilmente controlables por nadie, en posesión de armamentos demasiado peligrosos para tenerlos cerca.

                De ahí al acuerdo ruso-norteamericano hay un paso. La amenaza del ataque a Siria tuvo ya su primera consecuencia colateral: Irán ha aceptado volver a conversar el control de su programa nuclear por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) -http://noticias.terra.com.ar/internacionales/el-tiempo-para-resolver-el-tema-del-programa-nuclear-irani-no-es-ilimitado-iran,691f0805e0701410VgnCLD2000000ec6eb0aRCRD.html-, lo que neutralizará cualquier proyecto de fabricación de armas nucleares. Y la propuesta (¿rusa?) sobre Siria tendrá la consecuencia de anular su arsenal de armas químicas.

                La otra tentación es la de imaginar que la amenaza del bombardeo norteamericano a Siria ha sido una gigantesca puesta en escena, tácita o expresamente acordado con Rusia, en un ajedrez geopolítico, militar y diplomático que ha puesto en vilo al mundo. Los hechos hablarán para confirmar o desmentir esa sospecha.

                Porque si todo termina como puede imaginarse, Irán avanzará hacia su desnuclearización, Siria hacia la eliminación de su arsenal químico y Estados Unidos podrá continuar su repliegue, delegando su papel de gendarme en la región en favor de una Rusia que habrá recuperado allí un liderazgo claro para reforzar su posición frente a China y no tendrá más en su flanco suroccidental dos países que, aunque aliados, cuenten con peligrosas armas de destrucción masiva.

                Tal vez sea todo imaginación. Lo que está claro es que en estos casos, para quienes –como nosotros, en la Argentina- no tenemos intereses directos comprometidos en el entuerto, lo peor que podemos hacer es “comernos el amague” y tomar posiciones por impulsos viscerales que terminen perjudicándonos gratuitamente en otros temas que son los que realmente nos afectan e interesan.

Ricardo Lafferriere

                

lunes, 9 de septiembre de 2013

"Fin de ciclo..." (¿cuál?)

                Kirchnerismo, populismo, peronismo. ¿Cuál es la etiqueta cuyo fin se anuncia?

                Como en todos los conceptos políticos, la misma palabra puede tener varios significados. La de “ciclo” no es una excepción, y no es lo mismo escucharla de un peronista tradicional, un kirchnerista, un peronista “renovador” o un opositor no peronista.

                ¿Qué es lo que se termina? Por lo pronto, pareciera que lo que está expresando sus últimos estertores es el kirchnerismo, como fenómeno político que, aunque incluye el populismo entre sus características, no lo agota.

                Las características del kirchnerismo, expresión grotesca del populismo banal, son más bien propias del autoritarismo patrimonialista, asentadas en un relato rudimentario pero intelectualmente seductor para gran parte del “establishment” político-cultural argentino. Sus afirmaciones han confrontado con la realidad cada vez más profundamente, por lo que han debido escudarse en la mentira –de las cifras económicas, de la historia nacional, de los valores en los que se funda y de los principios que levanta como su identidad-.

                Este fenómeno, el kirchnerismo, es el que, al carecer de posibilidades de continuidad en su liderazgo y al tomar distancia del aparato político peronista sobre el que cabalgó desde sus inicios, se acerca a su fin, es de esperar que en el marco de los plazos y la legalidad institucional.

                 Diferente es el caso del populismo. Su fin está ligado a los límites del conjunto de creencias en las que se asienta. Ellas son un Estado elefantiásico e inútil para gestionar pero de gran valor para ser utilizado en el patrimonialismo, la pretensión de una economía nacional “autárquica”, la ligereza en negar deudas y en confiscar patrimonios para edificar poder con su reasignación discrecional, la convicción de que el poder debe tener escasos límites a los que deba atenerse así como los ciudadanos escasos derechos que deban respetarse y la marginación internacional como consecuencia de la pretensión de la condición de “acreedor eterno” del país con respecto al mundo, que, al contrario, lo ve como un “deudor pertinaz”.

                Estas creencias trascienden al kirchnerismo. Las rimbombantes decisiones “nacionalistas” –de las cuales la esperpéntica expropiación de YPF ha sido tal vez la muestra extrema- han sido acompañadas claramente por la mayoría del estado político-cultural del país, desde gran parte de sus dirigencias políticas, empresariales y gremiales de todos los colores hasta el ambiente predominante en el periodismo, la academia y la población en general. Hasta Federico Pinedo votó una decisión tan abstrusa como lo fue estatizar Aerolíneas Argentinas, que le ha costado al país desde 2008 hasta hoy, sin ningún beneficio que lo compense, más de cuatro mil millones de dólares, a razón de más de dos millones de dólares por día.

                También son ciertos los testimonios contrarios, como los casos de la confiscación de ahorros previsionales, la extensión de las facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo, la apropiación de las reservas del BCRA o la propia pretensión de institucionalizar la confiscación sobre los ingresos agropecuarios, que provocó la espontánea rebelión rural acompañada políticamente por el radicalismo, el PRO, peronistas disidentes y la Coalición Cívica, entonces liderada por Elisa Carrió. Este último caso entraría en la historia grande con el pronunciamiento del entonces vicepresidente, Julio Cobos, que votando en disidencia con el gobierno que hasta entonces acompañaba, expresó un límite inherente a su formación democrática-republicana de raíz radical y abrió una nueva etapa de reconstrucción opositora.

                Si lo miramos desde ese estado cultural predominante, el populismo tiene aún vida. La rapidez con que el fin de ciclo kirchnerista anuncia ser reemplazado por una alternativa afirmada en sus mismos escalones dirigenciales y conducido por una cúpula que compartió los trazos básicos de la gestión que se agota es un gran testimonio. La mayoría se cansó del kirchnerismo, pero tiene aún expectativas en la prolongación de un ciclo populista más tolerable en las formas.

                Distinto es el interrogante sobre la viabilidad económica de ese modelo. Financiado por rentas apropiadas, es viable mientras existan esas rentas. Su origen puede ser diverso, aunque tienen un común denominador: son riquezas generadas por personas o sectores a los que se demoniza caprichosamente, al efecto de poder arrebatárselas. Es posible mientras esas fuentes las sigan generando. Deja de serlo cuando se agotan.

                No obstante, sería arriesgado afirmar que ya lo han hecho. Es posible imaginar la reaparición de la renta minera y aún de la hidrocarburífera, montada en la irracional explotación de los yacimientos de Shale. Cierto es que ambas van en la cuenta del deterioro ambiental, pero al populismo eso no le interesará demasiado. 

                 Sin embargo, los requerimientos de inversión en ambos casos son incompatibles con el kirchnerismo por su concepción discrecional del poder, que le resta credibilidad para atraer inversores, pero no lo serían con un esquema más institucional. Lo mismo ocurre con la tercera alternativa, la de un nuevo endeudamiento externo. Curiosidades del destino: la institucionalidad recuperada podría hacer reaparecer rentas extraordinarias que podrían financiar tanto una estrategia de crecimiento como otra etapa populista. El peligro está a la vuelta de la esquina.

                Históricamente las fuentes de rentas han sido los recursos agropecuarios, los ahorros previsionales, las reservas en divisas y el endeudamiento público. Lanzarse sobre ellos para volcarlos alegremente al consumo oculta tras una niebla adictiva una realidad económica que no tiene ideologías: no hay crecimiento genuino sin inversión. 

                 Arrebatar discrecionalmente ingresos marginando la ley y el funcionamiento virtuoso de las instituciones constitucionales provoca dos consecuencias: que los damnificados traten de defenderse ocultándolos (la economía “negra”) o sacándolos del sistema (la “fuga de divisas”) y que la inversión se desestimule, haciendo imposible el crecimiento de largo plazo. Las dos tienen en nuestro país una dolorosa presencia y la seguirán teniendo mientras el populismo siga predominando en el juego del poder.

                El fin del kirchnerismo coincide entonces con fuertes limitaciones del propio populismo, a las que se ha agregado la incapacidad de gestión política en razón de su forma de ejercicio del poder destemplada, agresiva e intolerante, lo que ha provocado un vuelco de la opinión pública aparentemente irreversible.

                Llegamos al tercer agregado. El “fin de ciclo” ¿alcanza al peronismo? Da la impresión que está lejos de alcanzarlo. Más bien –como se adelantó- el peronismo es el que más impulsará el fin de ciclo kirchnerista, de cuya implosión intentará desmarcarse. Lo está haciendo con la irrupción del “massismo”, aunque ya había insinuado rebeldías anteriores.

                El peronismo expresa una matriz político cultural cercana al populismo que, cuando gestiona eficazmente, recibe el respaldo de ciudadanos independientes. La matriz político cultural rival, la democrática-republicana, sigue fragmentada en impostaciones ideológicas que le restan credibilidad y –consecuentemente- apoyo mayoritario. Sus conducciones no han acertado a diseñar una propuesta coherente que conduzca a un crecimiento acorde con el nuevo paradigma productivo global y un importante sector tiende, además, a disputar al peronismo símbolos populistas en una tarea condenada al fracaso: la coherencia intelectual, de la que son tributarios, tiene un hiato irreparable entre el país moderno al que aspiran y el arcaísmo populista predominante del que, sin embargo, temen alejarse quitando en consecuencia coherencia a su relato y haciendo inviables sus propuestas.

                El kirchnerismo ha agotado su ciclo. No lo ha hecho aún el populismo, que como monstruo de mil cabezas puede renacer de muchas formas. Y mucho menos el peronismo, cuya existencia, aunque históricamente ligada al populismo, también lo supera. Refleja una de las alternativas con que cuenta la sociedad para confiarle el poder.

La otra, la democrática-republicana, mayoritaria en la base de la sociedad, que supo vertebrarse en otros tiempos alrededor de la estructura radical, espera aún que una dirigencia virtuosa logre su articulación política en una propuesta amplia, plural, inclusiva, modernizadora, con vocación de gobierno y a la que pueda confiarle la conducción del país para la superación definitiva del populismo.

El tiempo dirá si lo hace nuevamente alrededor del viejo partido, de una opción nueva o si sencillamente no lo logra, dejando al peronismo, con su versatilidad y capacidad de interpretar los cambios de épocas, la posibilidad de sucederse a sí mismo.


Ricardo Lafferriere

martes, 3 de septiembre de 2013

Obsesivo arcaísmo

                Han vuelto a aparecer por estos días –en analistas políticos de los medios más que tradicionales, en algunos dirigentes partidarios y hasta en intelectuales setentistas tardíos- la pretensión de encuadrar la compleja realidad de estos años en las categorías de moda hace medio siglo, de “izquierdas” y “derechas”, o “progresistas” frente a “moderados”.

                Alguno –incluso- ha anunciado la formación de dos “bloques” en el país que, uno en el “centroizquierda” más “pro-Estado” y otro en el “centro-derecha” más “pro-mercado”, “ambos democráticos y republicanos", le den equilibrio a la democracia.

La posición es tentadora. Fue señalada como un objetivo ya por Néstor Kirchner –y, proyectándonos más en el tiempo, la de los propios militares brasileños, cuando organizaron para su sucesión dos partidos que imaginaban en ambos flancos del espectro ideológico de entonces-.

La realidad se impuso. El oficialismo brasileño hoy se estructura alrededor del Partido de los Trabajadores. La oposición, alrededor del Partido Movimiento Democrático Brasileño y del Partido socialdemócrata brasileño. Los tres tienen izquierdas y derechas.

En la propia Venezuela, donde el “socialismo bolivariano” pretende encarnarse como la revolución del siglo XXI, los hechos lo han llevado a expresar las políticas más conservadoras ante una oposición que ha generado un liderazgo, el de Enrique Capriles, nacido en posiciones históricamente progresistas, liderando un frente alternativo con un abanico de matices.

Desde esta columna hemos advertido repetidas veces sobre el arcaísmo que conlleva, a este punto de la evolución humana, pretender encasillar la política en categorías propias de la primera mitad del siglo XX.
Cierto es que la democracia necesita dos grandes coaliciones de gobierno, que le den equilibrio al funcionamiento político y eviten el desborde del poder. Estas grandes coaliciones se dan en las democracias exitosas.

No es tan cierto que respondan a contextos ideológicos cristalizados. Su efectividad, por el contrario, depende de su capacidad para organizar propuestas que hagan sintonía con las necesidades de cada momento, en el marco de las posibilidades que permite el escenario de la realidad, global y local.

Miremos Estados Unidos. ¿Son los demócratas la “izquierda progresistas” y los republicanos la “derecha conservadora”? Tal vez hoy así parezca. Sin embargo, los demócratas fueron los más fervientes sostenedores de la esclavitud –primero- y la segregación racial –luego-, ante los republicanos (el “gran viejo partido”) que lideraron el ingreso norteamericano a la modernidad, antiesclavista y proteccionista para impulsar su desarrollo industrial. Los republicanos fueron “la izquierda” de entonces, frente a “la derecha” cerril de las plantaciones sureñas. La historia invertiría los términos varias veces, hasta hoy.

Al enfrentarse con problemas parecidos, la respuesta del demócrata Obama no puede ser muy diferente de la del republicano George Bush, matices al margen.

El Partido Colorado, hoy visto como “la derecha” uruguaya, fue el partido de la modernidad, el que construyó el estado laico, la educación igualitaria, los derechos obreros y el incipiente desarrollo industrial. Se oponía al Partido Blanco, antes conservador y estanciero, reflejo del Uruguay rural. Los tiempos de la dictadura los encontraron invertidos, con Wilson Ferrayra Aldunate apareciendo como el líder del “progresismo” ante la “moderación” de Sanguinetti y los colorados. El Frente Amplio uruguayo, por su parte, conformó una fórmula exitosa de un ex Tupamaro con un economista que muchos frenteamplistas califican de “neo liberal”.

Entre nosotros, ¿podríamos encontrar una línea ideológica –en los términos que hablamos- que le de coherencia a las posiciones de Yrigoyen, Alvear, Frondizi, Illia, Alfonsín y de la Rúa, los presidentes radicales? ¿podríamos encontrar una línea de coherencia ideológica entre Perón, Cámpora, Isabel, Menem y Kirchner, los presidentes peronistas? ¿Tenía “coherencia ideológica” la excelente fórmula radical en 1983, que unía a un histórico renovador de Buenos Aires con un prestigioso representante de la sociedad cordobesa más tradicional?

Nuestra lectura no pretende alzarse contra la historia sino más bien interpretarla. Ella nos dice que las dos grandes coaliciones “político-culturales” de la Argentina no son ni de centroizquierda ni de centroderecha. Son estructuras cuya función es ejercer el poder articulando a la sociedad de la forma que mejor responda a las cambiantes realidades históricas.

Si algún común denominador debiera buscarse, éste estaría ajeno a lo ideológico. Es más lábil y se percibe como una forma de ejercer el poder más que por los objetivos también generales en los que pareciera no haber discrepancias profundas.

Ambas son coaliciones “inclusivas”. Esta característica parece ser una demanda de la mayoría de la sociedad, cualquiera sea su posición ideológica. Expresan la búsqueda de una sociedad más equitativa, sin grandes polarizaciones sociales, que aplaude la búsqueda de la igualdad –política, económica, social- y que reconocen la identidad nacional sobre la base de un piso apoyado en la educación popular que han sostenido conservadores, radicales y peronistas.

La diferencia, si hay que expresar alguna, se relaciona más bien con las formas de ejercicio del poder y en la relación del poder con los ciudadanos. Mayor apego a la ley, una. Más centrada en el ejercicio del poder discrecional, la otra. Más intransigente en la prolijidad ética, una. Más tolerante con la corrupción administrativa, la otra. Más confiada en el Estado, una. Más respetuosa de la libertad e iniciativa de los ciudadanos, la otra.

Sin embargo, son diferencias que no trazan líneas de división tajante. Hay innumerables peronistas honestos y radicales que han mostrado un excelente manejo del poder. Hay radicales que cuando han visto la conveniencia de una acción estatal no han dudado en hacerlo, y peronistas que cuando lo han considerado sido necesario, han descansado en lo privado.

La democracia necesita dos grandes coaliciones. Pretender darle a esas coaliciones una identidad ideológica permanente agrega una demanda “contra natura”, con una consecuencia: la fragmentación. Evita la conformación de una confluencia plural frente a otra confluencia plural. Otorga ventajas a la coalición que entiende con más inteligencia cómo funciona la etología de la política, la más básica, la relacionada con la antropología en su relación con el poder.

En términos prácticos, este obsesivo arcaísmo ideologicista garantiza a la coalición que sí entiende cómo funciona la sociedad su permanencia indefinida en el poder. El costo es hacer tenue el límite democrático y hasta le permita sucederse a sí misma, con la formación no ya de una coalición alternativa sino de una sucesoria.

Ricardo Lafferriere