domingo, 27 de junio de 2010

Estímulo o ajuste, el debate aparente

La diferencia de opiniones entre Sarcozy y Cristina Fernández en la reunión de Toronto del G-20 sobre las políticas más adecuadas para sortear la crisis (diferencia magnificada posteriormente ante la prensa por la presidenta argentina) refleja la doble estrategia que aparentemente chocan argumentalmente en estos días en el mundo: planes de estímulo de la actividad económica, o ajuste fiscal.

La realidad es más complicada que elegir “uno u otro camino”. Porque la verdad es que la crisis se presenta de diferentes formas en los distintos escenarios, y requiere soluciones diferentes.

En Estados Unidos el problema es la caída de actividad a raíz del pánico provocado por la caída del sistema financiero. Y USA es un país que tiene aún capacidad de endeudamiento sin provocar inflación, por tratarse de la principal potencia mundial y último lugar de reserva de los capitales de todo el planeta. Aún en el medio de su implosión –hace 12 meses- siguió recibiendo ahorros del resto del mundo en forma ininterrumpida. Ello le permitió, en consecuencia, destinar recursos para mantener la actividad económica por la forma en que lo decidieron sus cuerpos políticos, luego de una intensa discusión y acuerdo parlamentario.

No es inoportuno recordar que el paquete aprobado por el Congreso norteamericano fue el fruto de un acuerdo bipartidario, y que su discusión comenzó en el medio de una transición presidencial, iniciado por el presidente Bush y continuado por el presidente Obama. Tampoco lo es advertir que a pesar de la inmensa cantidad de recursos volcados al sistema, su índice de inflación no se ha movido. Es previsible que cuando ello comience a ocurrir, la Reserva Federal comience a retirar el dinero prestado aumentando la tasa de interés, y el gobierno comience su esfuerzo para recuperar el equilibrio fiscal.

En Europa, la situación es diferente. La caída de actividad fue producida por un excesivo endeudamiento público que no tuvo como respaldo la fuerte confianza que despierta en el mundo el país del norte sino, al contrario, provocó dudas en los inversores por la caída de su productividad promedio, resultado de la sobrevaluación resultante del Euro. No recibe ahorros del resto del mundo, sino que sufre la huida de sus ahorros. No tiene capacidad de mayor endeudamiento, porque no tiene quien le preste. Y aunque quiera impulsar la actividad con recursos fiscales, éstos no están disponibles ni existe una fuente casi ilimitada –en la coyuntura- de ellos, como sí tienen los Estados Unidos.

Europa no tiene otro camino que la austeridad fiscal, para nivelar sus cuentas y demostrar que puede pagar sus deudas, a fin de retener y atraer capitales, y recuperar capacidad de ahorro y de inversión. Económicamente, por su parte, su competitividad está atravesada con una situación diversa entre sus países miembros que dificulta una acción unificada. Si quisiera hacer lo que hace Estados Unidos, provocaría en su seno una presión inflacionaria inmediata, ya que debería deteriorar el valor de su moneda, y en el contexto europeo la inflación es inmediatamente relacionada con los traumas del siglo XX. Fue la hiperinflación alemana lo que provocó el surgimiento del nazismo, y el origen de la segunda guerra mundial. La unidad europea, y el propio Euro como unidad monetaria común, se enmarca en un proyecto político sustancialmente más importante que la crisis, al punto que la ruptura de la unidad europea tendría efectos sísmicos que trascenderían el viejo continente para afectar duramente a toda la economía mundial.

Esta doble realidad es lo que explica la aparente contradicción de Obama, que impulsa el paquete de ayuda en su economía, mientras presta respaldo a los enormes esfuerzos que están realizando los países europeos, sin diferencias de orígenes políticos, para poner en línea sus finanzas públicas y recuperar confianza, desde Rodríguez Zapatero a Cameron, desde Sarkozy a Merkel. O sea, socialdemócratas, conservadores, populares y demócratas cristianos.

Los países en desarrollo también tienen situaciones diferentes. Es muy distinta la situación de Brasil, excedentario en capitales y receptor de ahorros del resto del mundo –lo que lo acerca a Estados Unidos- pero con riesgos en su productividad ya que, al recibir tantos recursos externos se revalúa su moneda y ello puede golpear su índice inflacionario y su competitividad externa y acarrearle dificultades en su sector productivo. Esa circunstancia lleva a Brasil a mantener activas sus tasas de interés internas positivas, para prevenir ambos peligros.

La Argentina, por su parte, está siendo llevada hacia una crisis inflacionaria por la rudimentaria aplicación de políticas expansivas cuando no existen recursos genuinos para sostenerlas, ni capacidad de crédito, ni disposición inversora por la desaparición de la seguridad jurídica imprescindible para decidir inversiones de riesgo en el sector productivo. La política cambiaria, por su parte, al ser utilizada con fines antiinflacionarios, provoca el retraso del tipo de cambio y afecta la balanza comercial, tanto como la balanza de capitales. La primera, porque estimula las importaciones, que se hacen baratas. Y la segunda, porque estimula la fuga de divisas, ante la incertidumbre –fiscal, política, jurídica y económica- y la intuición de que el proceso terminará desembocando en una devaluación, como tantas veces ha ocurrido cuando se ha tomado un camino similar.

La economía es más sutil que distribuir papel pintado sin valor, creyendo que de esa forma se distribuye riqueza. En algún tiempo, más corto que largo, la Argentina puede encontrarse con los males de los dos escenarios. La inflación escapada de control puede disparar una crisis hiperinflacionaria, mientras la deuda pública se encontrará a niveles inmanejables y los sectores retrasados (jubilados, trabajadores informales, sindicatos más débiles, empleados públicos) pueden estar sufriendo un nivel de pobreza y carencias como las que vivieron en la crisis de cambio de siglo. Una nueva recesión sería, en este escenario, la desembocadura inexorable de mirar sólo una parte de la realidad y de creer, además, que puede interpretarse esa parte con lentes ideológicos.

El “contencioso” entre Sarkozy y Fernández de Kirchner debe leerse en consecuencia en clave de “puesta en escena” de la presidenta argentina que habla en el exterior hacia su público interno, al que mantiene adormecido en su comprensión de la crisis económica mediante la secuela narcotizante en el corto plazo del “efecto riqueza”, útil en términos políticos coyunturales pero muy peligroso en términos de sus consecuencias de mediano y largo plazo.

No es una discusión “ideológica”, ni mucho menos “intelectual”. Es, como la mayoría de los relatos kirchneristas, lo que le conviene decir hoy, que seguramente cambiará mañana, tal como cambió el endiosamiento de los “superávits gemelos” (¿recuerdan?), presentados, en su momento, como la piedra filosofal de la doctrina kirchnerista y hoy convertidos en recuerdos molestos de épocas gloriosas tan evanescentes como la prosperidad de utilería de estos días.

La situación argentina no es mala, pero va mal. Para ir bien debería asumir la realidad, evitar los riesgos inflacionarios, recrear la seguridad integral que entusiasme a emprendedores y empresarios, a inversores y ahorristas, y aprovechar el momento para vincularse con un mundo que está comenzando a expandirse en sus dos motores principales, Estados Unidos y China. Extremos que no están al alcance, lamentabemente, de una administración caracterizada por la falsificación de estadísticas, la endeblez del discurso, la fragilidad jurídica y la demonización de quienes no piensen como ellos.

Ricardo Lafferriere

domingo, 20 de junio de 2010

Buenos Aires, Laclau y el neo-populismo*

“Buenos Aires siempre fue la ciudad puerto del centro del cosmopolitismo antinacional”, sostiene este ex militante de izquierdas que, curiosamente, prefirió radicarse en Londres y enseñar en Oxford, convocado por Hoschbawn, lejos de las “podredumbres políticas” tan fáciles de criticar desde las cómodas poltronas londinenses, y de impregnaciones telúricas “nacionales y populares” a las que, sin embargo, les dedica reflexiones que proyectan el imaginario de los tiempos de su emigración, hace cuatro décadas.

En el pensamiento de izquierdas, hay quienes arriesgan a enfrentar el futuro, y quienes se aferran a los marcos conceptuales del pasado. Es la primera reflexión que surge al comparar los enfoques de los neo-marxistas Ulrich Beck y Zygmund Bauman, por un lado, con los de los también neo-marxistas Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, por el otro.

El marco conceptual de Laclau no agrega mucho a los enfoques nacional-populistas tradicionales, salvo la justificación más cruda y sin hipocresías de su indiferencia ante el estado de derecho, al que identifica como una simple “forma contrahegemónica de oposición a un gobierno popular”. La definición de “popular” que guarda para el gobierno no surge de otra base que de su discrecional caracterización, ya que al no hacer depender esa característica de la mayoría electoral, recurre a etiquetas propias del análisis de hace medio siglo entre “pueblo” y “antipueblo”, “Braden o Perón”, “Patria o colonia” o similares.

Sin embargo, el pensamiento más moderno y plural del neomarxismo no mira al pasado, sino al presente y el futuro. Toma debida nota del cambio de las fuerzas productivas hacia un nuevo escalón cualitativamente superior, apoyado en el desarrollo científico técnico, que han diseñado un paradigma social y productivo global entre cuyas notas diferenciadoras está la superación de los marcos nacionales como límites de análisis sociales –en el plano académico- y como sujeto histórico –en el plano político- y convoca a una reflexión creativa sobre las características de las nuevas formas de conviencia, instaladas en más del 90 % de la población del mundo, desde China a Estados Unidos, desde Brasil hasta Rusia, desde los países musulmanes hasta la Europa post-cristiana. Todos capitalistas, todos globalizados, todos imbricados, todos definiendo nuevos bordes e identidades que han superado en forma irreversible las pertenencias de las sociedades capitalistas nacionales.

Mientras el progresismo de futuro reflexiona y actúa para poner coto a los desbordes de las finanzas globalizadas y del capital liberado de los marcos nacionales, y para ello se esfuerza en articular sus políticas en un proceso que dista de ser lineal pero cuya tendencia es hacia la construcción de una política planetaria en conjunto con otras visiones político-ideológicas diferentes, el progresismo de pasado –que sólo por inercia puede ser calificado de tal, ya que en realidad al postular el imposible retroceso a formaciones históricas irrepetibles no tiene mucha diferencia con el romanticismo reaccionario, el nacionalismo oligárquico o el fundamentalismo religioso- se vuelve contra conquistas que la humanidad ha conseguido con siglos de lucha frente a las arbitrariedades del poder absoluto, la falta de límites a la discrecionalidad del Estado o del capital y la construcción de instituciones que contengan, canalicen y orienten las fuerzas vitales de la sociedad en una convivencia virtuosa.

El retro-progresismo (como ha dado en llamarse en la Argentina a esta visión nostálgica y esclerosada del pensamiento político) termina reviviendo el estalinismo. Lo reconoció hace poco la Diputada Conti, por televisión. No tiene otra salida: si la alienación presuntamente impuesta por una sociedad desigual no le permite a las personas tener claridad sobre su dominación, es necesario reemplazar la voluntad de esas personas alienadas por una autoelegida e iluminada camarilla esclarecida: tal el silogismo sobre el que se elabora conceptualmente el neopopulismo.

En otros tiempos, la propuesta fue la “dictadura del proletariado” a través de su partido, cuya conducción debía estar en manos de los intelectuales que detectaran los verdaderos intereses de ese proletariado y actuaran en su nombre implantando una dictadura cuya finalidad sería terminar con las alienaciones y construir un “hombre nuevo”. Los veinte millones de muertos que dejó el estalinismo fueron el resultado de esa visión, para la que la predicción de Marx sobre la evolución del capitalismo hacia el inexorable triunfo socialista debería “acelerarse” con un proceso revolucionario, en cuyo transcurso las libertades debían subordinarse a la construcción de un nuevo orden, aunque las mayorías no lo quisieran o aún contra su decisión expresa. Las personas dejaron de ser el fin último de la acción política y pasaron a ser subsumidas en “colectivos” frente a los cuales perdían sus derechos más elementales, en función de presuntos fines revolucionarios definidos por las élites.

Hoy, esa construcción intelectual desarrollada por Lenín (la dictadura proletaria) ha “evolucionado” hasta la justificación del indigenismo precolombino, el fundamentalismo islámico, el caudillismo unipersonal o de camarilla, la dictadura de partido único y el autoritarismo patrimonial-populista extrainstitucional vigente en la Argentina. Cualquiera de esas formas reniega expresa o tácitamente de la soberanía popular apoyada en la voluntad política de los ciudadanos a través del sufragio libre como única justificación del poder. Es esencialmente “anti-democrática” y premoderna. Hasta pre-colonial, lindando con las formaciones apoyadas en el puro poder propias de las sociedades primitivas.

La otra visión marxista, en su momento calificada despectivamente como “pequeñoburguesa” o “social-demócrata” creía en otro camino: la utilización de las conquistas democráticas para hacer cada vez más equitativa la convivencia, el funcionamiento de la economía, la construcción de servicios sociales en educación y salud y en fin, un sistema impositivo que retrotrajera para la sociedad gran parte de la injustificada “plusvalía” que el capital obtenía de la superexplotación del trabajo. Ese camino renegó de la “revolución” y sus gigantescos costos sociales e inciertos beneficios, para reemplazarlos por propuestas políticas de integración en el juego institucional, en el que la interacción entre los diversos actores determinaría los equilibrios –siempre inestables, pero posibles- que impulsarían la sociedad hacia formas más justas, en un marco de libertad.

Si para la primera visión el “capital” era el enemigo a destrozar, para el segundo era el otro protagonista con el que era necesario el juego dialéctico de rivalidad. Si para el primer programa el objetivo era socializar forzadamente el capital, para el segundo el objetivo era encauzarlo, limitarlo, pero a la vez potenciarlo a efectos de que su acumulación atravesada por normas –impositivas, laborales, salariales, societarias, ambientales, sancionadas por las instituciones políticas- fuera efectivamente el cimiento de riqueza de una sociedad más equitativa. Y sobre esta cosmovisión se edificaron las sociedades modernas, resultado de la compleja imbricación de la evolución capitalista con las demandas sociales y de la necesidad de acumulación con el bienestar de las mayorías en el marco de una sociedad libre, que respetara los derechos de las personas.

Si ese debate, mientras duró la Unión Soviética y el “socialismo real”, fue proficuo en conflictos académicos y mostraba un equilibrio dinámico entre beneficios y perjuicios de uno u otro camino, la implosión de la URSS y el bloque socialista a fines de la década del 80 mostró el rotundo fracaso de la visión estalinista, y por el contrario el éxito notable del segundo. Las sociedades conducidas con el primer enfoque mostraron al exhibirse libremente retrasos tecnológicos, ambientales, económicos, militares y éticos que contrastaban con el éxito indiscutible de los socialismos democráticos exhibidos por las sociedades europeas occidentales, aún en aquellas gobernadas por partidos políticos alejados del marxismo pero que habían debido articular soluciones para los problemas de la equidad en un debate abierto y constante con las fuerzas socialistas. Y también la superioridad de las propias sociedades capitalistas democráticas.

En el fondo de este cambio estaba –como lo predijo Marx- la evolución de las fuerzas productivas impulsadas por el cambio tecnológico, esta vez saltando los cercos nacionales hacia la construcción de un sistema productivo global. El capital se desvinculó de su base territorial, y con este salto, irreversible porque estaba apoyado en el desarrollo científico técnico, por definición irreversible en cuanto acumulativo, mandó al museo a todas las construcciones teóricas sobre la política dentro de los Estados. Y la lucha por el disciplinamiento del capital comenzó a tener perfiles globales, con actores diversos, tantos como intereses motivadores expresaran las personas en todo el planeta a través de “causas” de gran diversidad –derechos humanos, ambientalistas, defensoras de especies en peligro, igualdad de género, etc. etc. etc-

Las identidades también perdieron sus antiguos bordes, reemplazados por una multiplicidad de identidades difusas que atraviesan culturalmente a cada ser humano en forma diferente. “Sociedad líquida”, dice Bauman. “Cosmopolitismo banal”, afirma Beck. Una superposición de intereses redefinió las “nacionalidades”, las “pertenencias de clase”, las “superestructuras culturales”, las “cuestiones nacionales”. Todos estos conceptos sociológicos y políticos de la modernidad deben ahora ser enfocados desde la perspectiva de la segunda modernidad, la del nuevo estadio de desarrollo del mundo, que ha impregnado ya el funcionamiento, como está dicho, de prácticamente la totalidad de la sociedad humana. Sólo quedan al margen pocos países “museo” como Cuba o Corea del Norte, algunos dominados por los nuevos piratas como Somalia, Chad, Costa de Marfil u otros, y los “autoexcluidos” que pretenden retrotraer la historia, no tomados seriamente en cuenta por nadie que realmente cuente en el mundo, como el “socialismo bolivariano”, el “indigenismo”.... o el retro-progresismo.

Leerlo a Laclau interpretando al movimiento de rebelión de 2008 con los cartabones interpretativos de la “oligarquía vacuna”, calificando a los chacareros liderados por De Angelis como “bandas semifascistas” o mirando el conflicto con las anteojeras de las declaraciones de Faustino Fano de hace cincuenta años muestra esa interpretación, ignorante del actual país real y cuya síntesis es recrear obsesivamente el pasado, de la misma forma que insistir para interpretar el presente en el rol que jugaron las Fuerzas Armadas en el país histórico, en un análisis también sesgado y por lo tanto, anticientífico, como si en la historia de las Fuerzas Armadas hubiera existido una constante antinacional permanente que ignora su rol en la independencia, la ocupación del territorio, la defensa de las fronteras, el desarrollo del petróleo y del acero y el desarrollo científico y técnico que protagonizaron en diversos períodos. Si las posiciones y declaraciones del pasado fueran transpolables a la actualidad descontextualizadas, sería interesante conocer la reflexión de Laclau sobre las declaraciones y actitudes laudatorias de Kirchner en tiempos menemistas, su admiración por Cavallo en tiempos de la convertibilidad, o su amistad con los jefes militares patagónicos en tiempos del proceso...

No existe en Laclau una toma de conciencia de la realidad económica y tecnológica del mundo actual, ni del creciente protagonismo ciudadano en la construcción dialéctica de una especie de “ciudadanía global”, ni de la agenda de la segunda modernidad cada vez más incorporada a la reflexión de las personas de todo el mundo. Leerlo deja la sensación de que el futuro le aterra, no por sus posibilidades sino porque le presenta un escenario ubicado fuera de su capacidad de entendimiento, y frente a ese terror profundiza la proyección conceptual del análisis del pasado otorgándole una vigencia que hace tiempo ya no tiene. Omite la realidad global y sólo habla del Estado y la sociedad nacional, pero no los actuales sino los de hace décadas, que ya no existen. Y de esta forma, recrea una caricatura de la vieja dictadura proletaria, el “neo-populismo”, con el que justifica las negaciones institucionales con el argumento de que las instituciones obstaculizan el “poder popular”. Poder popular que también es una creación voluntarista, porque se refiere a una construcción intelectual (el “pueblo”) que no existe con las características que le otorga en su análisis, pero desconoce la existencia concreta y tangible de una realidad que no responde a ninguna creación intelectual: las personas reales, crecientemente cosmopolitizadas en sus consumos, sus creencias, sus razonamientos, sus marcos conceptuales y hasta sus valores.

Como este análisis no es políticamente neutro, aunque se explicite desde la academia, es imprescindible incluir en su crítica las consecuencias políticas. El llamado a la polarización y el enfrentamiento, la burla sobre la creciente “crispación”, la insistente calificación de “progresistas” de medidas de esencia regresivas como la apropiación de los fondos previsionales para la construcción de clientelismo y el beneficio de los grupos empresarios amigos del poder y de la propia pareja presidencial, la estatización deficitaria de la línea aérea que dilapida –nuevamente- recursos previsionales en beneficio de la clase alta que vuela, de las mafias sindicales y de los proveedores privilegiados, son evidencia de una ligereza en el análisis de la situación nacional que define primero el objetivo y después busca los fundamentos sesgados de justificación, conducta ciertamente anticientífica. Pero insistir en que es necesario “que la gente perciba que la sociedad está dividida en dos campos” –inexplicable simplificación, cuando es realizada desde la academia, para referirse a una colectividad tan compleja y multifacética- es también escasamente responsable, en una sociedad con la historia y la experiencia de la argentina, conociendo las consecuencias sangrientas que han tenido en el pasado reciente esas polarizaciones y crispaciones.

La mezcla, en este sentido, del prestigio académico y de la picardía política, le resta al análisis autoridad científica y lo ubica en el campo más pedestre de la lucha por el poder que, en nuestro país, ha retrocedido a las ancestrales pugnas patrimonialistas. El crecimiento sin límites del patrimonio de la pareja presidencial durante su gestión de gobierno, así como de los funcionarios emblemáticos y de las empresas vinculadas al poder, es la mejor demostración de esta afirmación.

En fin. Decía al comienzo el abismo que notaba en las diferentes visiones académicas de la izquierda para analizar la situación del mundo. La de Laclau no se atreve a soltar amarras, y en esa obsesión saca a superficie lo peor del pasado “socialista”, hoy caricaturizado en el neopopulismo y el retroprogresismo cuya consecuencia es volver a las tolderías. Por el contrario, en el otro extremo, lúcidos pensadores que se resisten a abandonar las enormes contribuciones que el pensamiento de izquierda hizo a la interpretación del mundo estudian y proponen nuevos caminos, asentados en la realidad existente y en la que se avizora. Sin renunciar a sus valores pero tampoco a la posibilidad de luchar por ellos en el nuevo paradigma, profundizan las propuestas democráticas hasta el nivel global. No demonizan a sus adversarios, con los que en todo caso tratan de definir nuevos puntos de reflexión llegando, como en el caso de Beck, a reconocer la potencialidad de “un nuevo comienzo” en el que los viejos rivales no necesariamente lo serán de cara a los problemas actuales.

Los nuevos temas de debate son los ya instalados: el desbalance financiero, el calentamiento global, el agotamiento del petróleo como fuente energética predominante por su perjudicial incidencia en el ambiente, el diseño de nuevas formas de ingresos como el ingreso universal o el trabajo social remunerado como respuesta a la desaparición paulatina del trabajo estable consecuencia del desarrollo tecnológico, la violencia cotidiana instalada como acompañante permanente, las redes de delincuencia global, el terrorismo fundamentalista, la necesidad de nuevas herramientas para contener los efectos desbordantes del capital ante la ausencia de un poder estatal planetario, los problemas de igualdad de género, las migraciones cada vez mayores con sus efectos en las sociedades emisoras y receptoras, las nuevas pandemias, en síntesis, la elaboración conceptual de un cosmopolitismo consciente que asuma la inexorabilidad del nuevo escalón de las fuerzas productivas y diseñe políticas eficaces para orientarlas y contrarrestar los problemas que se generen a raíz de su –saludable- desarrollo.

Porque –y es importante recordarlo- es a raíz de ese salto productivo global que han salido de la pobreza extrema en las últimas décadas miles de millones de personas en el mundo en la China, en India, en el sudeste asiático, en Brasil, en la propia Rusia; que han incrementado sus expectativas de vida, que se han acercado a los beneficios de bienes básicos, que han conseguido por primera vez en su vida un empleo salarial superando el umbral embrutecedor de su atrasada y miserable vida campesina de formas ancestrales, que por primera vez aparecen en su horizonte beneficios sociales y previsionales. Y que están asomándose a una lucha que el mundo occidental protagonizó en los últimos cuatrocientos años para ampliar sus espacios de libertad individual, para tener derechos, para poder dejar a sus hijos una situación mejor que la que recibieron.

Muchos otros luchan para ingresar en ese mundo y por liberarse de los análisis tipo Laclau, cuyo horizonte pueden ver en las sociedades modélicas del retroprogresismo que aún subsisten pero que difícilmente atraigan para vivir en ellas a intelectuales que, desde Oxford, proclaman que todo tiempo pasado fue mejor e intentan volver la historia atrás, dando soporte intelectual y vistiendo argumentalmente a políticos inescrupulosos que utizarán sus ideas mientras les sirvan en cada coyuntura, pero que cambiarán de discurso cuando otro –así sea el opuesto- le sirva para su objetivo crudamente patrimonialista.

La opción a la construcción del futuro global democrático, plural y abierto son los linchamientos populares institucionalizados por la nueva Constitución de Bolivia, el cierre de medios de prensa independiente en Venezuela, la esclerosis deshumanizada de Corea del Norte, el desarrollo de armamentos nucleares del Irán de los Ayatollash que masacra estudiantes, las circuncisiones de clítoris de las mujeres en el Islam fundamentalista, las cárceles cubanas en las que se destroza la condición humana de personas que no piensan como lo dispone el poder. No es con esos horizontes que nuestro país definió, en palabras de San Martín al proclamar la independencia del Perú, que la causa de nuestra revolución, esa que dio origen al país que tenemos, era “la causa del género humano”, de señera vocación cosmopolita e igualitaria.

Al contrario de la afirmación de Laclau, Buenos Aires es lo mejor que hemos podido construir los argentinos y expresa todas las contradicciones de nuestra búsqueda bicentenaria aún inconclusa. Logros excelsos en las ciencias y en las artes, frente a compatriotas durmiendo en los zaguanes. Lugar por excelencia del debate político y espacio a la vez de las intransigencias más duras, hasta sangrientas. Ejemplos de solidaridad ejemplares, frente a egoísmos cargados de cinismo. Puerto de ingreso de personas que llegaron a un país-aldea y lo convirtieron en el asombro del mundo, y puerto de egreso de millones de valientes que salieron a buscar horizontes mejores en un mundo al que no temieron, porque aprendieron en Buenos Aires a no temer a nada. Ámbito de intelectuales de diversos lugares del mundo que encontraron cobijo en nuestras Universidades, donde trajeron su visión universal y cosmopolita, y cuna de intelectuales que se fueron al mundo a llevar su visión telúrica, lejos de su patria. En todo caso, el desafío sigue siendo potenciar los buenos valores de convivencia, y limitar hasta erradicar los negativos, las intransigencias, la deshumanización de los adversarios, la indiferencia hacia el que sufre.

En un mundo que se está edificando alrededor de las ciudades protagonistas –Hong Kong, Shangai, Tokyo, San Fracisco, Nueva York, San Pablo- Buenos Aires es nuestro chance, nuestra “interfase” más directa con el futuro. Agradezcamos que es cosmopolita, que recibe y procesa todo lo que viene, que acunó hace doscientos años la audaz revolución sin la cuál no tendríamos país. Es nuestra única ciudad universal. Como nuestra mejor creación colectiva, un insulto a Buenos Aires es un insulto a los argentinos, que curiosamente en otro aniversario “redondo” –hace 130 años- nos apropiamos de ella, quitándole su exclusividad a los porteños y haciéndola capital de todos.

Buenos Aires –con su maravilloso colorido de derechas, centros e izquierdas conviviendo en la diversidad- es la reserva de la vocación democrática de los argentinos frente a las deformaciones coloniales y autoritarias del neo-populismo.

Agradezcamos que así sea.


Ricardo Lafferriere


*Reflexión crítica sobre las declaraciones de Ernesto Laclau en el sitio “ZOOM”, con el título “Hay que poner las cosas blanco sobre negro”, en reportaje realizado por Juan Salinas. http://www.revista-zoom.com.ar/articulo3130.html

miércoles, 16 de junio de 2010

La ANSES, el gobierno, los jubilados y los argentinos

Informaciones que cobraron estado público este fin de semana indican que el ANSES habría dejado de contar ya con superavit operativo, y estaría destinando a gastos decididos por el gobierno fondos de su capital de reserva.

El secreto con que son manejados estos fondos impide verificar las informaciones, pero las colocaciones de titulos públicos que ha realizado la Secretaría de Hacienda en el organismo sólo durante lo que va del corriente año 2010 ascienden a Cuatro mil Setecientos ochenta y nueve millones de pesos ($ 4789).

Las autoridades de la ANSES, por su parte, interrogadas al respecto en la Comisión de la Cámara de Diputados, expresaron que los fondos previsionales se habían acrecentado desde que están administrados por la gestión oficial. Lo que no aclararon debidamente es que ese incremento contabiliza como fondos reales los títulos de deuda que ha recibido de la Secretaría de Hacienda como contrapartida a su asistencia financiera al gobierno nacional.

Y eso es una burla.
Decir que el capital está porque se cuenta con papeles sin valor que les ha entregado a cambio el fisco, es la misma broma de mal gusto de las autoridades del Banco Central, cuando contabilizan como “reservas” los títulos públicos que les ha dado también el gobierno por la transferencia de recursos que le ha realizado al Estado. La Secretaría de Finanzas informó que sólo en el 2010 emitió ya deuda por Diecisiete mil novecientos diez millones de pesos ($ 17.910 millones), colocadas todos en entes estatales.

El jubileo es total. Y el daño es doble.

Por un lado, el efecto “droga”que va adormeciendo en un sopor de felicidad a millones de argentinos. Se inunda el mercado de papel pintado, que da la sensación en el corto plazo que la economía anda a pleno. Se reciben recursos fáciles y muchos prefieren ni siquiera enterarse de dónde salen. Y la mentalidad inflacionaria se va instalando nuevamente, en una cultura popular con clara tendencia al individualismo en la que cada persona siente que podrá ganarle a la inflación con compras a plazos, con endeudamiento bancario, con adelanto de consumos, con compra de divisas, con aumentos salariales conseguidos por la presión sindical por encima de la inflación pasada y apuntando a la imaginada inflación prevista, o con cualquier otra maniobra que le permita la ilusión de estar a salvo. Como con la experiencia argentina todos han aprendido algo, desempolvan recuerdos y vuelven a la lucha, olvidando a dónde nos condujo empezar con “un poquito de inflación” y jugando alegremente a gastar lo que no teníamos.

La otra consecuencia es la creciente debilidad institucional. Esos recursos fáciles que el fisco absorbe de la ANSES, del Banco Central o del PAMI, no pasan por el debate ni la decisión parlamentaria. Su destino se decide discrecionalmente por parte de la pareja presidencial, quien los utiliza en todos los casos –aún en los que tienen una base justa, como el ingreso universal a la niñez- bastardeando la función estatal, construyendo clientelismo y subordinando en forma humillante a quienes les ha tocado en suerte ser pobres. Reciben recursos los gobernadores que se alinean, los intendentes que responden al llamado oficialista, las organizaciones sociales que se disciplinan servilmente ante el kirchnerismo, los pobres que aceptan formar parte de alguna de las redes clientelares. No los reciben por disposición de la ley, sino por designio del poder. Y así, por ejemplo, cerca de tres millones de niños argentinos quedan marginados del pomposo “ingreso universal a la niñez” a pesar que sus necesidades son iguales o mayores de las que sufren quienes sí lo reciben.

La contradicción con lo prometido es patético. Cristina Kirchner había prometido en su campaña electoral que lograría el 4 % del PBI de superávit fiscal, frente al 2,7 % con que recibía el país de manos de su marido. En este momento, no sólo que el superávit desapareció, sino que tenemos ya el 3,4 % de déficit. O sea, una bomba de tiempo.

Y ahora, una palabra sobre los argentinos. Estamos marchando directamente hacia una crisis. Lo decimos con claridad, para que cuando estalle no pueda decirse que no fueron advertidos. La misma crisis que sufren inexorablemente quienes comienzan a consumir narcóticos y se sienten felices y eufóricos en los primeros pasos. Eso es la inflación, alimentada con la ficción de recursos inexistentes.

Va a llegar un momento en que esos recusos se acaben. No pasará mucho tiempo: apenas uno o dos años. No se diga entonces que la culpa es de otros. No es más que de cada uno. Y aunque no esté en manos de nadie individualmente cambiar el rumbo, aunque la responsabilidad central y exclusiva es hoy de quienes teniendo la obligación de administrar bien cometen dislates, cada uno debe tomar las medidas para ir preparándose para el derrumbe. Ahorrar, no endeudarse, resistir la tentación de las tramposas cincuenta cuotas que enriquecen a pocos pícaros, no desesperarse porque el vecino consume lo que no tiene. Y pensar cuando se vota. Recordar que nada es gratis, mucho menos ser cómplice del robo a los jubilados, de la trampa a los asalariados, o de la complicidad con los cleptómanos.

A doscientos años de la fundación de la patria, los argentinos deberíamos recordar que no es así como se hizo grande el país, sino trabajando, convocando inmigrantes y capitales, educando a sus jovenes, cuidando a sus viejos y respetando a quienes trabajan e invierten pensando en su futuro. Porque el país, amigos, no es nada más ni nada menos que la suma de los esfuerzos personales de cada uno de sus habitantes.

miércoles, 9 de junio de 2010

"Socialdemócrata"...

“A mi me parece bien que el radicalismo se considere socialdemocrata, nos permite no caer nunca mas en alternativas liberales conservadoras ....”, me escribió en el sitio de Facebook un “ciber-amigo”, en el debate autoorganizado sobre las elecciones del domingo en Buenos Aires.

Esta curiosa afirmación trasunta una desconfianza, o para ser más precisos, una “auto-desconfianza” sobre las actitudes que podría tomar el radicalismo en caso de ser gobierno.

Sin embargo, como lo afirma esta columna desde hace muchos años, “socialdemócrata” no quiere decir nada. Sólo es una caracterización política propia de mediados del siglo XX, desconectada con los problemas actuales del mundo.

Socialdemócrata por antonomasia es, hoy por hoy, Rodríguez Zapatero y el socialismo español. Están sosteniendo el mayor ajuste económico de la historia de su país, a raíz de haber generado el previo “desajuste” sobre el que alertaron muchos, y que llevó a España a un nivel de desempleo del 20 %. ¿Eso significa?

“Al contrario...”, se afirmaría seguramente en un hipotético debate sobre el tema. “Lo que queremos es poner freno al capital financiero, regular su funcionamiento para evitar que repitan la crisis como la que estamos sufriendo”.

Perfecto. Pero eso es, justamente, lo que están impulsando Angela Merkel y Sarkozi, para nada “socialdemócratas” sino, más bien, dirigentes que serían calificados, sin dudar un momento, como “neoliberales”.

Es que, en realidad, ni “socialdemócrata” ni “neoliberal” definen ya nada, y ambos términos ocultan más de lo que dicen. Contienen recetas para los problemas de la primera mitad del siglo XX, que forman ya parte del arsenal de medidas disponibles y aplicables por todos. Ni un “neoliberal” dejaría de usar herramientas “socialdemócratas” si fueran necesarias para la correcta gestión económica, ni la inversa. Hoy mismo los diarios anotician que Bernake, presidente de la Reserva Federal norteamericana –o sea, “el propio Diablo”, diría Hugo Chavez- defendió la herramienta del déficit fiscal para sortear la recesión. Poco que ver con el “Consenso de Washington”...; mientras, Mujica (¿socialdemócrata?) convoca a la inversión extranjera en el Uruguay prometiendo bajar impuestos, no expropiar nada y garantizar el derecho de propiedad.

Quien esto escribe presenció, hace diez años, en España, un debate entre economistas del Partido Popular –entonces en el gobierno- y socialistas –entonces en la oposición- sobre la reforma el impuesto a las ganancias. Los segundos sostenían que con el nivel de desarrollo ya alcanzado por España, lo correcto era unificar las alícuotas y no segregarlas por niveles de ingresos. Los primeros, con la responsabilidad de recaudar porque eran gobierno, sostenían la inconveniencia de terminar con la segregación de alícuotas, aunque justificabando argumentalmente su posición en que proyectaría una injusticia tributaria. Los términos de un histórico contradictorio entre unos y otros se habían invertido, al compás de las conveniencias políticas coyunturales también de unos y otros. Poco tiempo después los socialistas fueron gobierno, los populares pasaron a la oposición... y las propuestas de unos y otros volvieron a invertirse.

Algo similar ocurre con las políticas sociales. Ni la “derecha” más recalcitrante negaría hoy la necesidad de construcción de “pisos de ciudadanía” o de acciones públicas destinadas a paliar los efectos de la pobreza extrema. No hay que ir muy lejos para verlo. La administración macrista, demonizada como “neoliberal”, ha impulsado la cooperativización de los cartoneros, por ejemplo, logrando para muchos de ellos su ascenso de un par de peldaños en la escalera de recuperación de su dignidad. Atravesando la General Paz vemos, por el contrario, gestiones “nacionales y populares” (¿socialdemócratas?) ignorando la pobreza, clientelizando los pobres e instalando por activa y por pasiva redes de narcotráfico e inseguridad que dañan principalmente a los más necesitados.

Pretender reconstruir alineamientos políticos sobre las opciones de hace medio siglo, atrasa medio siglo. La agenda de hoy, la que interesa a los ciudadanos, pasa lejos. Las etiquetas motivan a viejos militantes formados con catecismos de otros tiempos, y quizás sirvan para tranquilizar conciencias atormentadas, pero no responden a las demandas que los ciudadanos hacen a la política –y cuya respuesta es lo único que legitima éticamente al poder-: cómo enfrentar los problemas que presenta la realidad, que es cambiante y cada vez más dinámica e impredecible. Agrupar por ese lado a una fuerza política no la acercará a los ciudadanos, que en todo caso la mirarán con curiosa indiferencia.

Las organizaciones políticas más adecuadas para los nuevos tiempos no se caracterizarán por su “ideología” sino por su “metodología”. Serán funcionales a las que muestren mayor capacidad de generar consensos, articular intereses contradictorios y responder con eficacia a los problemas que los ciudadanos perciban como más importantes. Y retrocederán hasta convertirse en testimoniales las que se aferren a viejas creencias ideológicas, no porque las personas renieguen de las ideologías –en rigor, respetan cada vez más el derecho de cada uno a tener las creencias que quiera, por esotéricas que parezcan, y también su derecho inalienable a actuar en consecuencia y defender lo que le parezca más justo-, sino porque no aceptan el derecho de nadie a imponerle su ideología a los demás, y mucho menos desde el poder, lo ocupe quien lo ocupe.

En ese sentido, mi "ciber-amigo" tal vez no debiera preocuparse tanto de la definición ideológica del radicalismo, sino de acrecentar la madurez y transparencia del funcionamiento interno para que sirva de adecuado marco de síntesis de las diferentes posiciones, en condiciones de gobernar una sociedad tan compleja como la nuestra.


Ricardo Lafferriere

lunes, 24 de mayo de 2010

Doscientos años: ¿alguien mira hacia adelante?

Dos siglos atrás, en un 25 de Mayo como hoy, el Cabildo de Buenos Aires decidía asumir la facultad de designar su gobierno, dando el paso trascendental de formar una Junta que pasaría a la historia con el nombre de “Primera Junta de Gobierno Patrio”.

La decisión se asentaba en los principios más avanzados de la época, siguiendo los pasos de la revolución norteamericana, de la Revolución Francesa y de las propias Juntas que habían comenzado a constituirse en la Península, ante la cautividad del monarca ibérico en Fracias: el principio de la soberanía del pueblo.

Los patriotas no tomaron una decisión que naciera de alguna mente iluminada, o estuviera reducida a los poco más de doscientos vecinos caracterizados de Buenos Aires que constituían “lo más sano y principal del vencindario”. Por el contrario, en una ciudad que contaba con poco más de cuarenta mil habitantes, más de ocho mil de ellos formaban parte de cuerpos militares, en la mayoría de los casos eligiendo sus propios Jefes, armados a partir del episodio de las Invasiones Inglesas.

Los porteños abrieron en esos días un camino nuevo para su convivencia, guiados por las ideas políticas más actualizadas de entonces y apoyados en la fuerza de un pueblo cuyos voceros no dudaron en afirmar, ante la pregunta “¿dónde está el pueblo?” que “tóquese generala en los cuarteles...” y se llenaría la plaza de inmediato con el pueblo ausente.

Allí empezamos un camino independiente que se extendería al territorio del Virreynato, que se concretaría en 1853 y finalizaría 1860, al completarse la organización institucional del nuevo Estado. En realidad, en este año 2010 no sólo conmemoramos los doscientos años de vida autónoma, sino también el sesquicentenario de la culminación de nuestra organización nacional, al unificarse definitivamente el país con la incorporación de la provincia de Buenos Aires a la Confederación y la aprobación de la Reforma Constitucional de 1860.

A partir de ese momento, y por siete décadas, aún con conflictos y densos debates, la historia fue favorable. En pocas años, las instituciones funcionando demostraron ser el cauce adecuado para liberar la potencialidad transformadora e inclusiva de un país en crecimiento exponencial. Frente a las extrañas críticas a la Argentina del Centenario escuchadas en estos días aludiendo a la presunta gran “exclusión social” existente entonces, la realidad era que el país funcionaba como un imán de inmigrantes, y que la polarización de riqueza era sustancialmente menor que la existente luego de los siete años kirchneristas, cien años después. No se le hubiera ocurrido ni a de la Plaza o a Sáenz Peña –antes del 16- ni a Yrigoyen –después- felicitarse por el crecimiento de las villas miserias atribuyéndolo al crecimiento económico, como hiciera la presidenta Fernández de Kirchner en una de sus definiciones de antología, pocas semanas atrás.

Pero estamos en 2010. Y frente a la Argentina que abría rumbos de hace dos siglos, y a la que derramaba optimismo de hace cien años, tenemos hoy un país desorientado, crispado, enfrentado, empobrecido y sujeto a las tensiones que no han surgido de las entrañas del pueblo sino que se le generan desde el poder, un poder en el que aparentemente el horizonte ha desaparecido de sus mensajes y no dibuja con nitidez –ni desde el gobierno ni desde la oposición- el rumbo del país en los años que vienen.

Se atribuye a Sócrates el aforismo que afirma que para el navegante que no conoce su puerto de destino, ningún viento le será favorable. Y la sensación que tienen los argentinos hoy es que ese rumbo no está en la cabeza de su dirigencia, cuyas argumentaciones quedan reducidas a riñas de pre-adolescentes, a berrinches de malcriados o a ansiosos de mando por el solo hecho del poder. Los compatriotas tienen la sensación de no ser conducidos a ningún puerto, a pesar de la verborragia diariamente contradictoria de lo que se dice y lo que se hace, sin hesitar en cambiar lo afirmado el día anterior si es necesario para el titular periodístico del día siguiente.

Esto ocurre en el gobierno y es grave. Pero ocurre también en varios sectores de oposición política, y es preocupante. Ante este vacío de debate maduro y orientación clara, el único camino que le queda a los argentinos de a pié es tomar las riendas de su vida en sus propias manos, lo que conlleva el peligro del egoísmo individualista. Pero pocas alternativas le dejan las conductas de muchos de sus hombres públicos.

En este comienzo del siglo XXI, el mundo no es el mismo que a inicios del XIX. Se está construyendo la ciudad universal, al compás del portentoso avance científico técnico, el encadenamiento productivo global que ha superado los límites nacionales para conformar un sistema económico planetario, la revolución de las comunicaciones interactivas que ha convertido a cada ser humano en célula de una red universal con terminal en los individuos, sin pasar por el poder ni por los Estados, y ha reivindicado para las personas cuotas de independencia de criterio, libertad personal y reasunción de su “soberanía” en un grado no advertido aún por los protagonistas del escenario político.

Los habitantes de Buenos Aires reclamaban del Cabildo, en las históricas jornadas de Mayo, que “el pueblo quiere saber lo que se trata”. Hoy, los porteños y los argentinos saben de qué se trata más que los dirigentes, y en todo caso lo que extrañan es que sean los protagonistas del escenario de lucha por el –raquítico- poder residual los que se den cuenta, de una vez por todas, de lo que se trata. Que miren el horizonte. Que recuerden que nuestro país fue grande cuando fue capaz de convivir alrededor de un consenso estratégico básico con las instituciones funcionando, cuando a pesar de los duros debates por el futuro, todos se consideraban com-patriotas de un mismo país compartido, y se respetaban las leyes.

Ese es el mensaje que se notó en las calles en estos festejos, al llenar las plazas y escenarios con la emoción de las marchas patrias desempolvadas, de los viejos uniformes de pasadas glorias aplaudidos nuevamente al inspirar el recuerdo de gestas comunes, y al demandar de sus dirigentes gestos de tolerancia y de unidad.

En síntesis, reclama de todos los seres humanos que habitamos el planeta una actitud de mirar hacia adelante. Como no lo ha hecho en estas fiestas una administración que sólo ha atinado a mirar al pasado. Como sí lo sienten y lo reclaman los millones de compatriotas que animaron los festejos, quizás extrañando a una presidenta que ha preferido encerrarse en su residencia antes que arriesgarse a sentir el juicio de sus compatriotas en los actos a los que debía exponerse sin la custodia de su guardia pretoriana. El inédito episodio de un desfile militar de la significación del Bicentenario sin la presencia de su Comandante en Jefe, con el argumento que estaba cansada y no quería saturar, fue la demostración más patética. Podríamos imaginar que hubiera pensado Juana Azurduy, o Manuela la Tucumana, o cualquiera otra de las heroicas mujeres de la Independencia ante esta actitud, para darnos cuenta de lo lejos que estamos de aquéllos que hicieron la patria.

El mundo que viene, plural y cosmopolita, abierto y democrático, necesita reproducir a escala planetaria el entramado institucional que los países exitosos mantuvieron y alrededor del cual construyeron su éxito, tal como lo tuvimos en nuestras primeras décadas, cuando San Martín proclamaba en Lima que la causa de nuestra Revolución era “la causa del género humano”. Debe contener a las fuerzas desatadas de la especulación financiera, de las redes globales de delitos internacionales, tráfico de personas, drogas y armas, lavado de dinero fruto de la corrupción y la delincuencia, terrorismo y violencia. Debe cuidar el planeta, y cuidar la gente.

Para hacerlo, debe apoyarse e inspirarse en lo bueno que han logrado, en los derechos humanos, en la democracia, en el pluralismo, en la libertad, en la solidaridad y la justicia. Construir el entramado institucional del mundo global, ese es el equivalente actual a las avanzadas decisiones de 1810. No intentar retroceder a antes de 1810 con visiones premodernas, socias de los neofascismos indigenistas, de las teocracias genocidas, de los tiranuelos angurrientos, de las aventuras militaristas, de las intolerancias discursivas y la esclerosis intelectual.

En este sentido aniversario, entonces, la pregunta que se impone es ¿quién mira hacia adelante? Porque es bueno advertir que eso es justamente, al iniciar el tercer siglo de vida en común, lo que están esperando los argentinos.

Ricardo Lafferriere

lunes, 17 de mayo de 2010

Clases de diplomacia

“Estoy preocupada, sorprendida y dolida” por lo que le han hecho. “Realmente le brindamos todo nuestro apoyo.” Por supuesto que ésto "no significa inmiscuirse en asuntos internos españoles", declaró muy suelta de cuerpo la presidenta Fernández de Kirchner luego de entrevistarse con el Juez Garzón, sancionado por las autoridades judiciales máximas de España por intentar aplicar en ese país una ley inexistente. Cabría preguntarse qué hubiera ocurrido si Rodríguez Zapatero trajera su solidaridad con un Juez argentino sancionado por el Consejo de la Magistratura o la propia Corte Suprema.

“Einstein decía que un índicio de la locura es creer que con los mismo métodos se van a alcanzar resultados difrentes”, afirmó al ser consultada por las fuertes medidas económicas que su amigo Rodríguez Zapatero se ve obligado a tomar para compensar los serios desajustes que cometió en años anteriores, gastando por encima de las posibilidades de la economía española al punto de llevar su deuda pública a cerca de un billón de euros.

Estas dos primeras declaraciones indican la falta de percepción por parte de la presidenta argentina de los juicios críticos que ha producido su estilo confrontativo, que la lleva a sentirse en la obligación de opinar sobre cualquier cosa –incuso sobre lo que no sabe nada- en tono admonitorio. El aislamiento de la realidad le impide advertir que no está hablando en el “país Jardín de Infantes” creada por su “relato” voluntarista apoyado en las estadísticas que fabrica y las afirmaciones al vacío, sin debate ni cotejo con la prensa, sino en un país que practica la democracia con un nivel de calidad institucional alejado de los caprichos kirchneristas.

Pero eso no es todo. Luego de avalar en forma expresa las actitudes patoteriles de su Secretario de Comercio, prohibiendo por teléfono y sin ninguna resolución o norma escrita la compra de alimentos importados, declaró desahogadamente en España que “no hubo restricciones de ninguna manera” sobre esas importaciones y que no tenía conocimiento de las medidas restrictivas por las que se le preguntaba.

En este tema, las opciones son dos: o la señora presidenta vive en una burbuja y no conoce lo que pasa en su país, donde las medidas ocuparon durante la semana la tapa de todos los diarios –incluso los panfletariamente oficialistas- y noticieros de radio y televisión al punto que provocaron una presentación de todos los embajadores de la Unión Europea en el Congreso Nacional –primera vez en la historia que se da un acontecimiento de esta significación política-; o ha asumido el cinismo como conducta permanente, al negar lo evidente con plena conciencia de su falsedad.

Los argentinos hemos aprendido a no tomar en serio lo que dice, y no solemos ya escandalizarnos –y ni siquiera preocuparnos- por los inefables discursos presidenciales, que nadie escucha. Ocurre, sin embargo, que fuera de nuestras fronteras lo que dice un presidente suele ser escuchado y es percibido como medianamente serio. Quizás el Canciller debiera advertirle esto, para cuidar más su incontinencia opinadora, máxime cuando ya el mundo conoce el crecimiento de la pobreza, el desborde inflacionario, la reaparición de los déficits públicos y la renovada marcha del endeudamiento que fue la condena de Argentina en los últimos ochenta años, y es hoy impulsado a vela desplegada por la gestión de la inefable “maestra de Siruela”.
Y también comenta el inexplicable enriquecimiento de la sociedad conyugal presidencial, inversamente proporcional al crecimiento de los índices de pobreza de la población argentina.


Ricardo Lafferriere

sábado, 8 de mayo de 2010

Grecia... ¿igual a Argentina?

Como Argentina en los 90, Grecia vivió por encima de las posibilidades de su economía, financiando su gasto con una deuda a la que no podría hacer frente. Pero al igual que la Argentina actual, para atrapar acreedores incautos, se dedicó a falsificar sus estadísticas buscando mostrar que su economía es más grande de lo que efectivamente es y que sus desajustes son menores a los reales.

Lo que le pasa a Grecia, le pasó a la Argentina. Pero lo que le pasa a Grecia también le puede volver a pasar a la Argentina. En ambos casos, la obsesión de descuidar desde la inversión en infraestructura, la capacitación permanente de su gente para incrementar la productividad y la preservación de estructuras estatales incompatibles con una economía dinámica acompañados con un alegre endeudamiento público, diseñan la tormenta perfecta.

Por eso cuando la Presidenta identifica la crisis helénica con la que sufrió nuestro país a comienzos del siglo, asume un enfoque tan rudimentario como peligroso. Dice la mitad de la verdad y oculta la otra mitad, la que está dentro de su responsabilidad –ya que no puede actuarse sobre lo que pasó antes, pero sí podría sobre lo que es posible que pase-.

Pero eso no es todo. Al comparar las crisis, sólo observa las consecuencias, las que sufrió Argentina y hoy está sufriendo Grecia. Oculta que los “ajustes” son la consecuencia inexorable de los previos “desajustes”. Pronunciarse contra los “ajustes” pero, a la vez, proseguir alimentando la tensión de los “desajustes” como si éstos no existieran, es el mejor camino para reproducir la historia hacia ajustes controlados –que es lo mejor- o impuestos por la realidad –en forma cada vez más traumática-.

La Argentina en el 2001 fue golpeada por una crisis expresada a través de su deuda pública, que se hizo insostenible cuando la situación financiera internacional comenzó a mostrar escasez de crédito y los acreedores comenzaron a ser más exigentes al renovar sus activos. Pero el 2001 no salió de un repollo, sino de varios años previos de dislates hiperconsumistas a través del “súper-peso-dólar” por encima de la capacidad productiva del país, que financió esos dislates pidiendo prestado adentro y afuera. Como ahora.

Por supuesto que es políticamente muy difícil advertir esta situación a quien se encuentra en una situación económica dura y de pronto comienza a ver abundancia de créditos y plazos. Es políticamente más “correcto” dejar pasar las cosas para no aparecer malquistado con los compatriotas que sienten un alivio circunstancial a su pobreza. Pero esta corrección no inhibe la profunda inmoralidad que significa ocultar las consecuencias que acarreará el dispendio de lo que no se tiene y el creciente endeudamiento, que en algún momento mostrará su límite –como en el 2001 entre nosotros, como en Grecia hoy-.

El Euro es para Grecia lo que fue el dólar para la Argentina en nuestra crisis: un indicador del desfasaje. La ayuda de la Unión Europea a Grecia es la ayuda que la Argentina necesitó hace nueve años del FMI, y no la obtuvo –mandaba Bush...-

En ambos casos esa ayuda sólo significa un puente hacia la toma de conciencia de la propia realidad. Si llega, es una oportunidad que puede permitir pasar en limpio las posibilidades reales de la economía y dejar al descubierto las tareas necesarias para retomar el impulso al crecimiento, que en cada país tienen sus propias particularidades. Y si no llega, implica que lo que sí llegará son las fuerzas liberadas de la economía, que son lo más parecido a un fenómeno natural. Y en este sentido, la huelga general convocada por los sindicatos griegos –como el grito de guerra “que se vayan todos”, que tuvimos en el 2001- es como si los chilenos o los haitianos hicieran una huelga general para protestar por sus terremotos.

Esta reflexión está lejos de ser de “izquierda” o de “derecha”, como no lo es la decisión de Moreno de despedir mil empleados de la papelera Masuh como condición de su viabilidad, ni la decisión de Raúl Castro de convocar dramáticamente a un “segundo ajuste” de la economía cubana que incluye la reducción de plazas en las universidades, el cierre de comedores para los cubanos más necesitados y la eliminación de subsidios populares. O como no lo es la del parlamento griego de reformar su sistema de pensiones y reducir gastos estatales. Es que la economía, sea de izquierda o de derecha, usa las mismas matemáticas, en las que dos más dos son cuatro.

Grecia, entonces, significa por cierto un recordatorio sobre lo peligroso que es ignorar los límites, creer que se puede mentir indefinidamente, endeudarse por encima de las posibilidades –y además, para gastar en lugar de para invertir- o engañar con los números estadísticos, como el enfermo que prefiere ignorar la marca del termómetro.

Lo que está ocurriendo en Grecia, entonces, ciertamente tiene relación con lo que nos pasó en el 2001: conmociones sociales y hasta muertes por las protestas. Pero lo más grave es que lo que hizo Grecia para llegar a ésto tiene también una dramática similitud con lo que la Argentina de los Kirchner está haciendo hoy, y está anunciando lo que nos puede pasar mañana si no nos comportamos como un país con sentido común. Y en este sentido, con la experiencia a la vista, ni Cristina ni Néstor Kirchner podrán eximirse de su responsabilidad si llegara a haber de nuevo argentinos muertos en las calles.

Ricardo Lafferriere

lunes, 3 de mayo de 2010

UNASUR

Para algunos es el “Ministerio de Colonias” de Brasil. Para otros, un foro más –de los tantos- que justifican el turismo político y las burocracias inútiles. Para los más optimistas, es una instancia de integración sudamericana. De ese organismo Néstor Kirchner acaba de ser designado Secretario General.

Impulsada por la diplomacia brasileña, la “Unión de Naciones Sudamericanas” tuvo desde el comienzo el objetivo de conformar un espacio de poder en el que el Brasil pudiera respaldarse para su ambición de convertirse en potencia global. En las reglas de juego de la política internacional, no está mal. Todos los países que se precien tienen su “espacio” de influencia destacada: los Estados Unidos tienen la OEA, España la Comunidad Iberoamericana de Naciones, y en algún momento hasta nuestro país soñó con que ese espacio podría ser el desarrollo de la “Cuenca del Plata” o del propio Mercosur. Los demás convocados, un poco por cortesía y otro poco porque son espacios en los que pueden obtener alguna ventaja de la aspiración ajena, suelen concurrir. Siempre son fuentes de trabajo adicionales para la diplomacia y lugares en los que el entramado de las relaciones permite el intercambio de bienes, favores, apoyos o alineamientos en el múltiple colorido del escenario mundial actual.

En el caso del UNASUR, su inutilidad queda patentizado en disposiciones funcionales. Sus resoluciones deben ser tomadas “por consenso”(art. 13, párrafo 3) –para lo cual no se requiere contar con un organismo especial-. Es más: aún lograndose consenso sobre una medida o política, “los Estados miembros pueden eximirse de aplicar total o parcialmente una política aprobada, por tiempo definido o indefinido” (art. 13, párrafo 5), lo que hace inutil cualquier decisión. El financiamiento del organismo estará a cargo de los Estados parte, según su capacidad económica (art. 16). Al contar Brasil hoy con un PBI equivalente al doble de la totalidad de los demás países sudamericanos sumados, será el principal soporte, o sea, el principal decisor sobre la efectividad y vigencia de las medidas que se decidan. En otras palabras, será “el que mande”.

En caso de controversia entre los Estados Miembros, éstas deberán resolverse por “negociaciones directas” (art. 21) y si éstas no fueran resueltas, se elevarán al Consejo de “Delegados y Delegadas” (sic, ésta es la parte que le dejaron escribir a Cristina). Si las diferencias persistieren, se elevarán al Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores, para su consideración (art. 21). O sea: igual que si el organismo no existiera.

De acuerdo al articulado del Tratado, difícilmente podría imaginarse un organismo con menor ejecutividad, imperio legal u obligaciones contractuales para la decisión e impulso de políticas concretas. El simbolismo será su única virtualidad, y éste será dado por la respetabilidad de los funcionarios permanentes designados y el uso que decidan darle los países firmantes al “sello” del organismo.

En fin. La Argentina ha sido llevada por Kirchner y su esposa a un grado tal de aislamiento e insignificancia internacional que cualquier espacio que la tenga en cuenta debe ser ocupado, aunque no sirva para nada. Por supuesto, a condición de que ese espacio no conspire para incrementar su aislamiento, por falencias de fondo o forma en el desempeño del compatriota convocado.

Puede ser que el ex presidente aporte a la integración sudamericana. Sin embargo, los intereses argentinos sobre el tema no pasan por priorizar el alineamiento pro-brasileño, sino apuntar a un espacio mayor en el que participe México –cuya dimensión, trayectoria política y puerta de entrada al mayor mercado mundial son claves-; que esté firmemente alineado con los países responsables en incrementar la seguridad internacional y la paz –lo que no coincide con los lazos de Bolivia, ni con las fintas de Chavez y el propio Lula con el Irán nuclear y terrorista-; que refuerce la construcción de una comunidad mundial con mayores cuotas de democracia y normativas económicas homologables –objetivo al que la presidenta adhirió firmando el acuerdo de Londres del G-20, pero se niega a aceptar porque descubriría sus falsedades estadísticas- y en lo más cercano, priorice la región, habida cuenta de que los desafíos mayores pasan por la integración física con todos los países del entorno (el corte del Puente San Martín va para tres años...) y consiga de Brasil una apertura más franca de su mercado para las exportaciones nacionales.

La Argentina, mientras tanto, deberá reescribir su historia oficial de relación con nuestro gran vecino del que, como lo afirmara días atrás el inefable Franco Macri, -aunque “con tristeza” según sus palabras en la Revista La Nación del 2 de mayo- hoy por hoy, apenas somos “una provincia”. Quienes criticaron durante décadas la poco feliz frase del vicepresidente Roca en oportunidad de firmar el tratado con Gran Bretaña en 1933, cuando sostuvo que “desde el punto de vista económico, la Argentina debe ser considerada parte integrante del imperio británico” deberán rever sus lapidarios juicios, claro que esta vez cambiando “Roca” por “Kirchner”, “Runciman” por “Lula” e “Imperio Británico” por “Brasil”. Kirchner es ahora un nuevo funcionario de Lula, quién –como se deduce de su novedoso romance con Pepe Mujica y trascendió en los diferentes medios de prensa- fue el encargado de “destrabar” el veto oriental, a cambio de pasos menos simbólicos que un cargo inservible: la terminación de la interconexión eléctrica brasileño-uruguaya, la reconstrucción de la red ferroviaria de su país, la participación de Brasil en la construcción del puerto de aguas profundas de La Paloma, y el apoyo brasileño para la exlporación del subsuelo marino uruguayo en la búsqueda de hidrocarburos...

Por lo demás, todos contentos...

Como suele ocurrir en las aventuras kirchneristas, poco importan las formas. Entre ellas, una no menor es –como se ha dicho- que la Argentina no ha ratificado el tratado fundacional del UNASUR, por lo que no es socia de pleno derecho del organismo. Un ex presidente argentino está en la nebulosa situación de ocupar un puesto internacional de un organismo semiinexistente, cuyo ejercicio impone la obligación de tener “dedicación exclusiva” (art. 10), de residir en la sede del organismo, fijada en Quito y de ser financiado casi totalmente por Brasil. Cabía preguntarse si el Dr. Kirchner renunciaría a su función como presidente del Partido Justicialista, renunciaría a su banca testimonial de Diputado y se iría a vivir a Ecuador. En realidad, nadie podría imaginar al Secretario General de la ONU o de la OEA ocupando una banca legislativa en su país de origen, o presidiendo un partido político en disputa por el poder en uno de los países miembros...

Pero no. Ya consiguió que Ecuador le “ceda” la sede, no quiere abandonar su banca que le garantiza impunidad, y de dejar la presidencia del PJ, ni hablar. Como es su estilo, comienza su función burlando el tratado que no lo es sin que a nadie le preocupe. Mucho menos a su nuevo empleador, para el que las funciones internas de su novel empleado hasta pueden resultarle de utilidad. Vaya a saber...


Ricardo Lafferriere

viernes, 30 de abril de 2010

El juicio de Bonafini

“Culpables de traición al pueblo de la Nación Argentina”, sentenció la jueza Bonafini al culminar la parodia realizada el jueves 29 de abril, casualmente “día del animal”, en la Plaza de Mayo.

La traición no es un delito menor. Nuestro Código Penal lo sanciona con una pena de prisión perpetua (artículo 215), la máxima establecida por la ley argentina luego de la derogación de la pena de muerte.

El grotesco de Bonafini no es inocente. Aunque para algunos no signifique mucho más que otro dislate de un grupo de desequilibrados, no es posible olvidar que con un hecho como éste, hace cuarenta años, se inició el período más sangriento de la Argentina, que culminaía con los años de plomo cuyos coletazos aún condicionan la convivencia nacional.

“Culpable” fue, en efecto, la “sentencia” que recibió de un tribunal como el de Bonafini el Gral. Pedro E. Aramburu, secuestrado por los Montoneros el 20 de mayo de 1970. Fernando Abal Medina asume el rol de verdugo y ejecuta vilmente al militar secuestrado, sembrando con este hecho la semilla que acompañaría la intolerancia y los enfrentamientos durante más de dos décadas.

Luego “ejecutarían” al Dr. Arturo Mor Roig, dirigente radical de origen balbinista que se había incorporado a la etapa de retirada del gobierno militar de entonces con el acuerdo de todo el arco político democrático para garantizar la limpieza del proceso electoral. Y luego a José Ignacio Rucci, dirigente gremial peronista acusado de ser el brazo gremial del propio Perón.

Quienes fuimos protagonistas de entonces en las filas radicales luchamos duramente contra estas actitudes criminales, deformaciones inmorales de la lucha política. Debimos enfrentar la incomprensión del gobierno militar, obsesionado contra todo lo que tuviera relación con la democracia y la participación popular, y de los Montoneros, curiosamente también obsesionados contra todo lo que tuviera relación con la democracia y la participación popular. De los primeros sufrimos los crímenes alevosos de Sergio Karacachoff, Mario Amaya, Rodríguez Araya, el atentado a Hipólito Solari Yrigoyen y muchos más, exilados y detenidos sin juicio ni derechos. De los segundos, los cadenazos en las Facultades y la acusación de hacer causa común con sus “enemigos”, con todo lo que implicaba en esos momentos para la seguridad personal.

La bandera de las “elecciones libres” fueron abriéndose paso y creando un espacio que arrinconó a ambas posiciones intolerantes. El primer turno democrático (1973) no nos había sido exitoso, y terminó con el baño de sangre escalado en 1974 por la batalla campal entre la triple A de López Rega, Isabel y algunos dicen que el propio Perón frente a los Montoneros y otros grupos armados, convertidos en un verdadero ejército insurgente.

Pero el segundo turno el pueblo argentino ya había encarnado su visceral rechazo a las formas violentas y abrió el camino en 1983, masivamente, a la propuesta de la vida y la paz, convertido en el gigantesco torrente democrático liderado por Raúl Alfonsín. El decreto ordenando a los fiscales la instrucción de causa a las Juntas Militares y a las conducciones montoneras fue el testimonio de esa orientación. Hacia atrás, la justicia. Hacia adelante, la política. Y en la práctica de ésta, el diálogo para construir consensos nacionales, de cara al futuro. La renovación peronista acompañó este proceso y estuvimos cerca de lograr el éxito, frustrado finalmente por las presiones corporativas de formaciones gremiales, empresariales y hasta políticas que no imaginaban un país sin populismo.

Mucho agua corrió bajo el puente. El proceso argentino, que tuviera similitudes con el chileno y el uruguayo, abrió el camino de la restauración democrática en forma ejemplar. A pesar de conmociones que pusieron en vilo esta reconstrucción, fue imponiéndose la idea de dar vuelta la página en términos políticos para discutir el futuro, dejando el procesamiento el pasado en manos de la justicia y de la historia, como hicieron todos los países del mundo que atravesaron períodos parecidos, entendiendo que la verdad y la reconciliación eran las únicas bases posibles para reiniciar la marcha y no repetir la historia. Nuestros vecinos siguieron ese camino, y muestran sus éxitos. Nosotros nos empantanamos en el cambio de siglo, incitando irresponsablemente a revivir el pasado.

Nuevamente, como hace cuatro décadas, comenzamos a asistir a hechos grotescos de intolerancia y violencia, que no son aislados.

Los ataques mediante afiches anónimos al Vicepresidente de la Nación y a prestigiosos periodistas, las agresiones en la Feria del Libro a quienes ejercen su derecho nada menos que de “publicar sus ideas sin censura previa” y esta parodia grotesca que contó con el beneplácito del gobierno nacional y hasta la participación de uno de sus funcionarios pretenden reiniciar un proceso como el que ya vivimos y que no queremos que vuelva “Nunca más”.

Hay que destacar, sin embargo, una diferencia que no es menor. En 1970, los criminales que comenzaron el proceso sangriento pudieron generar una expectativa tras la que arrastraron gran parte de la juventud argentina. En 2010, los argentinos ya hemos experimentado cómo termina esto. Y la bufona disfrazada de jueza no genera adhesiones sino apenas más vergüenza ajena, deja en ridículo a quienes la rodean y se aisla cada vez más de una sociedad harta de conflictos, enfrentamientos e intolerancia.


Ricardo Lafferriere

jueves, 22 de abril de 2010

Frente a la ofensiva golpista, templanza y justicia

En forma abierta y desembozada, con la tolerancia –y complicidad- del gobierno, se está destando una ofensiva golpista contra el orden institucional argentino persiguiendo la destitución del Vicepresidente de la Nación.

Desde la recuperación democrática el país vivió varios momentos duros. Sin embargo, nunca había atravesado hasta hoy una situación que transita por el borde de la ruptura institucional, mediante la presión por parte de uno de los poderes del Estado contra uno de los funcionarios constitucionales electos de mayor jerarquía.

Quienes impulsan esta ofensiva se colocan al margen del orden institucional y violan expresas normas legales. No lo pueden hacer siquiera en nombre de la mayoría, ya que tanto el pronunciamiento electoral último como las muestras de opinión imparciales muestran que las tres cuartas partes de los argentinos desaprueban la gestión del equipo gobernante, que motoriza la convocatoria golpista. Sin embargo, ese 75 % de argentinos jamás impulsaría la destitución de la presidenta, a pesar de su evidente incapacidad de gobierno. Y gran parte del otro 25 % que respalda al gobierno, seguramente tampoco avalan un dislate que nos coloca al borde del caos.

La democracia está hoy siendo puesta a prueba Las minorías violentas que desatan esta ofensiva marchan a contramano de la vocación democrática de los argentinos, de su decisión de convivir en paz, de su reclamo de vigencia de la ley, de su aspiración de justicia independiente e imparcial que alcance a todos.

El Vicepresidente de la Nación no sólo tiene legitimidad de origen, al haber sido electo por la misma cantidad de argentinos que la presidenta, sino que tiene hoy un respaldo de los ciudadanos abrumadoramente superior al de la propia jefa de gobierno. Quienes piden su remoción no tienen autoridad legal, justificaciones éticas ni condiciones políticas de solicitarlo.

El orden constitucional ofrece una vía para cualquier ciudadano que considere que se cumplen las condiciones para su remoción: el pedido de juicio político. Ni los actos amañados, ni los gritos desaforados, ni las presiones mafiosas al funcionario y sus familiares, ni los libelos fraguados deben afectar la templanza y la entereza política de un hombre que los argentinos han elegido para cumplir una función constitucional, en cuyo correcto ejercicio se ven reflejados.

La permanencia de Julio Cobos en el cargo que inviste es una decisión que ni siquiera le compete a él, sino al pueblo al que se debe y a la Constitución que juró cumplir. El gobierno nacional debe cesar de inmediato su incitación golpista y la justicia debe proceder aplicando la ley de defensa de la democracia a quien convoque a la violación de sus normas o exalte la presión a los funcionarios para forzarlos a tomar decisiones sin libertad de conciencia.


Ricardo Lafferriere

lunes, 19 de abril de 2010

Bicentenario diferente

La presidenta ha viajado a Caracas, para participar de los festejos del Bicentenario de la independencia venezolana. Será la única oradora ante la Asamblea Nacional, además del presidente Chavez.

Se encontrará allí con un bicentenario diferente. No verá “madres de Plaza de Mayo” reclamando por los crímenes ocuridos décadas atrás ni grupos piqueteros anarquizados protestando por la –descomunal- inflación venezolana. No escuchará el eco de las políticas de género ni reivindicaciones de casamientos entre personas del mismo sexo. No se encontrará con debates sobre el aborto, o los derechos de los homosexuales. En la militarizada sociedad venezolana no florecen las preocupaciones de la posmodernidad, como –a pesar de todo- sí lo hacen en la Argentina.

Un desfile militar gigantesco, al que se suman las milicias bolivarianas con jóvenes armados, será el marco monumental de la recordación, en una sociedad crispada hasta el límite en la que su presidente ha llamado a sus milicias a “tomar todo el poder”.

Curiosamente, el 19 de abril de 1810 –fecha en la que se conmemora en Venezuela el inicio del proceso revolucionario que culminaría con la declaración de la independencia, el 5 de julio de 1811-, la gesta fue civil, sin ninguna participación militar. El Cabildo destituyó al Capital General Vicente Emparan, designado por las autoridades napoleónicas que habían tomado España como “Capitán General de Venezuela”. Antes de viajar, retornando a su lealtad hispánica, había jurado fidelidad al rey cautivo Fernando VII y sido ratificado por la Junta Suprema Central a pesar del origen de su nombramiento. Al hacerse cargo, reprimió varios intentos de sublevación hasta que, al conocerse en Venezuela la caída de la Junta Central, fue detenido por la población y conducido al Cabildo, donde presentó su renuncia.

La diferencia con la Revolución en Buenos Aires fue absoluta. En esos tiempos, Buenos Aires, con alrededor de 40.000 habitantes, tenía más de 8.000 milicianos armados (el 20 % de su población), en cuerpos organizados a raíz de las invasiones inglesas y que, en muchos casos, elegían sus propios Jefes. El proceso rioplatense fue claramente “cívico-militar”, a diferencia del caraqueño, esencialmente ciudadano.

Esa diferencia se traslada al bicentenario, aunque invertida. A pesar de la fuerte impronta autoritaria del kirchnerismo y sus esfuerzos polarizantes, la Argentina es hoy una sociedad abierta, tolerante y dinámica. La violencia o la amenaza de tal genera el inmediato rechazo, virtualmente unánime, de la población y sólo es receptada verbalmente por grupos residuales –pequeños, aunque ruidosos- de ambos bandos de los años de plomo. Ha dejado atrás las veleidades “armadas”, luego de una experiencia que la marcó a fuego por los desbordes de la insurgencia y la contrainsurgencia. Las convocatorias a la intolerancia rebotan en una sociedad reclamante y practicante de la convivencia.

Venezuela, por su parte, está siendo conducida al pasado violento de la ausencia de acuerdos, la inexistencia de diálogos, la polarización donde la palabra “muerte” forma parte semántica de las dicotomías políticas y donde el maravilloso florecer de los matices y del colorido democrático está siendo ahogado por los gritos estentóreos.

Quizás sea un buen momento para que la presidenta, que pareciera querer estar de vuelta de sus pasionales arrebatos de hace algunos meses, reflexione ante el espectáculo sepia de su amigo caribeño, valore la lección que le están dando sus compatriotas y aproveche el tiempo que le queda de mandato para sumarse plenamente a la marcha modernizadora que, sin esperarla, toman los sectores más dinámicos del pueblo argentino en el Congreso, en el campo, en las fábricas, en la creación artística, intelectual y científica, en la solidaridad social, en los caminos abiertos por el propio esfuerzo ejerciendo la libertad –personal y nacional- comenzado a edificar hace dos siglos.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 7 de abril de 2010

Representación

"Penélope Glamour”, “Keops”, “Sarmiento”... papeles interpretados por quien, si debiera ser clasificada por Mallea en su recordada caracterización de los dos “tipos” de argentinos, claramente no estaría entre los “argentinos invisibles”, aquellos que con su trabajo tesonero, su humildad, su sabiduría y sus valores construyen el presente y el futuro del país. Por el contrario, pareciera cumplir con precisión los requisitos del típico “argentino de la representación”, el que “siempre aparenta, pero nunca es”.

El tema no pasaría a mayores si quien dice sentirse esas figuras no fuera, justamente, la “primera representante” de los argentinos, quien ocupa nada menos que la “jefatura suprema de la Nación”, como pomposamente define la Constitución Nacional a la función presidencial.

Puede ser que tenga vocación de actriz. No estaría mal, si se dedicara a su vocación. Representar un personaje de dibujos animados televisivos, sentirse el faraón más reputado de Egipto antiguo o actuar pensándose a sí misma como una especie de Sarmiento del siglo XXI la convertirían en una gran profesional, con versatilidad y frescura seguramente admiradas por la crítica.

El problema surge cuando los personajes son contradictorios, pero la función representada es única. El grito “Socorro, socorro” que caracterizaba al personaje del “comic” por su torpe impotencia ante situaciones inesperadas poco tiene que ver con la solemne y fría utilización del poder despótico de uno de los reyes más autócratas de la antigüedad egipcia, como lo fue Keops –recordado, además de por la Gran Pirámide, por su concentración del poder dando origen al primer estado absolutista de la historia- y ambos están en las antípodas de la vocación democrática, la austeridad republicana y el serio compromiso con la vigencia de la ley y la capacitación popular del gran sanjuanino.

La presidencia de una República democrática tiene algo de la “representación”, pero no de la misma que hablaba Mallea. La “representación” política conlleva siempre una tarea de interpretación de los ciudadanos, porque supone que el poder que se ejerce radica en la voluntad de ese mandante a quien se le reconoce soberanía. La representación de Mallea, por el contrario, alude a la permanente actitud de mostrarse como lo que no se es para aparentar ser más, o diferente. La picaresca popular le daría a esta clase de representación un nominativo más pedestre: el conocido “chanta” de nuestro lunfardo rioplatense, que lamentablemente tiene entre nosotros una presencia más que peligrosa cuando su titular tiene poder...

La sana cultura política en una democracia consiste entonces en representar a los ciudadanos en las decisiones que deben tomarse –para lo cual el requisito fundamental no es tanto hablar como saber escuchar-, pero a la vez, representarse a sí mismo –si hubiera algo que mostrar- cuando se trata del estilo, la personalidad y los valores.

Los argentinos, en este sentido, respetarían más a una “primer ciudadana” que fuera lo que es, aunque no fuera tanto, que a quien diga sentirse –sucesivamente- Penélope Glamour, el faraón Keops o Domingo Faustino Sarmiento, sin “ser” ninguno de los tres.


Ricardo Lafferriere

martes, 30 de marzo de 2010

"Más dura que una bigornia"

El anuncio presidencial de la posible derogación del impuesto al cheque “para 2011” genera la misma reacción que produjo en Gerardo Morales, meses atrás, la actualización inexorable a la baja de los haberes previsionales defendida por Pichetto: ustedes tienen “la cara más dura que una bigornia”.
No puede leerse de otra forma el cínico anuncio, pensado obviamente en el desfinanciamiento del gobierno que los suceda y de ninguna manera en la racionalidad del esperpéntico sistema impositivo argentino.
Si cree que el impuesto al cheque es distorsivo –como lo viene sosteniendo toda la oposición desde hace años-, pues que abra la discusión del presupuesto, proponga su derogación para ya (no para cuando ella se vaya) y discuta en el Congreso, como ordena la Constitución, de dónde saldrán los recursos para el funcionamiento del Estado y dónde se gastarán. Termine con estas improvisaciones discursivas rudimentarias que dañan al país, y gobierne, de una vez por todas, antes del 2011 que es cuando le toca hacerlo.
Pero la presidenta invierte los términos. Le pide a la oposición que le dé ideas de gobierno ahora –cuando tendría que tenerlas ella- y, a la vez, anuncia medidas para cuando ella ya no esté –lo que debiera, en realidad, hacer la oposición-.
El mundo del revés.
Y la cara más dura que una bigornia.
A propósito: la bigornia es una herramienta destinada a marcar el enroscamiento en los extremos de los caños. Como debe realizar un trabajo extremadamente fuerte, están confeccionadas por lo general con aceros especiales. Muy duros. Como la cara de Pichetto, y de Cristina.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 17 de marzo de 2010

Tupamaro "neoliberal"

“Haremos una política económica ortodoxa y prolija”, fue la contundente afirmación del presidente del Uruguay, José Mujica, en su discurso de asunción de mando. Este hombre de 70 años ha luchado durante toda su vida por una política de “izquierda”, fue guerrillero Tupamaro en los años de plomo y pertenece al ala más dura del Frente Amplio, que derrotó en las elecciones internas de su agrupación al moderado Danilo Astori, a quien ofreció la Vicepresidencia.

El matrimonio presidencial argentino presenció la ceremonia y aplaudió el discurso. No visitó a Mujica en su granja, como estaba programado, seguramente para evitar las comparaciones obvias que realizaría la prensa entre la modesta explotación y vivienda rural del presidente uruguayo con las multimillonarias infraestructuras del Calafate, “lugar en el mundo” de la inefable presidenta argentina.

Consecuente con su llamado a la unidad, los primeros pasos de Mujica fueron de confluencia. Se recuerda aún su exposición en Punta del Este, junto a los ex presidentes Sanguinetti y Lacalle y a su ex rival colorado Bordaberry, convocando a los empresarios a invertir en el Uruguay, donde “no se les romperá el lomo con impuestos y no se les expropiará nada”.

Antes, cuando le tocó desempeñarse como Secretario de Agricultura, impulsó fuertemente la producción agropecuaria uruguaya, provocando la conocida afluencia de productores entrerrianos, santafecinos, cordobeses y bonaerenses, que ha revolucionado el campo uruguayo con un boom productivo de alta tecnología. Más del 65 % de la producción de soja uruguaya es generada por estos argentinos que pueden trabajar tranquilos, sin el peligro constante de las chifladuras del gobierno. Sin subsidios y sin retenciones, sin privilegios y sin castigos. Con la cuarta parte del rodeo que tiene la Argentina, exporta más carne que su vecino y provee al mercado interno uruguayo de cortes más baratos que al otro lado del río, donde otra vez el matrimonio gobernante ha resuelto profundizar su ofensiva persiguiendo el exterminio del sector ganadero, al disponer en forma grosera e inconstitucional la prohibición de exportar.

Ahora Mujica va más allá. “Soldados de mi patria: aquí no hay ni vencedores ni vencidos”, ha expresado a las Fuerzas Armadas del Uruguay. En su búsqueda obstinada de unidad nacional, impulsa un cambio en la situación jurídica de los jerarcas militares condenados por delitos cometidos durante la última dictadura. “No quiero viejos presos”, ha afirmado Mujica, seguramente recordando que contra esos “viejos” él peleó cuando había que hacerlo, tiempos en los que los muertos eran de ambos bandos. Ahora que a él le toca ser presidente, prefiere mirar hacia adelante y escaparle a los recuerdos de épocas sangrientas, tanto como a los coletazos que sólo reciclan odios.

Curioso que los intelectuales de Carta Abierta, la Faraona o su cónyuge, no hayan puesto el grito en el cielo ante este “tupamaro neoliberal”, democrático y honesto, de quien, lamentablemente para los argentinos, no toman ningún ejemplo.


Ricardo Lafferriere

viernes, 12 de marzo de 2010

Descarriló Lula...

La notable perfomance económica del Brasil en la última década –iniciada durante la presidencia de Fernando Henrique Cardoso y continuada prácticamente sin cambios durante las dos gestiones de Luis Ignacio “Lula” da Silva- ha sido motivo de análisis encomiables de prácticamente todo el arco político latinoamericano y hasta mundial.

Brasil ha llegado a acercarse al grupo de los países de mayor producto bruto interno del mundo, con las perspectivas ciertas de acceder al “top ten” en breve tiempo. Ese crecimiento ha sido acompañado de una adecuada articulación interna, que sacó de la pobreza a decenas de millones de personas, y amplió su clase media a un porcentaje que supera a su tradicional vecino, la Argentina, cuyo deterioro durante los últimos lustros no ha cambiado su rumbo de decadencia iniciado en 1930.

Brasil tiene energía, alimentos, industrias, mejoramiento social, reducción de la miseria, reservas internacionales, política ambiental. Cierto es que el azote del narcotráfico aún asola regiones muy pobladas de Rio de Janeiro, San Pablo y otras ciudades importantes, pero también lo es que el combate contra esta lacra ha sido constante, y está alejado de las complicidades políticas que muestra, por ejemplo, en el conurbano de Buenos Aires.

Su política interna ha sido, por lo que se sabe, democrática. El parlamento tiene un funcionamiento plural con un colorido diverso que no le ha impedido contar con el respaldo suficiente para su gestión de gobierno, y no existen denuncias serias por violaciones de libertades públicas –como en otros países del continente- o de presiones a la prensa, como en Venezuela, Bolivia o Argentina.

Por eso causaron tanto asombro sus últimas afirmaciones sobre la reiteración de la “doctrina Estrada” aplicada en su interpretación más extrema, reaccionando contra la saludable tendencia, iniciada luego de la segunda guerra mundial, de ubicar a los derechos humanos como un conjunto de derechos que supera en importancia a la soberanía de los estados, en razón justamente de la prioridad que la dignidad de las personas merece en el actual estadio del desarrollo de la civilización.

Los derechos humanos no tienen patria: son de todos. Su intento de limitar la protección a los derechos humanos tras las barricadas nacionalistas, que levantó con tanto énfasis el proceso militar argentino con el apoyo de la dictadura castrista y de la ex Unión Soviética es una antigualla repudiada por toda la opinión democrática del mundo.

La argumentación de Lula, de que “Cuba tiene sus propias leyes, que deben ser respetadas” ignora la ausencia no sólo de justicia independiente, de elecciones periódicas y competitivas para elegir gobierno, de prensa libre, de respeto a los derechos humanos establecidos en la Carta Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas -a la que Cuba está obligada- y de los derechos a los derechos más elementales a juicio imparcial, defensa confiable y neutralidad judicial: niega la jurisdicción supraestatal contra los delitos aberrantes, que la Argentina ha impulsado como política de Estado desde tiempos de Alfonsín, sostenida por Menem, De la Rúa, Duhalde y la propia gestión kirchnerista, impulsando el Tratado de Roma y la Corte Penal Internacional.

Y atacar a luchadores por la democracia cubana que se ponen en riesgo inminente de vida comparándolo con los narcotraficantes, asesinos y violadores de su país es indigno de alguien que, antes de ser presidente, compartió trincheras, movilizaciones y esfuerzos para que su patria recuperara la democracia, que tan buenos frutos le ha dado en sucesivas gestiones, incluso en la suya.

El giro dado por el presidente del Brasil en los ultimos tiempos es preocupante. Recibió al represor Amadinejah, viajó a Irán invitado por la dictadura fundamentalista y criminal de los Ayatollahs, y ahora condena con todo el peso político que implica la declaración nada menos que del presidente de la principal nación sudamericana a heroicos luchadores que enfrentan en forma desigual una dictadura indigna de la vocación libertaria de Martí.

Sería de desear que el presidente del Brasil recapacite urgentemente y comprenda el peligro para la democracia latinoamericana y para la causa de los derechos humanos que implican sus inexplicables declaraciones, sus acercamiento a dictaduras como las que en otros tiempo él combatió y su adhesión a teorías soberanistas propias del mundo de hace décadas, cuyas consecuencias lamentables fueron las guerras más atroces y las matanzas más sangrientas de la historia de la humanidad.


Ricardo Lafferriere

Sensatez... o rapiña

Conocemos ya los argentinos, por la lamentable experiencia de 1975 y aún de 1989 el efecto vertiginoso de los vórtices pre-hiper-inflacionarios. Por eso, al escuchar los cantos de sirena de quienes echan nafta al fuego con la vieja cantinela de la “redistribución del ingreso” como los vociferados por el expresidente en su discurso de reasunción, no surge la alegría de aquel al que le va bien, sino la preocupación de salvar lo que sea posible de sus ingresos, sean estos pocos, regulares o muchos ante la tormenta que se avecina. Desde el jubilado hasta el empresario están con su cabeza pensando cómo atenuar los daños inminentes.

No es necesario ser economista para darse cuenta de lo que está pasando en el país. Los argentinos “huelen” la inflación y para atenuar sus consecuencia en sus finanzas personales consumen hasta el último centavo de sus ingresos para evitar que se le licúen frente a los precios desatados. Pero no sólo eso: también se endeudan en cuotas eternas en la ilusión de que de esa forma accederán a bienes durables que, luego de ser golpeados por la inflación, se harán inaccesibles. Los precios “fijos a 30 meses”, por su parte, han incluido ya gran parte de la inflación prevista, por lo que implican una fenomenal estafa a los compradores pero generan un “virtual efecto riqueza” similar a la orquesta del Titanic, tocando las alegres melodías de los “años locos” mientras la nave se va a pique.

Dichos planes de venta eternizados son financiados con dinero extraído de la caja previsional y del Banco Central a través de mecanismos engañosos y en todo caso concentran el escaso crédito privado. Pero como la inversión no existe debido a la inestabilidad de reglas de juego y la incertidumbre generada por la inexistencia del estado de derecho, no hay mayor producción y sí provocan mayores precios.

Los datos sobre el nivel de actividad son elocuentes: la industria está trabajando a menos del 70 % de su capacidad instalada, y los niveles físicos de venta no superan los de hace un año a pesar de que se ha volcado en el mercado un adicional de más de 10.000 millones de pesos desde octubre a febrero últimos. Las encuestas a empresarios muestran que no existe ninguna predisposición a incrementar los niveles de producción y mucho menos a ampliar el equipamiento o los planteles. Prefieren ganar subiendo precios y luego convertir sus ganancias a divisas, en la espera de lo que ocurra. En otras palabras: estamos viviendo el jolgorio de liquidar el capital, como el heredero pródigo del estanciero que vende la estancia y se dedica a difrutar sin trabajar. Sabemos que eso dura lo que tarde el dinero en acabarse. Y quedarán las deudas... y dinero nacional convertido una vez más en papel pintado.

La incertidumbre la indica otro dato: 1.500 millones de dólares de “fuga” en el mes de febrero, configurados por particulares, empresarios, jubilados, autónomos y todo a quien le sobra algún saldo, comprando divisas por el temor a las chifladuras del gobierno. Si el oficialismo logra obtener la carta blanca para el financiamiento con fondos del Banco Central, que le permitiría en principio disponer de 50.000 millones de pesos extra en el corriente año, el incendio sería catastrófico, y eso la gente lo intuye, aumenta su prevención y acelera su evasión del sistema comprando dólares. Sólo queda en los bancos el dinero imprescindible para las transacciones urgentes.

“Las reservas no están para adorarlas”, dijo en otra frase de antología el ex presidente. Ocurre, sin embargo, que las reservas no son de él, ni del gobierno. Su rapacidad sin límites le impide frenarse ante bienes ajenos, como lo hiciera antes con los ahorros previsionales privados y luego con las cajas públicas de la ANSES, la AFIP, el Ministerio del Interior y cuanto fondo del sector público esté a su alcance. Con ese singular razonamiento, ninguna riqueza del país estaría fuera de su alcance: los depósitos bancarios, los encajes de depósitos privados en el BCRA, los fideicomisos, las acciones que cotizan en Bolsa, las Cajas de Seguridad, los cereales guardados por los productores en silos siembra, los lotes de hacienda, los bienes que estén en las estanterías de los comercios... todo lo que se le ocurra. Habría que preguntarse quién producirá algo en el país luego de liquidarse el capital...

Es tan demencial esta línea de razonamiento que resulta imposible entender que sea seguida por dirigentes políticos, aún del peronismo. Aunque los Kirchner puedan permanecer en sus puestos por el sostén brindado por el peronismo de todo el país, sus gobernadores, diputados, senadores, gremialistas, piqueteros y hasta algún intelectual retroprogresista, también es cierto que el peronismo conforma una fuerza con experiencia de gobierno que conoce las consecuencias de lo que hace. Y que, como el radicalismo, ha sufrido en carne propia la hiperinflación a que lleva una política de esta clase. A los peronistas les ocurrió en 1975. A los radicales, en 1989. Difícilmente los dirigentes responsables de una u otra fuerza estén tranquilos con el rumbo tomado por el oficialismo porque ya la probaron y saben dónde conduce.

El gobierno nos están llevando a una implosión y a un estallido que afectará principalmente a los menos favorecidos. Implosión económica hacia la pobreza, estallido social por la desocupación, la inflación y la desigualdad, que cuando la economía anda mal se incrementa en forma exponencial. Quienes les faciliten las cosas liberándoles recursos ficticios, perforando la seguridad jurídica de los bienes extra-fiscales y abriéndoles el camino para lubricar la marcha hacia el caos, perderán autoridad política para ofrecer una alternativa en el próximo turno, sean oficialistas u opositores, peronistas, socialistas, radicales o liberales.

Ningún cálculo por el posicionamiento electoral futuro, así sea legítimo, podrá exculpar a quien no cumpla con su deber de frenar esta afiebrada marcha hacia el abismo. Todo esfuerzo que se realice para lograrlo, aún a costa de circunstanciales derrotas en el “escenario”, serán patrióticos aportes a la recuperación de un país sensato.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 10 de marzo de 2010

Cinismo presidencial

“Que no vengan a decir que los salarios producen inflación ni le pidan al obrero que le diga al patrón ‘no me aumente el sueldo, porque después me suben el pollo”, se despachó la presidenta en la reunión con gremialistas.

Curiosamente, tiene razón. Como lo sabe cualquier economista –y se encargan de repetirlo a menudo- los salarios son los últimos en recuperar posiciones cuando un proceso inflacionario provoca la desvalorización de la moneda, cuya contracara es la aparente “estampida de precios”. No son precisamente las alzas salariales las generadoras de inflación, sino su tardía consecuencia, previo malestar social y angustia ciudadana. Los salarios siempre se actualizan tarde, entre otras cosas por causa de las burocracias sindicales corruptas que no viven precisamente del salario.

Lo que no dice es que el inicio del proceso han sido sus dislates y el de su marido. Un festival de subsidios y de dispendiosos caprichos en los que dilapida los recursos extraídos del Banco Central con el argumento de que la devaluación genera “ganancias”, y volcados nuevamente a la economía como gastos clientelares, una corrupción ramplona o directamente subsidiando empresarios amigos y testaferros o, sin ir más lejos, el propio jubileo con las obras sociales sindicales involucradas en el tenebroso tráfico de medicamentos falsificados, muchos de cuyos responsables compartieron el amable ágape presidencial, han colocado a la economía en el comienzo de un vórtice implosivo cuyo rumbo está claro: un país cada vez más pobre.

Ni los trabajadores, ni los comerciantes, ni los empresarios, ni los autónomos, ni los hombres de campo son causantes del deterioro económico ni de la inflación. Y ella lo sabe, porque aunque parezca desmentirlo cotidianamente con sus afirmaciones de antología –como que Entre Ríos y Santa Fe tienen como límite la laguna Picasa, que los pollos vuelan, que la carne de cerdo es afrodisíaca, o el maíz tiene tres metros de altura- alguna neurona tiene como para advertir que los 10.000 millones de pesos que volcaron al mercado entre octubre y diciembre fue el causante del “efecto riqueza” que impulsó el fuerte reverdecer inflacionario –o mejor dicho, la fuerte caída de valor de nuestra moneda- producida durante el verano.

Ni que pensar lo que ocurrirá cuando comiencen a volcar a la economía el papel pintado que les está facilitando la nueva presidenta del Banco Central, como nuevas “ganancias”, o si consiguen terminar de apropiarse de los recursos sobre los que se abalanzaron con el último DNU: más de 50.000 millones de pesos entre ambas previsiones...

Cinismo.

Esa es la mejor definición que se extrae, como común denominador, a los pronunciamientos del atril. Un cinismo ya percibido por los argentinos, que no la escuchan aunque se pretenda imponérsela por la antológica “cadena nacional” de rating cero. Un cinismo con el que persigue la construcción de su imagen victimizante, desparramando combustible para dejar el país incendiado y poder después culpar a los bomberos. Nuevamente, con el cinismo que se le conoce.

Serán casi dos años de angustia. Quiera el destino que el resto de los actores políticos tenga la clarividencia y la firmeza necesaria para sostener los límites y achicar los daños. Y que los próximos meses sirvan para gestar desde la oposición ese nuevo comportamiento político que coloque a la Argentina no ya en la plataforma de despegue –que sería lo óptimo- sino, aunque más no sea, en la dinámica de un país más serio para no seguir hundiéndose.


Ricardo Lafferriere