domingo, 5 de julio de 2009

Estatal, privado, izquierda, derecha

Es curioso observar el renacimiento que parece insinuarse en el debate político argentino de conceptos propios de la primer modernidad, escasamente utilizados en el debate político contemporáneo –por su polisemia- pero que son utilizados entre nosotros como etiquetas sentenciosas y admonitorias –cuando no como gritos de guerra-, aturdiendo a ciudadanos que han demostrado su indiferencia ante ellos una y otra vez en los últimos veinte años.
Quienes votaron a Kirchner fueron los mismos que votaron a Menem. Quienes votaron al PRO en la Capital antes habían votado a Carrió, y antes a Macri, y ahora nuevamente a Michetti, a Prat Gay y ¡a Solanas! Y antes, a de la Rúa. Y antes, a Alfonsín. En todos los casos lo hicieron porque vieron la posibilidad de cambios para mejorar sus vidas, para equilibrar el poder, por propuestas puntuales a las que adhieren o por simple simpatía personal, no por categorías ideológicas que, en última instancia, suelen ocultar la carencia de ideas.
El mundo de hoy no se asusta por privatizar, ni se asusta por estatizar, mientras se respeten las reglas de juego y las leyes vigentes en cada caso. Pero no se conforma con el enunciado sino que pide objetivos, proyectos, “carnadura”. No utiliza el “o” de otros tiempos, sino el “y”, poniendo el acento en la mejor articulación pública-privada posible para obtener en cada caso los resultados buscados al menor costo social y económico.
Privatizar para trasladar un monopolio público a uno privado, sin resguardar los derechos de los usuarios, sin reglas de juego que deban respetarse, convenios que deban cumplirse y obligaciones que deban honrarse no arregla nada en forma estable.
Estatizar para trasladar los déficits crónicos de empresas privadas a nuevas empresas públicas cooptadas por las mafias sindicales aliadas a “gestores” públicos sin idoneidad que dilapiden –o directamente incauten- recursos de los impuestos, no respondan a ninguna planificación estratégica y tampoco respeten a los usuarios, tampoco arregla nada en forma estable.
Privatizar la prestación de servicios públicos en un marco regulatorio controlado por un Estado eficaz, honesto, consciente y alineado claramente con el país y los usuarios, puede liberar recursos públicos para otros destinos para los que tal vez es difícil conseguirlos como salud, educación, seguridad, justicia. Acotemos que primero hay que tener ese Estado...
Estatizar para asegurar la provisión de bienes básicos imprescindibles que ningún privado quiera asumir por los costos y los riesgos, no sólo puede ser bueno, sino una real obligación de la organización estatal.
Pero todo ese debate no puede ser el comienzo sino el final. El Estado, antes que justificarse por su intervención en la economía, debe hacerlo por su aporte a bienes públicos que nadie más aportará, porque nadie tiene esa obligación. Darle seguridad a los ciudadanos, garantizar una justicia imparcial y rápida, defenderlo de peligros delictivos externos e internos, garantizar el servicio de salud y terminar con la falta de techo para todas las familias argentinas, custodiar celosamente el ambiente con reglas adecuadas y ejercer un serio poder de policía. Ninguna de estas tareas puede demorarse, mediatizarse o relegarse con el argumento de que hay que destinar recursos públicos para... ¡estatizar empresas!
Aerolíneas absorbe un millón de dólares por día de fondos públicos. Esos recursos van a las mafias de pilotos, proveedores, funcionarios y matones sindicales y a subsidiar a quienes viajan en avión, mientras los trabajadores que toman el tren, el subte o los colectivos diariamente para concurrir a su trabajo viajan como sardinas, o en peor situación que las vacas que van a Liniers –a las que, al menos, se las cuida para no estresarlas porque pueden perder peso-. La mayoría de los países han terminado con sus “líneas de bandera” justamente por su costo y la virtual inexistencia de beneficios públicos que no puedan ser cubiertos por la infinidad de líneas pequeñas, medianas y grandes que existen en el mundo y una seria regulación estatal en la concesión de rutas, control de seguridad y defensa de los usuarios.
Destinar así sea un peso a subsidiar a los ricos mientras se siguen asesinando jóvenes por las bandas de narcotráfico, mientras la policía no tiene chalecos antibala, mientras nuestros niños son los peor educados del continente por carencias educativas, mientras renacen las enfermedades de la pobreza como el dengue, la tuberculosis, el chagas o la influenza por falta de prevención y atención a la salud, mientras miles de compatriotas tienen el cielo como techo por falta de viviendas, mientras los jóvenes sin horizontes –entre otras cosas por falta de compromiso educativo estatal- caen en las redes del narcotráfico, o los jubilados deben esperar años –y hasta décadas- en juicios tramitados ante una justicia desbordada por los incumplimientos del Estado es absolutamente inmoral, aunque se invoque en su defensa un hermético “modelo”.
Nadie puede decir que ese camino es progresista. Es patéticamente reaccionario. No tiene vínculo alguno con la solidaridad, con la justicia ni con la ética, tradicionales valores sobre los que la “izquierda” ha construido históricamente su imaginario.
Tanto como lo es privatizar monopolios de servicios públicos sin controles de tarifas, ni información empresarial, ni límites a las ganancias. ¿O no recordamos los macrobeneficios de las telefónicas, que gracias a la normativa benevolente con que el peronismo-menemista privatizó ENTEL, que significó que el Estado virtualmente renunciara a su papel en manos de la propia empresa privatizada, alcanzaron ganancias que provocaban escozor a sus propios dueños? ¿o las descomunales superganancias de obras públicas adjudicadas a los amigos del poder por el peronismo-kirchnerista, a precios aberrantes? ¿Desde cuando garantizar monopolios privados o robar fondos públicos son banderas de la “derecha” o de la “izquierda”?
Los ciudadanos del siglo XXI coinciden en preocupaciones cada vez más compartidas: la protección del ambiente y preservacion de los recursos naturales, el rechazo visceral a la violación de los derechos humanos, la condena sin matices tanto a la violencia, como a la intolerancia y la discriminación, la construcción de un “piso de dignidad” que garantice a todos los bienes vitales básicos –vivienda, educación, salud, seguridad- y todo ello asentado en el reclamo de una convivencia regida por normas sencillas y claras surgidas del estado de derecho, la transparencia en la gestión pública. Sobre estos y otros valores, las personas deciden sus “políticas de vida” sin delegar en nadie su libertad personal, que custodian celosamente –ni en el Estado, ni en los partidos políticos, ni en ninguna ideología, mucho menos impuesta desde el poder-.
La polarización entre lo “estatal o privado”, de “izquierda o derecha” y sus toscos “modelos” está agotada. En nuestra historia reciente, ambas etiquetas no han significado otra cosa que grandes imposturas. El intento de alinear la política de los años que vienen tras los rótulos de “socialdemócratas” y “neoliberales” es como si a mediados del siglo XX se hubiera pretendido agrupar a las opciones de entonces entre “porteños” y “provincianos”, cuando no entre “unitarios” y “federales”. Tal actitud sería en el mejor de los casos, una ingenua y estéril añoranza y en el peor, una patraña para embaucar incautos, como lo han demostrado los años kirchneristas.
¿Cómo identificar, entonces, para quienes han –hemos- sostenido en otros tiempos aquellas viejas categorías, los nuevos ejes convocantes? ¿Han perdido vigencia los valores?
De ninguna manera. El admirable pensador austríaco Ulrich Beck sugiere que en muchos casos, para poder seguir defendiendo los valores permanentes, es necesario someter a análisis las “instituciones” con que otras épocas se los defendía, ya que privilegiar las “instituciones” puede conducir, en la actual realidad, a negar los valores. Todo hoy debe analizarse a la luz de los objetivos buscados partiendo de las condiciones existentes, a las que deben adecuarse las propuestas de cambio, desde las estructuras políticas hasta las gremiales, desde las internacionales hasta las educativas, desde las previsionales hasta las asistenciales.
El diseño de las categorías políticas imprescidibles para el funcionamiento equilibrado de la democracia del siglo XXI no puede referirse entonces a viejos rotulos o a antiguas épicas cuyos ecos apenas contienen a viejos luchadores pero son inocuas para motivar a las generaciones jóvenes, interesadas en el mundo que viene. Abrir la mente, interpretar el presente, mirar el horizonte del país y el mundo, comprender el celoso resguardo de los jóvenes de su libertad cultural, intelectual, conductual, comprender la inasibilidad del portentoso colorido de la sociedad actual en los estrechos marcos de las disciplinantes ideologías del siglo XX: tales son los desafíos que deben enfrentar los protagonistas políticos. Quienes más rápido y mejor lo logren serán los depositario de la esperanza y del futuro. Entre nosotros, lo han comprendido, cada cual a su manera, la CC y el PRO, y se está insinuando afortunadamente en el radicalismo y el peronismo “no K”.
Los ciudadanos se sentirán convocados si se les habla de las cosas que importan. Reconstruir el estado de derecho, gobernar con la ley en la mano, formar decisiones públicas en el Congreso, con debates maduros sin alaridos y con razones, fijar objetivos concretos en cada sector de la sociedad –desde la eliminación del renacido analfabetismo, hasta la desaparición de la mortalidad infantil, desde la reconversión energética priorizando los “electrones limpios”, las redes inteligentes y los consumos optimizados hasta la erradicación de la quema de hidrocarburos fósiles, desde la desconcentración poblacional del país hasta la reconstrucción de una infraestructura tecnológicamente avanzada, desde la seguridad cotidiana hasta la asociación con quienes en el mundo trabajan por una normativa internacional contra el delito, desde la jerarquización de la vida universitaria hasta su imbricación con el sistema científico y técnico global y la difusión de los beneficios de la portentosa revolución tecnológica universal a las grandes mayorías-.
Estatal, privado, izquierda, derecha...¡hay tantas cosas que hacer para recuperar el siglo perdido, que resulta casi obsceno motorizar el debate público alrededor de estas rudimentarias categorías que hasta el más ingenuo de los compatriotas sabe o intuye que esconden más de lo que dicen!


Ricardo Lafferriere

miércoles, 1 de julio de 2009

La fuga de Kirchner

Como una ironía del destino, el presidente que bastardeó la dignidad del rol presidencial burlándose groseramente de la suerte de su antecesor, ha terminado su vida política en un papel tan triste que hasta generaría lástima destacarlo, si no recordáramos el enorme daño que su gestión produjo en el sistema institucional argentino.
No se fue en helicóptero luego de una conmoción social desatada por la inmisericorde confluencia de la presión externa –canalizada por la decisión del Fondo Monetario de utilizar a la Argentina como ejemplo de castigo por atrasarse en su deuda- e interna –desatada por los caudillejos del conurbano potenciando las duras necesidades sociales generadas por la crisis, aunque costara muertos-.
Tampoco renunció ante el Congreso de la Nación, como lo había hecho dignamente su antecesor, consciente de que el escaso poder con que contaba le hacía imposible enfrentar la crisis económica más grande de la historia del país sin la solidaridad consciente de todas las fuerzas políticas.
Esta huida de Kirchner fue cobarde en las formas e indigna en el fondo.
Una huida mandada por casette, grabado en una conferencia de prensa semi clandestina fabricada con dos amigos de la agencia estatal en la guarida de Olivos, fue el instrumento por el que el todopoderoso señor de la “nueva política” delegó en su subordinado el poder del partido oficial, no sin antes darle instrucciones (“le dije...”) de que renunciara a su diputación electa y se hiciera cargo de la gobernación de la principal provincia argentina.
Sin dar la cara. Sin presentarse ante sus pares de la conducción de su partido ni ante su Congreso partidario. Sin reunir a sus compañeros políticos, a quienes condujo a la derrota más dura que haya sufrido nunca el peronismo en democracia, al menos para despedirse, si su soberbia le impedía disculparse.
Y no se fue echado por el Fondo Monetario (a quien pagó todo lo que el país le debía, antes de tiempo) ni por los aparatos mafiosos del conurbano (en los que se apoyó hasta último momento), sino por el 75 % de sus compatriotas en una jornada electoral en el que renació el civismo republicano.
Kirchner se fugó en forma vergonzosa. La historia chica del peronismo seguramente tomará nota de su deserción como una de sus anécdotas más negativas. La historia grande del país lo ubicará como uno de los más indignos dirigentes políticos que haya tenido nunca la democracia argentina.


Ricardo Lafferriere

Un voto republicano

Una sensación de tranquilidad inundó el espíritu de los argentinos en las últimas horas del domingo. No respondía a entusiasmos ideológicos, ni a pasiones desatadas que hubieren logrado concretarse. La sensación era de desahogo, distensión, liberación.
Tampoco fue una expresión “antiperonista”, como lo intentó instalar, voz en cuello, el ex presidente Kirchner durante la campaña. Numerosos dirigentes peronistas ganaron en sus distritos y provincias, sin participación del presidente del Partido Justicialista, invitado a no acercarse por su negativo efecto electoral.
Por el contrario, lo mejor de la Argentina histórica habló en este comicio. Como si el eco del bicentenario, al que nos acercamos, amplificado por el mensaje republicano de nuestro último muerto ilustre, Raúl Alfonsín, hubiera impregnado la decisión ciudadana superando barreras de identificaciones partidarias, sociales, regionales, educativas.
La Argentina habló con voz republicana. El setenta por ciento de los compatriotas, una mayoría de dimensión realmente “constitucional”, puso en caja la tendencia al desborde autoritario, al mandonaje y a la falta de respeto del poder hacia los ciudadanos. Pidió diálogo, generación de consensos, patriotismo, humildad.
Esa mayoría es la base de la reconstrucción de la Argentina exitosa. Un país que con este pronunciamiento se reencauzará en sus valores históricos retomando el camino iniciado hace dos siglos cuando decidió darse a la tarea de construir una Nación sobre la base de principios fundacionales expresados magistralmente en los documentos iniciales.
“Mayo, progreso, democracia”, sintetizaba con visión el Dogma Socialista, instrumento canónico dela “Generación del 37”. Un país “republicano, representativo y federal”, sentenciaba, a su turno, la Constitución Nacional.
No son palabras vacías. Mayo es el autogobierno, la autodeterminación, la libertad para decidir el destino común. Progreso, que significa acrecentar la riqueza, mejorar la calidad de vida, incluir cada vez a más cantidad de compatriotas en los frutos del crecimiento. Y democracia, que califica la independencia y el progreso con el requisito ineludible del respeto a los ciudadanos, que en conjunto y conformando el “pueblo”, son la justificación última de cualquier poder.
Ese fue el sentido del voto. Ni oficialista, ni opositor. Republicano. Porque fue oficialista en algunos distritos y opositor en otros. Pero en todos los casos, atravesado por la decisión de erradicar este reverdecer de la intolerancia, del “anti-mayo”, del “anti-progreso” y de la “anti-democracia” enseñoreado en el país a partir de la última y dolorosa crisis de cambio de siglo.
Republicano es también volver al Preámbulo. Es curioso percibir cómo aquellos objetivos diseñados a mediados del siglo XIX como justificación de la decisión de darle una base normativa a la vida en común mantienen, entrando el siglo XXI, cuando cambian los paradigmas, se cosmopolitiza el mundo, se globaliza la economía, se universalizan los reclamos de dignificación de los excluidos y se extiende la protección de los derechos humanos más allá de las fronteras, aquel rezo laico recitado por tantas generaciones de argentinos sigue siendo la brújula que reorienta a la opinión nacional en cada momento de conmociones y crisis.
Un voto republicano de ciudadanos que no han dejado de serlo y que hace reverdecer el íntimo orgullo de ser argentinos.


Ricardo Lafferriere

lunes, 22 de junio de 2009

Una Constitución para Carlotto....

En una nota anterior destacamos la templanza y valentía de la Dra. Hilda Molina, que se encuentra afortunadamente en nuestro país disfrutando de su familia y el afecto de los argentinos luego de más de una década y media de sufrir la separación por la violación de su derecho humano elemental de salir de su país libremente, a raíz de la obstinada prohibición del gobierno cubano que hasta llegó a fundamentar esta virtual prisión en la presunta “titularidad” que el Estado tendría sobre el cerebro de la ilustre visitante.
No es el propósito de esta nota reiterarle nuestra bienvenida y mejores deseos de feliz estadía en la Argentina y nuestra solidaridad con su valentía. Más bien interesa una referencia a la insólita declaración de la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, quien ha instado a la Dra. Molina a no hacer declaraciones, guardarse a silencio y “no aprovechar de estar por acá para hacer política de su país” (¿?)
El pronunciamiento de Estela de Carlotto es singularmente insólito.
La Dra. Molina es en estos momentos una habitante de la Nación Argentina. Como tal, está amparada plenamente por los derechos constitucionales de libertad absoluta de expresión, tan vigente entre nosotros que es consustancial con nuestros principios fundamentales como país.
La extensión de este derecho en la Argentina tiene un arraigo y una dimensión ética, legal y política que no es imaginable la vida en nuestro territorio sin la facultad de todos y cada uno de decir lo que piensa. ¡Ni siquiera el actual régimen, cuya debilidad en el respeto a otros derechos constitucionales ha sido marcada tan duramente en estos años, ha insinuado siquiera rozar la plena libertad para expresarse!
No es inoportuno, entonces, recordar a Estela de Carlotto algunas normas afortunadamente vigentes por decisión no sólo de los fundadores del país sino de todos quienes vivimos hoy en él, que a pesar de nuestras profundas diferencias de enfoque en muchísimos otros temas, tenemos en éste una coincidencia abrumadora, casi unánime –con poquísimas e individuales excepciones, como la que ella misma conforma-:
“Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos, conforme a las leyes que reglamentan su ejercicio: ... entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; ... ; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender” –artículo 14 de la Constitución Nacional.
“Los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano; pueden ejercer su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y enajenarlos; navegar los ríos y costas; ejercer libremente su culto; testar y casarse conforme a las leyes. No están obligados a admitir la ciudadanía, ni a pagar contribuciones forzosas extraordinarias. Obtienen nacionalización residiendo dos años continuos en la Nación; pero la autoridad puede acortar este término a favor del que lo solicite, alegando y probando servicios a la República.” –artículo 20 de la Constitución Nacional-.
“Las declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución, no serán entendidos como negación de otros derechos y garantías no enumerados; pero que nacen del principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno.” –artículo 33 de la Constitución Nacional.
Si la Sra. Estela de Carlotto está molesta con las declaraciones de la Dra. Molina, tiene dos opciones: expresar libremente –como lo ha hecho- su propia visión u enfoque de los hechos, o trasladarse a vivir a Cuba, donde podrá estar feliz de que quien no coincida con su visión no podrá expresarlo, si quiere aspirar alguna vez a usar libremente su derecho a salir de su territorio.
Pero mientras esté en la Argentina, tanto la Dra. Molina, como la Sra. Carlotto, como el señor Kirchner, como quien se ubique en sus antípodas, tenemos, usamos y defendemos nuestro derecho fundamental a decir lo que querramos. Hace más de un siglo y medio que hemos decidido consagrar ese derecho, no solo “para nosotros”, sino también “para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que deseen habitar en el suelo argentino”.


Ricardo Lafferriere

que

sábado, 20 de junio de 2009

Dos cifras que golpean

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), con sede en Roma, acaba de informar que las personas que sufren hambre en todo el mundo superan las mil millones. La cifra precisa dada a conocer por el organismo asciende a 1.020 millones de seres humanos.
En el mismo informe, aparecido en los medios de esta semana, la organización destaca que la causa principal de esta situación es la pobreza extrema, lo que concentra los daños en los seres humanos de menores recursos. Consecuentemente, llama a los gobiernos a proteger las inversiones en la producción de alimentos, especialmente la de los pequeños y medianos productores en los que la relación entre su actividad y la posibilidad de su alimentación es más directa.
La otra cifra fue dada a conocer en nuestro país: destaca nuestra contribución a la primera. Ciento veintitres millones de personas, el 12,3 % de los hambrientos del mundo, lo serán por la reducción de producción de alimentos acaecida en la Argentina. El dato fue proporcionado por la Sociedad Rural Argentina, al igual que la causa –que es conocida por todos-: el ataque desmatizado del gobierno kircherista a los productores agropecuarios, considerados y tratados como enemigos a partir de la exitosa resistencia a ser saqueados que exhibieron en el primer semestre del año 2008.
No existe otro país en el que se apliquen medidas antiproductivas como las ejecutadas por el Secretario Guillermo Moreno, por instrucciones directas del ex presidente Kirchner. El resultado a la vista: casi el 40 % de reducción de la producción agraria, y la liquidación acelerada de la producción cárnica, en la que la matanza de vacas (que equivale a la “venta de las máquinas”, en las fábricas) alcanza un nivel cercano a un ritmo terminal.
Dos récords como los que le agradan a la señora presidenta son testimonio del derrumbe: la siembra de trigo es la menor en un siglo y la Argentina es el único país del mundo que ha reducido su existencia de ganado, en una etapa de florecimiento del comercio cárnico por la fuerte presión de la demanda de los últimos años que llevó, entre otras cosas, al Uruguay, Brasil y Paraguay a ocupar los mercados que nuestros productores cárnicos –y el esfuerzo de gobiernos sucesivos- había logrado conquistar.
Un mundo hambriento y la Argentina kirchnerista contribuyendo al hambre.
Triste record de nuestra democracia, que conmemora su primera cuarto de siglo traicionando de esta forma sus anhelos fundacionales. El sueño de Alfonsín de una democracia eficiente y de contenido social (con la que “se coma, se cure y se eduque”) ha mutado, por obra y gracia del populismo irracional, en un sistema elitista que a la vez que enriquecer groseramente a los amigos del poder, no sólo hambrea a los argentinos sino que contribuye en forma importante al hambre en el mundo.
Sólo faltaría, para cerrar el círculo, que el “ex presidente en funciones” declare que ellos no tienen nada que ver, sino que lo que ocurre es el efecto ... del “neoliberalismo” y de “las políticas de los 90”.


Ricardo Lafferriere

jueves, 11 de junio de 2009

La dignidad de los países

¿Tienen dignidad los países?
Dice el diccionario que “dignidad” es la cualidad de “digno”. Y “digno”, por su parte, se relaciona con “merecimiento” y está vinculado con alguna aptitud, pertenencia o respetabilidad.
La reflexión viene a cuento de las consideraciones con que el Banco Mundial acompañó su decisión, conocida en estos días, de otorgar a la Argentina créditos por U$ 1290 millones y la apertura de otra línea por UD$ 3300 millones, que se extenderá hasta el año 2012. Buena cosa que la administración kirchnerista haya vuelto a los organismos internacionales de crédito, terminando con sus reiteradas demonizaciones –que hace rato no se escuchan, a voz impostada y dedito levantado...- sobre las maldades intrínsecas de las finanzas internacionales.
Sin embargo, el “caballo cansado...” no les ha permitido esta vez hacerse cargo de las inusuales admoniciones con que llegan estos fondos. La Argentina, según el Banco Mundial, adolece, entre otras cosas, de:
- Incapacidad de atraer inversiones privadas.
- Recrudecimiento del proceso inflacionario.
- Alto endeudamiento.
- Fuga de capitales.
- Debilitamiento de la seguridad jurídica y el estado de derecho.
- Violaciones contractuales por parte del Estado que incrementa la inseguridad y la litigiosidad.
- Elevado nivel de corrupción.
- Necesidad de mejorar la gestión pública.
- Efectos negativos que el reciente blanqueo de capitales puede tener en el crecimiento del narcotráfico.
- Posibilidad de que la mencionada ley favorezca el lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo y el narcotráfico.
Si los países tienen dignidad, es difícil no advertir el ataque que estos conceptos collevan a un valor del que sus primeros custodios deben las autoridades y en segundo lugar sus ciudadanos.
Que las autoridades nacionales hayan resuelto –como afirma el el Clarín del Jueves 11- dejar pasar “por alto” estas observaciones –como si fueran pequeñeces- y destacar el hecho en sí del otorgamiento del crédito y su dimensión, está evidenciando la escasa importancia que nuestro gobierno le da a la dignidad del país que administra. Pocas veces en la historia argentina debe haber existido un rosario de agravios a la dignidad nacional como las expresadas en forma directa e indirecta en los considerandos que acompañan la decisión del organismo financiero internacional. La Argentina sería algo así como un territorio sin ley, abierto a las lacras del narcotráfico y el terorrismo, tramposo crónico que lleva al exterior el producido de su corrupción, que no respeta su palabra y que disfruta de su condición de deudor pertinaz en lugar de pagar lo que debe.
Quizás sea mejor pensar que la dignidad es una cualidad de las personas, no extensible a los países. Porque aunque miles de argentinos consideramos que el rosario de insultos del Banco Mundial reflejan lo que nosotros mismos pensamos sobre la realidad nacional, la indignación por tener que formar pasivamente parte, por generalización, de un colectivo que nos incluye (la Argentina), no puede ocultar que desde hace años venimos denunciando y alertando sobre estos hechos, realizados exclusivamente por quienes ocupan el aparato estatal y sus allegados.
Y debe llevarnos a reflexionar sobre el papel de la mayoría de los ciudadanos, al elegir y tolerar que una banda como ésta nos gobierne y defina en el mundo, en nuestro nombre, la imagen del país de todos. Un país que comenzó su camino con Saavedra, Moreno, Belgrano, San Martín y Castelli. Que definió su rumbo con hombres de la talla de Echeverría, Alberdi y Sarmiento. Que organizó su convivencia con la acción de Urquiza, de Mitre, de Avellaneda. Que se convirtió en un país moderno de la mano de Roca, Pellegrini, Alem y Joaquín V. González. Que completó la inclusión política en el modelo republicano con Alvear, Juan B. Justo, Sáenz Peña e Yrigoyen. Que avanzó en su desarrollo industrial con Justo, Pinedo, Savio, Perón y Frondizi. Que luchó para recuperar la senda democrática con Illia, Balbín y Alfonsín.
Es el nuestro un país que incluye en su historia, compleja y contradictoria pero vital y patriótica, a muchos más que los nombrados muertos ilustres, cuyo sólo e incompleto listado seguramente mueve la conciencia de miles de quienes vivimos hoy, condenados por la escatológica pareja gobernante al “ninguneo” de cualquiera que en el mundo se le ocurra denostarlo, eso sí, a cambio de algunos dólares, que faciliten las cuentas de la banda que gobierna, dispuesta a dejar “pasar por alto” los insultos a la Nación, si vienen adecuadamente lubricados.
Pero si las naciones tienen dignidad por su historia y su destino, sería hora de que los argentinos de hoy decidiéramos recuperar la nuestra, sacándonos de encima a quienes poco les interesa el esfuerzo común y los valores morales por los que este país nació hace casi dos siglos comenzando la construcción de la que somos beneficiarios y deudores.
Entonces sí... bienvenidos serán los recursos, si llegan acompañados del respeto a nuestra dignidad recuperada. Caso contrario...


Ricardo Lafferriere

viernes, 5 de junio de 2009

La coherencia del “modelo” y sus defensores

“Las retenciones buscan defender el salario de nuestro pueblo desacoplando el país de los precios internacionales. La palabra es “desacoplar”, decía, voz en cuello, la señora presidenta de la Nación, hace un año, en oportunidad de justificar la implantación de retenciones móviles a la exportación de productos agropecuarios en un nivel que significaba la expropiación de virtualmente más del 90 % de su rentabilidad.
En aquel momento hablamos del dislate que significaba el “desacople”. Una economía global, como la que hoy existe, con el encadenamiento del proceso productivo y el gigantesco auge del comercio internacional intra-ramas, y con una “locomotora” interna que depende de la demanda internacional para hacer marchar el resto de los sectores productivos mediante de su provisión de divisas, no podía desacoplarse porque ello significaría la paralización paulatina, por asfixia, de los diferentes componentes del proceso económico.
El capricho de la pareja que se duerme todas las noches leyendo diarios de los años 70 (como expresó días atrás el popular Alfredo De Angeli) le costó al país una conmoción política y social gigantesca, la retracción de la economía productiva hasta el borde de su quiebra, y a la propia presidenta el prestigio que no podría recuperar desde entonces cayendo en su consideración pública a cifras comparables con los peores presidentes de la región, con menos popularidad que el tristemente recordado George W. Bush.
Un año después, el Ministro del Interior ataca a los industriales –naturalmente preocupados por las desopilantes decisiones de estos días, como prohibir la distribución de dividendos en una empresa privada, designar directores –y hasta síndicos...- estatales en empresas privadas y abandonar a las empresas argentinas agredidas por el chavismo- y no tiene mejor fundamento que sostener que el gobierno ha conseguido... ¡que se hayan “acoplado las tarifas a los precios internacionales”!...
Sobre este argumento, sostiene que el gobierno “no tiene animosidad contra los empresarios”... en el mismo momento en que el “ex presidente en funciones” se agravia en una tribuna porque esos empresarios no renuncian a la rentabilidad de sus empresas, luego de cinco años de no retirar ganancias, sin otro motivo evidente que facilitarle la campaña electoral. Por supuesto, con nuevos engaños dirigidos a compatriotas de barriadas humildes cuyo problema dramático no es la pelea de Kirchner con los empresarios, sino la inseguridad provocada por las mafias bonaerenses, inseguridad que nunca se terminará mientras la fuerza electoral en la que se respalda el poder es facilitada por los organizadores de esas mafias de traficantes de estupefacientes, personas, falsificaciones, armas y lavado.
Buscar coherencia en la administración K es una misión imposible. Al menos, sin embargo, debiera intentar guardarse una mínima articulación discursiva, ya que no existe en las medidas, que permita contar con un marco de referencia sin el cual es imposible tomar decisiones de inversión o de política empresarial por el enorme riesgo que implica el incremento de la incertidumbre.
Nadie sabe cuál es la “línea” del gobierno. El misterioso “modelo” está logrando exactamente lo contrario de lo que dice buscar. Sube la desocupación, cae la producción, se van los capitales, las personas –desde empresarios hasta jubilados- se refugian en el dólar por el misterio de lo que vendrá, las reservas previsionales están siendo liquidadas en un festival de subsidios, préstamos a tasas negativas y contraprestaciones clientelistas que nuevamente llevarán los haberes previsionales a situaciones de miseria y la economía se ha reducido en su dimensión a los niveles de hace una década, con tendencia declinante. Es probable, de continuar el “modelo”, que logren lo que al parecer añoran: volver a una producción con los niveles de hace cuatro décadas, en los años 70 del siglo pasado.
Al autor no le gustan los calificativos insultantes en la política. Sin embargo, también cree que el debate sobre los problemas de todos –que no otra cosa es el país- debe ser nítido y, si es necesario, fuerte. Sin compartir entonces la oportunidad para la calificación con que el líder agropecuario respondió al candidato Kirchner, después de escuchar las justificaciones incoherentes de tantos las dislates, de resistir tantos agravios y de observar el rumbo que le están dando al país, no puede dejar de decir, sin embargo, que también le parece increíble que un ex presidente de la Nación se esté presentando ante su pueblo con un discurso tan rudimentario, falaz y tramposo.
Aunque debe reconocer que si en lugar de escribir un artículo le tocara hablar en una tribuna, como en otros tiempos, tal vez utilizaría términos diferentes. Más claros y contundentes, como hablan los argentinos comunes –como hablamos los entrerrianos- para referirse a algo que consideran intencionalmente falso, tonto, o imbécil.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 3 de junio de 2009

Las candidaturas engañosas

No es novedad afirmar que a partir del 2002, el sistema institucional argentino ha entrado en un tobogán que se acerca a su punto terminal. La decisión que en aquel momento tomaron importantes protagonistas del escenario público de aprovechar una dramática dificultad nacional para usarla como un atajo de llegada al poder fue el inicio de un acelerado desmantelamiento del delicado engranaje de funcionamiento legal del propio poder para retroceder a las épocas anteriores a la organización nacional.
El cambio abrupto del contexto económico internacional que benefició al país a pocos meses de aquel condenable contubernio, con base en empresarios protegidos y políticas clientelares centradas en el cinturón bonaerense, permitió disimular el deguase. A pesar de pasar inadvertida para el gran público, la peligrosa tendencia fue acompañada por una creciente preocupación por los ciudadanos que con más interés observaban el proceso político, alertando reiteradas veces sobre su inexorable final.
Puede discutirse si todo comenzó con la negativa a la formación de un gobierno de unión nacional en el 2001, con la manipulación del proceso electoral del 2003 o con la remoción autoritaria de la desprestigiada Suprema Corte de Justicia anunciada por cadena nacional por el recien elegido Presidente Kirchner. Sea como sea, fueron los hitos iniciales que abarcaron el olvido del “país normal” y la “Reforma Política” reclamada y anunciada con bombos y platillos por Néstor Kirchner en su campaña electoral, siguieron con la subordinación de la Justicia a través de la modificación del Consejo de la Magistratura, se consolidaron con la renuncia de las facultades del Congreso a través de las sucesivas reiteraciones de las “delegaciones de facultades” y “poderes extraordinarios” en el Poder Ejecutivo, la discrecionalidad en la distribución de los fondos públicos por parte del Presidente de la Nación –y, últimamente, por el cónyuge de la presidenta de la Nación- y la intervención discrecional del gobierno en los patrimonios privados, la utilización de la AFIP como organismo de persecusión y disciplinamiento empresarial y la manipulación del INDEC como mecanismo de incautación y transferencia de riqueza.
El deguace institucional no es gratuito. Ha sido el que permitió, entre otras cosas, la incautación ilegal del patrimonio que diez millones de argentinos atesoraban para enfrentar su vejez, la escatológica decisión de asignar Un millón de dólares por día a fondo perdido a una empresa aérea que no presta ningún servicio a la nivelación social de los argentinos en un momento de crecimiento de la pobreza y la miseria a niveles inéditos, o la prohibición de exportar carne llevando a un sector generador de divisas, trabajo y riqueza al borde de su desaparición. Es el que ha sumergido a los argentinos en la orgía de violencia, redes de narcotráfico e inseguridad cotidiana y ha convertido a nuestro país en hazmerreír de todo el mundo condenándolo a su intrascendencia, ha llevado a la educación popular a un estadio terminal, al desmantelamiento de la defensa nacional y al resurgimiento de enfermedades de la pobreza que habían sido erradicadas hace décadas, como la tuberculosis y el dengue en barriadas hacinadas, olvidadas de todos los servicios pero ferreamente subordinadas a los caudillejos territoriales que lucran con las urgencias de los compatriotas sin recursos.
Pero ese deguace se acerca a su límite con la manipulación actual del único elemento de legitimidad que podía invocar el gobierno: su respaldo electoral. Estas elecciones se acercan peligrosamente a las parodias de los regímenes antidemocráticos, los que había y los que aún hay, manipuladas en su gestión, en sus fechas, en sus normas, en sus candidaturas, en sus reglamentos y hasta en sus resultados.
A partir de este proceso, nada será igual en la Argentina. Aceptadas hoy las candidaturas engañosas, de aquí en más todas podrán serlo. No habrá límites a los malabarismos de los detentadores del poder, que se sentirán con derecho a pasar por encima de las leyes fundamentales no ya del ejercicio del mando –sobre las que están pasando diariamente- sino de su propia conformación.
Son días tristes para la democracia, que con tanta ilusión comenzamos a construir hace un cuarto de siglo. No interesa tanto el resultado electoral. En todo caso, ilusiona el surgimiento de dirigentes nuevos en todas las fuerzas alternativas, aún en aquella tradicional fuerza popular que dio origen y aún sostiene a este disparatado equipo de gobierno. Pero esa ilusión no alcanza a mitigar el desasosiego de muchos argentinos que creyeron que su querido país había comenzado a recuperarse, desde 1983, de sus andanzas del medio siglo anterior, pero observan que, entrando el siglo XXI todavía deben seguir la lucha por las mismas banderas por las que se luchaba hace un siglo: la horadez administrativa, la pureza del sufragio y la propia vigencia de la Constitución Nacional.


Ricardo Lafferriere

lunes, 25 de mayo de 2009

Derechos humanos y Estado de Derecho

Sobre comienzos de la década del 80 del siglo XX, el “Proceso” había comenzado a aterrizar en la normalidad. Las bandas armadas que asolaron la convivencia argentina no golpeaban con la dureza de años atrás y hasta se conocían los contactos que uno de los sectores del gobierno militar de entonces, el liderado por el Almirante Massera, tenía en el exterior con dirigentes montoneros para la organización de un partido continuista.
La población argentina, mientras tanto, sufría la ausencia de sus derechos políticos elementales y escuchaba de boca del presidente de entonces, General Galtieri, su histórica sentencia: “Las urnas están bien guardadas”. No se sentía representada por ninguno de los bandos en lucha, ya que en eso se había convertido el gobierno del “proceso” equiparándose a las bandas guerrilleras por su anomia ética en la represión.
Ese escenario fue en el que jóvenes radicales y de otras fuerzas políticas desarrollaban su actividad, clandestina por necesidad, para responder a los gigantescos desafíos que implicaba la reconstrucción del Estado de Derecho, frente al cúmulo de agravios cruzados, crímenes sin sentido, ataques llenos de inmoralidad originados en ambos protagonistas, desapariciones de personas, robos de niños, atentados terroristas con muerte de inocentes, torturas medioevales, traiciones y delaciones de compañeros, destrucción del discurso público, complicidades cruzadas en la defensa de la violencia –como el apoyo recíproco que habían exhibido Videla y Fidel Castro para cubrirse recíprocamente sus crímenes tras el escudo de la “soberanía nacional”, en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas-.
En ese escenario se definieron los objetivos: unir a los argentinos tras un gigantesco torrente democrático; organizar las fuerzas partidarias; recuperar un piso de legalidad para comenzar de nuevo el camino de reconstrucción institucional. Esos objetivos tenían un problema central: debía incluir a todos los argentinos que desearan adoptarlo, civiles y militares “sin ánimo de revancha” ; pero a la vez, debía encontrar un camino que no implicara una “claudicación ética” –palabras de Alfonsín en sus discursos en todo el país-.
Sobre esa propuesta, comenzó la prédica que se hizo imparable luego del fracaso de la dictadura en la guerra de Malvinas. Destaco lo de la “dictadura”, porque fue ella, la conducción política, y no los oficiales, suboficiales y soldados -que lucharon en las islas, sin medios, sin logística, sin adecuada planificación ni coordinación estratégica y operativa- la que llevó al país a la derrota al abandonar el camino del reclamo pacífico y frustrar el único conflicto internacional que llevábamos ganando, aislando al país de cualquier alianza estratégica seria y provocando la muerte de centenares de heroicos compatriotas en desiguales enfrentamientos bélicos.
El país aceptó la propuesta. “Tres niveles de responsabilidad”, repetía Alfonsín siendo candidato hasta el cansancio en cada tribuna, cada reportaje, cada conversación personal. “Los que dieron las órdenes, máximos responsables sobre los que se concentrará la responsabilidad. Los que obedecieron órdenes, que hicieron lo que debían hacer según las normas militares, seguirán sus carreras. Y los que se excedieron en el cumplimiento de las órdenes, tendrán que responder por sus delitos”. Los argentinos de ese momento decidieron cómo seguirían la marcha de reconstrucción y apoyaron esa propuesta con el 52 % de las opiniones nacionales. Quizás valga recordar que los que no la apoyaron y obtuvieron el 40 % siguiente, propusieron avalar la amnistía amplia que había dictado el propio gobierno militar en sus postrimerías. La mayoría del pueblo argentino quería, con sus matices, dar vuelta la página, y empezar de nuevo.
Alfonsín, ya presidente, cumplió con lo que propuso en la campaña. La ley de “obediencia debida” dio forma legal a su propuesta, votada expresamente y a conciencia por los argentinos, que él como presidente había intentado infructuosamente por repetidas vías incorporar a la normativa vigente frente a la incomprensión y tenaz oposición de diversos actores, en las Fuerzas y en el propio Congreso Nacional. Los cuatro levantamientos militares mostraron a los argentinos que el tema no podía quedar abierto eternamente por el peligro que significaba para la nueva marcha. Uno de ellos, el de Semana Santa, terminó con la frase interpretada desde entonces con injustificable mala fe de los indiferentes ante el destino de una democracia en paz: “Argentinos, Felices Pascuas. La casa está en orden, y no hay sangre en la Argentina”. La casa en orden significó que sin disparar un solo tiro las unidades sublevadas volvieron a sus cuarteles, los cabecillas procesados –y luego retirados- y la democracia garantizada. Como protagonista de esas épocas e incluso como interlocutor circunstancial con los sublevados, el autor puede testimoniar que el final hubiera podido ser otro, con miles de muertos en las calles y el drama de la violencia nuevamente desatarse en la convivencia argentina. Ese baño de sangre evitó el presidente de entonces, frente a la hipócrita “incomprensión” de muchos.
Luego llegó el presidente Menem y guardando la coherencia con lo propuesto por aquel 40 % de compatriotas (transformado ya en mayoría) que había apoyado a Luder en 1983 –entre los que estaban, bueno es destacarlo, quienes serían años después integrantes del elenco de gobierno del matrimonio Kirchner, y ellos mismos- dictó los indultos, quedando sin embargo abiertos los caminos indemnizatorios para las víctimas y las causas por hechos aberrantes como el robo de bebés. El país parecia encarrilarse en su reencuentro, sin satisfacciones plenas –como nunca ocurre en estos casos- pero con cimientos aceptables para su nuevo comienzo.
Hasta que llegó, desde el sur, el otro demonio renacido, para el que la historia no había transcurrido. Cargado de todos sus odios, retrocedió en la historia casi un cuarto de siglo y las débiles suturas de la antigua herida, trabajosamente tejidas por el esfuerzo de todos durante veinticinco años, fueron sometidas a una presión destructiva. Escudado tras el hipócrita slogan de “derechos humanos”, se reabrió el juzgamiento de la etapa de terror, aunque sólo para uno de los protagonistas mientras se absolvía groseramente al otro. El Congreso ofreció el triste espectáculo de la escatológica “anulación” de sus propias leyes, mientras la Justicia fue utilizada como cínica arma de venganza, sembrando nuevamente el conflicto con detenciones convertidas en vergonzantes armas de política cotidiana.
Las cárceles están hoy pobladas con centenares de oficiales que, en aquellos tiempos, iniciaban su carrera militar y detentaban sus grados iniciales. Hombres que habían decidido en su juventud servir a su país con la profesión de las armas, a los que el torbellino de la violencia irracional encontró comenzando sus carreras, al terminar su vida activa se encuentran sometidos al capricho de un sicópata decidido en convertirlos en ariete argumental que oculte un proyecto de mega corrupción, aunque para ello deba convertir al estado de derecho en una caricatura.
Un cuarto de siglo de construcción institucional desemboca así en el cínico escenario de jóvenes destrozados por el paco, el dengue, la inseguridad, la extrema pobreza, el deterioro terminal de la educación pública, el narcotráfico, viviendas hacinadas, carecias de servicios mínimos, renacimiento de las enfermedades de la pobreza... mientras se proclama la vigencia de los “derechos humanos” sólo porque son humillados respetados oficiales y viejos generales al fin de sus vidas –y sus familiares, sometidos a humillantes limitaciones de visita y requisas que no aplicaban ni los nazis a sus presos políticos- con métodos incompatibles con cualquier sociedad civilizada.
El autor de estas líneas puede asegurar que tiene algún pergamino para escribir como escribe, aunque no le guste exhibirlo. No se escondió bajo la cama ni se fue al sur a “hacer dinero” cuando era necesario defender la democracia y la libertad, en tiempos duros. No esquivó el bulto a la prédica por las instituciones y la vida, cuando era peligroso. Tiene la conciencia tranquila de haber aportado a la paz y la convivencia de los argentinos, cuando le tocó actuar. Pero se siente en la obligación de decir, en testimonio del esfuerzo realizado por muchos en aquellos años de reconstrucción, que con este rumbo no llegaremos a buen puerto.


Ricardo Lafferriere
Videla Videla

lunes, 18 de mayo de 2009

Rebotar bien

La recesión está instalada. El ajuste también. Algunos efectos se sienten directamente, y otros llegarán inexorablemente como consecuencia de la evolución de la propia crisis. Que, dicho sea de paso, no tiene nada que ver con la “internacional”, sino que la trabajamos nosotros solos, solitos, los argentinos.
Poco servirá ahora llorar sobre la “leche derramada”. La economía se está ralentizando aceleradamente. Alcanza con mirar los pueblos del interior –los primeros en sufrir sus alcances, por la perversidad diabólica del gobierno-. Paralizados los cultivos, paralizados los comercios, paralizadas las industrias, paralizados los transportes.
Pero no sólo allí. Ahora las ciudades están sintiendo las consecuencias de destrozar a la locomotora de la economía nacional, que es el sector agropecuario. Entran menos divisas, y las que hay dentro se van. Quienes tienen pesos los liquidan y fugan hacia cualquier otra moneda que no sea la argentina. En consecuencia, la paralización comercial es significativa. Una recorrida por las arterias y zonas comerciales nos muestra la proliferación de carteles “liquidación por cierre”, “se alquila”, “oportunidades” y similares, que tras la aséptica publicidad de venta terminal esconden el drama de familias que allí trabajaban y de ellos vivían, desde sus dueños hasta los empleados y familiares, que deberán afrontar la pérdida de sus ingresos vitales. Los negocios que quedan, salvo los que puntualmente responden a los consumos de alto nivel, están vacíos.
La disminución del comercio golpea a las fábricas, y con ello hay más compatriotas que pierden su empleo. Y golpea a la importación, que ha sufrido la caída más abrupta de su historia, configurando quizás el indicador más grave de todos: la paralización de las etapas económicas de la cadena productiva global de la que empresarios argentinos habían logrado formar parte, a pesar del gobierno.
La paralización, a su vez, genera menos ingresos fiscales. Ya incautaron ilegalmente los ahorros previsionales, que están dilapidando provocando el desfinanciamiento estructural del sistema. Y no existirán fondos para mantener los subsidios transferidos a las empresas públicas –entre las cuales destaca como barril sin fondo, la escatológica estatización de Aerolíneas Argentinas, que sostiene entre otras cosas un vuelo diario de un Jumbo a Calafate, con el 25 % de su capacidad ocupada y gran cantidad de pasajes de “cortesía”, con dinero estatal, por supuesto-. Pero también a los colectivos urbanos, a los ferrocarriles y a otros servicios públicos, con la finalidad de mantenerlos funcionando ante la imposibilidad de autofinanciación con los precios de los servicios, mantenidos demagógicamente congelados cuando la situación era buena, y hoy asfixiados por la escasez.
La tensión está cantada: si el gobierno nacional prefiere seguir el jubileo de subsidios, no habrá dinero para las provincias, que deberán financiarse con cuasi monedas, nuevamente. Y si las provincias logran, por el contrario, recuperar sus recursos confiscados por el gobierno nacional, éste deberá subir drásticamente todas las tarifas, con el impulso inflacionario que esto genera, y el drama social de golpear sobre una población asalariada desocupada o con salarios retrasados.
Nuevamente: nada tiene que ver con esto la crisis internacional, que en realidad aún no ha llegado al país. Alcanza con ver la cotización de los productos agropecuarios, en un nivel que está en el promedio de su mejor momento, pero que no se puede aprovechar por la asfixia a que sometió el gobierno al sector agropecuario confiscándole su rentabilidad e impidiendo el financiamiento de nuevas campañas.
En síntesis: los momentos que vienen no serán buenos.
Pero lo importante es saber que siempre la vida sigue y de ello tenemos experiencias repetidas los argentinos. Hemos tenidos crisis gigantescas y al final hemos arrancado, no precisamente por las genialidades de los gobiernos sino por la tenacidad optimista de la gente que trabaja y produce, a pesar de ser golpeada por la incautación de sus recursos por parte de quienes han vivido durante décadas de aprovechar el esfuerzo ajeno. Y mirando hacia adelante, lo importante será que “rebotemos bien”. Porque del ajuste se saldrá. El punto es que acertemos en la dirección del renacimiento.
Como siempre, existirán presiones para repetir la salida conocida, alimentando las corporaciones sindicales, empresarios protegidos y malas prácticas políticas. Esa salida nos llevará, como en el ciclo que estamos terminando, a repetir los dramas corregidos y aumentados. Ni siquiera con el “mejor período económico en nuestra historia independiente” (Cristina “dixit”) ha podido reducirse la pobreza, terminar con la inseguridad, mejorar la educación, desarrollar la infraestructura, modernizar el Estado, dejar de robar a los jubilados y ahorristas... ergo: es “el rumbo” lo que falla, como ha fallado tantas veces.
Dependerá de los argentinos y sus fuerzas políticas y sociales representativas la decisión de romper ese círculo vicioso y tomar esta vez, otro camino. No son necesarias elucubraciones muy novedosas. Es el que siguen pueblos de gobiernos tan diferentes como Brasil y China, como Chile e India, como Australia y México, como Uruguay y España. Un camino que no requiere “inventar la pólvora” sino que se basa en principios que los argentinos adoptamos cuando, hace casi dos siglos, comenzamos el camino independiente: vigencia de la ley, independencia de poderes, respeto a los derechos de los ciudadanos, seguridad para los que invierten y trabajan, limitación clara a las decisiones del poder, justicia auténticamente independiente, libertad de prensa, partidos políticos serios. Y, como colofón, asumir la realidad cosmopolita del encadenamiento productivo mundial, del que la Argentina forma parte, terminando con las ocurrencias del dedito levantado y la voz impostada, recursos dialécticos para disimular la ignorancia, que traducidos en decisiones de gobierno han llevado a desperdiciar las mejores condiciones externas que hayan existido jamás para el país en una orgía de corrupción, latrocinios y fraudes pocas veces visto –y hemos conocido muchos...- en la historia argentina.
Rebotar bien de esta crisis. Ese es el secreto. Entender el rumbo del mundo hoy, para una imbricación virtuosa. Fuerte apuesta a la capacitación, para poder montarnos en la revolución científico técnica. Sólido piso de ciudadanía, para entusiasmar a todos en el nuevo desafío. Respeto a la ley y a la palabra con reglas de juego claras y respetadas, para recuperar confianza, capital social y atracción a la inversión que genera empleos. Prudencia en la gestión económica, para alejarnos de la imagen de aprendices de brujos que nos han convertido en el hazmerreír del mundo. Y sobre todo, humildad en nuestros comportamientos, ya que está visto que no tenemos mucho que enseñarle a nadie, como no sea el nada reconfortante récord de ser el país de peores logros en el mundo en los últimos cincuenta años.
Rebotar bien. Nunca se podrá hacer con el populismo guiando el Estado, ignorando la realidad, olvidándose de los ciudadanos –desde los más pobres, sometidos a una humillante pobreza reciclada, hasta los más encumbrados, sometidos a la humillante pérdida de su capital de trabajo por los caprichos de un mafioso-. Rebotar bien es salir de la crisis apostando a la modernización productiva tanto de la industria como del sector agropecuario, al turismo, a los emprendedores, al mercado global, a la reconversión energética huyendo de los hidrocarburos fósiles y respaldando las nuevas fuentes renovables, las redes inteligentes de distribución, el consumo racional. Rebotar bien es terminar con el desprecio al medio ambiente, la preservación del entorno, el hacinamiento en villas olvidadas de todos los servicios. Rebotar bien es reiniciar la marcha con un objetivo: ser un país exitoso en el mundo global, orgulloso de su convivencia interna y cooperativo en la construcción de la “ciudad del futuro”.
Rebotar bien requiere un país democrático y republicano que retome el rumbo de sus principios fundacionales. Por eso, aunque de nada sirva a esta altura llorar sobre lo perdido, es imprescindible asumir que difícilmente nos lleven a “rebotar bien” quienes aún hoy, con las consecuencias a la vista, insisten en que se ha hecho lo correcto, que lo que está pasando es positivo, y que con el abismo enfrente todavía sostienen, sin ruborizarse, que el riesgo sería “cambiar de rumbo”.



Ricardo Lafferriere
consumos consumos

sábado, 16 de mayo de 2009

"De la Contradicción Fundamental al cosmopolitismo consciente"

Un nuevo trabajo ha sido incorporado a la "librería virtual" de Ricardo Lafferriere. Se trata de la actualización y ampliación del que fuera publicado el año 2008 con el título "Los argentinos y la globalización - Hacia una política cosmopolita". En la nueva obra, el autor realiza una revalorización del documento que convocara a la acción política a miles de jóvenes argentinos que se sumaron a la Juventud Radical en los años 70 y 80 del siglo pasado, "La Contradicción Fundamental", proponiendo su crítica, autocrítica y reelaboración para adecuar las propuestas de unidad a los problemas que sufren los argentinos del siglo XXI.
La obra puede ser bajada libremente en "http://stores.lulu.com/lafferriere", donde se encuentran también otros trabajos del autor.

martes, 12 de mayo de 2009

Ahora, con Mexico...

Las medidas decididas por el “ex presidente en funciones” –como ha caracterizado un destacado periodista de opinión al esposo de la presidenta de la Nación- que han prohibido el arribo al país de los vuelos que tengan por origen a México provocaron, como no podía ser de otra forma, una protesta del gobierno azteca afectado por la sobreactuación de la administración argentina que genera un daño innecesario a la imagen y a la economía de ese país.
La Organización Mundial de la Salud tiene elaborado, en forma permanente y revisión constante, protocolos de actuación que contienen las medidas necesarias ante la aparición de brotes de enfermedades contagiosas peligrosas. Esos protocolos se han ido perfeccionando justamente para evitar que el pánico, la improvisación o la manipulación política derive en decisiones desvinculadas de cualquier efectividad previsible.
Los protocolos comenzaron a elaborarse luego de 1970, cuando un brote de peste bubónica se desató en cinco estado de la India, generando una sobrereacción motivada por el pánico que provocó pérdidas económicas enormes (1.700 millones de dólares de esa época), sin efecto alguno sobre el desarrollo de la epidemia. Desde esa fecha, el perfeccionamiento ha sido constante con la doble finalidad de la efectividad en el control de los brotes y la reducción de los efectos colaterales sobre la economía. Cabe recordar que éstos no son inocuos: se traducen en pérdida de actividad económica, con la consecuente reducción de empleos, que sufren principalmente los sectores más pobres.
El brote de “vibrión colérico”, en Perú; el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (“SARS”, en inglés), y posteriormente el de la gripe aviar, fueron contenidos con esas medidas, monitoreadas por especialistas de todo el mundo que integran los equipos técnicos de la OMS.
Ese protocolo de acciones es el que desconoció la rudimentaria respuesta del ex presidente en funciones, colocando a la Argentina en otra situación más de las tantas en que ha despreciado a otros países del mundo, en un rosario de agravios que deberemos revertir cuando termine la “pesadilla K” y, por fin, la Argentina recupere algo de sentido común y madurez. Muchas disculpas deberemos pedir a muchos para volver a ser tenidos en cuenta o respetados como una nación seria. Será otro de los desastres que legará el régimen a gobiernos que lo sucedan.
Con el inocultable motivo de “tapar” el brote de Dengue que azota a miles de compatriotas por la grosera inoperancia oficial, no dudó en poner en riesgo la excelente relación que tenemos con un país que ha mostrado su solidaridad con la Argentina en muchos momentos de su historia, entre los que no podemos olvidar el asilo dado en momentos difíciles a muchos compatriotas perseguidos por la intolerancia.
El listado de países es cada vez más largo, como símbolos de la soledad de la Argentina que el régimen “K” ha convertido en el hazmerreír de la comunidad internacional. Muchos fueron destratados antes que México. Desde Uruguay y Finlandia (naciones con las que ni el más ingenioso previsor de futuro hubiera pensado que nuestro país pudiera tener un entredicho), hasta los agravios protocolares cometidos contra el presidente de Rusia –varias horas de plantón en el Aeropuerto de Moscú, esperando al visitante que se demoró para hacer algunas compras de camino-; la reina de Holanda –a quién dejó esperando en un banquete protocolar ofrecido por él mismo, al que no asistió-; el presidente de Estados Unidos –al que destrató, siendo anfitrión, en la Cumbre de las América realizada en Mar del Plata; a los ahorristas italianos, ridiculizados repetidas veces por creer en nuestro país; a las empresas españolas, agraviadas por sus groseros desplantes con medidas populistas; a la República de Chile, incumpliéndole los contratos de provisión de gas; a Estados Unidos, a quien reprochó no haber presionado a su sistema de justicia para hacer “zafar” a su esposa de la vergonzosa operación de contrabando de dólares en el “affaire” de la valija de Antonini Wilson; al presidente de Guinea Ecuatorial, a quien el cupo femenino de la dinastía presidencial increpó en una reunión protocolar luego de haberle cursado una invitación oficial para visitar al país; y así podríamos continuar hasta el infinito.
Ese desconocimiento de las más elementales reglas de la buena educación y la convivencia –que en el plano diplomático se denominan “reglas de protocolo”- hasta la soberbia desdeñosa con la que se dirige a otros mandatarios y países han sido una constante dañina para la Argentina, cada vez más aislada en un momento en que el mundo construye la ciudad del futuro, con su economía eslabonada, su desarrollo científico técnico cada vez más interelacionado, sus pueblos cada vez más interconectados y sus sistemas políticos cada vez más compenetrados en acciones conjuntas, como la propia presidenta de comprometió a actuar en el G-20 realizado semanas atrás, en Londres.
Pero no hay nada que hacer. Nos tocó este azote. La buena noticia, en todo caso, es que no será eterno.
Tendremos mucho que reparar del prestigio y la buena educación de la Argentina en el mundo cuando el país vuelva a la normalidad democrática.


Ricardo Lafferriere

martes, 5 de mayo de 2009

Tensando al máximo el estado de derecho

168.000 juicios esperando sentencia en diez juzgados de la Seguridad Social de la Capital, y decenas de miles en los Juzgados Federales del interior. Cientos de miles de juicios en trámite por incumplimiento por parte de la ANSES de sus obligaciones legales para con los jubilados. Alrededor de medio millón de jubilados reclamantes en la justicia con trámites en marcha. Estos –patéticos- datos han llevado a uno de los fueros de la Justicia Federal, quizás el de más sentido social por el tipo de causas que trata, a una situación de colapso.
Mientras, se anuncia la renovación forzada de las deudas que el Estado “contrajo” con la ANSES y ahora decide no devolver sino renovar con nuevos títulos de deuda, extendidos hasta el año 2016; la misma ANSES que, condenada por sentencias firmes, no paga lo que le debe a los jubilados que son obligados a años de trámites judiciales, le “presta” además más dinero “nuevo”, a pesar del incumplimiento, a la caja negra de la discrecionalidad oficial, tanto los fondos incautados el año pasado como los fondos legales que normalmente recibe, como contribución de los activos.
Y mientras, también, los fondos de los aportantes que, en el sistema de “reparto” presuntamente basado en la “solidaridad”, debieran servir para abonar las prestaciones a los ya jubilados, se destinan graciosamente para créditos blandos ofrecidos para comprar televisores, heladeras y bicicletas, y para subsidiar a los empresarios amigos del gobierno, redes de clientelismo y funcionarios alineados con la secta del gobierno. Fondos que –como se ve con esta renovación- nunca se devolverán.
Al mismo tiempo, millones de nuevas acciones legales se encuentran en preparación para reclamar la indemnización correspondiente por la grosera incautación de los ahorros previsionales privados, por parte del kirchnerismo y sus aliados socialistas y “progresistas”, anunciando una nueva y gigantesca “oleada” de saturación a la Justicia de la Seguridad Social.
La Cámara Federal de la Seguridad Social acaba de solicitar a la Corte Suprema una ampliación del plazo para dictar sentencia, que es normalmente de cuarenta días, a ciento ochenta días hábiles. Ello alargará los juicios en no menos de nueve meses a un año –extra- a los ya extensos plazos existentes, ya que a esos tiempos normales deben sumarse las ferias extraordinarias, cada vez más usuales, ante la imposibilidad material de los Juzgados de atender esas causas.
Y el gobierno, en lugar de atender sus obligaciones con los pasivos, a quienes declama estar defendiendo, está analizando... ¡crear cinco juzgados federales más, para atender la saturación!
Sólo el acostumbramiento a los dislates lleva a alegrarse por esta iniciativa, e incluso hasta a apoyarla. Quienes asisten a Tribunales y ven a los esforzados trabajadores judiciales, muchos de ellos “meritorios” –es decir, que no cobran salarios-, pero también a los Secretarios y los Jueces inundados por los expedientes que crecen diariamente como un “moloc” que todo lo invade, no pueden menos que entender su propuesta, su reclamo, y su angustia. En cada expediente está la vida de un compatriota burlado en sus ahorros, condenado a una vejez cuyo horizonte se ha oscurecido, y que no tiene tiempo para esperar que “las cosas cambien”. Esos Juzgados tienen en sus manos los últimos años de vida de millones de ciudadanos argentinos que confiaron en el Estado y diariamente son obligados a resignarse a que, mientras se rematan sus recursos en la rueda de la corrupción y el clientelismo, se los obliga cínicamente a juicios interminables, que una vez concluidos tampoco son cumplidos porque son –nuevamente- obligados a trámites caprichosos en la ANSES para lograr el cumplimiento de la sentencia cuya obtención le costó años.
No se trata de juicios originales. Son todos casi idénticos, porque las leyes violadas son las mismas. Sus finales son forzosos e inexorables, porque ya la Corte Suprema ha fijado su jurisprudencia. La situación no podrá cambiar con ninguna ley, porque la sentencia de la Corte ha sido apoyada en normas constitucionales, es decir que por más que las leyes digan lo que digan, los derechos reclamados por los ciudadanos jubilados no pueden ser violados dentro del estado de derecho porque responden a derechos superiores a cualquier decisión de cualquier gobierno, y de cualquier órgano político –sea Congreso o Ejecutivo-. Si hay nuevos juicios, es porque el kirchnerismo es indiferente tanto a los derechos de los ciudadanos, como a los fallos de la Corte. El cinismo con que se elabora la respuesta –el estudio abrir de cinco juzgados nuevos, lo que implica nuevos salarios, nuevos gastos administrativos, nuevos Jueces, nuevos Secretarios, nueva infraestructura- en lugar de simplemente pagar lo que debe, es una clara demostración de la escasa importancia que el régimen “K” le da al estado de derecho, y la discrecionalidad con que dispone de recursos que a los argentinos les cuesta horas de esfuerzo y trabajo conseguir para entregarles, vía aportes, impuestos, retenciones o contribuciones de la seguridad social.
Los ciudadanos que sufren esto son los mismos que observaron el año pasado el cinismo con que legisladores oficialistas y aliados se llenaron la boca condenando al sistema de capitalización y expropiando sus ahorros –no de las AFJP sino de argentinos que los guardaban allí para su retiro, protegidos por una ley nacional y por un organismo estatal que debía custodiar su correcta inversión- con el argumento de que “el Estado los cuidaría mejor” y no les cobraría nada... y ven ahora que el Estado no les cobró nada, pero que se quedó con todo, no para pagar a los pasivos a los que trata como siervos, sino para alimentar la maquinaria infernal mega-delictiva en que se ha convertido la administración kirchnerista.
Lo que ocurre con la seguridad social es una expresión más de la tensión a la que la actual gestión somete al estado de derecho. Es coherente con las “candidaturas testimoniales” que obliga a los ciudadanos a votar por listas que, cual arenas movedizas, no permiten conocer qué integrantes, al final, serán legisladores; con el chantaje a los jueces si no fallan según sus deseos, amenazándolos con el juicio político y de esta forma burlando una de las instituciones centrales del orden democrático como es la independencia e inamovilidad de los jueces; con la discrecional distribución de fondos públicos sin ley alguna que lo determine, vía las “facultades extraordinarias”; con el sistema de decisiones nacionales cooptado por un sicópata que no tiene cargo institucional alguno, convirtiendo en poco más que papel pintado protocolar la principal institución con que cuenta nuestro sistema político, que es la institución presidencial.
Es necesario mirar la realidad política con muy buena voluntad para poder afirmar que vivimos en un estado de derecho.

Ricardo Lafferriere

jueves, 30 de abril de 2009

El país normal y la Argentina posible

“Producto potencial”, llaman los economistas a la producción que podría llegar a tener un país en un escenario de pleno empleo de sus fuerzas productivas, para compararlo con el “producto real”, o sea el que efectivamente genera. La diferencia entre ambos marca es el desafío de las políticas económicas para liberarlo de los obstáculos que impiden su confluencia aprovechando toda la capacidad existente en un determinado momento
El concepto es interesante para aplicarlo más allá de la ciencia económica, imaginando las posibilidades totales –y no sólo productivas- de un determinado país.
¿Cómo sería la Argentina potencial? ¿Cuál es la diferencia entre la Argentina potencial y la Argentina real? ¿Cuáles son los desafíos para aprovechar en plenitud, no ya la economía sino todo el potencial gigantesco de los argentinos para mejorar su vida y llevarla al pleno de sus posibilidades?
Cuando recordamos la convocatoria electoral del ex presidente Kirchner en 2003, al salir recién de la crisis del 2002, éste sugería que su aspiración para lograr ese objetivo se podía sintetizar en una consigna que se reducía, simplemente, a construir “un país normal”. Era una convocatoria atractiva.
Es que tanto se ha retrocedido de las épocas de una sociedad integrada aún en la pobreza, del respeto en la convivencia reduciendo al mínimo excepcional las situaciones de violencia y de la virtual ausencia de excluidos –ya que hasta la pobreza contaba con algunos canales de inclusión a través de hospitales que funcionaban, la escuela pública de excelencia al alcance de todos, la seguridad cubriendo todo el territorio y la asistencia social con recursos para las excepcionales situaciones de pobreza extrema- que la tentación es ubicar la utopía en lo que fue, en lugar de lo que podríamos ser.
Sin embargo, lo mejor de la Argentina es lo que está por venir.
Porque más allá de los ruidosos estertores del régimen en derrumbe, un cambio profundo se ha estado gestando, a pesar de los gobiernos, en los últimos años. Ha crecido una sociedad crecientemente madura que eclosionó el año pasado durante la rebelión del campo, pero que se ha extendido a todos los sectores.
Esa defensa de sus derechos que mostraron quienes se alzaron frente a la confiscación de su trabajo a través de las retenciones ilegales es la misma que expresan las madres del dolor que reclaman por el asesinato de sus hijos, las madres de pañuelo negro que piden tenazmente medidas para rescatar a sus hijos del “paco” frente a la soberbia y la indiferencia oficial, los parientes y vecinos de las víctimas de la inseguridad que el poder recien descubre luego de tantos muertos cuando las elecciones se acercan, los jubilados que sostienen centenares de miles de juicios por sus haberes ilegalmente retrasados, los nuevos miles de ahorristas previsionales que están presentando sus demandas frente al gran robo del año pasado, los jóvenes que sin abandonar su sonrisa y su infaltable MP3 en sus oídos se financian sus estudios repartiendo pizza en patineta, las familias cartoneras que prefieren ganarse su sustento con el sufrido trabajo de recoger residuos antes que someterse a la humillación del caudillejo que le ofrece graciosamente un “plan” a cambio de renunciar a su dignidad.
Esa Argentina vive y sufre la ignominia de la traición y sueña con un país liberado. Liberado de la esclavitud del clientelismo. Liberado de la asfixia a la producción por la discrecionalidad de un burócrata semianalfabeto. Liberado de la violencia y las redes delictivas cómplices de estructuras políticas y policiales. Liberado de la discrecionalidad de la distribución de fondos públicos concentradas en la decisión de un sicópata.
Esa Argentina es la Argentina real. ¿La potencial? La imaginamos. Con una producción que duplique la actual. Con argentinos gestando su futuro protegidos por leyes imparciales aplicadas por jueces independientes. Con escuelas de excelencia al alcance de todos. Con una salud pública que no sea rehén de los burócratas sindicales. Con una vida cotidiana plena de seguridad y tranquilidad. Con empresarios responsables de organizar sus desafíos de vincular su producción al mercado global, para participar del nuevo estadio de desarrollo planetario con fuerzas productivas mundializadas, con productores incorporando las más modernas técnicas de cultivo y preservación ambiental para crecer al máximo sin deteriorar el entorno.
Pero esa Argentina potencial es imposible con este régimen, simplemente porque la destrucción institucional ha condenado a la frustración a cualquier esfuerzo individual o colectivo, ha anulado la capacidad de soñar, la tranquilidad de invertir y trabajar y la seguridad de sobrevivir. Ha llevado a todos a una sola obsesión: sobrevivir hasta el día siguiente, cuando recomenzará, como el mito de Sísifo, toda la ansiedad y se repetirá la misma lucha.
El obstáculo entre la Argentina real y la Argentina potencial se llama destrucción institucional, concentración de poder, autoritarismo, corrupción ramplona, sectarismo excluyente, desconocimiento de las leyes, en suma, “régimen K”. Cuesta aún aceptar que una de las fuerzas políticas más importantes del país pueda prestarse a sostener esta ignominia haciéndose cómplice de la destrucción nacional que se está realizando en su nombre.
Pero la Argentina real no se resigna y pesar del régimen, ahí está. Esperando el momento mientras lucha para subsistir. Espera todavía “el país normal”, el que aprendió en la Escuela cuando le enseñaron el esfuerzo de los próceres por construir el país, los principios de la Constitución, los valores de la moral, la vigencia del derecho como base de la convivencia, el respeto a los ancianos y los niños, la ética de la solidaridad hacia los compatriotas más necesitados, la búsqueda de consenso sin renunciar a posiciones diferentes con la herramienta del diálogo, que nos enseñara Alfonsín;... en suma, el “país normal”, que le prometió Kirchner cuando era –como parece que será de nuevo- un candidato que buscaba votos y no un usurpador que le ha confiscado el poder presidencial a su propia esposa.


Ricardo Lafferriere

martes, 21 de abril de 2009

Primeras consecuencias del “gran robo”

El fallo de la Jueza Federal Dra. Elvira Muleiro, decretando la inconstitucionalidad del artículo 7 de la ley 26425 y sus posteriores decretos de ejecución Nº 2103 y 2104/08 comienzan a mostrar las primeras consecuencias de la aberrante decisión jurídica tomada por el kirchnerismo y sus socios (socialistas, SI, y varios bloques menores) en el mes de noviembre incautando el ahorro previsional de las cuentas de capitalización, propiedad de los aportantes del mencionado sub-sistema.
La impecable lógica jurídica de la magistrada no impedirá, por supuesto, que la ANSES deduzca las apelaciones que terminarán, seguramente, en la Corte Suprema, dentro de varios años. Esta eventualidad seguramente fue ya prevista por el gobierno, y a pesar de su ilicitud la medida fue igualmente adoptada ante la convicción de que serán los gobiernos próximos, cuando haga varios años que los ejecutores hayan abandonado el poder, los que tendrán que encontrar formas de financiar la gigantesca incautación, sin dudas la más grande de la historia jurídica de la Argentina independiente –ya que las producidas por el “default” no se atrevieron a la negación lisa y llana de los créditos, sino que abrieron un camino negociador que aún no ha terminado, a ocho años de producido-.
Sin embargo, el camino del reclamo de los ahorristas puede tomar derivaciones insospechadas por los autores de la medida. En efecto: decretada judicialmente la inconstitucionalidad y probado el daño que genera –que en este caso, es directo ya que la incautación de los ahorros fue inmediata-, surge legalmente el derecho a indemnización por parte de las víctimas, que más allá de las acciones de amparo, ya han comenzado a presentarse ante la justicia correspondiente reclamando su reparación integral. Esa indemnización cuenta, en este caso, con una particularidad que seguramente no fue advertida por los autores: la posible responsabilidad civil de los funcionarios que la dictaron.
En efecto: las medidas tomadas por el Estado en ejercicio de sus facultades constitucionales deben cumplir con determinadas pautas de equidad, construidas jurisprudencialmente a través de los años alrededor del principio constitucional de la “equidad en el reparto de las cargas públicas”. La responsabilidad de indemnizar, cuando correspondiera esta situación por no cumplirse esas pautas, queda reducida al Estado. Pero cuando la norma que genera el daño ha sido dictada en violación de derechos constitucionales expresos de las personas –hecho que queda configurado si se confirma la inconstitucionalidad decretada por la Jueza Muleiro-, la responsabilidad civil por el daño causado alcanza a los funcionarios que la dictaron, en forma solidaria con el propio Estado, por el juego armónico de los artículos 1112, 1109 y concordantes del Código Civil, en pacífica y reiterada jurisprudencia de nuestros tribunales.
En consecuencia, los damnificados pueden demandar no sólo al órgano público que decidió la medida –el Estado Nacional-, sino que también pueden hacerlo civilmente contra la señora presidenta, los ministros autorizantes –en este caso, el Jefe de Gabinete de Ministros y el Ministro de Trabajo- y los legisladores que votaron favorablemente la medida contribuyendo a la formación de la norma inconstitucional.
Serán años de juicios e incertidumbre. Pero es también la mayor deuda generada en la historia nacional del Estado con gran cantidad de ciudadanos que golpeará no sólo las finanzas públicas de los próximos años, sino que también puede dejar en la ruina a quienes enviaron, autorizaron y promulgaron la ley, y a quienes levantaron sus manos aprobándola sin pensar en las consecuencias que tal medida, cuyo contenido está por encima de las facultades legales del Estado y forma parte de derechos constitucionales de los ciudadanos, podría acarrearles en el futuro.
Los tribunales, que están abarrotados por los incumplimientos anteriores del estado con los jubilados por las decisiones de la administración kirchnerista desde el 2003 hasta el 2007, estarán más saturados aún con las muy probables acciones que los millones de ahorristas –entre tres millones y nueve millones, todos con acreencias incautadas de diferente valor- se presenten a reclamar lo suyo.
La justicia tarda, pero llega. Esta vez, además de golpear a la fiscalidad pública –que, en última instancia, pagamos todos- puede afectar en forma directa al patrimonio de los tres funcionarios ejecutivos y casi doscientos legisladores que formaron la norma. No dejará de ser un interesante antededente del que quizás pueda quedar, como moraleja, la recomendación de mayor prudencia a los funcionarios públicos cuando toman medidas que afectan indebidamente los derechos de las personas.



Ricardo Lafferriere

sábado, 18 de abril de 2009

El "ethos" político argentino

¿Tiene vuelta la Argentina?
Una observación banal del escenario conspira contra una respuesta optimista. La exacerbación de los aspectos “agonales” –es decir, combativos- de la política se ha sublimado en la práctica kirchnerista, pero indudablemente es una constante que atraviesa, con mayor o menor alcance, a las formaciones políticas más importantes.
No se concibe a la política sin debate y sin lucha, en ningún lugar del mundo. Es la actividad que organiza el poder, y el poder es, al menos en el estadio actual de la humanidad, un componente imprescindible para la convivencia de las sociedades humanas.
Sin embargo, a medida que la civilización avanza y la madurez social crece, los aspectos agonales se normatizan, las reglas de juego canalizan debates y formas de resolver opciones, y el sistema articulado de Constitución, leyes y reglamentos que cada pueblo se da para convivir determina tanto las facultades de cada órgano del poder como las formas requeridas para tomar las decisiones. Y luego, para su ejecución. Lo “agonal” encuentra sus límites en la necesidad de responder eficazmente a las expectativas de los ciudadanos y se desarrollan entonces los aspectos propositivos, constructivos, eficaces en la solución de los problemas que la sociedad siente más importantes.
El comportamiento de la política en nuestro país pareció encaminarse hacia esa madurez con la recuperación democrática. Sin embargo, desde hace varios años lo propositivo se ha diluido y la vocación combativa se ha adueñado de la dinámica política, marcando las características de su conducta, el “ethos” predominante, con intransigencias, rupturas de diálogos, imposibilidad de consensos y frustración ejecutiva.
¿Es posible retomar el camino civilizado?
Otra mirada, pero no hacia el escenario sino hacia el público, pareciera indicar que sí, que “la base está”. Las gigantescas demostraciones de pesar colectivo que generó la despedida a Raúl Alfonsín mostraron que la práctica de firmeza en las ideas pero a la vez, disposición a la búsqueda de consensos maduros, es un valor que los ciudadanos conservan como un valor positivo. Como lo expresara en su magistral despedida el Senador Ernesto Sanz, quizás el que con más agudeza detectó el real sentir popular por la muerte de Alfonsín, su legado no hay que buscarlo en sus discursos ni en sus libros, sino “en él mismo”. “Él mismo” es, en la lectura de los argentinos que acompañaron con pesar sus restos y lloraron su partida, esa tenacidad constante, acompañada de la disposición, también constante, a la tolerancia y el diálogo.
¿Por qué esos valores no se impregnan hacia el “escenario”?
Mi intuición sobre la respuesta a esta pregunta se acerca a una obsesión que tuvo, durante toda su vida, el ilustre muerto y que lo acompañaba desde su genética radical: la reconstrucción institucional.
Es la existencia de instituciones, su diseño y su respeto, lo que puede cambiar el “ethos” agonal predominante por un equilibrio virtuoso entre lucha y realizaciones. Sin instituciones, es decir sin marcos normativos respetados que permitan a las personas desentenderse razonablemente sobre la vigencia firme de sus derechos y dedicarse a crear sabiendo que cuentan con un espacio inviolable y cuasi-sagrado a su alrededor, es imposible otro rumbo que el tobogán de la decadencia hacia una convivencia salvaje. La ausencia de instituciones arrincona a todos a una actitud alerta, tensa, vigilante y defensiva, cual los grupos primitivos cuyo principal objetivo era sobrevivir. La pérdida de la calidad de la vida, de los sentimientos nobles y creativos, de la solidaridad y la ética, es su obvia consecuencia. Y en ese camino estamos.
La reconstrucción institucional no es, entonces, una aspiración de pequeñoburgueses liberales a los que se deba mirar por sobre el hombro porque no alcanzan a comprender las esencias íntimas del “progresismo”: por el contrario, es la llave de oro para detener esta absurda competencia de dislates que ha convertido a la política en pura lucha, sin puntos de contacto con las necesidades expresadas en la agenda ciudadana. Es el único camino para retomar las riendas de un proceso económico y social que, tal como está, funciona en parecida forma a como lo haría en sociedades primitivas, sin espacio alguno para actuar sobre su propia dinámica –cercana a las fuerzas irracionales- con el fin de neutralizar sus consecuencias más lacerantes. Es la única forma de no caer definitivamente en la ley de la selva, donde manda el más fuerte, el más violento, el más audaz, el más “transgresor”. En suma, el paraíso del violento, el primitivo, el delincuente.
El “ethos” de la política debe retomar su equilibrio respetando la ley. Y son las personas comunes, los ciudadanos, los que deberán actuar como última reserva de racionalidad para exigir a sus pretendidos representantes, de todo el colorido partidario, fidelidad a la letra y al espíritu de las leyes.
Si lo logran, este conjunto humano que integramos los argentinos puede ser un protagonista importante de los años que vienen. Si no, seguirá la decadencia, crecerá la violencia cotidiana, aumentará la pobreza, se polarizará más la sociedad. La ley de la selva, convocada a gritos destemplados desde tribunas importantes, puede ser la única que rija un territorio cercano a dejar de ser un país.


Ricardo Lafferriere

Ajuste y futuro

Quedan pocas dudas: en algún tiempo –más cerca o más lejos, pero no muy separado de los próximos 90 días- los argentinos sufriremos de lleno el brutal ajuste a que nos condujo la alegre irresponsabilidad de estos años. Tarifas, precios e impuestos, se dispararán –a igual que el dólar, refugio de valor al que se han acostumbrado los argentinos a fuerza de experiencia-, aplastando los ingresos de aquellos que durante cinco años fueron bombardeados por esperpénticas inconsistencias, y deberán soportar ahora el peso de la verdad. Es imposible no prever fuertes reclamos de trabajadores, comerciantes, desocupados, hombres de campo y hasta de los empresarios protegidos que recibieron las prebendas. Poco importará el volumen del grito: se acabó lo que se daba. Y habrá que empezar de nuevo.
Está llegando el ajuste y con él los consabidos rezongos: los intelectuales de Carta Abierta seguramente elaborarán herméticas sentencias achacando el infierno al neoliberalismo, al Fondo Monetario y a los terratenientes de la pampa húmeda. O sea, se lavarán las manos sobre su responsabilidad. Los esposos Kirchner, huidos o desencajados, inventarán algún nuevo enemigo, quizás el “Congreso reaccionario” que se elegirá en las urnas. O sea, se lavarán las manos sobre su gestión. Economistas que aplaudieron los dislates creyendo que desde el poder se puede hacer cualquier cosa, tomarán distancia reclamando haber avisado antes y no haber sido escuchados. O sea, se lavarán las manos sobre sus culpas.
Quedará, desguarnecida una vez más, la gente. Que, pobrecita, quiso creer en que –esta vez- no le estarían ofreciendo otro novedoso relato de palabras huecas utilizadas como escudos intelectuales de un nuevo ciclo de saqueo.
Al final, eso terminó siendo el “modelo productivo con inclusión social”.
Después de los cinco años más excepcionales de la economía argentina –Cristina “dixit”- hay más pobreza, más deuda pública, menos seguridad, menos justicia, menos educación, menos salud y menos bienestar que durante cualquier gobierno anterior, incluso el denostado de su correligionario, Dr. Carlos Saúl Menem, que comparado con la gestión “K” parece merecedor de un Nóbel. Creció –eso sí, y fuertemente- el patrimonio personal de la cúpula del poder y sus amigos.
El ajuste pinta terrible, pero como todo, al final, pasará. Y habrá que empezar de nuevo. Quizás esta vez podremos aprovecharlo para renacer sobre otras bases, sin recomenzar el ciclo corto de corporaciones sindicales, gremiales y políticas lucrantes del atraso sino comenzando una larga etapa virtuosa, como la que tuvimos de 1880 a 1930 comenzada por los conservadores y completada por los radicales, la que a pesar de sus altibajos, comenzó con un país-desierto y terminó con una Argentina protagonista importante del concierto internacional, nuevo hogar de millones de inmigrantes esperanzados en los bienes que prometía la Constitución, sin distinción de orígenes, “a todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
El mundo por su parte, superada la actual crisis global, recomenzará su marcha. Coincidirá con el recomienzo de la marcha de los argentinos, terminada la pesadilla K y pasado el ajuste que viene. La inteligencia de los argentinos deberá orientar entonces los esfuerzos para imbricarse virtuosamente en el nuevo paradigma global, una economía cosmopolitizada, un intercambio creciente y un nuevo diseño normativo mundial asentados en la acelerada revolución científico-técnica, el creciente protagonismo de las personas –que se sumarán a los Estados y las corporaciones- y la vigencia universal de los derechos humanos entendidos no como una revancha sesgada de un tiempo de sangre en las calles por culpas recíprocas acaecido hace décadas, sino como un piso de dignidad que deberá garantizarse a todos, cualquiera sea su nivel social o económico.
En ese escenario debe escribirse la nueva agenda argentina, que estará condicionada por limitaciones infranqueables para todos, vivan en el lugar del planeta donde vivan: agotamiento de recursos energéticos y necesidad de nuevas fuentes primarias renovables y amigables; cambio climático que obligará a rigurosas exigencias de eficiencia y sustentabilidad; y crecientes masas de seres humanos incorporados a la vida social y de consumo, que impondrán claros marcos normativos homologables en los que no habrá cabida para la discrecionalidad de los poderes políticos, el “neoanarquismo” contra el que alertara Alfonsín en su último discurso en el Luna Park, los caprichos ideológicos o las decisiones públicas sin consenso ciudadano.
La Argentina que viene, pasado el ajuste y mirando al futuro, puede volver a ser una protagonista de prosperidad y bienestar para su gente... a condición de que decida serlo. Su especialidad económica –la producción alimentaria- le hubiera permitido pasar la crisis global casi indemne, si no hubiera sido por la injustificable gestión kirchnerista: cabe recordar que los precios internacionales de nuestros productos de exportación han encontrado su aparente piso, en un nivel similar al de fines de 2007, al iniciarse el segundo período “KK”, cuando se les ocurrió la idea de incrementar la confiscación de su rentabilidad con nuevas retenciones. Muy poco de la dramática situación mundial hubiera –hasta ahora- golpeado al país, si no estuviera su producción agredida y asfixiada por una administración incompetente y su fiscalidad sometida al saqueo de subsidios, corrupción y prebendas. Simplemente con haber evitado la sangría de 20 mil millones de dólares (más de 80.000 millones de pesos) que se fueron del país en el último año por los dislates económicos y políticos, sin relación alguna con la crisis global, el escenario actual sería otro.
La nueva marcha deberá asentarse en una política de franco consenso, generadora de credibilidad a fin de volver a inyectar entusiasmo productor en los hombres de campo, en los emprendedores y en los industriales. Y deberá apoyar la complejización productiva del sector agroalimentario, base fundamental de cualquier renacimiento argentino. Esa piedra basal generará fuentes de crecimiento en el interior del territorio, comenzando a revertir esta aberración de que en los 4000 kms. cuadrados de Buenos Aires y alrededores vivan 13 millones de personas, el 33 % de la población del país, en una densidad de casi 4.000 habitantes por km2 y en los 2.800.000 kms2 restantes viva 28.000.000 de argentinos ...¡a una de 10 habitantes por km2!...
Esto no lo podrá hacer el populismo, generador de pobreza para lucrar con las necesidades de los necesitados del “conurbano” convertido en una fábrica de pobres al precio de su hacinamiento, su clientelización, su sometimiento a la violencia y al delito, su subordinación a las redes delictivas en muchos casos diseñadas desde los propios poderes –políticos, judiciales y policiales- locales. Eso sólo lo puede lograr un consenso nacional, democrático y federal, ni más ni menos que como lo dispone el art. 1 de la olvidada Constitución Nacional.
Como en toda lucha política, habrá resistencias, rivalidades y conflictos. Resistirán el cambio quienes lucran hoy con la pobreza: estamentos corporativos privilegiados gremiales y empresariales prebendarios, dirigencias corrompidas y complicidades parasitarias del estado burocratizado serán su base estructural, mientras los reproductores de ecos ideológicos del pasado serán su cobertura intelectual. Son los enemigos de la liberación de los millones de compatriotas humillados por la clientelización, del país pujante protagonista del mundo, del crecimiento económico y la prosperidad apoyada en el esfuerzo creador de cada uno.
Esa nueva marcha , alineada con el nuevo estadio de desarrollo de la humanidad, deberá custodiar, respetar y proteger la naturaleza, los recusos no renovables, el agua dulce, la biodiversidad. Deberá ser cuidadosa en el consumo energético, que no puede ser dispendioso y debe hacer crecer su generación sobre nuevas fuentes primarias no contaminantes y amigables con el ambiente. Nunca más centrales térmicas, como las que varias veces se han inaugurado en estos años –afortunadamente, siempre las mismas, que además no funcionan- sino basadas en las nuevas tecnologías de hidrógeno, solar, eólica y nuclear, para las cuales los científicos y técnicos argentinos están en condiciones de proveer desarrollos tecnológicos no sólo para nuestro país, sino para todo el mundo en desarrollo.
La reconstrucción debe contemplar desde el comienzo el piso de ciudadanía para todos, herramienta insustituible para proyectar la ética de la solidaridad y erradicar el clientelismo. Afortunadamente tenemos un país que está en condiciones, sin afectar sus excedentes para el crecimiento, de proveer alimento, educación, salud y vivienda a todos los compatriotas, sin la indignante humillación de la expropiación de la autonomía de cada ciudadano. Y debe garantizar que sobre este piso de ciudadanía que brinde igualdad de oportunidades a todos, exista libertad económica para que cada uno labre su futuro confiando en su fuerza y capacidad, en su inversión y su riesgo y en la protección legal y jurídica garantizada por un Estado democrático y una justicia independiente, imparcial y celosa en su función de última defensa de los derechos ciudadanos. Cualquier referencia o invocación al estado de excepción debe ser erradicado para siempre de la argumentación política y judicial.
Esa nueva marcha argentina incorporará lo mejor de su historia, de sus tradiciones y sus valores. Rescatará el impulso fundacional que inspiró la decisión de su autonomía política, hace casi dos siglos y lo proyectará hacia los años que vienen. Se imbricará con el portentoso mundo en formación, con sus corrientes tecnológicas, con su mercado global, con sus normas legales, con su combate a la delincuencia y el terrorismo y con su garantía jurídica de absoluto respeto a las reglas de juego y a la palabra empeñada.
Será amiga de la región y de todas las personas y países de buena voluntad. Integrará su infraestructura con todos sus vecinos, su comercio con todo el mundo con que sea posible, sus productos virtuales con el mundo hispanohablante, su defensa y seguridad con los organismos plurales y regionales de garantización de la paz, su ciencia y tecnología con los más avanzados centros de investigación, desarrollo y producción del planeta, y su política con las democracias más sólidas y transparentes.
Delinear esa agenda y construir ese país será apasionante.
Leandro N. Alem, el procer argentino fundador del radicalismo, hubiera dicho que la tarea “pertenece principalmente a las nuevas generaciones”. Indudablemente deberán ser las que levanten la bandera y marchen al frente. Pero deben hacerlo sabiendo que detrás están todas las generaciones de argentinos respaldando el sueño de la marcha común, retomando la meta de quienes empezaron el país y supieron darle una buena política, que no es otra cosa que una buena conducción en el marco del respeto y el consenso interno, para colocarlo entre las naciones respetadas. A tal fin, necesitamos reconstruir los partidos políticos, representativos del amplio colorido del pensamiento libre, articulando consensos estratégicos desde sus diferentes enfoques para alinear las fuerzas de las personas, que en última instancia son la fuente y el objetivo de todo el esfuerzo común.
Para eso nació la patria, hace casi doscientos años. Y quienes hoy la vivimos no podemos dejar de escuchar aquellos ecos, ni mucho menos desviar nuestra mirada del horizonte o dejar de pensar en lo que viene.

Ricardo Lafferriere

“...hace 200 años...”

Hace exactamente doscientos años, en 1809, Mariano Moreno presentaba ante el Virrey Cisneros, en nombre de “veinte mil labradores y hacendados de estas campañas de la Banda Oriental y Occidental del Río de la Plata” uno de los documentos precursores del movimiento revolucionario que eclosionaría un año después y comenzaría el proceso independentista con la formación de la Primera Junta de Gobierno Patrio. El documento pasaría a la historia con el nombre de “Representación de los Hacendados” y no hay argentino que no lo haya conocido y estudiado al pasar por la escuela primaria.
Ese documento ha sido considerado fundacional por todo el arco historiográfico argentino. Moreno, el patriota con más encendidas ansias de libertad, el inspirador de la corriente más avanzada en el proceso revolucionario, solicitaba no sólo el libre comercio frente al ahogante monopolio oficial, sino que demandaba limitar totalmente los gravámenes a los productos agropecuarios, expresando en la “súplica” sexta: “Sexta: Que los frutos del país, plata, y demás que se exportasen paguen los mismos derechos establecidos para las extracciones que practican en buques extranjeros por productos de negros; sin que se extienda en modo alguno esta asignación por el notable embarazo que resultaría las exportaciones, con perjuicio de la agricultura, a cuyo fomento debe convertirse la principal atención.” Ese punto estaría llamado a transformarse para los tiempos en la llave de oro del progreso del nuevo país.
Aún hoy, los “labradores y hacendados” que producen la mayor riqueza del país, deben seguir enfrentándose a los herederos de la colonia, que en demasiadas oportunidades han encontrado en la exacción al trabajo rural la forma de limitar los derechos políticos de los ciudadanos, construir humillantes subordinaciones clientelistas, convertir el detentamiento del Estado en un botín de guerra y mantener limitadas las posibilidades de libertad individual, apoyadas en la vocación pionera y transformadora de los emprendedores.
La señora presidenta de la Nación ha condenado en La Rioja las “políticas agroexportadoras de hace 200 años” como “enemigas del país profundo”. Debiera aclarar si se ha referido a la política que aplicaba el gobierno colonial ahogando el comercio con impuestos y sosteniendo el cerrado monopolio con la metrópoli, o si se refiere al reclamo revolucionario de Moreno y los “labradores y hacendados” que representaba, pidiendo su derogación.
Es ella quien ha instalado la incógnita, con su discurso. Si lo aclara, sabremos si ratifica su toma de partido por el país clientelar, por el vaciamiento de los derechos fundamentales de los ciudadanos cristalizados en la Constitución Nacional, por una concepción autoritaria y antidemocrática del ejercicio del poder –al estilo colonial-, y en última instancia, por preferir al país sometido anterior a la Revolución de Mayo; o si ha preferido sentirse la heredera de Moreno en la construcción de un país pujante y abierto, confiado en la potencialidad de sus ciudadanos e inserto en las corrientes de comercio, inversión, tecnología, finanzas que eligió como camino en las horas fundacionales de nuestra autonomía política.
Sería una buena noticia si la opción fuera la segunda. Es lo que ha firmado en el G-20, hace pocos días en Londres. Pero no es lo que hasta ahora había constituido el discurso oficial de su marido, del Secretario de Comercio y de ella misma.

Ricardo Lafferriere